Esta historia fue creada por amor a Shingeki no Kyojin, y por supuesto mi personaje favorito: Levi.

No creo conveniente ahondar en detalles, aparte de aclarar que me he basado en cosas principalmente por el anime (se incluye el OVA de No regrets), y a medida que avance, posiblemente el manga. Pero de momento, es más lo primero.

La segunda aclaración es sobre el contenido, que no altera los hechos sucedidos, sino más bien se desarrolla como una historia paralela en la cual aproveché los múltiples espacios donde no tenemos idea qué pasa, o también el POV de otro personaje desde otro ángulo, etc.

A quien toque su corazón o disfrute leyéndolo, solo puedo decir con sinceridad, muchas gracias. Yo he disfrutado escribiéndolo, y es una especie de regalo simbólico para este hombre que, avanzada la trama, se entenderá mejor.

Finalmente, sólo me queda expresar a Isayama sensei una absoluta gratitud por crear esta tremenda obra, y a Hiroshi Kamiya por darle esa voz que, bueno, ustedes lo saben: es para derretirse. ;P


CAPÍTULO I

Las apariencias engañaban, de eso podía estar seguro. Apenas la vio acercarse y por el modo en que saludaba alegremente a varios otros soldados que iban de aquí a allá, todo indicaba que era el tipo de personas despistadas, demasiado amables y comúnmente algo irresponsables entre las filas. Todo esto sin imaginar que más tarde sabría que se trataba de una de las jóvenes promesas de la Legión de Reconocimiento, enlistada apenas hacía solo un par de años. La chica era alta, de hombros anchos y brazos fuertes, pero las suaves facciones de su rostro y fácil sonrisa la hacían lucir de lo más inocente, dejando de lado lo oscuros que eran su cabello y sus intimidantes ojos.

Mientras se dirigía hacia él, su semblante cambió cuando se vio finalmente alcanzó su escritorio, como si le tuviera miedo. Sus ojos oscuros se veían nerviosos y ahora sólo quedaba una sonrisa formal, además de un perfecto saludo militar.

- Buen día, señor – le saludó la muchacha, en posición firme y las manos detrás de la espalda – vengo a buscar las órdenes de mi líder de escuadrón.

- Nombre – inquirió él, abriendo el archivo del cajón a su derecha.

- Stoltz. Soldado Ilva Stoltz – respondió fuerte y claro.

Su apellido le daba una pista de lo que vendría a continuación, pero lo sabría sólo si ella se lo confirmaba indirectamente una vez que abriera el sobre a su nombre, y que ahora él buscaba en la letra correspondiente.

Cuando finalmente la encontró, sacó su libro y comenzó a llenar la información requerida como registro y le pidió que firmara antes de entregarle la misiva, que ella abrió de inmediato. A medida que leía, su ceño se iba frunciendo y el enojo ahora lo único que resaltaba en su mirada. Se acercó a él, claramente consternada, pero se recompuso y comenzó a hablarle.

- Señor, creo que esta información no es la correcta. Le aseguro que no es necesario que me dejen aquí por un par de malestares – dijo la muchacha. No había estado del todo bien pero ya había pasado. Uno que otro malestar se presentaba esporádicamente, pero nada del otro mundo. Ella sólo estaba segura de sus ganas por participar de la expedición que podría significar su entrada a la tropa elite del gran Capitán Levi, el soldado más fuerte de la humanidad. Ese era su sueño, por extraño que le pareciera a la mayoría de las personas.

- Si el papel lo dice, me temo que así debe ser, cabo – dijo el hombre, apesadumbrado al ver la firme determinación en aquella niña de sólo veinte años – Lo dejaron bastante claro aquí: dos motivos de riesgo. El primero, que fuese algo contagioso y que pudiese afectar a otros – sin embargo, los del área médica ya sabían que ese no era el caso, o sus más cercanos ya mostrarían síntomas – y en segundo lugar, porque entrarán en territorio enemigo, y si bien ya es bastante difícil mantenerse vivo estando completamente sano, en tus condiciones, la muerte es casi segura; para ti u otro soldado – aquello sí se acercaba más a la verdad.

La chica se mostró contrariada porque necesitaba luchar y ayudar a la humanidad a ganar y le costaba creer su mala suerte. Si bien ahora no estaba mal, desde que hacía algunas semanas se había sentido extraña, algo inusual dada su constante y excelente salud. De hecho, no recordaba haber estado enferma casi en toda su vida, pero el líder de su escuadrón lo había notado y aunque le disgustaba la orden que le estaban dando, llegaba a comprenderlo. Si por algún motivo sus compañeros, especialmente sus dos amigos, la vieran en peligro, no le cabía duda de que arriesgarían su vida, tal cual ella haría si fuese al revés. Sólo por esa razón, no continuó apelando a que la dejaran ir.

- Ya habrá oportunidad para que puedas contribuir, soldado – declaró el hombre, viéndola desviar la mirada a un lado, sabiéndose derrotada mientras arrugaba un poco la hoja que sostenía en su mano. Un documento que la daba de baja por un mes.

Ilva lo miró resignada y asintió acatando sus órdenes, se dio la vuelta y procedió a salir de las barracas, donde Will y Luther le esperaban entusiasmados.

El hombre por su parte la observó marchase en silencio, sabiendo que era lo correcto; él estaba al tanto del futuro prometedor de aquella muchacha, y lo recordaba porque el mismísimo Capitán Levi había dado la orden de no permitirle salir de allí.

El mayor continuó mirando hacia la puerta un buen rato, pensando en su familia. Sus hijos seguramente también entrarían en algún regimiento algún día, y no por elección. Un presentimiento le decía que estaba llegando el momento en que la humanidad debería luchar con todo por sobrevivir. Por eso, esperaba que ellos tuvieran al menos una parte de la valentía que muchachas como esa demostraban. Personas que ya se habían enfrentado a titanes fuera del muro, y estaba claro que, a pesar de su corta edad, tenían temple de acero puro.


La mañana había transcurrido con bastante normalidad, y nostalgia. Habían pasado varios meses desde la última vez que habían comido los cuatro juntos y volverlo a experimentar traía consigo ese sentimiento de añoranza por aquellos años de paz y felicidad, previos a la caída de Shiganshina.

Elia miró con cierta preocupación a su madre, que le estaba haciendo una seña para que no dijese nada y dejara que Ilva se relajara un poco de su estrés. Sólo faltaban unos minutos para la partida de la nueva expedición que la Legión realizaría y su hermana era la más consciente de ello, por mucho que intentara hacerles pensar lo contrario. Una vez más miró a su madre y le guiñó un ojo para asegurarle que no diría nada y lo dejaría estar por aquella mañana, luego observó la mesa, llena de las cosas favoritas de Ilva, quien además de amar su trabajo, sentía una profunda y genuina devoción por la comida.

- Esto está delicioso mamá – le dijo la muchacha con energía mientras engullía un abundante desayuno, y colocando el trozo de pastel casero justo detrás de unos bollos de canela que Elia le había preparado. Todos con el fin de subirle el ánimo – ¡y ni siquiera es mi cumpleaños! – exclamó sonriente.

- Está bien celebrar fechas especiales, pero también es sano darse un gusto de vez en cuando – le comentó su padre con tono alegre antes de llevarse un trozo de pastel a la boca, su habitual taza de té verde enfrente, y tratando de dar un vistazo rápido al periódico. Estaba más que claro que Ilva había heredado el amor por la comida de él.

- Eso es cierto – comentó Elia, su hermana mayor, algo intranquila al ver aquella usual actitud infantil y despreocupada de su padre, quien además estaba subiendo de peso alarmantemente – pero usted ya no es joven para comer tanto, papá. Recuerde lo que le dijo el Dr. Jaegar la última vez.

- Si, hija, lo sé. Es sólo que me siento feliz de que estemos juntos – respondió jubiloso mientras daba un sorbo de su bebida con cuidado de no quemarse, lo cual no logró por la forma en que sacó a lengua e intentaba echarse aire con una mano.

- Ten cuidado, cariño – le regañó su esposa con afecto, y después le siguió la preocupación - ¿alguno de ustedes supo algo sobre él? – preguntó mirándole a su marido y luego a sus hijas - El nombre de Carla sí figuraba en el listado de víctimas confirmadas, pero ni los niños ni él aparecían.

– Grisha era un excelente doctor, y mi amigo. Me apena mucho no haber sabido nunca más de él – respondió con desánimo y la mirada concentrada en el vapor de la tetera sobre la mesa.

- Desafortunadamente hubo un alto porcentaje de civiles que desaparecieron sin dejar rastro – respondió Elia, sin necesidad de añadir más información. Ella y su padre habían presenciado las expresiones de terror, impacto y dolor de algunos a quienes conocieron en los refugios cuando había sido voluntarios.

- Si los chicos se salvaron, es probable que se hayan unido a la milicia – dijo Ilva, con expresión segura. Ella sólo vio al hombre un par de veces, ya que quedaba jugando afuera con su hijo e hija, las veces que le acompañaban – muchos huérfanos optaron por ese camino debido a que no tenían otras opciones – para Ilva, pelear era una vocación. Y por la manera que fruncía un poco su boca, sabían que estaba en contra de lo que el Gobierno se había aprovechado de sus situaciones. Muchos de ellos sólo terminarían siendo carne de cañón y sólo debido a que no tenían otro camino; contar con tres comidas al día, techo y salud era un sueño para cualquier ciudadano fuera y bajo el muro Sina.

- La realidad es dura, hija mía – añadió su padre, tendiéndole la mano con una sonrisa triste en su rostro.

Su madre imitó la misma expresión, pero Elia podía ver que su hermana no se había percatado de que ambos se referían a lo que estaban conversando, y al mismo tiempo, lo preocupados que estaban de su situación. Se le hizo un nudo en el estómago, y al hacer contacto con su madre, supo que ella percibía su congoja.

- Por eso mismo, siempre debemos estar agradecidos de la vida que llevamos – dijo su madre, determinada a continuar con una mañana más alegre mientras se sacaba el delantal de cocina y colocaba pan recién horneado en la mesa para sentarse junto a ellos – como este preciso momento lo demuestra, somos afortunados.

- Así es, querida – dijo su marido, sonriéndole en calma y luego mirando a su hija mayor, esperando tranquilizarla.

La verdad era que los tres estaban bastante preocupados por lo que le estaba pasando a Ilva. Por mucho que ambos fuesen doctos en las artes curativas, su madre como herbolaria y su padre como sanador, ninguno tenía mayor conocimiento de lo que podía estar pasando con la menor de sus hijas. Elia, de veintiocho y que había aprendido de ambos, tampoco tenía la certeza; ni siquiera con sus habilidades y conocimientos. Sólo quedaban ciertas sospechas, pero no había mucho que pudiesen hacer debido a que el problema radicaba en su cerebro. Ahora sólo podían esperar que, con reposo, vitaminas y calma, el estado de Ilva mejorara y los malestares desaparecieran.

Ella decía sentirse bien, pero Elia podía ver a través de sus intenciones por tratar de no alarmarlos, pero sabía que no estaba mejorando; si bien las molestias ahora no eran frecuentes como en un principio, de igual modo persistían. Compartir un cuarto le permitía ver lo que ellos no.

- De verdad mamá – comentó la soldado, con la boca llena de pan dulce, logrando cambiar un poco el curso de sus pensamientos – si te llevara a ti como cocinera del regimiento, las cosas serían muy diferentes. Me atrevo a decir que hasta el mismísimo Capitán alabaría tus dotes culinarios, y eso que no le vemos comer muy seguido. Al igual que papá, bebe té hasta por los poros.

Los cuatro rieron ante el comentario de la chica, pero más que nada de verla un poco más animada y contenta que el día anterior, cuando llegó con la noticia de su baja y negativa al llamado de la expedición. Cuando le preguntaron por sus amigos, su rostro se ensombreció y se encerró a dormir un rato.

- Bueno, al menos ya sabemos que aquí tenemos una gran variedad de té con la cual tentarlo, hija – aseguró su padre, sabedor de lo mucho que su pequeña admiraba a ese hombre que ellos apenas y habían visto a lo lejos. Sin duda un hombre intimidante, a pesar de lo bajito al lado de personas como Mike, pero si Ilva creía tanto en él, era por algo.

- ¡Ja! No sabría si reír o quedarme como estatua de imaginarlo aquí – rio la chica con gesto pensativo – pero cuando logre entrar a su escuadrón, tal vez no sea tan descabellado. Puedo invitarlo, ¿verdad? – le preguntó a su madre, ilusionada ante la idea – claro, si es que acepta – acotó como si hablase sólo consigo misma, sopesando algo que ellos no entendían.

- Si hay alguien capaz de persuadir a quien sea de algo, eres tú – le dijo su madre con cariño. Desde muy pequeña, Ilva había sido muy tenaz. La palabra incluso le quedaba corta.

- Eres de esas personas que logran convencer a punta de amenazas o cansancio – le dijo Elia riendo burlona, y recibiendo en respuesta una mueca que solo ella veía – en cambio a ti, es prácticamente imposible hacerte cambiar de opinión. Qué paradójico, ¿no crees? – comentó pensativa. Luego miró a la chica y le hizo un guiño rápido para regalarle la mitad de su pastel en son de paz.

- Bien dicho, hermana – asintió esta, hablando con un trozo de comida en la boca y aceptando su regalo.

Así pasaron la mayor parte de la mañana, interactuando entre todos, unidos como no sucedía hace bastante tiempo. Era increíble lo distinto que se sentía el lugar con la presencia de la chica que, aunque era un torbellino y algo rebelde, siempre aportaba vivacidad y alegría a los tres con sus historias, locas ocurrencias e interminable positivismo.

Cuando terminaron de ordenar y lavar trastos, sus padres se prepararon para ir a la feria del distrito y poder hablar con el señor Park, para que enviara pronto la mercancía pendiente desde hace días. Por lo que le tocaba a Elia el desempacar las cajas que habían llegado la tarde anterior y lo más importante, cuidar de Ilva. No le habían dicho aquello, pero para ella era lo más esencial, sin necesidad de instrucciones.

- Volveremos en unas dos o tres horas – dijo su madre mirando al reloj que tenían colgado en la pared, sobre la vieja chimenea.

- Si, y cuando vuelva espero oírlas un rato cantar – les dijo su padre guiñándoles un ojo, esperanzado – ¡sacaré mi guitarra para acompañarlas! – gritó entusiasmado, luego se puso repentinamente serio mientras se rascaba la barbilla pensativo – querida, ¿dónde la guardé la última vez?

Ambas hermanas se miraron y rieron, sabedoras de lo que vendría, pero incapaces de negarle esa alegría.

- Claro, querido. La dejaste en en baúl con las cosas de tu padre – respondió la mujer al momento que se calzaba su chaqueta. Volvió a mirar el reloj - Pero ya es hora de que salgamos o no lograremos hablar con él – le dijo su esposa apremiante, casi empujándole a la puerta.

- Buena suerte, mamá – dijo Elia, volviendo a hacerle un gesto en secreto para asegurarle que estaría atenta.

– Cuídense ustedes dos, eh – les dijo la señora a sus hijas con seriedad en el momento que se colocaban sus sombreros y salían con prisa.


Ya había transcurrido alrededor de más de una hora, las chicas ya casi habían terminado de colocar todo en perfecto orden, como a su padre le gustaba.

- Odio tener que quedarme aquí sin poder hacer nada más que ayudar en la tienda – se quejó la menor mientras se sentaba sobre el mostrador, dejando que su hermana verificara su temperatura y estado antes de dejarle continuar con los quehaceres.

- Deberías agradecer que papá y mamá no están en casa y que estoy dejando que me ayudes – soltó Elia con las manos en la cintura, fingiendo estar ofendida mientras imitaba la mirada acusadora de su madre - o prefieres que te obligue a irte a la cama, como sé que haría ella, ¿mmm?

- No, gracias. Estoy muy bien – aseguró la menor mientras se bajaba del taburete cerca de la chimenea y comenzaba a trasladar la última caja cerca de su hermana. Cuando ya la dejó, se fue a sentar al lado del gran ventanal, donde podía observar al gentío que deambulada de un lado a otro, comprando en tiendas aledañas, o puestos de comida – pero el día está genial y quisiera al menos poder entrenar – comentó Ilva apoyándose sobre sus codos, melancólica.

Elia miró a su hermana por el rabillo del ojo; tenía la mirada perdida en el exterior y era claro que su mente estaba en otra parte. Seguramente se preguntaba hacia dónde la Legión había salido esa mañana, qué estarían haciendo los muchachos ahora que ella se había visto forzada a permanecer allí por salud. A Ilva todo le parecía ridículo; en diecinueve años, apenas había tenido un par de resfríos menores. Pero Elia contabilizaba que habían pasado dos meses desde que los síntomas se habían manifestado y aunque con el reposo habían disminuido un poco, persistían esporádicamente; severos dolores de cabeza y desmayos inesperados.

De cierta forma, y a pesar de que la muchacha no estaba contenta al respecto, su hermana mayor agradecía que la hubiesen forzado a quedarse un tiempo para ver si con descanso y medicinas, todo volvía a la normalidad. Si tan sólo el doctor Jaegar no hubiese desaparecido después de la caída de Shiganshina, al menos contarían con su experiencia para indagar más en lo que sea que le sucedía a Ilva. Pero ahora, sólo quedaba confiar en el médico del Distrito de Trost, ya que era el único disponible. El tipo no era un charlatán pero las diferencias eran considerables.

- Iré a comprar unas frutas – soltó repentinamente la chica – ¡ya vuelvo!

- No demores, que papá y mamá ya deben estar cerca y si te ven fuera de casa, la bronca me la llevo yo – dijo Elia mientras continuaba etiquetando y colocando mercancía nueva en las estanterías detrás del mesón principal de la botica, sin notar nada raro en la prisa que Ilva tenía – en serio, vuelve pronto – insistió con cariño y seriedad. La había dejado salir de su cama sólo porque sabía que era inquieta y estar encerrada la estresaba más.

- Ya voy, ya voy – Ilva le guiño un ojo burlona y desapareció rápidamente.

Elia continuó sacando y catalogando frascos de aquella caja, contenta al menos de su gran apetito seguía latente. Espero sea un buen signo, pensaba. En ese preciso instante se vio interrumpida por el sonido de lo que pareció ser una explosión a lo lejos, y casi inmediatamente después, la campanita que indicaba la llegada de un cliente tintineó, anunciando a un hombre de edad avanzada, alto y canoso que se veía muy nervioso.

- Señorita – saludó apresuradamente, sin sacarse su sombrero y le entregó una pequeña lista de las hierbas medicinales que buscaba - por favor, dese prisa. Algo sucede allá afuera, la policía se está movilizando para evacuarnos. Varios nos dirigimos a las puertas de Muro Rose – dijo atropelladamente. Ahora que le veía más de cerca, notaba la urgencia en sus aterrados ojos - Usted también debería ir.

- ¿Qué sucede? – Elia presentía que algo andaba mal. Ilva dijo que regresaba de inmediato, pero ya habían pasado unos minutos y ahora sólo se escuchaba el murmullo de gente asustada corriendo en dirección a la entrada del Muro Rose.

- Acaban de avistar mucho humo y al… - pero el hombre no alcanzó a terminar la frase cuando se oyó un estruendo ensordecedor, y un temblor les hizo tambalear. Elia se afirmó del mesón que tenía en frente pero el hombre se había caído, así que se apresuró en ayudarle. Entretanto lo hacía, su oído percibía el claro silbido de cosas pesadas volando por los aires, que por la ventana divisó, se trataba de montones de rocas ahora cayendo en distintas partes. El suelo volvía a remecerse y horrorizada, de pronto comenzaron a oírse gritos por todas partes.

El comprador salió corriendo, sin recordar nada más que salir de allí a toda prisa, pero no sin antes llevarse la bolsa de papel en la que Elia había puesto sus pedidos. Con todo lo acaecido, ni siquiera pagó, pero era lo último que a ella podía importarle. Ilva había visto algo y por eso había salido así; no había otra explicación. Elia logró reaccionar deprisa, cogió su bolsa de las compras y guardó un par de cosas de primera necesidad, entre las que estaban las medicinas de su hermana. Necesitaba salir de allí y encontrarla pronto.

Las campanadas de alerta resonaban por doquier y todos veían cómo tropas estacionarias volaban en dirección contraria a la que ellos corrían. Los siguió con la vista, dándose cuenta de que iban directo hacia una brecha que se estaba haciendo visible ahora que el polvo se disipaba; allí donde antes había habido la puerta que daba acceso hacia el Muro María, ahora sólo se vislumbraba un enorme agujero. Ya solo era cuestión de tiempo para que los titanes que invadieron el territorio comenzaran a ingresar y sintió pánico ante la idea de ver a su familia devorada por esas criaturas. Pero debía seguir, por lo que se sacudió la cabeza y, agarrando con fuerza su bolso, salió corriendo de la zona; hallar a Ilva era lo más importante antes de alejarse de allí, siendo los cuarteles su primera suposición. No obstante, en su camino encontró a una mujer de mediana edad gritando por ayuda. Tenía la mano de un hombre firmemente agarrada y por más que tiraba de él, era claro que no se levantaría; su brazo era lo único que sobresalía de una roca que lo había aplastado. Elia se acercó e intentó hacerla entrar en razón, pero por más que le hablaba, la mujer chillaba y se negaba a dejarlo. Ella sabía que no podía perder más tiempo, pero sus principios como sanadora le impedía dejarle allí. Así que la agarró por los brazos y la hizo voltear con más energía de la que pretendía; necesitaba hacerla entrar en razón, instarla a correr por su vida al menos, pero la mujer sólo se le quedó mirando, sin enfocar, mientras le hablaba fuerte pero no había reacción alguna. No hasta que se escuchó una nueva oleada de gritos desesperados, aún más potentes y prolongados: era la clara señal de que los gigantes estaban entrando. Solo entonces la mujer reaccionó, mirándola aterrorizada y luego salió despedida, dejando a Elia allí completamente sola. Al menos salió corriendo, se dijo con sarcasmo a sí misma. Fue entonces cuando escuchó otros gritos de una voz conocida, provenientes de más arriba.

- ¡Hermana, sal de aquí! – Ilva gritaba desde un tejado no muy lejos de ella – los titanes están entrando. ¡Debes irte ya! – para su horror, estaba totalmente equipada con el equipo de maniobras tridimensionales. Dos soldados se hallaban varios techos más adelante, dándole la espalda, pero claramente esperando por la muchacha.

- ¿Viste a papá y mamá? ¿Ya están en Rose? – le gritó la mayor, tratando de acercarse, temiendo lo que su hermana no decía - ¿están a salvo?

Elia la miró suplicante. Además de lo que preguntaba, sabía lo que le pediría. Pero Ilva no lograba sacar de su boca las palabras que estaban ahí, atoradas; ella lo había visto todo. En su prisa por llegar a las barracas a buscar su equipo de maniobras, se había encontrado a lo lejos con sus padres y espantosamente, fue testigo de cómo una de las tantas rocas que caían se llevó la vida de ambos. Ocurrió en un segundo y al mismo tiempo pareció verlo con una lentitud siniestra. Tragó con cierta dificultad, resoluta a enfocarse en su misión; el horror y la pena eran sentimientos con los que no podía lidiar en ese momento. Quedaba demasiado por hacer, y su cabeza ya le comenzaba a doler. Tenía la esperanza de que la Legión estuviese cerca al menos, ya que sólo habían pasado un par de horas desde que salieron, pero lo más probable es que apresuraran la marcha después de que los centinelas informaran lo que sucedía en el distrito Trost. Apretó los dientes con impotencia y desesperación, sabedora de que los mejores exterminadores estaban lejos y, para peor, tanto el estruendo como los gritos llamaron la atención de los titanes dispersos en el territorio de María, atraídos por carne fresca. Lo siento, hermana. Dijo mientras la miraba, quizá por última vez. Su deber era luchar, y Elia lo entendería.

- ¡Tienes que salir de aquí ya, Elia! – gritó y luego desvió la mirada con lágrimas y furia en los ojos. Fue entonces cuando Elia se detuvo de golpe y entendió lo que pasaba: Ilva no diría nada porque el dolor era demasiado fresco para ponerlo en palabras. La guerrera en ella no podía permitirse ese momento o se derrumbaría. Ella lucharía, lo haría al menos hasta que la Legión llegara.

- Ilva, por favor ven conmigo – rogó Elia, quien sin darse cuenta lloraba en silencio – por favor. No estás bien aún, no puedes pelear así.

Elia sabía que le diría que no y, aun así, no podía dejar de intentarlo.

- Hermana, debo ayudar. La legión llegará pronto y ya verás que lograremos hacerlos retroceder – Ilva estaba mintiendo. No había modo de sellar la abertura que ahora estaba en el muro. Trost estaba perdido – cuando hayamos terminado, me reuniré contigo. Ten fe en nosotros.

Elia asintió, a pesar de saber el enorme riesgo que todo suponía. En ese instante, se escucharon varios estruendos y los gritos desesperados de las primeras víctimas que estaban siendo devoradas, haciéndolas reaccionar. Solo en ese instante se percató de que los oficiales que estaban esperando por Ilva eran Luther y William, que miraban a su hermana y a ella. Desconocía la causa del por qué estaba allí y no con el resto de la Legión, pero saberlo la tranquilizaba un poco; Ilva siempre hablaba del buen equipo que hacían juntos.

- ¡Vete ya! – gritó Ilva, ajustando sus cuchillas y para lanzarse a la vanguardia con destreza y determinación.

- ¡Debes regresar, ¿me oyes?! – le ordenó con firmeza, avistando una pequeña sonrisa temeraria en el rostro de su hermana antes de verla desparecer por los aires.

Elia se secó las lágrimas con la manga de su chaleco y echó a correr, a pesar de no sentir siquiera sus piernas hacerlo. Ya no se veía tanta gente a su alrededor, sino solo soldados volando de un lado a otro por los aires. Fue entonces cuando vio de cerca un grupo de ellos yendo en la misma dirección que Ilva, con el pavor destacando en sus rostros. Todos ellos morirán, pensó devastada al ver el emblema de las rosas en sus chaquetas. Solo ellos son capaces de mirar a la muerte y no dejarse intimidar, se dijo, pensando en las alas que lucía orgullosa su hermana.

Inconscientemente les siguió con la mirada y al girarse, pudo atisbar el horror que se avecinaba de la mano de varios titanes acercándose por distintos puntos. Sintió arcadas a causa del miedo, y no por ella misma. No había nada que pudiese hacer así que apretó sus puños y se obligó a seguir corriendo, intentando aislar el sonido de los gritos de quienes estaban siendo engullidos, junto con las exclamaciones de horror que sus camaradas emitían al presenciarlo. Podía sentir el miedo atenazándola de solo imaginar que Ilva podría sufrir la misma suerte. ¡No!, se reprendió a sí misma. Si no bloqueaba esos pensamientos, no podría continuar. Para bien o para mal, era el rumbo que había escogido. Pese a las altas probabilidades de terminar así, era la realidad y aunque le doliese, no fue algo que le impusieran. Ese fue el camino que Ilva quiso seguir: la lucha por la libertad de la humanidad. Y ella respetaba su decisión.

Con la cabeza abombada de tantos estruendos y gritos, suprimió las náuseas y siguió en marcha. Corrió y corrió, sólo con la esperanza de que volvería a verla en unas horas más.


Hacía muy poco que habían llegado a una de las zonas más edificadas en la muralla María, cabalgando desde el sureste. Se habían desviado de la ruta directa evitando el encuentro con más titanes para eliminar la mayor cantidad posible haciendo uso de los altos tejados.

La mano con la que había sostenido la del soldado que falleció poco antes de la orden de retirada, aún palpitaba con fuerza. ¿Fui de ayuda para la humanidad o moriré sin ser haberlo sido? Sus palabras resonaban en su mente mientras cabalgaban a toda velocidad.

Los reportes de la vanguardia informaron a Erwin que se había avistado un rayo cayendo del cielo más al norte, cegándoles por un segundo. Cuando abrieron los ojos, en la zona de impacto se encontraba nada más y nada menos que el inconfundible Titán Colosal, quien destruyó los cañones sobre el muro y una vez más, de una solo patada, destrozaba con un sonoro impacto la puerta principal, dejando a Trost estaba comprometida. Comenzaron a movilizar los protocolos establecidos desde el incidente en Shiganshina, bastante anonadados al ver cómo los titanes dentro del muro María se dirigían hacia allá, ignorándoles por completo; algunos caminaban, otros corrían o saltaban, pero todos ellos iban en dirección a la brecha del distrito, como si olieran el terror de quienes estaban dentro. Maldita sea, pensó Levi, apretando los dientes.

Quienes estaban detrás de esto había esperado a que estuviesen lejos para lanzar un ataque, de eso estaba seguro. Y probablemente Erwin y Hange también.

- Señor, la vanguardia dice que debemos desviarnos al noreste para poder acceder por Karanese – le interrumpió Gunther, señalando las bengalas verdes indicando el camino. Se veía más serio de lo normal y Levi comprendía por qué.

- Ya deben estar evacuando a todos – dijo el Capitán imperturbable, pero no ignorante al miedo de ellos por sus familiares o amigos – mantengan la calma. Erd no está en condiciones de luchar, así que no le despierten aún. Como mucho tardaremos un par de horas más en llegar a la entrada.

- Sí, señor – acató el hombre con más confianza, y espoleando su corcel con energía. Su Capitán no era el hombre más comunicativo, pero sí perceptivo. En silencio le agradeció por ayudarle a enfocarse; todos ellos estaban al tanto de que su familia y prometida de Erd vivían en el Distrito de Trost.

- ¿Y si les atacamos entrando a través de Trost, señor? – preguntó Auruo al Capitán – así podríamos evitar que sigan ingresando, ¿no?

- No es un plan viable, ya que no podemos estar seguros de que el titán Colosal no vuelva a aparecer y nos bloquee el paso o nos aplaste – dijo Levi, quien ya antes había sopesado hacer lo mismo que su subalterno sugería, pero lo descartó tan rápido como lo pensó – además, es inútil apostarnos allí por siempre ya que es imposible mantener la brecha a salvo. Como lo veo, el Distrito estará perdido.

El hombre asintió abatido ante la funesta realidad… Todos ellos tenían algún familiar o conocido en la zona.

- Petra – dijo Levi, captando la atención de la chica – diríjase hasta el Comandante y recomiende que la mejor opción es continuar cabalgando hasta llegar a la puerta de Karanese que da al muro Rose, subir a ella y desde allí movilizarnos con el equipo de maniobras. Muchos requieren reabastecerse de gas y los heridos necesitan atención – dijo mirando a Erd de soslayo, quien iba transportado en la carreta más cercana.

- De inmediato, Capitán – asintió la pelirroja y se separó del grupo.

El hombre estaba herido gracias a que su aparato operacional falló en el último ataque, impidiéndole enganchar las navajas y de ese modo, desenvainar. A pesar de eso, había tomado una de ellas con sus propias manos y en el proceso de matar al titán, se había cortado con la misma hoja hasta el codo de su brazo izquierdo, sin llegar a cortarse los tendones por muy poco. Lograron evitar mayor sangrado cortando la circulación del brazo más arriba, pero el propio Levi tuvo que noquearlo para transportarlo quieto, después de las fatídicas noticias del motivo de retirada. Al menos no estaba pálido y continuaba dormido; eso le ayudaría un poco.

Por otro lado, recordaba en la mirada de Erwin la preocupación ante las repercusiones que este ataque podría traerles. Por más vivo y libre que se sentía fuera de las murallas, no podía dejar de lado aquella frustración al ver lo poco que avanzaban las expediciones, sin olvidar el costo de vidas sufridas. O las cosas cambiaban pronto, o el gobierno se negaría a invertir en ellos; algo que varios de los altos mandos ya buscaban desde antes de su ingreso al Cuerpo de Reconocimiento, moviendo hilos para erradicarla. Si eso pasaba, ¿cuál sería el futuro?

- Petra a su derecha, Capitán – le informó Auruo desde el flanco izquierdo. Habían transcurrido alrededor de cuarenta minutos desde su partida.

- El Comandante también pensó lo mismo, Capitán – informó Petra – dice que el General Pixis es quien debe estar al mando en este momento, apostados cerca de la entrada de Trost al muro Rose. Por lo que subiremos con el equipo de maniobras y resguardarán a los caballos en los límites de Karanese.

- Bien. Ninguno se queda atrás – dijo Levi – atravesar Karanese a caballo no tomará mucho, y desde allí hasta Trost con el equipo no es demasiado. Gunther y Auruo, ustedes ayuden a Erd hasta que encontremos a quien lo asista.

- Señor, ¿qué hacemos si después se resiste a quedarse atrás? – preguntó Auruo.

- Si su equipo ya presentó fallas, nada garantiza que no vuelva a ocurrir y esta vez sean los arpones – cortó su Capitán – es un riesgo que no tomaré. Y aunque cambie a uno nuevo, con el brazo así, no podría maniobrar. Así que tiene prohibido hacerlo.

Ambos hombres asintieron en señal de obediencia, al igual que Petra. Todos ellos sabían que su Capitán, aunque quisquilloso y mal hablado, siempre cuidaba de ellos.

Levi jamás les diría que eran como una especie de familia en la cual siempre podía confiar, pero se los demostraba en su liderazgo, honestidad y respeto y ellos lo retribuían con su lealtad y compromiso. Por esa misma razón, desde hace un tiempo que planeaba expandir el grupo reclutando a esos tres chicos. Que ella se quedara, era parte del plan debido a su salud, sin embargo, a los otros dos les habían suspendido por insubordinación ante la idea de dejarla atrás, siendo la mejor luchando de los tres. Tch, mocosos problemáticos, pensó contrariado y ligeramente ansioso. Había seguido sus avances en las sombras, pero eran el tipo de persona que por su honor como guerreros, se impulsaban a pelear por los débiles, y ahora solo esperaba que sobrevivieran el infierno que se estaba desatando nuevamente, y con el cual ya debían estar lidiando.


Elia no lograba entender cómo algunas personas carecían por completo de sentido común, pero las había; tales como aquel hombre, el señor Reeves, bloqueando la entrada a todos los que trataban de evacuar el distrito, sólo para salvar la mercancía de su compañía. ¿Acaso era tan ciego o tan estúpido para no entender que su propia vida tenía más valor que las cosas con las que pudiese lucrar? Si un titán lo engullía, ¿de qué le servía atesorar su riqueza? Pero el hombre se negaba a ceder, aprovechando que sus matones mantenían a todos a raya. Fue entonces cuando oyeron las gigantescas pisadas acercándose; un titán excéntrico se acercaba directo al grupo, corriendo a toda velocidad mientras la gente entraba en pánico desde que presenciaron cómo reventaba de una pisada a un soldado que estaba en su camino.

Si los titanes habían llegado ya tan cerca de ellos, era porque las fuerzas humanas estaban siendo abatidas. Eso era lo único en lo que ella podía pensar, a escasos momentos de una muerte segura. Probablemente, su hermana había dado la vida para ayudarles, pero debido a la estupidez de algunos, su sacrificio sería en vano. Gritó dejando salir la rabia por tanta insensatez a su alrededor, y luego alzó sus ojos al cielo, con la esperanza de ver a Ilva una vez más. Allí se quedó quieta, mientras el resto se abalanzaba sobre los que estaban más cerca de la entrada a Rose, gritando de pavor. Fue entonces cuando en ese preciso momento, de la nada apareció un destello verde a toda velocidad, siguiendo al titán por los aires. Ensartó su cable de acero en la nuca de la criatura y en segundos, rebanó la zona que le causaba la muerte definitiva. Todos los civiles presentes lanzaron un grito de asombro al ver cómo el gigante caía a pocos metros de donde ellos se encontraban.

No es ella, pensó Elia con tristeza al ver la cara de la muchacha que los había salvado. Tenía un rostro familiar, uno que había visto en alguna parte hace varios años. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que era la niña que siempre estaba con el hijo del Dr. Jaegar. Recordaba cómo ellos habían jugado esa tarde con su hermana, mientras el doctor se abastecía de hierbas medicinales y conversaba con sus padres, alrededor de siete años atrás. No recordaba su nombre, pero si su rostro; los rasgos se habían afilado, y la hacían parecer aún más seria de lo que era de pequeña. Sin mencionar que estaba furiosa al comprender lo que estaba sucediendo allí.

- Mis camaradas están muriendo allá afuera – dijo ella sin levantar la voz, señalando hacia donde Elia sabía que estaban Ilva y los otros soldados – porque los civiles aún no han terminado de evacuar, ellos están entregando sus vidas para retener a los titanes.

- ¡Por supuesto – gritó el viejo Dimo Reeves – ustedes comprometieron sus corazones a proteger las vidas y fortunas de los ciudadanos! ¡No empiecen a creerse importantes solo porque de repente son útiles por primera vez en un siglo! – gritó el hombre.

La muchacha lo miró como si fuese una cucaracha a la cual tenía muchas ganas de aplastar. Saltó de la nuca del titán caído y se abrió paso entre la multitud con paso decidido, y la clara intención de querer liquidar a ese necio. Las navajas que llevaba en sus manos atemorizaban a la gente, que observaba con asombro toda la situación.

- Si crees que es natural para la gente el sacrificar sus vidas para salvar la de otros, seguramente entiendes que, algunas veces, una sola muerte puede salvar muchas vidas – la ira se sentía en cada una de sus palabras. Y aunque ella era sanadora, entendía perfectamente sus ganas de eliminarlo.

- ¿¡Cómo te atreves!? – Gritó el viejo Reeves mientras sus matones se disponían a bloquear el paso entre la muchacha y él - ¡hablaré con tu superior! – Amenazó el hombre – nos reiremos juntos sobre tu cadáver – amenazó, pero la chica seguía avanzando decidida. Era claro que ella no sentía más que desprecio por aquella excusa de ser humano.

Al ver que ya estaba muy cerca, sus matones se abalanzaron y sin el menor esfuerzo, la chica los noqueó, hasta quedar justo frente a Reeves.

- Me pregunto qué clase de bromas pueden contar unos cadáveres – le dijo letal, mientras alzaba una de sus cuchillas y aquel hombre la miraba aterrorizado.

- ¡Espera! – Rogó – dando un salto hacia atrás y quedando su rostro a meros centímetros de la punta de la cuchilla, mientras ella lo miraba inexpresiva.

- ¿Jefe? - soltó uno de sus hombres a su izquierda, dubitativo y a espera de órdenes. Los miraba a ambos asustado.

- Retiren el carro – ordenó Reeves, acorralado.

La gente, aliviada, comenzó a moverse deprisa, pero en orden para salir de allí. Finalmente, la entrada había sido desbloqueada y aquella chica se había quedado allí esperando a que todos atravesaran para que pudiesen cerrar las puertas. Elia sentía deseos de acercarse a ella y, además de agradecerle, preguntarle sobre la situación al frente, pero no era capaz. En cualquier caso, lo más probable era que no supiese porque ésta era la retaguardia. En eso pensaba cuando se vio interrumpida por la voz de una niña cerca.

- Gracias, señorita – dijo con los ojos brillando de admiración. La cadete la miró entre curiosa y sorprendida.

- Estamos salvados gracias a usted – añadió la madre de aquella niña, inclinando la cabeza con respeto – Estoy realmente agradecida.

La cadete no dijo nada, pero de la sorpresa pasó a la gratitud, y con gesto solemne, realizó el saludo de la milicia que para Elia era tan familiar. Y en aquel gesto reverencial, tan lleno de orgullo, vio a su hermana una vez más.

Eso la ayudaba a comprender que, aunque Ilva hubiese muerto, lo había hecho con honor y llena de ese coraje y regocijo por la lucha de una causa justa, una en la que creía con fervor. Pensar en eso la impulsaba a querer contribuir de alguna manera para ayudar a personas como esa chica que les había salvado la vida a todos ellos. Personas como su hermana menor.


Llevaban aguantando allí ya bastante, derrotando enemigos uno a uno e intentando ser lo más cuidadosos posible para no caer. Y aunque la lluvia que había comenzado a caer no era ideal para la batalla, sí lo era para mejorar su situación; le ayudaba a relajase y eso calmaba el dolor de cabeza que había estado alcanzando niveles preocupantes. Asumía que era casi seguro que morirían allí, y no porque quisiera, sino más bien porque en esa área sólo quedaban ella, sus dos amigos, un guardia de la muralla y dos cadetes a quienes desconocía, pero al menos luchaban lo suficientemente bien. Todos estaban de acuerdo en que la misión consistía en llegar al edificio militar donde se almacenaba el gas de reabastecimiento; sin éste, todos quedaban expuestos, ya que casi se les agotaba. Desafortunadamente, por razones desconocidas, los titanes se aproximaban a ese lugar en masa, aprisionando a los que estaban dentro e impidiendo la entrada a grupos como el de ella.

- ¡Cuidado! – gritó Luther desde un edificio más alto, y aunque no era una advertencia para ella, miró en todas las direcciones que estaban apostados los de este grupo improvisado.

Un titan de seis metros había logrado subir a uno de los techos e intentaba agarrar con sus manos a uno de los cadetes; una chica pelirroja, pecosa y bajita que había acatado sus órdenes después de verla en acción. La chica se limitó a alejarse caminando despacio hacia atrás, ubicándose en el lado opuesto de donde la criatura estaba, más nadie esperaba que otro monstruo más alto se hallara semi escondido por ese lado y de un solo salto, la envolviera con sus mandíbulas y se la tragara.

- ¡Noooooo! – chilló su compañero, un muchacho rubio, flacucho y bastante más alto que ella misma. Lloraba desconsolado mientras se lanzaba a por el titán – ¡Nicky!

- ¡Detente! – vociferó Ilva, pero ya era tarde.

El titan había dirigido su mirada a otro lugar y se alejaba saltando sin aparente dirección que tuviera sentido. Un excéntrico, pensó mientras su mirada se conectaba con las de sus colegas, contrariada de ver al chico perseguir al asesino de su compañera: era imposible que sobreviviera allá solo.

El de la Guarnición se había puesto pálido y estaba de rodillas vomitando de la impresión y el pánico. Will se le acercó para ayudarle a incorporarse, pero no podían perder más tiempo.

- ¿Qué hacemos, señor? - le escuchó preguntarle a su amigo, presa del pánico – vamos a morir, ¿no es así? – preguntó entre sollozos.

- Así es, y nosotros lo tenemos claro. Por eso nos tildan de locos – se mofó Luther, entre divertido y enojado, mientras revisaba su último par de cuchillas disponibles – en la guerra debes prepararte a morir. No hay otro camino. Y él no es ningún señor – le espetó.

- Todos necesitamos concentrarnos – le dijo Ilva, entendiendo el temor del guardia, quien jamás había luchado contra titanes. Con suerte había visto alguno desde la seguridad de las murallas, pero si seguía vivo únicamente gracias a ellos – no es momento de flaquear ni de reñir – agregó dirigiéndose a su amigo, que solía tener un humor demasiado negro.

- Ya no disponemos de mucho gas – comentó Will, algo abatido, golpeando con los mandos el tanque que evidenciaba lo que acababa de decir.

Ambos eran mellizos idénticos; pelo oscuro, altos y bastante fornidos, de ojos pardo y mentón cuadrado y, sin embargo, eran como el día y la noche. Will tenía un corazón amable con todos, y Luther sólo lo era con quien quería. Pero eran buenas personas, y sus mejores amigos y aliados desde que los había conocido en la Academia.

- Tú eres la más ágil con el equipo aquí – le dijo Luther, sin mirarla a los ojos – podríamos avanzar por los techos y crear una distracción para que logres entrar al edificio – ofreció, encogiéndose de hombros.

Ilva sabía que, además de ser práctico, él la quería como algo más que una amiga y siempre la protegía. Nunca se lo confesó, pero le había dado señales, que más tarde corroboró en una conversación entre los hermanos que oyó sin querer. Will lo instaba a declararse, pero Luther se negaba porque no quería arruinar su amistad, cosa que ella agradecía en silencio; sus metas y aspiraciones estaban bastante alejadas de una relación romántica con nadie. Detestaba la idea de decirle que no, porque ella tampoco quería lastimarlo. Y toda la situación le recordaba dolorosamente lo que ella misma había vivido años atrás con alguien a quien ya no veía hace mucho.

- Mi hermano tiene razón – intervino Will, que había dejado sentado al guardia a unos metros de él – es la mejor opción, dentro de nuestras nulas posibilidades. De todas maneras, no podemos seguir aquí, expuestos.

Ella suspiró cansada, intentando pensar a toda velocidad en alguna salida, pero no había más opciones. No haber contado desde un principio con los mejores guerreros de la Legión de Reconocimiento había sido la desventaja más grande y el motivo por el que las fuerzas humanas habían perecido con tanta prisa: ninguno de ellos había luchado antes contra titanes, y aunque sabía que probablemente algunos más hábiles seguían vivos, se encontraban dispersos por el distrito, sin gas con el cual movilizarse, en las mismas condiciones que ellos o presas del miedo. El resto desplegado ya estaban casi todos muertos.

- Está bien – aceptó preocupada – pero tienen prohibido morir, ¿me oyen? O les patearé sus traseros con una intensidad como las del Capitán – bromeó intentando aligerar el peso que oprimía su pecho, sabiendo que contar con la presencia del aludido hubiese marcado una gran diferencia.

Ambos hermanos se miraron y sonrieron el uno al otro. Una sonrisa cómplice que a ella no le gustó demasiado; parecía como si hicieran un acuerdo no verbal del que ella no estaba enterada. Al menos eso le pareció.

- Ni de broma. Eso dolería demasiado – comentó Will, alegre – Además, no podría sentarme y por ende, no podría disfrutar del festín que nos darán después de que ellos lleguen y los aniquilen a todos.

- No hables de comida – lo retó su hermano, a quien le rugió el estómago en ese mismo instante.

Ilva reía por lo bajo, negando con la cabeza, como si fuese cualquier otro día en medio de un entrenamiento y no corrieran un peligro tan certero como el actual. Pero habían logrado distraerla y disminuir su inquietud para poder realizar su jugada.

- Ya va, tontos – les llamó para que prestaran atención, a pesar de que ellos tenían una idea de lo que harían. Desafortunadamente, el guardia también debía participar para que resultara – haremos lo siguiente…

Así fue como se organizaron. Los chicos escucharon atentos, y el guardia también, sin embargo, a este último le tiritaban las manos sin poder controlarse. Tragó con dificultad justo después de acatar las indicaciones. Sus opciones eran cooperar o quedarse ahí solo hasta que un titán lo encontrara; por supuesto, escogió la primera, donde seguiría sintiéndose más a salvo con ellos.

Los cuatro avanzarían corriendo y saltando por los tejados para ahorrar la mayor cantidad de gas posible, en formación "flecha" como le llamaba Ilva. Ella iría a la a la cabeza, Will a su izquierda y el guardia a la derecha, mientras la retaguardia sería trabajo de Luther. Idealmente ellos serían sus flancos, pero no podían confiarle al nervioso hombre la espalda de los tres o el riesgo sería demasiado grande.

Observaron el perímetro, avistando solo un par de titanes de tamaño inferior a los tejados, que era lo ideal para iniciar. Ella les hizo una señal, apuntando con su brazo hacia adelante, y los cuatro echaron a correr, manteniendo una distancia de aproximadamente ocho metros, en caso de requerir desenvainar. Corrieron con velocidad, pero el problema radicaba en que ahora, que estaban más cerca a la meta, debían recurrir más al equipo de maniobras y para peor, los enemigos aumentaban. Era eso lo que ella estaba pensando mientras se deslizaba por los aires, cuando el pánico la atenazó al escuchar un grito de alerta a su derecha. ¡No! Bramó internamente, al notar que era la voz de Luther.

Cuando giró la vista, el horror la embargó por completo al oírle lanzar otro grito lleno de dolor y furia. Su cuerpo reaccionó automáticamente, deteniéndose de lleno en el tejado más cercano para lanzarse en esa dirección, pero unos brazos se lo impidieron.

- No podemos ayudarlo, Ilva – le gritaba Will, sujetándola con fuerza mientras lloraba. Por e modo en que temblaba, parecía como si hablara más a sí mismo que a ella.

Y Tenía razón, por eso Ilva también había comenzado a llorar sin siquiera saberlo. El impacto ante la imagen que tenía en frente la atravesó como si sus propias cuchillas laceraran su carne. La mitad superior del cuerpo de Luther yacía inmóvil sobre un tejado, a unos treinta metros desde donde estaban ellos. Tenía algo ensartado en un costado de su estómago, y aun sostenía una de sus cuchillas en el brazo derecho, donde la sangre ya había teñido casi toda la tela de la manga.

Unos metros más allá, el mismo titán excéntrico de antes y otro un poco más pequeño, se encontraban engullendo su cuerpo y al guardia que se suponía, debía alertar si avistaba alguno.

- ¿Por qué? – fue capaz de susurrar, abrumada de dolor.

- Ese de siete metros se acercó por el flanco, directo hacia el guardia – le explicó con voz apagada su amigo – y él abandonó su posición. Fue en ese instante que el excéntrico dio un salto, directo hacia ti, y mi hermano se interpuso.

No necesitaba que relatara aquello, ya que lo había visto todo desde que lo oyó gritar la primera vez. Después de ver lo que se avecinaba a ella, absolutamente descubierta por el flanco derecho, él se lanzó y el titán lo agarró con su boca en el aire. Luther iba a girar, pero la velocidad con la que el monstruo se abalanzó era demasiada y antes de que el mecanismo de retracción de las cuerdas lo jalaran, le atrapó la parte inferior de su cuerpo. Luther sacó sus cuchillas y las clavó en la boca del gigante, con tal fuerza que le aflojó algunos dientes y una de ellas se quebró. Fue entonces cuando gritó de agonía. El engendro cerró completamente sus fauces y se quedó con la parte inferior de su cuerpo, dejándolo desangrarse sobre ese tejado y con dos dientes que le había aflojado, metidos en su estómago. Después, el monstruo había decidido ir en busca del hombre que había huido pero un titán más pequeño ya lo había alcanzado.

Ilva temblaba, horrorizada al verlo allí, totalmente inerte y deshecho. Esa imagen dejó salir toda la aflicción contenida y que había sobrellevado esas horas desde que vio a sus padres ser aplastados por un trozo de roca en el momento que el titán colosal hizo volar la puerta de Trost. Se agarró la cabeza con ambas manos, dejando salir las lágrimas de desconsuelo que la quemaban por dentro, provocando el regreso del dolor punzante en la misma. Se agachó abruptamente, cerrando los ojos con fuerza y tapándose los oídos, absolutamente deshecha. Vagamente notaba que Will aún la sostenía.

- ¡Ilva, reacciona por favor! - casi le gritaba, pero no era capaz de responderle. Tortura, física y mental, bloqueaban cualquier cosa que no fuese tratar de arrancarla de sí - no te vayas tú también, por favor – lloraba su amigo.

Sus palabras habían logrado débilmente penetrar la barrera del suplicio que la cegaba. Por unos segundos, pudo enfocar su vista y ver su rostro, que había dejado salir una débil sonrisa llena de tristeza mientras seguía llorando. Y por detrás de él, creyó ver a lo lejos una estela en el cielo, dejando un rastro borroso y verde difuminándose en el aire. Estaba tan drenada de energía que no podía ponerlo en palabras, pero sabía el significado de aquella señal. Ya están cerca, pensó para sí misma, satisfecha de haber aguantado lo suficiente.

Se entregó al cansancio, dejando que sus ojos descansaran y, cuando lo hizo, pudo ver el rostro de Luther con su usual expresión socarrona, luego a su madre con aquella calidez que emanaba constantemente, su padre lleno de orgullo y, por último, los ojos suplicantes de Elia, que le pedían regresar.

No supo más de lo que ocurría alrededor, excepto que oía a lo lejos la voz de Will. No parecía estar gritando, y eso la tranquilizó para finalmente abandonarse al limbo de la inconsciencia, agradecida al menos de no ser capaz de sentir nada excepto que tenía ganas de dormir muchísimo tiempo.


Esta historia la llevo escribiendo ya desde hace unos cuatro meses, por lo que probablemente lograré subir el siguiente capítulo pronto (pero quiero volver a revisarlo antes).

Me atreví a publicarla porque justamente hace poco fue el final de toda la serie, y bueno, a quien sirva como bálsamo para su alma a la deriva por saber que no habrá más números (como la mía), maravilloso. Y si no han leído el manga, no hay inconveniente porque falta su resto para llegar a esos eventos.

PS. Todo review es bienvenido, sea para ir mejorando o saber si les ha gustado.

Namárië