Habían pasado ocho años desde que todo acabó, no más miseria, no más sangre, no más muerte, de su alma se desterró poco a poco el frío y el dolor, ¿pero cuanto más iba a durar? Probablemente muy poco tiempo, porque las cosas bellas tienden a perecer antes de que se pueda hacer algo para evitarlo.

Harry Potter tenía una rutina que realmente disfrutaba realizar, cada tarde salía de su trabajo como jefe de aurores en el Ministerio y caminaba tranquilamente desde Wittelhal hasta Buckingham street, específicamente en el número catorce, el único edificio de la calle pintado en color salmón. Su hogar. Hermione había elegido el sitio, llevándolo hasta ahí una tarde luego del trabajo, a él le pareció extraordinario a pesar de lo pequeño qué podía verse en el exterior. Hermione le confesó que amaba la fachada, con sus tres ventanitas blancas adornadas de flores violetas, rojas y rosas. Él le dijo que eso era excesivo y que sería un gran trabajo regarlas, pero la bruja no cambio de idea, los balcones con flores le parecían un toque estético encantador. ¿Y quién era él para negarle el gusto?

Alquilaron el piso en la segunda planta y se mudaron a la semana, Harry por fin pudo olvidarse de los hoteles, no estaba acostumbrado a llevar una vida nómada y vivir con una bruja mandona no era algo que hubiera pensado que haría jamás. Pese a todo eso había terminado más que cómodo con el lugar, aunque si era honesto lo que le daba vida era Hermione, su sola presencia llenaba de calor cualquier espacio, no tardó mucho en dejar huella de su delicadeza en cada rincón, eligió muebles blancos con toques dorados qué le daban fineza, consiguió cortinas en un rosa pálido que resaltaba tanto el interior como el exterior, hizo qué se instalaran luces cálidas en vez de aquellos focos blancos y fríos qué traían malas memorias. Él solía pensar que tenía un excelente gusto, pero tampoco era como si tuviera mucha experiencia con la luz muggle y sus diversas tonalidades, agradeció que Hermione fuera hábil para la decoración, dejó todo impecable y con cierto toque de los lujos qué podían permitirse con su salario burocrático.

—Estoy en casa. —Anunció apenas pisando el tapete de entrada, su cabeza asomó primero y el olor a vainilla le golpeó la nariz. Cuando comenzó a vivir con Hermione apenas lo soportaba, pasados unos días creyó qué terminaría por vomitar si la castaña prendía otra vela con ese aroma, pero luego de un tiempo se acostumbró y ahora no podía ser mejor recibimiento qué aquella esencia flotara hacia él cada noche.

—¡En el fondo! —Indicó ella con un pequeño grito.

—¿No me digas que ya has empezado?

—Lo siento, hoy has tardado. —la voz de la bruja provino de la última habitación del apartamento, en alguna parte estaba metida y por el meneo sabía que tal vez continuaba con su limpieza de fin de año, celebrada sin falta entre mediados de noviembre e inicios de diciembre, una tradición a la que se unió voluntariamente a fuerzas.

—Solo un poco. El clima es agradable por alguna extraña razón, el sujeto del noticiero estaba en lo correcto. —igual que cada noche, Harry dejó su maletín y llave junto a un pequeño mueble cerca de la puerta, se quitó el saco y la corbata, dejando solo la gabardina en el perchero y caminando con lo demás hacia el dormitorio.

—Creí que habías dicho que era basura todo lo que pasaban en el noticiero.

—Y tengo razón, todo lo que pasan en la caja estúpida es basura poco confiable. —En algún punto Hermione había aceptado qué Harry ahora decía groserías y que gustaba de llamar con adjetivos despectivos a casi todo, especialmente si no le gustaba. —Es un desperdicio de energía estar sentados frente a ella por las noches, cuando podríamos hacer otras cosas más productivas. —finalizó en un tono sugestivo, subiendo los puños de su camisa hasta los codos.

—Oh, por amor de Merlín, vas a comenzar de nuevo. —pujó la bruja sin prestar atención a los pasos qué se acercaban a ella. —Creo que ya nos hemos pasado de productivos estos meses.

La castaña luchaba dentro del armario, moviendo con la varita los pesados baúles de Hogwarts. Harry se apresuró a ayudar en cuanto la vio, corriendo hacia ella antes de continuará y se hiciera daño.

—¡Hey, para!

—Estoy bien. —Lo tranquilizó, dejándose caer sobre uno de los cofres, retirando el sudor sobre su frente.

—¿Bien? ¿BIEN? —el enojo en el mago surgió espontáneamente, cosa que a Hermione también le parecía normal a esas alturas. —¡Estás embarazada!

—¿En serio? —Hermione se miró el abdomen, su gran, gran abdomen, mucho de lo que tenía dentro era líquido, pero en algún espacio estaba el hermoso ser qué gestaba. Su futuro hijo. El primero de los tres que quería tener. —Tal vez lo sabría si hubiera un espejo, pero...

—No lo hay. —la cortó su esposo con sequedad. —Ni lo habrá en un futuro próximo, sabes que no los tolero.

—Harry, ya pasó demasiado tiempo.

—Nunca será suficiente.

—Lo sé, pero tienes que comenzar a aceptar que siempre será así y que debes vivir con eso. Se que es difícil cambiar como te sientes, más es necesario dejar los miedos atrás para poder avanzar. Voldemort no va a regresar y mucho menos a través de un espejo.

—No es eso lo que veo.

Harry caminó al único lugar reflejante en toda la casa, Hermione lo siguió de cerca hasta el gran frigorífico cromado que acababan de adquirir. Harry evitaba constantemente acercarse y cuando lo hacía era sin dar ni un vistazo. Esta vez, sin embargo, lo hizo, se miró y también observó a su alrededor, Hermione unos pasos atrás lo miraba con su enorme barriga de embarazo. En una esquina se vio a sí mismo, solo que no era él, esa imagen no era suya y ser consciente de eso lo enfurecía.

En ocasiones lograba olvidarse de todo lo que había pasado, lo que había tenido qué hacer para seguir con vida, para estar con una mujer que no merecía y próximamente con un hijo que pondría el mundo de ambos en el sitio que siempre debió estar, la fría y dura realidad.

—Eres un héroe. —apoyó Hermione con un rostro conciliador.

—No.

—Harry...

—No lo digas... por favor, no.

—Está bien. —dijo con resignación. —Sí no quieres aceptar eso, entonces dime, ¿acaso no te basta con que yo te ame? ¿No te basta la felicidad que me das? —Hermione volvió a acariciar su abdomen, enternecida por la mirada cristalina en los ojos de su esposo.

—Eres todo para mí, Hermione, tú eres todo lo que tengo y lo único que necesito para estar bien.

—Ven aquí. —la dulce futura madre abrió los brazos para recibir el cuerpo alto y delgado de su compañero de vida.

Harry había crecido bastante luego de la batalla, su cuerpo siempre esbelto también cambió, su espalda era más ancha y su cintura pareció perder unos centímetros, haciéndole una figura que calentaba las mejillas de la bruja. Su cabello también había cambiado, Hermione repasó los dedos entre la cabeza oscura de su esposo, la sedosidad de sus cabellos era algo delicioso para sentir, ya no más melena salvaje, cada mañana lo veía acomodarse el cabello en un peinado caído sobre su frente, lo cual lo dejaba permanentemente joven y atractivo.

—¿Tienes hambre? —le preguntó en voz baja. Harry había colocado la cabeza en su hombro, dándole pequeños besos en el cuello, haciéndola sentir hormiguitas en la espalda.

—No.

—Hice lasaña. —propuso e inmediatamente el estómago de Harry gruñó. —Excelente, pondré la mesa.

El azabache se resistió a apartarse, pero no pudo apretarla contra él como antes, su hijo se interponía entre ambos. Antes de que se alejara por completo paso la mano por encima de la dureza de su vientre, sacándole una sonrisa que lo encandilaba. La amaba demasiado.

—Pronto estará con nosotros. —comentó la bruja jovial, girándose para sacar la cena del horno, sin ver como el rostro pacifico de Harry volvía a ser una expresión seca y vacía.

—En semanas.

—Quisiera que fueran días. —Admitió Hermione riendo de lo desesperada qué sonaba. —Este niño si qué pesa, el sanador Beckham dice que será un bebé grande y que eso significa que será alto.

—Ya lo sabía, amor, es por los genes.

—Pues tú no solías ser muy alto y en las fotos de tu padre tampoco se le ve de mucha estatura.

Harry pensó mejor sus palabras, tomándose un tiempo para responder mientras se servía un vaso de soda de manzana, su favorita.

—Lo decía por tu padre, es alto.

Hermione pensó en él, Berth Granger no era tan alto, tal vez incluso un poco más bajo que el propio Harry.

—Tal vez. —concedió, pasándole un plato desbordante de lasaña. Sabía que a él le encantaba así que se ahorraba la molestia de servirle dos o tres platos, y en su lugar le daba uno enorme y bien servido. —Hablando de eso, me gustaría visitarlos antes del parto, mamá me ha conseguido una ropita fabulosa de una tienda extranjera.

—Mi descanso será en dos días y ya he pedido la licencia para ayudarte cuando llegue el bebé, así que podríamos ir el fin de semana y quedarnos si quieres.

—Eso sería hermoso, gracias cariño.

Y un gruñido fue lo último que se escuchó, Harry no habló hasta que el plato quedo limpio, Hermione disfrutó de verlo comer, era como si todo lo que le preparaba fuera un manjar, pero ella solo se reconocía como una cocinera promedio.

—Exquisito, cada vez te superas más.

—Gracias.

—Tendré que compensar tu esfuerzo y dedicación de alguna forma.

—Un buen masaje en mis pies hinchados estaría bien.

—Claro que sí, señora mía.

Y entonces Hermione se olvidó de su limpieza de fin de año y se dejó consentir por las manos tibias de su esposo, qué obviamente no solo le dieron un masaje. El sanador le había dicho que tener sexo estando embarazada podía ayudar a que el parto se adelantara un poquito y eso era perfecto para su dolorida espalda y para aliviar los nervios que sentía por conocer a su hijo.

Cuando por fin quedo dormida, Harry se levantó lentamente para tomar un vaso de agua, no encendió las luces, en el silencio y la oscuridad observó a través de la ventana la serenidad de la calle. Pronto ya no vivirían ahí, como sorpresa de aniversario y sabiendo que el bebé requeriría de más espacio, había comenzado tratos para adquirir una casa muy cerca de la de sus suegros. Una casa que tal vez él no disfrutaría...

Casi era media noche cuando la luz de un auto fuera alumbró el rostro de Harry, el reflejo fue rápido, pero lo suficiente para iluminar facciones muy diferentes a las del auror en jefe. Una nariz larga y quijada afilada, labios delgados formados en un arco aristocrático, cabello platino y ojos de duro acero, Draco terminó de beber su vaso de agua más libre de lo que se había sentido en mucho tiempo. Nunca dejaba qué la poción desapareciera por completo, pero esa noche lo necesitaba, necesitaba ser él de nuevo.

La calle volvió a quedar sombría y silenciosa, ni un solo sonido más que la respiración leve qué provenía de sí mismo. Paso a paso caminó hasta donde estaban los baúles qué Hermione había sacado antes de que él interviniera, su tardanza luego del trabajo lo había puesto en riesgo, un poco más y todo habría terminado antes de tiempo. Sigilosamente abrió el que le pertenecía y sacudiendo la mano con un hechizo sin varita, el interior en color rojo y dorado cambió al verde y plata. Con nostalgia recogió su bufanda de Slytherin y la acercó a su nariz, no olía a nada en particular, pero nuevamente aquello lo hacía sentirse un poco como él. Había dejado tanto atrás, ese baúl era lo único que tenía de su pasado, un pasado disfrazado de rojo y dorado.

Harry Potter murió, nadie más que él y su madre lo sabían, el elegido dio su último aliento en el bosque prohibido. Draco había escuchado el mensaje mental de su encuentro con Voldemort y escondido entre los árboles siguió a Potter, viendo todo el suceso posterior. A su madre inclinarse y decir que estaba muerto, el momento cuando sus ojos se encontraron con los de él y ambos supieron que el futuro ya no era seguro. Entonces el plan se armó en el más absoluto de los silencios, Voldemort dejó el cadáver de Potter a pudrirse, ninguno de sus mortífagos volteó más, se fueron celebrando la victoria. Antes de partir, Narcissa dejó caer dos pequeñas botellas entre el pasto, cuando fue seguro Draco se aproximó y las levantó con todo el miedo del mundo en su espalda. No tuvo que trabajar su mente demasiado para saber qué hacer, con su varita arrancó todo el cabello del elegido, echó unos cuantos pelos dentro de la botella y espero un poco, mientras tanto tiró de los suyos e hizo qué Harry tragara el otro brebaje, oprimiendo y soltando su pecho varias veces para que el líquido resbalara por su garganta. El cuerpo aún caliente del azabache se transformó en el rubio y Draco en Harry Potter.

Fue extraño mirarse ahí, muerto. No se preocupó mucho porque el efecto le pasara, todo el mundo sabía que una vez falleciendo transformado en otro, esa imagen se quedaba pegada al cuerpo frío por la muerte. Su madre era inteligente, de eso no había duda. Antes de irse con su nuevo rostro, tuvo que tener las agallas para lastimar el cuerpo de su antiguo enemigo, de tal forma que nadie se preguntara porque Draco Malfoy estaba en medio del bosque, casi sin cabello y molido a golpes. Tortura claramente.

Con su nueva identidad caminó tras de Voldemort, esperó su discurso y fingiendo tener un valor que realmente no tenía, se enfrentó a él en una lucha que era imposible de ganar, pero que de alguna forma resultó, pues la profecía decía que uno tendría que morir para que él otro viviera, eso no le aseguraba al sobreviviente la vida eterna y así Draco terminó con el gran señor tenebroso, siendo a partir de ese instante y para siempre Harry Potter.

—¿Harry? —La llamada de su esposa lo hizo brincar, pero arrodillado frente al baúl lo único que hizo fue asentir, esperando que la oscuridad fuera suficiente para ocultarlo. Hermione jamás había sospechado nada y si la fortuna lo favorecía, tal vez estuviera demasiado adormilada para indagar. —Mírame.

Ya sabía que pasaría, era tan poco el tiempo que le quedaba, semanas antes de que naciera el bebé, un rubio de ojos grises como era la genética Malfoy, una maldición de apariencia imposible de ocultar, entonces todo se acabaría y ella lo odiaría. Draco iría a Azkaban por suplantación de identidad, por haber sido un mortífago y por haber vivido una vida qué no le correspondía, aunque nada sería más doloroso qué el odio de Hermione y la separación de su hijo.

—Mírame... Draco.

Sus palabras fueron cómo agua fría a su espalda. Entonces ella lo sabía... ¿Qué haría con él? ¿Cuál era su plan? ¿Desde cuándo lo sabía? ¿Había esperado todo ese tiempo para que su odio estuviera completamente justificado?

—Ve a dormir. —Tenía años que no escuchaba su propia voz, se sintió horriblemente reconfortante volver a oírse así mismo.

—¿Para qué huyas?

—Para que descanses.

—Claro.

—Me quedaré si eso quieres, no voy a moverme de aquí hasta que despiertes, lo prometo.

—¿En serio?

—Sí, estaré hasta que despiertes, luego puedes hacer lo que quieras, no voy a resistirme.

Lo agradable del silencio de minutos atrás se volvió pesado, Draco quería vomitar. Sintió a Hermione moverse tras de él y antes de que pudiera hacer algo para esconderse aún más en el armario, ella se arrodilló junto a él y le quitó la bufanda de las manos.

—Creías que no lo sabía, ¿verdad? —No había ningún emoción en su voz. ¿Eso debía alarmarlo o aliviarlo?

—¿Hace cuánto lo descubriste? —preguntó sin mirarla.

Hermione pensó, deslizando los dedos por el tejido gris y esmeralda. —Desde hace seis años.

—¿Qué?

—Sí, seis años más o menos, aquella tarde cuando le dijiste a Ron qué era insoportable por no darse cuenta que hacía mal tercio cenando con nosotros. Tú mirada, la forma en que tu boca se torció, Harry... Harry no tenía esos gestos, pero yo sabía que los había visto en otro lado, en otra persona. Tus visitas hacia Narcissa Malfoy lo hicieron más evidente, verla aplaudiendo y llorando en tu nombramiento en jefe fue bastante... esclarecedor.

—¿Cuáles serán tus pasos? —la interrumpió, sintiendo que estallaría en cualquier momento si la dejaba continuar con todo aquello que descubrió mientras él pensaba que estaba oculto y seguro. —Has esperado demasiado, Granger. ¿Cuál es el plan?

—¿Plan? ¿Por qué habría un plan?

—Usurpe el cuerpo de tu querido Potter, fingiendo ser él por años y en todo este tiempo lo supiste y no hiciste nada o más bien jugaste de la misma forma, me engañaste haciéndome creer que todo estaba bien, actuaste enamorada, aceptaste casarte con un falsificador e incluso lo llevaste más allá y te embarazaste... ¿Se te olvidó que era yo? ¿Creíste qué el multijugos haría qué el bebé se pareciera a Potter?

El rubio no pudo terminar, Hermione se arrojó sobre su espalda con la bufanda aún entre las manos, su vientre inflamado chocó en la espina de Draco, haciéndole soltar un sollozo ahogado.

—No te mentiré, fue terrible descubrir qué Harry no estaba, que había sido sepultado en alguna parte de la mansión Malfoy, con un aspecto que no era el suyo y sin tener la oportunidad de ser reconocido como el hombre valiente que fue, pero... ese dolor, esa furia se apagaba al verte, al observarte tratar con todos como él lo hacía, riendo con los Weasley, cenando con Luna y su padre, viéndote resplandeciente por los logros qué obtenías en el trabajo, relacionándote con personas que habías esquivado como la peste, y tu forma protectora sobre mi... era como si Harry no se hubiera ido.

—Un jodido remplazo, por eso no derribaste mi fachada.

—No, no fue así, había algo más ahí, algo que Harry no producía en mí y tú sí. Me encontré sintiendo mariposas al saberte cerca, cuando menos lo supe estaba buscando un lugar en donde vivir contigo, delirando por estar entre tus brazos todas la noches.

—Con una imagen. Eso soy, la imagen de un hombre que quieres demasiado como para aceptar que está muerto, no eres capaz de asimilar que yo ocupo esa falsa piel.

—Te equivocas. Pude desenmascararte en el momento que lo descubrí y en vez de eso dejé que continuaras porque sabía que era la única forma en que podía estar contigo, amaba a Harry, lo amaba tanto, pero no de la forma en que tú hiciste que te quisiera. No por ser la imagen de Harry, si no por la persona que eras estando protegido del escrutinio público, el Draco real, el que se atrevió a enfrentarse a Voldemort, el que dejo de lado toda una vida de ser un sangre pura, el que se esfuerza a diario por ser un mejor hombre, esposo y padre. Todo eso que dije antes eres tú, no Harry, no lo que finges para que otros te crean, conmigo eras quien eras y así podía verte debajo de cualquier máscara que estuvieras portando.

—Te mientes, tanto deseas que él esté que te mientes...

—No, aunque tal vez si me engañe en algo... en que me amas. Tal vez has vivido todo esto conmigo por apariencia, por miedo a ser descubierto.

Al fin Draco le dio la cara, se giró hacia ella enfrentándola por primera vez en siete años. —Te amo tanto que sería capaz de abrirme las venas frente a todo el ministerio si me lo pidieras. Hice lo que hice por cobarde, porque era más sencillo vivir oculto, solo que escogí al hombre equivocado, su vida era tan compleja como bella, ¿cómo se renuncia a eso? Me enfrenté a Voldemort en un desesperado intento por no perder todo lo que Potter tenía y de alguna forma gracias a eso te gané, te tuve por primera vez cerca y la calidez de tu presencia me hacía querer fundirme en un charco a tus pies. Jamás quise renunciar a eso, a ti, a lo que tenemos y formamos, querías hijos y dártelos se convirtió en mi única misión porque sabía que te hacia feliz... No importaba que fuera lo último.

—¿Lo último?

—Ese niño no será como Potter, sabes a quien se parecerá, sabes lo que todos dirán.

—Nadie va a decir nada. —Hermione trató de alcanzar su cara, pero Draco se apartó de su toque, abrumado y herido por todo lo que había tenido que cargar en silencio durante todo ese tiempo de ser otro.

Hermione vio el dolor en la plata de sus ojos, era tristemente hermoso.

—Ya se acabó mi tiempo. No puedo vivir contigo guardándome un rencor perpetuo, deseando qué sea Potter todo el tiempo, sería la peor de las torturas. Entrégame al ministerio, señálame como el mal nacido que soy y así nuestro hijo no será mal visto, podrá decir que es producto del engaño de un hombre perverso, más no de una mentira de ambos, no dejes que te arrastre conmigo.

—Draco...

—Fue maravilloso estar contigo, fue maravilloso poder amarte y te prometo que lo haré por siempre, no habrá un solo minuto en el que no piense en ti, en nuestro hijo.

La castaña permaneció callada, apretando la bufanda entre sus dedos, sabiendo que él jamás creería en sus palabras y aceptando que tenía razón en una cosa, su hijo sería señalado si trataban de mantener oculta la verdad, ya no podían mantener la falsa fachada. Suspirando finalmente tomó una decisión, se levantó y sin decirle nada más se acercó a la chimenea, tomó un puño de polvos flú y se fue.

Ese era el fin del robo de identidad.

Draco no bebió más el multijugos, selló el departamento y cualquier entrada mágica con la última esperanza de que nadie lo interrumpiera en su duelo. El cabello que le restaba de Harry lo quemó hasta las cenizas, esperando el momento en que los aurores, sus compañeros durante años, derribaran las protecciones y lo llevaran a Azkaban.

Una semana transcurrió, durante ese tiempo lo único que hizo fue beber, su estómago había recibido un par de manzanas y tres paquetes de galletas, ojeras casi negras se depositaron bajo sus ojos y barba áspera atacó sus mejillas. Decidió qué era momento de avisar a su madre, la citó dos calles adelante del departamento, en una reunión ya esperada por ambos.

Narcissa era igualmente consciente de que su mentira no iba a durar más allá del parto de su nuera, sabiendo eso fue que sostuvo a su hijo en brazos todo el tiempo que pudo, repasando sus manos sobre el rostro que no había podido ver en esos largos ocho años. Al final le prometió qué haría lo posible por verlo cuando todo saliera a la luz, esperando que Lucius fuera comprensivo y también quisiera verlo.

—Te apoyaré en todo momento, mi dragón.

Draco regresó arrastrando los pies y con la moral por los suelos, su madre le dijo que buscaría tener contacto con Hermione ahora que la verdad se sabría, le propondría ayudarla con el bebé, pero él sabía que seguramente ella se negaría a aceptar cualquier cosa que proviniera de un Malfoy.

Antes de que la llave de su hogar terminara de girar, las barreras mágicas le avisaron de la presencia de dos personas en el interior, creyendo que era el fin simplemente se lanzó a su nueva realidad, encontrando que no eran los aurores quienes lo esperaban, sino Berth y Jean Granger.

Draco se sorprendió de verlos ahí, de todas las personas ellos eran los menos indicados para buscarlo, más extraño fue que ninguno dijo nada sobre su verdadera imagen, supuso entonces que Hermione les había contado la verdad.

—¿Todo bien? —preguntó Berth, parado sobre el tapete de botellas de licor regadas en el piso.

—Sí, bien. —fue todo lo que pudo responderle.

—Correcto. Bueno, creo que te imaginas porque estamos aquí.

—La verdad no.

—¿No?

—No. Estaba esperando a alguien más.

—Oh, si, Hermione nos advirtió que dirías eso. —dijo la señora Granger, tenía amarrada en una coleta sus gruesos rizos, cosa rara ya qué siempre optó por dejarlos libres igual que su hija. —Pero bueno, aquí estamos y esperamos que seas cooperativo con nosotros, ya sabes que no tenemos magia así que obligarte a lo que sea sería difícil.

—Yo...

—¿Te molesta eso? —interrumpió Berth Granger. —¿Qué no tengamos magia?

—No. No me importa en absoluto.

Entonces Draco supo que Hermione si les había contado TODO sobre él.

—Eso es bueno, porque somos familia y sería muy incómodo qué nos odiaras. Arruinaría la cena de Navidad.—completó Jean Granger

—¿Co, como dice?

—Oh, y el viaje a Suiza en año nuevo. —recordó Berth

—Cierto.

—No estoy entendiendo. —dijo Draco confundido.

—Es simple, voy a limpiar esto mientras tú y mi esposo guardan las cosas de Hermione, las del bebé y por supuesto las tuyas en alguna bolsa qué puedas hechizar para que sea más grande o algo así, luego nos iremos a un bufete, comerás hasta que yo diga que es suficiente y finalmente tomaremos un vuelo de varias horas a Australia.

Draco solo pudo parpadear.

—Vamos, aprisa o no nos dará tiempo suficiente.

—No, no, esperen un momento. ¿Australia? ¿De qué están hablando?

—Hermione esta allá. —explico el señor Granger. —Luego de que nos regresarán nuestros recuerdos después de lo que ya sabes que ocurrió, volvimos a Londres, pero conservamos la casa en la que vivimos en Australia. Ahora es momento de regresar, pero no lo haremos solos, iras con nosotros.

—¿Para qué? ¿No les dijo ella? No pienso huir más. ¿Saben quién soy y lo que hice?

—Magia. —respondió Jean tranquilamente. —Conocimos a Harry y sabemos que usaste su imagen para vivir con nuestra hija, pero también sabemos todo lo que has hecho con eso, no eres el mago villano y xenófobo del qué trataríamos de alejar a nuestra hija. Te conocemos, Draco, lo suficiente para saber que amas a Hermione. Lo que hiciste fue incorrecto de muchas formas, pero somos optimistas y tal vez un poco ingenuos, y creemos que sigues siendo el indicado para ella. La familia no se abandona.

—Potter era su familia, yo solo soy...

—Harry está muerto. —sentenció Berth con seriedad. —Y es triste y se le ha llorado, tendrá un afecto especial siempre, pero tú, Hermione y su futuro hijo están vivos, están aquí y es momento de que no solo seas una imagen, es momento de que seas tú.

Ocho años después Draco recordó como era llorar, como era ser visto como él mismo. Ser aceptado por ambos muggles fue más importante que cualquier otra cosa que hubiera recibido de otros, una aceptación que solo Hermione le había dado y que él horriblemente rechazó por sentirse indigno de ello.

—Gracias.

Jean lo abrazó y el rubio sintió un calorcito en el estómago tan similar al que sentía al abrazar a su madre, todas las piezas sueltas en el comenzaron a unirse lentamente.

—Está bien, todo está bien.

Y era verdad, lo estaba. Se hizo todo como la señora Granger dijo, Draco y Berth tomaron las cosas útiles e importantes, los tres dejaron el apartamento salmón con balcones llenos de flores y una carta sobre la mesa dirigida a Narcissa Malfoy.

Madre, estoy bien y estaré mejor pronto. Se que querías volver a verme siendo yo, pero creo que estamos de acuerdo en que es mucho mejor que no suceda de la forma en que esperábamos, porque eso significa que estoy bien y que soy feliz.

Te amo y lo haré siempre, igual que lo hará tu nieto cuando le hable de ti. Nunca supe si fui un buen hijo, pero quiero que sepas que tú fuiste la mejor madre del mundo, me salvaste y me diste una oportunidad que no voy a desaprovechar.

Estaré contigo siempre, tal y como tú lo estarás en mi hasta la eternidad. No llores, al fin puedo ser yo de nuevo y esa es la paz que ambos queríamos lograr aquella vez en el bosque.

Te amo, madre.

—Tu dragón.—

Varias horas después los Granger y el rubio llegaron al aeropuerto de Australia. Hermione los esperaba entre la multitud, ondeando un cartel que decía "Bienvenido, Draco." No reprimió el revoloteo en su abdomen al ver caminar a su esposa igual a un pingüino, con los brazos extendidos hacia él y su enorme estómago, receptáculo de la vida y el futuro.

Bienvenido a su nueva vida, su verdadera segunda oportunidad.