Antes que nada: Shingeki No Kyojin es propiedad exclusiva de Hajime Isayama.
Ahora sí, notas de Katsura: Ay mis amores, quizás los tengo hartos con lo mismo, pero es que debo reiterarlo: debería estar en un psiquiátrico y léanme aquí, luchando con mi imaginación. Acerca de este One-Shot, tengo para contar que me vino a la cabeza luego de ver el último video que subió Dross... Por si dudan que estoy loca, jajaja. Mencionó la Talasofobia, océano me sonó a Armin y Armin me llevó a escribir esto. Inspiración de momento que no quise desaprovechar para que si muero la idea no me atormente en el mas allá. ¡Millones, billones, trillones de gracias a todos aquellos que lo lean, lo voten y lo comenten y a las que no lo hagan por igual! 3
—No... No puedo...
Murmura apenas el horizonte de azul se refleja en el iris. Detiene su andar a la par del suyo, que se ha detenido a poca distancia de la orilla, para dedicar los segundos que tarda la brisa en mecer sus cabellos a mirar lo que para él es la obra de arte más bella del universo.
¿Acaso su mejor amigo no ve lo mismo que él? ¿No ve los pequeños corpúsculos de sol que, al reflejarse sobre las aguas, dan a cada grano de sal el brillo de miles de diamantes esparcidos? ¿El rumor de las aguas al besar la playa no se filtra en sus oídos como la mejor canción para dormir? ¿Y el viento, que trae consigo el olor a sal y arena, no lo induce a cerrar los ojos y disfrutar su paso?
Ni siquiera han llegado a la orilla cuando para él ya es un imposible. Sabe por sí mismo que el miedo afecta la visión, planta espinas en lugar de rosas, monstruos con dientes afilados en lugar de seres humanos, y por eso se pregunta que ve Eren, qué ve de horrendo en aquel paisaje mágico sin igual.
—Oh vamos, Eren, ni siquiera hemos cruzado a la orilla. ¿Cómo puedes saber que no puedes si no lo intentas?
— ¿Tienes alguna idea de lo que puede haber debajo de toda esa agua? —El rostro de su mejor amigo, que hasta entonces ejemplificaba el miedo, transmitió fastidio. Pero él sabe que no es así. Eren no está molesto— aunque así lo dé a entender su ceño casi siempre fruncido—, más bien, es su ansiedad por ser escuchado y que los demás comprendan sus sentimientos lo que le hace lucir malhumorado allí y la mayoría del tiempo
Aprende que las personas gritan cuando sienten que nadie las escucha, se frustran cuando sienten que nadie las entiende y se enojan cuando pese a sus gritos y a exteriorizar sus frustraciones continúan sin ser comprendidas. Por eso Eren grita tanto, se frustra tanto, se enoja tanto y su voz, en ese instante, suena como un reproche. Toma una nota mental y agrega que una cosa desfila tras la otra: el que no escucha no entiende y el que no entiende no comprende. Porque, aunque entender y comprender son sinónimos, para Eren tienen un significado distinto. Entender parece significar solo un sí, y comprender parece calzarse sus zapatos para probar por sí mismo la dificultad de llevarlos puestos. Así pues, Eren le responde con otra pregunta porque se siente incomprendido.
Él es igual. Él también se siente incomprendido, pero a diferencia de Eren, él no grita, en vez de frustrarse, entristece y gracias a esa tristeza acepta con mansedumbre el lugar en el que le ponen los demás. Le intriga como, a pesar de ser tan semejantes, no puedan ver el mar de la misma manera.
—La luz del sol tan de golpe me marea, el ruido del agua me produce dolor de cabeza y el olor de la sal junto a la arena me revuelve el estómago. Lo siento, pero es imposible.
Le observa darse la vuelta, determinado a huir. Mas él logra impedirlo tomándole de la mano.
—Nunca lo sabrás— afirma, su voz trata de ocultar la súplica, aunque no sabe precisar por qué—. Si no lo exploras por ti mismo, nunca sabrás que hay debajo del agua. Si hay un infierno o un mundo igual o más maravilloso que el nuestro, y... Y vivirás con ese miedo para siempre.
Lo sabe, sabe que usar la palabra miedo en una oración no es diferente a decirle cobarde, un adjetivo que no le calza en lo absoluto, pero su anhelo porque ambos vean el mar con los mismos ojos pone las palabras en su boca.
Eren se voltea para replicar, sin embargo, por alguna razón, guarda silencio, su ceño se relaja y ambos comparten la mirada. No sabe definir lo que les ha impelido a mantenerse así, ni tampoco lo que Eren ha traslucido en sus ojos para, luego de un bufido, zafarse de su agarre y caminar con dirección a las aguas por sí solo.
Lo mira ilusionado. Cual si fuera un decisivo minuto de suspenso, avista un ligero temblor en su intento de sumergir el pie. Padeciendo un arrebato de alegría que no puede ni quiere controlar, corre a empujarlo por la espalda, él se trastabilla antes de caer de forma estrepitosa en el agua de una vez por todas. El grito que le oye terciar sacude su oído. Los brincos de susto, como si lo hubiera echado en una olla con agua hirviendo, provoca que unas gráciles carcajadas vayan en aumento.
Su risa se detiene al tiempo que Eren cesa de revolotear, mirándose a sí mismo en una pieza con la misma fascinación con que le había mirado a él cuando le habló del mar por primera vez.
— ¿Lo ves? ¡Ni que fuera ácido muriático! —Exclama, henchido de felicidad, y dándole rienda suelta le avienta pequeños chubascos de agua que anida primero entre sus manos.
— ¡Oe, Armin! —Atiende a vociferar, tratando de amortiguar los ataques. Despierto su lado infantil, ese que le vuelve objeto de burlas entre Hannes y sus camaradas, se arma de valor para devolver el gesto e iniciar una batalla, una que perdura hasta que, de repente, algo luce entre la espuma que arrastra la marea calma.
Cesa el fuego con el peso de los ojos de Eren tras su nuca cuando se agacha para dilucidar mejor. Con desmedido asombro reposa entre sus manos, cual pajarito con las alas heridas, un tierno molusco de mar.
Eren respinga. Retrocede al segundo aturdido por el descubrimiento.
— ¡Te lo dije! ¡No tememos ni la más remota idea de que duerme bajo estas aguas! — Hace el amago de querer arrebatárselo para devolverlo a las profundidades y huir, pero él lo detiene con su voz, buscando apaciguarlo.
—Espera, Eren. —Todavía reticente, presta oído a su llamado—. Mira, no se mueve, parece inofensivo.
—Yo no me fiaría...
— ¿No es hermoso?
Intercambia la mirada del molusco a su mejor amigo y, por primera vez desde que se habían conocido, encontró un brillo distinto e inusual en sus ojos, pero cuya belleza se comparaba a los corpúsculos de sol que, al reflejarse sobre las aguas, daban a cada grano de sal el brillo de miles de diamantes esparcidos
"Estoy feliz, Eren. Al fin podemos ver el mar de la misma manera".
FIN
