En plena Segunda Guerra Mundial, una negociación llevada ante el Louvre tiene resultados inesperados… que va a llegar a interrumpir una agradable y amena tarde familiar del rey Félix en 1589. ¡GRACIAS POR LEER!


Este fic es un Spin – Off del fic "DESTINO" de Abby Lockhart y cuento con su autorización para escribir esto (de hecho, ella me animó a hacerlo). Les recomiendo su lectura.


DISCLAIMER: Los personajes son propiedad de Thomas Astruc, Zag Toons y quienes hayan comprado las respectivas licencias. No estoy ganando dinero con esta historia, sin mencionar que no tengo ni donde caerme muerta: si me demandan, no van a sacar nada.


ADVERTENCIAS

La plaga todavía no ha sido purgada de estas tierras. Cuídense y cuiden de otros. Mantengan la distancia, lávense las manos y a resistir como mejor podamos.

Puede haber spoilers de la cuarta temporada.


"ENTRE DOS SIGLOS"

CAPÍTULO I: Negociación interrumpida

Museo del Louvre. París.

30 de noviembre de 1943.

Apenas comenzaba a llover, pero esas gotas nada harían por lavar la ocupada ciudad de París de los horrores de los últimos días. Nadie en París estaba ajeno a los acontecimientos, ya fuese por los canales oficiales, manipulados por el gobierno colaboracionista de Vichy, o por los rumores que circulaban en los callejones impulsados por la Resistance, liderada por la persona que iba a heredar el trono de Francia. Cada parte contaba su propia versión de los hechos a la conveniencia propia, pero los hechos eran incuestionables. El duque de Orleans, el hijo menor de los reyes de Francia había sido capturado finalmente por las SS y ahora usado como moneda de cambio. El coronel de la SS, Franz Dönitz, acompañado de su edecán el mayor Benno Weber estaban justo al medio de la plaza ubicada frente a la fachada principal del Museo, donde años después se ubicaría una pirámide de cristal.

Hasta allí, y dando pasos firmes, caminaba aquella joven mujer. Había realeza en su forma de moverse, y sobre todo la determinación de una loba. Sus botines parecían resonar por toda la plaza y muchos de quienes estaban ahí tenían sus ojos fijos en ella. Avanzó hasta ubicarse al menos a unos seis metros de distancia de los alemanes. Junto a ella se detuvo aquél hombre, cuya mirada lo decía todo. Ambos estaban armados.

—No armas a esta reunión, Madame. —le dijo el coronel con un tono burlón— Se supone que estamos entre caballeros.

—Señor, es solo una chiquilla. No sabe mucho. —añadió su edecán con el mismo grado de burla y desdén.

—No sé si eso es ofensivo para mi o para ustedes. —dijo la mujer con firmeza— Después de todo los he tenido contra las cuerdas desde la Capitulación.

—Sobre las armas, no nacimos ayer, caballeros. —comentó el hombre— Ustedes también están armados.

Así iniciaban las negociaciones por la libertad del Duque de Orleans, en aquella plaza, a vista de todos quienes quisieran asomar la cabeza. Era prácticamente un encuentro histórico que bien podría cambiar el curso de la guerra e indudablemente la atención del mundo estaba centrada en el resultado de esta.

Liiri se asomó brevemente por la ventana, observando con ojos azores los movimientos. En aquellos momentos estaba en el interior del edificio, en una de las galerías laterales, hasta donde se había infiltrado siguiendo un muy particular objetivo. El éxito de su misión dependía de la duración de aquellas negociaciones. El lugar estaba plagado de tropas nazis y todas apuntaban sus armas al centro del patio. La Resistance por supuesto estaba allí, tomando partido por los suyos y ella tenía una misión muy específica. Las Schutzstaffel no se iban a deshacer de una presa tan valiosa como el Duque de Orleans, ni así se abrieran los cielos y Dios mismo pidiese su libertad, y aprovechando el impulso, tenían la oportunidad dorada de borrar de la faz de la tierra a aquella joven mujer que estaba de pie frente a Dönitz y Weber y quien justamente pedía la libertad del capturado noble.

—Vamos Marie…

Había otros miembros de la Resistance dando vueltas por el lugar, todos concentrados en conseguir el éxito de la misión, pero esta operación estaba probando ser muy complicada y lo más probable es que hubiera muchas bajas. Sabían que iban a probar un arma nueva, que de acuerdo con los informes era como sacada de la ciencia ficción y Liiri estaba preocupada. Caminaban sobre el filo de la navaja y si se deslizaban siquiera un centímetro, todo terminaría en un baño de sangre. Por ello, su misión era crucial.

—Mmmph.

Simón, también llamado cariñosamente Gorila por sus camaradas, le topó el hombro, como recordándole que no podían detenerse a mirar nada. Todavía tenían que salir de allí llevando con ellos su premio. Liiri intercambió miradas con el Gorila y al mismo tiempo miraron al suelo: tres soldados y dos oficiales yacían muertos y pronto los echarían de menos, por lo que tenían que moverse rápido. Liiri era muy consciente del par de brazos extra que se aferraban a ella, llenas de terror. ¡No había tiempo que perder!

Allez.

Liiri y el Gorila, junto a su premio, reiniciaron la marcha con todo el sigilo posible, tratando de tomar atajo por los pasadizos y vericuetos que ofrecía la vetusta construcción. Otros miembros de la Resistance estaban ayudando a despejarle el camino y ofrecerle una vía libre que les permitiera escapar, pero como todo en la guerra, los planes cambiaban sobre la marcha y a la velocidad del rayo.

El click de un arma los detuvo en seco. Liiri sintió un volcán de ácido en el estómago al ver a dos soldados alemanes y a un oficial encañonarlos con sus fusiles y la pistola.

—¡Bichoffhaussen! —siseó Liiri. El Gorila empuñó las manos y se puso delante de ellos.

—¡¿A Dónde Creen Que Van?! —exclamó Bichoffhaussen apretando los dientes— ¡MÁTENLOS!

Liiri se preparó para correr, junto con su preciosa carga. Sabía que el Gorila era muy capaz de proteger su huida y aunque sus oportunidades eran casi nulas, debía escapar o morir en el intento. Sin embargo, un agudo pitido resonó con tanta fuerza que le hizo doler los oídos, a ella y a los alemanes, y un estruendo comenzó a sacudir hasta los medievales cimientos del Palacio, llenándolos a todos de incertidumbre.

—¡¿Simón?!

—HMPF.

—¿Liiri?

En el patio principal, en donde se llevaba a cabo la reunión, los alemanes y sus invitados habían sido derribados al suelo producto de la inesperada sacudida. La mujer, ayudada por su compañero, alcanzó a mirar hacia la entrada al palacio para ver una suerte de artefacto que evidentemente presentaba desperfectos inesperados y emitía toda clase de luces y rugidos. Dönitz se levantó en el acto, alarmado, e intentó quitarse del medio junto con Weber cuando de pronto se sintió un estruendo que sacudió todo París y los envolvió en una luz blanca casi incandescente. La mujer se sintió presa de fuerzas centrífugas que la sacudieron de lo lindo hasta que por fin cayó al piso…

… tras unos momentos de confusión, se dio cuenta que no eran adoquines, sino los pulidos mármoles de un piso perfecto. Los gritos de sorpresa no se hicieron esperar, ¡estaba rodeada de personas! Y no solo de eso, pues sintió el característico sonido de un arma preparándose para disparar. Se levantó de golpe, sin importarle su entorno, y se quedó viendo al mayor Benno Weber a los ojos, y este… estaba por dispararle.

… pero…

¿Qué hacía al interior del museo?


Palacio del Louvre. París.

A 30 días del mes de noviembre de 1589.

¡KAAAABBOOOOOOOOOOM!

En verdad aquél estruendo resonó con tanta fuerza que todos los cristales del palacio temblaron. No fueron pocos los que se rompieron, para gran desconcierto de sus habitantes, quienes creyeron que el palacio estaba bajo ataque enemigo. Fue un susto tremendo y por instantes toda la actividad del palacio se detuvo; no pocos se agarraron de lo que tenían más a la mano para usarlo como arma improvisada, como esperando ver por dónde venían los cañonazos. De un momento a otro el cielo se había poblado de nubes y un extraño olor como a azufre o pólvora permeó el ambiente.

Hasta ese momento, la familia real había estado compartiendo una extraña y amena tarde en privado. Félix y su esposa Aurore, junto con la Reina Madre, Amelie y el primo del Rey, el almirante Adrien, marqués de Agreste y su esposa Marinette, compartían en familia como pocas veces podían hacerlo, sobre todo desde que Félix había ascendido al trono de Francia unos meses antes. El joven rey por fin estaba demostrando su agudo intelecto y que no era una persona a la que se debía subestimar (como había hecho Bourgeois), pero eso también había conllevado muchos sacrificios. Félix comenzaba a gozar de un inusitado respeto, pero al mismo tiempo lamentaba no poder pasar más tiempo con su familia y su querida esposa. Por eso había estado esperando con ansias esa tarde, que su querida Aurore había planeado y coordinado con mucha antelación para que la familia más cercana pudiera distenderse sin otras preocupaciones.

… Aurore, su linda esposa. ¡Qué tremendo tesoro había encontrado en ella! De carácter fuerte, fresco y con un sutil humor negro que lo seducía y divertía a partes iguales, pero con esa delicadeza tan tierna que lo ponía a suspirar. La amaba más de lo que él mismo creía y sufría en secreto con ella: últimamente su querida reina estaba bajo mucha presión y eso lo tenía de mal humor. ¿Por qué? Pues porque la corte comenzaba a hablar a espaldas de Aurore por la ausencia de embarazos, y por ende de un heredero, y los mordaces comentarios dirigidos a ella ya rayaban en la insolencia. ¿Cómo se atrevían a injuriarla así? Cómo si esas cosas se produjeran solo por el arte de pensarlo. ¡Claro que no! Encargar a la cigüeña requería paciencia, dedicación, amor y compromiso, condiciones que se reunían, pero lamentablemente los reyes no habían tenido muchas oportunidades de estar juntos sin que los interrumpieran por alguna tontería.

Además un embarazo era algo peligroso y eso llenaba de ansiedad a Félix. ¿Y si algo le pasaba a Aurore? ¿O a la criatura? ¿O a ambos? Había tantas variantes que incluso había tenido pesadillas. ¿Es que en serio la corte no se daba cuenta de esas preocupaciones? ¿Por qué no tenían en consideración los sentimientos de la Reina? Al fin y al cabo que era una persona y nadie era de piedra. ¡Los nobles, por lo visto, no tenían nada mejor que hacer!

¡¿Y de dónde vino ese infernal estruendo?! De pronto el palacio se había sacudido con tanta fuerza que hasta se había caído de bruces. Se levantó en seguida, confundido y quizás asustado. Justo cuando iba a dar un paso, Félix apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando una mujer salida quizás de donde se levantó bloqueándole el paso sin cuidado alguno. En ese momento vio a otro hombre que los encañonaba con…

¡BANG, BANG, BANG!

¡¿QUÉ CARAJOS?!

¡OMPH!

ARGH…

¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —Aurore y Marinette pegaron un grito, mientras que la Reina Madre trataba de sujetarlas y apartarlas de la línea de fuego. El peligro se les venía encima, pero nada tenía sentido. ¿Acaso sus atacantes habían aparecido del aire?

Ya no recordaba bien que había estado haciendo hasta ese momento. Se había levantado de su sitio y cruzaba el salón junto con su primo, seguramente para mostrarle algo, pero todo eso había pasado a tercer y cuarto plano tras escucharse ese estruendo tan terrorífico y ese flash de luz enceguecedor. Tras la percusión de los balazos, Félix ni siquiera alcanzó a reaccionar cuando un bulto, la mujer, se le vino encima y un dolor ardiente le rozó por el costado. Por el impulso cayó al suelo apenas poniendo las manos, pero tuvo la presencia de mente como para atajar a la mujer que se le había venido encima, evitando que se lastimara aun más.

¡ALTO RUFIÁN! ¡¿OSAS ATACAR AL REY DE FRANCIA?! ¡GUARDIAS! —oyó la voz de Adrien y como este desenvainaba su espada.

¡NECESITO APOYO! ¡QUIEN SEA! ¡A MI, CAMARADAS! —gritó el extraño en alemán, o un idioma muy parecido a ese. Solo Amelie pudo entenderlo bien.

Las voces que dio su primo llamaron la atención y un tropel de pasos corrió en dirección de ellos, ya fuesen los guardias de palacio o aquellos a los que el extraño llamaba. Félix se levantó apenas, dispuesto a recuperar dignidad y apoyar a Adrien, quien se abalanzó sobre el desconocido para quitarle el arma y reducirlo a como diera lugar, pero lo apuntaron a la cabeza. Por prudencia, Adrien se detuvo, con su espada en dirección del extraño atento a todo movimiento. ¿Quién era ese hombre? ¿Y esa ropa tan rara?

Was?

El hombre, a quien Adrien amenazaba ahora con su espada, se detuvo unos instantes a ver a su alrededor. Se quedó quieto sin saber exactamente qué hacer o decir. Miraba a su alrededor, sobre todo a ellos, como si nunca en la vida hubiera visto a otro ser humano. Se notaba la confusión y el asombro en su mirada, y algún rastro de risa psicótica comenzó a aflorarle en el pecho. Tenía las ropas desordenadas, producto quizás de su pelea con Adrien o de alguna otra; la nariz sangrante y la clara marca de una palma marcada en la mejilla (la mujer lo había abofeteado durante la reunión frente al Louvre). Habría estado en perfectas condiciones, sin barba y el cabello muy corto, pero era evidente que había estado involucrado en más de una trifulca durante la última hora. Los miraba con la boca abierta, sin ocultar su sorpresa.

Mein Gott!

Entonces fijó la mirada en Félix, reconociéndolo al cabo de unos momentos, y sonrió socarronamente, apuntando con esa suerte de artilugio hacia su cabeza, que solo hizo que Adrien se interpusiera entre ambos por seguridad. Tanto el almirante como Félix tendieron a reconocer el arma con la que los amenazaban: era una suerte de pistola muy elaborada, nada similar a lo que había visto hasta entonces, lo que lo llenó de aprensión. Dejó con cuidado a la mujer en el suelo y se levantó con dignidad.

Por cierto, al ponerse de pie, notó que su costado ardía.

—Puedo cambiar mi blanco, hombrecito extraño. —le dijo el hombre en francés a Adrien, con un marcado acento alemán— ¡No me lo creo! ¿Acaso puedo matar a Félix I de Francia o… a la reina Au…?

—¿Llamas a esto un balazo, mayor Weber? Yo disparo mejor que eso…

Félix miró a sus pies. La mujer que lo había chocado seguía en el suelo, pero hacía esfuerzos enormes, doloridos y porfiados por ponerse de pie. Era una mujer de unos 23 o 24 años: sujetaba su costado y se notaba sudorosa y pálida, pero con la mirada más desafiante que viera nunca en una mujer. El disparo de Weber le había acertado en el costado y se veía muy serio: sangraba a terrorífica velocidad. Por instinto Félix se apresuró en ayudarla.

—¡Con cuidado, mademoiselle! ¡Está malherida!

—… ven aquí y arreglemos cuentas, nazi asqueroso. —añadió la chica entre resoplidos, haciendo caso omiso del rey por fin parándose apenas.

—¡Muere, Perra! —exclamó Weber con furia.

El alemán se dispuso a disparar, pero al apuntar de nuevo a la mujer, motivado quizás por ira, Adrien se le abalanzó encima, arrebatándole el arma y enzarzándose a golpes con él, provocando los gritos de las mujeres. Félix lo ignoró en favor de la mujer, quien se desplomó vencida por el dolor y la pérdida de sangre. Alcanzó a evitar que se golpeara muy feo y pudo cruzar miradas con ella…

¡GUARDIAS! ¡ATACAN AL REY! ¡A LAS ARMAS!

… ni bien Félix la pudo ver mejor… se le heló el estómago en ese momento. Y por lo visto a ella también.

—Aurore…

—… no. —balbuceó la mujer, luchando por mantenerse despierta y calmar su respiración. ¡Lo que por una extraña razón lo llenó de angustia!

Aurore, dicho sea de paso, se dejó caer junto a él en ese momento y tomó en sus manos la cara de la mujer, quien por cierto ya no se podía los párpados y luchaba consigo misma para no perder la consciencia. Al igual que Félix, Aurore también se había helado al verla mejor y por eso había sentido la necesidad de verla más de cerca. ¡Era muy parecida a ella!

—¡Por Dios! ¡Es una niña! ¡Félix! ¡Mírala! Hay demasiada sangre…

—¿Qué…? AAARGH… —resistiendo el instinto de hacerse bola, sacando fuerzas de flaqueza, la mujer levantó la mano con la que se había estado tapando la herida, llena de sangre— esto me… arruina todo el… día.

Finalmente vencida por el esfuerzo, cerró los ojos y perdió la conciencia. Los reyes, perplejos y angustiados sin saber por qué, se miraron alterados. Aurore fue la primera en reaccionar, quitándosela a Félix y acunándola en su regazo como pudo, dándole palmaditas en las mejillas en un esfuerzo por despertarla. El rey en cambio comenzó a quitarse sus pañuelos de seda y no perdió tiempo en taponear la herida y aplicar presión como mejor podía.

Los reyes de Francia eran ajenos a la tormenta que se desataba alrededor de ellos. Adrien reducía a golpes al intruso y los guardias entraron a raudales, entre ellos Plagg. Incluso lograron apresar a dos extraños más, que vaya a saber Dios de donde habían salido. Estaban totalmente abstraídos en la persona que se desangraba ante ellos y apenas le prestaron atención a nada más.

—Alteza, está sangrando mucho… —advirtió Marinette, mientras le entregaba su chal para que la abrigaran. No podía agacharse, la panza no la dejaba, pero tampoco podía quedarse sin hacer nada y su chal bien podría servir de algo.

—¿Qué está pasando, Cheri? —preguntó la reina madre, sujetando a Marinette del brazo, como si temiera que la mujer fuera en efecto a agacharse. También se llevó una sorpresa al ver a la herida— ¡Por Dios, es una niña! ¡Esta niña… es…!

Félix no escuchaba. Rasgó las ropas de la extraña para ver mejor la herida y taponearla mejor con el chal de Marinette: sus pañuelos de seda eran inútiles ya. Era una sensación terrorífica de urgencia, instintiva y quizás hasta hormonal: todo su ser le gritaba que no debía dejar morir a la desconocida. ¡Y por su reino no iba a dejar que la chica se desangrase así tuviera que renunciar a su propia vida! No lo entendía, pero lo sentía. ¡No tenía sentido! Pero era lo que sentía.

—¡Por favor, resiste, Chérie! —le suplicaba Aurore a la mujer, pero esta no respondía en lo más mínimo— Tienes mucho que explicar… ¡tienes que decirme quién eres!

—Santo Cielo… —Marinette se volvió a Amelie, como buscando confirmar lo que veían sus ojos— Es igualita a la reina…

—Y a mi hijo… —añadió la reina madre en un susurro casi imperceptible— ¡También se le parece!

¡BANG, BANG, BANG!

Y justo cuando las cosas no podían ponerse más complicadas, dos hombres cayeron abatidos por las balas de un tercer desconocido. Habían aparecido en ayuda del mayor Weber y vestían de manera similar él, pero no fueron de mucha ayuda. Primero porque los guardias de palacio se enfrentaron a ellos y segundo porque fueron ultimados sin asco por el recién llegado. Weber, que ya había sido repasado y reducido por Adrien y ahora estaba sujetado por dos guardias, se sacudió con fuerza. Plagg le dio un puñetazo en el abdomen para calmarlo y para convencerlo de hablar por las malas, ya que no quería por las buenas. Adrien, como los soldados, se puso en guardia al ver al recién llegado: tenía los cabellos castaños, los ojos azules, y la mirada fiera. Había disparado con un extraño arcabuz o mosquete, y ahora avanzaba peligroso y decidido hacia el mayor Weber, quien sufría el ácido interrogatorio del temible Plagg. Sangraba por la nariz y no se le veía nada feliz. Plagg lo atajó con las justas, pero no evitó que escupiera al prisionero.

¡¿A DÓNDE NOS TRAJERON, ESCORIA?! ¡RESPONDE! ¡¿Qué era esa cosa y qué pretendían?!

—¡QUIETO!

—¡SUÉLTENME Y DÉJENME PARTIRLE LA CARA A ESE CONNARD!

—¡Estás en presencia del Rey! ¡Más respeto!

—Ah, herr Lombard… —se burló Weber— ¡Derrochando clase como siempre!

HABLA. —el hombre identificado como Lombard no se veía paciente y luchaba por soltarse del agarre de Adrien y de Plagg.

—¡BASTA! —exclamó Plagg con autoridad— ¡Compórtate! ¡Estás ante el Rey!

JAJAJAJAJAJAJA ¡Un resultado inesperado! ¡Pero Las posibilidades son infinitas! —rió Weber— No sé cómo, pero también conseguimos el objetivo: ¡La Daga de Francia estará muerta en unos instantes!

Adrien, por una razón que no se supo explicar, le dio un bofetón al hombre, tal como si hubiera dicho la peor de las insolencias. Félix se levantó y avanzó fiero hacia ellos, sujetando su costado casi por instinto. Plagg tenía ganas de soltar al tal Lombard para ver cómo le partía la cara al alemán, pero la prudencia le decía que no lo hiciera. El recién llegado no se resistió mucho más tras oír esas palabras. Palideció unas veinte tonalidades al oír la socarrona risa del mayor Weber y hasta dejó de pelear. Buscó con la mirada a su alrededor como quien busca una vía de escape, fijándose en seguida en quien yacía inconsciente en brazos de la reina Aurore y encharcándose en su propia sangre. Se dejó derrumbar unos instantes, pero pronto reavivó su espíritu de lucha.

¡TE VOY A MATAR, NAZI ASQUEROSO!

Con renovados bríos comenzó a sacudirse para soltarse de su captor, pero no pudo. Plagg no lo permitió, pero tuvo que ser asistido por Adrien para sujetarlo. Lombard se sacudía como una fiera y con la idea fija de arrancarle los ojos al ¿nazi? Weber comenzó a reír muy contento consigo mismo; los guardias que lo retenían rodaron los ojos.

¡BASTA! ESTÁN EN PRESENCIA DEL REY. ¡NADIE VA A MATAR A NADIE! —Plagg no era un hombre feliz.

¡BASTA, ES UNA ORDEN!

¡SILENCIO!

¡ARGH!

Una mujer muy delgadita y una larga melena atada en dos coletas, casi aparecida de la nada, le encajó un puñal al prisionero alemán por la espalda sin que nadie pudiera detenerla. En seguida le sacó el arma y la dejó caer al suelo, y tras retroceder unos pasos, se puso las manos detrás de la cabeza en señal que se rendía. También vestía extraño, ¡usaba una falda que le llegaba poco más debajo de las rodilla y unos botines muy raros! Además sangraba por la comisura de los labios.

—Allan. ¿Cuándo estamos y dónde están los demás?

Esta mujer… ¡Esta Mujer!... ¡Era Igual a Marinette! IGUAL.

El suave tono de la voz de la mujer, pero que exigía respuestas, calmó al tal Allan, quien dejó de sacudirse. Adrien dejó que Plagg lidiara con él y aterrado caminó hacia la recién llegada. Por el rabillo del ojo había visto a Marinette exclamar de susto, y supo que no era el único que se había percatado de lo mismo. Sin embargo la mujer le ocultó el rostro cuando el Almirante quiso verla a la cara, con súbita timidez.

—¿Qué, en nombre de Dios, está pasando aquí y como…? —Adrien miró fugazmente a Marinette, quien con una mano se tapaba la boca y la otra sujetaba su panza y comenzaba a caminar hacia ellos. El almirante, al ver que la chica no lo miraba, la buscó con los ojos— ¿Quién eres, niña? —le preguntó tomando su mentón con delicadeza, forzándola con suavidad a verlo a la cara.

Se le saltaron varios latidos, a los dos. No entendían por qué, pero de alguna manera se reconocieron.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Adrien casi en un susurro. Plagg miraba todo esto sin entender naranja.

—Es Lady Bridgette, hija menor del marqués de Agreste —respondió Allan, derrotado en verdad— Cuando despertamos esta mañana era 1943…

—Repito la pregunta… —dijo Bridgette, desviando levemente la mirada hacia Allan— Profesor, ¿Cuándo estamos? —la chica tomó aire y con los ojos acuosos, se fijó en quien tenía delante de sus ojos— ¿Eres el almirante Adrien, marqués de Agreste?

—Sí, lo soy. —Adrien le dijo casi con ternura. Sintió entonces la mano de Marinette sobre su hombro.

¡Mon Dieu! ¡¿Cómo es esto posible?! —Marinette estiró las manos para tomar a Bridgette del rostro, quien de la sorpresa aguantó la respiración.

—Estamos en el año de gracia de 1589… —respondió finalmente Adrien— ¿1943?

—¡ALLAN! —Bridgette dio un salto hacia atrás, incluso poniéndose de pie— ¡Este Sujeto es Mi Ancestro! —exclamó la chica asustadísima— ¡¿Con Qué Cosa Estaban Jugando Esos Malparidos?!

—¡¿Qué brujería…?! QUIETOS TODOS. —Plagg le dio una buena sacudida a Allan, soltándolo y se dirigió a los soldados— ¡CERRAD LAS PUERTAS! Nadie sale de aquí sin más explicaciones…

¡TRAIGAN UN MÉDICO! —ordenó el Rey— Y que llegue para ayer si quiere conservar la cabeza— El Rey caminó resuelto hacia los extraños y señaló a la chica que yacía en el suelo— Exijo saber la identidad de esa demoiselle en este instante.

Bridgette al ver a la señalada, tuvo que sofocar un grito de espanto y cayó de rodillas. El rey frenó el impulso que tuvo por salir en ayuda de la caída, decidido a obtener sus respuestas. Bridgette lo miró angustiada y sin perder tiempo se puso de pie mientras rebuscaba en el bolso que llevaba. Plagg ladró una orden perentoria que la detuvo sobre sus pies.

—¡QUIETA!

—¡Por favor! ¡Tengo vendajes! ¡Es demasiada sangre! —suplicó ansiosa. Félix le hizo una seña para dejarla pasar, pero escaldó a Allan con la mirada. El hombre estaba pálido.

—¿Y bien? ¿Me vas a decir quién es o debo pedirle a Plagg que te lo saque a golpes?

—¡Por favor, alteza! Muero de ganas.

Votre Altese. —Allan hizo una venia con la cabeza, evidentemente confundido— La demoiselle es Marie Juliette Aurore, Madame Royale y Delfina de Francia. En 1943 es la heredera al trono… —respondió Allan con voz lúgubre— Si usía es Félix I… madame Marie es entonces su descendiente directo.

—También le dicen la Daga de Francia —añadió Bridgette, quien ya se había agachado junto a la princesa y tendido en el suelo, lejos del regazo de la reina Aurore, y taponeaba mejor la herida— Herr Hitler la quiere muerta a ella y a su hermano menor, el duque de Orleans.

—¿Una heredera al trono francés? —preguntó Amelie sin dar crédito a sus oídos— ¡¿Y qué pasó con el Rey en 1943?

—Prisionero en Dachau junto con la reina Antoinette. No sabemos si viven o no. —suspiró Allan bajando la mirada, avergonzado.

El silencio se dejó caer en la habitación. Félix en seguida se miró las manos, ensangrentadas, siendo de pronto muy consciente del ardor que sentía en el costado. Adrien le dio una patada al nazi, quien ahora yacía muerto en el suelo. Aurore se largó a llorar desesperada.

¡MÉDICO!

Continuará

Por

Misao – CG

Publicado el sábado 10 de abril de 2021


Próximo capítulo:

El grupo siguió caminando y pronto salieron de los establos a paso vivo, escoltados por un grupo de guardias. No habían llegado muy lejos cuando Luka vio a Kagami muy digna junto a un hombre muy grande y corpulento, en cuyo rostro se reflejaba una profunda angustia. ¿Qué hacía su esposa ahí? Se supone que debía haber buscado refugio fuera de los establos, preferentemente en el palacio, no debía haberse quedado…

Ah, pero por supuesto. ¡Kagami no iba a huir de un conflicto!

Este es Simón, dice que los conoce. —dijo Kagami antes que Luka le preguntara nada, señalando al grandote— Acaba de salvar mi vida, hay de esos soldados extraños por todas partes y son unos cobardes que huyen ni bien les quitas sus juguetes…


Notas finales: Vuelvo a demorarme en escribir algo. Atravesé por un poco de sequía creativa el año pasado, pero aquí estoy de regreso. Honestamente no pensaba en escribir este fic, estaba a medio camino con otro muy divertido y sufrido, pero… digamos que tuve un sueño. Uno muy fumado que involucraba justamente la trama de este primer capítulo (nunca vean documentales de la Segunda Guerra Mundial y capítulos de MLB al mismo tiempo) y pues cuando le comenté a Abby sobre el sueño… me animó a escribir esto, así que aquí lo tienen y espero que lo disfruten. Como siempre, todo es culpa de ella, aunque esta vez nadie muere… quizás algunos nazis, pero no digamos que los vamos a echar en falta. Tengan en mente que es un universo muy alterno y me tomo bastantes licencias artísticas, pero digamos que eso es la esencia de un fic.

Por favor, cualquier error, gramatical o de ortografía, me lo dicen para poder arreglarlo si corresponde. Del mismo modo, estoy aprendiendo esto del uso del guion de diálogo y salí más cabeza dura de lo esperado, así que un poco de paciencia en lo que aprendo. ¡MUCHAS GRACIAS POR LEER!


BRÚJULA CULTURAL:

Traída gracias a la magia de internet y Wikipedia. Otros sitios serán debidamente indicados. Debido a que habrá bastantes, nos iremos con calma para no colapsar tanto esto. So… aquí vamos.

Schutzstaffel: Literalmente 'Escuadras de Protección'; abreviado SS o estilizado ᛋᛋ con runas armanen. Fueron una organización militar, policial, política, penitenciaria y de seguridad al servicio de Adolf Hitler y del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) en la Alemania nazi, y después por toda la Europa ocupada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Comenzó como una pequeña unidad de guardia conocida como Saal-Schutz compuesta por voluntarios del NSDAP para ofrecer seguridad en las reuniones del partido en Múnich. En 1925, Heinrich Himmler se unió a la unidad, que para entonces ya había sido reformada y adoptado su nombre definitivo. Bajo su dirección (1929-1945) pasó de ser una pequeña organización paramilitar a uno de los organismos más poderosos de la Alemania nazi. Desde 1929 hasta el colapso del régimen en 1945, las SS fueron la principal agencia de seguridad, investigación y terror en Alemania y en la Europa ocupada.

Francia ocupada: La Ocupación alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial duró desde el 22 de junio de 1940 (la Capitulación) hasta diciembre de 1944. Como resultado de la derrota de los ejércitos Aliados en la batalla de Francia, el Gabinete francés buscó un cese de las hostilidades con el Tercer Reich. El armisticio se firmó el 22 de junio de 1940 en Compiègne. Bajo sus condiciones, el norte y oeste de Francia fueron ocupadas por la Wehrmacht (ejército alemán), el tercio restante del país estaba gobernado por un gobierno francés con sede en Vichy. Además Alsacia-Lorena fueron anexadas por el Tercer Reich como en el periodo 1871-1918.

Madame Royale: (Señora Real) fue un título de nobleza otorgado a la hija mayor del monarca francés. Era una nominación similar a Monsieur le prince, que era como típicamente se conocía al segundo hijo del rey que no era el heredero.

Ley Sálica: (Lex Salica) designa una ley secular que debe su nombre a los francos salios, quienes la compilaron y publicaron en latín en el siglo V (comienzos de la Alta Edad Media) por orden de su rey Clodoveo I para que fuese inteligible a todos sus vasallos, quienes entendían esta lengua por haber estado bajo el dominio del Imperio romano hasta principios de ese siglo. Fue la base de la legislación de los antiguos reyes francos hasta su extinción y la aparición del moderno reino de Francia entre los siglos IX y X. Se la conoce particularmente por la regulación de la sucesión monárquica a favor de los varones (las mujeres no pueden heredar naranja), pero regulaba también otros asuntos (herencia, crímenes, lesiones, robo, hechicería o maleficio, etc.) y fue, al parecer, un importante elemento aglutinador en un reino como el franco, compuesto por varios grupos y etnias.

Delfín de Francia: (Dauphin de France) —estrictamente, Delfín de Viennois (dauphin de Viennois)— fue un título nobiliario francés empleado ininterrumpidamente desde 1349 hasta 1830, reservado a los príncipes herederos al trono de Francia que fuesen hijos legítimos del monarca reinante. El último en llevar el título fue Luis Antonio de Borbón y Saboya, duque de Angulema, de 1824 a 1830. Por extensión de este término, en la actualidad la palabra delfín se usa corrientemente para referirse al sucesor designado oficial u oficiosamente para un cargo.