Notas de la autora: Inuyasha y sus personajes no pertenecen. Esto lo hago solo con el afán de divertirme y sin fines de lucro.
Doko ni Iru*
I
Rin tenía un poco de miedo. Nunca antes había estado en una estación de trenes y mucho menos viajado en uno. Por eso se le veía un poco nerviosa cuando buscaba corroborar o identificar algún paisaje familiar a través de la ventana a su lado. Lo cual era inútil pues no es como si ella fuese una experta de las calles y estaciones de la gran urbe que era Tokio. Sin embargo, no podía evitarlo, buscaba en el exterior algún signo que le comprobara lo cerca que estaba de su destino. Miró el GPS de su nuevo teléfono móvil por centésima vez solo para darse cuenta de que aún faltaba mucho para llegar.
Se obligó a relajarse, alisó su falda y descansó la nuca en el asiento acolchonado. Aquel era un día espléndido, como a ella le gustaban, lleno de luz y vida. A sus diecisiete años había visto muy poco mundo, no obstante, estaba segura que en ningún otro lugar podría encontrar un día como aquel sino en Japón. Suspiró contenta a pesar de la travesía que había sido esconder su ausencia de los profesores y prefectos de su escuela preparatoria. Claro que no lo habría logrado de no ser por sus mejores amigas, Mayu y Shiori, quienes hicieron todo lo posible por ayudarla a salir del lugar sin levantar sospechas.
"Recuerda Rin-chan, ¡tienes que volver antes de la asistencia nocturna!"
Claro, estaba ese inconveniente. Eran casi las cinco de la tarde y sus amigas habían insistido en que tendría que estar de vuelta antes de las 8:30 de la noche. Estaba frita si los demás descubrían que estaba ausente y no solo ella, sino también sus otras dos jóvenes camaradas estarían en problemas.
Así que debía darse prisa. O más bien, el tren debía hacerlo.
Se llevó la mano al cuello buscando aquella joya tan especial para ella. Se trataba de una pequeña piedra rosa translúcida en forma de rectángulo y enmarcada en oro. Era tan pequeña como la uña de su dedo más pequeño, pero era valiosísima. No solo por el lado material, sino por el sentimental. Colgaba de una delgada cadena dorada que en esos momentos Rin jalaba débilmente una y otra vez por el nerviosismo.
Había sido un regalo de él, Sesshoumaru-sama.
Recordaba aquel día como si hubiese sido ayer, exactamente dos años antes, en su cumpleaños. En esos días, ella gozaba de un permiso especial dentro del prestigioso internado para señoritas huérfanas, auspiciado principalmente por la empresa más importante a nivel nacional, Industrias Taisho. Desde que Rin fuese admitida a los once años en dicho lugar, le había sido concedido el privilegio de terminar sus clases más temprano de lo normal en su cumpleaños. Rin ignoraba lo que sus compañeros pudiesen pensar de esto, incluidos los profesores y los padres de familia. Tampoco ella hacía muchos cuestionamientos, pues lo único que le importaba era que tenía el día libre para festejarlo con Sesshoumaru-sama. Muchas veces era tanta su emoción por salir a su encuentro que decidía mantenerse puesto el oscuro uniforme escolar al no querer desperdiciar tiempo en cambiarlo por ropas más cómodas. Salía del enorme edificio y corría al encuentro del lujoso automóvil que esperaba por ella a la entrada del instituto. El chofer la trasladaba al enorme edificio en donde esperaba por ella aquel hombre de cabellos plateados.
Ella vivía por momentos como ese.
Pero todo eso había cambiado. Justo dos años antes había sido la última vez que lo había visto. Y coincidía justo con la muerte de la señora Kagura.
Rin sintió una opresión en el pecho al pensar ella.
El sonido de una voz a través del intercomunicador general del metro la sacó de sus ensoñaciones. Estaba por llegar a la estación que le correspondía, así que reunió sus cosas -tan solo su maletín escolar- y se acercó a la puerta mientras el vehículo aún estaba en marcha. Volvió a consultar en su teléfono móvil para comprobar si ese era el lugar correcto y cuando el tren se detuvo, salió con paso inseguro y el corazón bombeando incansablemente.
Una vez afuera, se reprimió mentalmente por estar tan temerosa. Ya era una joven de diecisiete años, por favor, este tipo de actividades deberían ser usuales en su vida. Sin embargo, nada en esta era lo que se podría llamarse normal. Vivía en un internado para mujeres menores de edad y jamás salía de él a menos que fuese acompañada de algún adulto, era por esto que ignoraba mucho del mundo exterior. Su custodia legal le pertenecía al Estado Japonés, pues no tenía familia alguna que pudiese encargarse de ella. Trataba de no pensar en eso y especialmente el motivo de su orfandad: la muerte de sus padres y hermanos en un accidente automovilístico. Tampoco le gustaba recordar los atroces años durante su infancia en el orfanato, en donde fue víctima de abusos físicos y emocionales por parte de la horrible directora de la institución. Lo único que rescataba de esa época era el lugar, ya que el edificio estaba bordeado por un inmenso bosque que extendía sus dominios más allá de la inmensa montaña a su lado. Allí había aprendido a realizar sus primeras excursiones en soledad, aprendiendo el idioma de las aves y el comportamiento de los animales. Con frecuencia escapaba de su dolorosa realidad y se refugiaba en el bosque buscando el consuelo de la naturaleza. Ahí nunca hubo puños que lastimaran su tierno cuerpo ni miradas o palabras que hicieran daño a su corazón.
Pero todo eso había terminado un buen día en que se presentó aquel joven de cabellos blancos y mirada dorada. La había rescatado de las garras de la inmundicia e inopia causadas por el trato negligente y cruel de la directora. A partir de ese momento es que a Rin le gustaba recordar y no antes, pues las circunstancias del primer encuentro con el que sería su salvador no habían sido tampoco las mejores. Ella había ayudado al joven cuando el automóvil en donde él viajaba se había accidentado. Con gran esfuerzo -ella contaba con escasos once años de edad- lo había llevado a un lugar seguro y cuidado de él lo mejor que pudo mientras la ayuda llegaba.
Y así, de esa forma, había comenzado. En el bosque, en medio de montañas y laderas. Con el bello sonido de la lluvia y el viento a su alrededor. Rin tan solo era una niña en ese momento, pero la imagen de Sesshoumaru-sama herido y Sesshoumaru-sama héroe y salvador quedaría grabada en su mente cual marca de fuego sobre un trozo de madera lisa.
Rin suspiró al recordar todo aquello.
Por años, el joven de peliblanco había estado cuidando de ella. Nadie tenía que decírselo, ella se daba cuenta de esto. Su vida había mejorado exponencialmente desde que lo había conocido, había recibido ayuda psicológica para tratar su mutismo y la había dejado al cuidado de una de las mejores instituciones en donde era educada bajo altisimos estándares nacionales. Algunas personas hasta habían mencionado que salvarle la vida a él había gastado, quizá, toda la buena fortuna que le quedaba por el resto de su vida. A Rin no le gustaba pensar que Sesshoumaru-sama cuidaba de ella por una suerte de deber, sino por que en el fondo, muy en el fondo, él la apreciaba. Un poco tal vez.
Podía contar con los dedos las veces que alguna vez convivieron juntos, todas ellas el día de su cumpleaños. Pero aunque escasas, para Rin estos encuentros significaban todo. Él era parco al hablar y su rostro difícilmente mostraba reacción alguna en su presencia -y en la de cualquiera-, pero ella lo respetaba y admiraba. Cada vez que pensaba en él experimentaba un sentimiento tan profundo en su corazón que le llevaba a pensar que no podría existir persona alguna más importante para Rin que Sesshoumaru-sama.
Lo era todo para ella.
Y ahora, no sabía nada de él.
Rin caminó hasta la salida de la estación de trenes y le sorprendió la cantidad de salarymen, hombres de traje y corbata que transitaban con paso acelerado hacia los vagones y por todas direcciones. Rin sabía que aquel era el distrito financiero por excelencia de Tokio, las sedes de las empresas y bancos más importantes del país estaban ahí. Una vez fuera de la estación del metro, la joven adolecente estaba anonadada por la cantidad de edificios y de sus calles concurridas. Deambuló sin dirección alguna por varios minutos con la leve sensación de saberse en un mar de gente y asfalto. Poco después se obligó a recuperar la compostura y comenzó a buscar un taxi. No fue difícil encontrarlo y subió a uno mientras intentaba calmar su ansiedad. Extendió la dirección al conductor y el automóvil se puso en marcha.
Después de unos minutos, casi veinte para ser exactos, llegaron al lugar marcado por Rin. El viaje no fue nada barato, pero era eso o buscar un autobús que recorriera la misma ruta, y ella estaba falta de tiempo. Pagó el taxi con gran parte de sus ahorros del mes y bajó rápidamente.
La sede de Industrias Taisho se levantaba imponente frente a ella. Era exactamente como la recordaba, con sus paredes de cristales oscuros y a la vez brillantes a causa de los rayos del sol que se reflejaban sobre ellos. Dubitativa, entró empujando la inmensa puerta y ya dentro del lobby no supo exactamente qué hacer. Entendía las miradas de extrañeza de las personas con las que se topaba, pues no era común ver a una chica vistiendo un uniforme escolar en uno de los edificios empresariales más importantes de Japón. Se acercó a la recepción y trató de no balbucear.
-Buenos días… -
-Buenos días señorita, ¿en qué puedo ayudarla? - Una mujer le sonrió a forma de saludo. Era hermosa y amable. Rin la conocía.
-Harumi-sama - murmuró la chica quedamente - ¿No te acuerdas de mí?
La mujer frunció levemente el ceño sin quitarle la vista de encima, al parecer intentaba recordar su rostro. Y lo logró.
-¿Rin-chan? - exclamó con júbilo - ¡Tanto tiempo! y mírate, ¡has crecido tanto! -
La chica no sabía exactamente qué más decir así que dejó que la recepcionista continuara hablando.
-De repente deje de verte, me pregunté por mucho tiempo que había sido de ti. Dime, ¿Estás en el instituto ahora? -
-Sí… Este es mi último año. Acabo de comenzarlo... - después de una pausa continuó - Harumi-sama… necesito ver a Sesshoumaru-sama...
-Sí claro. Debe estar en su oficina. ¿Aún recuerdas en donde?
-¡Por supuesto! - exclamó Rin con alegría. Esto había resultado mejor de lo esperado, temía que no la reconocieran y le impidiesen el paso - ¡Gracias! - se despidió y corrió hacia los elevadores más cercanos. La oficina principal se encontraba en lo alto de la torre Taisho y ella había recorrido el camino infinidad de veces en el pasado. Tomó la piedra que colgaba de su cuello y lo restregó entre sus delgados dedos una y otra vez.
Por fin vería a Sesshoumaru-sama después de tanto tiempo.
Continuará...-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Hola, qué tal! Aquí estoy de vuelta, reportandome con un nuevo mini fic sobre esta linda pareja. En realidad se trata de la continuación de mi anterior historia corta sobre ellos, así que si no la has leído puedes buscarla en mis historias, se llama "Mori no Naka". Pretendo hacer solo un capítulo más de este fic, pues esta historia solo es el preámbulo para el fic más grande que viene, uno sobre Rin adulta y claro, Sesshoumaru.
Espero hayan disfrutado esta introducción y nos vemos en el siguiente capítulo. Chao!
*Título: Doko ni iru = ¿Dónde estás?
