Senkuu entendía por qué celebraban.

Realmente lo entendía: no todos los días te salvabas de morir tras un impacto de bala. Ni siquiera en el mundo moderno eso era una tarea fácil.

Con solo Hyoga muerto, y los demás tan vivos como si jamás hubiesen estado al borde de morir, Senkuu debía considerar esto una victoria. El Reino Científico tenía aún mucho por vivir. Sin embargo, le era difícil sacarse la autodestructiva -y cierta- idea de la cabeza de que era solamente su culpa todo el sufrimiento que había causado a quienes consideraba sus amigos.

Y eso era peor cuando pensaba en los aldeanos descendientes del equipo espacial. Desde que Senkuu se apareció en sus vidas, habían tenido que cambiar hasta sus costumbres para unirse a su equipo. Y si bien parecieron hacerlo voluntariamente, alabando las novedades de la ciencia que él había llevado, parecía algo sumamente complejo.

Y eso era sin contar a su primera amiga del nuevo mundo, cuya vida ya había visto el peligro de la muerte dos veces en dos años.

Sin hacer mucho ruido, Senkuu se retiró de la fiesta en el restaurado Perseo y caminó a paso lento hacia su laboratorio. Hacía tiempo que no estaba ahí y de todas formas necesitaba limpiarlo y reordenarlo. Le daban pequeños puntazos en el estómago cada vez que veía algo fuera de su lugar, y esta vez parecía como si lo estuvieran agujereando.

Esto no podía ser culpa de nadie menos que de los estadounidenses. Los amigos que Senkuu había dejado en el barco conocían lo metódico y organizado que era el científico en su laboratorio, y conociendo a Yuzuriha, ella jamás dejaría las cosas como estaban.

Al menos, ocuparse de esto podría mantenerlo distraído de sus pensamientos que no lo llevarían a ningún lado. Sus amigos eran su debilidad, y sabía que era algo bueno a la larga, pero había llegado a un punto en que era abrumador.

Deseaba tener la cabeza más fría. Y para esto, comenzó a sacudir su pequeña cama y desempolvar todos los espacios.

Tras algunas horas, Senkuu se encontraba tan absorto examinando y etiquetando los compuestos que se encontraban en cualquier lugar, que pegó un salto genuinamente asustado cuando escuchó que golpeaban la puerta.

-Pase. -habló él, mirando hacia la entrada.

-Hola, Senkuu. -Kohaku se asomó parcialmente y entró al laboratorio cuando Senkuu le hizo el ademán de que pasase, cerrando la puerta tras ella suavemente.

Los ojos de la leona se detuvieron en el desorden que aún reinaba en el laboratorio antes de caminar hacia él sin decir una palabra, y ante la expectante mirada del científico.

-Parece que nuevamente te debo la vida. -Kohaku comenzó, quedándose a una distancia prudente de él mientras apoyaba su mano en la mesa del escritorio.

Aunque hubiese querido, Senkuu a veces no podía interpretar el tono de voz con el que ella a veces le hablaba. ¿Era un agradecimiento? ¿Una aseveración? ¿Un simple comentario?

El científico se encogió de hombros y dejó los pequeños frascos en la mesa para ponerse de pie.

-No me debes nada, leona. Yo te puse en esta situación. -Senkuu se explicó, intentando ser lo suficientemente claro para hacerle saber su posición.

No era una cadena de favores. Kohaku era su amiga.

-No quiero que te sientas culpable por esto, Senkuu. Para eso vine aquí. -la leona miró hacia el suelo brevemente, pareciendo conflictuada consigo misma. -Todo lo que hago, es para proteger a los que quiero. Gracias a ti he podido aprender muchas cosas, y además nos has salvado muchísimas veces. Es solo sensato que quiera protegerte.

Senkuu se quedó en blanco. Jamás habían hablado de esto: la vez pasada en que se habían encontrado en una situación similar todo concluyó con un abrazo que hasta el día de hoy no podía entender cómo pudo aliviarlo. Había sido algo magnético, y necesario. Cuando Kohaku lo había abrazado, un peso enorme se le levantó de encima.

Su mente dio vueltas pensando en alguna respuesta, pero el ambiente definitivamente se había puesto pesado. ¿Qué podría decirle?

-Yo también quiero protegerte. -habló el científico con nada menos que la verdad.

Pero a pesar de que era una respuesta sincera, Senkuu no sabía si era la correcta. No se sentía cómodo diciéndole eso, y menos cuando Kohaku reaccionó mirándolo de esa manera.

Sorprendida. Sonrojada.

No tenía la intención de hacerla sentir así. Los hechos eran hechos y si habían llegado a donde estaban ahora era por eso.

-¿Por qué? -la joven preguntó, con la voz algo desvanecida.

Y aunque Senkuu fuera un experto en responder a cualquier pregunta posible con respecto a varios temas y siempre se encontraba dispuesto a buscar la razón detrás de las cosas, en ese preciso momento no tenía idea.

¿No tenía idea? ¿O solo era le algo muy difícil? Eran de esas cosas a las que no podía responder con total certeza. Todo era demasiado enredado y Senkuu no era capaz de ver el hilo conductor para resolver el problema.

Analizó detalladamente la razón que ella le había dado para su deseo de protegerlo, desmenuzando cada enunciado en su mente mientras Kohaku se mantenía donde mismo, como si estuviese dándole su tiempo.

-Kohaku, ¿a qué te refieres cuando dices que te he enseñado muchas cosas? ¿Te refieres a la ciencia?

Senkuu lo intentó. Realmente lo intentó.

-No. -la leona rio tranquilamente. -Me has enseñado a jamás rendirme, y hacer todo lo posible para lograr un noble objetivo.

-Entiendo. -Senkuu asintió, convencido, y se llevó un dedo a los labios para volver a pensar en la razón.

Era cierto que Kohaku era importante como aliada del Reino de la Ciencia. Sus habilidades y rapidez eran inigualables y siempre había sido muy leal. Además, siempre participaba en todos los inventos que él y Chrome hacían con buena voluntad. Pero eso no era todo.

Ya había determinado que Kohaku era su amiga. Sin embargo, si bien eso podía ser una razón suficiente para querer protegerla, sabía bien que no era el caso. La leona no era su amiga porque fuera su aliada; era su amiga porque realmente le agradaba.

Le agradaba la forma en que era: sobre todo lo combativa y apasionada que podía ser. Le agradaba cómo trataba a los demás, cómo se hacía respetar en medio de la manga de gorilas del equipo de la fuerza, y también le agradaba cómo era cuando estaba con él.

Sí. Eso más que nada. Senkuu disfrutaba de su cercanía y de cómo sintonizaban. Perderla no solo significaba un buen aliado menos, sino algo que lo afectaba personalmente.

-Bueno, creo que he llegado a la conclusión de que quiero protegerte porque me agradas, y mucho. -el científico dictaminó, contento consigo mismo.

-¿Y eso qué significa? -la voz de Kohaku se levantó casi imperceptible, y avanzó un poco más hacia él, a punto de invadir su espacio personal.

-¿Por qué tantas preguntas seguidas? -el peliverde se quejó, algo exasperado.

Le exasperaba no saber a qué se refería. Le incomodaba tener que explicarlo más.

-Quiero saber, Senkuu. -la leona se encogió de hombros.

-Bien… -el científico la miró a los ojos, por primera vez tomando en cuenta su presencia para comenzar a analizar (nuevamente) el tema.

Y en ese momento, Senkuu cayó en cuenta de la respuesta.

Kohaku no era solo su amiga, o su aliada, o alguien que "le agradaba mucho". Kohaku era la chica que él quería, exclusivamente. Senkuu se acercó hacia ella inconscientemente, invadiendo definitivamente su espacio, solo para mirarla mejor.

No creyó necesitar otra confirmación más que la de su corazón agitarse y su mente gritarle para que hiciera algo al respecto. No entendía cómo había podido pasar tanto tiempo dándole vueltas a un asunto que era más que evidente.

Senkuu llevó casi automáticamente una mano hacia la mejilla de Kohaku, corriendo un mechón de cabello de su rostro antes de apoyarla ahí. Ella respiró hondo ante la acción, mirándolo incrédula, pero no molesta, y le permitió observarla detalladamente, comprobando su hipótesis e intentando descifrar ahora si la leona se encontraba en el mismo plano que él.

Fue Kohaku quien se inclinó a besarlo primero, confirmándoselo y aliviando sustancialmente sus dudas. Así como lo alivió la primera vez que lo abrazó.

Podía ser algo hormonal, pero el aroma que desprendía ella era un factor importante. Su calor era también adictivo: tan pronto como juntó sus labios con los de él, Senkuu sintió cómo una ola de calor lo invadía de pies a cabeza.

Su cuerpo se mantuvo a la misma temperatura cuando Kohaku se separó de él unos pocos centímetros y apoyó su cabeza en la mano que el científico mantenía en su mejilla.

-Te quiero, Senkuu. -la leona murmuró, mirándolo con firmeza. -No me importa esperar a que tengas una respuesta para mi pregunta.

-Ya la tengo. -el científico respondió, inclinándose hacia ella para besarla nuevamente, esta vez abarcando con su mano parte de la nuca de Kohaku para hacerle saber que no necesitaba despegarse de él ahora.

¿Había algo más extraño que un beso? ¿En qué momento de la historia dos humanos pensaron que juntar sus bocas sería algo placentero? ¿Y cómo podían estar tan en lo correcto?

No lo sabía. Pero tampoco le importaba ya saberlo. Senkuu se contentó con saber que, a pesar de que no tuviera una respuesta aparente a todo lo que le pasaba, ella estaría ahí con él.