Desde lo alto de su balcón, contemplaba con aburrimiento la masa de cuerpos engarzados en placeres abominables. Algún tiempo atrás, él también participaba en aquellas orgías interminables. Sin embargo, eso había cambiado ¿Hace cuánto tiempo? Unos días o miles de años, no puede decirlo con certeza, el tiempo en Alagadda es engañoso.

El resplandor amarillento de sus ojos oscuros se había desviado de la escena en el salón y se perdía en el horizonte.

¿Cuándo? Aquella tarde, como podría olvidarla, cuando un extraño vino de un mundo lejano y capturó su atención.


Ataviado de negro absoluto, una larga capa lo cubría por completo y bajo la capucha una máscara de cráneo de un cuervo blanco impoluto. El hombre se abría paso entre las multitudes con pasos cautelosos, como un testigo silencioso, evitando ser parte del baile, los banquetes y la orgía.

La sobriedad en el atuendo y lo reservado del individuo, contrastaban con el ambiente alegremente festivo de la ominosa ciudad de Alagadda, pero nadie más que el Lord de la Máscara Angustiada le prestaba atención.

Curioso por conocer la historia y asuntos de aquel hombre, le llamó con la mente, guiando sus pasos ante su presencia. El hombre obedeció dócilmente, cruzando los laberintos de la ciudad hasta las estancias y se detuvo detrás de la puerta.

—Se que estas ahí, adelante, tienes mi permiso para pasar.

El hombre pareció titubear ante la encantadora voz del Lord resonando con más fuerza en su cabeza, ahora que se encontraba a unos pasos de él.

—Bienvenido viajero —volvió a hablar, está vez con palabras audibles cuando el hombre de la máscara de cuervo apareció frente a el en la habitación.

—¿Quien eres? —fue lo que el Lord obtuvo por respuesta.

—Por el Rey, que terribles modales, es costumbre que los visitantes se presenten primero ante sus anfitriones- divertido, el Lord respondió con su tono más dramático sin dejar de observar a su invitado.

—De dónde vengo, es de terrible educación husmear en la psique de otros sin su consentimiento expreso.

Touché, mon ami —sonrió por debajo de la máscara, pocos eran capaces de discernir entre los pensamientos propios y los implantados por la esencia del Lord Negro. Abandonó el lujoso trono de terciopelo rojo, para acercarse al recién llegado.

Fue entonces que el doctor se dió cuenta que no estaba hablando con cualquier persona. La figura alta, ataviada con una capa con ribetes dorados y, abundantes y pequeños adornos brillantes del mismo color resaltando sobre el negro abismal de la tela. Sobre su rostro una máscara de porcelana blanca, con expresión afligida, que aunque simple en decoracion emitía un aura inquietante y poderosa, imposible de ignorar.

Excuse-moi, no pretendía ser grosero —contestó bajando la cabeza en señal de respeto.

—Disculpado —respondió la figura alta y caminó a su alrededor, mirando de arriba a abajo, mientras sostenía su barbilla en actitud deliberante antes de volver a hablar.

—¿Y entonces? ¿Quien dices que eres? —cuestionó luego de que el hombre con la máscara de cuervo, opusiera resistencia a la intrusión en su mente.

—Mi nombre no tiene relevancia- dijo, con la certeza que para el otro sería insignificante —Soy solo un médico en busca de conocimiento.

—¡Ah un hombre de ciencia! —exclamó complacido el Lord. Eso explicaba la alta resistencia a la persuasión común, la gente inteligente por lo regular requería métodos más sofisticados y específicos para ser manipulada.

—Y bien mi querido Doctor ¿Que clase de conocimientos buscas? —dijo con voz melosa, mientras con un toque de sus finos dedos negros levantaba la máscara de cuervo y con ello la mirada. Ojos amarillo oscuro, casi ámbar se clavaron en el Lord

—Una cura —respondió sin dar más explicaciones.

Ambos se mantuvieron en un silencio expectante, hasta que por fin el Lord Negro se decidió a hablar.

—Entonces has llegado al lugar correcto, Alagadda esta llena de oscuro conocimiento, tanto en sus bibliotecas como en sus habitantes, yo mismo estoy bien versado en múltiples materias —dijo mientras con un ademán exagerado ponía la mano sobre su propio pecho y agregó —no dudes en recurrir a mí si tienes alguna duda, claro si estás dispuesto a pagar el precio.

Una sonrisa pícara se adivinaba bajo la máscara, mientras esperaba una respuesta.

—Si el precio es razonable, con gusto aceptaré el trato.

El Lord Negro soltó una estrepitosa carcajada y alcanzó a percibir un espasmo de sorpresa en el doctor frente a él.

—Creo que nos entenderemos bien, tú y yo —señalando ambos cuerpos y luego tomando por los hombros al doctor, lo arrastró por las calles de Alagadda mostrándole las maravillas que la ciudad tendría para ofrecer.


La primera vez que escuchó una voz extraña en su cabeza, fue cuando llegó a la ciudad de Alagadda. Caminaba entre una multitud ataviada con atuendos exagerados, de vibrantes rojos y amarillos, contrastantes blancos y negros una paleta limitada y agotadora a la vista.

Gente extraña de abominable anatomía, profería sonidos que a sus oídos sonaban a francés, inglés, italiano, algo de español, no reconocía un lenguaje en específico, pero era capaz de comprender lo que aquellos entes conversaban.

De pronto escuchó una voz, un susurro débil, como si no deseara ser escuchada. El doctor habría deseado mantener un perfil bajo, pero por lo visto alguien ya había notado su presencia. Sin más remedio y con algo de curiosidad se dejó guiar por la misteriosa voz.

"A la izquierda, sube las escaleras, sigue el camino hasta el fondo".

Aquella voz extraña, hacia eco en su mente con un tono sutilmente demandante.

"Cruza por la puerta roja con el emblema del rey, baja por el camino en espiral".

Se detuvo a contemplar la ciudad desde lo alto de un puente y miró hacia abajo ¿O tal vez arriba? Allí estaba el punto dónde escuchó la voz por primera vez, parecía un punto tan cercano, pero no tenía la certeza de como regresar hasta ahí.

Siguió avanzando.

"En la siguiente calle busca la puerta negra, está abierta y solo hay un camino".

Una alfombra roja amortiguaba el sonido de sus pasos, de vez en cuando se detenía a contemplar las obras colgadas en los muros flanqueando el pasillo. Cuadro tras cuadro, una historia se revelaba. Un rey maldito ajusticiado por sus súbditos, regresando al trono después de ser colgado. Un ente abominable manifestando la voluntad del rey y cuatro enmascarados gobernando en conjunto la ciudad de Alagadda.

El doctor nunca pensó que pronto se encontraría con uno de esos malignos señores.

Alto, oscuro y poderoso era el Lord Negro y sin embargo su voz profunda y envolvente hacia que las más perversas frases se escucharan como dulces melodías. Seducido por su encanto, el doctor caminó junto a él por las calles de alabastro y aún entre la multitud de entes, hablando, gritando y gimiendo, era la voz del Lord a su lado, la que se sobreponía a todo el ruido a su alrededor. Conocimiento del pasado, del presente y atisbos del futuro desbordaban de la lengua negra del Lord, embriagando los oídos del doctor con todo el saber que buscaba.

Bebió el potente licor de la ciudad, bailó por horas hasta el cansancio y participó en acaloradas discusiones con la élite intelectual de Alagadda, siempre bajo el ala protectora del Lord Negro, quien a veces lo presentaba como su protégé otras tantas como su amant.

Eso no importaba, nada cambiaría lo que era, su escencia como docteur, ni la misión que lo había llevado a Alagadda, tan solo encontró una desviación, que hizo el camino más corto y mucho más placentero.

Su mirada se perdió a través del ventanal, en el fondo amarillo del cielo de Alagadda, asimilando todo lo experimentado hace unas ¿Horas?¿Días? ¿Meses? No estaba muy seguro, pero, aún con los sentidos aturdidos por el vino, tenía la necesidad de anotar todo en su diario antes de que la información se perdiera entre las innumerables sensaciones percibidas desde su llegada a Alagadda.

—Tengo que irme, tengo trabajo que hacer- balbuceó, arrastrando las palabras, torpemente intento ponerse de pie, pero fue detenido por el otro.

—Mi buen doctor —dijo el Lord con dulzura, mientras se abrazaba de su cintura y con el mentón apoyado sobre su hombro. No conocía palabras para expresar la idea germinada en su mente, simplemente se mantuvo en silencio, que por primera vez no le resultaba insoportable.

El rostro enmascarado del Lord, removía los negros cabellos del doctor suavemente, aspirando el tenue olor en ellos, un aroma fresco y reconfortante, hasta entonces desconocido.

El doctor, se estremeció tímidamente, no estaba acostumbrado a un contacto tan íntimo, aún así se sentía cómodo acurrucado en las brazos del Lord.

-Espero verte pronto de nuevo, querido Doctor- le dijo el hombre de la máscara angustiada liberandolo de su abrazo. Cuando el joven doctor se puso de pie, sintió la mano anillada del Lord, deslizarse sobre la suya, depositando algo pequeño, redondo y frío en la palma de su mano.

—Usala y podrás acceder a lugares y objetos fuera del alcance de cualquier plebeyo en Alagadda.

El doctor miró en su mano una moneda, brillante y de oro reluciente, en una de sus caras grabada la máscara angustiada del Lord Negro de Alagadda, del otro una imagen del Rey Ahorcado.

Agradeció con una torpe reverencia y se quedó inmóvil, pensativo y luego de su bolsa, abandonada en el suelo sacó una caja de madera y de ella un frasquito de vidrio ámbar y lo ofreció al Lord frente a él

El ente oscuro lo tomó valiéndose de un zarcillo de un líquido oscuro que fluía por debajo de la manga de su abrigo, inspeccionó el frasco, claramente desconfiando del contenido, no temía por su vida, pero tenía que ser cuidadoso, la política en Alagadda era cruel y las mortíferas artimañas de otros podían presentarse en formas sutiles e inofensivas.

—Es escencia de lavanda —dijo el doctor al notar el recelo con el que su regalo era inspeccionado. Con cuidado lo sujetó, abrió el frasco y puso una gota en el dorso de su mano, luego la extendió hacia el rostro de porcelana.

De inmediato lo reconoció como el aroma del doctor y recuperó el frasco con ávidez.

C'est magnifique —dijo en medio de un suspiro, dejándose caer sobre un montón de almohadones, aspirando el olor que escapaba del frasco entre sus manos —Où que j'aille, je t'emmène avec moi.

El doctor rió suavemente, complacido.

—Volveré pronto, mi Lord.


La inquietud se había vuelto constante. Esperaba con ansiedad noticias del hombre errante, escuchar su voz serena, sentir la extraña calidez de sus manos en su pecho.

Adormilado en sus pensamientos o por el alcohol, sintió un suave toque en su hombro y luego un susurro al oído. "Esta aquí" dijo un hombre con máscara de halcón.

—¿Donde? —preguntó el Lord Negro, disimulando el interés.

—Por la entrada del oeste —respondió y como recompensa a su diligencia recibió una botella del vino tinto de Rubedo.

El Lord Negro, salió de las estancias del palacio con pasos elegantes y mientras más se alejaba, su andar era más apresurado y menos grácil. Una vez fuera de las zonas bulliciosas, comenzó a correr con desesperación, sus pasos resonando fuerte contra las baldosas.

Al acercarse a la gran avenida, disminuyó el ritmo para recobrar el aliento y la compostura. Se desempolvó los ropajes antes de dar vuelta en la siguiente esquina. De nuevo era un Lord digno y orgulloso.

Extendiendo los brazos se dirigió al recién llegado.

—Querido Doctor, bienvenido —dijo con voz viva, contrastando con el semblante acongojado de su máscara.

El hombre, absorto en sus pensamientos respondió con una reverencia carente de gracia.

—Saludos, Mi Lord —respondió el hombre cubierto en una capa, tapizada por plumas negras, la máscara de cuervo ocultaba su mirada.

—Deja las formalidades, ¿Acaso no te alegra verme? Ha pasado tanto tiempo —agregó el Lord y se aferró al brazo del Doctor, forzándolo a caminar junto a él en dirección del palacio, mientras contaba las intrigas de la corte, que habían ocurrido durante su ausencia.

De pronto, el Lord Negro, hizo una pausa.

—Estás muy callado, más que de costumbre —le dijo, el tono de su voz, encajando mejor con la expresión triste de su máscara.

—No es nada. Entonces ¿Que dijo el Lord Rojo, cuando supo a dónde había ido todo su vino?

El Lord dió un respingo y se quedó rígido un segundo, sorprendido por el hecho que el doctor había escuchado sus historias.

—Ah, si como te decía —y de vuelta comenzó su historia, interpretando a cada personaje, exagerando sus movimientos, riendo, llorando gritando, logrando incluso sacar una risa discreta a su acompañante. Pero la duda estaba sembrada y esa incomodidad lo acompaño hasta su aposento.

—Cuéntame, ¿Que haz visto en ese mundo? —Pregunto el Lord, inclinándose curioso sobre el Doctor.

El doctor dejo la copa cristalina de vino rojo sobre la mesa y se tomó su tiempo para contestar.

—Nada que se compare con el esplendor de Alagadda, Mi Lord.

—Puedes contarme sin temor, no soy el Rey o peor, el Embajador —dijo, una amplia y coqueta sonrisa se adivinaba en su rostro.

—Vamos a verlo juntos —respondió el doctor repentinamente apretando con fuerza la mano anillada del Lord, quien por un segundo se quedó sin palabras y luego rió teatralmente, luego dejo caer su cabeza sobre el regazo del doctor.

—Mi querido Doctor, sabes que el Embajador no me lo permitiría.

—No sabía que Mi Lord, le temiera al Embajador.

—Soy demasiado importante, no se puede dar el lujo de perderme- se apresuró a contestar.

—Ya veo —las palabras se escaparon de la boca del doctor en un suspiro y se mantuvo en silencio, una mano sobre el pecho del Lord Negro, la otra removiendo su cabello.

Permanecieron en silencio, de fondo solo el bullicio de una fiesta lejana.

—Quiero saber que hay en tu mente — interrumpió el silencio, dijo el Lord sujetando la máscara de cuervo. Se sentó sobre las piernas del Doctor esperando una respuesta.

—Pensé que Mi Lord, se aburría de los cuentos de este humilde heraldo de tierras lejanas.

—¡Oh! Te falta pasión al contarlas, pero cuentame querido Doctor, soy todo tuyo está noche.

El hombre de la máscara de cuervo sonrió y se aferró al cuerpo del Lord Negro.

—Mi querido Lord, si tanto lo deseas te contaré. He descubierto algo, a lo que llamo, La Pestilencia.

Era de esperarse, no sabía si era la monotonía de su voz o los tecnicismos usados, pero siempre que hablaba de su practica médica, el Lord Negro terminaba durmiendo profundamente entre sus brazos.

Atesoraba esos momentos en que el portador de la máscara angustiada, se quedaba quieto y en silencio, agradecía sus favores pero con el tiempo, comenzó a los sentirlos inmerecidos. Dudaba de las motivaciones del ser en sus brazos, sentía que su voluntad flaqueaba y en cualquier momento se rendiría a sus caprichos y olvidar la razón que le daba sentido a su existencia.

Y ante la incertidumbre, tomó una decisión.

Sacó el diario de su maleta, escribió a conciencia una breve carta y la dejo sobre la mesa.

Sin hacer ruido salió de la habitación, abandonando Alagadda sin mirar atrás.


"Querido Lord:

Sé que para tí, soy uno más de tus caprichos y aún así, he sido dominado por tu encanto, pienso en ti cuando estoy lejos, en aquellos mundos corrompidos por la enfermedad y anhelo volver a tu lado. Pero ya no más, tengo una misión que cumplir, me llama fuertemente. Debo tomar una decisión y ya lo he hecho."

"Quisiera llevarte conmigo, mi querido Lord, pero se que es imposible para ti abandonar tus deberes, tu estatus, tu vida, tan solo por seguir a un médico, heraldo miserable y sin gloria, a un mundo sucio y enfermo. Sé que encontraras a alguien más, si no es que ya lo tienes para acompañarte en mi ausencia."

"Solo quiero despedirme, aunque sea de esta forma cobarde, ya que temo ser retenido por tu poder y contra mi voluntad."

"Te amo, dicen en aquel mundo al que marcho. Nunca he escuchado esas palabras en esta ciudad, espero seas capaz de comprenderlas."

"Tuyo por siempre."

"Doctor •••••••"

El papel se arrugó entre sus dedos, se manchó de negro y cayó al suelo hecho una masa oscura.

"Insolente"

El Lord Negro, resopló, camino de un lado a otro y se dejó caer sobre un sofá de terciopelo rojo. Se puso de pie otra vez y dió unos pasos sin rumbo y luego salió de la habitación dando un portazo.

Lo buscó, en esta puerta y en la otra. Preguntó aquí y allá. Nadie lo vio partir.

Cansado de deambular por la ciudad, se sentó al pie de una escalera. Un frío extraño le recorrió la espalda y por más que se agazapaba sobre si mismo, no se calentaba ni dejaba de tiritar.

Respiro profundamente, encorvado, con sus codos apoyados en sus rodillas y las manos sosteniendo el rostro enmascarado. No entendía por qué le buscaba desesperadamente, el Doctor tenía razón, era un capricho, una curiosidad de otro mundo que le entretenía por momentos. Pero era suyo, eso creía y el mismo Doctor lo había confirmado.

"En algún momento tendrá que volver y entonces el Lord Negro dirá la última palabra".

Dió media vuelta y regresó al palacio caminando lentamente y con la cabeza llena de macabras ilusiones, dejando tras de sí un rastro de gotitas corrosivas.

Notas:

No sé que estoy haciendo, solo espero que sea medianamente comprensible.

Es muy extraño escribir sobre gente que no tiene nombre, por lo pronto aquí se llaman Lord Negro y Doctor.

[Mi] Querido Doctor y Mi Lord equivalen a un mi amor, mi cielo y demás.

Dado que los dos usan máscaras, he intentado dar expresividad con actitudes corporales y acciones, pero creo que he fallado miserablemente.

Personajes ficticios hablando sus idiomas natales son mi paja mental, así que habrá frases en otros idiomas, que no voy a traducir, pero que se entienden por el contexto ( tal vez ) Yay por este par de poliglotas.

Si alguien lee esto, gracias por haber llegado hasta aquí!!!

Comentarios, sugerencias y críticas son bien recibidos!!!