Descargo de responsabilidad: no soy dueño de Harry Potter


Hijo de su padre

Cuando Minerva fue a su oficina con la carta de un nacido de muggles con un apellido peculiar, tuvo que ir personalmente a verificar que el chico fuera de verdad el hijo de su padre, y, de ser ese el caso, asegurar de no cometer el mismo error dos veces.

Fue como un Déjà vu, en su mano tenía una carta dirigida a un niño de apellido Riddle, y plasmada debajo había una dirección, un orfanato.

Fue con la matrona y le pidió hablar con el niño, informándole que buscaba ofrecerle una plaza en una escuela especial para niños dotados.

Casi esperó la tormenta de quejas del niño, y las expresiones de su rareza, así como advertencias y menciones de su rebeldía.

Casi .

Lo único que obtuvo fue una mirada desconcertada en el rostro de la matrona, que le preguntaba si se refería al mismo niño, no obstante, lo llevó allí sin rechistar.

Su mente daba vueltas, imaginando un niño solitario, rencoroso con el mundo y deseoso de poder, y grande fue la sorpresa cuando la matrona comenzó a hablar, más por llenar el incómodo silencio que por cualquier cosa.

Le hablo de un chico callado, serio, apartado de los demás, en su mayoría podría clasificarse como un chico tímido y aislado, que prefería estar en su cuarto o en la distancia. No causaba problemas (cosa que sorprendió gratamente a Dumbledore), la mayor parte del tiempo pasaba desapercibido y era fácil de olvidar, por eso la matrona se sorprendió cuando el Director de una importante escuela lo buscó, fácilmente no sobresalía en nada.

Cuando terminó de hablar de lo ordinario que era, habían llegado a una puerta, la señora, cuyo nombre se perdió en la charla, tocó y entró, habló un poco con el ocupante de la habitación y salió dándole una sonrisa, indicándole que el niño lo esperaba, luego se fue.

Se quedó frente a la puerta un segundo, pensando en lo que encontraría del otro lado, un chico tan ordinario, tan común, tan desapercibido, un tipo de persona que puede ser muchas más cosas, que puede esconder secretos y ser astuto, podría ser incluso peor que su padre.

Habían pasado años desde que Voldemort fue destruido esa noche en Halloween, la idea de que tuviera un hijo era casi inconcebible, para un ser tan frio y déspota todo lo que resultara de él no podría ser peor.

Pero el chico creció aquí ( desde su nacimiento, igual que su padre )

Privado del amor de una familia ( igual que su padre )

Siendo un marginado ( igual que su padre )

La voz en su cabeza no se callaba, solo daba razones para creer que el chico sería como su padre.

Y cuando abrió esa puerta no pudo estar más de acuerdo con la vocecita en su mente.

Era la viva imagen de su padre.

Era como ver un Tom Riddle de nuevo hace tantos años, allí frente suyo, una encarnación de su pasado.

También muy pronto notó las diferencias, que a medida que avanzaba el tiempo crecían por tamaño.

El chico fue educado en saludar, pero no rozando la hipocresía. Cada gesto parecía auténtico, nada manipulador. Su mirada tenía esa calidez infantil que todos gozaron alguna vez y no pudo evitar pensar cuando estrechó su mano cálida, que no había alguien más diferente de su padre frente suyo.

Puede que Voldemort haya crecido sin la capacidad de mostrar amor, pero eso no significa que no haya nacido sin él.

Y si hay algo que decir, su hijo es una clara muestra de que nadie nace siendo malo, y que quien haya sido su padre no influye en lo que es ahora.

El niño estaba confundido, nunca solicitó una beca a una escuela de niños genio, tampoco es que él posea tales cualidades, al menos no tan desarrolladas, al parecer se preocupa por otras cosas y es entonces cuando se mostró emocionado y Dumbledore notó los escritos esparcidos por el escritorio, los bocetos pegados en las paredes y la extensa colección de plumas muggles ordenadas en frascos.

El chico le cuenta, sobre su sueño de convertirse en escritor, su deseo de crear mundos en papel y perderse de la realidad, sobre cómo se esfuerza en dibujar, porque quiere complementar todo lo que escribe, sobre la librería que abrirá cuando sea mayor y trabaje, una pequeña en la que venderá libros al mismo tiempo que escribe y crea maravillosas obras de ficción, le cuenta sobre cómo trabaja en su tiempo libre y ahorra durante semanas y meses para comprar las mejores plumas de la tinta más suave, sobre cómo debe comprar especiales debido a que la tinta suele manchar el papel. Se pierde rápidamente en su entusiasmo y olvida a que venía el señor, y también Dumbledore lo pierde, porque está maravillado por este chico que tiene un sueño tan claro y una vida tan planificada,

Cuando el niño, Sebastian, vuelve a la realidad se disculpa profusamente por dejarse llevar, y el anciano no le preocupa, porque su vivacidad era muy envolvente.

Pero las cosas no pueden ser siempre como queremos.

Dumbledore fue rápido informándole que era un mago, que venía a invitarlo a su escuela de magia y hechicería para que aprendiera magia, que existía otro mundo completamente diferente al que pertenecía.

La mayoría de niños que no fueron criados en la magia se mostraban escépticos, emocionados o temerosos. Los niños que han crecido en un orfanato se llenan con la esperanza de que exista algún familiar en ese nuevo mundo que los acoja y les pueda brindar una familia.

Pudo ver en primera fila como los ojos del niño pasaban por todas esas emociones en un segundo antes de comprender una verdad demoledora.

Estuvo allí y puede dar fe de ello, que miraba a los ojos de Sebastian Riddle cuando sus sueños se hicieron pedazos, fue tan lento que casi podía oír su corazón romperse, sus ojos de pronto perdieron su brillo y una humedad se acumulaba en la parte baja de la órbita.

Si iba al mundo mágico, debía enfrentarse a una nueva realidad, adiestrarse en otras costumbres, tener otros sueños, porque en ese mundo al que iría no había cabida para un escritor de ciencia ficción, ni para una librería, ni para una vida tranquila.

Dumbledore no comprendía como el chico lo supo, pero todo eso era verdad.

La esperanza brilló en sus ojos cuando le preguntó si podía declinar la oferta. Pero de alguna forma también sabía la respuesta.

No.

Cualquier nacido de muggles hubiera tenido la opción de declinar, se le borraría la memoria y viviría su vida normal, ignorante del mundo al que hubiera pertenecido.

Pero no él. No Sebastian Riddle. No el hijo del mago más oscuro de los últimos tiempos.

Él tenía un deber, no podía simplemente quedarse al margen de las cosas cuando era parte de las cosas. Debía elegir un bando, luchar contra su padre porque era malo, debe soportar el rechazo de ser un mago huérfano desconocido en Slytherin, soportar los insultos, los estigmas, soportar de nuevo el rechazo cuando se conociera el nombre de su padre, ser repudiado por ambos lados, tanto por sus creencias como por su apellido y su sangre. Debía luchar de ahora en adelante por salir toda clase de situaciones, afrontar que la gente le tuviera miedo, soportar el peso que se le podría en los hombros y luchar contra las expectativas que muchos pondrían sobre él en el momento que pisara el mundo mágico, porque había quienes conocían el nombre de su padre, también quienes sabían que tenía un hijo, quienes pensarían que sería como ese ser malvado, a pesar de no querer. Debía mantenerse con vida a partir de este momento, porque al parecer todo el mundo sería su enemigo.

El príncipe de los mil enemigos, como en su libro favorito. Pero de alguna forma, esa perspectiva no resultaba atrayente.

Pero en ese momento ninguno de los dos podía saber que todo eso pasaría, solo había una certeza en el aire. Nada podría volver a ser igual, y los sueños debían regresar al mundo de la noche, donde pertenecen.

Se fue con la promesa de volver pronto, dejando un niño que miraba sus escritos nostálgicamente y se preparaba para la carga que debía llevar sin todavía saberlo.

Cuando volvió para llevarlo a buscar sus suministros, se encontró con una habitación vacía, desprovista de color y vida en sus paredes, más de la mitad de las plumas habían desaparecido y en el escritorio yacía pulcramente organizado un paquete de papeles llenos de letras, esperando por un envoltorio adecuado que los mantuviera seguros por todos los años venideros, mientras esperan convertirse en olvido.

El chico fue muy receptivo al mundo de maravillas que se le presentó al entrar en el callejón diagon, emocionado por todas las cosas nuevas casi parecía el mismo niño que encontró en ese cuarto de orfanato, pero lo sabía mejor, solo era la emoción del momento , la sensación de descubrir cosas nuevas lo que lo movía.

Consiguieron los útiles sin demora y Ollivander apenas si notó su procedencia. Como bien dijo la matrona, era fácil pasar desapercibido.

Después de eso lo dejó para que se enfrentara al mundo.

Miró a través de los años como se abrió paso por este mundo y se enfrentaba a todas las dificultades.

Le enseño sobre quien era, quien era su padre, y lo dejó para elegir.

Vio como luchaba en la guerra, en su casa y se enfrentaba a su padre.

Después, desde la otra vida, también miró como se enfrentaba a la sociedad, siendo considerado el hijo de un monstruo, marcado para siempre y apartado por aquellos que consideraba amigos, por los que ayudó en la guerra y por los que lo consideraban traidor a su propio padre, a su causa.

Tuvo que ver como a través del tiempo como su sueño se desvanecía, hasta que los escritos no ocuparon más que un par de líneas, hasta que llegaron a ser nada.

Lo vio escapar del país, establecerse lejos en una pequeña cabaña y sobreviviendo del cultivo de plantas raras.

Lo vio pasar sus días en soledad, fundirse con la rutina para escapar del pasado y solo viviendo en automático.

Lo miró marchitarse lentamente, lo mismo que vio en sus ojos aquel día en el orfanato, pero mucho más despacio.

Condenado por las acciones de su padre incluso antes de nacer, llevar en su alma el peso de la maldad, algo que no le pertenecía, pero que aun así le antecedía descaradamente.

Lo vio morir, y fundirse con el cosmos para ser nada, porque así fue su vida, cumplió con su deber y después no pudo aferrarse a sus sueños, se volvió nada lentamente mientras las letras se desvanecían en el papel, en el todo.