CHOCOLATE
Por Cris Snape
Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.
Esta historia participa en el Reto #52: "Séptimo aniversario" del foro Hogwarts a través de los años.
Me he apuntado con el nivel difícil y la categoría teorías. Esta historia se inspira en la teoría que dice que George Weasley es el Willy Wonka de "Charlie y la fábrica de chocolate"
—¿Cuántas ideas has tenido esta semana, Feorge?
—Ninguna, Gred.
—Esto no puede seguir así o será nuestra ruina.
—¿Y qué quieres que haga? Tú siempre fuiste el más listo de los dos.
George observa la imagen del espejo. Si no fuera porque le falta una oreja, cualquiera diría que se trata de Fred. Espera pacientemente una respuesta que no llega y nunca llegará. Suspira y apoya ambas manos en el lavabo. Tiene ganas de llenarlo de agua, meter la cabeza dentro y no sacarla jamás. Pero no puede hacer eso. Sus padres se morirían de pena y Fred nunca se lo perdonaría. No le queda más remedio que hacer de tripas corazón. Se incorpora, se ajusta el nudo de la corbata y se prepara para atender su negocio. Apura la enésima taza de café de esa mañana y abandona el apartamento en el que vive, justo encima de Sortilegios Weasley. Antes también estaba Fred.
George se detiene antes de acceder a la tienda. La puerta está ubicada en el almacén y pocos saben de su existencia. Tiene la mano apoyada en el pomo y sólo debe girarlo un poco para abrir. Es posible que Ron ya le esté esperando en la calle. Prometió que le echaría una mano con el inventario. No es que confíe demasiado en sus capacidades, pero al menos tendrá compañía. No le gusta nada estar solo en Sortilegios Weasley. No le gusta Sortilegios Weasley sin Fred. No tiene sentido seguir haciendo bromas sin su hermano gemelo, la persona que siempre tenía las grandes ideas, el auténtico espíritu de la tienda.
George retira la mano del pomo y da un paso atrás.
—¿Qué haces, Feorge?
—No puedo, Gred.
—Venga, tío. No seas gallina.
—No puedo, Gred. No sin ti.
George se da media vuelta y empieza a caminar. Tiene que salir de allí, abandonar Sortilegios Weasley, su casa. El Callejón Diagon y el mundo mágico.
—No te estás pensando las cosas, Feorge.
—Creí que te gustaba improvisar.
—Pero no tanto, hombre. A ver, ¿dónde vas a vivir?
George alquila una habitación en un hotel de mala muerte. Tiene humedad en el baño, cucarachas en el suelo y paredes de papel. Por las noches, escucha a las prostitutas que llevan allí a sus clientes. Por el día, un montón de tipos demacrados aparecen tirados en el suelo y, en ocasiones, se mueren.
—Este sitio es una mierda, Feorge.
—A mí me vale, Gred.
—Te conformas con poco. Puedes aspirar a algo mejor.
—Todo se andará.
—Ya veo. ¿También esperarás para poder comer?
—Voy a encontrar trabajo.
—¿Dónde, por Merlín?
En un restaurante de kebab que tiene ratas en la despensa y huele fatal. Es un sitio repugnante y a George le asquea tener que pisar su suelo, pero es un brujo que nunca ha vivido en el mundo muggle y que lo único que sabe hacer es fregar platos. Al menos al principio, porque luego asciende a aprendiz de cocina y con el tiempo se hace chef. No es que tenga gran idea de lo que es cocinar de verdad, pero se convierte en el rey del kebab y eso le ayuda a tomar una determinación. Así pues, se apunta a una escuela de cocina y descubre que le gusta la repostería.
—¡Chocolate, Feorge!
—¿No te parece lo mejor?
—Sólo si incluyes ciertos toques… mágicos.
George sabe que es una locura. Sabe que los del Ministerio se enterarán tarde o temprano, pero la idea de Fred es muy tentadora y comienza a añadir su toque personal a los bombones y a las chocolatinas. En un momento dado deja el kebab y decide montar su propio negocio. Una chocolatería humilde, ubicada en el local más barato que ha podido encontrar en Londres. Al principio, sus clientes son una calamidad y duda de que sean capaces de captar los matices que incluye en sus productos, pero con el tiempo se hace un nombre y ahorra lo suficiente para irse a un barrio mejor y amplía su negocio.
—Esto va bien, Feorge.
—¡Ya te digo!
—Aunque deberías tener más cuidado con los hechizos.
—¡Qué va!
Con el paso del tiempo, esas palabras se tornan premonitorias. Los retoques mágicos que incluye en sus bombones resultan ser bastante adictivos y los muggles comienzan a volverse locos por comprar sus productos. Literalmente. Tanto es así que ocurre lo que George más temía: sus proezas llegan a oídos de los funcionarios del Ministerio de Magia.
La tienda de su hermano llama la atención. Tiene una gran marquesina adornada con decenas de colores y la fachada pintada en rojo y amarillo. Percy se detiene a varios metros de distancia y observa el escaparate, repleto hasta los topes de dulces de fantasía. Está nervioso y se lleva la mano al cuello para aflojarse la corbata. No sabe muy bien cómo afrontar esa conversación, pese a haberse prestado voluntario para acudir hasta allí. Desde que Fred murió, George no ha vuelto a ser el mismo. Comenzó hablando solo y terminó largándose del mundo mágico sin dar demasiadas explicaciones, pidiendo a todo el mundo que no fueran en su busca. Nadie lo había hecho, a menos de forma directa, pero durante aquellos tres años no habían dejado de vigilarle. Percy siempre supo que sus actividades rozaban la línea de la legalidad y todos en su familia intentaron protegerle hasta que no pudieron protegerle más.
Percy carraspea, cruza la calle y entra en el negocio de George. Le recuerda muchísimo a Sortilegios Weasley. George se las ha apañado para recrear un mundo de fantasía usando la tecnología muggle. O eso parece. El olor que inunda sus fosas nasales es delicioso y hay varias personas atendiendo a un buen puñado de clientes. Un chico bajito y pecoso se acerca a él y le muestra unos dientes blancos y bien alineados.
—¡Bienvenidos a Dulces Gred! ¿En qué puedo ayudarle?
—Estoy buscando a George Weasley.
—¿A quién?
Percy abre la boca, pero es interrumpido antes de volver a hablar.
—Yo me encargo, Ben.
El chico asiente y se aleja. Percy alza la vista y ve a George al otro extremo de la tienda, ataviado con un sombrero de copa y una chaqueta color púrpura. Sigue teniendo el pelo rojo y lo luce rizado y bastante largo. Sonríe ampliamente, aunque a Percy le parece que esa sonrisa es grotesca y está deformada por el dolor. George extiende los brazos y se acerca a él, resultando exageradamente amable.
—¡Percy! ¡Has venido!
George le abraza. Huele a caramelo. Percy le devuelve el abrazo con cierta torpeza y carraspea de nuevo, tal vez un poco más inseguro que cuando estaba en la calle. No sabe qué pensar de su hermano. Tiene la tentación de que se ha vuelto tan loco como los muggles que son víctimas de sus bombones hechizados.
—¿Cómo estás, George?
—¡Maravillosamente! ¿Y tú? Tienes el mismo aspecto aburrido de siempre.
—Gracias —Percy no se toma a mal sus palabras—. ¿Podemos hablar? En privado.
George asiente, agarra su brazo y lo lleva hasta una oficina situada en la planta superior. Allí el caos es tan perturbador como en la tienda. George se sienta en un butacón de color naranja e invita a Percy a hacer lo mismo al otro lado del escritorio.
—Dime, Percy. ¿Qué tal está todo por la Madriguera? Hace mucho que no voy por allí.
—Todos están bien, aunque mamá y papá te echan de menos. Deberías ir a visitarles.
—Tienes mucha razón, pero he estado muy ocupado. ¿Has visto mi negocio? Funciona muy bien.
—Ya lo sé, George. He venido a hablar sobre eso.
George entorna los ojos y le mira con sumo interés. Después, le ofrece un bol con bombones.
—¿Quieres uno?
—No me gusta el chocolate.
—¡Ah, se me había olvidado ese detalle! No sé cómo puedes estar vivo, Percy. La vida sin chocolate no es vida.
—¿Podemos centrarnos en lo importante?
Percy es consciente de que ha sonado muy brusco, pero George no le da importancia. Es por eso por lo que se estremece. El George del pasado no hubiera perdido la oportunidad para bromear y meterse con él. El del presente le observa con curiosidad.
—¿Qué es lo importante?
—En el Ministerio somos conscientes de lo que estás haciendo, George —Percy se inclina hacia delante para que su hermano no pierda ripio de lo que le dice—. Es peligroso y tienes que parar hoy mismo si no quieres ser sancionado.
George le escucha con atención y empieza a reírse al cabo de unos segundos.
—¿Hacer felices a los muggles es peligroso?
—Tu chocolate es adictivo. La magia hace que se vuelvan locos si no lo consumen periódicamente. Se ponen violentos y pueden causar daño a los demás o a sí mismos.
George agita una mano y hace algo que deja a Percy totalmente perplejo.
—¿Has oído, Feorge? ¡Qué bobada!
—Y que lo digas, Gred.
Percy está boquiabierto. George pronuncia unas cuantas frases más, estableciendo ese extraño diálogo consigo mismo. Eso es mucho peor que cuando hablaba solo en la Madriguera y lo peor de todo es que no parece ser consciente de lo que está haciendo.
—No estás bien, George.
—¡Claro que sí! ¡Mírame!
—Necesitas ayuda.
—¡No exageres, Percy!
George se está riendo, aunque algo oscuro comienza a vislumbrarse en sus ojos. Percy se levanta, rodea el escritorio y agarra su brazo. Sus acciones son tan inesperadas que George no tiene tiempo para reaccionar y defenderse.
—Te vienes conmigo.
Y dicho eso, se desaparece rumbo a San Mungo.
—Tienes que dejar de hablar conmigo, George.
—Ni hablar. Eres mi hermano gemelo.
—Si no lo haces, nunca te dejarán salir de aquí.
—No me importa. Sólo quiero estar contigo. El resto del mundo me da igual.
—Pero no es bueno.
—Si no vas a decir nada amable, Fred, cállate.
No obtiene respuesta. George apoya la cabeza en la almohada y cierra los ojos. Piensa en su fábrica de chocolate y se pregunta qué fue de ella. Seguramente desapareció de la misma forma que desaparecieron su sombrero y los colores alegres de su ropa. Está cansado de esa situación. Nadie le entiende. Da igual cuánto intente explicarse. No le escuchan y dicen que está loco y que debe permanecer allí hasta que se cure, rodeado de otros locos. Dicen que debe dejar de hablar con Fred, pero eso no es posible. Ni ese día, ni nunca. Lo único que necesita para seguir vivo es sentir que permanece a su lado, charlar con él y compartir su vida y piensa seguir haciéndolo ya sea en La Madriguera, el Londres muggle o San Mungo. Porque quiere a su hermano y es lo único que importa.
Hola, holita.
Esta historia podría haber sido un crossover pero como mis conocimientos sobre "Charlie y la fábrica de chocolate" son muy limitados, no he querido meter la pata y sólo he puesto algunas referencias por aquí y por allá. Yo no creo que George se volviera loco después de perder a Fred, pero ha sido divertido plantear esa posibilidad.
Besetes y hasta la próxima.
