NOTA: ¡Hola, lectores de fanfics! Nuevamente estuve muy desaparecida de este mundo, pero tener mucho tiempo libre me hizo recordar este proyecto a medias. La idea de esta historia la tuve desde el 2018, cuando empecé a escribir sólo las primeras líneas y después la olvidé. Hasta hace una semana que volví a pensar en ella y me decidí a terminarla de escribir (esto se me hace familiar jajaja).

DISCLAIMER: Fairy Tail y sus personajes no me pertenecen, son propiedad del mangaka Hiro Mashima.


ONE IN A MILLION

I

Hace mucho tiempo en el reino de Fiore, los reyes Jude y Layla Heartfilia concibieron a una bebé de grandes ojos castaños, mechones de color ámbar y piel blanca. Aquel día, todo el pueblo se regocijó con la llegada de la primogénita de los reyes, cantaron alabanzas y cubrieron todas las calles del reino con bellas flores como bienvenida a la princesa, a quien nombraron como «Lucy».

Anna Lucielle Heartfilia de Fiore podía leerse en el libro de nombres de los integrantes de la familia real, pero sus padres y todos los sirvientes del enorme castillo la llamaban sólo por su mote de cariño por el cual la había empezado a llamar su madre.

Como tradición al cumplir tres años de edad, se llevó a Lucy con la bruja Polyushka para que así pudiera leerle su destino. Ahí, ella les dijo que su hija sería portadora de una belleza inigualable, estaría siempre rodeada de mucho amor y todo el pueblo la amaría y darían su lealtad sin pensarlo. Todo en su predicción parecía miel sobre hojuelas hasta que la anciana entornó los ojos marcándose arrugas en la cien.

—¿Qué pasa, anciana Porlyusica? —el rey inquirió con ansiedad al ver que la bruja no proseguía—. ¿Ocurre algo mal? ¿Ha visto un pesar en el futuro de nuestra hija?

El cuerpo de Jude se puso rígido y sólo la delicada mano de su esposa dando una caricia encima de su puño lo pudieron tranquilizar.

—La princesa —finalmente empezó a hablar la vidente luego de varios segundos de profundo silencio—. Debe de ser protegida.

—Por supuesto que lo está —espetó Jude.

—Toda su vida —dijo Porlyusica antes de que el rey continuara diciendo algo—. Su hija es como un sol al que todos van a querer acercarse para alcanzarlo. Todos los simples mortales, compuestos de carne y hueso, que se consideren humanos sentirán el inexorable deseo de ir por ella. Si no se esconde podría generar muchos problemas, peleas, violencia, incluso... hasta guerras.

—¿Qué estás diciendo? —Jude cuestionó inmediatamente.

—Anciana Porlyusica, ¿qué es exactamente lo que quiere decir? —habló la reina con verdadera preocupación reflejándose en su rostro—. ¿Está diciendo que mi niña tiene que estar encerrada todo el tiempo?

Porlyusica no contestó.

Y eso les confirmó todo.

—¡Esto debe ser algún error!

—Pero... ¿cómo va a ser eso posible? —Layla miró con lágrimas en sus ojos a Lucy y llevó su mano a acariciarle la rosada mejilla. La princesa sonrió risueña en respuesta.

[_]

El rey ardió en cólera por no ser capaz de hacer nada. Llamó a todos los hechiceros, a todos los magos... Pero ninguno pudo realmente ayudar y en el peor de los escenarios lo que llegaron a intentar fue secuestrar a la pequeña. Hubo noches enteras en las que Jude no durmió y Layla lloraba, hasta que un día, la anciana que leía sus destinos pidió ver a sus majestades. Su visita fue para dar esperanza a los desesperados padres. Ella les dijo:

—Su hija tiene salvación, sólo debe casarse. El hombre que esté a su lado debe ser digno de ella; sin embargo, tiene que probar que su amor es puro, que moriría por ella y, sobre todo, que no la quiera por su riqueza. Con esto, ella podrá fácilmente vivir una vida muy tranquila.

—¿Casarse? Pero ella es apenas una niña —susurró Layla.

—¿Cómo sabremos nosotros quién es el hombre correcto? —quiso saber Jude.

La anciana respondió rápidamente:

—Porque no será hombre, será un héroe...

[_]

Los reyes se quebraron la cabeza, pero finalmente habían ideado un plan Que velara el futuro de su querida hija. Lo más lógico fue analizar lo que les había dicho la anciana, y encontraron esperanzas en la frase «todos los simples mortales, compuestos de carne y hueso, que se consideren humanos...». El rey de Fiore sabía lo que tenía que hacer. Cambió a todos los sirvientes por espíritus estelares: cocineras, jardineros, mayordomos, amas de llaves, guardias, etcétera. Y buscó a la única raza en la tierra que podría ser capaz de salvar a su hija.

Desde lo amplio del jardín lleno de rosas, Jude gritó al Rey Dragón Igneel, portador de magia de fuego y encargado de la seguridad del reino y sus habitantes. Entre las nubes voló un gigante dragón de brillantes escamas rojas y descendió hasta estar frente a los ojos de su majestad.

—Jude —el dragón inclinó la cabeza a modo de reverencia—. Dime en qué puedo servirte.

—Igneel, necesito que me ayudes a proteger a mi hija. Necesito que me cedas a uno de los tuyos para que pase su vida cuidando de Lucy.

Los ojos del rey del fuego se afilaron ante tales palabras.

—¿Quieres que obligue a un dragón a que sea el compañero eterno de la princesa?

—No —negó Jude al instante—. No te pido que dedique su vida a ella, ni mucho menos que se enamore, sino que sea quien la proteja a toda costa hasta que sea necesario. Sólo hasta que el héroe que nos profesaron aparezca.

Aclarados los términos en los cuales Layla había exigido que su protector fuera más o menos de la misma edad que su hija y fuera de la segunda generación de los dragones, además de hacer énfasis en que sólo sería un trabajo más, se dijeron las últimas palabras:

—¿Estás seguro de que tienes al dragón ideal para lo que te pedí, Igneel?

Igneel sonrió confiado y pensó en quien era su única opción.

—Sí.

[_]

En el cumpleaños número cuatro de la pequeña princesa Heartfilia, sus padres festejaron dentro del castillo en compañía de sus sirvientes estelares, hadas y otras criaturas fantásticas. Los habitantes del reino, sin embargo, no habían sido invitados pues los reyes no iban a arriesgarse en lo absoluto. Ese día, después de haber comido el gran banquete, compartido el brindis y partido el pastel, se procedió a abrir los regalos. Hubo desde joyas, juguetes, peluches, ropa de lujo, sábanas costosas, accesorios caros y un sinfín de cosas más. Cuando todos los invitados ya se habían retirado, los padres de Lucy la tomaron de la mano y se digirieron al jardín en donde podía verse el horizonte siendo pintado por los cálidos colores del atardecer.

—Lucy —habló la reina con su suave voz—. Nosotros queremos presentarte a alguien.

La niña se emocionó y preguntó muy curiosa:

—¿Quién?

Entonces un mayordomo muy alto y fornido, con el rostro de una cabra (que curiosamente usaba gafas extrañas) se acercó, y luego se movió a la derecha, para así dejar ver a quien se encontraba detrás suyo.

—Él es Natsu —dijo Layla.

Era un niño de no más de seis años, vestido con un pantalón marrón, camisola blanca, pulcras botas de piel y chaleco de lana que combinaba con las otras prendas, además su melena era de un tinte rosado y sus ojos rasgados eran de un tono verde olivo. Al principio se mostró serio, pero en cuanto vio a la pequeña princesa del reino de Fiore, sintió cosquillas en el estómago y le sonrió.

—¡Hola, mi nombre es Lucy!

—Natsu pasará mucho tiempo contigo, cariño. Él va a cuidar de ti siempre que papá no esté —dijo Jude a su hija—. Vivirá en el castillo junto con nosotros.

—¡¿En serio?! —gritó Lucy de alegría—. ¿Quiere decir que podemos jugar juntos?

—¿Quieres jugar conmigo, princesa? —dudó Natsu, pues sus órdenes habían sido hacerle de guardia personal.

—¡Síiiiii! ¡Ven!

Lucy tomó sin pedir permiso la mano de Natsu y lo haló por el pasillo en el cual se pudo escuchar a ambos niños reír de alegría y diversión.

[_]

La hija de los reyes había conocido a su primer amigo y eso la había hecho muy feliz. Natsu la acompañaba a todas partes y jugaban sin parar hasta caer dormidos del cansancio. Jugaron todo juego de niños que existiera, y comieron todo tipo de postres que les preparaba la repostera del castillo.

En primavera, al medio día, el pequeño Natsu buscaba a Lucy de habitación en habitación.

—¿Lucy? —indagó en la biblioteca. Y no la encontró.

Luego fue al comedor y tampoco. Entonces se le ocurrió ir al jardín de atrás de las cabañas de los sirvientes, donde las flores siempre eran más hermosas y por lo tanto le gustaba ir mucho a la princesa.

Natsu corrió hacia allá. Le parecía muy divertido su trabajo (aunque casi ni lo veía de esa manera), sonrió al recordar cuando su padre Igneel le había hablado aquel día para decirle que tenía una misión para él, se había sentido emocionado pues a pesar de su corta edad, estaba más que listo para las aventuras. Le dijeron que tendría que proteger a una persona muy valiosa en todo el reino y que sólo él era en quien podían confiar los reyes.

—¡Kyaaaa! —se oyó el chillido de terror de la princesa muy cerca de ahí.

—Luceeeee.

El niño se apresuró y con unos ojos de determinación defendió a la pequeña Lucy de... ¿un insecto?

—¡Natsu! —ella se puso a llorar y se aventó a abrazarlos por el costado—. ¡Tengo miedo! —se sorbió los mocos sin poder evitarlo, pues, aunque fuera una miembro de la realeza a su nariz no le importaba. Además, la redonda cara la tenía colorada y se veía la humedad dentro de sus enormes ojos cafés.

—Luce... sólo es una libélula —se agachó a cogerla con la mano y se la mostró a la niña, pero ella se ocultó detrás—. No va a lastimarte porque yo no se lo permitiría.

Sonrió y le instó a que mirara bien a la peculiar criatura que caminaba ahora encima de sus infantiles dedos. Finalmente, Lucy dejó su pena y la miró con los ojos abiertos de par en par y así pudo darse cuenta de que en realidad era un ser vivo hermoso, con alas y unos colores preciosos.

Después de eso todo fue juegos y risas, se pusieron a correr uno tras del otro mientras los cubría la brillante luz del sol. Luego de unas horas, Lucy se sentó en el pasto y cortó un par de florecillas para poder hacer coronas. Una para cada quien. La de Natsu estaba hecha con lirios mientras que la de ella con margaritas.

—¡Ahora somos los reyes, Natsu! —ella le sonrió juguetona y él por supuesto le correspondió carcajeándose al unísono.

—¿Quieres ver algo genial? —preguntó Natsu.

Lucy en seguida abrió bien la mirada y esperó con ansias de saber de qué hablaba, a lo que su amigo levantó la palma y entonces, un indicio de flama comenzó a emanar del centro de su palma y en segundos tomó la silueta de una rosa.

—¡Wooooow! ¡Eres genial, Natsu! —expresó Lucy.

—He estado practicando, pero todavía es difícil.

—¡Pero ha sido muy bonita!

—Tú también eres muy bonita, Luce.

Sin sentir vergüenza o siquiera dudar de sus palabras, sus infantiles y nobles sentimientos habían sido compartidos mutuamente. Las mejillas mostraron un ligero color rosa y las sonrisas no cesaban en ningún momento.

[_]

Cinco años después, en el noveno cumpleaños de la princesa de Fiore, otra vez los invitados sólo eran seres mágicos (entre otras criaturas) que provenían de otros reinos más lejanos. Al atardecer, cuando se concluyó con el recibimiento de los obsequios y se procedió a cortar el pastel, la princesa buscó a alguien con los ojos.

—¡Natsu! ¡Natsu! —llamó Lucy a su amigo que se hallaba del otro lado del salón—. ¡Adivina qué!

—¿Qué pasa? —se giró al verla.

Natsu ya había cumplido los once años el año pasado y había crecido con el paso del tiempo, su mirada continuaba reflejando inocencia y dulzura características de un niño, sin embargo, su padre al haberlo estado instruyendo diariamente, se había vuelto en el fondo más precavido y más consciente de su misión, el cual era proteger de la pequeña princesa Heatfilia.

—¡Ven conmigo a ver lo que mamá me dio!

Lucy lo tomó de la mano y se echó a correr llevándose al muchacho sin previo aviso, a lo que él puso una cara muy graciosa. Dentro de la habitación, ella le enseñó con mucho entusiasmo el obsequio de su madre, el cual consistía en una linda muñeca de vestido rosado y cabellos color caramelo, con una flor azul decorándolo. La emoción de Lucy hizo sonreír a Natsu.

Mientras tanto, la reina miraba conmovida la escena desde la puerta. Sabía que su decisión había sido la correcta, y no se estaba refiriendo a la muñeca.

En la petición de un protector para su hija, Layla había pensado en un dragón de la segunda generación y no de la primera cuya línea era pura, debido a que los primeros eran capaces de transformarse en simples humanos a voluntad, y en cambio aquellos como Igneel, pasaban su vida siendo dragones genuinos. Esto a Lucy le había dado un amigo real, y no iba a significar ningún problema con la desfortuna que tenía su amada hija, puesto que Natsu al ser mitad humano y mitad dragón, nunca sentiría deseos de ambición por ella, o eso creía.

Layla se retiró con una curva en sus labios, encantada también porque a su primogénita le había fascinado su regalo, que por lo que acababa de escuchar, los niños habían decidido nombrarla "Michelle".

[_]

Siete años después, Anna Lucielle Heartfilia ya era una adolescente de dieciséis años de edad, y conforme había crecido había descubierto su personalidad y pasatiempos, pasando de jugar con muñecas a gustar de los accesorios para el pelo y los pendientes, cuyos favoritos eran un listón azul y las arracadas con corazones rojos. También había empezado a descubrir su ferviente gusto por la lectura y las novelas de aventura.

Una mañana empezó a escribir un diario, en el cual se decidió a plasmar sus sentimientos. La primera página, aunque fue breve, expresó con demasía su sentir:

"17 de noviembre X783

Mis padres jamás me han dicho por qué no puedo salir de este castillo y ver el reino, pero quiero vivir una aventura, al menos de una centésima fracción de emoción de como las historias que he leído, ¿por qué no soy libre?".

Tiempo después, leer las historias de aventura le recordaban que no podría vivir algo parecido, por lo que mejor se pasó a las de misterio, sin embargo, fácilmente conectaba las piezas clave de la historia y su lectura carecía de entretenimiento, entonces mejor probó con terror, pero no le gustó debido a que hubo noches que no quería ni cerrar los ojos al proyectar tan bien las escenas en su cabeza. Después eligió un libro de cada género: paranormal, drama, distopia, crimen, y todos los que había en su mundo hasta llegar a los de romance. Y este último avivó y creció su pasión por la lectura, pues las novelas que leía le provocaban risas, nervios, rabia, tristeza y una increíble espiral de emociones que conectaban muy bien con su mente y deseo de leer más y más.

Una tarde de febrero se sentó a leer las últimas páginas del libro que había estado leyendo en la semana. La trama le parecía buena, pero creía que a los personajes les había faltado un poco de conexión para hacerla perfecta. Es decir, pensaba en que Shiki debía haber confesado su amor antes de que Rebecca se hubiera ido de la ciudad para que entonces ambos no hubieran sufrido tanto.

—¡Lucyyy!

—¡Kyaaa! —chilló la chica dando un respingo y tirando el libro al suelo por accidente—. ¡Natsu! —reprendió molesta, pero poco le duró debido a que la sangre se le empezó a subir a la cabeza, ruborizando levemente sus mejillas.

—¿Otra vez estás leyendo un libro igual de grueso que un ladrillo?

Natsu se acercó al rostro de la chica con una característica sonrisa de dientes blancos. Ella no hizo más que tratar de alejarse, pues su cercanía la estaba poniendo algo nerviosa, sin embargo, el enorme cojín detrás de su espalda no le iba a permitir ir tan lejos. Desvió la mirada y al no tener dónde desviarla de los ojos de él, se levantó impetuosamente.

—¡Ehhh!

—¿Eh? ¿A dónde vas, Lucy?

—Eh… —su cabeza pensó muchas cosas para responder y a la vez se había quedado en blanco—. No sé, ¿a la cocina? ¿al pasillo? ¿al pueblo? ¡¿al jardín?!

Sus pies se dirigieron a la salida, pero antes de poder dar la vuelta completa, sintió cómo una mano la detenían del brazo con firmeza. Sus ojos chocolate vibraron y al voltear se encontraron con los únicos más que había en aquella sala.

—Sabes que no puedes ir al pueblo, Lucy —Natsu le recordó con una faceta realmente seria.

El trabajo del hijo de Igneel era protegerla de todo y de todos, y tal como le había enseñado su padre, en caso de imprudencia de parte de la princesa, su deber era tratar de prever sus movimientos y así evitar una desgracia. Quizá sonaba algo dramático, pero al ser su padre el responsable directo de su desempeño como protector, Natsu debía tomarse las cosas en serio, especialmente porque ya había dejado de ser un niño y ahora tenía la edad de dieciocho años.

—¿Ah? —Lucy parpadeó, y la frase anterior se repitió en su cabeza—. Ah, claro… —bajó la mirada, desanimada—. Lo sé. Sólo me equivoqué.

Con esas palabras y viendo el rostro de la chica, Natsu soltó su brazo suavemente, y pronto notó que Lucy se había puesto triste. Eso le disgustaba demasiado, prefería ver la sonrisa de su amiga, y observar cómo se divertía tratando de evitar que el cabello se le encrespara por el clima.

—Sabes que lo hago porque…

—Porque así debes hacerlo, lo sé también —interrumpió Lucy.

—Lucy…

La princesa cerró los ojos fuertemente y con el llanto a punto de romper, salió corriendo en dirección a las escaleras. El joven dragón sólo quiso ir tras de ella como cuando eran unos niños, pero esta vez, antes de ir a animarla, prefirió pensar en algunas cosas.

[_]

Lucy se recargó en la barandilla del balcón de su habitación y miró el amplio cielo en el horizonte, su color era un azul desaturado pero muy brillante. Sintió la suave brisa rozar su piel y traspasar la tela de su vestido camisero largo de patrón floreado. Desde ese lugar podía divisar a lo lejos la construcción del pueblo: pequeñas casas de los habitantes y seguramente grandes gremios comerciantes.

Suspiró decaída, empezaba a creer que sus padres no la querían, puesto que ellos iban a diario a visitarlo pero nunca la invitaban con ellos, sin embargo, su madre siempre le llevaba algo que adquirían de las tiendas y mercados, así que ya tampoco los entendía. Su deseo por ver el mundo más allá de aquel castillo cada día crecía más, y el cuento de que era muy pequeña para visitar una ciudad muy grande ya no iba a comérselo.

Las veces que les había preguntado los verdaderos motivos, su padre siempre se mostraba demasiado tajante y decretaba no volver a hablar más del asunto.

Se enjugó una última lágrima que cayó por su mejilla derecha, resignándose a sólo poder soñar por ahora.

El sonido de alguien tocando la puerta la sacó de sus pensamientos. Enseguida entró una sirvienta de corto cabello violeta y grandes ojos celestes.

—Princesa —empezó a hablar cordialmente—, el rey y la reina enviaron un mensaje con Capricornio. En aviso de la inauguración de la nueva presa de agua, no volverán esta noche como lo tenían previsto, sino hasta el día de mañana.

Lucy aceptó con desdén sus palabras.

—Está bien, gracias, Virgo.

—¿Quiere que le traiga la comida a su habitación?

—No, puedes irte, bajaré yo.

—Me retiro, princesa.

Cuando la sirvienta salió, se tumbó en su enorme cama, que por muy cómoda que era no le dio una satisfacción al usarla en ese momento, así que sólo ocultó su cara en la suavidad que le ofrecía. En eso, la puerta se volvió a abrir. Lucy creyendo que se volvería a tratar de su servicial amiga, no se movió de la posición en la que estaba y con sus palabras ahogadas por las mullidas telas, preguntó:

—¿Qué sucede ahora, Virgo?

—¿Virgo?

Como si en ese momento le hubieran presionado el botón de encendido, Lucy se incorporó rápidamente de la cama.

—¡¿N-natsu, qué haces aquí?!

—Vengo a ver cómo estás, Lucy, ¿no tienes hambre?

—¡¿Por qué entras a mi habitación como si nada?! —el rostro de la chica empezó a cubrirse de un tono rosado, y su nerviosismo además le produjo lanzar una almohada en la cara de su amigo.

—¡Eh! —se quejó—. Pero si siempre lo he hecho así, ¡no te enojes!

—¡P-pero! —Lucy se detuvo en decir lo que pensaba.

¿Y si ella no estaba en condiciones de recibir a alguien? ¿Como estando en su pijama, ropa interior o sencillamente, haciendo una babosada? Él y ella ya no eran unos niños, sino unos adolescentes, y a pesar que desde toda su infancia habían sido mejores amigos, algo había cambiado para Lucy. No quería saber con exactitud lo que significaba, pero últimamente estar con Natsu la estaba confundiendo demasiado. Ya no podían jugar como cuando habían sido pequeños, obvio que imaginar que eran dinosaurios y sardinas ya no era una opción para ellos, pensó la princesa.

—¿Sigues triste, Lucy?

La aludida dirigió sus ojos a los de su amigo, en quien vio un tipo de empatía.

—No realmente, ¡sólo estoy frustrada de no ver cuándo poder salir de aquí!

—Mmmjj —Natsu hizo un ruidito sospechoso, no continuando sin antes provocar que su amiga arqueara una ceja como manifestación de su curiosidad—, ¿qué dices si hoy te llevo a ver el pueblo?

—¿Ah? —replicó Lucy, desconfiada—. ¿Qué no se supone que tu deber es lo contrario?

—Bueno —dijo Natsu mostrándose genuino—, pero también quiero que seas feliz. Así que, ¿no es ahí a donde tanto deseas ir?

Lucy abrió los ojos como plato, volviéndose casi brillantes como grandes estrellas amarillas. Aquellas palabras habían sido para ella como un shot de energía. Unió sus manos en una señal de alegría y plegaria, se paró muy cerca de él y naturalmente dio saltitos llenos de alegría.

—¿Lo dices en serio?

Él asintió decidido.

—¡Yaaay! —gritó Lucy, emocionada.

—Pero debemos tener mucho cuidado, nadie debería verte salir de aquí, así que…

—¡No puedo creerlo!, ¿en verdad podré al fin ver cómo es el mundo? ¿podré ir a esa tienda de accesorio de la que mamá tanto me habl-?

Sin darle más tiempo de hacerse otras preguntas, Natsu no dudó en cargar a Lucy en brazos y saltar por la enorme ventana. Ella por consiguiente gritó de la impresión, aferrándose instintivamente al cuerpo de él. Primero cerró los ojos, pero después los abrió lentamente, viéndose volar por los aires.

Podía sentir cómo Natsu la cogía con firmeza, subió la mirada, divisando sus alargadas alas cubiertas de escamas en tres diferentes tonos de rojo. Aún recordaba cuando él le había enseñado su transformación la primera vez, tenía ocho años, y aunque al inicio le había parecido aterradora, después lo había encontrado adorable. Aunque obvio que el dragón ya había crecido, y lo único que quedaba ahora era lo imponente.

Se sintió apenada, pues le estaba agradando demasiado la escena, ciertamente le parecía algo romántica, además de que la piel de Natsu la encontraba muy reconfortante y cómoda. Para su desgracia el viaje duró poco y en unos minutos el joven la bajó con suavidad hasta que sus pies tocaran el piso.

—¿Dónde estamos? —quiso saber Lucy.

—Estamos en lo más alto de la catedral de Fiore. Desde aquí puedes mirar muchas cosas. ¡Wooo, mira eso!

Ella abrió muy bien sus ojos castaños y recorrió cada rincón que estaba a la vista. Natsu tenía razón, desde ahí fácilmente se observaba una panadería, el puerto, un gran parque y hasta un pequeño mercado ambulante. Pero para Lucy no estaba siendo suficiente. Ya que estaban ahí, quería poder vivir el momento al menos un poquito más, así que no perdía nada en tratar de buscar más.

—¿Podríamos bajar de aquí?

Pero eso a Natsu ya no le pareció y negó con la cabeza seriamente.

—No puedo dejar que hagas eso. ¿No es suficiente para ti con verlo desde aquí?

—¡Natsu! —la princesa puso ojos de cachorro y fingió lagrimitas—. Por favooor, ya estoy aquí, no puedo desperdiciar esta oportunidad, tal vez nunca más pueda venir aquí. ¡Mis padres ni siquiera están en la ciudad! Y te prometo que será muy rápido —rogó—. ¡por favor, Natsu!

El muchacho se lo quiso pensar unos minutos, pero ver la carita que estaba haciendo Lucy no lo dejaron en absoluto. El simple hecho de verla con tanto anhelo lo doblegaron, e inmediatamente cedió.

—Está bien... —alzó los brazos, cruzándolos detrás de su cabeza. De todas maneras, él iba a estar pegado a ella y en todo caso la iba a proteger, se dijo a sí mismo. Sumando también el hecho de que los reyes no estuvieran facilitaría las cosas, en caso de que algo saliera mal.

—¡Síiii! —chilló Lucy—. ¿Podemos ir a ese mercado? —señaló con su dedo índice, a lo que él asintió.

La asió de la cintura y la llevó hasta el inicio de lo que era el dichoso mercadillo. Lucy pronto se acercó emocionada al primer puesto de aretes y otras joyas de bisutería.

Natsu no podía evitarlo, es que le encantaba ver la felicidad en su rostro, oír su risa y estar al lado de ella. Desde la primera vez que la vio, cuando los habían presentado siendo unos infantes, él había grabado su olor dulzón en su memoria, lo cual había sido totalmente involuntario. Y para Natsu eso se había vuelto especial, por lo que además de protegerla porque era su trabajo, también lo hacía porque así lo deseaba. Tampoco iba a negar que siempre le había parecido bonita, con aquel sedoso cabello de oro, su tersa piel, y su melosa voz. Y ni hablar de sus ojos tan calientes como el chocolate, que despertaban en él un innato interés por hacerla feliz.

Los pensamientos de Natsu se vieron interrumpidos entonces por una conversación cercana.

—¿En serio? —Lucy cuestionó inocentemente.

—En serio, querida, puedes llevártelos —contestó sonriente una mujer de mediana edad que resultó ser la dueña de aquel puesto—. Eres muy hermosa, seguro que te quedarán muy bien.

—¡Gracias! —agradeció conmovida.

De inmediato se lo mostró a su amigo, quien pudo ver que se trataba de un par de pendientes de estrellas que relucían como el sol. Natsu sonrió en respuesta y sin esperarlo fue apresurado por la mano de ella tomando la suya para poder jalarlo a donde sea que ella fuera. La chica definitivamente estaba disfrutando de su excursión, yendo de aquí a allá a lo largo del mercado.

Curiosamente a cada puesto que iban, todos los comerciantes le ofrecían un obsequio a Lucy, e inclusive, aunque parecieran realmente caros, ellos no dudaban en extender su mano y amabilidad con ella. La princesa supuso que, pese a que nunca había visitado el pueblo, ellos sí la conocían de alguna manera, sabiendo que ella era la hija de Jude y Layla, monarcas del reino; no obstante, lo descartó, pues no iba a tener sentido que supieran de ella, sin nunca haber hecho acto de presencia. Sintió una extraña mezcla de emociones, pues a pesar de estar viviendo un sueño, se preguntó todavía más por qué su padre y madre no le habían permitido aparecerse por ahí durante todo este tiempo.

Repentinamente, el largo pasillo tuvo mayor afluencia y más y más personas comenzaron a caminar por ambas direcciones, lo que provocó que fuera empujada, alejándola de su amigo. Sin estar acostumbrada a las aglomeraciones, desconociendo la situación y totalmente abrumada, sólo se dejó llevar por el flujo de personas. Unos minutos después ya no podía ver a Natsu por ningún lado, eran tantos los rostros, pero ninguno le iba a poder parecer familiar.

Se alejó del centro del camino y se quedó en la entrada de lo que parecía ser un callejón, en el cual transitaba muy poca gente. Estaba perdida, se dijo, y comenzó a sentirse intranquila. En eso, alguien la tomó del hombro desde atrás, a lo que ella sólo atinó a temblar.

—Jovencita, ¿estás perdida?

Lucy analizó al sujeto cuando volteó. Era alto, moreno y con una barba cerrada color azabache. Éste se presentó como Iván Dreyar y según su única intención era la de ayudar, pero Lucy no se quiso fiar de su mirada oscura.

—No... Gracias, estoy bien —y sin más que decir se dispuso a avanzar, pero algo la detuvo.

—No tengas miedo, no te podría hacer daño —Iván la tomó del antebrazo con más fuerza de la debida y eso inmediatamente tensó a Lucy—. Eres preciosa, te llevaré conmigo ahora mismo.

—¡No! —gritó disgustada—. ¡Dije que no!

El hombre frunció el cejo a la vez que haló con mayor fuerza, y entonces otra persona se acercó a ellos, golpeando al identificado como Iván, a lo que Lucy quedó anonadada, y todavía más impactada cuando esa última persona la cargó en su espalda, echándose a correr.

—¡¿Qué está pasando?! —preguntó miedosa.

—Tranquila, lindura, yo te llevaré a casa conmigo.

Lucy sólo se pudo poner a patalear y retorcer en el intento de caer para liberarse de aquel hombre desconocido. Entró en pánico, pues el hecho de estar siendo raptada no había estado en sus planes, y jamás había sentido verdadero peligro hasta ese momento. Y no entendía nada, ¡qué demonios sucedía con los pueblerinos!, pues mientras unos eran excesivamente amables otros resultaban ser increíblemente groseros.

En un pestañeo sucedió lo inimaginable, puesto que una atractiva mujer hizo que se detuviera el hombre al parársele en su frente y obstruirle el camino. Él frenó de inmediato.

—¡Quítate de mi camino, Minerva!

—Si no quieres que te dé una paliza, Jackal, será mejor que me entregues a esa señorita —amenazó tranquilamente ella, que mostraba una larga pierna por la abertura de su lujoso vestido azul.

La princesa creyó que aquella dama entonces la ayudaría, pero se dio cuenta de que estuvo en un error cuando los dos individuos comenzaron a bramar entre sí, así que sólo pudo taparse los oídos con las manos para no escuchar más.

—¡Como si te fuera a hacer caso!

—¡Esa niña va a venir conmigo a Succubus Eye! —gruñó Minerva.

Y cuando estuvieron a punto de comenzar a pelear en serio, una explosión se generó cerca de ellos y la gran estela de humo provocada por el flameante fuego hizo que la visión de todos se nublara, haciendo que algunos tosieran un par de veces, entre ellos Lucy, quien supuso a quién pertenecían dichas llamas.

—¡LUCY!—se oyó la fuerte voz de Natsu entrar en la escena.

—¿Qué coño? —preguntó Jackal con fastidio, aún con el cuerpo de Lucy arriba de su hombro, como si fuera un saco de patatas de diez kilos.

Natsu rápidamente le propició un puñetazo ardiente en toda su cara, lo que eventualmente obligó al sujeto a soltar a la chica en el proceso antes de caer a la tierra. No obstante, ella no cayó al ser atrapada por los brazos de Natsu, haciéndola sentir aliviada al volver a ver a su amigo. De ese modo era imposible que pudiera seguir sintiendo miedo.

—¿Y tú quién demonios eres? —Minerva afiló los ojos—. No te metas en asuntos que no son tuyos.

Jackal se levantó del suelo, frotándose la barbilla debido al daño recibido, mostrando un semblante furioso, y con las crecientes ganas de devolverle el golpe al ahora denominado como oponente.

—Te vas a arrepentir de haberme hecho eso —sentenció Jackal.

Lucy tomó a Natsu del brazo sin pensarlo y lo miró.

—Natsu… —susurró preocupada, sintiéndose culpable por haberse encontrado en problemas, y haber ocasionado que su estúpido capricho los hubiese metido en ese embrollo.

Pero su amigo no sintió inquietud en absoluto, sino unas ganas de partirles la cara por haber tratado de secuestrarla. Natsu le tocó la cabeza con la mano como muestra de que no debía preocuparse por nada, y después se enfocó en las dos personas de en frente.

—¿No sabes que no debes meterte con las pertenencias de otro, niño? —advirtió Minerva.

—Me importa una mierda lo que digan —dijo Natsu con determinación y continuó en voz más alta—: ¡No voy a permitir que quieran lastimar a la princesa Lucy! ¡Estoy encendido!

Y justo después de esas palabras, en segundos, los lugareños voltearon a ver la escena, acumulándose como una masa atraída por un imán, lo cual no fue desapercibido por los jóvenes, que observaron escépticos hasta que los múltiples comentarios y preguntas no tardaron en salir, algunos en cuchicheo, otros en perfecto y claro tono.

—¿Qué fue lo que dijeron?

—¡No puede ser! ¡Ella es la princesa Lucy!

—¿Están hablando de la hija los reyes Jude y Layla?

—Es tan hermosa…

—Aún recuerdo cuando fui a dejar flores al castillo por su nacimiento…

—¿La princesa Lucielle está aquí?

—No puedo creer que la esté viendo después de tantos años.

Lucy al escuchar todo lo que decían se puso nerviosa, se supone que debía hacer lo posible para que casi nadie se enterase de que había estado ahí visitando el pueblo sin el permiso de sus padres. Cada vez era más la gente que se iba acercando a donde estaban y poco espacio era el que iba quedando entre ellos. Tantas voces alrededor suyo la abrumaron, ofuscándola. Sus ojos cafés se habían abierto grande, y las pupilas le vibraron, se quiso ocultar atrás de Natsu, como siempre había hecho cuando era pequeña, a lo que él de inmediato la escudó con el brazo, pero como si ya se estuviera haciendo una costumbre, alguien la cogió del hombro de improvisto.

—¡Por favor, acepte esta canasta de frutas! —le pidió una anciana con una ligera sonrisa.

Muy pronto se generó un bullido. Aquello estaba sucediendo en un pestañeo, pero Lucy lo sentía como en cámara lenta. Las personas se acercaron más, cargando cosas que querían regalarle y alargando los brazos con el fin de poder tocarla, como si ella se tratara de una reliquia o una estatua de buena suerte y fortuna.

—¡Princesa Lucielle!

—¡Por favor coma estos bollos preparados al vapor!

—Princesa, ¡déjeme tocar su cabello!

—¡Princesa Lucy, su belleza hace que este reino brille más!

—¡Nuestra princesa!

—¡El resplandor de sus ojos es más valioso que el oro!

Con cada nuevo comentario se sentía más incómoda. Ella cerró los ojos con fuerza en busca de paz, pues se iba a volver loca si continuaban así. La situación ya se estaba pareciendo más a un altercado, pero Natsu actuó de inmediato, en realidad no habían sido más que escasos minutos antes de que él decidiera alzarla con sus dos brazos para después hacer aparecer sus rugosas alas de dragón y despegar hacia el cielo en un gran salto.

—¡Kya! —se quejó Lucy.

Y una vez estando en el aire, los pueblerinos continuaron acumulándose bajo ellos, con los brazos alzados, con ofrendas de diversos objetos y continuando exclamando alabanzas.

—¡Por favor, vuelva con nosotros!

—¡Mi vida por besar su mano, mi princesa!

—¡Princesa Lucielle!

Visto desde el ángulo en que Lucy y Natsu se encontraban, la multitud de gente se podía ver claramente, haciéndolos caer en cuenta de la enorme cantidad que se concentraba en el lugar, además de que el ruido producido cada vez era más fuerte.

Mejor se fueron de ahí antes de meterse en verdaderos problemas.

[_]

Natsu aterrizó atrás de las cabañas de la servidumbre, en donde se hallaba el jardín preferido de ambos. Cuando Lucy tuvo sus pies en el verde pasto, se dirigió a su amigo con una mirada lánguida.

—Gracias por salvarme, Natsu.

El aludido sólo asintió. La verdad es que no sabía qué decirle.

—¿Qué fue lo que pasó? —continuó Lucy—. No entiendo. ¿Por qué las personas actuaron así? Me trataron ansiosamente, como si estuvieran viendo al ser más importante de sus vidas, pero otros también me veían con un brillo malicioso en sus ojos.

Lucy se sentó en su lugar, suspirando, y dobló las piernas para abrazarse a sí misma. Natsu la imitó en tomar asiento, sin opciones, por más que pensaba no encontraba palabras correctas para sacar de su boca. Es decir, ni él mismo sabía las verdaderas razones por las que los reyes decidían sobreproteger a su única hija, e Igneel jamás había sido preciso en los por qué de su deber como guardián de la princesa.

A lo largo de los años, su padre lo había entrenado en cuerpo y alma para ser valiente, fuerte, astuto y medio disciplinado, que eso último a veces aún le causaba problemas; y qué mejor ejemplo aquel que acababa de cometer al romper con la regla de nunca dejar salir a la princesa del castillo. Aunque le quedaba claro que el haberlo hecho sólo había sido para cumplir el deseo de la chica más importante para él, pues en secreto, la quería más que como a una simple amiga.

La suave voz de Lucy lo sacó de sus pensamientos.

—Todo este tiempo siempre quise ir a conocer más allá de este castillo, pensando en que me podría esperar una aventura, pero lo único que siento ahora es miedo —susurró, con los ojos inundándose de lágrimas que no tardaron en iniciar a escurrir por su piel—. Natsu… ¿en verdad el mundo es así?

—Lucy…

El muchacho se acercó a su rostro femenino que comenzaba a pintarse de rubor debido al llanto, la belleza de Lucy tenía algo que inclusive triste la hacía ver preciosa, sin embargo, era obvio que prefería hacer algo por sacar la sonrisa que adoraba, así que trató de reconfortarla, primero dándole una leve caricia en la mejilla, a lo que ella se ruborizó más.

—No sé por qué haya sucedido eso, pero la gente usualmente no es así —dijo seguro—, la mayoría se concentra en sus labores, van de aquí allá con prisa, los comerciantes gritan queriendo vender, y las familias salen a caminar —prosiguió—: Se ayudan unos a otros, realizan fiestas con fuegos artificiales y mucha comida, algunos van a bailar, hacer concursos en el centro de la ciudad, y se esfuerzan por estar bien.

La chica puso mucha atención a lo que Natsu le decía, y así como lo oía todo sonaba increíble, parecido a lo que había podido leer en todas esas novelas que la habían ilusionado tanto.

—¿De verdad? —ella pestañeó varias veces, logrando disminuir el líquido de sus ojos—. ¿Entonces hoy... sólo fue un día extraño?

—Posiblemente se emocionaron demasiado por verte.

—¿A mí?

—Bueno, eres la princesa del reino.

—Supongo que sí, pero… —hizo una pausa—. Ni siquiera parecía que fuera la princesa, aún ni siquiera tengo permitido usar los vestidos reales como los de mamá —lo miró y usó voz de reproche—. ¡No puede ser que sólo por haber escuchado lo que gritaste creyeran en ello! ¿Y si yo fuera una farsante? ¿O una estafadora?

Natsu se rascó la cabeza. Sabía que él había sido quien había metido la pata cuando voceó sin medir su tono, pero es que las ganas que había tenido por darles su merecido a ese par le habían activado su vena por enfrentarse en una pelea.

—Sé que… —musitó Lucy—, has faltado a tu labor al haberme ayudado a escapar un ratito de aquí, y te lo agradezco mucho, Natsu, por fin he podido ver el pueblo debido a ti. Me… alegra tenerte a mi lado —terminó de decir bajando la voz. Con timidez desvió la mirada y se llevó un mechón rebelde detrás de su oreja.

Su corazón latió más rápido sin poder hacer nada para tranquilizarlo. Otra vez se estaba haciendo en su cabeza de ese momento una escena romántica, pues ambos se encontraban en su sitio favorito, bastante cerca uno del otro, y no podía ignorar que Natsu había sido muy lindo al haberle ofrecido su ayuda para aventurarse por primera vez en la ciudad, considerando que las órdenes que recibía eran totalmente lo contrario. Debía quererla al menos un poco como para arriesgarse a hacer algo así, pensó ella.

Mientras tanto, Natsu la observó con atención. Los rayos del sol hacían que su cabello se notara más brillante, la suave corriente de aire ladeaba el encaje que pendía de las mangas de su vestido y sus largas pestañas rizadas y tupidas aún se conservaban algo húmedas.

Entonces la princesa sintió su fuerte mirada, haciéndola voltear hacia él, cuando sus ojos se encontraron, algo intangible se conectó entre ellos, provocando una cálida sensación en sus corazones.

—Por ti haría eso y mucho más, Luce —contestó Natsu en una suave voz.

Ambos sintieron una chispa de cariño, de ternura y de amor, sus rostros se fueron aproximando lentamente, ella entrecerrando los ojos, atraída por la promesa de lo que parecía que iba a suceder entre los dos.

Pero entonces una libélula se posó en la nariz de Lucy haciendo que ella chillara de la impresión, retrocediendo sin pensar y cayendo por el costado, con Natsu tras de ella para hacerle de su amortiguador. Rodando por unos segundos por la ligera pendiente, terminaron cayendo en una cama de flores amarillas en su pleno apogeo. Lucy permaneció sin ningún rasguño, pero Natsu, que se encontraba encima de ella, pero sin dejar caer su peso, había obtenido algunos rasguños, así como hojas en sus ropas.

En esa posición, la princesa vio claramente la cara de su dragón protector, sus ojos verde olivo reflejaron cariño y dulzura, y estaba segura de que no se lo estaba imaginando por el simple hecho de estar enamorada de él, sino que era real. Así que ella le dedicó una encantadora sonrisa antes de echarse a reír. Él la imitó gustoso, pues ya hacía un tiempo que no la pasaban tan bien juntos, principalmente porque a diferencia de cuando había sido unos niños, los últimos años se habían ocupado en sus respectivas clases y conflictos: Lucy a las de etiqueta y academia impartidas por la catedrática Acuario, y él a las de defensa y control del fuego con su mismísimo progenitor.

Sin querer dejar de mirarse mutuamente, alargaron el momento, pero el admirarse en silencio les provocó continuar con lo que hace un momento no había sucedido, y de lo cual ambos parecían tener deseo.

El joven fue bajando hasta estar a escasos centímetros de la sonrojada cara de Lucy, quien entre abrió su perfecta boca, lista para percibir contacto.

—Natsu... —susurró impaciente.

Y entonces la distancia que los separaba dejó de existir. Natsu la besó.

Mientras cerraban los ojos, sus labios se unieron en un tierno beso lleno de sentimientos puros y nobles. El roce que estaba siendo casto, se prolongó entre sus bocas, haciéndolos sentir maravillosos.

Para Lucy era cómo estar en las nubes, y Natsu se creyó el ser más afortunado… hasta que alguien llegó corriendo a romper con la armonía.

—¡Princesa!

Natsu y Lucy se sorprendieron, y entonces rompieron el contacto para enfocar sus miradas hacia una exhausta y preocupada Aries, el ama de llaves del castillo. Ambos enderezaron la espalda, el muchacho ayudándola a erguirse tomándola de su mano.

—¿Dónde ha estado? ¡Sus padres! —exclamó Aries—. Sus padres han llegado y piden verla de inmedia-

—¡¿Qué significa esto?! —el rey Jude entró a largos y furiosos pasos, y lo que vio en seguida le disgustó completamente, pues su querida hija al parecer se estaba involucrando sentimentalmente con aquel medio-dragón, y peor aún, con alguien que había tenido el atrevimiento de desacatar sus órdenes, al punto de haberla expuesto al peligro.

—¡Lucy! —Layla llegó segundos después detrás de su esposo y en seguida subió una mano a su boca como signo de sorpresa al ver la escena.

Natsu sintió cómo su amiga había estrechado con más fuera sus manos, percibiendo inmediatamente la tensión en ella. No sabía qué era lo que iba a pasar, pero tenía un mal presentimiento. La princesa en su estupor primero sólo pudo observar, pensando en la severa amonestación que recibiría por parte del rey que era su padre, y una pausa después se atrevió a hablar.

—Padre, madre… ¿p-pero no iban a regresar hasta el día de mañana?

Con la frente arrugada, Jude Heartfilia contestó:

—¡¿Cómo has podido desobedecerme, Lucy?! —reprendió—. ¡¿Cómo has podido ir al pueblo sin nuestro permiso?!

—Lucy, nos prometiste que jamás saldrías de aquí hasta que nosotros te dijéramos cuándo —mencionó Layla, viéndola con genuina preocupación maternal.

La aludida al sentirse regañada, y notando la decepción que había provocado, agachó la cabeza.

—El tumulto ocasionado en el pueblo tuvo que ser controlado por la guardia real —agregó el rey, clavando su reprobatoria mirada en su hija—. Y tú —esta vez se dirigió a Natsu, pero con los ojos cargados de desaire—, que te has atrevido a fallar a tu palabra, espero estés consciente de lo que te corresponderá como castigo.

Lucy rápidamente entró en pánico tras oír esas palabras.

—¡Papá, Natsu no tuvo nada que ver en esto!

—¡No tienes derecho a hablar ahora, Lucy! —replicó su padre para en seguida inclinar su cabeza hacia el cielo y gritar—: ¡Igneel!

Siendo así, desde lo alto, a través de las nubes teñidas en color naranja, se divisó un monumental dragón rojo que descendió hacia ellos creando un aura de viento. Natsu apretó los dientes, las consecuencias estaban a punto de llegar y no iba a haber manera de evitarlas, pesándole más la culpa de haber metido en problemas a su querida amiga.

—Jude —Igneel mostró una reverencia.

—Parece que tu hijo no fue adiestrado correctamente —dijo Jude—. Así que, conociendo las consecuencias de sus actos, espero no titubees en absoluto, Igneel —dirigió una mirada de advertencia al dragón, a lo que éste entendió perfectamente reafirmándolo ladeando la cabeza.

Lucy se alarmó todavía más, pues no sabía exactamente a qué se estarían refiriendo, pero dudaba en que fuera a ser algo bueno, sino todo lo opuesto, y por supuesto que no tenía ganas de averiguarlo y mucho menos, quedarse sin mover un dedo por tratar de evitarlo.

—Papá… —intervino Lucy—. No metas a Natsu, por favor, ¡yo soy la única que te desobedeció!, ¡yo fui quien le obligó a que me llevara, y él lo único que hizo fue querer detenerme!

—No quiero volver a repetírtelo, Lucy, así que deja de oponerte a mi palabra —fijó sus ojos en las manos entrelazadas de los jóvenes y dijo—: Especialmente si es para defender a un traidor, ¡que se ha olvidado de quién es y se ha aprovechado de tu confianza! —prosiguió con el ceño fruncido—. No podrás volver a cruzar palabra con él, y tampoco tendrás derecho a hacer otras actividades más que enfocarte en tu educación y adoctrinamiento. No volverás a juntarte con ese muchacho, y no volverás a salir de aquí, ¡así tenga que encerrarte en tu habitación!

Natsu quedó congelado, las palabras del rey le habían calado en el fondo, pero no estaba en condiciones de alzar su voz, mucho menos con su padre en frente, con el riesgo de comprometerlo al provocar un disgusto más en el rey.

Por su parte, las emociones de Lucy no pudieron más con lo que estaba viviendo y sus lágrimas iniciaron a aparecer, como si ese día en su destino estuviera escrito que sólo debía llorar. Pero es que imaginar su vida encerrada en ese castillo sin tener de acompañante a su amado Natsu, estaba segura que tarde o temprano la haría enloquecer.

—No… —la princesa avanzó tres pasos, no creyendo lo que su padre estaba decretando—. ¡No puedes hacerme esto!

—A partir de ahora tiene prohibido entrar al castillo —finalizó Jude.

—¡Mamá! —suplicó Lucy.

Layla vio con pena a su hija, sin embargo, no protestó por ella. La reina sabía que para poder proteger a su única hija debía dejar que su esposo hiciera eso. Le dolía ver a Lucy en ese estado, especialmente porque conocía muy bien la importancia de la única amistad que había construido a lo largo de todos esos años, pero se recordó que era por su bien.

—Lucy, sólo lo hacemos porque te queremos —justificó Layla—. Después entenderás por qué hacemos todo esto.

—Aries, lleva a la princesa hasta su habitación —ordenó el rey.

—Sí, su majestad —afirmó con la cabeza el ama de llaves y se movió hasta llegar con una abatida Lucy que no paraba de llorar en silencio. Aries colocó un brazo por sus hombros tratando de guiarla, sin embargo, la princesa no quiso moverse ni una pulgada.

Por su parte, Igneel, que se mantenía con un semblante serio, bramó antes de decirle a su hijo de modo imperativo:

—¡Andando, Natsu!

El joven tardó unos segundos en reaccionar a la voz de su progenitor. Con un nudo en la garganta empezó a caminar en dirección a su padre, alejándose de Lucy. Le dolía el pecho, le ardía el corazón de pensar que sería la última vez de estar cerca de ella, sobre todo porque acababan de revelar sus sentimientos con aquel beso. Pero entonces comprendió su penitencia, pues haber osado enamorarse de la hija de los reyes de Fiore no era algo que le correspondía, ni mucho menos merecía, puesto que él desde un inicio sólo había llegado ahí para servirle cuidando de ella.

Entre una estela de brillante luz, el muchacho se transformó en dragón y junto a su padre empezó a elevarse del suelo. Lucy inmediatamente buscó su mirada, que, a pesar de ser más afilada y naturalmente intimidante, le expresó que sufría por la manera en cómo la observaba.

—¡Natsu! —lloró hacia el cielo, pero él segundos después ya había desaparecido.

[_]

"22 de marzo X784

Odio a mi padre. ¿Por qué ha querido limitar mi vida a las paredes de este castillo? Estoy harta de esperar, de vivir en la ignorancia de los por qué me hacen esto. No sé cuánto tiempo podré soportar más antes de que huya, a pesar de las desventuras que podrían ocurrirme. Claro que, con el poder de mi padre y sólo una orden al ejército real, lo más probable es que pudieran encontrarme a la velocidad de un pestañeo. Natsu… ¿qué hago? Te extraño tanto, te he visto a través de mi balcón, a lo lejos, volando, para después arribar en lo alto del castillo, desde donde sigues cumpliendo tu misión de resguardarme. Me pregunto qué habrá sucedido contigo, tenía mucho miedo de tu castigo, y sólo desapareciste por una semana. ¿Estarás pensando también en mí?".

"1 de julio X784

Hoy es mi cumpleaños, oficialmente cumplo los diecisiete años de edad, pero aun así me sigo sintiendo y llevo la vida de una niña. Cada vez se me hace más eterno mi encierro, a este punto ya me he aprendido de memoria todas las clases de Acuario, he leído casi todos los libros de la biblioteca y he contado todo el adoquín que cubre el pasillo principal de los jardines. Me volveré loca".

Lucy suspiró al cerrar la tapa de su diario una vez dejó de escribir en él. Caminó como de costumbre al enorme balcón de piedra, para buscar en el cielo señales de su amigo con el que desde hace más de cinco meses no había cruzado palabra, pero para su mala suerte, no encontró su figura de dragón volando por los cielos, por lo que después de unos minutos regresó al interior de su habitación. Tomó un baño y después se vistió con un lindo vestido azul, decorando al final sus orejas con los pendientes de estrella que habían sido el único regalo que había aceptado aquella única vez que pudo salido al pueblo.

Al entrar al gran salón, lo primero que vio fue a todos los sirvientes formando una disciplinada fila que inmediatamente se inclinó como muestra de respeto, ofreciéndole después una educada felicitación en coro. Ella por su parte hizo lo propio en agradecimiento. Unos metros después, más allá de la monumental mesa de regalos y el cúmulo de criaturas mágicas que habían sido invitadas, se encontraban sus padres portando amplias sonrisas, cabe mencionar que con un enorme pastel ubicado detrás de sus espaldas.

—¡Feliz cumpleaños, Lucy! —exclamaron ambos.

La princesa sonrió en respuesta, pudo notar que los rostros de su padre y madre reflejaban verdadera felicidad por estar celebrando un año más de vida de su querida hija.

Y comenzó el festejo, con los invitados aplaudiendo, disfrutando de la música en vivo e iniciando el baile, en el que Lucy no se salvó de bailar una pieza con su propio maestro, Loke. Partieron el pastel, hicieron el brindis, en el cual ella aún no podía participar con alcohol, y finalmente despidieron a las decenas de invitados.

Antes de que el día se diera por terminado, los reyes se acercaron a la princesa.

—Lucy querida —dijo el rey Jude—, no sabes la felicidad que me embarga por verte crecer cada día más, te has convertido en una señorita que ha superado cada entrenamiento que has recibido, así como dominar las artes del canto, baile y escritura.

En eso, Lucy dejó de prestarle mucha atención para recordar cuánto en realidad le había costado aprobar las lecciones con las criaturas mágicas que resultaban ser sus instructores, especialmente los gemelos Gemini, que ambos habían sido increíblemente molestos con hacerla repetir hasta no cometer errores en su afinación.

—¿Hay algo que desees como regalo, hija?

Al oír decir eso a su padre, Lucy sólo pudo pensar en una cosa.

—Quiero ver a Natsu —articuló claramente.

Jude y Layla se miraron el uno al otro tras escuchar eso, y por lo que decían sus ojos, Lucy ya sabía cuál iba a ser su respuesta.

—Puedes pedirnos todo menos eso, Lucy —dijo Jude.

—¡Entonces quiero salir de aquí! —replicó Lucy molesta.

—Hija, por favor, entiende, ya hemos hablado de eso... —habló Layla.

—¡Es que ya no lo soporto! —explotó la princesa—. ¡Llevo diecisiete años de mi vida encerrada en este castillo! ¡Quiero una explicación! ¡Soy lo suficientemente grande para que hablen conmigo! —continuó en un tono más alto—. ¡¿Por qué no quieren que salga a ver el mundo?! ¡Estoy harta!

La frustración de Lucy se desbordó, ocultando en el fondo una profunda tristeza por no poder vivir una vida normal, a lo que sus padres, resignados y recelosos a lo que iban a hacer, pero a la vez temerosos, se acercaron un poco más a ella y la llevaron consigo hasta el sillón más cercano.

Layla tomó la mano de su hija antes de decir:

—Está bien, te vamos a contar la verdad.

Lucy abrió grande los ojos, expectante, sin poder creer que ese finalmente iba a ser el momento en que ellos le irían a revelar su realidad. Guardó silencio para que así ellos pudieran hablar.

—Desde que naciste —empezó a contar su madre—, las personas te adoraron, hicieron miles de arreglos florales y recibimos incontables obsequios por tu llegada. La gente no paró de hacer maravillas para ti. Cuando cumpliste los tres años de edad, en nuestra familia al tener la costumbre de visitar a una vidente llamada Porlyusica, te llevamos con ella para que así nos dijera tu destino.

La joven se quedó viendo a los ojos de su madre mientras ésta le contaba, hasta que de pronto su padre se unió a su conversación.

—Ella nos dijo que debíamos protegerte de todo aquel ser que se considerara humano o de lo contrario podría ocurrirte una tragedia —Jude prosiguió—. Lo que nosotros hicimos fue por amor, Lucy. En ningún momento nuestras intenciones fueron quitarte tu libertad por simple capricho o porque no te amáramos. Sólo hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos para no arriesgarte a que te pasara algo.

Lucy no creía lo que estaba oyendo, pero ahora que lo pensaba, hacía sentido el hecho de que cada sirviente del castillo fueran espíritus estelares, así como que en cada cumpleaños los invitados igual no fueran humanos, sino criaturas mágicas de otros reinos. No supo qué decir hasta que una simple pregunta cruzó por su mente.

—Pero, ¿por qué? —los miró, confundida—. ¿Por qué me quisieran hacer daño a mí?

Necesitaba una explicación antes de creer sencillamente qué estaría maldita el resto de su vida.

—Ella sólo nos dijo que tú desprendes un enorme brillo, y es como si todos se quisieran acercar para obtenerlo, por desearlo, por atraparlo —le respondió su mamá—. Despiertas el amor, pero también la ambición —puntualizó a la vez que pasaba su mano al rostro de su hija para darle una leve caricia, con la intención de consolarla.

Trataba de comprender, en serio que trataba, pero simplemente aún no quería tragársela.

—¿Y ustedes? —volvió Lucy a hacer una cuestión—. Ustedes no son afectados por eso, ¿verdad?

—No —contestó de inmediato Layla—. Porque nosotros somos tus padres, antes de conocerte ya te amábamos.

Lucy sonrió de lado.

—Gracias por decirme la verdad —dijo Lucy hacia ambos.

Ellos le sonrieron cálidamente.

—Es por eso que puedes pedirnos cualquier cosa como regalo, excepto eso, hija —hizo hincapié el rey.

La princesa entonces no dudó en volver a decir:

—Si es así, por favor, ¡sólo quiero ver a Natsu! —pidió con los ojos llenos de anhelo por obtener un sí como respuesta, pero el silencio de parte de ellos le dijo lo contrario.

—Lucy... —advirtió su madre.

—¿Por qué no puedo ver a Natsu?

La reina con serenidad volvió a tomarla de la mano y le informó:

—Tranquila, cariño, sí lo verás —y antes de que su hija se ilusionara demasiado, continuó—: Pero todavía faltará un poco.

Lucy entrecerró los ojos, pues no estaba entendiendo nada.

—Pese a lo que te hemos dicho, hay una manera para que puedas vivir una vida tranquila, sin tener que estarte escondiendo. Pero para ello, primero debes cumplir los veintiún años.

—¿Qué...? —fue lo único que pudo pronunciar Lucy.

Era de repente mucha la información que estaba recibiendo y es que no estaba entendiendo qué tenía qué ver una cosa con la otra, por lo que en vista de la cara que estaba poniendo, su padre se apuró a proseguir.

—No podrás volver a hablar y ver al hijo de Igneel hasta que cumplas los veintiún años de edad, que es cuando quedarás sola en este castillo.

Ella volvió a sacar un "¿qué?", un poco más audible que el anterior.

—Por el momento no es bueno que estés tan cerca de Natsu —le aclaró Layla—. Pero también sabemos que él ha sido el único lazo que pudiste crear dentro de este sitio, así que él será con quien te quedes aquí hasta que la persona de la que nos profesaron venga a salvarte —concluyó con esperanza.

—No —reaccionó Lucy—. No entiendo casi nada de lo que dicen, pero, ¡¿por qué esperar a tanto para poder volver a ver a Natsu?!

Su padre fue esta vez quien le replicó:

—Porque no nos vamos a arriesgar a que te haga daño.

—¿Hacerme daño?

—Mira, Lucy, tal vez no pudiste verlo, pero él empezó a portarse diferente por ti.

—¡Es que él me quiere, mamá!

—¡Lucy! —impuso la voz del rey en la habitación—. ¡Lo que hayas imaginado no fue más que una falsa ilusión! Él comenzó a verte como lo haría cualquier otro humano debido a que en sus venas no hay sangre pura de dragón, sino una mezcla.

Los ojos cafés de Lucy vibraron ante tales palabras. Pensar que el amor que había sentido con aquel único beso había sido producido por la maldición que la acompañaba, le estaba desgarrando el corazón, sin embargo, ahora que sabía que las personas desarrollaban sentimientos hacia ella deliberadamente, no pudo evitar creer que sería cierto.

Con la mirada perdida, su cabeza abrumada y los ojos llenos de lágrimas, sus padres la abrazaron. Aún no le habían contado con exactitud las bases de sus planes, pero por ese día, decidieron dejarlo.

Ya después le explicarían a detalle que las intenciones de dejarle sola serían para que pudiera casarse con aquel hombre que fuera un héroe y la liberase, que Natsu estaría siendo entrenado los años faltantes para que no se despertara su deseo malicioso por ella, y que quisiera o no, debería entenderlo, así la tuvieran que obligar a aceptarlo.

[_]

Cuatro años después.

Era el día de la coronación oficial de la princesa Anna Lucielle Heartfilia de Fiore. Desde muy temprano la servidumbre había iniciado con los preparativos de limpiar hasta cada rincón del castillo, así como decorar con cientos de flores de todos los colores, entre las cuales se podían distinguir girasoles, gerberas, tulipanes y orquídeas.

Los muebles ya estaban ubicados en su perfecto lugar, la luz natural que entraba por las claraboyas del salón principal iluminaba con exactitud el centro del lugar y la orquesta se estaba preparando de una manera totalmente profesional.

Y por supuesto que no iba a faltar el excepcional banquete preparado para deleitar el paladar de todos los invitados que se esperaba recibir, en el cual la hija de los Heartfilia había sido específica de añadir parfait de yogurt con frutas, así como sorbete de fresas, los postres favoritos de ella.

Pasando las horas, cuando el reloj marcó el medio día, los invitados estando de pie, miraron a las gigantes puertas de entrada inmediatamente una armónica melodía comenzaba a tocar, lo cual significaba que la princesa estaba por hacer su entrada, el voceador real rectificándolo al exclamar su nombre con perfecta dicción.

Las puertas se abrieron y Lucy apareció portando un bello, pero pomposo, vestido rosado, con holanes blancos en los bordes, detalles fruncidos al centro, un gran listón con moño a la mitad de la primera tela y una impecable rosa al centro ornamentando su pecho, el cual presumía un precioso escote hombros caídos. En cuanto al peinado, su abundante cabellera se alzaba en un rodete que era acompañado por un tocado de perlas y florecillas. La piel de su rostro se veía saludable, con un acabado aterciopelado, sus labios se notaban rosados y humectado, y sus redondos ojos chocolate pestañeaban con elegancia. Su total apariencia era la de una delicada princesa, con una inmensa belleza.

Lucy caminó puntillosamente hasta llegar a su destino, tiempo en el que todos los presentes se dedicaron a mirarla, ella no quería cometer ningún error que la dejara en ridículo por lo que mejor trató de ignorarlos. Llegando al frente, subió los escalones que le parecieron eternos, y finalmente se encontró frente a su padre y su madre, reyes del país de Fiore.

Jude la miró de pies a cabeza, orgulloso de su primogénita. Y Layla recordó con adoración que aquella pequeñita bebé de hace veintiún años ahora era esa mujer.

Resultando ser un evento breve, llegó el momento cúspide en el que el rey se levantó de su asiento mientras Lucy permanecía inclinada, con la cabeza ladeada, lista para recibir su tiara.

—En nombre de las flores del reino, les presento a la princesa Anna Lucielle Heartfilia de Fiore, hija de la luz y la tierra —anunció el hombre metido aparentemente en un traje de caballo.

Los invitados aplaudieron con júbilo, llenando el salón de un rítmico choque de palmas. Mientras tanto, el rey y la reina se incorporaban a la par y con una reverencia se alejaban para dar paso a su hija, que subió al último escalón para posteriormente tomar asiento en el gran trono tallado a detalle, desde donde tornó una mirada determinante.

Lucy se recordó que lo que estaba viviendo era real, y que este sólo era el primer paso para encontrar su libertad.

[_]

En otro lugar, no muy lejos de la coronación, el hijo de Igneel en su forma humana, se hallaba sentado en lo alto de una colina, donde la brisa ladeaba el pastizal y las nubes se movían lentamente. Permanecía con los ojos cerrados mientras olfateaba una pequeña florecilla amarilla, sabiendo que hoy era el día.

El día en que tendría que volverla a ver.

Natsu llegó volando en su figura de dragón hasta el castillo, hora y media después de que la celebración hubo concluido. Con los primeros personajes con los que se encontró fueron Jude y Layla, que estaban listos para partir a la ciudad Acalypha, desde donde pensaban reinar durante la espera por su hija.

El rey fue el primero en hablar después de que Natsu se presentara con una educada inclinación de la cabeza.

—Desde este momento, cuidarás de mi hija sin importar absolutamente nada, sabes lo que debes hacer, no importa si para ello incluso deberás dar tu vida.

Jude cerró sus palabras con una dura mirada. Y por su parte, Layla, con un semblante mucho más amable, dijo:

—Por favor, Natsu, cuida mucho de Lucy —sonrió bondadosa—. Ella está atrás, en el jardín que tanto le gusta.

Entonces ellos se fueron en el carruaje real, dejándolo solo en su transformación a hombre.

Con veintitrés años de edad, su rostro había pasado a verse más maduro, con facciones más rígidas y marcadas, sus ojos verdes inspiraban valor, sin embargo, también intimidaban. Su cuerpo resaltaba musculatura a través de las prendas, lo cual perfectamente lo describía como atractivo e indudablemente fuerte.

Sin pensarlo mucho, el joven dragón condujo sus pies hacia atrás de las viejas cabañas que recientemente habían dejado de ser las habitaciones de los servidores del castillo. En minutos había llegado al lugar donde estaba ella, sólo que quedándose a cinco metros de distancia.

Lucy se encontraba sentada, rodeada de distintas flores silvestres, haciendo de su imagen una pintura digna de admirar. El esponjoso vestido rosa destacaba entre la fresca hierba y su piel destellaba con los rayos del sol. Sus ojos chocolate brillaron involuntariamente al ver llegar a Natsu, con el que desde hace unos años no había tenido el permiso de hablar, por lo que creyó que volver a estar ambos construirían una atmósfera incómoda, pero por mucho que se lo imaginara eso no iba a pasar.

Natsu se acercó un metro más a ella y entonces dejó caer una rodilla al suelo mientras que se inclinaba hasta reposar su brazo, bajó la cabeza en una genuina muestra de respeto hacia su majestad.

—Princesa Lucielle —dijo él.

La chica se quedó observando su acción tan pulcra y cordial, algo sorprendida por descubrir cuánto había cambiado, en el fondo sin entender por qué le disgustaba qué la hubiera llamado así y no como antes había acostumbrado.

—Hola, Natsu… —saludó ella en respuesta en un dulce susurro, dibujando una media sonrisa.

Es aquí entonces que comenzó su historia como el dragón y la princesa.


NOTA: ¿Típica historia del dragón y la princesa? ¡Lo siento! Jajajaa. Pensaba hacer de esto un mega one-shot, pero empezó a alargarse demasiado, por lo que opté por partirla en dos, o tres, aún no sé. Ya llevo escrito otro capítulo así de extenso, pero la historia aún no la termino. He querido publicar primero esto para que así conozcan si les podría gustar, estos años había tenido sólo imágenes y escenas muy concretas en mi cabeza, pero a la hora de escribir no pude parar, en parte para que la trama también se pudiera conectar xD

Como sea, déjenme saber si quieren que continúe esta historia. Pretendo subir la continuación en una semana pero si veo interés a través de la reviews pues la subo mucho antes, ¡para que ustedes la puedan leer ya!

Por favor, no juzguen mucho de mi redacción, también han sido años en los que dejé de leer novelas románticas o visitar algun fanfic (que por cierto, veo con muchísimas menos actividad el fandom de FT, así que si estás aquí, ¡deja una señal de vida!).

- Si te ha gustado este fanfic, te invito a leer Let me heal you que fácilmente podrás encontrar en mi perfil.

Besos,

NinaCat19