"Ojalá"

El sonido de una ajetreada tarde en la ciudad se iba disipando a medida que el sol se ponía y daba paso a la quietud de la noche. Era un esperado viernes, ansiada víspera de fin de semana. Años atrás eso significaría dos días seguidos de salidas con amigos, fiesta y descontrol, pero en la actualidad Sugawara disfrutaba más de un tranquilo fin de semana de descanso en compañía de su mejor amigo, Daichi. Ambos se hallaban en el departamento de este último, con los restos de la cena preparada por Sawamura ante ellos mientras tomaban cerveza de sus latas y veían TV.

―Casi seiscientos canales de televisión, entre nacionales e internacionales ―comentó Daichi de pronto―, y aquí estamos, viendo "Shrek 2" por quincuagésima vez.

―Hay algo calmante en la repetición ―repuso Koushi dándole un último sorbo a su lata―. Como ya conoces la historia no necesitas desgastarte poniendo atención a los detalles, y al mismo tiempo es tan entretenida que te atrapa sin esfuerzo.

―Leí por ahí en Internet que ver la misma película muchas veces puede ser signo de un trauma pasado.

―Bueno, hoy en Internet hice un test sobre qué tipo de cactus soy ―replicó su amigo―. Así que, en resumen, estás pasando la noche de tu viernes con un cactus Mammillaria traumado.

Daichi soltó una sonora risa.

―Hay peores formas de pasar un viernes.

―Y también mejores ―puntualizó Sugawara―. Como en una cita.

―Oh, aquí vamos de nuevo…

Sawamura dejó escapar un resoplido mientras se ponía de pie para ir a buscar dos cervezas más al refrigerador. Al volver a la sala lanzó una lata en dirección a su amigo, quien la atrapó a duras penas.

―Uff, creo que mis reflejos como armador están cada día más oxidados.

―Deberías hacer más ejercicio.

―Estoy a cargo de treinta niños a diario ―masculló Koushi―, créeme que requiere suficiente ejercicio ―abrió la lata nueva y le dio un largo trago―. En fin, volviendo al tema que nos compete…

―Creí que nos relajaríamos viendo "Shrek 2" por vez cincuenta…

―Y yo creía que podía ganar ese concurso de comida picante en el bar el fin de semana pasado ―lo interrumpió―. A veces lo que creemos no coincide con la realidad.

Daichi hizo rodar los ojos pero no respondió nada, resignándose a lo que venía. En la pantalla del TV se sucedía la persecución de Shrek a lomos de Burro-Corcel.

―Se acerca la boda de Kinoshita, ¿no piensas llevar acompañante? ―preguntó Koushi.

―¿Acaso llevé a alguien a los últimos casamientos? No tiene nada de malo ir solo.

―No, no lo tiene. Y tampoco tiene nada de malo que salgas y conozcas a alguien.

―El burro hablando de orejas, Suga.

―Daichi…

―Estoy bien así, en serio ―aseguró Daichi―. Mi trabajo es sumamente demandante, ya lo sabes, no es fácil de compatibilizar con una vida sentimental muy productiva.

―Lo sé, pero no es excusa suficiente ―insistió Sugawara―. Te dejaría completamente en paz si supiera que realmente estás bien así, pero en realidad solo te contienes por miedo. Y no me gusta ver a mi mejor amigo renunciar a ser feliz por miedo.

―Suga…

Años atrás, al terminar la preparatoria, Daichi se había sincerado por primera vez con alguien más sobre sí mismo. En el día de la graduación le confesó a Sugawawa que en realidad le gustaban los hombres. Sabía que Koushi era alguien de confianza y no por nada era su mejor amigo, pero aun así una pequeña parte de su corazón adolescente albergaba inseguridades sobre la posible reacción de su amigo. Sugawara, por supuesto, mandó por un caño todas sus preocupaciones y a partir de entonces fue un poco más sencillo para Daichi tratar el tema con otra gente. Con el apoyo de su amigo por fin se dignó a probar saliendo con otros chicos y todo se fue desenvolviendo con naturalidad. Hasta la actualidad solo había tenido una pareja que duró cerca de un año, y luego solo salidas ocasionales con algún que otro ligue. Daichi no estaba muy desesperado por romance ni una pareja estable, la vida tal cual estaba actualmente le parecía satisfactoria y plena. Pero las palabras de Suga no estaban del todo erradas. Dado su puesto en las fuerzas de seguridad, tenía algunos reparos sobre lo que podría pasar si se juntaba formalmente con una pareja.

―Solo no he conocido a la persona indicada todavía ―arguyó Daichi entonces―. Cuando suceda serás el primero al que se lo cuente, descuida.

―¿Y cuándo se supone que conocerás al "indicado" si vas de tu casa al trabajo, y del trabajo a tu casa? ―inquirió Koushi―. No has tenido una sola cita en un año. A menos que tu futura pareja sea uno de los delincuentes del distrito o tu casero, no sé cómo sucedería el encuentro.

―También podría ser uno de mis compañeros de trabajo.

Los ojos de Sugawara brillaron con curiosidad.

―¿Hay alguien que te interese allí?

―Nah ―rio Sawamura―. Pero ya ves, no solo trato con delincuentes y mi casero, también comparto con compañeros de trabajo.

―Sí, pero no pasas tiempo libre con ellos ―rezongó Koushi.

―No, de hecho solo paso mi tiempo libre contigo ―asintió, bebiendo de su lata―. Así que bien podrías ser mi cita para la boda de Kinoshita.

Sugawara abrió la boca para protestar pero a último momento no dijo nada. Hizo una mueca pensativa y luego solo quedó en silencio. En la pantalla el Hada Madrina de Fiona exclamaba: "¡Bebió la pócima, bésala ya!".

―Sí, de hecho no estaría mal ―admitió Koushi finalmente―. Así me evito buscar acompañante yo también.

Daichi bufó por lo bajo.

―¿Me estás echando el sermón a mí sobre la soltería, cuando tú prefieres ir a una boda con tu mejor amigo gay antes que conseguir una acompañante?

―Hey, he tenido varias citas este año, solo que no prosperaron ―respondió Koushi muy calmado―. Y aunque fueron todas agradables, ninguna de ellas me flechó lo suficiente para renunciar a tu pollo frito especial de los viernes.

Daichi hizo una mueca divertida.

―¿Entonces tu vara de romance personal es mi pollo frito especial?

―Así es, amigo mío. ―Alzó la lata―. Salud por tu maestría culinaria.

―Salud, supongo ―sonrió Sawamura.

Una semana y media más tardes Daichi se hallaba en la sala de profesores del colegio donde Koushi impartía clases. Como cada año durante los últimos cinco años al menos, su mejor amigo lo convocaba para la semana de presentación de profesiones. Principalmente eran los padres de los niños los que se presentaban para dar una pequeña charla sobre su trabajo y responder las curiosas e inocentes preguntas de los pequeños, pero los profesores también llamaban a otros amigos o conocidos para poder aportar variedad a la lista de profesiones.

―Bienvenido otra vez, Sawamura-san ―sonrió una de las maestras presentes en la sala.

―Buenas tardes, Kataoka-san ―respondió él con una sonrisa, quitándose la gorra del uniforme al ingresar.

―Sugawara-san estará aquí en un momento, ¿quieres un café?

―Claro, muchas gracias.

Mientras la mujer se acercaba a la máquina del café para servir otra taza, Daichi se paró junto al escritorio de Koushi para dejar allí sus cosas. Como hacía años que venía para estas fechas ya conocía cuál era el escritorio de su amigo, pero aunque así no fuera, lo reconocería sin problemas. De las varias fotos que adornaban el rincón, Daichi no aparecía solo en dos de ellas, y en varias también estaban presentes los demás chicos del Karasuno, sobre todo Azumane y Nishinoya.

―¿Un regalo? ―preguntó Kataoka al extenderle la taza de café humeante, señalando un paquete que Daichi había dejado sobre el escritorio.

―¿Eh? Ah, sí, solo una tontería que me recordó a Suga ―repuso un poco distraído. Se había abstraído un momento pensando en sus compañeros de preparatoria―. Veo que todo sigue igual por aquí.

―Lo único que cambia año tras año es la estatura de nuestros estudiantes ―sonrió ella, mirando una vez más el regalo en cuestión y luego volviendo a su propio escritorio―. Hace tiempo no te has sumado a nuestras salidas, Sawamura-san.

Sugawara solía invitar a Daichi a cuanta salida o reunión se organizara con sus compañeros de trabajo. A Daichi le caían bien la mayoría y especialmente Kataoka, quien competía codo a codo con Koushi en resistencia etílica y a la comida picante.

―El trabajo ha estado pesado ―admitió él, bebiendo de la taza.

―Te entiendo, esto ha sido un caos también ―asintió la mujer―. Pero es bueno que a pesar de todo hayas podido mantener el contacto con Sugawara-sensei… las amistades son importantes.

Daichi, que le daba sorbitos distraídos a su café mientras miraba las fotos en el escritorio de su amigo, alzó la vista al considerar extraño el tono de su interlocutora. Ella solo esbozaba una sonrisa misteriosa, medio escondida por la taza que se estaba empinando. Sin embargo, antes de que Daichi pudiese formular pregunta alguna, la puerta se abrió y por ella entró Koushi cargando una enorme pila de papeles.

―¡Ah, Daichi, ya estás aquí! ―exclamó su amigo, descargando los papeles sobre una mesa―. Llegaste temprano, ninguno de los padres ha llegado aún.

―Si yo fuera uno de los padres tampoco llegaría, ya ven suficiente a sus hijos por día ―comentó Kataoka.

Koushi la miró mal y Daichi se rio con ganas.

―Oh, ¿y esta flor? ―preguntó Sugawara al abrir el paquete que descansaba sobre su escritorio.

―No es una flor, es un cactus ―lo corrigió su amigo―. Un cactus Mammillaria, para ser más precisos.

―¡Lo que me salió en el test de Internet! ―sonrió Sugawara―. Lo recordaste.

―Por supuesto. ―Se encogió de hombros―. Lo vi en una tienda de camino aquí y te lo traje.

―Pero tiene una flor ―indicó Koushi, señalando los brotes de un vivo rosa encima del bulbo espinoso―. ¿Me trajo flores, oficial Sawamura? Qué galante.

―Claro, cómo tú digas ―replicó rodando los ojos, y entonces se percató que Kataoka-san los miraba por encima de su taza de café, pasando la vista de uno a otro como si observara un partido de tenis.

Sugawara, totalmente ajeno a esas miradas, tomó a su amigo por el codo para llevárselo de la sala.

―¡Vamos, te iré presentando a los niños de este año! ―dijo alegremente.

Dos horas y media más tardes Daichi por fin termina de dar su exposición, junto a la de otros cuatro padres que se presentaban ese día. A Daichi le entretenían en especial las preguntas de los pequeños, muchos de los cuales era curiosos e ingeniosos, pero unos cuantos se mostraban preocupados por si Daichi se los podía llevar detenidos por no comer sus vegetales en la cena o por portarse mal. Terminadas las presentaciones fue invitado a la salida que tendrían esa noche los profesores, pero Sawamura declinó ya que empezaría su turno de cuarenta y ocho horas seguidas.

―Oh, entonces no habrá viernes de pollo frito ―se lamentó Koushi al acompañarlo a la salida del recinto.

―No esta semana, amigo, lo siento. ―Daichi se colocó nuevamente la gorra y le echó un vistazo a su reloj de muñeca―. Bien, me voy yendo o llegaré tarde al turno.

―Gracias por venir otro año más.

―No hay de qué, es entretenido ―sonrió echando a andar, pero se volvió para darle unas últimas indicaciones―. Ten cuidado con el alcohol en la salida de esta noche, y ya sabes que te puedes quedar en mi departamento si se hace tarde para volver al tuyo.

―Copiado, oficial Sawamura ―replicó sacándole la lengua y viéndolo alejarse.

Cierto era que Koushi muchas veces se quedaba en el hogar de Daichi aunque este no estuviera allí, ya que el departamento quedaba más cerca que su propia casa de la escuela donde Sugawara impartía clases. Y muchas veces, cuando terminaba demasiado alcoholizado en alguna salida, el trayecto hasta la vivienda de su amigo era mucho más corto y seguro que el camino a la suya. En un principio Koushi no usaba demasiado la llave de repuesto que le había dejado Daichi, temiendo interrumpir la intimidad de su mejor amigo. Pero finalmente pasaban tanto tiempo juntos que daba lo mismo.

―Sawamura-san sigue tan atento como siempre ―comentó Kataoka cuando Sugawara regresó a la sala de profesores y se dispuso a reordenar su escritorio para poder colocar el cactus regalado en el rincón más soleado.

―Mi amigo es el mejor ―sonrió Koushi, orgulloso.

―Así parece ―asintió ella―. Pero podrías dejar de ser egoísta y compartirlo con el resto.

―Ya te he dicho que no sirve de nada que te dé su número, no sale con mujeres.

―Créeme, lo sé, pero no estaba hablando de mí misma.

―¿Ah? ―Levantó la vista, confundido.

Su compañera de trabajo movió su silla giratoria para poder echarse cómodamente hacia atrás, cruzando las piernas y llevándose una mano al mentón en lo que Koushi había bautizado "La Postura de Conspiración", porque siempre que se sentaba así era para tramar algo, desde una broma a algún otro colega, hasta una revuelta contra el sistema administrativo del colegio por haber retirado algún plato del menú diario.

―Estaba pensando en Sakimoto-kun ―dijo ella finalmente.

Hiroyuki Sakimoto era uno de los maestros más nuevos del establecimiento. Un muchacho amable y algo callado, pero muy diligente. Sugawara lo había adoptado como su junior especial desde el primer día.

―¿Qué hay con él? ―preguntó Koushi.

―¿En serio me estás preguntado esto? ―Kataoka lo observó perpleja unos segundos hasta que suspiró resignada―. Que nuestro querido Hiro-chan tampoco sale con mujeres.

―Ah… ¡Ah! ―Abrió mucho los ojos―. ¡No tenía idea!

―No me extraña, estás más ciego que un topo. ―Hizo una mueca―. En fin, que según me he enterado…

―Chismosa, por eso me agradas.

―… Sakimoto-kun tuvo una muy mala relación hace años y por eso no sale con nadie ahora ―siguió narrando ella―. Y estamos de acuerdo en que es un chico precioso y muy dulce. Podríamos presentarle a Sawamura, siempre te andas quejando de que tu mejor amigo ha resignado su vida sentimental.

―Es verdad… pero no estoy seguro ―replicó Koushi―. Ya sabes, no porque conozca a dos personas homosexuales necesariamente deba juntarlas como pareja, no son una especie en peligro de extinción.

―Claro, comparto completamente tu punto de vista. ―Estuvo de acuerdo la mujer―. Pero también es cierto que los conocemos a ambos y son muy buenas personas que merecen felicidad. Proponerles una cita no es nada muy arriesgado, pueden declinarla si no gustan, y si van pero solo termina en una cena amistosa, nadie sale herido. Sin embargo, siempre está la posibilidad de algo más.

Sugawara se quedó en silencio un momento, contemplando el cactus que le había regalado su mejor amigo. Daichi era alguien genial, confiable y muy cariñoso a su manera, quien fuera su pareja sería muy afortunado y Koushi siempre le había echado porras con cada muchacho con el que salió, aunque en vistas de la realidad ninguna relación había prosperado. Daichi merecía a alguien a su lado que apreciara todas sus buenas cualidades y las correspondiera, y Sakimoto podía llegar a ser esa persona; al menos Sugawara lo conocía lo suficiente para saber que no era alguien que lastimaría a su mejor amigo deliberadamente, y su carácter parecía bastante compatible con el de Sawamura, al menos en apariencia. Sin embargo, había algo en su interior que se mostraba reticente a presentarlos.

―A menos que haya alguna objeción personal para presentarlos ―sugirió Kataoka en tono extraño.

No obstante, antes de que Sugawara pudiese entender a qué se refería o siquiera preguntar al respecto, se abrió la puerta una vez más y entró otro de los profesores con cara de mal genio, interrumpiendo el momento.

―Ah, hablando de ciegos… Buen trabajo, Rosho-sensei ―dijo Kataoka―. Veo que tu amigo nos acompañará en la salida de hoy.

Detrás del hombre con anteojos que acaba de entrar, se ubicaba su sonriente amigo, Sasara Nurude, quien también había venido el año anterior a exponer ante los niños sobre su exitosa carrera de comediante. A Sugawara le caían bien ambos y le llamaba la atención su extraña historia compartida, y por qué un profesor de matemáticas en Osaka terminaría como maestro de primaria en Sendai. Pero Rosho-sensei no era alguien que se abriera demasiado con los demás, así que no había querido presionarlo paras sacarle información. Era un buen colega y eso era suficiente.

―No recuerdo haberte invitado ―masculló Rosho hacia su amigo mientras iba camino a su propio escritorio.

―Oh, yo lo invité ―intervino Kataoka―. Las salidas siempre son más divertidas con sus chistes.

Sugawara estaba de acuerdo en que las salidas eran divertidas pero no podía asegurar que fuesen por el humor de Sasara, ya que el 99,9% de las veces no entendía sus chistes. Pero era un tipo ameno de cualquier forma.

―Gracias, adorable Kataoka-san, por apreciar el fino arte de mi intrínseca locuacidad hilarante ―agradeció Sasara haciendo una reverencia exagerada.

―Los chistes que preparaste hoy para los niños me gustaron bastante, sobre todo ese de la olla ―asintió la mujer.

―¿La olla? ―inquirió Koushi; si hasta los niños habían entendido el chiste, quizá esta vez él también.

Sasara se aclaró la garganta y se paró cuadrando los hombros mientras Rosho a sus espaldas se llevaba una mano a la frente y meneaba la cabeza.

―Permíteme deleitarte con esta breve historia, Sugawara-sensei ―dijo con voz teatral―. Había una vez una olla que no quería ser olla, pero la obligaron a serlo y entonces fue… ¡una olla a presión!

Kataoka largó una risita por lo bajo, Rosho solo resopló en su lugar, y Koushi permaneció de pie con una mueca plástica pegada a la cara. La puerta se abrió nuevamente y continuaron llegando más profesores a la sala, entre ellos Hiroyuki Sakimoto. Al pasar el muchacho le sonrió a Sugawara a modo de saludo y él trató de corresponderle el gesto, y no pudo precisar si fue por el pésimo chiste que acababa de escuchar o por algo más, pero la sonrisa le salió forzada.

Luego de una semana de dudas, debates internos, y concienzudo análisis de los pros y los contras, Sugawara decidió que le hablaría a Daichi sobre una posible cita con Sakimoto. El viernes siguiente, tras haber terminado la abundante porción de pollo frito que había preparado su amigo, Koushi se encontraba en la cocina lavando los platos mientras Daichi terminaba de echar a la basura los restos de lata de cerveza y las servilletas descartables.

―Te tengo una propuesta ―dijo Sugawara de repente.

―Te escucho ―repuso el otro muchacho, acercándose a la pileta donde Koushi lavaba los platos para limpiarse y enjuagarse las manos.

―Una cita.

―¿Eh? ―Daichi carraspeó, mirándolo de reojo.

―Con un compañero mío.

―Ah. ―Tomó el paño de cocina para disponerse a secar la vajilla que iba lavando su amigo―. ¿Con quién?

―Sakimoto-kun.

―Me suena, lo has nombrado varias veces ―respondió Daichi, pensativo―. Es el chico nuevo, ¿verdad?

―Ese mismo. ―Fue su turno de carraspear―. ¿Qué dices?

―Pues no lo sé, es algo repentino.

―Si prefieres rechazar la oferta, estás en todo tu derecho ―replicó mientras aclaraba un plato limpio y se lo pasaba a su amigo para que lo secara―. Es una idea un poco tonta, pero quería saber qué opinabas. En fin, no se hable más, lo dejamos así.

―Hey, no estaba rechazando de plano la idea ―atajó el otro―. Es solo que hace mucho no tengo una cita, no estoy siquiera seguro de recordar cómo va la cosa ―se rio un poco―. ¿Acaso él te pidió que me preguntaras?

Sugawara frunció el ceño ante una mancha de comida persistente en un plato.

―No, en verdad no, fue más idea de Kataoka-san ―presionó la esponja con más fuerza para quitar los restos de resistente comida pegada―. Pero le preguntamos a él primero y pareció abierto a una posible cita.

Daichi compuso un gesto ligeramente impresionado y sonrió de lado.

―Vaya, ya me había olvidado lo que era que alguien se interesara en una cita conmigo.

Koushi soltó la esponja un momento y miró a su amigo con ojos entrecerrados.

―Eso es lo que me ha llamado la atención todo este tiempo ―dijo en tono indignado―. ¿Es que acaso todos los hombres homo y bisexuales de Japón están ciegos, o qué está mal con ellos?

―No te sigo.

―¡Pues esto! ―Le clavó un dedo lleno de espuma sobre el pecho y el estómago―. ¡Y esto! ―Ahora fue sobre el brazo―. Tus pectorales y abdominales están más definidos que mi futuro, ni qué decir de tus brazos, y si te das la vuelta podría apuntar también a tu trasero.

―¡Suga!

―Estoy siendo honesto. ―Tomó la esponja de nuevo y continuó lavando los platos―. Y eso solo en apariencia, con una sola cita alguien puede conocer tu buen carácter, ¡y que encima cocinas bien! ―Sacudió la esponja en el aire, indignado, y varias gotas de espuma fueron a parar sobre ambos―. ¿Cómo no hay una fila de hombres en la puerta de tu departamento demandando que los lleves en tus fuertes brazos hasta el cielo?

Daichi largó una carcajada divertida.

―Estás exagerando demasiado ―dijo, risueño, pasándose el paño por la frente para quitarse la espuma, y luego hizo lo mismo con unas burbujas sobre la nariz de Koushi.

―No, ni siquiera estoy exagerando ―siguió despotricando su amigo―. De hecho, ¿por qué demonios terminó contigo el chico con el que salías? ¿Cómo era su nombre…?

―Takao.

―Ese mismo ―frunció el gesto―. ¿Cuál fue su pobre excusa?

Daichi trataba de no reírse de su amigo pero estaba siendo difícil.

―No fue una pobre excusa ―respondió tranquilamente―. Solo que apareció en su vida de nuevo su primer gran amor. Y nosotros estábamos bien pero, bueno, yo no era "su primer gran amor". ―Se encogió de hombros―. Así que nos separamos en buenos términos. De vez en cuando hablamos, de hecho, y es bueno saber que después de tres años sigue junto a la persona que realmente quería.

―Y encima no le guardas rencor a tu ex y te complace su felicidad ―comentó Koushi, casi incrédulo―. Sigo sin entender cómo no hay alguien amarrado a tu rodilla para no dejarte ir jamás. Y digo rodilla por no decir…

―Suga…

―Ya, sí, bueno. ―Carraspeó―. En fin, ¿en qué estábamos?

Daichi sonrió y tomó el último vaso que quedaba por secar.

―Cita. Sakimoto-kun ―le recordó.

―¡Ah, sí! ―Pareció descolocado un momento―. Como sea, es una lástima pero le diré que de momento mejor no entonces.

―No rechacé la cita, solo dije que "no sabía".

―¿Y ahora, cinco minutos más tarde, "sí, sabes"?

―Bueno, estuve hablando con mi mejor amigo y lleva razón en algunas cosas. ―Dejó escapar un suspiro―. Tal vez sí sea bueno que pruebe una cita después de tanto tiempo. En el peor de los casos solo será una cena social.

Sugawara asintió en silencio y se dirigió al refrigerador.

―¿Otra cerveza? ―Se extrañó Daichi, viendo que sacaba una lata.

―De pronto se me antoja, ¿quieres?

―No, gracias. ―Colgó el paño de cocina y se dirigió hacia la puerta―. Iré a preparar el agua así nos bañamos antes de dormir.

―Mmhh ―murmuró Koushi, con la boca ocupada en la lata empinada.

―Pero tú irás primero ―indicó Daichi, alejándose por el pasillo―. Si te bañas después de mí siempre te acuestas con el pelo mojado, señorito, y eso no está bien.

―¿Y qué harás al respecto, arrestarme? ―se mofó Koushi en voz alta para que lo escuchara desde el baño.

―Algo peor. ―Lo escuchó responder, su voz se oía ahuecada―. No habrá más viernes de pollo frito.

El jadeo enfadado de Koushi sonó fuerte y claro en todo el departamento.

―¡No te atreverías! ¡Eso sería abuso de autoridad, oficial Sawamura!

La risa de Daichi resonó estridente desde lejos.

Semanas más tarde el otoño comenzaba a cederle lentamente su lugar al invierno, con sus árboles de ramas desprovistas y sus cielos grisáceos. Tan desprovisto y grisáceo como se sentía Sugawara, y lo conflictuaba mucho sentirse así.

La primera cita de Daichi y Sakimoto había salido bien. Tan bien que le siguió una segunda cita, una tercera, una cuarta, y así hasta que la cuenta se perdió con el correr de los días. Ambos muchachos habían congeniado bien y parecían muy entusiasmados con sus encuentros. Tan entusiasmados que a Koushi comenzaba a molestarle… y le molestaba estar molesto por eso.

―¡Agh, soy un pésimo amigo! ―farfulló frustrado, golpeándose la frente con ambas palmas.

Estaba a solas en la sala de profesores, preparando algunos formularios y programas después del horario del término de clases. A lo lejos podía escuchar el murmullo de las conversaciones de sus colegas en las aulas más próximas, también se oían pasos yendo y viniendo por los pasillos contiguos, y las lejanas risas de los niños jugando en una plaza cercana, cuyo sonido traía el viento a través de la ventana entreabierta en la sala. Todos los sonidos de una tarde cualquiera de trabajo para Sugawara mientras el sol se ponía, pero no podía concentrarse para nada en las fichas que tenía sobre el escritorio.

Durante mucho tiempo había sido él mismo, Koushi, quien le había insistido a su mejor amigo para que retomara el camino del romance y las citas. Como cualquier otra persona decente, Sugawara quería ver feliz a su amigo. Y siempre se había alegrado cuando Daichi le contaba que estaba saliendo con alguien, fuese una de esas relaciones que duraban solo dos fines de semana o esa vez con el tal Takao, que duró casi un año entero. Koushi se llevaba bien con las parejas de su amigo sin ningún esfuerzo y compartían salidas entre todos de lo más divertidas. Ahora debería ser igual, mejor aún, de hecho, teniendo en cuenta que Koushi conocía previamente a Sakimoto y el muchacho le caía en verdad bien, tanto profesional como personalmente. No obstante, no era igual.

Entonces, ¿qué era lo distinto ahora? ¿Por qué no podía sentir una sincera alegría por el hecho de que Daichi y Sakimoto hubiesen compatibilizado? ¿Por qué se sentía tan molesto cada vez que salía el tema? ¿Qué había cambiado?

El primer indicio fue al principio mismo. Aunque todos eran argumentos a favor de concertar la cita entre ambos, como bien había planteado Kataoka, algo dentro de Koushi no había estado muy convencido al respecto. En aquel momento se convenció a sí mismo que se trataba de una sana reticencia a no interferir de manera directa en la vida afectiva de su amigo. Por mucho que lo sermoneara a Daichi sobre su falta de vida romántica, Koushi nunca le había presentado a alguien ni había interferido jamás en las elecciones de posible pareja de Sawamura; no le gustaba mucho oficiar de Cupido metiche por temor a que las cosas salieran mal para ambas partes. Sin embargo, en la actualidad las cosas sí iban bien para ambas partes, así que ese argumento de la sana reticencia se caía ante el peso de la realidad. No obstante, la molestia interna de Koushi persistía.

Los siguientes indicios de que algo andaba mal se fueron acumulando con el correr de los días. Tras la primera cita Daichi le envió varios mensajes de texto contándole qué tan bien había ido la salida, una rutina habitual para ambos amigos; Koushi usualmente también le hablaba a Daichi no más terminar una cita para compartir la alegría de un éxito o el mal sabor de un fracaso. Sin embargo, esta vez la conversación por mensajes fue casi un monólogo de Daichi, aderezado aquí y allá por algunos stickers que Sugawara se había obligado a sí mismo a enviar como respuesta para no parecer muy desinteresado.

Una semana más tarde después de aquella primera cita, Koushi se iba a quedar a pasar la noche solo en el departamento de Daichi porque su amigo tenía un turno de cuarenta y ocho horas seguidas, así que le regaría las plantas a cambio de estar más cerca del colegio para llegar temprano a su propio trabajo. El problema fue que la primera noche que pasó allí de golpe escuchó ruidos en la entrada y se alteró mucho pensando que era un ladrón. Estaba marcando el número de la estación de policías cuando identificó que los ruidos no eran de un robo si no de dos personas forcejeando en la entrada del departamento. Al encender la luz de la sala principal, un perplejo Koushi en pijama se encontró con Daichi y Sakimoto muy entusiasmados el uno sobre el otro, en lo que Sugawara alguna vez supo nombrar "amarrarse a la rodilla de Daichi".

―¡Ah, Suga, lo siento, no sabía que te quedarías hoy aquí! ―sonrió su amigo, acomodándose la camisa a medio desbrochar. Sakimoto a su lado solo sonrió con timidez y las mejillas arreboladas; también tenía la camisa casi desabrochada y los abrigos de ambos adornaban el piso.

―No, lo siento yo, estoy acostumbrado a no avisarte ―repuso Koushi muy quedo―. Pensé que hoy empezabas el turno largo.

―Así era, pero un compañero me pidió cambiar el día libre por el suyo, así que mi turno empieza mañana y decidimos… aprovechar.

―Sí, eso veo… dame cinco minutos para vestirme y pueden continuar.

―Oh, no, son las dos de la mañana, no te puedes ir ahora.

―O me pago un taxi o te pago un motel, para el caso sería el mismo gasto. ―Suga trató de decirlo a modo de broma para alivianar el incómodo momento, pero el tono le salió más abrupto de lo que había querido.

Disfrazando su malhumor con la excusa de la hora y el sueño, Suga finalmente se volvió en taxi a su propia casa y desde entonces no había vuelto a quedarse en lo de su amigo sin avisar. Era lo normal, claro, respetar la privacidad e intimidad de un amigo por mucha confianza mutua que hubiese; incluso en principio Koushi no usaba la llave de repuesto por esa misma razón. Sin embargo, habían pasado tantos meses en que el tiempo libre de ambos lo compartían entre ellos, sin parejas de por medio que implicaran una intimidad que respetar, que Sugawara ahora se encontraba un poco desorientado ante el cambio de paradigma.

Por supuesto, no hubo más viernes de pollo frito. Era esperable, el primer tiempo de una pareja recién conociéndose lo suelen pasar juntos lo más posible, relegando amistades y conocidos. Después, cuando todo se encauzaba, se retomaban las salidas con amigos y pareja incluida. Bien, todo muy lindo en la teoría pero eso no quitaba que cada viernes en la tarde Koushi quería enviar a Sakimoto de paseo a Saturno para que le devolviera a su mejor amigo y su maestría culinaria por cuatro horas al menos.

A todo lo anterior también se le añadía los pequeños presentes que se iban sumando en el escritorio de Sakimoto, mientras el cactus Mammillaria en la mesa de Sugawara era el último regalo de su amigo desde hacía un mes y medio.

Por todo eso, Koushi era un cúmulo de sentimientos turbulentos y contradictorios, mortificado ante la idea de ser un amigo desleal e hipócrita, pero sin poder dejar de sentirse así. Apoyó los codos sobre el escritorio y descansó la frente sobre sus manos, mirando de reojo el pequeño cactus que se erguía en el rincón más soleado. Probablemente todo se debía a que durante el último año Daichi y él habían pasado demasiado tiempo en compañía mutua, incluso a las salidas con otros amigos iban los dos juntos. Koushi había tenido alguna que otra cita, pero literalmente no había mentido cuando dijo que ninguna había vencido los viernes de pollo frito con Daichi. Ahora que su tiempo libre volvía a ser solo suyo y no era compartido con su mejor amigo, se sentía un poco fuera de lugar. Bueno, un poco no, bastante, pero confiaba en que la solución fuera volcarse a otras amistades o buscarse una cita propia.

Por supuesto, ni una cosa ni la otra funcionaron.

Tratando de acercarse más a otros amigos con los que hubiese compartido poco en el último tiempo, Koushi llamó a Nishinoya y Azumane para reunirse. Noya se la pasaba viajando por el mundo y Asahi otro tanto, debido a su trabajo y a su afición de conocer lugares nuevos y lejanos en compañía de Yuu. Así que reunirse con ambos al mismo tiempo se había vuelto algo poco habitual.

―¿Daichi no vendrá esta noche? ―Se extrañó Azumane luego de que los tres pidieran su orden en el bar.

―No puede, tiene un… tumor en la rodilla ―murmuró Koushi con mal gesto.

―¡¿Qué?! ―Se asustaron sus dos interlocutores.

―No, descuiden, es solo un decir. ―Carraspeó―. Tenía un viaje de fin de semana con su cita actual, por eso no puede venir.

―No bromees con esas cosas, Suga, casi me da un infarto ―se quejó Asahi, llevándose una mano al pecho.

La gente conversaba animadamente a su alrededor, reían con frecuencia y chocaban las copas de vez en cuando; la luz era tenue y la música sonaba agradable, envolviendo las charlas.

―Oh, qué lástima, queríamos que Daichi-san especialmente estuviese presente al darles la noticia ―comentó Yuu al tiempo que la camarera les dejaba sus bebidas en la mesa y los platos con entremeses.

―Oh, ¿qué es, qué es? ―inquirió Koushi, intrigado y echándose un camarón frito a la boca.

Azumane y Noya intercambiaron una elocuente mirada y entrelazaron sus manos sobre la mesa antes de responder al unísono:

―Estamos saliendo.

El camarón frito decidió irse por el camino que mejor le pintaba aunque no fuera el adecuado, y Asahi cerca estuvo de hacerle la maniobra de Heimlich a Sugawara para evitar que muriera ahogado. Finalmente con fuertes palmadas en la espalda y la bebida fue suficiente.

―¡Wow! Q-quiero decir… ¡Qué genial! ―barbotó Koushi con los ojos llorosos por el sofoco reciente―. ¿Desde cuándo? ¡Cuéntenme todo, luego le iré con el chisme a Daichi!

Pasó el resto de la noche con sus amigos, escuchando sus anécdotas de viaje y cómo entre esas anécdotas se fue tejiendo la relación actual que mantenían, ya no solo de mejores amigos y compañeros de viaje, si no de pareja. Era algo reciente, en verdad, y a los primeros que habían querido contarle era a Daichi y Koushi.

Fue una velada agradable y entretenida que logró animar bastante a Sugawara, pero al separarse de sus dos acompañantes en la madrugada y volver a la soledad de su hogar, lo asaltaron mil ideas extrañas. Una de ellas era que, si Asahi y Noya fueron mejores amigos durante años y se habían vuelto pareja, eso también les podría haber pasado a Daichi y él, ¿no? Primero lo sorprendió pensar eso, luego lo sorprendió aún más no haberlo pensando antes. Por último, se sorprendió a sí mismo fantaseando al respecto. Y por primera vez en las últimas siete semanas se sintió bien, solo por soñar despierto con la hipotética realidad en la que era pareja de Daichi. Claro que en la realidad no hipotética ese puesto estaba siendo usufructuado por alguien más, así que el bienestar que había revoloteado en su pecho se volvió opresión hasta que por fin pudo conciliar el sueño, recién al despuntar el alba.

El invierno llegó y junto a él las semanas de vacaciones por Navidad y Año Nuevo. El último fin de año Koushi lo había pasado en casa de la familia Sawamura, tanto por el término del calendario anual como por el cumpleaños de su mejor amigo. Esta vez, sin embargo, buscó una buena excusa con la que no estar presente, ya que Daichi claramente llevaría a Sakimoto. Daichi se mostró bastante extrañado de que Koushi se ausentara justo en esa fecha y le insistió varias veces, pero no hubo caso. Sugawara ya estaba teniendo suficiente con la perspectiva de verlos juntos en la boda de Kinoshita.

―Al menos ahora sí tengo una cita para la boda de Kinoshita, espero que estés contento ―le comentó su amigo una tarde.

Se hallaban ambos en la puerta del colegio. A su alrededor los copos de nieve caían con parsimonia y se amontonaban a sus pies. Normalmente Daichi estaba allí porque pasaba a buscar a Koushi, pero esta vez no era el caso. Sakimoto aún estaba adentro del edificio teniendo una charla con el director del establecimiento y por eso lo esperaban afuera.

―Pensé que irías conmigo ―refutó Koushi, componiendo tono de mofa y rezando al cielo para que no saliera con el tono de reproche que pugnaba por tomar la voz.

Por toda respuesta Daichi se rio.

"Ignorante desgraciado", pensó Sugawara.

―Ahora puedes tener una cita decente para la boda y no conformarte con el premio consuelo de ir conmigo ―comentó con ánimo jocoso, pero Koushi no le siguió el tono de broma. Solo permaneció en silencio mirando a los niños jugar en la plaza que se ubicaba cruzando la calle―. Oye, hace rato no tenemos un viernes de pollo frito, ¿por qué no la pasas con nosotros este viernes que viene?

Con nosotros.

―Gracias, pero tengo otros planes ―declinó Koushi.

―¿Mejores planes que mi pollo frito? ―Daichi sonrió y le golpeó suavemente el brazo con su propio codo.

Sugawara apartó la vista de los niños y miró a su mejor amigo, intentando por todos los medios que su expresión se mantuviera serena.

―Nada es mejor que ese plan.

―¿Entonces?

―Entonces tengo otros planes ―reiteró desviando la mirada de nuevo―. La próxima será.

―No nos hemos visto mucho últimamente. ―Daichi lo contempló con detenimiento―. ¿Has estado bien?

―Sí, solo ocupado.

―Ya veo…

La llegada de Sakimoto interrumpió la conversación y Koushi casi que lo agradeció. Luego de aquella evasiva a reunirse, Sugawara también había rechazado pasar fin de año con su mejor amigo, y entonces Daichi directamente lo había llamado un poco molesto para saber qué le andaba pasando. Koushi se las arregló para sonar desenfadado y convincente, pero distante. No sabía cómo manejar el hecho de que posiblemente estuviese interesado en su mejor amigo mucho más que como solo un amigo, sumado a la realidad en la que Daichi salía con otra persona a instancias e insistencias del propio Koushi. Creerse con derecho a interferir en la incipiente relación de Daichi con Sakimoto, alegando privilegios al conocerlo primero y esperando que mágicamente Daichi lo eligiera como interés amoroso de un momento a otro, era sencillamente una locura egoísta. Una locura egoísta que seducía sus ensoñaciones diurnas y nocturnas con frecuencia, pero locura y sobre todo egoísta al fin.

A partir de aquella revelación sobre sus propios sentimientos y la imposibilidad de expresarlos abiertamente, Suga se refugió en un mantra mental con el que distraerse.

Ojalá.

Ojalá no haber presentado a Daichi y Sakimoto. Ojalá que no hubiesen congeniado. Ojalá volver el tiempo atrás. Ojalá que sus sentimientos de amistad no hubiesen cambiado, sin saber cuándo ni cómo. Ojalá haberlos descubierto a tiempo. Ojalá deshacerse de ellos. Ojalá fuera fácil. Ojalá Daichi no reuniera todos los requisitos deseables para volver titánica y casi imposible la tarea de no verlo con ojos de adolescente flechado. Ojalá, como decía esa vieja canción, "ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta…"

De nada ayudaba que de pronto a su alrededor todo el mundo anduviese sintonizando las ondas de amor en general. No solo Asahi y Noya habían empezado a salir, la mitad de sus colegas de trabajo también habían conseguido citas recientes; y hasta Kataoka, que era una treintañera eternamente soltera, estaba viendo a alguien de pronto. Un caso especial se suscitó en uno de los primeros días de regreso a clases luego del receso de invierno, durante el que hubo un pequeño festival para los niños y habían llamado a varios animadores, entre los cuales se presentó el amigo de Rosho-sensei, el famoso comediante Sasara Nurude. Una vez más, Koushi no entendió sus chistes aunque los niños reían a carcajadas. Y una vez más se encontró con dos personas con las camisas mal abrochadas.

Esa tarde, terminado el horario de clases y cuando se suponía que todo el mundo ya se había ido a casa, Koushi volvió corriendo desde la parada del metro hasta el colegio porque se había olvidado documentos importantes que debía tener listos para el día siguiente. Al entrar en la sala de profesores se encontró a su colega, Rosho-sensei, y a Sasara, su en teoría mejor amigo, en una situación comprometedora. Sugawara no sabía qué pensar sobre esta nueva habilidad que tenía para hallar a sus conocidos en situaciones sumamente incómodas. Pero más allá de lo vergonzoso del momento, excusas y disculpas de por medio, lo que más lo mortificó fue que su mente al instante conjugó la misma escena que acababa de presencia pero con Daichi y él como protagonistas.

Ojalá pudiese ser verdad y no solo fantasía. Ojalá no desear imposibles. Ojalá la locura se tornara cordura. Ojalá ese intenso sentimiento sin bautizar por miedo al nombre, se disipara tan intempestivamente como llegó en su propia e irrefrenable vorágine de contradicciones...

Ojalá, solo ojalá… "ojalá que el deseo se vaya detrás de ti, a tu viejo gobierno de difuntos y flores".

La boda de Kinoshita reunió una vez más a todos los antiguos integrantes del equipo de volleyball del Karasuno. De esa forma, a pesar del recuerdo constante de los deseos imposibles al ver a Daichi y Sakimoto pulular por la sala juntos, Sugawara la pasó muy bien. Se presentó solo a la boda, sin acompañante, porque había descartado la idea de intentar salir con alguien más solo por intentar olvidar lo que le pasaba con Daichi. Sería desleal con la otra persona y sobre todo a sí mismo. Si el tiempo había gestado este sentimiento inexpresable, también el tiempo se encargaría de llevárselo. Habiendo hecho las paces con sus demonios internos, Koushi comenzó a estar más tranquilo, pero continuó rechazando las reuniones con Sawamura y Sakimoto; no tenía instintos autodestructivos.

Una fría noche de Febrero, en vísperas del Día de los Enamorados, Koushi se hallaba tendido en el sofá de su hogar, envuelto en una gruesa manta mientras veía TV; una enorme taza de chocolate caliente humeaba sobre la mesita. Se sentía una abuela de setenta años, pero estaba increíblemente cómodo y a gusto así. Su serena paz doméstica se vio interrumpida por el sonido del timbre. Estuvo tentado de no responder, pero a esas horas de la noche solo podía ser un vecino necesitando algo y le costaba negar ayuda. Con desgana se puso de pie y fue a abrir la puerta; grande fue su sorpresa al descubrir que quien estaba allí de pie era su mejor amigo.

―¿Daichi? ―Se extrañó Koushi―. ¿Qué haces aquí a estas horas? ¿Pasó algo? ―Hurgó en sus bolsillos para sacar el celular, pero no figuraban llamadas perdidas ni mensajes de texto.

―Te traje pollo frito ―repuso como si fuera lo más normal del mundo, alzando una bolsa que acarreaba.

―Eso no responde del todo mi pregunta, pero pasa, pareces helado. ―Le hizo lugar para que entrara al departamento.

Daichi se sacó el abrigo de calle y Sugawara le pasó otra manta porque parecía casi tiritando.

―Oh, estabas viendo "Shrek 2" ―observó Sawamura al posar la vista en la pantalla de la sala―. La vez cincuenta y uno, ¿eh?

―Cincuenta y cuatro, de hecho, la vi más veces por mi cuenta ―aclaró Koushi―. ¿Y bien?

―Hacía mucho que no nos reuníamos.

―Lo sé, pero no me avisaste antes de venir ni nada.

―Siempre ibas a mi casa sin avisar ―le recordó Daichi.

Touché .―Suspiró de forma audible―. En fin, si no quieres contarme, está bien. ¿Quieres chocolate caliente?

―¿No caerá mal chocolate con pollo frito?

―Pues no sé tú pero yo ya cené, así que lo guardaré ―repuso metiendo la consabida bolsa dentro del refrigerador.

Quince minutos más tarde ambos se hallaban echados en el sofá, envueltos en mantas y viendo TV mientras sostenían sendas tazas de chocolate caliente para entibiar sus manos. En la pantalla el Hada Madrina amenazaba al rey de "Muy, Muy Lejano". Koushi se hallaba extrañamente en calma a pesar de la cercanía del objeto de sus tribulaciones recientes, pero de ratos a su corazón se le daba por revolotear en el pecho cada vez que Daichi se acomodaba en el sillón.

―Suga.

―¿Mmh?

―Terminamos con Sakimoto.

Koushi agradeció estar sentado, enrollado en una manta cual rollo de sushi y sosteniendo una taza que si soltaba lo quemaría vivo, porque casi estuvo a punto de saltar con un puño en alto a festejar.

―Vaya, lo… siento. ―Aclaró su garganta―. Lo siento, amigo.

Daichi se restregó la nariz.

―Cosas que pasan.

―¿Quieres hablar de ello? ―Su amigo hizo un gesto negativo―. De acuerdo.

Continuaron viendo la película en silencio, aunque el cerebro de Koushi era un lío atronador de preguntas, festejos, lamentaciones y contradicciones. No podía negar que no lo afligía en absoluto que hubiesen terminado, pero al mismo tiempo no le agradaba ver decaído a su amigo. Era como hacer equilibro al borde del precipicio. Mientras rumiaba todo eso internamente, Daichi se deslizó de costado hasta apoyar la cabeza en el hombro de Koushi. Este último esperó unos minutos y apoyó la mejilla contra la coronilla de su amigo; así terminaron de ver la película y se quedaron dormidos allí sentados.

Marzo retornó una vez más con árboles repletos de retoños listos para florecer bajo un sol cada día más cálido. Un ciclo lectivo finalizaba y el siguiente comenzaría en poco tiempo. Durante el transcurso del último mes todo volvió a la normalidad entre Koushi y Daichi, retomando su rutina habitual. Sakimoto, por su parte, a las pocas semanas se transfirió a un colegio en otro distrito. Recién en ese momento Sawamura le contó a su amigo parte de lo que decantó en la ruptura.

―Hiroyuki siempre quiso dar clases en la escuela de su pueblo natal, y ahora que tenía la oportunidad no podía dejarla pasar ―comentó Daichi mientras preparaba un guiso en la cocina de Sugawara.

―Ah, relación a distancia ―musitó Koushi al tiempo que sacaba del mueble la vajilla limpia que usarían para cenar.

―Claro, había que decidir si íbamos a dar un paso más allá con la relación o no… y resultó que no.

―¿También te dejó por su primer y gran amor? ―se mofó.

―Algo así, pero al revés.

―¿Cómo?

―No importa. ―Daichi hizo un gesto para restarle importancia y sacó una cucharada de la comida que estaba preparando―. Ven a probar si está bien. ―Koushi se acercó felizmente, abrió la boca y recibió la cucharada que le ofrecía su amigo. Se relamió y alzó ambos pulgares―. En fin, que nos llevábamos muy bien y era agradable, pero ambos admitimos que teníamos algo más importante para cada uno que estar juntos.

―Triste historia.

―Eres el peor ―rio Daichi.

―Lo soy. ―"Y no sabes cuánto", se abstuvo de agregar―. En fin, que es primera y última vez que te oficio de Cupido y vamos a tener que dejar estipuladas algunas reglas para tu futura pareja, sea quien sea.

―¿Oh?

―Los viernes a la hora de la cena eres mío ―sentenció Koushi con las manos en la cadera―. No pienso ceder los viernes de pollo frito a nadie más, ni aunque sea de la realeza.

―¿Todos mis viernes futuros?

―Todos, hasta que la muerte nos separe.

Daichi rompió a reír con ganas.

―De hecho, esa es una de las cosas importantes para mí que quería retomar ―confesó entonces―. Los viernes sin ti no eran lo mismo. En general no era lo mismo. Tener pareja de nuevo en principio estuvo genial, Hiroyuki estaba muy bien y todo, pero al final del día no era… bueno, tú.

Sugawara estaba descorchando una botella de vino, se le resbaló la mano por la sorpresa y se le cayó el descorchador al suelo haciendo un ruido estrepitoso. El corcho salió volando y cayó dentro de la olla con estofado burbujeante.

―¿Cómo dices que dijiste? ―barbotó Koushi.

Daichi había permanecido revolviendo el estofado mientras le agregaba condimentos como si tal cosa, pero al notar el tono de Sugawara lo miró un momento y recién entonces pareció darse cuenta de lo que acababa de decir.

―Sí, bueno, tú entiendes a lo que me refiero, Suga ―se apresuró a decir, volviendo a concentrarse en el estofado frente a él.

Koushi se aclaró la garganta con fuerza.

―Sí, básicamente acabas de decir que esperas que tu pareja sea un calco mío, por no decir yo directamente.

―No lo decía así, en serio. ―Su mandíbula se veía tensa―. Solo que estoy más cómodo pasando el tiempo con mi mejor amigo que con una pareja.

―No, no, no, yo no entendí eso ―insistió Sugawara, tozudo―. Yo entendí que lo que me diferencia de tu potencial pareja es que con ellos tienes sexo y conmigo no… pero básicamente prefieres estar conmigo que con alguien más.

―¿Algo… así? ―repuso Daichi, no muy convencido de seguirle el hilo.

―Entonces no sé a qué esperamos.

―¿Para qué?

―Para el sexo, Daichi, qué más.

El otro muchacho se ahogó con la cucharada de caldo que estaba probando.

―¿De qué estás hablando, Suga? No seas ridículo ―masculló sirviéndose un vaso de agua fría, pues se acababa de quemar la lengua.

―No lo soy, estoy siendo totalmente honesto. ―Se inclinó para recoger el descorchador caído y lo dejó junto a la botella en la mesa; acto seguido se acercó unos pasos a Daichi―. Básicamente somos una pareja que no tiene sexo.

―Eres hetero, Suga.

―Parece que no tanto ―admitió alzando las cejas―. A juzgar por el calibre de mis más recientes fantasías contigo.

Daichi le daba la espalda, inclinado como estaba sobre el fregadero donde acaba de servirse agua, y se dio vuelta para decirle:

―Suficiente, no me gusta esta broma.

Sugawara no respondió nada, se limitó a encerrarlo contra el fregadero apoyando ambas manos a los costados de Daichi, procediendo a comerle la boca sin más miramientos. Sawamura se quedó de piedra unos milisegundos, pero no tuvo más remedio que corresponderle; en principio un poco dubitativo, tentativamente, pero los demandantes labios de Suga no dejaban mucho espacio para titubeos, y pronto el beso se volvió voraz y a conciencia. Perdieron la noción del tiempo por completo, demasiado concentrados en el tacto y el sabor del otro. Hubiesen seguido así por horas si no fuera por la olla del estofado que empezó a hervir violentamente a los pocos minutos y su contenido comenzó a derramarse. Daichi se apartó rápido de Koushi para poder apagar el fuego, el de la cocina al menos. Ambos estaban agitados, con las mejillas sonrosadas y los ojos brillosos.

―¿Y ahora… qué? ―musitó Daichi por lo bajo.

―Ahora… ―susurró tomándole una mano―. Ahora procederé a amarrarme a tu rodilla para siempre.

―Suga ―rio despacio.

―Y digo rodilla por no decir…

―¡Suga!

Dos meses más tarde, con la primavera correctamente instalada y floreciendo en cada rincón de la ciudad, Sugawara se preguntaba cómo había demorado tanto en cambiar el paradigma de su relación con su mejor amigo, si el resultado era tan maravilloso como hasta ahora. Su rutina compartida era prácticamente la misma, solo que ahora se le añadía mucho más contacto físico. Ir tomados de la mano, darle la bienvenida o la despedida al otro con un beso en la boca, usar el regazo del otro como almohada mientras veían TV luego de cenar, dormir en la misma cama, y una infinidad de besos y abrazos a cada momento que tuviesen disponible. Si Daichi antes era atento con su mejor amigo, ahora lo era multiplicado por veinte.

―Todavía en la fase de la Luna de Miel, ¿eh? ―comentó Kataoka en tono divertido, al ver que Koushi sonreía embelesado mientras regaba sus cactus de escritorio; y en plural, porque ahora había añadido el cactus que le salió a Daichi en el test de Internet: una pequeña maceta del género Echinopsis.

―Deja ya de burlarte ―rezongó Koushi al ver la sonrisa ufana de la mujer, quien no se había mostrado impresionada para nada cuando le contó que estaba saliendo con Daichi, y en cambio le había reprochado el haberse tardado tanto.

―No me burlo, me parece adorable verte así ―sonrió ella―. Y me divierte un poco todo el tema de la ceguera por años ―admitió con un risilla―. Pero ojalá no se hubiesen demorado tanto, ¿no?

Ojalá, sí. Ojalá haberlo sabido antes, ojalá poder recuperar el tiempo perdido, ojalá no haber desperdiciado tantos años juntos. Sin embargo, el saldo no era tan negativo si se lo miraba objetivamente. Quizá años atrás no estaban preparados para estar juntos, quizá era necesario que ambos transitaran sus propias relaciones sentimentales por separado, con sus errores y aciertos, hasta confluir finalmente en el punto de encuentro que hoy los reunía. Koushi trataba de ver el vaso medio lleno, ya que en última instancia estaban juntos y eran felices, pero lo asaltó la culpa una tarde puntual, pocas semanas después de que hubiesen comenzado a salir formalmente.

Daichi acababa de recibir una invitación para la unión civil de su ex, Takao, con su actual pareja. Koushi aún alucinaba un poco con lo bien que se llevaba Sawamura con alguien con quien había terminado. Sugawara no había tenido rupturas dramáticas con las mujeres que había salido, pero nunca mantuvo contacto con ninguna de ellas por mutuo y tácito acuerdo.

―No te molesta que vayamos, ¿no? ―le preguntó Daichi mientras doblaba la ropa limpia en la tarde de un domingo de limpieza hogareña.

―Claro que no ―repuso Koushi, que quitaba el polvo de los muebles con un paño―. Si terminaste en pareja con tu mejor amigo, encuentro bastante lógico que termines como amigo de quien fue tu pareja.

―Tu lógica es un poco rara pero gracias ―sonrió.

―Además tiene su encanto presenciar la unión civil de dos personas que fueron el primer y gran amor de la otra, es como ver una película romántica en vivo ―comentó entretenido.

―Es cierto.

Continuaron limpiando cada uno en un plácido silencio hasta que Koushi añadió:

―Solo espero que no aparezca en la puerta tu primer y más grande amor, porque tendré que sacarlo a patadas.

Daichi dejó escapar una risa suave.

―Tranquilo, no será necesario, ya vive conmigo ―respondió con naturalidad.

A ambos les tomó menos de un microsegundo darse cuenta de lo que acababa de ser dicho y escuchado.

―¿Qué? ―Sugawara estaba boquiabierto.

―Nada importante.

―¡¿Cómo no es importante que yo haya sido tu primer amor, Sawamura Daichi?! ―protestó con ganas, sintiendo las mejillas arder―. Espera un momento, entonces cuando me contaste que te gustaban los chicos durante la graduación… ¿te estabas confesando y no lo entendí? ―Su tono se volvió mortificado.

―¿Qué? ¡No! ―se apresuró a aclarar Daichi―. Para ese entonces ya me había conciliado con el hecho de que por ser mi mejor amigo no necesariamente debías ser mi interés romántico. Te lo conté porque necesitaba desahogarme y confiar en alguien.

La expresión de Sugawara se contrajo.

―Es decir, si para ese entonces ya te habías resignado, yo te gustaba desde mucho antes ―analizó soltando el paño y llevándose las manos a la cara, horrorizado―. Kataoka-san tiene razón, soy el más ciego del mundo.

Daichi suspiró, dejó de doblar la ropa y se acercó a Koushi para rodearlo con sus brazos.

―No tienes nada de lo que sentirte culpable, no fui infeliz ni nada por el estilo ―Sugawara apoyó la mejilla en su hombro y él le besó la frente―. No todos los primeros amores prosperan. Y, hey, a mí me funcionó aunque fuese catorce años después.

―¡¿Desde primero de preparatoria?! ¡¿Desde que nos conocimos?!

―¿Puedes dejar de alterarte por algo que no reviste gravedad?

Koushi asitió y se quedaron abrazados en silencio unos momentos más.

―Ojalá hubieses sido mi primer amor también… ―dijo Sugawara al apartarse.

―Lo soy ahora, con eso me conformo.

―Aunque bueno, quizá no puedas ser el primero, pero el más grande… ―Le dio una palmada en el trasero y movió las cejas de forma sugerente―. Eso seguro.

―Suga…

De hecho, por muy dispuesto que Koushi se mostrara desde el principio, Daichi no aceptó que su relación física avanzara hasta después de dos meses y medio juntos. Koushi no entendía que tenía para temer, después de todas las sesiones de besos intensos y manoseos que se daban desde el sofá hasta la cama, llevar la situación al siguiente nivel no era algo tan raro. Claramente Sawamura no podía temer no excitarlo lo suficiente. Cuando por fin todas las reservas de Daichi se agotaron y dieron el siguiente paso, el muchacho parecía tan nervioso como si fuera su primera vez. Aunque a la luz de lo que Koushi se había enterado, podía decirse que era algo así como una especia de primera vez para Daichi, ya que por fin estaría con su primer amor desde la adolescencia; fantasías en aquella época seguro no le faltaron. Sugawara esperaba estar a la altura de las expectativas.

Aquella primera noche juntos, ya exhaustos y recuperando el aliento envueltos en las sábanas, Sugawara emitió un sonido de queja repentino.

―¿Te duele algo? ―Se preocupó Daichi al instante.

―Sí. ―Frotó la nariz contra el hombro sudado de su compañero ―. El hecho de haberme perdido esto los pasados catorce años.

―Vaya.

―Sí, vaya. ―Sonrió―. Supongo que debo agradecer que todos los hombres homo y bisexuales de Japón sean ciegos. ―Meditó unos segundo―. Bueno, yo también he estado ciego largo tiempo, así que supongo además que todos los indicios de mi latente bisexualidad estaban ahí al acecho.

El pecho de Daichi reverberó por su risa.

―Me alegra que lo disfrutaras.

―Bastante. Tanto como tu pollo frito especial. ―Se removió, pasándole una pierna por encima―. Y ya sabes lo que eso significa.

―¿Qué te toca lavar los platos? ―Fingió inocencia.

―Que no me conformo con una sola porción ―lo corrigió con una sonrisa, y acto seguido estaba sentado sobre Daichi―. Quiero mi segundo amarre a tu rodilla.

―Descarado ―murmuró, poniéndole una mano en la espalda para obligarlo a inclinarse hacia adelante y así alcanzar su boca.

No había manera de volver el tiempo atrás, de desandar lo andado, de reescribir la historia de ambos. Su historia compartida acaba de empezar, y esta vez Sugawara solo pudo pensar con ardiente anhelo que ojalá esa fuera la primera de muchas, muchísimas noches juntos.

Y ojalá, esta vez, el ojalá se cumpliera.

Fin.