Bitter dream, sweet coffee (Our light)
No sabía si era su impresión, pero a sus ojos el día estaba demasiado oscuro. El ambiente era gratamente cálido, tranquilo, que el gris del cielo la hacía sentir fuera de lugar y eso no podía ser porque Sora estaba de visita en la Gran Manzana. Había almorzado en la cama junto a ella, como la niña mimada que era y se sentía malagradecida con su amiga quien siempre la había cuidado desde niña.
Simplemente era uno de esos días, pero esta vez sabía bien la razón.
—¿Qué pasa, Mimi?
—...Tuve un sueño —respondió tras un largo silencio.
Sus ojos hicieron agua porque después de un sueño dulce viene el café amargo.
—Oka-san… incluso los papás de Koushiro —la miró a los ojos— estaban todos vivos, éramos felices…
Sora presentía lo que le contaría Mimi. Con serenidad cerró los ojos e inhaló profundamente para desanudar esa opresión que se había extendido de golpe en su pecho. Después de exhalar dirigió su mirada al cielo.
Por favor, Kami-sama… que el futuro que aguarda a mi amiga esté lleno de felicidad…
Sin darse cuenta, Mimi ya estaba hundida en los recuerdos de aquel mundo de fantasía, tratando de atesorar cada detalle, cada gesto. De verdad hubiera deseado dormir para siempre, se hubiera conformado incluso sabiendo que era una falsa felicidad.
—Ambos hemos sufrido mucho... y aguantamos como pudimos. Eres libre de decidir lo que desees, pero déjame decirte una cosa —se sonrojó, evitando mirarla—, bueno, dos.
Mimi amaba esa sonrisa suya, tímida, casi imperceptible… Era él, sólo él, quien podía colmarla de ternura con apenas unos gestos.
—Me encantaría volver a verte… Y eres mucho más fuerte de lo que crees, por favor recuérdalo siempre.
—Adiós, Koushiro-kun... Muchas gracias por todo.
Aunque hubiera sido un sueño, cada momento se sintió real como cualquier otro. No se quejaría por la hiel que se le estancaba en el pecho y lloraría en silencio agradeciendo a Kami-sama el sueño concebido. Porque tuvo la oportunidad para que su madre le arreglara el uniforme en su último día de preparatoria, mientras su padre lloraba de la emoción que se abalanzó sobre ambas y los tres terminaron llorando como la familia cómica y dramática que pudieron haber sido. Disfrutó la cena que su familia compartió con los Izumi para celebrar la graduación de sus hijos, la caminata a pies descalzos por la orilla del mar se sintió tan refrescante… Él la llevaba del brazo, avanzando sin prisas mientras la brisa marina los invitaba a ver el reflejo de la luna en el mar. Con la cabeza apoyada en el hombro de Koushiro, ambos con los dedos en la sal, le dijo que podría quedarse así toda la vida. Fue entonces cuando Koushiro la calló suavemente con un beso, dos besos y le preguntó si una felicidad falsa sería suficiente para ella. Como respuesta recibió un suspiro de resignación y entre lágrimas silentes compartieron un último beso.
Apoyando su frente en el hombro de Sora dejaba que sus lágrimas cayeran sin decir palabra alguna. Sora empatizaba con la decepción de Mimi y el sólo imaginarlo la hacía llorar por el cruel sueño que había tenido. En ese cuento de hadas Mimi y Koushiro pudieron disfrutar a sus seres queridos pero al mismo tiempo los perdieron por segunda vez. Ambos viven desde pequeños con el luto a sus espaldas, que en ocasiones todo lo cubría de oscuridad y resignación, mientras que otras veces aparecía vestido de rosa con los más dulces regalos para engañar a sus corazones melancólicos y añorantes. Porque dolores como esos son para siempre, lutos para toda la vida. No sólo la pérdida de seres queridos, también perder la esperanza, la inocencia e incluso perderse uno mismo. Cosas que quisiéramos olvidar, que ojalá nunca hubieran ocurrido.
A Mimi la despojaron de su pureza apenas siendo una niña, de la forma más baja y despreciable, que apenas pudo disfrutar de su inocencia. Pocos años después una enfermedad fulminante se llevó a su madre y empujó a su padre al abismo de la locura, del extravío, a la noche más negra sin luna ni estrellas que lo guiaran. Era demasiado para una niña tan pequeña, tan dañada, que se perdió a sí misma, ahogada por los recuerdos, la tristeza y la desilusión.
—Ay, Mimi… ¿Por qué tienes que sufrir así?
Lo único que podía hacer era arrullarla entre sus brazos, tratando de ayudarla a menguar un poco el dolor, de acompañarla en su tristeza, pero siempre terminaba preguntándose ¿Qué se hace con el dolor? Por instinto evitamos el dolor, tratamos de que nunca nos alcance, pero ¿vale la pena huir toda la vida? Correr sin descanso hasta quedarse sin aire, siempre alerta y temerosa... Será por eso que algunos dicen que es mejor abrazar el dolor, hacerlo parte de uno para poder vivir en paz.
Mimi la abrazó con fuerza.
No, el dolor no se abraza, pensó. No un dolor como ese. Después de todo lo que había vivido su amiga era imposible pensar en pedirle algo así. Aceptar el dolor, aprender a vivir con él, atesorar el aprendizaje… Vivir en compañía el proceso hasta que el tiempo transforme el dolor en lágrimas que puedan enjuagar las heridas, lágrimas que floten en el cielo para iluminar el camino.
—Llora todo lo que quieras, no te dejaré sola.
El agarre de Mimi se soltó brevemente, estaba segura que había sonreído hasta quedarse adormecida en sus brazos.
—Quiero hablar con él, ¿Sabes si sigue aquí?
—Sí… su número sigue siendo el mismo, pero no te puedo asegurar que conteste.
—Quiero verlo, decirle que nunca lo he odiado y me arrepiento de haber sido tan egoísta… —Sora sonrió maternal— Preguntarle si estaría bien para él volver a tener en su vida a alguien como yo.
—Ve Meems, estoy segura de que él también quiere verte. Pero antes… Vamos a limpiarte esa cara.
—Por supuesto, una presentación casual para un momento importante —le guiñó el ojo.
Ambas rieron. ¿Cuándo fue la última vez que vio a Mimi reír de esa manera? Desde el corazón, ligera y divertida, naturalmente coqueta, arreglándose para realizar la llamada telefónica más importante del último tiempo.
