Fullmetal Alchemist y sus personajes no me pertenecen, hago esto sin fines de lucro.
Advertencias: Rated M, Slash (de clase slow burn), Fix-it. PTSD, Time Travel, temas maduros en general.
-"ABC..."-. Diálogo
-"ABC..."-. Pensamiento
N/A: Esta historia no es un fix-it en el sentido de haber encontrado algún error en Fullmetal Alchemist, de hecho, creo que es un manga y anime con una excelente construcción que tuvo uno de los finales más satisfactorios que he leído en mucho tiempo, es una historia a la que no creo ser capaz de añadirle nada que pueda mejorarla. Sin embargo, creo que es interesante explorar un nuevo panorama con el universo de Fullmetal Alchemist.
Esta historia será publicada en paralelo a otra de mis cuentas, gracias.
Disfruten!
Llave
Capítulo 1, Conocimiento
La Verdad era…
Interesante.
Cruel.
No se trataba de algo que pudiera describir fácilmente, aún después de tantas veces que había estado en contacto con ella. Estaba más allá de la comprensión humana y, aunque como alquimista había creído estar cerca de comprenderla, sólo conseguía provocarle un dolor de cabeza cada vez que lo pensaba demasiado. Porque no todo el conocimiento estaba hecho para el ser humano… le había tomado años entender eso. Además, la Verdad no era algo que quisiera explicar a otros, porque no había manera de plasmar en palabras lo que aquello había significado, lo que significaba.
No era fácil hacer que alguien, que no hubiera cometido el tabú, entendiera lo que estaba detrás de la Puerta. No existía forma que alguien, alguien que no hubiera estado ahí, pudiera entender lo que Edward había visto una y otra vez.
Lo había intentado.
Creyó que jamás volvería a verla… que no tendría que preocuparse por esa habitación infinita de blanco y llena de conocimiento, porque él había renunciado a ese privilegio. Que no tendría que sufrirlo de nuevo, excepto por esas pesadillas que nunca lo habían dejado por completo, y podría descansar de una parte de él.
Mirar a su alrededor y encontrarse con la aplastante calma de un sitio tan familiar era… mucho menos aterrador de lo que habría podido imaginar.
-"¿Qué estoy haciendo aquí?"- preguntó al ser que, sabía, estaría frente a él.
¿Tenía caso asustarse? Es decir, debía ser sincero, ¿cuántas veces había pasado ya por ese mismo tipo de reunión? ¿Cuatro? ¿Cinco veces? A pesar de la renuencia a estar ahí, no creía que tuviera sentido pretender que no sentía la tranquilidad que le generaba ese espacio, por llamarle de alguna manera. Su pregunta, sin embargo, le parecía más pertinente en esos casos.
Porque él no tenía permitido entrar ahí de nuevo, ese había sido el acuerdo, ¿no es así? No recordaba haber hecho algo que mereciera regresar a esa gran habitación sin fin. De hecho, no recordaba qué se suponía debía estar sucediendo, así que…
-"Esperar"-.
Asintió con la cabeza.
Esa era una respuesta lógica y Edward podría entenderlo.
Cuando uno atravesaba a la cámara de la Verdad, normalmente debía esperar una respuesta. La paciencia era algo importante. Era un intercambio sencillo y funcional; el pago, por otro lado, era… la parte complicada. ¿Quién determinaba el valor de las cosas? ¿Cómo se determinaba el valor de una vida? ¿Del conocimiento? No era algo que pudiera medir o pesar, así que su mente no lograría jamás poner un precio a las cosas.
Era la ley de la alquimia.
El ser humano no puede obtener nada sin dar primero algo a cambio. Para crear, algo de igual valor debe perderse. Esa es la primera ley de la Alquimia de la Equivalencia de Intercambio.
Un principio que, si no se respetaba, traía consecuencias.
Por mucho tiempo, Edward creyó que esa debía ser la ley de la vida, de todo cuanto lo rodeaba y todo con lo que interactuaba, su entrenamiento jamás le había dicho lo contrario y nunca hubo algo que le mostrara otra posibilidad, por mucho tiempo. Pensó ingenuamente que, si se atenía a la ley de intercambio equivalente, las cosas debían funcionar como se suponía que funcionarían. Por supuesto, ese no era siempre el caso.
El trabajo duro no siempre traía consigo resultados equivalentes, las personas que no pensaban como los alquimistas eran, muchas veces, más egoístas. Era obvio, el alquimista era soberbio… el humano era egoísta. El bien común no estaba en la mente de todos, sino de unos pocos y eso… eso causaba que la ley de intercambio equivalente no fuera una ley.
Aunque también estaba el otro lado de la moneda, suponía.
Existían personas que daban todo, sin esperar algo a cambio.
No había intercambio equivalente, no tenían la intención de cobrar un peaje por lo que hacían por otros. Trabajaban duro y se esforzaban, y sus esfuerzos –reconocidos o no– no traían una recompensa evidente o material.
Su madre había sido claro ejemplo de eso… tanto como Hohenheim había sido el ejemplo contrario por mucho tiempo.
Las cosas eran más complejas que simples leyes científicas construidas por seres humanos imperfectos, con una gran variedad de defectos y errores desde su concepción hasta su publicación. Y no era algo de lo que pudiera quejarse, él había contribuido con sus propias teorías.
La vida era compleja… la Verdad era tan o más compleja que eso.
Permanecer dentro de la Verdad le hacía querer cerrar los ojos y quizá dormir. Ahí dentro no hacía frío, ni calor… su pierna no tenía ese dolor al que estaba tan acostumbrado que a veces no recordaba que existía. Podía ver claramente ahí y, por una vez, no tenía hambre o sentía que iba a desfallecer por algo. Creía que la Verdad era un descanso que jamás había considerado… como muchas otras cosas en su vida.
-"¿Por qué estoy aquí?"- tenía que saber.
La curiosidad era mala… o era buena… no lo sabía.
Quiso preguntar por qué le era tan difícil concentrarse, pero no logró formular la pregunta antes de recibir su respuesta –"Porque estás muerto"-.
Oh.
Eso explicaba mucho.
Sí…
Recordaba eso.
Había estado con Alphonse, su hermano menor, ¿verdad? Sí, en uno de los tantos viajes que habían tenido… en el último viaje que compartiría con su hermano. Recordaba eso.
Sonrió sin darse cuenta.
Xing había sido un país muy bello, eso no podía negarlo.
Tan diferente de Amestris, con tanto verde, un verde distinto a los campos de ovejas y granjas. Era más húmedo, de un tinte oscuro y vivo. Una bruma que atravesaba las montañas y, en los valles, agua. Grandes cascadas y magníficos lagos, cultivos de tantos tipos que habían tardado meses en reconocer una mínima parte. Xing tenía un esplendor que Edward no había visto nunca, con una convivencia entre la naturaleza y los humanos, con una comprensión distinta de todo. En las ciudades, grandes y horizontales, espacios planeados para una sociedad tan particular –y, entre cada uno de los clanes, las diferencias eran notables–, grandes jardines, con grandes espacios para compartir en familias muy grandes.
La incomodidad de aprender un idioma nuevo había valido la pena, tanto Alphonse como él habían sufrido con eso.
A veces era difícil ignorar las miradas constantes cuando era evidente que ellos dos eran extranjeros y había sido mucho peor cuando Ling –y Mei– habían divulgado a sus cortes de quién descendían. Pero Edward lo había ignorado, tanto como había ignorado las miradas que recibió como alquimista estatal, por su edad o por sus actitudes.
Xing no era diferente de Amestris en ese aspecto, así que no se había sorprendido tanto como su hermano –que Al recibiera más miradas que él por ser alguien importante para Mei, había sido un alivio para él, y una preocupación innecesaria–.
Edward lo había visto como un viaje más.
El último viaje que compartiría con Alphonse, porque… ¿por qué?
Ah, cierto.
Alphonse Elric, hermano menor de Edward, había decidido dar un paso importante en su vida –y Edward estaba muy orgulloso de su hermanito–. Después de un cortejo extraño que Edward no comprendía por completo, Al le había propuesto matrimonio a Mei. Esos dos eran adorables juntos, nadie había tenido ninguna objeción con su unión –y, si así había sido, Edward se había asegurado de callarlos… de una manera u otra–.
Su hermano merecía la felicidad absoluta y, si era con una princesa extranjera, Edward se aseguraría de hacerlo realidad. A pesar de que él no tenía idea de cómo funcionaba un cortejo, ni las delicadezas de una cultura tan compleja como la de Xing, había estado seguro de la felicidad de esos dos cuando habían caminado al altar.
Y jamás había visto una boda como la de esos dos.
Ahora que lo pensaba un poco, durante su vida se había sorprendido bastante, llena de primeras veces emocionantes o desconcertantes que lo llenaban de más curiosidad cada vez, como si se tratara de un… del estómago de Gula, suponía. Aumentar su conocimiento experimentando todo lo que pudiera había sido una oportunidad única, y él la había aprovechado tanto como pudo.
Habían planeado un último viaje… eso lo recordaba; como despedida de soltero, había insistido Al. Un último viaje ellos dos, nadie más acompañándolos, algo para recordar viejos tiempos… algo para reescribir las memorias que se habían convertido en pesadillas y para rememorar aquellas que los habían mantenido a flote… o a Edward, por lo menos. Ese viaje sería el último que compartirían en mucho tiempo, le había dicho el menor, porque planeaba establecerse –por fin– con la persona que lo haría feliz.
¿Y cómo Edward podría negarle algo a su hermano?
Tal como indicaban las tradiciones de Xing –o eso les había dicho Ling–, después del cortejo y la decisión de casarse, Al tuvo un año entero para relajarse y prepararse para su vida. Mei y su familia se encargarían de la planeación de toda la boda, mientras que Alphonse sólo debía… acceder a todas las demandas sin dar su opinión –y ese acuerdo funcionaba bien para él, Alphonse jamás habría querido entrar en conflicto con algo que realmente no le interesaba–.
Así que… un año entero con su familia, eso habían acordado, hasta que Al había decidido llevarse a Edward a un viaje para ambos.
Sabiendo la necesidad de Edward por viajar, habría sido fácil adivinar esa decisión, pero se trataba de Alphonse, el Elric que necesitaba una familia, un hogar fijo, establecido… otro tipo de vida que su hermano mayor no podría jamás ofrecerle.
Pero Al había insistido.
Habían viajado por todos esos sitios en Amestris que habían conocido durante su adolescencia, saludando viejos conocidos y pasando un par de días en la ciudad antes de moverse a su siguiente destino. Recorrieron todo Amestris, hasta que no tuvieron más sitios que visitar –o, al menos, eso le había dicho Edward–. Fueron a Youswell, Dublith, Ciudad del Este, Briggs, Resembool, lugares familiares, con personas familiares; también visitaron Central, aunque brevemente, Rush Valley, Liore, Ishval,y otras ciudades que Alphonse había descuidado un poco después del Día Prometido. Su mapa había quedado permanentemente marcado con líneas de movimientos y pequeñas marcas donde habían acampado o dormido. Y, cuando se habían quedado sin lugares para visitar dentro del país, la única solución había sido salir.
De acuerdo con la planeación de Alphonse, Edward debía convertirse en su guía, así que eso había hecho.
Aerugo había sido el primer lugar fuera de Amestris. Se trataba de un país marítimo, con una economía basada en el comercio internacional –con problemas con sus países vecinos–; era un lugar de abundancia y lujo que sorprendería a cualquiera, especialmente a dos niños del campo como ellos. Edward, por supuesto, ya había pasado por eso, pero había sido divertido ver a su hermano sorprendido por una nueva forma de vivir.
Sirviendo como traductor, Edward llevó a Alphonse a todos los sitios que le habían fascinado; las grandes cantidades de agua sorprendían a ambos y enamoraban secretamente a Edward. Las muestras de arte, algo que normalmente no llamaría la atención de Edward, fueron su primera parada… y después el resto. Grandes plazas, puentes y espacios de comercio, edificios altos y monumentales se extendían dentro de una ciudad preocupada por la estética –que nunca se dijera que Edward no tenía buen gusto–, ligeros a la vista, perfecto para disfrutar con otro tipo de compañía. Los balcones desde donde podían disfrutar la vista de los canales, los palacios y los puertos fueron los lugares favoritos de Alphonse.
Para ser sincero, Edward realmente había considerado Aerugo como una opción para establecerse cuando se cansara de viajar; por supuesto, por razones que su hermano no parecía comprender por completo y él no iba a explicar.
El idiota de su hermanito había estado feliz de encontrarse con personas que hablaran su idioma, haciéndole ver a Edward que Aerugo simplemente no era para él –una verdadera pena–.
Había sido triste dejar Aerugo, pero al tener una agenda apretada, su tiempo se reducía gracias a los viajes en tren –si tenían suerte–.
Creta había sido la siguiente parada.
Y vaya lugar que era Creta, ¿quién no disfrutaría ese lugar?
Caliente y seco, perfecto para alguien con un automail, pero no lo suficiente como para hacerlo sofocante. Creta había sido más una parada rápida. Edward adoraba la arquitectura del lugar, trabajada a tal grado, que era difícil encontrar todos los detalles antes que su hermano lo obligara a seguir caminando.
Bellas avenidas con trabajos de jardinería que sorprenderían incluso a los mejores artistas de la familia Armstrong, espacios abiertos y vistas desde las colinas que hacían, de todo, una imagen de algún cuento infantil que no recordaba. Y las personas… amables, dispuestas a ayudar, de gran temperamento que ambos hermanos desearon haber llevado a Winry con ellos. Su trabajo científico los hizo detenerse más de lo que habían acordado, pero ninguno de los dos lo mencionó. Sus avances eran más aproximaciones desde otros ángulos a la comprensión de la naturaleza y, obviamente, una pequeña amenaza que crecería poco a poco.
Eso era increíble, Edward habría deseado pasar un par de meses más antes de irse.
Creta tenía un conocimiento de alquimia inferior al de Amestris, pero su contacto limitado había impulsado otro tipo de avances, lo que hacía que Edward sintiera más respeto por ellos. Por supuesto, la tensión contra Amestris era evidente, así que habían salido de Creta con un bajo perfil, para felicidad de Alphonse.
Las diferencias entre Drachma y Creta habían impactado a su hermano más de lo que iba a admitir, pero lo atribuía a las diferencias culturales que había presenciado en un periodo corto de tiempo.
Porque Drachma había sido… diferente.
El odio genuino que tenían sobre todo lo que tuviera que ver con Amestris era más evidente de lo que Alphonse había imaginado –a pesar de las cartas que Edward le había enviado–, así que Edward simplemente había mentido un par de veces para pasar ahí más de un par de semanas ocultos.
El coloso Drachma era un sitio que valía la pena ver con detalle, cuidar las grandes diferencias entre cada pueblo que cruzaban hasta la gran capital, le había dicho a su hermano, a pesar del conflicto político. Y, evidentemente, la capital imperial era algo digno de experimentar, incluso si sólo lo hacían desde afuera… incluso si Edward debía soportar el frío extremo contra su automail.
Los bosques llenos de vida y grandes planicies que explorar, castillos y palacios, ciudades congeladas y paisajes bellos. Lo cierto era que Drachma no era su país favorito, pero sería un idiota si no pensara que valía la pena visitar.
Al final, y porque ambos sabían que eso iba a suceder, Edward y Alphonse habían cruzado el gran desierto y visitado algunas ciudades de nómadas antes de llegar, inevitablemente a Xerxes. La ciudad en ruinas todavía era un refugio para los migrantes, así que Alphonse se había dedicado a reconstruir lo que pudiera reconstruir, mientras que Edward buscaba los lugares ocultos con curiosidad mal disimulada.
Lo que habría dado por conocerla en su esplendor, probablemente habría descubierto cosas interesantes ahí, personas interesantes con las cuales discutir. Conocimiento en una biblioteca vacía… cuánto se había perdido ahí… en esa ciudad particularmente.
La ciudad de Hohenheim…
Sí, suponía que habría sido bueno tener a Hohenheim en la boda de su hermano, si con eso podía hacerlo más feliz. Al menos, se consoló, sabía que Hohenheim estaría orgulloso de Alphonse y eso era todo lo que podía esperar –y que le había repetido a su hermano hasta el cansancio con una sonrisa cada vez más forzada–.
Descubrirse tan similar a su padre todavía era un golpe a su orgullo, pero era obvio que no podía hacer mucho por eso… a veces no podías huir de tu herencia.
Casi por cumplir un año desde su viaje, Alphonse y Edward regresaron a Xing.
En la primavera de 1923, durante una paz prolongada y una relación política exitosa entre el führer Roy Mustang y el emperador Ling Yao, Edward y Alphonse Elric llegaron a Xing como invitados de honor.
El recibimiento había sido muy diferente que la primera vez que habían cruzado esa frontera, pero ahora Al sería prácticamente realeza, así que debían recibirlos como merecían. A Edward le habría encantado tantos lujos, sino fuera porque las atenciones que recibían eran simplemente demasiado.
Siempre preferiría el anonimato de Aerugo y ese tipo de lujos.
Le había preocupado su hermano, porque Alphonse era mucho más tímido y humilde de lo que él podría ser. Pero Al estaba decidido a casarse con una familia real; su hermano había tomado esa decisión, estaba decidido.
O tan decidido como podría estar alguien a su edad.
No quería recordar las pocas discusiones que había tenido con Alphonse sobre la, francamente, precipitada decisión de casarse. Pero había tenido un año para retractarse y parecía que Al no tenía tantas dudas como su hermano.
Una visita rápida por las provincias de Yao y Chang antes de la gran ceremonia le habían hecho comprobar que el futuro de su hermano simplemente no tenía tanto espacio para él como habría deseado. Porque Alphonse estaría dividido entre sus deberes, su esposa y una nueva familia, sin el mismo tiempo que habían tenido para ellos. Edward se había asegurado de no demostrar lo mucho que eso le dolería.
Alphonse tendría que ajustarse a una vida familiar diferente a la que apenas podía recordar, a unos deberes que jamás habría creído asumir, a una cultura que no era la suya y todavía le causaba ciertos conflictos a la sensibilidad moral que cargaba desde Amestris. Sería difícil, lo sabía, Alphonse también lo sabía –se lo había confesado la noche previa a la boda–, pero estaba dispuesto a hacer el sacrificio para obtener algo a cambio.
Pero no se daba cuenta qué tanto sacrificaría –y Edward no se había atrevido a señalarlo–, porque no era tan importante en el gran esquema de las cosas.
Y Edward… lidiaría con eso…
Como pudiera hacerlo.
¿Cómo podía no hacerlo?
¿Cómo podría hacerlo?
Es decir, su hermano era todo su mundo, era difícil recordar un momento en su vida que no hubiera enfocado toda su atención en Alphonse. Su hermano menor era todo para él, todo, no había manera en que pudiera cambiarlo. Había dedicado su existencia a Al y no se arrepentía, así que, mientras estaba sufriendo una pérdida que no había contemplado pasar, se sentía infinitamente feliz por él, como nunca había estado en su vida.
Había cumplido con su cometido, ¿por qué no?
Y era momento de celebrarlo como debía.
Con alrededor de un mes en Xing, en medio de los preparativos y las ceremonias dedicadas a los novios, recibieron a los invitados; la familia Elric, los habían llamado. Winry, la abuela Pinako, principalmente. Todos los amigos de Alphonse y algunos más que eran de Edward, alquimistas que habían conocido durante sus viajes, el equipo de Mustang, los chicos de Briggs, todo el mundo había asistido a la boda, con Ling oficiándola.
Había sido un evento más oficial de lo que habrían deseado para una boda –más, si tenían en cuenta que Alphonse habría preferido un evento íntimo–.
Bajaron la guardia, todos bajaron la guardia.
Edward se culpaba, debió haber pensado en el peligro que eso significaba, no había excusa. Porque su hermano estaba ahí, su hermano había estado en peligro y él… había bajado la guardia por un segundo. Porque no todos los días tantas figuras importantes se reunían en un solo lugar, no todos los días alguien tenía la oportunidad suicida de atacar a tantas personalidades.
Debió haberlo pensado antes, era lógico.
Por favor, había sido sólo algo evidente, ¿por qué nadie lo había visto?
Con el emperador ahí, con el führer ahí, con los Elric ahí… con toda la familia imperial, con… Dios… ¿por qué no lo había visto antes?
De haberlo hecho, quizá habría logrado evitarle a su hermano el dolor que debía estar sintiendo en esos momentos.
Sí, sus viajes lo habían llevado hasta ese lugar. Edward había muerto en el último viaje con su hermano, aunque no recordaba los detalles.
-"Fue una muerte interesante"- respondió la Verdad, mintiendo –"Más interesante de la que un simple humano tendría normalmente"- ofreció como si fuera eso consolación.
Pero era una espada clavándose en un cuerpo insensible, entumecido por la asfixiante experiencia, un cuerpo privado de cualquier contacto con algo que no fuera su mente…
O quizá sólo intentaba pretenderlo –"¿Cómo?"-.
La Verdad se encogió de hombros, por una vez, no sonreía –"Un asesino de Xing atacó, ¿lo recuerdas?"- su pregunta no tenía mucha fuerza, pero tampoco le parecía una pregunta en sí.
Edward lo recordaba.
Las bodas de Xing eran un evento para recordar, con años y meses de preparación para hacerlo todo perfecto. Dependía mucho de las tradiciones del clan, por supuesto; pero Mei, al provenir de un clan menor, con una alianza fuerte con los Yao, había decidido adoptar una ceremonia más grande y compleja a insistencia de Ling. Era su boda, ¿alguien la habría culpado? Era una oportunidad que no debería desaprovechar y, con Alphonse aceptando todo, eso había hecho.
La ceremonia en sí había durado todo un día, desde el amanecer hasta un atardecer casi mágico.
Y después… días de fiestas, sólo para celebrar una unión tan importante entre un clan de alianza con uno de los descendientes directos del Filósofo del Oeste, Edward habría bufado al escuchar eso, pero se había mantenido en un silencio respetuoso. No era solamente eso, Alphonse también significaba una alianza política, si su hermano se daba cuenta de eso o no, Edward no le había dicho nada…
Alphonse era una moneda de cambio en ese matrimonio, a pesar de ser lo suficientemente afortunado para casarse por amor. Ser parte de Amestris y ser descendiente directo de Xerxes, ser un alquimista de su talla, un héroe… Dios… ¿es que acaso su hermano estaba cegado por el amor que tenía por Mei? Incluso Mustang había mostrado su preocupación en una conversación privada con Edward.
Claro que Xing iba a festejar tal unión, no podían esperar algo menos de un imperio milenario que se había mantenido no precisamente por ser personas amables.
Así que, al tercer día de celebración, había sucedido.
Al tercer día de fiestas, mientras discutía animadamente con Alphonse sobre… sobre…
Quiso llorar cuando no logró recordarlo.
Tres días después del solsticio de verano de 1923, en el año de la paz más prolongada entre Amestris y Xing, en el año de la boda de Alphonse Elric… habían sido atacados.
Edward era un idiota, porque habría tenido que predecir algo así, había tenido un mal presentimiento por semanas, pero no podría haber arruinado la boda de su hermanito. No se atrevería a hacerlo, y no habría creído que era algo más que su mente jugándole una mala broma sólo para sabotear la felicidad de su hermano.
Su mente no era un buen lugar para habitar, las alucinaciones, las pesadillas y los recuerdos hacían de su cabeza un lugar no apto para permanecer más allá de lo estrictamente necesario, mucho menos si Edward tenía tanto tiempo libre.
Ya varias veces había tenido falsas corazonadas que había logrado detener a tiempo antes de actuar sobre un presentimiento que simplemente jugaba con él. Incluso después de aprender con Ling a meditar y controlar su alma para leer el ki a su alrededor.
No había existido una pelea, al menos no recordaba una.
-"La hubo"- eso era horrible.
¿Por qué Alphonse tendría que pelear en su boda? Eso era ridículo.
-"¿Qué sucedió?"- recordaba cosas, pero no todo.
La Verdad fue lo suficientemente amable para obligarlo a sentarse en frente, sin una puerta detrás de él para respaldarlo, pero sí con una frente a él –"Protegiste a tu hermano, Alphonse Elric, de un ataque que no pudo cubrir"-.
Ah… Sí, algo así recordaba. Alphonse y él habían comenzado a luchar lado a lado, protegiendo como podían a los civiles sin entrenamiento, al mismo tiempo que ponían a cubierto a su familia y amigos; muchos se habían separado y, de alguna manera, Alphonse había quedado demasiado lejos de él como para mantenerlo a salvo.
Podía recordar algunas explosiones y el evidente uso de la alquimia para proteger y eliminar la amenaza.
Su hermano era un mejor luchador que Edward, eso había sido obvio desde siempre, pero Al nunca había sido una persona que deseara pelear. Él, por el contrario, tenía una vena cruel que siempre había intentado ocultar del menor, así que le resultaba casi decepcionante que eso no hubiera cambiado, incluso en esas circunstancias; mientras Alphonse había evitado lastimar a los asesinos, Edward no se había detenido en dejarlos inconscientes, tomando un método más drástico –y si conocía a Ling, probablemente había sido mucho mejor que Edward se encargara de inmovilizarlos–.
Alphonse había estado luchando al lado de Mei –y hacían un equipo formidable, notó–, pero un asesino se había colado en la pelea, manteniéndose con un perfil bajo que ni Lan Fan había percibido. Edward no supo cómo lo notó, a pesar del entrenamiento que tuvo con Ling para percibir el ki de los seres vivos –él ya no era el prodigio de la alquimia, sus habilidades estaban limitadas–.
Recordaba correr entre las peleas, algunos gritos y explosiones, el fuego…
Tenía la vaga noción de haber tropezado con sus propios pies en medio de la batalla y recordaba que un cuchillo se había enterrado justo en la unión entre su automail y su pierna, recordaba la inmediata humedad y el pánico que había sentido cuando el asesino cubierto en negro y una máscara se había acercado un par de pasos hacia su hermano.
Y luego…
Habría muerto de cualquier modo, se dio cuenta. Al llegar con Alphonse, Edward se había interpuesto entre su hermano y cinco pequeñas dagas arrojadas para crear un círculo de transmutación de alkahestria. Y el círculo se había activado encima de él. No había tenido oportunidad.
Recordaba haber sobrevivido, o algo así, sólo lo suficiente para ver la pelea terminar… después había sido difícil abrir los ojos por mucho tiempo. Recordaba ver sombras encima de él y escuchar gritos sin sentido a su alrededor.
Eso había sucedido, ¿no?
-"Lograste despedirte"- Edward sonrió.
Bien, eso era bueno, era más que bueno.
Alphonse había llorado, ¿verdad? Encima de él y gritando algo, alejando a todos a su alrededor con gritos y amenazas, incluso a su esposa, porque… tal vez porque Edward había estado más allá de poder ser curado, tal vez porque… no lo sabía. Su hermano era extraño, pero no lo culpaba, él habría… no sabía lo que habría hecho. Sólo una vez había estado en ese lugar, sin Al, así que no sabía qué habría hecho –y, se asustaba de sólo imaginarlo, tal vez habría resuelto buscar otra manera de traer a su hermano a la vida–, no sabía vivir sin él.
¿Acaso no era poético? Tal vez era lo mejor, porque Edward Elric no era nada sin su hermano y Alphonse se recuperaría… eventualmente.
¿O no?
No quería causarle dolor a Alphonse, no se merecía eso.
Porque recordaba algo húmedo en sus mejillas y en sus manos.
Miró por un momento sus manos, limpias, sin ninguna de las cicatrices que recordaba y que había aprendido a aceptar.
Había tocado el rostro de su hermano, todavía podía sentir la suavidad de sus mejillas y la calidez que emanaba, la mezcla de polvo, sangre y lágrimas eran sólo una capa que había ignorado. Porque había estado aliviado de saber que Alphonse había sobrevivido al ataque.
El tremendo alivio que había llevado a su cuerpo a convulsionar. Los últimos estertores de vida, por supuesto. Pero sabiendo que su hermano sobreviviría, era la mejor recompensa por su esfuerzo, eso no había sido intercambio equivalente… eso había sido mucho mejor, había recibido mucho más de lo que había dado.
Recordaba la humedad y las lágrimas, recordaba algunos gritos y su nombre ser mencionado varias veces, el cansancio y la pesadez en sus párpados. Recordaba la última sonrisa que le había dedicado a su hermano.
-"¿Por qué estoy aquí?"- repitió, pero luego encontró la fuerza para seguir hablando –"Yo no tengo permitido estar aquí, ¿verdad?"- estaba confundido, si estaba muerto, ¿por qué se sentía vivo?
A esto, la Verdad sonrió, con esa sonrisa que mostraba unos dientes, con la misma crueldad y verdad con la que había conocido a ese ser. Eso era familiar –"Me entregaste tu puerta a cambio de tu hermano"- dijo como si eso explicara todo.
-"¿Y ahora?"-.
Suponía que Edward no había podido separarse de esas necesidades humanas, necesidad de saber qué había más allá, saber el después de una vida. Había sido estúpido pensar que estaba por encima de otros, porque la idea de un Dios… de algo más, era intrínseca en el ser humano, era parte de la naturaleza que los componía. Y ahora, como un científico, tendría oportunidad de saberlo.
-"Y ahora…"- cuando Edward no dijo nada, la Verdad extendió la sonrisa –"Admito que jamás un mortal me había visitado tantas veces, me siento honrado"-.
Edward bufó –"Esta vez no fue mi elección, te lo aseguro"- se cruzó de brazos, ignorando la sensación de añoranza que sintió al recordar a su hermano, no quería lastimarlo más –"¿No hay manera de regresar con Al?"- aunque había preguntado, Edward ya sabía la respuesta.
Lo que había muerto no podía regresar a la vida.
-"Sí"-.
Edward, que había cerrado los ojos, los abrió en sorpresa, encontrándose a centímetros del rostro sin rostro de la Verdad, mirando a ojos que no tenían ojos. El cuerpo sin cuerpo estaba ahí, encima de él, robando su espacio personal para hacerle entender que, en efecto, no estaba mintiendo.
-"¿Sí?"- eso era… no lo esperaba.
-"Intercambio equivalente, señor alquimista"- él no era un alquimista, ya no –"¿Qué ofreces a cambio?"-.
Ah, ese juego de nuevo.
Negó con la cabeza –"No tengo nada que pueda ofrecerte a cambio de regresar con mi… con Alphonse"- intentó sonreírle, pero más bien fue una mueca de un dolor que no podía olvidar –"Ni mi cuerpo, ni mi mente, ni mis recuerdos… ni mis emociones… nada de eso equivale a regresar con él"- se encogió de hombros, era cierto, y nadie excepto él lo entendería completamente, todo era muy poco para recibir tanto –"Supongo que tendré que morir"-.
Morir no se escuchaba tan mal.
Al final del día, Edward sabía que todos y cada uno de los días eran un regalo, al menos justo después de haber recuperado el cuerpo de Al; nunca le había prestado demasiada importancia a lo que significaba morir, pero no le parecía algo malo. Al principio, por supuesto, creyó que la muerte era una sentencia. Su madre había muerto y los había dejado solos, dejándolo a cargo de una responsabilidad que no debería haber sido suya. La muerte le había arrebatado a una persona que adoraba… a más de una persona.
Pero, de cierta manera, sabía que la muerte significaba un descanso para muchos, como Nina, que sólo había resultado ser una víctima de su padre. Había odiado a Cicatriz en ese momento, pero… en realidad le había dado a Nina un alivio que Edward no habría sido capaz de otorgarle.
Morir no sonaba como una mala opción para terminar con la historia de Edward Elric, mucho menos si ahora sabía que había entregado su vida para salvar la de su hermano.
-"¿Qué tal si yo te ofrezco un trato?"-.
Al principio, no respondió.
No podía responder a algo así sin saber que lo que dijera sería la respuesta incorrecta. Porque no era tan ingenuo como para pensar que eso no tendría repercusión. Pero la tentación estaba ahí, latente, tanto como aquella vez que había estado cerca de una piedra filosofal por primera vez –"Y si…"-.
La vida era un constante flujo de personas preguntándose si habían tomado la mejor decisión frente a una encrucijada difícil. Edward sabía muy bien cuántas veces había sufrido de los efectos de esas dudas, de la idea de saber qué habría pasado si hubiera tomado otras decisiones. Al final, no importaba pensar en lo que habría podido ser, porque las decisiones se tomaban una sola vez en la vida. Excepto que, cuando se presentaba el Diablo y te ofrecía algo, no era fácil negarse sin antes considerar la oferta.
-"Me regresarás a la vida"- asumió –"¿Me salvarías la vida?"-.
La Verdad, sin embargo, notó la duda en él, porque la Verdad no ofrecía ese tipo de milagros, no a mujeres desesperadas por tener a su bebé en brazos, no a unos niños desesperados por reencontrarse con su madre, no a él, que había terminado con su tiempo en vida –"Los muertos no pueden regresar a la vida, eso es una ley universal"- comenzó, algo que ya sabía, que había aprendido a la mala –"Pero tu mente… tu mente es… distinta"- sonrió.
Su mente.
El ser humano se componía de cuerpo, mente y alma, ¿no era así? Tres factores esenciales que, juntos, formaban a un ser vivo, sin ellos, el cuerpo se convertiría en un recipiente vacío –esclavo de las necesidades fisiológicas que su instinto le otorgaba para permanecer vivo–, la mente en una recolección de aprendizajes sin sentido –una sustancia sin forma, sin peso y sin estructura que pertenecía más bien a la Puerta–, y el alma sería…
El alma sería…
-"¿Distinta?"- eso sólo hacía que todo más confuso –"¿Qué es lo que quieres conmigo?"- parecía que él se había convertido en su juguete, pero Edward no entendía por completo cómo es que había llegado a obtener ese título.
A pesar de todo, le resultaba coherente que aquello que fuera más llamativo en él fuera su mente, eso de lo que siempre se había enorgullecido. Mientras que Alphonse era el alma de su relación, Edward debía ser la mente detrás…
-"No un juguete"- corrigió –"Un compañero"-.
¿Compañero?
La compañía era un concepto abstracto para un… ser como la Verdad, ¿por qué?
Basándose en lo que ya sabía, la sociabilidad era una necesidad construida a partir de la historia humana. Los seres vivos necesitaban la compañía para establecer una conexión en búsqueda de una mejor convivencia y una supervivencia en el entorno; era instinto… no necesidad. Es decir, la Verdad… la Puerta… el mundo… Dios, todo y uno… él… nada de eso necesitaba algo.
Contra otra persona, tal vez la simple idea de compañerismo habría sido un aliciente en una conversación como esa, un buen argumento. Pero Edward no se manejaba con el sentimentalismo de todos y le era imposible no pensar demasiado en las palabras que recibía, mucho menos si provenían de la Verdad.
Eso era un truco, debía ser un truco que apelaba a la parte más humana de alguien como él. Esa parte que sentía pena por todos los seres que se cruzaban en su camino.
-"No tengo deseos de permanecer aquí eternamente"- porque mirar ese imperturbable blanco a su alrededor era tranquilizante de una forma que no debería ser posible, Edward podía reconocer eso, porque si seguía ahí, más tiempo querría quedarse y no quería eso.
Pero la Verdad sólo rió –"Los mortales llegan a conclusiones divertidas"- luego negó con la cabeza y puso una mano blanca en su hombro –"Estás frente a mí, sin miedo y sin remordimientos, viniste a mí en tiempos desesperados… Edward Elric, eres interesante"- eso no respondía a su pregunta –"No tengo deseos de mantenerte aquí eternamente"- a pesar del alivio que significaba, Edward no se atrevió a abrir la boca –"Deseo una conexión, una llave para la Puerta"-.
Ah, Edward no entendía el deseo personalmente, pero comprendía qué significaba. Estaba más cerca de su alcance que la idea de compañerismo innecesario. El deseo era simplemente eso, algo que no era importante quizá, no necesario, un impulso por obtener algo, un capricho… incluso si no era la mejor respuesta o explicación que podrían haberle dado, Edward podía entender el funcionamiento de querer algo o no.
Ser una llave sería…
La metáfora se resbalaba de sus manos. Claro que, si existía una puerta, probablemente tendría una llave, la Verdad era la Puerta, ¿o no? Y la llave… ¿acaso no había sido la alquimia? Utilizar la alquimia y romper el tabú, esa era la llave para entrar a la Verdad, y como pago por ver el interior… para ver el interior de la Puerta, el conocimiento guardado, debías pagar con algo de ti, entonces el pago debía ser la llave, ¿verdad?
O, quizá, la llave era el conocimiento, un conocimiento guardado… o algo así.
Edward se levantó y retrocedió –"No entiendo"- admitió al final.
Porque no había muchas cosas que él no pudiera entender.
Si la sonrisa eterna de la Verdad se extendió, Edward intentó ignorarla –"La Llave es… necesaria"-.
-"¿Qué es…? ¿Qué significa ser… la Llave?"-.
A pesar de todo, Edward creía que podía intuir el significado, pero se negaba a hacerlo, porque negarlo no lo haría real –"Ser la Llave es un privilegio"- negó con la cabeza, un privilegio sonaba a una responsabilidad, no podías obtener nada sin dar algo a cambio, esa –"Esa es la ley de tu alquimia"- la Verdad sólo sonreía.
Privilegio era algo no deseado, algo que te separaba del resto.
Todos tenían privilegios, todos.
Desde el momento en que nacías… hasta el momento de tu muerte, incluso después de ella, aparentemente. Podía ser sólo por ser un hombre –porque no era ciego, los problemas que había tenido su madre como una madre sin un hombre en casa habían sido muchos, y la abuela Pinako había pasado por mucho para formar su carrera… o Winry; recordaba los problemas de todas y cada una de las mujeres que había conocido–, por no ser ishvalano –o de cualquier otra etnia–, dinero, fama, edad, por haber sido alquimista… no había algo que no pudiera convertirse en un privilegio.
Así que un privilegio era un arma de doble filo, había algo oculto ahí.
Y sí, no podías obtener nada sin dar algo a cambio, incluso si la Verdad comenzaba a burlarse de él.
-"¡Es la forma en la que…!"- pero no pudo terminar, no se atrevió.
Edward no creía en esa ley. No creía en ella, hacía un tiempo que no creía en ella, no tenía derecho a usarla como argumento en una discusión que, sabía, no ganaría –"Ser la Llave no requiere trabajo… pero sí una responsabilidad"- la Verdad se levantó de su sitio –"Guardián del Conocimiento, Guardián de la Verdad…"-.
Dios… no podía creerlo, de nuevo tomando decisiones estúpidas –"Yo…"-.
No.
No.
Ese ya no era él.
No…
Parpadeó un par de veces y comenzó a caminar –"¿Qué es lo que ganaría?"-.
Desde la muerte de su madre, Edward se había convertido en un buen negociante. Al principio, todo Resembool había ayudado a los dos huérfanos, eran buenas personas, pero eventualmente vender productos era lo que hacían para vivir, no podían siempre mantener a dos niños que no producían nada. Así que, con miedo de ser tomado como idiota y perder el dinero que su madre había ahorrado para ellos, Edward se había forzado a negociar con brutalidad para obtener el mejor trato posible.
Era cierto, la abuela Pinako se había encargado de ellos en más de una forma y después la maestra, pero… al final del día sólo habían sido Alphonse y Edward, y su responsabilidad había sido ver por él.
-"No puedo regresarte a un cuerpo inservible"- sus hombros cayeron notablemente –"Pero puedo regresarte a un punto en tu vida… un momento clave"-.
Edward abrió los ojos y miró fijamente a la Verdad –"Antes de la muerte de mamá"- exigió con más fuerza de la que sentía.
-"…"- la sonrisa fue respuesta suficiente –"Un año antes del Día Prometido"-.
Un año… eso significaba salvar a muchos.
Podría ver fácilmente el rostro de Hughes y las sonrisas que le enviaba a su hija, tal vez algunos alquimistas estatales… Nina… no, si contaba los días… no, no podría salvarlos.
No, eso no era suficiente, ya no, antes habría sido… no ahora –"Antes de la muerte de los Rockbell"- ofreció con una sonrisa temblorosa.
La Verdad negó –"Estás siendo codicioso"-.
Eso era gracioso, ¿no era Ling su mejor amigo? Algo debió haber aprendido del príncipe después de pasar tanto tiempo con él… siendo poseído por Codicia, obviamente. Habría sido gracioso, sino fuera porque no creía que estuviera siendo codicioso.
-"¿Estoy sujeto a mi propia vida?"- preguntó en vez de dar otra fecha, porque si la respuesta era negativa, entonces podría evitar tantas cosas.
-"Sí"- la Verdad extendió otra oferta –"Antes de hacer el examen para Alquimista Estatal"- Edward bufó, ese era uno de sus mayores errores, eso era jugar sucio. Sabía que podía considerarlo seriamente si seguía por esa línea.
Edward lo dudó.
Regresar antes de entrar al ejército lo mantendría fuera del rango de visión de Ira, podría actuar libremente y ayudar a otras personas… pero… pero no… no vería a sus amigos, tampoco podría tener acceso a los lugares que conocía y servirían para mantener contacto con otros y salvar a muchos más.
-"No"- dijo al final –"Antes de la transmutación"- salvar el cuerpo de Al antes de que siquiera sufriera la armadura, no le importaba qué tan egoísta sonara, no le importaba más, si podía evitarle eso… si podía…
-"…"- tal vez había notado su determinación, porque la Verdad no respondió de inmediato –"Durante la transmutación… y la oportunidad de recuperar a tu hermano… Guardián del Conocimiento"-.
Tragó en seco.
¿En qué se estaba metiendo?
¿Por qué no se mantenía muerto y ya?
Su hermano iba a tener una vida increíble, sin él, con una familia, con el dinero y la fama que jamás había deseado. Tendría una esposa que lo adoraba, amigos y otro tipo de familia. Tendría el mejor futuro, él se iría a descansar de una vida agitada, todos ganarían… ¿por qué debía ser tan egoísta como para negociar con algo que ya estaba dado? No podía apostar con la vida de Alphonse…
-"Una vida sin ti"- agregó la Verdad –"Alphonse Elric no lo soportará"- no había expresión en la Verdad, pero cómo habría deseado golpearle por decir algo así de su hermano.
-"¡Él es mucho más fuerte que yo!"- gritó, porque era cierto, y odiaba que no pudieran verlo.
Su hermano era sensible, era un alma amable que siempre buscaba ver lo mejor en todos –incluso si tenía cierta naturaleza manipulativa–. Su hermano era fuerte, era…
-"No lo suficiente"- le parecía a sentencia –"Alphonse Elric va a intentarlo, eventualmente"- no, no…
No… no.
-"¿Al?"-.
¿Qué no había aprendido nada?
-"Va a fallar, por supuesto"- por supuesto, la transmutación humana no era posible, era conocimiento inútil, no había forma, Edward lo sabía, y la sonrisa ladina de la Verdad le decía que también lo sabía, mucho mejor que todos –"Sacrificará…"-.
No quería saberlo, eso era algo que no quería saber.
Su Alphonse debía ser más inteligente que eso, ¿cómo podría recurrir a una opción que no serviría? Ya lo habían intentado, Edward lo había intentado, con pésimos resultados, ¿no recordaba lo que había sucedido con la maestra? Cuando lo viera tendría que…
-"Ser la Llave no es un trabajo tan malo"- le dijo –"Paso libre a mi dominio… al Conocimiento… ¿no es algo que te encantaría tener?"- en otro momento, tal vez habría respondido, pero ahora estaba demasiado ocupado considerando las futuras estupideces de su hermano –"Ser la Llave significa acceso ilimitado al Conocimiento… significa mi compañía…"-.
Demasiado bueno para ser verdad.
-"A cambio, ser la Llave… ser el Guardián del Conocimiento… te obliga a protegerla, como lo hiciste alguna vez"-.
Por favor, era un cerdo egoísta, pero aun así sabía qué tan importante había sido detener a Padre en el Día Prometido. No iba a hacerlo ahora sólo porque podría ser su obligación, de nuevo, sino porque era lo correcto –"¿Sólo eso?"-.
-"… Pasaje a salvo para las almas dentro de las piedras filosofales"- dijo la Verdad.
-"Ah…"- Edward no pudo evitar sonreír de lado –"¿Qué hay con ellas?"-.
La Verdad no sonrió con él –"Las piedras filosofales son una aberración que nadie debería poseer, nunca"- coincidía con eso –"Mi Llave… recupera todas las piedras filosofales y envíalas a su lugar de descanso… salva esas almas… a cambio te doy el Conocimiento"- extendió una mano.
Y Edward la tomó.
-"Durante la transmutación…"- recordó –"¿Podré salvarlo?"- la Verdad asintió –"¿Todo? ¿No sólo su alma?"- de nuevo, asintió.
-"Edward Elric es… un mortal interesante"- por primera vez, Edward y la Verdad compartieron una sonrisa –"Te ofrezco esto: conviértete en la Llave… y arregla tus errores"-.
Y nunca un trato con el Diablo había sonado tan bien.
Comentarios y críticas son bienvenidos.
Hasta el siguiente capítulo.
