Hola~

No sé qué decir, excepto que esta idea llevaba dándome vueltas en la cabeza desde hace tiempo, tras escuchar una y otra vez "Song seven" y recordar mis años más oscuros. Así que salió esto, sobre lo cual dejaré algunas advertencias:

Evidentemente es un angst, algo parecido a lo que hice con "Sea water", pero me parece que éste es más gráfico. Y el tema principal es, pues, un desorden mental. Quizá yo esté exagerando mucho, aun así me siento con el deber de decirles que lean bajo su advertencia, jeje.

Los personajes de Naruto no son míos. Yo solo los ocupo para cosas raras.


~ Galletas en la alacena~

You were like a cloud

Yes, you were a flower

Then you were a lime

Now our love is sour

[Interpol, Song seven]

. . .


Su piel era como las nubes durante la primavera. Podía tocarlo y perderme en su textura. O quizá presionar sus comisuras con mis pulgares para dibujar la sonrisa que me ilumina la vida. Podía ver las cascadas aguamarina brillando más fuerte que la luz del sol.

Recuerdo cuando lo conocí en los vagones solitarios del metro: él sentado en la esquina más lejana y yo recargado a un lado de la puerta. Recuerdo la pereza deslizándose fuera de mis ojos al igual que lágrimas en el momento en que Gaara torció suavemente los labios.

«Eres como una estrella a la mitad de una tormenta», pensé, «una estrella que quiero atesorar y guardar únicamente para mí».

—¡Abre la puerta!

Recuerdo también, mientras golpeo la puerta a punto de perder la cabeza, los pequeños pellizcos que Gaara me daba en las mejillas cuando me veía llegar, o la forma en la que picaba mi costado cuando yo arrancaba la música depresiva de sus oídos. Recuerdo su rostro adormecido y parcialmente liberado del insomnio después del sexo, bajo nuestro calor corporal y entre las sábanas, con sus cincuenta kilos encima de mí.

La forma en la que sus cabellos bermejos me cosquilleaban la oreja cuando él murmuraba con su voz aterciopelada: «El paraíso existe aquí en la tierra, contigo».

Daría mi vida entera por volver a aquellos días.

—¡Por un demonio, Gaara! ¡Abre la maldita puerta!

Sus pasos se escuchan a través de mis gritos. Uno, dos, tres. Él está frente al espejo, quizá sosteniendo los costados del lavabo con sus manos frágiles. Tres, dos, uno. Al punto de inicio. Se sacude las hebras descuidadas. Muerde la cicatriz de sus labios, contrayendo la lengua, preparándose para el regusto ácido en su boca. Presiona los párpados mientras exige silencio.

Pero probablemente no es a mí a quien escucha.

—¡Lárgate! ¡Déjame solo!

«¿Puedes quedarte a mi lado para siempre, Sasuke?»

La sonrisa que hizo entonces se está desvanece en mi memoria y me aferro a ella como un niño a su primer juguete; ese que está desgastado y que anhela por irse al basurero. Me aferro porque, convenientemente, lo quiero a mi lado para siempre.

¿Pero cómo puede ser eso posible? ¿Cómo puedo devolverlo a los días de sexo hedónico, "Rest my chemistry" vibrando en las bocinas durante la madrugada y a las pequeñas espinas que yo sacaba cuidadosamente de sus dedos cuando él terminaba de ordenar su colección de cactus?

Mi anhelo es tan grande que mis huesos crujen al abalanzarme de nuevo contra la puerta. Nada se altera. Gaara permanece en silencio, oh, hundido en ese mar negro donde no puedo alcanzarlo.

—No queda nada—su voz es un atisbo turbulento—. No queda nada en la cocina, Sasuke.

Chasqueo la lengua, resbalando las manos sobre la puerta. Cuento uno, dos, tres. Son los pasos que Gaara da de vuelta al lavabo.

—Prometo que no me enojaré contigo.

Aunque ambos sabemos que yo no soy la persona de la que quiere escuchar esas palabras.

—Prometo que no diré nada al respecto y cuando salgas te leeré un poco para que puedas dormir—añado. Una pausa—. Prometo que no habrá más galletas en la alacena, ¿está bien?

Silencio. En mi cabeza, los recuerdos dulces se encogen lentamente al tiempo que emergen sus lágrimas, su ansiedad, los temblores que lo sacuden cuando alguien, en una charla irrelevante, llega a mencionar a su padre. Lo veo encogerse, juntando los hombros y haciéndose pequeño, cual si fuera a desvanecerse en el aire.

Silencio. ¿Qué hay en su cabeza?

«Ocupo demasiado espacio».

Él solo quiere desaparecer.

—¿Gaara?

Esto es un ciclo.

—¡Gaara!

No puedes levantarte, pues caíste demasiado rápido.

Giro la perrilla metálica. Mi desesperación por abrir la puerta es tan avasalladora como la vez que él llegó a mi departamento con sus maletas, dispuesto a compartir su diminuto espacio con el chico que conoció hacía apenas una semana. Estos brazos que golpean la madera desean abrazarlo como aquella vez, hundir los dedos entre la melena roja y decirle que todo estará bien siempre que se quede a mi lado.

Él era (es) mi felicidad, un pequeño botón que florece en el desierto. Mi desierto.

Llegaste en el momento indicado, sí. Pero llegaste demasiado rápido.

Porque él amó todo lo que ahuyentaba a la gente una vez que me conocían y mi apariencia ya no era lo suficiente para retenerlos. A Gaara nunca le importó que mi flequillo estuviese desigual o mi barba comenzara a picarle el mentón cada que lo devoraba con mis besos. Durante mis episodios disfóricos, él se quedaba en silencio, me arrullaba con la música y delineaba las venas de mis manos con sus dedos hasta que yo me calmaba o simplemente le decía que fuéramos por unas líneas.

Me miraba con una sonrisa, casi con adoración, cuando yo le contaba lo liberado que me sentía desde la muerte de mi padre.

«Fue como deshacerme de una costra. La voz que siempre me juzgó por no ser como mi hermano quedó enterrada para siempre junto con sus cenizas».

¿Por qué yo no puedo hacer lo mismo por él? ¿Por qué no puedo menguar su tormenta? Si yo estuviera tras esa puerta, Gaara solo necesitaría decir mi nombre para que lo deje entrar. Si yo estuviera en su lugar, podríamos volver fácilmente a cuando él era (éramos) felicidad.

Y habías florecido en primavera, sí, y de los cielos fuiste alegría.

Gaara hace un sonido ahogado. Mi sangre se siente helada, grito su nombre y mi muñeca se dobla sobre la puerta. Es entonces que recuerdo el repuesto en la alacena, en la caja vacía de las últimas galletas que mi pelirrojo compró por sí mismo. Voy hasta la cocina disparado como un rayo, temiendo que, con cada segundo, Gaara llegue más profundo y logre a su meta de recudir su espacio.

Cuando finalmente abro la puerta, todo es igual, incluso peor. La bilis trepa por mi garganta al igual que los jugos gástricos que él escupe en el inodoro.

Encontrarlo así todavía me parece una pesadilla.

«No quiero volver a hacerlo».

Sin embargo, sus dedos aplastan la úvula y presionan su laringe, sus lagrimales están húmedos. Su abdomen se deshace del oxígeno y lo asfixia, volviéndose errático. Está hincado frente al retrete; una de sus manos presiona la taza de porcelana, dedos delicados como el tallo de una hoja marchita; el color amarillo que los años y la mezcla de galletas plasmó en sus uñas.

«Pero no puedo evitar sentir que el piso debajo de mí se quiebra. ¡Me expando! ¡No puedo resistir ocupar tanto espacio!»

Y su cuerpo no encuentra la forma de reabastecer el aire si él continúa con la mano dentro de su boca. Y no hay mas remedio para su impotencia. Y yo me precipito hacia él, lo jalo por los hombros que de pronto me parecen los de un cadáver y lo acuno violentamente contra mí.

Y el vómito cae y cae. En el piso, sobre mi ropa, por sus comisuras. Desde los labios que otora me parecían la cosa más hermosa de todo el universo.

Tú eras como las nubes, sí, y eras como las flores. Pero entonces fuiste un limón, y nuestro amor se volvió agrio.

—Por favor— le suplico, con voz entrecortada, buscando imitar el mismo tono que él utiliza cuando los traumas superficiales de mi padre me provocan migraña—. Por favor. Solo tranquilízate. Todo va a estar bien. Yo estoy aquí.

Gaara tiembla. Sus cabellos enmarañados acarician mi mentón y él se contrae como un animal herido. Las muñecas presionando su frente en un intento por concentrarse en mí y ahuyentar al fantasma de su cabeza.

(«¿Por qué sigues aquí? Estás ocupando un espacio que no es tuyo»).

—Quédate aquí conmigo, Gaara—le susurro a la imagen que él mismo describe grotesca. Hundo las manos en las costillas marcadas, añorando los días en los que mi pelirrojo pesaba cincuenta kilos, incluso cuando sé que pronto volverá a ser así.

Porque, a diferencia de mí, cuando la primavera comienza Gaara es capaz de olvidar su mísera infancia. Él sonríe, come, se desliza cual felino hasta mis brazos y me besa. Se vuelve curioso, me pide salir, me escucha, me habla, me ama. Llena mi vida con un rojo tan intenso que me vuelve loco.

Pero terminando el verano, Gaara vuelve a ser el mismo niño que no fue deseado: El asesino de su madre, el culpable de hundir a papá en litros de alcohol y cigarro que, irónicamente, terminaron por reunirlo con su esposa, veinticinco años después.

«Creciste en su vientre como un tumor» le había dicho el hombre moribundo a mi pelirrojo, en la cama de un hospital. «Me la arrebataste».

Yo no permitiré que nadie te arrebate de mí.

—Vete, suéltame—articula y su voz es ronca, los jugos gástricos siempre la alteran. Se ha relajado un poco, la mitad de su cara está escondida en la tela de mi camisa—. No tienes que soportar mi mierda.

—No seas ridículo.

¿No ves que dependo de ti de la misma forma? Mi mundo es un lugar mejor porque tú existes.

—Sasuke…

—Shhh—primero son mis dedos, y luego mis labios los que sellan sus labios húmedos. Gaara cierra los ojos y llora. Llora porque no entiende, pero sube los brazos y me abraza—. Te prometo que nunca más habrá galletas en la alacena.

Sin embargo, eso no hará ningún cambio. Haya o no comida en la alacena, Gaara florecerá en primavera y se marchitará antes del otoño. Yo lo hago florecer, me alimento de su amor todos los días del año. Incluso en estas situaciones él es lo más preciado, lo único que tengo y deseo tener.

Le acaricio los cabellos con dulzura, le limpio los residuos ácidos de sus comisuras. Sus respiraciones se han atenuado. Sus ojos de agua marina me miran con adoración mientras yo maquilo una sonrisa para él.

—Mañana es el primer día de la primavera, cariño—susurro, observándolo formar una pequeña curva en su boca—. Te haré el amor. Te tocaré unas notas en la guitarra. Te compraré un nuevo cactus…

Acariciaré su piel con textura de nubes y me perderé en su sonrisa. En sus pellizcos cuando vuelvo del trabajo, en los picotazos cuando le quito los auriculares y en la fluidez de sus caderas moviéndose encima de mí.

Mañana Gaara ocupará mi espacio.

—Eso me encantaría—responde.

Mañana Gaara volverá a florecer.

Volvamos a empezar, frambuesa.


Solo me queda decir que hice todo lo que pude para no romantizar los trastornos de la conducta alimentaria. Espero haberlo logrado en lo posible (porque me conozco y sé que suelo ser demasiado melosa cuando escribo de las parejas que amo xD). Pero Sasuke y Gaara tienen una relación tóxica y evidentemente se quedarán atrapados en ese ciclo si algo de fuerza mayor no sucede entre ellos.

¡Muchas gracias por leer!