Este fanfic es un AU sin hechicería donde Tōji tiene una trabajo como guardaespaldas, además, debo colocar otras advertencias:

↳ La siguiente narración puede contener: descuido/negligencia infantil y humor negro/ácido, de igual modo habrá escenas sexuales explícitas entre dos personas del mismo sexo. Por favor, querido lector, si no te gusta, no lo leas.

↳ Pareja eventual: Fushiguro Tōji x Satoru Gojō

↳ Quiero agradecer a mi beta, Mia Topazio, quien revisó este proyecto.

↳ Actualizaciones lentas.

Nota reconfortante: La historia mejora progresivamente, no todo es tristeza aquí.


PRÓLOGO

Fushiguro Megumi, a sus siete años de edad, había desarrollado un oído fino dadas las cosas que pasaban de noche en su casa. Tenía que mantenerse alerta ante cualquier eventualidad, por lo que era de los que poseían el conocido «sueño ligero».

En esta ocasión, un brusco golpeteo intermitente en la puerta de la entrada fue lo que le hizo abrir los ojos, aún somnolientos.

«¿Será Padre?» se cuestionó, mas no podía abrir la puerta. Si se trataba de su papá, debía ser capaz de abrir por su cuenta… más o menos, a no ser que estuviera muy maltrecho.

Bajó de la cama con resignación y se acomodó la playera de pijama, que le cubría un hombro y le caía por el otro. Esta, además de quedarle casi como toga, no era suya, era de su padre, Fushiguro Tōji. Él decía que no tenía sentido comprar ropa para dormir a un niño, ya que pronto crecería y habría sido un desperdicio de dinero.

Asomó la cabeza por la puerta de la habitación. El pasillo sumido en completa penumbra no le permitía distinguir más que los muebles y eso porque sabía dónde se localizaban.

Luego de unos instantes, la puerta de la entrada se abrió dejando pasar a una figura alta, musculada, que parecía avanzar con dificultad. Aquel hombre lanzó una bolsa de tela en dirección a la sala, que hizo un ruido seco al caer; estiró un brazo, para activar el interruptor de la luz. Acto seguido, se desplomó en el suelo y tosió un poco; con un poco más de esfuerzo, se tumbó sobre uno de sus costados.

Megumi salió de la habitación y se dirigió a la de su padre, con el objetivo de sacar una gran caja metálica que se guardaba debajo de la cama. Era pesada, por lo que solía empujarla hacia donde fuera que fuese su destino.

Cuando llegó donde su padre, le pasó por encima, con cuidado de no caer sobre su cuerpo o pisar la sangre que comenzaba a acumularse en suelo, cosa que casi malogra, pues sintió como una mano, carente de la fuerza de costumbre, lo tomaba de la pierna, algo más arriba del tobillo.

—Voy a cerrar la puerta —habló con voz queda.

Justo después de eso fue soltado. Hizo lo que dijo y reparó en el amplio corte que su padre exhibía a la altura de las costillas. Era como tener de frente a un enorme animal herido, en una actitud mansa para que te acercaras sin temor a que rasgara tu garganta, y que curaras sus heridas.

Si Megumi no se mostraba sorprendido en absoluto, era porque no se trataba de la primera vez que observaba algo así. En el pasado le tocó presenciar algo mucho peor, por lo que, en comparación, su padre venía en buenas condiciones.

—No te quedes ahí parado —musitó Tōji en un tono miserable—. Hazlo como te enseñé.

Megumi salió a trote hacia el pequeño vestíbulo del baño, de donde sacó un par de toallas con manchas de sangre que jamás pudieron ser removidas. Las colocó a un lado de la caja metálica y salió en dirección a la cocina para lavarse las manos.

Regresó de inmediato y le quitó la tapa a la caja, colocándola boca arriba y pasando a ésta unas tijeras, un envase plástico blanco, uno azul marino y otro amarillo, un cilindro como el de la pasta de dientes, algodón, algunas gasas, aguja e hilo quirúrgicos.

Se colocó un cubrebocas y el resto lo hizo con las manos desnudas, porque no había guantes y tampoco sabía que debía emplearlos. Destapó el envase blanco, tanto por el olor como por cultura universal, sabía que era alcohol; vertió un poco sobre sus manos y lo frotó hacia arriba hasta los codos.

Tomó las tijeras y abrió la ropa por el costado, revelando la herida y una buena parte del torso de su padre. Quiso pensar que no era profunda, porque no podía ver más que carne expuesta y porque su padre se mantenía consciente, sin lloriquear.

Siguió con el envase azul marino. Llenó la tapa del frasco con el líquido y la dejó caer sobre la herida. No sabía por qué ocurría, pero cuando aplicaba eso comenzaba a aparecer una espuma blanca. Tōji le comentó que eso pasaba porque mataba bacterias; era una explicación que le servía y no cuestionaba.

Destapó una gasa, la mojó con lo que contenía ese frasco azul y la pasó de arriba abajo por los alrededores de la herida. Botó el material que iba dejando de utilizar a un lado suyo, opuesto a donde estaba la caja y entre cada objeto que tomaba se frotaba alcohol, salvo cuando se manchaba con un poco de sangre, entonces primero limpiaba sus manos con una de las toallas.

Pasó otra gasa sobre la herida para quitar la espuma blanca y continuó con el envase amarillo, que en inglés decía: Iodine povidone 10%; medio lo podía leer, no sabía lo que significaba. Ese tenía un gotero del que se ayudaba para dejar caer un líquido de color café oscuro. Sabía que debía poner suficiente, pero no demasiado, por lo que también empleó un hisopo muy largo para esparcirlo mejor. De igual modo, tomó un algodón, le puso de la cosa esa y lo pasó una vez por el contorno de la lesión.

Tōji tosió un poco.

Lo siguiente que hizo Megumi era algo que aún le costaba trabajo. Tomó una aguja curva de un empaque sellado junto a un hilo negro, también sellado, lo ensartó y comenzó a "coser" la piel del torso para cerrar la abertura. En cada punto debía hacer un nudo, cortar el hilo y repetir. No le gustaba hacer eso, se le resbalaba de las manos y, a veces, jalaba por accidente el punto, desgarrando ligeramente la piel; a primera vista parecía imperceptible, pero los gruñidos lastimeros y ocasionales jadeos afligidos de su padre, le confirmaban que no era algo tan inapreciable como creía.

No se podía culpar al niño, él aún no conocía que existía una técnica apropiada para efectuar aquello y que involucraba algunas pinzas quirúrgicas, amén de otras medidas sanitarias, pero se tenía que aplaudir lo que sabía hacer a tan corta edad.

Con el paso de los minutos, quizá horas, Megumi dio por finalizado su trabajo. Se hallaba en extremo cansado, por poco y no termina de suturar por tanto cabecear.

Por último, tomó el tubo con forma de pasta de dientes, extrajo algo que parecía pomada y lo untó por encima de la herida cerrada. Al finalizar, no aguantó más y se dejó caer sobre la cintura de su padre, donde se quedó dormido en una posición incómoda, pero a la que no prestó la mínima importancia hasta el día siguiente.


Megumi abrió los ojos con pesadez cuando un molesto pitido intermitente alcanzó sus oídos. El sonido era lejano, aunque no por eso menos audible para él. Era el despertador de su cuarto. Si lo hubiera dejado cerrado, seguro no habría alcanzado a escucharlo.

Tenía que ir a la escuela.

Se sentó sobre las rodillas y por inercia se dejó ir hacia atrás, recargándose contra la pared del estrecho pasillo. Sentía pesados los hombros, le dolía el cuello y la parte alta de la espalda. Tōji seguía tirado e inconsciente en el suelo.

Con mucho trabajo y desperezándose en el proceso, logró ponerse en pie. Se dirigió al cuarto de baño para lavarse la cara y después a su habitación, para colocarse el uniforme.

Recogió los algodones, las gasas, las envolturas y todo lo que había utilizado la noche anterior para depositarlo en el cesto de basura. De igual modo guardó los materiales en la caja de metal, después de limpiarlos, pero la caja la dejó. Le tocaba a su padre guardarla cuando despertara.

Se dirigió a la sala y fue por la bolsa de tela que su padre arrojó al llegar como si contuviese algo nauseabundo. Megumi sacó con mucho cuidado todo lo que esta contenía: algunas pistolas, cartuchos y paquetes de balas, un cuchillo militar, cilindros sospechosos que no se arriesgaría a abrir, una muda de ropa bien compacta, una condonera, algunos papeles, cinturones, correas y ¡bingo! Dio con un sobre color beige, el cual, era demasiado grueso, con toda seguridad, era el más grande que había visto hasta ahora. Lo abrió con el cuchillo militar, pues era lo que tenía cerca y como la costumbre dictaba tomó exactamente la mitad de los billetes de alta denominación. No, no estaba robando; se trataba de un pacto. Tōji le dijo que siempre le sacara la mitad y lo escondiera donde él no pudiera encontrarlo, así dispondrían de un "guardadito" que podían emplear para saldar las cuentas del hogar, conseguir medicamentos y cosas esenciales para Megumi, como pagar la colegiatura, sus cosas de la escuela, uno que otro médico y así. El resto del dinero Tōji lo gastaba en ropa, comida, apuestas (que siempre perdía) y putas.

En la cocina, Megumi se sirvió algo de cereal con leche sin mucho ánimo y bebió un yogurt más de fuerza que de gana. Tomó uno de los almuerzos, comprados de la tienda de conveniencia, que tenía en el refrigerador y lo metió a su mochila.

Se dirigió a la habitación de su padre, jaló una de las cobijas de la cama y se la echó encima al cuerpo, ahora, no tan moribundo de la entrada. Por último, agarró dos onigiri del refrigerador, también eran comprados, uno lo destapó y le pegó un mordisco, lo comería de camino a la escuela, poco le importaba si no debía caminar y comer en la calle, era eso o que el estómago lo molestara durante las clases; el otro, se lo puso a su padre encima de la cabeza.

—Ya me voy —dijo, por costumbre, sin hacerse ilusiones por una respuesta que no llegaría y, sin perder más tiempo, cerró la puerta a sus espaldas y se fue directo a la escuela.


Saben, siento que la relación de padre-hijo de Tōji y Megumi sería bieeen complicada, pero llevo un tiempo queriendo escribir sobre ellos ;v; Y eventualmente meteré a Gojō para que les de color a sus vidas. xD De lo contrario esto sí sería bien triste...