Levantarse. Ir a la escuela. Entrenar. Estudiar. Dormir. Y volver a empezar.

Eso, intercalando las comidas del día, era la intensa y rutinaria vida de estudiante de preparatoria de Kohaku. No se quejaba, aunque el mejor momento del día eran las horas que pasaba entrenando, no podía esperar a terminar la escuela para iniciar su carrera profesional. Se había iniciado en las artes marciales mixtas desde pequeña, y continuó en el club de la escuela, pero era tan talentosa que también la convocaron desde el club de kendo, donde aprendió muchísimo. Allí encontró la pasión por el manejo de las espadas que no sabía que tenía, lo disfrutaba muchísimo, y en menos de un año estuvo a la altura del dominio y técnica de varios de sus senpais.

Entrenaba con tanta dedicación, que no era la más popular entre sus compañeros de estudio, ya que siempre prefería eso a salir y hacer otras actividades típicas de los jóvenes. Y en cuanto a los chicos, la mayoría le tenían miedo porque sabían lo fuerte que era, además de tener un temperamento bastante intenso y de molestarse fácilmente, sin perdonar ni siquiera una broma a su costa. No le importaba realmente, no iba a perder el tiempo en gente y dinámicas que no le interesaban, tenía tan en claro lo que le gustaba y lo que quería, que nadie iba a ponerla en duda sólo por "encajar" en uno u otro círculo de amistad o por más reconocimiento. De todas formas, cuando terminara la preparatoria, era de esperar que no volvería a encontrarse con ninguno de aquellos compañeros.

Sin embargo, Kohaku por su parte se llevaba bien con hombres y mujeres por igual, y aunque en actitud era poco femenina y hasta ruda, físicamente era muy curvilínea y atractiva, además de también tener un bello rostro, sus ojos aguamarina destacaban particularmente junto a su cabellera rubia, siempre atada en una coleta alta. Halló una bonita amistad con otras dos jóvenes que se parecían un poco a ella, también luchadoras y con una personalidad un tanto intimidante: Nikki, del club de Judo, y Kirisame, del club de kendo como ella. Las tres eran las chicas más respetadas –y temidas– de la escuela por su increíble destreza y fuerza en la lucha, y ya estaban en su último año.

Kohaku no se destacaba en su inteligencia racional, era más de actuar antes de pensar, muy impulsiva, pero así también era muy sincera y generosa, siempre dispuesta a ayudar a los demás y a actuar sin esperar un beneficio a cambio. Y a pesar de la fama que le hacían de ser tan temperamental, solía mantener una expresión confiada y sonriente. En la vida tenía dos cosas que adoraba: Entrenar, y su hermana mayor, Ruri. Se llevaban solamente dos años de diferencia, y eran bastante parecidas en apariencia, con la diferencia de que Ruri llevaba el pelo más largo y siempre suelto. Aunque en sus personalidades sí eran completamente distintas: Ruri era mucho más serena, dulce y femenina, una alumna brillante, y mucho más interesada en lo intelectual que en los deportes. Pero a pesar de ser tan opuestas, se querían mucho y se llevaban maravillosamente bien, siempre atentas al ánimo y la salud de la otra.

La joven se había también hecho una particular costumbre en el último año: Dos veces por semana, cuando volvía a su casa luego de entrenar, compraba en un mercado una lata de atún. Pero no era para ella, sino que se la daba a un gato con el cual se había apegado bastante. Era un gato hermoso, particularmente grande, de largo y sedoso pelo marrón, y unos ojos almendrados de un color cobrizo. No tenía collar, y parecía ser callejero, siempre estaba sentado sobre una pared de ladrillo, mirando los movimientos de la calle. No era habitual que un gato siguiera con tanta atención y vigilancia los movimientos humanos, pero eso era algo que llamaba la atención sobre él.

Como lo veía en el mismo lugar todos los días, una tarde Kohaku bromeó y lo saludó al pasarle por al lado. El gato la siguió con la mirada un largo rato, olfateando el aire hacia ella, y la rubia antes de doblar a la esquina lo miró una vez más y le sonrió. Al día siguiente, cuando volvió a cruzárselo, se sorprendió de que él ya la hubiera detectado y la miraba atentamente, y cuando ya estaba cerca, fue él quien le maulló, a modo de saludo. Kohaku se paró en seco, y lo miró ligeramente boquiabierta. ¿El gato la había saludado? Definitivamente la estaba mirando a ella, y maulló en su dirección. Como le gustaban los animales y era confianzuda, se acercó un poco más, y levantó lentamente una mano, acercándosela al hocico del gato para que se la oliese, no quería asustarlo. El hermoso animal la olió, y luego rozó su boca y costado de su cabeza contra la mano de Kohaku, y luego se volvió a enderezar y la miró a los ojos. Emocionada por lo manso que era, decidió acariciarlo, y el gato ronroneó suavemente, entrecerrando los ojos.

Luego de un rato de disfrutar de acariciar ese largo y suave pelaje, y lamentando no tener nada de comer para ofrecerle, Kohaku se despidió de él y siguió el camino hasta su casa. Pero más adelante, sentía como que alguien la estuviese mirando, y cuando se dio vuelta, vio que el gato grande la estaba siguiendo. No sabía si incentivar que la acompañara, le preocupaba que el gato luego no pudiera volver a su zona habitual. Quizás tenía hambre, y la seguía con la esperanza de conseguir algo de alimento, pobrecito. Ella no tenía problema, hasta podría considerar adoptarlo y darle una mejor vida, pero Ruri era muy alérgica y sensible en cuanto a lo respiratorio, por lo cual nunca pudieron tener mascotas.

- Perdona –le dijo al gato como si la entendiera– pero no tengo comida ahora, y no te puedo llevar conmigo, en mi casa no podemos tener animales. Vuelve a tu lugar, bonito, no te pierdas.

El gato la miró atento, y cuando ella reanudó la marcha, volvió a seguirla. Por supuesto que Kohaku se estaba sintiendo cada vez más apenada por la situación, por lo que tuvo que ser firme e ignorarlo el resto del camino, quizás se daría la vuelta. Pero no sucedió como pensaba, ya que cuando llegó a su casa, no lo hizo sola. Respirando hondo y pidiéndole perdón una vez más, entró. Eso le pasaba por ser cariñosa con un gato callejero, tenía que haberlo pensado antes.

Al día siguiente, cuando salía hacia la escuela, jadeó de sorpresa cuando vio al enorme gato marrón sentado en la vereda de su casa.

- ¿Qué…? Nooooo, ¡¿estuviste aquí desde ayer?! Ay no, esto es mi culpa… ¿y ahora qué hago? –Dijo en voz alta mortificada– ¡Ah! ¡Ya sé! Sígueme, gato, te llevaré de vuelta a tu lugar.

A pesar de decir eso, el gato no se movió de allí, no parecía interesado en la propuesta. Bueno, tal vez la seguiría por su cuenta luego, como había hecho el día anterior. Pero eso no sucedió, y lo peor de todo fue que esa tarde cuando volvió a su casa, se encontró nuevamente con el gato allí esperándola. La culpa le pudo más que la razón, y fue a comprarle una lata de atún. ¿Cómo podía un gato haberse pegado a ella, siendo que ni siquiera lo había alimentado antes? Fue una sola tarde, una caricia, y ya… y ahora tenía al gato allí. Volvió, y le abrió la lata, que el gato comió enseguida con la cola bien erguida y ronroneando. Kohaku se le sentó al lado, para esperar a que termine y tirar la lata vacía a la basura, convencida de que con eso se había ganado el tener al gato aún más pegado que antes. Lo más adorable, y a la vez peor, fue que la miró con sus ojos cobrizos, y le maulló con la cabeza bien alta, era un agradecimiento bastante digno.

Se despidió del gato, intuyendo que volvería a verlo por allí, y se fue a bañar antes de ponerse a estudiar. Su habitación daba a un pequeño jardín trasero, con un árbol grande y robusto que desde chiquita le gustaba trepar, y se veía desde la ventana. Cuando volvió a su habitación luego de la ducha, limpia y refrescada, soltó un jadeo de horror cuando vio al enorme gato marrón sentado en la rama del árbol que daba a su ventana. Oh, no. Oooooh, no. Pero algo más le dio mucha curiosidad, ¡¿cómo demonios sabía el gato que su habitación justo daba a esa ventana?! Ah, el olfato. Cierto, los gatos eran mucho más sensibles en sus sentidos que los humanos, de seguro había sentido su olor más marcado allí. Kohaku se asomó a la ventana, y suspiró largamente.

- Oye… todo bien, pero tienes que entender que hasta ahí puedes quedarte, no puedes entrar a mi habitación, y no soy tu dueña. ¿Entendido?

Para su sorpresa, el gato emitió un breve sonido, como si le estuviese contestando. Kohaku entrecerró los ojos y lo miró fijo, y él le devolvió la misma mirada atenta. Las siguientes horas trató de no mirar mucho por la ventana, para no demostrarle interés, aunque le costó horrores contenerse, tenía mucha curiosidad de por qué ese gato se había apegado a ella de esa forma, con tan poco. Como era de esperarse, al día siguiente seguía estando allí, sólo que sentado en la rama del árbol, y no ya en la vereda. Lo distinto, fue que esa mañana sí caminó tras ella, y se detuvo al llegar a su paredón de siempre. Eso fue un alivio para Kohaku, al pensar que quizás el gato no se había ido porque estaba asustado o inseguro de volver, además del hambre, aunque aparentara mucha calma y seguridad. Pero no, y realmente le dio curiosidad saber qué pasaba por la cabeza de ese gato, ya que cuando ella volvió, por la tarde, el gato la volvió a seguir de vuelta a su casa.

Cuando estaba a unas calles de llegar y dio vuelta a la esquina, Kohaku se sobresaltó cuando oyó dos perros ladrar. Estaban siendo paseados por sus dueños, con correa, pero se ladraban y mostraban los dientes de una forma agresiva y ruidosa, y sus dueños tironeaban para evitar que se ataquen. Y para su sorpresa, de pronto el gato marrón saltó delante de ella, erizando todos los pelos de su cuerpo y curvando el lomo para parecer más amenazante, además de dilatar mucho sus pupilas y emitir gruñidos y siseos muy sonoros, lo que le dio un escalofrío a la joven. Tan sereno y mimoso parecía, y de pronto estaba hecho una fiera, curiosamente daba la impresión de que la estuviera defendiendo.

Por las dudas, para que no salga herido, se arriesgó a levantarlo, y el gato se dejó. Se cruzó de calle y apuró el paso, soltándolo más adelante. Aunque tenía las orejas bajas, la miró y la siguió nuevamente hasta su casa. A Kohaku le dio mucha ternura la valentía y protección del gato grande, y no pudo con la tentación de comprarle otra lata de atún como agradecimiento. Mientras lo observaba comer, se le sentó al lado y le dijo:

- Bueno, si vamos a ser amigos, prefiero ponerte nombre y que no seas sólo "gato". Hmmm, pareces ser todo un líder, el "rey gatuno del barrio", un león con apariencia de gato adorable… así que te llamaré Tsukasa. ¿Te gusta, o pienso otro?

Mientras se relamía entre bocados, la miró con sus ojos cobrizos, y emitió un sonido como un ronroneo sonoro. Kohaku soltó una carcajada ante eso.

- ¿Será que me entiendes? Eres un gato muy especial. Me da mucha pena no poder adoptarte, pero mi hermana sufriría problemas de salud respiratorios. Así que vamos a ser amigos en secreto –El gato, inaugurando su flamante nombre, irguió el rabo orgullosamente, y maulló con suavidad.

La "amistad" seguía siendo puertas para afuera, excepto los días de lluvia que Kohaku tenía piedad y lo dejaba entrar a su habitación, pero cerraba la puerta con traba por las dudas, para que su familia no se enterara. Como todavía estaban con un tiempo primaveral agradable, la rubia solía dejar la ventana abierta cuando estaba allí, de forma que el gato pudiera sentarse en el alfeizar de la ventana. Kohaku no tenía el presupuesto para comprarle latas de atún todos los días, y estimaba que el gato buscaba su propio alimento también, pero compró una bolsa de alimento seco para darle ocasionalmente, y unos meses después decidió comprarle dos latas a la semana. Tsukasa la acompañaba cuando salía de su casa, se quedaba en el paredón que tanto le gustaba, y a veces ella lo encontraba allí a la vuelta, otras, simplemente aparecía al rato en el árbol de su patio trasero. No siempre estaba con ella, pero se aseguraba de aparecer y "saludarla" todos los días.

Una noche, cuando estaba exhausta y cansada de tanto estudio aburrido para la escuela, se tiró en la cama, y Tsukasa entró a la habitación –lo cual ya tenía permitido, era un consuelo hermoso acariciar ese largo y suave pelaje, y que su ronroneo reverberara en sus manos, y en su pecho o estómago cuando él se le subía encima. Kohaku le rascó las orejas, y el gato cerró los ojos complacido, disfrutando la caricia.

- Me gusta mi vida, pero si te soy sincera, Tsukasa… también me gustaría ser una gata por momentos. Al menos una de interior, los callejeros la tienen más difícil. Sin responsabilidades ni preocupaciones más que el presente y conseguir comida, poder dormir la mitad del día, echarme panza arriba en alguna terraza o cama para disfrutar del sol y el calor, y que me llenen de caricias o mimos –suspiró cerrando los ojos, con una sonrisa en la cara– Desearía ser una gata así.

El gato la miró atentamente durante varios segundos, y luego le lamió la mano y se frotó contra ella. Kohaku se dejó llevar por el adormecedor calorcito que le generaba Tsukasa, y lo acarició hasta que los párpados le pesaron, y se quedó dormida de esa forma.

Cuando despertó, con los primeros rayos de luz filtrándose por su ventana, parpadeó varias veces al notar que veía colores extraños de lo que se suponía era su habitación. Veía todo un poco menos nítido –raro, porque ella tenía una "vista de águila" desde pequeña– y en colores mayormente azules y verdes, algunos amarillos, y todo a su alrededor era desproporcionadamente grande. Pero por más que parpadeó, esa visión particular no se fue, y comenzó a asustarse. En cuanto se movió, notó varias cosas extrañas con su cuerpo, y cuando se miró, se encontró con un profuso pelaje corto y rubio, un pelaje animal, que la cubría enteramente. ¿Estaba en un sueño? Seguro, pero se sentía demasiado real. Gritó, confiando en su voz humana, pero lo único que salió fue un maullido desesperado. Podía pensar como humana, pero no hablar.

Con su grito, inmediatamente apareció delante de ella un gato…el cual conocía. Era Tsukasa, pero ahora se veía del mismo tamaño que ella, incluso más grande. El gato marrón la olfateó y le lamió la cabeza, y luego habló. O, mejor dicho, maulló, pero ella lo entendió con una voz humana masculina, curiosamente.

- Tranquila, no te asustes. Es lo que querías, ¿no?

- ¡¿EH?!

- Ser una gata. Deseaste serlo, yo te lo cumplí.

- ¿Tú…? –Recordó vagamente que antes de dormir, había dicho esas palabras– Espera, ¿acaso los gatos pueden convertir a humanos a voluntad? ¡Es una locura!

- No, no todos los gatos, solamente yo... al menos en un área grande. No conozco las dimensiones completas del territorio humano, sólo al que yo pertenezco y vigilo.

- ¿Así que eres como un "rey gato"?

- Algo así –Los gatos no sonreían, pero su tono se suavizó y sonó similar al de alguien sonriendo.

- No termino de entender cómo funciona, es irreal. Pero, ¿cómo vuelvo ahora a ser humana?

- No puedes hacerlo. Ahora eres una gata.

- ¡¿QUÉ?! NO… no quiero quedarme como gata, no lo pedí en serio. Tenía una vida como humana, una que quiero recuperar.

- Perdona, pero sentí en tu corazón que lo decías con sinceridad. Yo no tengo el poder de revertirlo, y nunca antes alguien lo había pedido.

- ¿Convertiste a otras personas también?

- Sí, algunas pocas. Solamente cuando percibo un deseo fuerte, o una situación límite en que lo dicen. No siempre estoy alrededor cuando despiertan en su nueva vida, pero de los que me he cruzado, ninguno se quejó. Encontraron buenos hogares y continuaron su vida. Como tienen alma humana, los de su especie original los ven como más intuitivos e inteligentes, y son adoptados con mayor facilidad, o se las rebuscaron para hacerlo.

- ¿Tú eras un humano? Pensé eso de ti también, me contestabas mis palabras y todo.

- Uhm, si lo fui, no lo recuerdo. No puedo descartarlo.

- Pero en mi caso… para mi familia, habré desaparecido de un día a otro. ¡Y no puedo quedarme con ellos porque mi hermana es alérgica!

- Lo siento, no lo sabía.

- ¿O sea que no me entendías realmente? Porque te lo dije.

- No. Alcanzo a percibir la intención en el tono de voz humano, y cuando te respondí, era en base a ese instinto, y por la experiencia de lo que vengo entendiendo en mis interacciones con humanos, solamente eso.

- Oh, ya veo… no puedo echarte la culpa realmente. Pero, ¿por qué te apegaste tanto a mí? Un día te saludé, y al otro ya me seguiste y fuiste como una sombra.

- Tú me prestaste atención primero. Sólo seguí mi instinto, no puedo explicarlo de otra forma. Y luego me alimentaste cada vez más seguido.

- No puedo creer que no sea un sueño, o una pesadilla, mejor dicho. Voy a buscar la forma de volver a ser humana, no me importa cuánto tiempo me tome.

- Está bien. Trataré de ayudarte. Estoy…

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, y una voz femenina se oyó tras ella. Pero los gatos no entendían ya las palabras humanas, aunque Kohaku sí identificó que se trataba de su hermana mayor, y le resultó confuso y se puso ansiosa.

- Kohaku, ¿te quedaste dormida? Vas a llegar tarde a la escuela. Permiso, voy a pasar.

Mientras oían esa suave voz, la puerta se abrió, y los gatos se alarmaron, aunque no alcanzaron a irse. La joven que entró soltó un jadeo de susto y sorpresa, al encontrar dos gatos desconocidos en la habitación de su hermana, y ella no estaba. La ropa de dormir de Kohaku seguía en la cama de forma desordenada, y una gata estaba allí tranquilamente subida a la cama. Ruri no se atrevió a entrar a la habitación para echarlos, ya que sabía que era muy sensible y alérgica a sus pelos, por lo que se quedó muy quieta y llamó con una voz asustada y urgente a su padre, para que se acercara. Si los gatos llegaban a escapar hacia el interior de la casa, iba a ser mucho peor para ella. Unos segundos después un hombre alto y fornido apareció, y cuando Ruri le señaló los intrusos, él no dudó en entrar como un huracán a la habitación, dando pisotones y moviendo enérgicamente las manos, para ahuyentarlos, mientras exclamaba con potente voz.

- ¡Fuera! ¡Fuera! ¡¿Qué demonios hacen aquí dos gatos?! ¿Dónde está Kohaku?

- No lo sé, papá. No la vi salir, pero no está.

Aterrada, porque si bien reconocía a su familia, parecer eso no era mutuo, Kohaku en su versión actual felina salió despavorida de la habitación, saltando ágilmente al escritorio y de allí a la ventana, para escapar por el árbol. Tsukasa la siguió detrás, había adoptado esa postura amenazante para protegerla a Kohaku por si el humano pretendía atacarlos, y en cuanto ella salió, él saltó detrás. Kokuyo, el padre de las jóvenes, cerró inmediatamente la ventana, y le dijo a Ruri que se mantuviera alejada de allí hasta que él limpiara todo rastro de pelaje felino que pudiera haberse caído, para evitarle un ataque alérgico y respiratorio. Kohaku y Tsukasa corrieron hasta salir de la casa, y luego él la guió hasta el paredón habitual suyo.

- ¡¿Qué voy a hacer ahora?! –dijo desesperada.

- Vida de gato. Caza para alimentarte, o trata de buscar un humano que quiera adoptarte. Si te quedas por aquí, yo te protegeré, puedes quedarte cerca de mí por la noche, tengo algunos refugios seguros por aquí y en el parque cercano, no te preocupes.

- ¿Cazar? –Preguntó con asco– ¿Tengo que matar y comer palomas y ratas ahora? ¡No, qué asco!

- Te ganarán tus instintos. Tal vez puedas seguir pensando como humana, pero tu cuerpo y tu cerebro ya son de gato, por lo tanto, sin darte cuenta harás cosas así en cuanto te calmes. No sé si es algo progresivo, o si en tu caso siempre conservarás el pensamiento humano. Pero ya notaste que no pudiste entender las palabras de tu familia, ¿me equivoco?

- No, es verdad –maulló baja y lastimeramente.

- Veré si puedo conseguir algo para ti, hasta que te adaptes. Pero lo mejor sería que le agrades a un humano, y te adopte. Tú me alimentaste, y luego me abriste al menos el lugar hacia tu habitación. Seguro que podrás hacerlo, te ves limpia y sana.

- ¡Ah, maldición! De acuerdo, no tengo otra opción por ahora.

Kohaku, frustrada con su nueva y fantasiosa realidad, se bajó del paredón y caminó con precaución. Lo bueno era que conservaba sus recuerdos y su orientación, al menos por el momento. Caminó durante largo rato, sin un rumbo definido, recorriendo las calles tranquilas de su barrio pensando qué hacer. Para colmo, no tenía la más mínima idea de lo que necesitaba para volver a su forma humana, y el único que podía saberlo, confesó que tampoco podía ayudarla con eso. Se mentalizó de que tendría que vivir varios días como gata, aunque lo que más le apenaba era que su familia se iba a preocupar mucho, y no tenía forma de comunicarse con ellos ya. Podría tratar de insistir y que vean que en realidad era ella convertida en gata, por más fantasioso que pareciera, pero si encima Ruri era tan alérgica y su padre la podía sacar a escobazos de la casa, no tenía sentido intentarlo.

- Hola gatita, ¿eres nueva en el barrio?

Aunque Kohaku estaba perdida en sus tristes e impotentes pensamientos, sus aún más finos sentidos captaron la presencia de alguien cercano a ella. Instintivamente se giró de frente a la "amenaza" y adoptó una postura alerta y lista para la lucha. Tuvo que mirar hacia arriba para encontrar el emisor de aquellas palabras, o, mejor dicho, de aquel maullido: Un gato grande y esbelto, de un reluciente pelaje corto de un gris platinado, con unos ojos azules muy vibrantes. Con mucha agilidad, el gato saltó del alfeizar de una ventana, aterrizando en el mínimo borde de otra del piso inferior, y luego dio otro gran salto más para tocar el piso suavemente con sus patas, absorbiendo el impacto del descenso. Dio unos pasos muy sigilosos y dignos hacia ella, con el rabo en alto.

- Qué gatita linda y llamativa, ¿cómo te llamas? –preguntó con un maullido melodioso y suave.

Oh, genial. Se había olvidado que, como gata, tendría que lidiar con otros animales. Este no parecía predispuesto a pelear, pero no le gustaba el exceso de confianza. Podía ser un juego ligeramente amenazante para luego recordarle que estaba en territorio ajeno, o quizás simplemente era un gato en celo. Curiosamente, recordó que los animales machos no tenían épocas de celo, sino que "siempre estaban listos", más bien esperando a que la hembra entre en celo. Volviendo al presente, decidió contestar, no tenía idea qué tan severamente los gatos tomaban la intromisión en su territorio.

- Kohaku.

- Qué apropiado, ¿te lo pusieron por el color de tu pelo? Nunca había visto un gato de ojos aguamarina antes.

- No soy un gato –soltó, sin tomar en cuenta lo ridículo que sonaría eso dada su apariencia.

Pero el gato gris, en vez de burlarse, afiló sus ojos y la miró muy fijo, lo que la hizo encogerse un poco, alerta. Los dos se quedaron mirándose sin parpadear, quietos como estatuas.

- Hasta que conozco a alguien como yo. ¿Eras humana?

Las orejas de la gata rubia, antes bajas y pegadas a su cabeza por la posición defensiva, se giraron hacia adelante, en plena atención del gato. Sus ojos se abrieron mucho, y sus pupilas se dilataron con sorpresa e interés.

- Sí, ¿cómo te diste cuenta? ¡¿Tú también fuiste convertido?!

- Porque dijiste "no soy un gato". Y sí, el año pasado. Ese gato marrón mágico.

- ¿Tsukasa?

- No sé su nombre, gatita Kohaku. Por cierto, no me presenté. Me llamo Stan.

- ¿Tú también pediste el deseo de ser gato?

- Algo así. Me estaba escapando de una situación comprometedora, saliendo por la ventana de una casa para evitar que me atrapen, y mientras estaba esperando mi momento para salir, ese maldito gato estaba ahí sentado mirándome fijo, como juzgándome.

- ¿Eras un ladrón? –Preguntó con cautela.

- No… pero podría decirse que le estaba "robando" a alguien –nuevamente, el tono de ese maullido sonó de una forma sugerente, ya que su expresión facial gatuna no podía acompañar su gesto intencionado.

- Ah, ya entiendo… toda una "gata rompe-hogares" –bufó.

- Más bien atendí el pedido de la gatita hogareña, no es mi culpa que no la mimen bien. Así que, ¿qué haces por aquí?

- Buscando comida que no implique destripar ratas o pájaros. Tal vez un hogar, ya que no puedo volver con mi familia. Hasta que encuentre la forma de volver a ser humana.

- ¿Para qué quieres volver a eso?

- ¿Eh? ¿Tú no?

- No, estoy bien así. No está nada mal esta nueva vida, disfruto igual, me preocupo menos, y mi humano me consciente bastante, ya lo tengo dominado.

- ¿"Dominado"?

- Observé que le gustan mucho las formas, los detalles, la elegancia. Todo cuidado y en su lugar, y no se priva de gustos. Así que me porto bien y luzco como un señor gato muy digno, me mantengo limpio, le permito acariciarme donde quiera, le hago compañía, a veces me muestro adorable… y listo, me aseguré la mejor comida, un hogar calentito y cómodo, camas y muebles para gatos, y demás.

- ¡Ja! Eres un manipulador.

- Hago lo que se espera de mí, un gato agradecido con que le hayan dado un hogar. Primera lección inteligente, gatita.

- Sí, inteligente sin dudas.

- Mi humano se va temprano por la mañana y vuelve a la tarde, así que tengo la casa para mí. Cuando quieras comer y luego dormir calentita, puedo hacerte un lugar –Y maulló más suave y combinado con un ronroneo, dando un paso hacia ella– Entre dos se duerme mejor.

- ¡Eres un atrevido! –siseó Kohaku– ¡Ya me parecía que no podía confiarme contigo!

- ¿Qué tiene de malo? Te ofrezco alimento de calidad, un sueño tranquilo y cómodo, y cada tanto un poco de amor. Eso último es lo único que extraño de mi vida humana.

- ¡Ni hablar! –Gruñó agudo, curvando el lomo con el pelo erizado– ¡Aléjate de mí!

- Más bien eres tú la que se metió en mi territorio, así que cuida lo que dices –el gato se paró de una forma más erguida, imponente– Sólo fue un ofrecimiento, si vas a ponerte agresiva, podría darte una muestra de lo que pasa cuando pones esa actitud en territorio ajeno.

Kohaku dio un paso atrás ante esa repentina amenaza. Se había confiado en que como Stan también había sido humano, no iba a tener actitudes instintivas de gato, pero Tsukasa le había advertido que a ella también le iba a suceder de reaccionar fuera de su control racional, simplemente siguiendo las reglas del mundo animal, cediendo a sus instintos sin poder controlarlos. Alcanzó a pensar que quizás estos salían a flote ante una situación límite, o que los despertaran de alguna forma: Alimento, territorio, auto preservación. Lo estaba aprendiendo muy rápido, por las malas. Intuía que no saldría bien parada de una pelea "callejera" contra un gato evidentemente más grande y fuerte que ella, acostumbrado a su cuerpo animal, al contrario de ella. Quizás había sido muy fuerte y hábil como humana, pero apenas llevaba unas horas como gata, ni siquiera había usado sus garras y dientes apropiadamente. Tenía que huir, pero no podía darle la espalda, eso lo sabía.

El gato gris dio unos lentos pasos hacia ella, muy lentos, con las orejas bajas y las pupilas dilatadas: Una actitud de caza. A Kohaku se le erizó hasta la cola, e instintivamente se agazapó aplanando las orejas a los costados, no para atacar, sino mostrando sumisión y así dar a entender que quería evitar la pelea. Stan emitió un gruñido bajo y largo, pero no avanzó más. La gata dio un cauteloso y lento paso más hacia atrás, sin quitarle los ojos de encima. Percibió un cambio de energía totalmente distinto, además del de la actitud, cada vez más dominante e imponente, y sintió miedo. Grave error, ya que los animales eran especialmente sensibles a las feromonas de la adrenalina generada por el estrés del miedo. Eso hizo que el gato macho pronunciara su actitud amenazante, aunque todavía no daba señales de que fuera a atacarla realmente. Lo único que pudo pensar en ese momento, y desear con todas sus fuerzas, era que alguien la ayudara, y pensó en Tsukasa, el único gato que conocía y que podía hacerle frente. Como si realmente lo hubiese podido llamar con telepatía, el enorme gato marrón apareció repentinamente, llamando la atención de ella y de Stan en cuanto aterrizó de un salto cerca.

Una oleada de alivio recorrió a Kohaku, en cuanto vio a Tsukasa reflejar la actitud amenazante de Stan, arqueando el lomo, erizando los pelos, y abriendo mucho los ojos con las pupilas dilatadas. Dio lentos y calculados pasos hacia adelante, hasta ponerse a la par de ella, protegiéndola. Si una hembra defensiva había despertado los instintos territoriales del gato gris, la aparición de Tsukasa había potenciado la feroz actitud felina de aquel. Ambos se miraron muy fijo y de forma fiera, incluso intentando mostrarse más grandes y fuertes, ninguno agachando la cabeza ni el cuerpo. Incluso se acercaron cada vez más, imitándose en dar un paso adelante, a la par que emitían un grave gruñido que terminó convirtiéndose en un maullido largo y agudo como un aullido, para luego soltar un siseo mostrando sus afilados colmillos. Todos los pelos de Kohaku se le erizaron ante esos sonidos penetrantes, los hocicos de los gatos muy cerca, midiéndose mutuamente, sin quitarse la mirada de encima, una tensión imposible entre ellos. No se atrevió a moverse ni un milímetro, tampoco podía, sinceramente.

- Deja a la gata en paz, no le pongas una pata encima –advirtió Tsukasa.

- ¿Oh? ¿Y quién te crees que eres para darme órdenes en mi territorio? –Contestó con los ojos azules refulgiendo amenazantes– Y una mierda voy a obedecerte a ti.

- Más bien toda esta área es mi territorio, lo sabes bien.

- ¿Quién decidió eso, "rey león"? Entonces tal vez te lo dispute, así dejas de creerte tanto.

- No la vas a tocar ni dar un paso más, o vas a vértelas conmigo.

- Eso suena bien, no pienso dejarte ir tan fácil después de esto, parece que tendré que enseñarte modales a ti también.

Tsukasa era más grande que Stan, pero eso no le importó al gato gris, que iba a defender su territorio con todo lo que tenía, ni que hablar que otro macho estaba amenazándolo y robándose a la única hembra en su propia área. Stan se encogió ligeramente, para saltar con las garras extendidas hacia el gato marrón, apuntando a la vez su mordida al cuello del otro. Casi al mismo tiempo, con increíbles reflejos, Tsukasa también saltó hacia él, y se enzarzaron en un "abrazo" feroz cuando cayeron al suelo, clavándose las garras en el lomo del otro, al tiempo que trataban de morderse mutuamente. Stan comenzó a patear la panza del otro con fuerza, y varios mechones de pelo marrón volaron por el aire. El gato de ojos cobrizos gruñó fuerte, y logró dar un giro para cambiar sus posiciones, y rodaron varias veces, sin dejar de atacarse mutuamente. Cuando lograron separarse, se pusieron ágilmente sobre sus cuatro patas, y una vez más se acercaron infinitamente lento. Esa vez fue Tsukasa el que dirigió unos fieros zarpazos hacia Stan, enganchando sus afiladas garras en el hombro del gato gris, y una vez más saltaron para atacarse. Se golpearon contra la pared, y cuando se volvieron a aferrar y a rodar para ganar la posición dominante, terminaron casi arrollando a Kohaku, que soltó un maullido asustado.

La gata rubia quería huir, pero al mismo tiempo estaba aterrada e hipnotizada por la feroz pelea que se había desatado a causa de ella, y no quería que Tsukasa resulte gravemente lastimado, la fiereza de Stan estaba a la par de la de él. Tan concentrada estaba, que no sintió los pasos detrás de ella, y de pronto sus patas se despegaron del piso. Maulló alarmada, y se retorció como pez fuera del agua para huir de aquel repentino suceso, un humano la había agarrado con ambas manos de los costados de su lomo.

- ¡Cálmate, no me ataques! ¡Te estoy tratando de sacar del medio! –Una voz masculina y joven que no conocía sonó tras ella– Diez billones por ciento seguro que vas a salir herida si sigues ahí.

Kohaku estaba doblemente desesperada, y angustiada porque ya no entendía las palabras humanas. Siguió intentando huir, hasta que el humano tras ella la agarró de la piel del cuello y tiró de allí, obligándola a limitar su intento de huida, y luego la sostuvo de su parte trasera para darle apoyo. Como para hacer eso la había girado de costado, Kohaku alcanzó a verlo: Un joven de la misma edad que ella al parecer, flaco, con un extraño pelo parado en picos, de color blanco en degradé hacia el verde, y unos ojos que veía como grises oscuros. El joven en realidad tenía unos llamativos ojos rojos, pero como los gatos carecían de los conos rojos en los ojos, en su lugar los veía como un tono grisáceo oscuro.

Aunque estaba casi más asustada que antes, no percibió una intención de ataque en el humano, más bien emitía un sonido suave destinado a serenarla y demostrarle que no pretendía lastimarla. Como se sintió inmediatamente más segura que en el medio de la agresiva pelea, decidió confiar y dejar de resistirse, aunque se hizo un ovillo, rígida.

- Ah, parece que estaban peleando por ti –dijo el joven, aunque ella no lo podía entender– Se han detenido. Pero mejor salir de aquí, no tengo ni un milímetro de ganas de que esos gatos salvajes me persigan.

Cuando le soltó el cuello, al sentir que había dejado de resistirse, Kohaku miró hacia los gatos para ver qué había sucedido, ya que no oía más sus maullidos penetrantes y los golpes. Habían vuelto a adoptar una posición erguida y amenazante, pero se habían separado un poco, y se repartían entre mirarla de reojo a ella y el humano, y vigilarse entre ellos. No supo en qué quedaría esa pelea, ya que el joven que la cargaba aceleró el paso y se fue de allí, sosteniéndola con firmeza.

Al pensar que ya se habían alejado lo suficiente, soltó a la gata en el piso, y se arrodilló junto a ella. Le acercó su mano para que se la olfatee y viera que sus intenciones no eran agresivas, y cuando pareció confiar, le acarició la cabeza con suavidad, para calmarla. Kohaku encontró agradable ese contacto, además de bienintencionado, por lo que, como agradecimiento por ayudarla, empujó su cabeza contra aquellos finos dedos e irguió la cola completamente, claro signo de felicidad gatuno. Esos movimientos le salían naturales, ni siquiera los pensaba, tal como había predicho Tsukasa. El joven soltó una suave risa, y le acarició el lomo, donde Kohaku encontró un cosquilleo muy agradable que le hizo curvarse un poco hacia arriba, buscando más de ese toque. Unos minutos después las caricias cesaron, y Kohaku se alzó en sus patas traseras para frotar su hocico contra la mano que se alejaba. Eso hizo sonreír al joven, que cedió a seguir mimándola un rato más.

La gata rubia ronroneó, y la propia vibración en su garganta y boca reverberó de una forma que la sorprendió, ya que nunca lo había hecho antes. Cuando nuevamente se detuvo, ella lo miró a los ojos, ilusionada. ¿Podría ser que ese amable chico fuera su salvación? No lo dudaba, podía confiar en él, incluso su "olor" natural era agradable. Emitió un suave maullido, a modo de agradecimiento.

- ¿Eso fue un "gracias"? De nada, gata. Cuídate.

Y así, se fue. Kohaku se le quedó mirando, pero el joven no se volteó hacia atrás. Un poco de miedo afloró en ella, de saberse sola e indefensa una vez más, y tampoco quería depender de Tsukasa ni que se lastime por culpa suya, por lo que intentó insistir en seguir sus instintos de confiar en ese humano. Corrió un poco, hasta que lo alcanzó, y se le puso a la par. El peliverde la miró, y puso la misma cara de preocupación que Kohaku había expresado cuando meses antes Tsukasa la había seguido.

- No, no me sigas –dijo él en voz alta– No está en mis planes cuidar de un gato que no es mío, estoy demasiado ocupado para eso.

Por supuesto que ella no entendió, y lo siguió de todas formas, manteniendo un paso rápido para mantenerse a su lado. De pronto, el joven se metió dentro de una tienda, y ella sabía que no podía entrar. Su lado consciente se desilusionó, pensando que lo había hecho para ver si ella se resignaba y volvía. Pero Kohaku se sentó a un lado de la puerta, y esperó pacientemente. Tal como había pensado, cuando salió, lo hizo sin ninguna compra, y la miró con frustración.

- Estás muy determinada a seguirme, ¿eh? Como quieras, pero no vas a tener suerte conmigo.

El joven reanudó el paso, sin mirarla ni una sola vez, pero la gata no se rindió. La próxima vez que se detuvieron, fue cuando él llegó a unas escaleras, que daban a un edificio con un largo pasillo, y varias puertas una al lado de otra. Lo vio sacar las llaves de su bolsillo, y en cuanto la abrió, se metió rápidamente y cerró la puerta, sin dejarle lugar a que se cuele dentro. Kohaku se quedó allí, mirando la puerta. Al menos allí estaba medianamente segura, no olía ningún otro animal cerca, y estaba lejos de la calle y de otros peligros. El problema sería cuando tuviera hambre, pero quizás si se quedaba ahí y el joven la volvía a ver, se apiadaría de ella y le daría algo de comer. Se recostó en la pared al lado de la puerta, haciéndose un ovillo. Su suerte llegó antes de lo esperado, pero no de la forma que esperaba.

Otro hombre apareció en las escaleras, más alto y corpulento, de pelo blanco, y se dirigió en la dirección hacia donde ella estaba. Kohaku se sentó de una forma más equilibrada y alerta, pero no huyó. Y para su sorpresa, la miró y le sonrió.

- ¡Ooooh, pero que gatita tan bonita! ¿Te perdiste, pequeña? –miró alrededor– Hmm, que yo sepa, mis vecinos no tienen gatos. ¿De dónde vendrás?

Si algo sabía, era que los humanos se enternecían cuando un gato les maullaba amistosamente y se mostraban dóciles, por lo cual hizo eso. Le maulló suavemente al hombre, que tenía un aura amable y cálida, y él emitió un sonido de ternura y se arrodilló a su lado, para acariciarle la cabeza, que ella aceptó cerrando los ojos complacida.

- Eres muy mansa… pobre, seguro tienes hambre y estarás asustada. No sé cómo llegaste aquí… pero tan buena y bonita, no puedo dejarte así a tu suerte.

El hombre adulto abrió la puerta, dejándola abierta y señalándole hacia adentro. Kohaku se asomó y miró con anhelo y curiosidad, y cuando él insistió para que entre, dándose unas palmaditas en las piernas y diciendo "¡ven, ven! ¡Pst pst!", ella se decidió por confiar y entró a la casa. El peliblanco cerró la puerta tras ella, y se fue rápido a otra habitación. La gata olfateó el aire, y podía notar claramente los olores de ese hombre y del otro joven, probablemente su hijo, en toda la casa. Cuando volvió, llevaba en la mano un plato con el contenido de una lata de atún, y a Kohaku el delicioso aroma le hizo agua la boca inmediatamente. Apenas el plato se apoyó en el piso, ella se lanzó a devorar la comida, al fin aliviada de poder llenar su estómago, ya que ni siquiera había desayunado, y ya eran las últimas horas de la tarde.

- De verdad que estabas hambrienta, gatita.

Unos pocos minutos después, dejando el plato limpio ya que lo había lamido hasta dejarlo reluciente, Kohaku irguió la cola y se frotó contra las piernas del hombre, ronroneado, muy agradecida con su amabilidad. Se ve que eso le agradó a él, porque le rascó las orejas y el lomo, y ella se mostró encantada. Le maulló con dulzura, mirándolo a los ojos café tan amables que tenía, ronroneando muy sonoramente. El hombre sintió tanta ternura, que la levantó y acunó en sus brazos, sosteniéndola con firmeza con uno, mientras le acariciaba el cuello con la otra mano, haciéndola cerrar los ojos y levantar la cabeza de puro gusto. Necesitaba esa calidez y contención luego de toda la angustia y miedo que había pasado, además del rechazo de su propia familia que ignoraba su fantasiosa situación, y luego del aterrador cruce de los gatos machos.

- Oye, viejo, ¿a qué viene tanto escándalo? ¿Por qué hablas solo en…?

El joven que la había salvado volvió a aparecer, y se paró en seco mirándolos sorprendido.

- ¿Qué hace esa gata aquí dentro? –preguntó, frunciendo el ceño.

- Estaba en la puerta, Senku, pobrecita. Es tan bonita, y parece perdida, se ve sana y muy bien cuidada. Estaba muy hambrienta, y mírala ahora lo mimosa que es.

- ¿Todavía estaba allí? Sí, yo la separé de dos gatos que estaban peleando muy agresivos, y desde entonces me siguió hasta acá.

- ¡¿Qué?! ¿Y la dejaste afuera? No tienes corazón, hijo…

- No seas ridículo, viejo. No voy a meter en la casa a cuánto gato se me cruce, no es mi problema. Sólo la quité del medio de esa pelea, porque estaba rígida y asustada, para que no saliera lastimada. Diez billones por ciento seguro que esos gatos parecían querer matarse.

- ¿Y? Podías comprarle algo de comida y ya, se la dejabas afuera, si encima te siguió desde allí, confiando en ti.

- ¿Para que se me pegue y después todos los días venga a rogarme comida? Ni hablar, no es mi responsabilidad. Si sólo con salvarla y acariciarla un poco me siguió hasta aquí.

- Desalmado… no sé de quién aprendiste eso, yo no te crié así de frío –le dijo en tono lastimero– Mira los ojitos preciosos que tiene, mira esa cara inocente y lo mimosa que es. ¿No sientes ni un poco de pena?

- Tú la metiste dentro, ahora te ocupas tú de ella. Deberías poner algunos carteles para ver si alguien la reclama. Si eso no sucede y te la quieres quedar, bien, pero será tu responsabilidad, no la mía, tengo otras prioridades.

- ¿Dónde la encontraste? Pegaré los carteles allí.

- Al lado de la casa de Xeno. Su gato y otro que no conozco se estaban peleando, creo que por ella, porque en cuanto la quité del medio se calmaron. Sólo espero que, si al final no encuentras al dueño, esa gata no venga con "sorpresas" en unos meses.

- Hasta tu profesor tuvo más empatía que tú en su momento, y eso que es bastante taciturno y exigente... Si mal no recuerdo, su gato Stan también fue adoptado por él cuando lo encontró en la calle.

- Él es él, yo soy yo. Como sea, me voy a estudiar. Nos vemos para la cena, viejo.

Kohaku había observado atenta la escena, mirando de uno a otro, sorprendida por la diferencia de actitud y energía que percibía en ambos. Definitivamente el joven de pelos parados parecía más frío, pero eso no condecía con lo amable que había sido luego de rescatarla. Podía entenderlo, ella también se había sentido incómoda cuando Tsukasa la había seguido, aunque su actitud fue más como la del hombre que la sostenía. Quería disculparse con el peliverde, pero ya no podía hacerlo con palabras, por lo que se escabulló del abrazo que la sostenía, y saltó ágilmente al piso, trotando hacia el joven. Las miradas de ambos conectaron, los orbes rojos de Senku con los aguamarina de Kohaku, y ella le maulló con suavidad, antes de frotarse contra sus piernas, esperando que eso alcance.

- Ooooh mira qué cosita linda, te busca a ti. No puedes serle indiferente a eso, Senku.

- No, gata, Byakuya te dio de comer, ve con él –le dijo, señalando a su padre– Esto es lo que quería evitar, no tengo tiempo para gatos.

- El destino los unió –Bromeó Byakuya con tono teatral– Si yo fallé, quizás esta gatita tenga éxito en ablandarte, quién sabe, los animales tienen ese poder con su amor. Ya verás, no vas a poder resistirte, a la larga o a la corta, vas a caer en los encantos de esa bola de amor peludo.

Senku no le contestó, sólo chasqueó con una sonrisa, resignado de que el único blando ahí, era su demasiado emocional y bromista padre. Kohaku lo siguió, hasta meterse en otra habitación, el dormitorio del joven.

- Es ilógico hablarte y pretender que me entiendas, pero… si intentas tocar o jugar con algunas de mis cosas, te quedas fuera, no hay segunda oportunidad –le dijo, señalándola a modo de advertencia.

Aunque no entendió nada, Kohaku percibió el tono serio del joven, como si la estuviese retando por adelantado de algo, con lo cual se quedó mirándolo, y sólo se sentó cerca de él. Había montones de objetos y aparatos extraños, que parecían costosos y delicados, sólo pudo identificar unos pocos, recordando el aula de química de la secundaria. Quizás ese chico era un químico, biólogo o alguna clase de científico. En cuanto se sentó, Senku sacó un anotador y un libro de su mochila, una lapicera, y se concentró en aquello sin volver a inmutarse por ella. Al rato Kohaku se sentía aburrida, y sin pensarlo, se puso a acicalarse. Estuvo un buen rato haciéndolo, hasta que cuando levantó la pata trasera con mucha flexibilidad, se detuvo inmediatamente. ¿Qué estaba haciendo? ¿Lamiéndose a ella misma? Ni siquiera lo había pensado… Una vez más, se acordó de que Tsukasa le había dicho que su mente y cuerpo harían cosas instintivas felinas, sin que se lo cuestione ni le moleste. ¿Y si de verdad se le daba luego por cazar y destripar ratas o palomas, si sentía mucha hambre?

Aplanó las orejas, molesta e impotente, no le gustaba la idea de perder el control de su consciencia y su cuerpo, aunque sea sólo por momentos. Lo peor era que Tsukasa no podía afirmar que había sido humano, sólo le quedaba Stan para preguntarle… pero no tenía muchas ganas de volver a cruzárselo, se había asustado lo suficiente cuando su naturaleza territorial le ganó y estuvo dispuesto a atacarla. ¿Lo habría hecho consciente? Ya llevaba más de un año siendo gato, seguro hacía muchas más cosas de instinto gatuno que ella. No poder controlarse era lo que más le aterraba, y parecía que iba en ese camino.

De pronto también se acordó de su familia. Su hermana, su padre… ella había desaparecido desde la mañana y no había vuelto ni se había comunicado hasta ese momento, debían de estar muy preocupados. No podía hacer nada, al menos ni podía decirle a nadie de su situación actual… Sólo tenía una opción, y esperaba de todo corazón que funcione. Como la puerta estaba abierta, y Senku estaba tan concentrado que ni se había percatado de los movimientos de la gata, ella salió sigilosamente de la habitación. Tampoco se veía por allí al padre del chico… bien, podía intentar escaparse por un momento. Encontró una pequeña ventana abierta, y saltó para salir.

Como todavía no conocía mucho esa zona, y no estaba segura de saber volver, hizo naturalmente algo que luego encontró desagradable, aunque necesario, al dejar un pequeño chorro de orina en el árbol más cercano. Esa era la forma instintiva animal de marcar "puntos de anclaje" que podían percibir a una distancia muy grande, y así encontrar el camino a casa desde un lugar desconocido. Repitió esa acción un par de veces más, hasta que llegó a su nariz también otro olor conocido, el de su propio barrio. No estaba tan lejos, pero prefería asegurarse. Tenía la convicción de que estaría bien cuidada y a salvo en la casa de los otros dos hombres, que no la hubieran echado apenas terminó de alimentarse, y el aura cálida del hombre mayor le daban esa certeza. Al menos era mejor que vagar sin rumbo por la calle o depender de Tsukasa.

Cuando llegó a su casa familiar, se fue hacia el patio trasero, y se trepó al árbol que daba a su habitación, y de allí a la ventana, que estaba cerrada. Se sentó allí un rato, buscando oír con atención los movimientos dentro de la casa, hasta que de pronto se encendió la luz del dormitorio, y entrecerró los ojos mientras sus pupilas se volvían finas como un tajo, tratando de acomodarse al repentino aumento de iluminación. Y allí la vio: Ruri, con la preocupación grabada en el rostro, los ojos hinchados, mirando alrededor como buscando algo. ¿Quizás alguna señal para saber su paradero, la esperanza de verla en su dormitorio? La silueta felina de Kohaku era visible en la ventana, pero la joven rubia de pelo largo estaba tan ensimismada con sus pensamientos, que no la notó hasta cuando estuvo a punto de apagar la luz. En ese momento sus grandes ojos aguamarina, se cruzaron con los casi idénticos de su hermana, sólo que ahora tenía una forma gatuna, y no humana. Las dos se miraron fijamente, y como Ruri la recordó, se preguntó por qué había vuelto otra vez esa gata allí.

Confiando en que la ventana cerrada la salvaría de su fuerte alergia, se acercó lentamente, para observarla más de cerca. Kohaku, que sí la reconocía perfectamente, la miró con anhelo y angustia, y se pegó lo más que pudo a la ventana. Incluso levantó sus patas delanteras, apoyándolas en el vidrio. Ruri se acercó un poco más, hasta también estar a menos de un metro de la ventana, separadas por el fino vidrio solamente. La joven frunció el ceño, sorprendida de que notó una extraña expresión en la felina, como si estuviera desesperada por algo…como si quisiera hablarle. Kohaku volvió a tocar el vidrio con la pata, insistiendo, y soltó un largo y lastimero maullido. "Ruri, soy yo, Kohaku. Estoy bien, ya no llores más". La hermana mayor oyó el sonido, pero no el sentido mensaje, aunque un escalofrío la recorrió, y una inexplicable angustia la invadió. Había algo extraño y misterioso en esa gata, que había aparecido justo en ese día, en ese momento… Apoyó su mano contra el vidrio, a la par de la pequeña pata del otro lado.

Kohaku, aliviada de verla tan cerca y sorprendida, reflejó sus agridulces sentimientos empujando suavemente la cabeza contra el vidrio, como si quisiera frotarse con la mano que estaba del otro lado. Luego volvió a mirar a Ruri a los ojos, y en ese momento fue que su hermana mayor notó verdaderamente los detalles tan particulares de esa misteriosa gata: No sólo era de un color rubio un tanto inusual de ver en un gato, sino que sus ojos también eran especiales. Sus ojos… sus ojos… eran como los de Kohaku. Ante esa repentina e increíble realización, Ruri ahogó un grito, tapándose la boca. No sabía si podía ser posible, o si simplemente era su desesperación por saber algo de su hermana que la hacía considerar una locura semejante… pero no pudo negar esa sensación que le llegó, al mirar los ojos de aquella gata, y percibir su insistencia en querer "decirle" algo, además de ese extraño afecto sin sentido aparente.

Kohaku la miró fijo un momento más, y emitió dos suaves maullidos más, pensando "Estaré bien, Ruri. Volveré a ser humana, espérame, te lo prometo." Con su fino oído animal, alcanzó a oír unos pasos que se acercaban, y con una última mirada a su hermana, saltó para alejarse de allí. Aunque sabía que los pasos pertenecían a su padre, no podría permitir que la viera, o tal vez tomaría otro tipo de medidas para que ella no pudiese acercarse a la ventana nuevamente. No sabía si Ruri iba a decirle de su encuentro, pero realmente sintió que había una esperanza de que se hubiera dado cuenta de la situación, y dejara de llorar preocupada por su paradero. Claro que la realidad era demasiado increíble y fantasiosa, pero era lo que era.

Volvió a la casa de los dos hombres, siguiendo su propio olor, y se alivió cuando llegó. Trepó por la ventanilla, y aunque había pasado una hora, seguía igual de silenciosa. Se volvió a dirigir al dormitorio de Senku, que seguía en la misma postura, indiferente a su llegada. Kohaku ya se sentía un poco más aliviada con su intento de tranquilizar a su hermana, funcionara o no, pero en ese momento sentía un vacío y un desamparo enorme, aunque ya hubiera conseguido un hogar provisorio, de una forma u otra. Ahora quedaba ver cómo resultaba todo eso.

Buscando compañía, y ya que el joven estaba ocupado con su estudio, notó el hueco que había entre su regazo y el escritorio… sí, podía entrar ahí. Saltó del piso y aterrizó perfectamente sin golpearle el brazo ni interrumpir su escritura, pero él se detuvo igual, y la miró, predispuesto a sacarla de allí. Pero Kohaku enseguida se recostó y se hizo un ovillo, sintiendo un poco de consuelo con aquel calor corporal compartido. Senku la miró, sintiendo repentinamente el desánimo de la gata, ya que se había quedado ahí quieta y con la mirada perdida, sin ronronear ni intentar buscar afecto, solamente compañía. Suspiró profundamente, y le acercó una mano para acariciarla con suavidad. La gata cerró los ojos y se apoyó más contra su mano, pero no cambió su actitud.

- La determinación que tienes con quedarte a mi lado es ilógica.

Dijo eso en un tono de frustración, pero sus ojos rojos no reflejaban la misma negatividad de sus palabras. La felina se acomodó un poco mejor, y estiró una pata hasta apoyarla en el abdomen del chico, en un intento sereno de agradecerle el consuelo y que no la rechace. Cuando unos minutos después Senku la vio que pareció haberse quedado relajada y hasta dormida, volvió a sus estudios, pero sin dejar de acariciarla distraídamente, habiendo encontrado cierta satisfacción en hundir la mano en aquel pelaje suave y mullido, mientras su otra mano escribía ininterrumpidamente.

Kohaku dormitaba superficialmente, permitiéndose un poco de paz y de descanso después de tan movido día. Una parte de ella seguía sintiendo la cálida y amable mano que la acariciaba y la sumía cada vez más en un estado de mayor profundidad y sueño. Lo último que alcanzó a pensar con esperanza, fue que estaba segura que su instinto no le había fallado al acercarse a aquel chico, no dudaba que tenía un gran corazón y que, de una forma u otra, la ayudaría con su objetivo de volver a su vida humana.

Buenaaaas! ¿Cómo están? Les traigo una pequeña historia que veníamos pensando con Cherry hace como un mes, iba a ser un one-shot, pero como siempre me entusiasmo escribiendo, van a ser dos capítulos. El próximo dedicado claramente al desarrollo del vínculo de la michi Kohaku con Senku, aunque claro con la intervención de los otros personajes presentados, y creo que otros más…

Parece que esta va a ser mi nueva frecuencia de escritura semanal… si puedo actualizar otro en medio de la semana será por inspiración y más tiempo, pero ocasional. Y para que sepan, el orden sería: "Otros Caminos", "Cautivos", y un Senhaku. Bueno, y terminar el hot Stan (y Xeno xD) x Lectora en el medio de alguno. Se me junta el rebaño de fics jeje.

Espero que les guste esta historia, gracias a los que siempre me apoyan y dejan amor por aquí, mucho amor y luz para ustedes también! Hasta el próximo capítulo!