Quinn debe casarse para asumir la dirección de su empresa, Rachel necesita dinero para salvar su hogar, así que hacen un pacto con un desenlace inesperado.

La billonaria Lucy Quinn Fabray no cree en el matrimonio y considera que eso del amor eterno es cosa de los cuentos de hadas. No cree en sentimientos, ni en compromisos. ¿Amor, matrimonio, familia? Esos conceptos ni siquiera existen en su mundo regido por la eficacia y la profesionalidad que le han permitido triunfar en su profesión. Sus actos se han regido siempre por la lógica y la razón.

Como ahora necesita casarse para obtener el control de sus negocios, plantea un pacto con unas reglas básicas: no enamorarse, evitar cualquier implicación emocional y mantener una relación puramente formal. Pero la familia y sus valores sí eran esenciales para su papá Rusell, y así lo especifica su testamento. Si Quinn desea tener el control de la empresa de arquitectura a la cual ha dedicado tanto esfuerzo, debe casarse. El matrimonio, con la persona que ella elija, debe durar como mínimo un año. En caso contrario, su parte se repartirá entre el resto de miembros de la junta.

Rachel, la mejor amiga de su hermana, es ese tipo de chica impulsiva e idealista capaz de llevar a cabo un conjuro para conseguir a una chica. Pero también haría lo que fuera por sus padres y resulta que ahora necesitan dinero para liquidar la hipoteca de la casa. Así que ambas llegan a un acuerdo.

No debería ser tan difícil cumplir con los requisitos de un matrimonio de conveniencia que solo tiene que durar un año, ¿verdad?