Yu Yu Hakusho pertenece a Yoshihiro Togashi.
Este fanfic está situado cinco años después del final del manga.
Bajo el agua
Su presencia era difícil de detectar. Siempre había estado particularmente orgulloso de eso.
Claro, hasta que Yukina lo atrapó observando el balcón del apartamento que compartía con Kuwabara, consciente de estar siendo espiada.
— Hiei — dijo a la helada noche, a pesar de que él se alejó en un abrir y cerrar de ojos, para ocultarse entre los árboles. — Hiei… Sé que estás ahí. — Yukina abrió el ventanal corredizo y habló al vacío, más allá de la baranda. — Hay muchas otras cosas que sé, también… — agregó en un murmullo, con voz temblorosa.
Oculto tras el follaje, Hiei se estremeció.
Creía haber tomado suficientes precauciones para no ser descubierto, pero aun así, sus ojos color rubí —idénticos a los propios, pero mucho más grandes y expresivos— estaban fijos en el lugar donde se escondía. El viento mecía sus largos cabellos con suavidad y, al juzgar por la triste expresión en su rostro, sabía perfectamente por qué él estaba ahí. La situación no podía ser peor.
Al cabo de un momento, se dejó ver, inseguro. Indeciso.
¿Haru estaría con ella? ¿Kuwabara se asomaría para fastidiar, como siempre? Desde la distancia que los separaba, entre el edificio y el árbol donde él se encontraba, podía distinguir el cristal de los ventanales tras la doncella de hielo. Minutos atrás, antes de oírla llamar su nombre, la contemplaba limpiar con esmero y dedicación el desastre dejado por unos crayones de colores. Muy posiblemente, aquellas rayas sin sentido y figuras disparejas eran el resultado de una tarde de diversión para Haru.
Apretó los puños.
Hiei no podía aceptar que el hijo de Yukina fuera idéntico al bastardo de Kurama. Si aún no lo encaraba por ello, únicamente se debía a lo muy impactado que quedó el día en el que ella dio a luz; sentimiento que, casi un año después, seguía sin amainar. Desde entonces, Haru creció, permitiéndole confirmar con sus propios ojos que sus rasgos imitaban a su amigo y compañero de batallas, en lugar de quien suponía sería el esposo de su hermana.
Aquel era un enfrentamiento inevitable. Yukina también lo sabía.
— Por favor, no le hagas nada a Kurama — le pidió ella de pronto, desde el balcón, alzando su melodiosa voz lo suficientemente alto como para ser escuchada. — Todo es mi culpa. Fui yo quien lo presionó… Así que... ¡Por favor, hermano!
En otra situación, aquella palabra hubiese sido todo. Más que el enojo, más que la frustración.
Y, aunque sintió un gran asombro y una pizca de felicidad, él la escuchaba como si estuviera sumergido bajo el agua. Los sonidos lejanos, amortiguados; llenos de sentidos que no conseguían alcanzarlo. Ya no sabía dónde estaba o qué debía hacer. A su vez, ella lucía difusa, con su pequeña figura envuelta en ropas humanas, como cualquier otra ama de casa joven y feliz.
Pero ella no era feliz. No podía serlo si vivía con un hombre que no amaba, criando al hijo de otro en extrañísimas circunstancias.
Al ver las lágrimas perladas que su hermana derramó al rogar por la vida del padre de Haru, comprendió que tampoco podría hacerle daño nunca. Porque quien fuera el objeto de su afecto aportaba al menos una sonrisa en un mar de desdichas, y su agonía las reduciría todas.
La observó a la distancia, manteniéndose frío ante sus palabras infames. ¿Que Kurama no había hecho nada? Y una mierda. Le hizo un hijo y la abandonó con el idiota sin decir ni una sola palabra, como un miserable. Como un mentiroso.
Sabía que jamás podría enfadarse con ella, sin importar qué hiciera, por lo que la amargura que dedicaba al zorro alcanzaba por los dos.
Desde su lugar, Yukina gritó algo más a la noche estrellada, pero Hiei ya había desaparecido.
Fin
