Advertencias!

Primero que nada, solo Calista es mía, Los Juegos del Hambre le pertenece a la maravillosa autora Suzanne Collins.

Segundo, hace mucho tiempo que vi la película. Jamás leí los libros, pero sí he leído muchos fanfics de Cato x OC y me fascinan, por lo que quise escribir una historia también. Habrán muchas cosas distintas al libro o película ya que así yo lo quise y muchos diálogos también serán distintos. Si no les gusta, ¡no lean esta historia por favor! Hay muchísimas otras.

Tercero, jamás supe el apellido de Cato, por lo que lo llamaré Cato Cartage cortesía de un fanfic que leí alguna vez y me encantó.

Cuarto, es mi primer fanfic y no tengo ningún beta reader o algo por el estilo así que seguramente habrán muchos errores.

Quinto, son bienvenidas la críticas constructivas, pero por favor nada de insultos. Si no les gusta, simplemente no lean.

Sexto, no estoy escribiendo esta historia con fines de lucro o algo por el estilo, es por mera diversión.

Muchas gracias a todos aquellos que le están dando la oportunidad a mi historia, que nació después de horas de fantasear con Cato.

Sin nada más que decir, que se diviertan!


Era una tarde calurosa como cualquier otra. El sol se asomaba en lo alto del cielo, y la más leve brisa era bienvenida. Dos niños se encontraban recostados en el césped bajo un árbol tomados de las manos. Observando las nubes y de vez en cuando señalando algunas con formas peculiares.

-Cato... - Susurró la niña de cabello oscuro.

-Calista.- Contestó el niño con una sonrisa en el rostro.

-Cato, es en serio. -Volvió a hablar la niña esta vez con un puchero en el rostro, ante lo cual Cato rió suavemente.

-¿Qué sucede?- El niño colocó una mano en el rostro de su acompañante, ahora con una expresión un poco más seria.

-Siempre juntos, ¿Cierto?- Preguntó la chica de cabello oscuro casi temerosamente.

-Por supuesto que sí, Calista.- El niño acercó sus labios a la frente de la chica para depositar allí un suave beso, casi como si estuviera sellando una promesa. -Siempre.


Hoy era el día. Hoy se ofrecería como tributo. Hace ya un tiempo había cumplido la edad requerida, pero ella sabía que este año él también se ofrecería.

Habían pasado 12 años desde la última vez que lo había visto. Ya casi no podía recordar su rostro, pero nunca podría borrar de su mente el recuerdo de sus cabellos dorados resplandeciendo bajo la luz del sol, o aquellos fulminantes ojos azules, que a pesar de tener tan solo cinco años ya carecían de casi toda inocencia. Cato siempre había sido así, demasiado despierto, y su entrenamiento había comenzado a una edad muy temprana también. Uno no podía ser parte de la academia del distrito dos y conservar su inocencia intacta.

Calista apretó fuertemente sus manos contra su pecho. Recordar siempre le hacía doler el corazón, pero no se podía permitir debilidades. No hoy. Tenía que ser valiente para poder volver a verlo una vez más.

Miró a su alrededor, a los rostros atemorizados de los chicos y chicas con los que había ido a la escuela durante toda su vida en el distrito doce. Nunca fue muy cercana con ninguno de ellos, amiga de todos pero a la vez de ninguno era su lema. Nadie sabía la verdad sobre ella, pero ella lo sabía casi todo sobre ellos. Siempre había sido muy observadora, un atributo que muy bien podría haber heredado de su padre.

-Primero las damas, igual que siempre.- Se escuchó la voz de Effie Trinket resonar mientras retiraba uno de los tantas papeletas que contenían los nombres de cada uno de los candidatos a tributo.- ¡Primrose Everdeen!- Exclama emocionada, como si ser tributo fuera algo de lo que alegrarse.

-¡Me ofrezco como tributo!- Grité por lo alto antes de que la chica elegida tuviera siquiera tiempo de procesar que su nombre había sido el pronunciado.

Todos a mi alrededor se dieron la vuelta para mirarme con sorpresa. Siempre había sido amigable y calmada, y a pesar de que todos creían que era huérfana toda mi vida en el distrito doce había vivido en una gran mansión a las afueras rodeada de sirvientes. Todos creían que mis padres habían sido los dueños de las minas de carbón que le daban trabajo a todo aquel distrito y que habían muerto en un incendio hace mucho tiempo atrás, pero la verdad es que en aquel incendio había muerto la familia completa, y mi padre sólo aprovechó la oportunidad para darme una historia falsa.

Caminé decididamente por entre medio de la multitud de candidatos para ser tributos. Los rostros de las chicas antes atemorizados ahora se encontraban aliviados, excepto el de Primrose Everdeen. Ella se veía aún asustada, y desde el lugar donde estaba podía ver perfectamente cómo todo su cuerpo temblaba mientras me observaba estupefacta. Sólo la había visto unas cuantas veces en la escuela, pero tanto yo como todo el distrito doce estaba al tanto de que una chica como ella jamás sobreviviría a los juegos del hambre.

Effie se dirigió hacia la escalera para recibirme entusiasmada. -Dinos tu nombre querida.

-Alba Whitecreek.- Dije mientras miraba a la cámara desafiantemente. Sabía que mucha gente estaría viendo la elección de tributos. Sabía que Cato la vería más tarde, y sabía que mi padre podría estarla viendo justo ahora.

-Démosle un gran aplauso a la primerísima voluntaria aquí, ¡Alba Whitecreek!- Effie comenzó a aplaudir entusiasmadamente a la multitud. Nadie aplaudió. Sé que probablemente estaba en la mente de todos que mejor muriera una chica huérfana como yo que alguien con una familia o una chica más joven como Primrose que no tuviera posibilidad de ganar. Sin embargo, siempre había tenido una buena relación con todos, con mis compañeros de la escuela, con mis tutores, con la gente a la que le compraba comida a diario y con la bibliotecaria a la que visitaba todas las tardes que incluso ayudaba a ordenar con tal de llegar un poco más tarde a casa y evitar estar sola más tiempo del necesario. Además de que nadie hubiera imaginado que una chica como yo que a sus ojos ya tenía todo lo que la vida tenía por ofrecer, una vida llena de lujos y comodidades, fuera a ofrecerse.

Lentamente todos comenzaron a levantar sus manos en señal de respeto, aunque yo no creía que lo mereciera. No me había ofrecido como voluntaria por ellos, por Primrose o para probar algo. Lo había hecho por él, por Cato. Por verlo aunque fuera una vez más, aunque estuviera lanzando mi vida por la borda con tal de poder sostener su mano o escuchar su voz otra vez.

Pronto la elección de tributos se dio por terminada con Peeta Mellark como mi compañero y nos llevaron a cada uno a esperar en una habitación para despedirnos de nuestras familiares y amigos.

La verdad es que esperaba que no viniera nadie al no considerarme lo suficientemente cercana a alguien como para que me visitara en un momento como ese, pero Primrose, aún con lágrimas en los ojos, me visitó con su familia.

-No sé qué decir.- Dijo la pequeña de cabellos rubios mientras estrujaba nerviosamente su falda con las manos. -Gracias... ¡Gracias!- Repitió gritando mientras se lanzaba temblorosa a mis brazos. Estupefacta me quedé congelada por unos segundo antes de mirar a la gente que la acompañaba. Su madre se encontraba con un pañuelo intentando limpiar sus lágrimas mientras veía con una mezcla de alivio y tristeza a su hija. Katniss por el otro lado, me vio calculadoramente a los ojos antes de volver a dirigir su vista hacia su hermana.

-No tienes nada que agradecerme Primrose, no lo hice por ti. Hay alguien a quien me gustaría ver en los juegos. -Dije suavemente colocando una mano en el hombro de la menor.

Primrose se echó para atrás con una expresión confundida en el rostro. -¿Alguien? ¿Conoces a alguien de Panem?

-¡Primrose!- Reprochó Katniss por lo bajo.

-No, de Panem no. Solo alguien que de seguro se ofrecerá como tributo este año.- Dije confiada con una sonrisa.

-¡Una historia de amor!- Chilló Primrose mientras daba pequeños saltitos de alegría.

-Sí, se podría decir que sí.- Dije entristecida. Pues lo que Primrose no recordó en ese momento, fue que sólo un tributo saldría vivo de los 74º juegos del hambre.


El tren era tal y como lo recordaba. Grande y lujoso, lo suficientemente lujoso para alimentar a más de un distrito con el dinero que seguramente había costado construirlo y decorarlo. Sin embargo nada de aquello me sorprendía, pues había estado en ese mismo tren hace ya mucho tiempo atrás.

Vi a mi compañero Peeta Mellark a mi lado. Se encontraba asombrado viendo todo a su alrededor y tocando alguna que otra cosa casi como si creyera que no eran reales.

-Muy bien chicos, acomódense en sus habitaciones designadas. Encontrarán comida disponible en el comedor durante todo el día. La cena se sirve a las siete, por lo que vayan a alistarse para que veamos juntos la elección de tributos de los otros distritos.- Dijo Effie sonriente mientras se alejaba por el pasillo del tren.

Me di la vuelta para ir hasta mi habitación pero Peeta me agarró de la mano. -Alba, ¿No te gustaría que hiciéramos un plan juntos?- Preguntó nerviosamente mientras mordisqueaba su labio inferior.

Lo miré detenidamente por un segundo antes de negar con la cabeza.- Lo siento Peeta, pero me gustaría estar sola.- Dije mientras separaba mi mano de la suya, casi arrepintiéndome cuando vi su expresión desolada.

Nunca habíamos hablado antes, pues él tenía un año menos que yo. Sin embargo a diferencia de mi él no eligió estar aquí y no podía evitar sentirme mal por él. Pero no podía permitirme formar alianzas con nadie, porque estaba aquí exclusivamente para estar con Cato y nada más. Una última vez.

Al parecer vio algo en mi mirada que lo hizo darse cuenta que no podría formar una alianza conmigo, porque sonrió suavemente con toda la valentía que pudo reunir y me estrechó la mano. -Buena suerte Alba.

-Buena suerte para ti también Peeta. -Le respondí con una sonrisa de vuelta.

El resto del día la pasé en mi habitación dándome un baño y preparándome mentalmente para ver las elecciones de los tributos. Para ver a Cato y cuánto había cambiado en todos estos año. ¿Cuán alto sería? ¿Seguiría teniendo aquella sonrisa tan contagiosa? ¿Aquellos fulminantes ojos azules? ¿Siquiera se acordaría de que alguna vez tuvo una amiga llamada Callista?

Cato y yo habíamos hecho la promesa de casarnos cuando teníamos cinco años, pero éramos tan solo unos niños. Nuestras madres habían sido mejores amigas durante toda su vida, ambas fueron tributos del distrito dos alguna vez, lo cual las hacía aún más cercanas pues solo entre ellas se entendían completamente. Fue una sorpresa cuando se quedaron embarazadas a la mismo tiempo, y fue sólo natural que sus hijos crecieran juntos. Mi madre había sido una hermosa mujer de cabello negro como el mío, largo y sedoso con ondas al final. Mi ojos sin embargo, mis ojos grises eran de mi padre. Fríos como el hielo. Eran los ojos de Snow. Él y mi madre se conocieron hace ya 20 años atrás cuando mi madre salió victoriosa de los juegos del hambre, y se reencontraron durante la gira de la victoria de mi madre. Claramente no sólo se reencontraron pues mi madre unos meses después se percató de su embarazo.

Mi madre asustada le ocultó este hecho al presidente Snow, y se encerró en su casa durante su embarazo, permitiendo solo visitas de su mejor amiga. Con el pasar de los años mi madre se confió y tuvimos una vida normal durante un tiempo, hasta que un día un hombre golpeó la puerta de nuestra casa. Inocentemente, creyendo que sería mi amigo de la infancia la abrí sin siquiera preguntarme si podía ser alguien más. Aquella fue la primera vez que lo vi. Era un hombre mayor con cabello claro y ojos grises iguales a los míos.

-¿Callista?- Me preguntó suavemente.

Atemorizada ante el hombre desconocido escondí mi cuerpo rápidamente detrás de la puerta- ¿Sí?

Esta vez sonrió aún más, pero yo sabía que no era real. Sus ojos eran fríos y calculadores.

Fue entonces que me tomó de la nunca y me durmió con un pañuelo en la nariz. Más tarde cuando desperté estaba en una habitación lujosa en un alto edificio, y entonces supe que ya no estaba en casa. Al preguntar por mi madre nadie me respondía nada, y estuve sola por muchos días con sólo la compañía de los sirvientes para cuidarme. Con sólo cinco años no sabía mucho más que hacer ademas de llorar. Un poco de tiempo más tarde supe que los sirvientes no hablaban porque sus lenguas habían sido cortadas.

Meses después sin haber visto a nadie además de los sirvientes, Snow volvió otra vez. Me sentó junto con él en una mesa y me explicó fríamente lo que haría el resto de mi vida. Me iría a vivir al distrito doce donde nadie sabría quién era realmente y me haría pasar por la única sobreviviente de un incendio. Mi nombre ya no sería Callista sino Alba Whitecreek, y viviría silenciosamente el resto de mi vida, a menos de que quisiera morir por supuesto. Snow me llevó a vivir al lugar más lejano en el que pudo pensar, para que nadie nunca supiera que había tenido una hija con un tributo, y antes de irse me informó sobre la accidental muerte de mi madre.

Jamás lo perdonaría.

Pero con lo que nunca contó, fue con que me ofrecería como tributo algún día. La única forma de ver a Cato otra vez, aunque tuviera que morir por ello.

Después de un largo tiempo de relajo en una lujosa bañera, me vestí con un largo vestido rojo oscuro que encontré en el walking closet de mi habitación y unos zapatos de tacón bajo que parecían hechos de cristal. Mi madre había sido una mujer elegante y femenina. Desde que tenía uso de conciencia me había enseñado los modales en la mesa, y cómo una dama debía caminar y comportarse. Sin embargo, también se encargó de enseñarme la importancia de saber defenderse. Mi madre provenía de una familia adinerada de mucho prestigio en el distrito dos, lo cual le había permitido asistir a la academia desde una edad muy temprana. Se suponía que yo iba a asistir con el tiempo también, pero nunca se dio la oportunidad. Mi madre estuvo demasiado asustada para enviarme a la academia con Cato, prometiendo que en cuanto estuviera lo suficientemente mayor me permitiría asistir. Ese momento nunca llegó, pero eso no evitó que aprendiera por mi cuenta.

Al llegar al comedor Effie y Peeta ya se encontraban sentados con la televisión encendida. La presentadora de Panem al verme casi saltó de alegría. -Me alegra saber que al menos un tributo tiene elegancia. Ven a sentarte conmigo querida, que la selección ya va a comenzar.- Dijo dándole palmaditas al asiento junto a ella.

Al dirigirme a mi asiento crucé miradas con Peeta, el cual rápidamente desvió la mirada con un fuerte sonrojo en sus mejillas.

-Señoras y señores.- Se escuchó la voz de Caesar Flickerman desde la televisión.- Damas y caballeros, ha llegado el momento tan esperado por todo Panem durante todo el año, ¡Los septuagésimos del hambre!- Exclamó alzando las manos.- Este año está lleno de sorpresas, ¿No es así Claudius?- Dijo mirando al hombre de cabello esponjado junto a él.

-Así es Caesar, estoy seguro que este año estará lleno de fuertes tributos. -Dijo complacido.

-De eso yo también estoy seguro.- Afirmó Caesar con la cabeza.- Y sin más preámbulos, ¡comencemos con la selección de tributos!

Los candidatos del distrito uno se veían efectivamente se veían prometedores. El chico era alto y de cabello castaño, y tenía un brillo desquiciado en los ojos. Tendría que cuidarse de él. La chica por el otro lado, era de estatura mediana y contextura atlética. Todo en ella gritaba orgullo y seguridad, pero demasiada seguridad era un arma de doble filo. Fue entonces que llegó el momento de la elección del distrito dos. Los pocos segundos en los que el presentador retiraba una papeleta del bol se sintieron eternos, y mis ojos se deslizaban frenéticamente por todos los candidatos a tributos de la multitud. Sabía que en cuanto lo viera lo reconocería al instante, pero había demasiada gente y algunos rostros eran difíciles de discernir. Ni siquiera se percató del momento en el que el presentador anunció el nombre del tributo elegido de aquel distrito, sólo vio cómo una mano se alzaba en el fondo y una voz que con decisión dijo- ¡Me ofrezco como tributo!


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