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* One-shot.

*Personajes a cargo de Astruc y cía.

*En esta historia todos son mayores de edad.

*AU

*Lime, romance, angst.

*Felinette, adrinette.

*No tendrá continuación.

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CADA DOS MINUTOS


Cada dos minutos pierdo la razón
Me abandona la ilusión
Me tropiezo y me caigo

Cada dos minutos ¡recuperación!
Me despierto en el salón
Y me levanto despacio. Despacio.

(Despistaos - Cada dos minutos- 2009)


Sucedió en el verano antes de empezar el último año del bachillerato, cuando ella debió trabajar en la cafetería de un hotel de lujo, ayudando a sus padres, durante la temporada veraniega. Pagaban bien. Él, en cambio, era un huésped de larga estancia en una de las mejores suites, acompañando a su madre, aunque cada quien vivía en un horario distinto.

Durante las tardes, él bajaba a la piscina, cogía un libro y elegía una tumbona aislada lejos de la gente aunque todavía estaba cerca del agua. Y pedía lo mismo, siempre, una copa, o dos, algún aperitivo. Un día, ella tropezó con la nada, con su propio pie, y todo la bebida fue a caer encima de él y de su lectura. Palabras agrias, algún insulto, una discusión. Ella limpiando su camisa y él recogiendo la bandeja y el vaso mientras seguía enfurecido, y una caminata hacia la barra del bar y hacia el aseo, en tanto continuaban riñéndose y señalándose con el dedo.

- Torpe - gruñía él.

- ¡He dicho lo siento!.- gritaba ella.

Al día siguiente, se repitió lo mismo, una caída, un tambaleo, una disculpa, otra caminata hacia el aseo, otro libro perdido.

- Inútil.- él susurró esta vez.

- Arrogante.- escupió ella.

Otra estropeada camisa, un nuevo "lo siento". Y Félix se divertía imaginando cómo esas largas piernas se verían en un bañador a la orilla del mar.

Un nuevo día. Una nueva tarde de accidentes fortuitos. De gritos y lamentos.

- Por favor, Marinette, hace días que no puedo beberme ni una copa por la tarde. No cuesta nada traerla veinte metros desde la barra hacia mí.- explicaba Félix, tratando de no mirarle el pecho ni los labios.

- Pues tráela tú, idiota.- masculló ella, apuntándolo con el dedo, empujándolo levemente.

Él frunció el ceño, entornando la mirada, suspiró fuertemente y tomó una decisión.

- Basta, son demasiados días. Basta, es suficiente.- declaró súbitamente, emanando impaciencia. - Hoy saldremos, a pasear, adonde quieras, y eso es todo.-

Y rápidamente, él, empapado y apestando a ginebra, recogió la bandeja, los trozos de la copa, su libro inservible y fue directo hacia el bar, dejó el menaje en una mesa de la cafetería y subió otra vez a su habitación para cambiarse y estar listo.

Ella, sin embargo, se quedó de piedra mirando hacia la piscina, con la boca abierta, con un rubor asándole la mejilla.

-¡Marinette!- escuchó que le gritaba su padre. - ¿Otra vez se te cayó la bandeja? ¿Con qué tropezaste esta vez?-

La voz potente de su padre la hizo despertar de su ensueño, de su sorpresa. El calor del verano le embotaba la mente y llenaba su piel de un sudor dorado y brillante, y la sal del mar impregnaba sus cabellos.

- El amor - susurró despacio, para sí misma.- Creo que tropecé con el amor.

Así comenzó su historia, todas las tardes ella le servía su copa, luego le traía sus aperitivos, se sonreían en silencio mientras él la miraba y mordía una aceituna, y ella sonreía más y luego giraba, abrazaba la bandeja y se retiraba al interior del hotel. Félix la seguía con la mirada, veía sus piernas, sus caderas, su cintura y su espalda, observaba el meneo de su pelo, azabache y liso, reluciente. Y él suspiraba, imaginando cómo sería tocarla, acariciarla. Cuando faltaban unos minutos para que ella terminara su turno, él volaba a su habitación y se quitaba el bañador para ponerse una camisa y un pantalón y zapatos y bajaba veloz hasta la salida de los empleados y esperaba y esperaba, hasta que ella saliera. Metía las manos en los bolsillos y balanceaba su cuerpo adelante y atrás.

- Lamento si te hice esperar mucho, fue un día pesado.- se disculpaba Marinette.

El sólo sonreía, le señalaba el camino y echaban a andar.

- ¿Estás segura que no necesitas gafas? Siempre tropiezas y derramas cosas, o te pillas los dedos o se te resbalan objetos.-

- No, no.- corregía Marinette - veo bien, sólo que no presto atención.

Y el tiempo transcurría de esa manera, conversando de cosas sin importancia, a la vez que bordeaban el paseo marítimo, adentrándose en la playa. Llegaban cuando el sol moría, en el ocaso del día, ante las puertas de la noche.

- ¿Sabes que es lo que más me gusta del verano, Marinette?- le dijo él, una día de esos.

¿Las copas? pensó ella, ¿los libros? visualizando lo mucho que leía Félix. ¿Las chicas con bikini haciendo topples? siguió pensando, recordando que pillaba a Félix viendo a otras muchachas, ¿o las fiestas? porque había fiestas en el hotel y él participaba en todas, y al día siguiente, resaca. Ella pensó en todo eso, pero inocentemente le dijo:

- No, Félix, no lo sé.-

Ese día, ella llevaba una vestido blanco de algodón bordado con unas sandalias que llevaba de la mano para poder caminar sobre la arena. Algunas veces, Marinette se adentraba un poco en el mar y mojaba sus pies. Él hacia lo mismo, con el pantalón recogido y sus zapatos colgando del hombro.

- Si uno vive cerca al ecuador, el día y la noche duran lo mismo. Se amanece temprano, como a las 6 o 7, para luego anochecer doce horas después, no importa la estación del año que sea. En cambio, aquí, en Francia o en Londres, es distinto. En invierno, amanece muy tarde y anochece muy pronto, y en verano,...-

- Se amanece pronto y se anochece tarde.- completó la idea, Marinette.

Él asintió, concordando con la respuesta. Ambos se detuvieron cerca a una pequeña cala, anexa al hotel. Ella se introdujo en el mar, mojándose hasta los tobillos. Él se quedó en la orilla, quitándose las gafas oscuras.

- Y gracias a eso puedo ver morir el sol, luego de un largo día de calor. Y gracias a eso, hoy puedo ver como el reflejo naranja del atardecer ilumina tu mirada azul con tonalidades doradas y puedo ver lo bronceada que está tu piel y puedo sentir, incluso si no te beso, el sabor salado de tus labios.-

Félix la miró fieramente, esperando su reacción.

Un intenso azoramiento cubrió las mejillas de Marinette y con lentitud, ella se volteó a verle, sorprendida. Una ráfaga de viento salino meneó su pelo suelto y entonces, ella comprendió qué era lo que estaban haciendo ahí, un verano lejano, a orillas del mar. No, no era amistad, no, no era pasar el tiempo. Se asustó de esa mirada tan intensa, de sus ojos verdes, de su espalda y sus brazos torneados. Tímidamente, bajó la mirada y no se dio cuenta cuando una ola algo elevada, la mojó hasta las rodillas.

- Ven aquí, Marinette.- escuchó que le decía, sin dejar de observarla.

Ella obedeció, aún sorprendida por su declaración. Al acercarse, Félix estiró un brazo y la cogió de la mano, entrelazando sus dedos. La atrajo un poco hacia si, acercó su rostro hacia el de ella... Y él suspiró. Olisqueó su pelo negro, enredado por el vaivén del ambiente, y guardó ese aroma en su memoria.

Continuaron andando, mientras el sol moría ahogado en el horizonte, envolviendo el día en noche corta y fresca, alguna estrella brillaba y las farolas de las estructuras a pie de playa lucían lejos, pequeñas y titilantes.

- Estamos lejos, Félix.- susurró ella, rompiendo el silencio y la oscuridad.

Él asintió, deteniéndose abruptamente, y de un tirón, la apretó contra su pecho, rodeándola con sus brazos. Ella sintió como sus mejillas ardían y como su respiración se volvió ligera, como temiendo inhalar su mismo aire.

- Mírame, Marinette.-

Félix suplicó en voz baja, pronunciando su nombre. El chasquido de su lengua contra el paladar formando el fonema te al final. Marinette. El movimiento de sus labios, primero juntos para luego separarlos, apretando levemente los dientes y haciendo pasar el aire entre ellos. Marinette.

Con suavidad, él ladeó su cabeza y sus labios buscaron un trocito de piel cerca de sus pómulos, donde depositó un cándido beso. Ella se sobresaltó, y él notó su temblor.

- Mírame, Marinette.- una última súplica a esa mujer ligera y hermosa, joven y tierna, a la que tenía apresada entre su cuerpo y el crepúsculo.

Y en la oscuridad de una noche de verano, ella reunió el valor suficiente para alzar su vista y mostrarle sus labios, sus labios secos por el calor, pero húmedos por dentro. Y él, emocionado, percibió que Marinette se relajaba entre sus brazos y lo miraba, como nunca nadie lo había mirado, como nunca nadie lo haría jamás.

Con lentitud, acercó aún más su rostro y presionó sus labios contra los de ella, en un beso lento y caliente. Y tal cual cómo él pronunciaba su nombre, abrió y cerró su boca, ganando ímpetu poco a poco. Ella estiró sus brazos y los deslizó alrededor de su cuello, y durante largos minutos, ambos se perdieron en su amor, a orillas del mar, envueltos por el susurro de las olas y la brisa ligera de la costa francesa.

Verano ardiente, lleno de recuerdos que a él le tendrían que valer una vida entera.

Todas las tardes, él la continuaba esperando a su salida del trabajo. Y caminaban, y se besaban contra las rocas y se abrazaban fieramente, en el refugio de la noche. Ella introducía sus dedos finos en su cabello rubio, desordenándolo, en tanto que él le lamía la piel sobre sus hombros cerca a su cuello, y sus manos se deslizaban por las caderas sinuosas de su chica, elevando el bajo del vestido. Félix buscaba su piel, tanteando el camino hasta ella, hasta la carne de sus piernas y hasta el tacto de sus pechos. Intuyendo por debajo de la ropa, el bikini que ella se ponía para ir a remojarse en el mar, después de trabajar.

Algunas veces, salían de fiesta cerca a los locales a pie de playa, donde se montaban conciertos y juegos. O asistían al autocine montado en una explanada a las afueras del centro urbano, con ella y él sentados sobre el capó del coche, abrazados y comiéndose a besos.

Verano largo e intenso, cargado de descubrimientos y de susurros.

De susurros sobre su piel desnuda, de gemidos y lamentos, de placer y éxtasis, de esa magia eterna que se asocia a la primera vez en el amor. Del dolor, del apuro y de la fricción del amor. Y a repetir de vuelta, cada vez que podían, en su coche, en su habitación del hotel, sobre una manta de lino a orillas del mar, contra la saliente de la rocas o sobre el lavabo en el aseo de algún bar.

Y el chasquido de la lengua áspera de él, ahora ella lo tenía entre las piernas, a todas horas, cada vez que quería. Y ahora, él pronunciaba su nombre sobre su rostro, cerrando los ojos y descargando su pasión dentro de ella, temblando, riendo, soñando.

La noche es tan corta en verano, y el día es tan largo.

Su amor floreció tal cual lo hacen las flores en un invernadero, ligeras y tiernas, volubles, delicadas, sensibles a los cambios de temperatura y a la humedad. Pero su amor terminó al aire libre, así que también se sometió a los cambios de estación, dependiendo especialmente del verano.

Él le prometió lealtad y perseverancia, y visitas frecuentes a París, la ciudad donde ella estudiaría el último año. Ella meneaba la cabeza, asintiendo, mientras las lágrimas caían por sus mejillas.

- Mírame, Marinette.-

Y otra vez, un beso, un abrazo, un "te quiero tanto", un "no te vayas por favor".

- Sonríeme, Marinette, dame tu sonrisa y tu alegría, que lleve tu recuerdo y esa imagen de tí, feliz, dentro de mi maleta. Sonríeme, Marinette, y yo también lo haré cada vez que te extrañe, cada vez que piense en tí y en tu olor, y en tu pelo y en tu voz, y en tu torpeza, en tu actitud volátil y sincera.-

La besaba con desesperación, aprisionando sus labios y retorciendo su lengua en su boca. Sus brazos la sujetaban contra si, como aquella tarde durante su primer beso.

- Que tu amor sea mi equipaje.- le susurró por última vez, antes de partir.- Háblame, dime que me amas, que esto funcionará, que lo haremos funcionar.-

Y aunque ella lloró, él debió irse, porque también él tenía que realizar su último curso en Londres, para luego asistir a la Universidad. Ese último día se llenaron de palabras de amor y el mar los despidió a pie de playa, con la arena pringando la piel de ella, empapada por sus lágrimas.

La distancia, cruel enemiga del amor, se instauró entre ellos, y ya sólo dependía del teléfono, de la tecnología, de su voz trémula en los mensajes de audio, de las fotos del día a día. Él insistía en ella, en sus respuestas, en que le contara cómo iba en el instituto. Era imposible olvidar. No, él no podía olvidar. El primer amor no se borra así, no por la distancia, no por alejarse se elimina el sabor del primer orgasmo, o el del primer gemido después del primer beso, o el recuerdo de su voz enfadándose contigo. En su corazón, Félix llevaba tatuado su memoria y su amor. Y cada día era peor, ella demoraba más y más en contestarle, ya no le mandaba fotos, y con el paso de las semanas, simplemente, no tuvo ninguna respuesta.

- ¿Estás bien, Marinette? ¿Estamos bien, Marinette?- escribía, temblándole los dedos.

Y el silencio le rompía el corazón.

Buscó entonces a su primo, al único que tenía y que vivía en París. Cogió el último beso de ella, lo envolvió en sus recuerdos, en su foto enmarcada en su habitación y se subió un fin de semana a un tren desde Londres hasta Lille, para luego llegar a Paris, al Gare du Nord.

Casi de inmediato, empezó su búsqueda. Apenas dejó sus cosas y hubo repuesto fuerzas, Félix se preparó para el fin, o para el inicio, para la explicación o para la pelea. ¿Qué me dirá ahora? ¿Habrá alguien más? ¡Yo le prometí amor y perseverancia! ¡Y ella hizo lo mismo!

¿Adonde se va el amor menguante? ¿Adonde se va lo que parecía imperecedero? El que parecía eterno y dulce, aunque su piel sabía a salado. ¿Adonde va su voz prometiendo esperar, prometiendo mantener vivo al condenado a muerte? Desolación y tristeza, Félix estaba moribundo, y nadie podía saberlo, nadie lo supo nunca. Él no dijo nada a nadie, sobre su amor eterno, sobre su desesperación y su desconsuelo.

Adrien lo miraba divertido al verle apresurado por salir a la ciudad.

- Félix, no vayas con tantas prisas. Hoy quiero presentarte a alguien, y luego de eso, podrás salir.-

No, no, él no quería esperar, ya sabía adonde ir. Dupain-Cheng, buscó en el ordenador, Marinette, escribió. Y por los apellidos, localizó una panadería cerca al distrito XVIII, bastante lejos de ahí. Tomaría un taxi. Miró a través de los grandes ventanales de la mansión y observó las nubes grises acumulándose en el cielo. Meneó la cabeza, presintiendo la lluvia. No, no, para un inglés, dos o tres chaparrones no son nada. Le agradeció a su primo la hospitalidad, pero negó la reunión. Él iba a lo que iba, a ver a Marinette, a saborear la derrota o matar la agonía de su ausencia. Pero antes de salir de la habitación, el timbre de la entrada detuvo a ambos hombres, sobresaltándolos.

- Vaya, seguro que es ella, es bastante raro que llegue temprano.-

Y Adrien Agreste, con prontitud, bajó las escaleras con una sonrisa amplia mientras que su cuerpo ligero volaba para abrirle la puerta.

- ¡Marinette!- exclamó Adrien, abriendo los brazos y atrayendo a esa mujer contra sí mismo. - ¡Marinette, mi amor!.-

Y un beso ligero y tierno fue compartido por ellos dos, por Adrien y Marinette, bajo el portal de la mansión, mientras Félix los observaba desde lo alto de la escalera.

Hubiese querido soltar sobre ellos dos, separarlos por la fuerzas, quizá gritar y llorar, partirse, vociferar. O confesar el pasado. Pero no pudo. Sacó fuerzas de donde no había. Angustia, dolor. Ánimo, Félix, valor.

Tenía la piel en carne viva, desollada por su traición. No, no, no podía olvidar, no podía respirar, y como si estuviera muerto, dio un paso adelante, pisando fuerte cada escalón, hasta descender a la planta baja. Y se colocó estratégicamente detrás de Adrien, para que ella lo viera apenas abriera los ojos, para romperle la confianza y exponerla a su presencia.

Y así fue, ella lentamente abrió sus ojos enamorados que al instante se trasformaron en ojos abiertos de sorpresa, de incredulidad. Adrien los presentó con rapidez, su primo, mi novia, mi amor. Un abrazo, otro beso en el sien y Félix decidió pedir permiso porque debía salir de inmediato ya que tenía cosas qué hacer. Y con la sonrisa torcida, con los ojos en blanco, rígido, entumido y ardido, al borde del colapso, partido en dos, seccionado, desollado, maltratado, golpeado y hundido, Félix vagó por las calles de París, hasta que localizó una parada del metro, desde donde partió hacia la casa de Marinette.

Algunas horas después, y bajo una lluvia torrencial, ella apareció caminando cabizbaja cubriéndose con un paraguas azul oscuro.

- Félix- susurró ella, atragantándose con los recuerdos, con el color de su pelo, y de sus ojos, con el sabor de piel.- Félix, puedo explicarlo, déjame decirte que...-

- Prometiste amar, prometiste no olvidar. Ni una palabra, Marinette, no me dijiste ni una palabra, no me dijiste adiós. No te conocía cruel, ni indecisa, ni cambiante cómo el viento...- interrumpió Félix, parpadeando para poder ver ante semejante llovizna.

- ¡Y así fue!...¡así fue!...pero Félix, esto que siento, me arrasa por completo, me lastima y me cura, me ahoga y me da aire, y... noto cómo revoletean las mariposas en mi pecho, cerca al corazón. Y siento que ardo por dentro, que me consumo, que me incinero...¿Qué debo hacer? ¡Dímelo tú! ¿Qué debo hacer?- y encogiéndose sobre sí misma, Marinette se echó a llorar, temblándole los hombros, estremeciéndose con fuerza.

- Nadie te amará, Marinette, al menos nadie lo hará como lo hago yo. Mentira, deslealtad, traición. Ni un adiós, Marinette, ni un gracias y ni un hasta luego. No me duele que no me quieras, me duele tu silencio. No sabes lo que es morir por dentro, sin saber nada del otro. Desaparecido, negado. No sólo me has olvidado, me has engañado.-

Se calló, apretando los labios, sin saber qué más decir.

- Nadie te amará, no, nadie lo hará más que yo. Pero tú...tú ya no me amarás más.- masculló Félix, a punto de romperse a llorar.

Y aún con ella retorcida sobre sí misma, él se acercó y murmuró sobre su oído:

- Soñé que me extrañarías, que me darías una oportunidad, que pedirías perdón y yo te lo daría, Marinette, yo te daría otra oportunidad. Me mudaría a París, y haría la Universidad aquí, a tu lado. Pero tus promesas han muerto, enterradas entre los besos de mi primo, y sus abrazos, ¿verdad? y quién sabe si algo más. Soñé que lo nuestro sería eterno, y ha durado lo mismo que duran las flores cortadas en un florero, puestos en el recibidor de una mansión. Mientras que yo te pensaba y te extrañaba cada dos minutos, o quizá menos. Como una canción que se repite en la radio, una y otra vez. Y me verás, claro que sí, Marinette, me verás cada vez que yo pueda, cada vez que haya alguna reunión, y estaré a tu lado, recordándote lo frágil de tus promesas y la levedad de tu amor. Y ése, ése será tu castigo...- se alejó de ella, tratando de domar al amor que lo consumía por dentro.- ...Y éste será mi adiós.

- ¡Félix, Félix!...- gritó desesperada Marinette, viendo cómo él se marchaba sin escucharle. - ¡Félix, perdón! - gritó justo en el momento que un trueno gruñía en el firmamento, impidiendo que él oyera sus palabras.

Y Marinette dejó caer el paraguas, mientras cubría su rostro empapado no por la lluvia sino por sus lágrimas.

Y Félix caminó y caminó, y siguió caminando, perdido en sus pensamientos y con el corazón hecho trizas, triturado por la mentira y el engaño, y el silencio. Cuando entró en la mansión, saludó a Adrien, felicitándole por su nueva novia, por su nuevo amor.

Antes de irse a dormir, Félix le comunicó que le había ido bien, que París le venía bien, que el futuro le sabía al Sena y al vino espumante servido en su ribera. Le recordó que había pasado un buen verano y que probablemente, pasaría buenos años ahí, en París, acompañándolo.

Adrien Agreste le sonrió, contento, inocente, sin sospechar el calvario personal de Félix, ni su repentina muerte interna.

¿Qué será de tí, Marinette? ¿Qué será de mi, sin ti?

Y Félix suspiró, tratando de mantener su actuación, tratando de sostener su condena, tratando de seguir vivo aunque quisiera morir ahí mismo. Con rapidez, se liberó de la presencia de su primo y subió a su habitación, dispuesto a instalarse en la mansión Agreste, para siempre.

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-FIN-


Gracias por leer. Os quiero mucho. ¿Queréis escuchar esa canción..."cada dos minutos"? Intentaré actualizar las otras historias en este finde o la prox semana.

Un fuerte abrazo

Cambio y fuera

Lordthunder1000