La verdad no sé que hice, quería crear algo donde Eren fuera muy alejado del pedestal donde lo tenemos y Levi un señor de edad sin experiencia. Así que lo que sea que haya salido, espero puedas diSfrutarlo.
Advertencias: Lenguaje altisonante. Si, lamentablemente solo eso por ahora.
Los personajes son del hombre que causa de mi depresión desde los últimos 6 años. Todo lo demás si es porquería mía.
Que tengan buenas noches y muchas gracias 3
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Sucedió una mañana a finales de diciembre, rodeados por el gélido clima y la niebla que comenzaba junto al invierno de ese año.
Kenny, el sacerdote del pueblo había salido de casa durante la noche anterior, escabulléndose entre los matorrales de la entrada, despertándome con sus pasos ruidosos que hacían crujir la madera del suelo. No le tome importancia, ya estaba algo acostumbrado a sus repentinos paseos nocturnos e incluso a sus desapariciones momentáneas.
Sin embargo, hoy al salir temprano para intentar trabajar arduamente como todos los días, su llegada acompañada de una caravana de gente me desconcertó. De nuevo había traído algo.
Algo que había ocupado la fuerza de más de seis hombres del pueblo, que aún armados con sus machetes y rifles temblaban al caminar junto a la carreta que llevaban a cuestas. Estaba seguro yo de que el sacudir de sus cuerpos, las repetidas persignaciones y esos rostros de temor profundo no eran producto del clima helado.
Los observaba atentamente desde los cultivos de maíz que bien o mal cubrían mi presencia y dejando mis herramientas a un lado, atraído por la situación tan extraña me acerqué como pude para apreciar la escena.
Ahora que observaba por entre las rendijas del granero, vestido solo con mis ropas viejas y delgadas me percataba de lo mucho que había bajado la temperatura, este año el invierno parecía excepcionalmente duro.
No podía escuchar lo que decían, sus voces era susurros inentendibles. Todos estaban en guardia, apuntando sus armas hacia la carreta desgastada de mi tío. Sentí un escalofrío recorrerme la columna, pues jamás en mis más de cuarenta años de vida habría imaginado que el hombre que me crio a base de estrictas e inapelables reglas junto a su nulo sentimentalismo estuviera ahora tan asustado, no me lo creía.
Kenny se acercó titubeante y con una mirada de desasosiego abrumante, luego las puertas se abrieron chirriando sus sucias y oxidadas bisagras haciendo eco entre las paredes del antiguo granero. Las personas al rededor se tambalearon en su sitio, con unas ganas inmensas de correr lejos del carruaje y podría decir que también muy lejos del pueblo. Se veían unos a otros, alentándose con la mirada, no teniendo el suficiente valor para moverse un centímetro más cerca del sacerdote.
— ¡Malditos cobardes, maricas temerosos, ¿Qué creen que hacen ahí parados?!
La voz de Kenny imponía presencia sobre los aldeanos, pues inmediatamente después de sus palabras estos salieron de su sopor inicial arrimándose a la vieja carreta con los rostros desfigurados en muecas de horror.
Kenny les gritó una vez más para que comenzaran a descargar la cabina. La mitad de los hombres jalo de una cadena larga y gruesa que sostenía un peso prominente, basándome en el esfuerzo que todos hacían solo para bajarlo de la carreta.
Un Costal enorme y ponderoso, completamente cubierto de tierra y otras manchas de dudosa procedencia calló al suelo luego del esfuerzo de los pueblerinos; no hubo movimiento alguno del bulto, no lucía como un cuerpo humano o el de un animal. Tal vez era alguna clase de objeto valioso, o una de esas cosas antiguas y polvorientas que Kenny coleccionaba. Pero no, ese viejo no dejaría ver a nadie alguno de sus preciosos tesoros, como lo recordaba, él y solo él podía, no, solo él debía acercarse al granero. Así que consideré que la posibilidad de que fuera un mero objeto inanimado quedaba casi completamente descartada.
Yo no debía estar ahí, espiando sin razón alguna, ahora mismo perdía tiempo valioso de trabajo, sabía muy bien que lo que esos locos hicieran o no, no era asustó mío, no debía importarme en lo más mínimo. Pero era tan confuso para mí, estaba tan fascinado y perdido, en mi mente un enigma dispersaba sus preguntas a cada segundo. Le atribuía mi inexperiencia con cosas tan anormales, y como culparme cuando mi rutina consistía en la labor de la tierra y la iglesia que eran hasta ese momento consideradas por mi como una vida lo suficientemente buena y satisfactoria, no me quedaba de otra. No obstante, en mi desesperación por entender lo que ocurría deseé tanto en ese momento saber más, haber vivido y experimentado para que en ese instante lo que se presentaba ante mis ojos no me dejara sin palabras. Yo no era más que un viejo tonto, que lo único que sabía hacer bien era labrar la tierra y recitar la biblia de memoria. Vaya dotes tan inútiles.
Llevaba más de media hora observando a los aldeanos arrastrar el bulto rodeado de cadenas por las escaleras del sótano del granero, se notaban agotados, resoplando y maldiciendo; otros rezaban entre suspiros, sin descanso.
Después de un rato los aldeanos habían acabado con su tarea, siendo Kenny el último en salir del sótano cerró la puerta pesada de madera en el suelo con la llave que le colgaba al rededor del cuello. Los demás venían aterrados hacia el sacerdote, suplicando respuestas y alivio, como si quisieran oírlo decir que habían terminado y que podrían irse a sus casas para olvidarse de lo acontecido.
El hombre se giró serio, pero también y aunque fuera casi imposible, horrorizado. Su rostro se fijó por sobre cada uno de los pueblerinos, analizándolos detenidamente, su mirada, fría, siniestra, me tuvo hasta a mí expectante, oprimido.
— Silencio— su cuerpo entero se tensó como si su carne se hubiera convertido en hierro, puso uno de sus dedos flacos y largos sobre sus labios susurrando lento, con los ojos fijos, pero fuera de este mundo, era perturbador—. Aquí fue todo silencio.
Se giró lentamente, dominando su atención, doblegando su voluntad–. El silencio no habla, el silencio no recuerda.
No había rastro de alegato, lo miraban atentos, amedrentados por la actuación turbia y seguramente, por el extraño objeto bajo el granero, que los mantenía a todos al borde del colapso. Las puertas, grandes y sucias se abrieron de nuevo, dejando salir a la gente, era momento de irme y hacer caso al mandato de mi tío por igual.
Me retiré del granero hacia los cultivos, tratando de volver a mi labor lo más pronto posible.
No era el único que necesitaba alejarse de ahí rápido, tan pronto como sus pies se los permitieron, la multitud corrió despavorida por entre los caminos de barro que había dejado la lluvia de la noche anterior.
Tomé mi machete y corté las malas hierbas del suelo. Las personas habían desaparecido por los senderos que llevaban al pueblo y ahora estaba solo en medio de la cosecha.
El viento soplaba fuerte, helado, y mi cabeza estallaba en dudas que me dejaban aturdido, aferrado al repetitivo trabajo manual. Había tanto ruido.
El silencio no existía.
SILENCIO
Las noches en la granja eran tranquilas, más allá del ruido de las vacas y otros animales, la noche era por demás relajante. El trabajo había sido hecho, podía decirlo por mí. Ese mismo día a causa de mi necesidad por olvidar lo ocurrido había acabado con la limpieza de la cosecha, también había cambiado las herraduras de los caballos y, por si fuera poco, al borde del cansancio las ovejas habían sido deslanadas. Sentía la espalda baja punzarme por todas las horas que había pasado inclinado, las palmas de mis manos ardían por las ampollas y mis brazos no podrían ni levantar una sola hoja de papel, estaba exhausto y sin embargo la sensación de satisfacción no aparecía por ningún lado.
Mientras me encargaba de mis asuntos pude alejar de mi pensamiento a la cosa que descansaba entre cadenas en el sótano del granero. Pero pasadas las labores al acostarme en la cama las preguntas comenzaron a atormentarme de nuevo, las horas habían pasado lentas y angustiantes, parecía ya media noche y yo no podía cerrar los ojos sin imaginarme de nuevo ese sucio costal lleno de manchas.
Había rodado incontables veces sobre mi lecho, ansioso e intrigado. La duda me tenía a punto de correr al costal debajo del granero, para de una vez por todas saber por qué demonios no podía dejar de pensar en eso.
Las ventanas temblequeaban con el viento helado de la noche, los cristales parecían querer salirse de los marcos. Cuando volteé hacia la puerta de mi habitación las sombras tenebrosas del árbol que yacía por fuera de la ventana se reflejaban en la madera, se mecían también de un lado a otro simulando brazos y dedos largos que siempre intentaban atraparme. Recordé como me había mantenido horas despierto, para evitar que me alcanzaran hasta que cumplí los catorce.
Las memorias de mi infancia se presentaron fugazmente, así como un bostezo largo y tendido que me obligó de a poco a cerrar los ojos de una vez por todas. Y aunque la constante imagen del granero se repetía sin descanso en mi cabeza, el sueño comenzaba a ganar terreno.
Sentía mis piernas ser acariciadas por la tela.
Se rozaba con mi pijama lentamente hasta que el roce se esfumaba. Una presión rodeo mis costillas también, pero el toque era tan cálido y abrasador que no quería abrir los ojos y dejar ir esa sensación tan agradable. Cómo si hubieran leído mis pensamientos, el calor repentino en medio de esa noche tan fría comenzó a expandirse por mi pecho y mi cuello, pronto sentí que el invierno había acabado y la naturaleza se había saltado la primavera, ahora el sol de verano me quemaba la piel.
El toque cálido se arrastró de arriba hacia abajo, manteniéndome atrapado por la sensación tan hipnotizante y conciliadora, así que ansioso por corroborar si el sol me iluminaba como lo sentía, abrí los ojos lentamente. Todo seguía igual.
La sensación encantadora que me recorría de pies a cabeza se había desecho tan rápido como había llegado y mi piel empezaba a recordar el frío clima.
Observé mi cuerpo, confundido, que completamente desnudo comenzaba a temblar, la sábana que me cubría solo entre las piernas y parte del estómago estaba hecha un desastre, tan enredada y algo sucia. No podía ser, todo en este cuarto, en esta casa estaba que relucía de limpio.
Me lleve las manos a la boca, sorprendido y si, aterrado por lo apenas sucedido. No estaba loco, tenía ropa cuando trataba de dormir, y mis cobijas no estaban en el suelo desparramadas por doquier, estaba completamente seguro de que en una noche así de fría, me cubrían entero.
Intenté recordar algún viaje al baño, si había tomado una ducha, si había sufrido algún accidente; sabía que no había sido yo el que me había quitado la ropa ni las colchas de encima, y el no hallarle ningún sentido racional me agitaba más a cada segundo, no entendía nada.
Las manos me comenzaban a temblar porque en realidad no lograba cobrarle ningún sentido, el aire me daba en la espalda, helado y algo húmedo por la llovizna de afuera. Miré con horror como es que la ventana se encontraba ahora abierta de par en par, con las cortinas blancas desplegadas hacia los lados. El cielo estaba oscuro todavía, como si solo hubiera dormido unos minutos.
Acercándome a la ventana abierta con lentitud, miré hacia afuera apoyando mi cuerpo congelado contra la pared. Desde ahí sólo observaba el granero, cubierto de agua y a la cosecha que se meneaba con el aire de la madrugada.
No había nada anormal, a no ser por lo que ocurrió en mi cuarto durante esos minutos. Las cortinas blancas escurrían de lo mojadas que se encontraban y el suelo de la habitación estaba empapado en fango. No eran pisadas, tampoco huellas, eran una especie de salpicaduras que cubrían el suelo en una línea recta que daba hasta mi cama. Aterrado vi cómo es que el fango cubría hasta el cabezal del catre, las gotas caían de los barrotes lentamente hasta dar con las sábanas.
A pesar de la lluvia y del movimiento de los maizales, del árbol frente a mi ventana o de sus vidrios que hasta hace poco resonaban en la habitación, no había mucho ruido, la noche seguía pacífica. La única prueba del desorden era yo y mi habitación deshecha.
Cerré las ventanas y las aseguré con fuerza, recogí mis prendas maltrechas del suelo y en tanto limpiaba los barrotes de la cama con las manos engarrotadas me preparé para una noche en vela.
Hacia tanto que no quería salir de esa maldita casa y de ese endemoniado pueblo.
