Silencio
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"Hay esperanza donde algo brilla.
Todo lo que sana tiene esperanza.
Ella emerge desde grilletes de hielo.
Ella se arrastra desde un cielo helado."
Fragmento de Esperanza de Terror in Resonance. Traducción por Masatoshi.
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No hablaba. Y eso no era tan extraño, ¿o sí? Bueno, Gaudy no era una persona especialmente habladora, pero tampoco era alguien silencioso ni quieto. Por lo menos decía alguna idiotez cada hora, o le preguntaba algo que hasta un niño de cinco años podría responderle con obviedad y altanería. Incluso era capaz de preguntar la misma cosa varias veces en el mismo día y eso a Rina la ponía rabiosa, a lo que el rubio terminaba con algún fuerte golpe. Pero ese día parecía perdido. Tenía una expresión que resultaba en una mezcla de curiosidad y estupefacción. Claro que en realidad ese solía ser el típico semblante que él portaba. Y Rina ya estaba acostumbrada a eso. De hecho, por increíble que pareciera, ella había aprendido a tenerle paciencia.
Un poco, al menos.
—Oye —habló la hechicera. Gaudy sostenía la caña de pescar sentado en la orilla del río sin responder. Parecía ido. Como enfrascado en otro mundo que no comprendía, cosa que no sería muy diferente respecto al que habitaba. Y Rina lo sabía muy bien. ¡Por Dios! ¡Cuántas veces había intentado explicarle acerca de los otros mundos! Como, por ejemplo, el de donde provenía La Estrella Oscura. Todo resultaba en una completa pérdida de tiempo. Ni siquiera entendía por qué se seguía molestando en explicarle complejidades que jamás lograría entender—. ¡Oye, idiota, te estoy hablando! —exclamó como una fiera iracunda, y a continuación le dio un fuerte golpe en la cabeza. Gaudy se llevó rápidamente las manos a la cabeza y pegó un grito. Parecía que recién registraba la presencia de su compañera de viajes. Nuevamente, como ya hace varios días, el rubio se la quedó mirando, casi como si viera a una persona desconocida. Lo único que faltaba era que se olvidara de ella. Y no sería tan raro. Si no fuera porque hacía años que viajaban juntos probablemente así sería. Después de todo cuando no veía a Ameria y a Zelgadis durante mucho tiempo, para Gaudy eran como personas desconocidas. ¡Él era un caso insólito!—. ¡¿En qué diablos piensas, Gaudy?! —dijo con un puño levantado y amenazante—. ¡He visto por lo menos cinco peces acercarse a la superficie del agua y tú estás vuelto un idiota!
Gaudy solo parpadeó. Realmente no tenía ni idea en dónde estaba parado.
—¿En serio?, uhm… ¿Lo siento?
Normalmente lo que haría ella sería seguir golpeándolo. Probablemente lanzarle una bola de fuego. Y es que estaba más que hambrienta. Hacía casi tres días que ninguno de los dos comía nada y podía escuchar el gruñido de su estómago clamar por comida como si se tratase de una bestia iracunda y famélica. Necesitaba carne de inmediato o si no iba a enloquecer. No obstante, no hizo nada. Quizás por la gran falta de energía que tenía. La verdad es que en esos momentos hasta el hechizo más simple se le hacía demasiado trabajoso para invocar. Aunque, por extraño que parezca, el hambre no era la única razón por la cual optó por quedarse quieta.
Había dos razones más.
—Sí, sí, como sea. —Deshizo el puño y movió esa mano como restándole importancia al comportamiento del espadachín—. Quiero que te largues al pueblo más cercano y consigas carne. Toda la que te alcance con el último botín que les robamos a esos bandidos que calciné hace unos días. El pueblo más cercano debería estar a unas dos o tres horas máximo. Mueve tus pies, Gaudy, ¡vamos! —instó.
—¿E-Eh? ¿Qué? ¿Pero no dijiste que lo mejor era pescar para ahorrar dinero y energía?
—¡Pues sí! —vociferó con el entrecejo fruncido—. ¡Pero no haz pescado nada y yo no pienso caminar! ¡Esperaré aquí así que muévete! ¡VAMOS!
Gaudy sintió el mismo temor que Rina siempre le provocaba cada vez que se enojaba. Cuando estaba con el estómago vacío su humor siempre empeoraba, así que simplemente hizo caso. Solo esperaba no perderse en el camino.
Una vez sola, Rina quiso dar un largo suspiro y tirarse en el pasto. Tal vez a dormir. Aunque lo mejor sería intentar pescar algunas docenas de peces. Necesitaba carne con urgencia. Mas no lo hizo. Dobló el codo derecho y se miró el talismán color sangre que tenía en la muñeca. Hacía años que los tenía y se dio cuenta que, incluso siendo ella, no había tenido idea de lo que significaba tenerlos. Tal vez ni siquiera ahora estaba segura. Inverse poseía un gran conocimiento con respecto a la hechicería y todo tipo de objetos para incrementar sus poderes. No obstante, éste se reducía a todo lo que este mundo le mostraba de los otros, y, cuando prácticamente le obligó a Xeros a vendérselos, la verdad era que los orígenes de esos talismanes eran desconocidos y siniestros, probablemente de otras dimensiones. En su momento, ella apenas se había dado cuenta que poseerlos no solo la protegían y le hacían incrementar sus poderes, sino que la hacían sentir extraña, como si cuando los usaba estuviera rodeada de un valle repleto de oscuridad. Y no solo se sentía así cuando invocaba sus hechizos, sino también…
Xeros…
—¿Por qué estás aquí? —habló ella de repente. Antes no se daba cuenta cuando el mazoku estaba cerca en su forma invisible, porque no lo veía con los ojos. Ahora sí. En realidad era bastante simple. Los talismanes que ella portaba, antes habían sido de él, y, en algún momento, ella comenzó a notar que una ligera descarga casi imperceptible hacía acto de presencia dentro de ella cuando Xeros se encontraba a una reducida distancia. Pero no siempre era así, es decir, no que ella pudiera verlo, pero la sensación simplemente ocurría. ¿Por qué? Por supuesto, no tardó en darse cuenta que eso era porque, en efecto, el demonio estaba cerca, solo que no podía verlo.
—Oh, querida Rina… —se escuchó en todos lados. Él aún no se mostraba, y Rina, extrañamente, estaba calmada y serena, como cuando enfriaba su cabeza para pensar en un plan con el fin de salir de una grave situación de vida o muerte.
—Muéstrate —exigió, dura y firme.
Y él quería hacerlo, pero dudaba, porque para ella no había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vio, y, sin embargo, para él había —o habría— pasado demasiado. No tanto para la vida de un demonio, de hecho, quizás era al revés, quizás era muy poco el tiempo en que la había visto en un mundo que ahora no existía, y que en realidad no debía existir ni siquiera en su memoria: la luminaria carmesí empapando a una sanguinolenta Rina Inverse que agonizaba y le entregaba su último aliento de vida y en cuyos ojos se mostraba dolor y horror, a la vez que se preguntaba por qué era precisamente él quien se había encargado de darle fin a su existencia. Y lo que era aún peor, de mostrarle con solo una mirada tenebrosa y sádica el cómo había matado a sus amigos antes que a ella, tan solo para verla morir con impotencia y odio hacia el ser que nunca imaginó que podría odiar.
No a él.
Pero claro, en la escena que nunca fue el mazoku se había encontrado completamente sumergido por el éxtasis de verla martirizada. De absorber con deleite cualquier sentimiento negativo de ella. Después de todo, aquella joven casi se había vuelto una humana ordinaria, sin nada que la hiciera diferente ni maravillosa del resto de su especie. Por eso ya no dudó en matarla cuando se lo ordenaron. Prefirió verla fenecer con la tenue luz de lo que para él la hacía tan especial.
Y, sin embargo, esa Rina Inverse no existía. Nunca existió. Porque todo había cambiado. —Ella lo cambió. La madre de todo…—. Los recuerdos del sacerdote demoníaco se mezclaban con los que jamás pasaron: un mundo de una dimensión y un universo que se había borrado de la memoria de todos los seres en la ubicuidad. Solo tres individuos podían recordar parte del paradigma de ese mundo ahora solo proyectado por la memoria.
—¿Cómo has estado, querida amiga? —Y Metallium finalmente se materializó frente a la hechicera, portando una gran sonrisa alegre. Ella amplió los ojos sin poder evitarlo. No por la repentina presencia del demonio, pues ya estaba acostumbrada a eso, sino por el gran corte que tenía desde la parte izquierda de la cintura hasta el hombro derecho. Y no pudo evitar tragar duro. Si se tratara de un humano o de alguna otra criatura, él estaría sangrando sin cesar. Y no estaría tan campante y sonriente como si nada. Probablemente hasta muerto estaría. Empero, en vez de eso, solo se veía como un corte hacia la oscuridad infinita.
—¿Qué te ocurrió? —preguntó sin rodeos. El que alguien le haya podido hacer semejante ataque la estremecía hasta las entrañas. Xeros no era precisamente un demonio fácil de lastimar, mucho menos de dejarlo en el estado en que estaba. Evitaba las batallas a toda costa, se limitaba a observar o a manipular los sucesos. El hecho de que él tuviera que pelear sería solo como último recurso y el enemigo tendría que ser alguien verdaderamente poderoso. Alguien como Mario Garv, Fibrizo, su propia ama o Shabranigudú.
—Oh, ¿esto? Pues… verás… supongo que es un escarmiento… —Rió divertido. En realidad, tenía suerte de estar vivo. Y hasta se preguntaba por qué lo estaba.
Porque, si ella hubiera querido él no existiría.
"Seguirás viviendo, Xeros Metallium. Y lo recordarás todo. Absolutamente todo."
Pero eso no era malo, ¿o sí?
—¿Quién te dejó así?
—Bueno, verás, eso es…
—¡Si dices que es un secreto te moleré a golpes! —farfulló. Y él comenzó a reír nervioso, y aún jovial. Se llevó una mano detrás de la nuca y continuó riendo un buen rato. Rina comenzaba a perder la paciencia. Demandaba una respuesta y Xeros no era capaz de mentir.
—Tú la conoces —se limitó a decir él. Ella parpadeó desconcertada. Solo había una persona que era capaz de enfrentarlo y patearle el trasero, y el solo pensar en ella se le erizaba la piel—. Ya sabes, la de cabello rubio, aunque otras veces… ¿Eh? —Pero ahora Rina parecía no escucharlo, tenía ambas manos refregándose los brazos como si tuviera mucho frío, pero la verdad es que estaba muerta de miedo. Xeros se dio cuenta de inmediato en quien pensaba. Carraspeó fuerte y siguió sonriendo. Era una buena oportunidad para cambiar de tema—. En fin, me estoy regenerando poco a poco. —Aunque se iba a tardar un buen tiempo, mucho más que otras veces—. ¿Y tú cómo has estado, querida Rina? Em… ¿Rina?
—¿Q-Qué? Eh, no, no, y-ya no me hables más de ella —dijo con voz trémula y pavorosa. Y tardó unos segundos en recuperar su habitual cariz—. Solo dime qué diablos haces aquí. ¿Acaso tienes una nueva misión? —Lo miró con gran recelo.
¿Misión? Matarla, por supuesto. No, esa orden nunca había sido dada ni ejecutada. Zelas Metallium nunca le había ordenado a su sirviente matar a Rina Inverse y Xeros Metallium nunca lo había hecho. En los nuevos recuerdos que tenía habían varias órdenes que él debía acatar: algunas casi inmediatamente, otras a largo plazo, otras si algunos sucesos lo demandaban. Y la mayoría eran parecidas a las que le habían dado en esa realidad pasada que ya no existía, de hecho él ya las había cumplido, por eso las dos realidades que habían en su mente chocaban y se mezclaban. El mundo inexistente en realidad no era tan diferente del nuevo paradigma.
Mas no era el mismo.
Esa era la clave.
Xeros abrió los ojos. Las amatistas eran afiladas y penetrantes. Como si la atravesaran. O peor. Como si le absorbiera el alma hacia el mar del caos. Porque sí, los ojos del mazoku solo podían comparársele a la sensación que ella tuvo cuando la Diosa del Caos estuvo a punto de devorarla en su vastedad perpetua. Rina supo que él iba a dar un paso hacia ella.
Pero no lo permitió.
—Parece que la cabeza de Gaudy tiene más yogur que de costumbre —dijo de repente, serena y relajada. Y el desconcierto hizo que él se quedara en su lugar. Le pareció extraño que Rina dijera eso tan de repente, tan de la nada. Pero ese cariz le duró solo un instante. Bastó recordar lo que había pasado minutos atrás con Gaudy y ella para darse cuenta de lo que ocurría.
—¿Tú crees? —Volvió a sonreír, tan encantador y enigmático como siempre. Rina sabía que él sabía lo que ella sabía—. ¿Por qué será? —Claro que eso no significaba que no le gustara seguir haciendo el papel de tonto.
—Tarde o temprano iba a suceder —continuó hablando la fémina—. Se estaba tardando… —dijo eso último en un hilo de voz, más como un pensamiento hacia fuera que otra cosa. Xeros no dijo nada. No cesó de sonreír. Y eso a Rina le molestaba mucho más que otras veces, porque él era un gran cínico, pero había ocasiones en las que no lo era tanto, en que mostraba algo de seriedad, solo cuando una situación lo ameritaba, cuando no había lugar a semblantes plásticos—. ¿Por qué viniste, Xeros? —Y volvió al principio. La gran pregunta que el mazoku esperaba poder esquivar sutilmente, pero eso era difícil con Rina Inverse. Desde el principio lo había sido, ya sea en esa realidad o en la que solo moraba en su memoria. Los recuerdos cambiaban. La esencia no. Y la respuesta podría ser simple. Tan simple como solo decir que quería verla, confirmar lo que ya sabía: que en realidad él nunca la había matado ni torturado psicológica y emocionalmente hasta acabar con ella, que no había rechazado sus sentimientos más sinceros hacia él, que el plenilunio rojo no le había sentado tan bien en la víspera de su muerte.
Y, aun así, viéndola a los ojos, él sentía que eso podría repetirse en cualquier momento.
—¿Qué esperas que diga, Rina? —respondió luego de un rato largo. Luego el silencio: prolongado, solemne, profundo. El choque de miradas podía hablar por sí solo. Todo lo que dijeran a continuación sería tan solo mera formalidad del lenguaje creado por los humanos.
—Esperaba que… —Los ojos se le humedecieron. Apretó ambas manos y los volvió puños— mintieras… por primera vez en tu vida… —Rina Inverse se sintió frágil, como pocas veces en su vida: cuando el amo de los infiernos amenazó la vida de sus amigos, cuando la desesperación la hizo invocar a La Diosa del Caos. Xeros permaneció mirándola hondamente. Él nunca había mentido, aunque en sus recuerdos ya lo hiciera.
—Lo siento, querida Rina. —Eso no volvería a pasar. (No iba a pasar)—. No voy a hacer eso. Pero mi silencio sirve, ¿no es así? Tal vez mucho más que una mentira.
El viento sopló de repente. Era suave, pero frío.
—Supongo… —musitó.
Lo era. De hecho, el silencio era mucho mejor que una primera mentira.
Porque era el equilibrio perfecto entre lo que ambos verdaderamente no querían terminar de escuchar del otro.
