Los personajes de Ranma ½ no me pertenecen, de ser así muchos secundarios serían retomados.

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Fantasy Fictions Estudio

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Presenta:

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Una historia creada por la dinámica: mix and match lemon.

Historias eróticas de personajes secundarios

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Por: Aoi Fhrey

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Noche aplazada

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Este es un relato de tipo lemon lo que implica situaciones clasificadas en la categoría M. Si este tipo de historias te incomoda sugiero que te detengas.


—¡Hey!

La mirada molesta en los ojos violeta de Shampo nunca anticipaba nada bueno. Los recuerdos de su tiempo en Japón regresaron a él como un viejo dolor del pasado. Pero esa época de sus vidas quedó sepultada por los años de pacífico trabajo en la aldea de Joketsuzoku. Ambos habían tomado vidas separadas a su regreso y apenas cruzaron palabra desde ese momento.

Con el pasado entre ambos ya no quedaba nada por decir. No podían hablar sin abrir viejas heridas.

Y sin embargo ahí estaba de nuevo la mujer de cabello púrpura dando pisotones rápidos y con un gesto de molestia en su bonita cara. Y con tres palabras le explicó el asunto.

—¿Y bien?—Preguntó ella con molestia.

El joven de cabello negro frente a ella recién procesaba su presencia así que no escuchó sus palabras.

—Bien, qué—repitió él sin entender.

Shampo levantó la mirada hacia el cielo de pura desesperación y le dijo:

—¿Te finges sordo o solo quieres que lo repita?— y con las manos en las caderas agregó—: es la mejor propuesta que recibirás en toda la aldea. Con todo y la mancha en mi honor por no traer al ejecutor de dioses sigo siendo la mejor peleadora de mi generación. Soy tu mejor opción.

El joven frente a ella solo pudo pensar en que ya ni siquiera llamaba a Saotome por su nombre. Los años le dieron un cierre en ese asunto.

Pero eso no quitaba la molesta mirada que le daba Shampo, casi parecía dispuesta a golpearlo si respondía con un «no».

—Pero yo no te amo—dijo él con una ligera nota de pánico en la voz.

Aquella no fue la respuesta que Shampo quería escuchar.

—¡Yo tampoco te amo, idiota!—Rugió Shampo desesperada y agregó—:esto no se trata de amor, sino de matrimonio. Estamos en el límite de edad para casarnos.

—¡Tenemos 23 años!—gritó él, molesto por sus absurdos reclamos.

—Estamos en el límite de tiempo. Si no tenemos una pareja para dentro de una semana el consejo «nos pedirá» buscar compañero fuera o no volver—respondió Shampo a voz normal pero con un toque de agotamiento en su tono.

—Pero, no quiero irme de la aldea— replicó él molesto por el asunto y agregó—: por fin estoy en paz y me gusta vivir aquí.

—A mí también—replicó ella—no hay nada para mí afuera.

Y entre tanto grito y rabieta él pudo ver un poco de miedo disfrazado de cólera. Shampo ya no tenía deseos de salir y encontrarse por accidente con otro «Ranma».

Los gritos de ambos reunieron una pequeña multitud interesada en la discusión. Y por primera vez en mucho tiempo el joven se dio cuenta de la mirada evaluadora y hambrienta que ambos recibían. Parecían una manada apenas contenida.

—Y si no queremos irnos. ¿Tendremos que pelear?—preguntó él preocupado.

—No. Eso es solo para los jóvenes. Para «viejos» como nosotros será un sorteo y seremos el premio.

—¿Puede ganar cualquiera?

—Sí. Las mujeres pueden obtener un segundo o tercer esposo. Los varones pueden obtener una concubina.

—Estúpidas leyes—dijo él molesto.

Por primera vez desde su reencuentro ella le sonrió en acuerdo.

Y el asunto para ambos quedó flotando de nuevo con las tres palabras iniciales de Shampo:

Tenemos que casarnos.

Y compartiendo una cansada mirada él comprendió el problema: no era un asunto de amor, no era un asunto de deber esto solo era una formalidad para la supervivencia.

—Acepto, me casaré contigo—dijo él con voz plana.

Shampo dio una rápida mirada para comprobar que su respuesta fue escuchada por la chusma de curiosos. Cuando comprobó que la noticia se dispersaría asintió con una minúscula sonrisa y se retiró del lugar.

««««««0»»»»»»

El consejo de ancianas miraba a los solteros más viejos de la aldea dar su primer paso para producir herederos.

—Tu nieta no se ve muy motivada, Cologne.

—Es solo una etapa de juventud. Se acostumbrará.

—Muchas hermanas tenían listo su reclamo con el héroe de la aldea.

—Fue un gran truco de ese niño el mover toda la aldea para salvarnos del gran derrumbe—replicó Cologne mirando a su bisnieta y al chico mientras bailaban en su boda.

—Uno que se niega a compartir—añadió otra de las ancianas.

—Aunque sea un varón, es su técnica secreta y es suya para compartir o sellar.

—Pero la técnica del arma oculta es nuestra y...

—No tendremos esa discusión de nuevo—interrumpió Cologne estrechando la mirada y agregó—: ahora quiero ver a mi pequeña disfrutar su fiesta, ella luce contenta.

Pero Cologne conocía demasiado bien a Shampo como para saber que aquello solo era otra puesta en escena. A ojos inexpertos ella podía lucir alegre, pero solo era otra de las máscaras que usaba desde su regreso de Japón. La niña estaba tensa.

El chico en cambio era transparente en sus emociones y aunque lucía confundido no alteró el ritmo impuesto por Shampo en la boda.

Ambos danzaban en una serie de pasos y movimientos eficientes pero sin el candor de los recién casados.

—Me pregunto ¿qué tipo de niños tendrán esos dos?—dijo otra de las matriarcas del consejo.

Cologne también se lo preguntaba.

««««««0»»»»»»

Una vez instalada en su nueva vivienda de casada, Shampo se preguntó qué tipo de noche de bodas tendría. Una parte de ella esperaba que su flamante esposo se comportara según los relatos de sus hermanas casadas. O era un amasijo de nervios o una bestia insensible que solo quería apagar su propia lujuria usándola.

Para Shampo todo el asunto de la «noche de bodas» solo era como una venda pegada a una herida. Arrancarla asi fuese rápido o lento sería doloroso. Ella no era ajena al dolor, pero la espera resultaba incómoda.

Del modo que fuese ella esperaba con «su ropa ceremonial» bajo una bata de seda. Solo quería que sucediera lo que tenía que suceder y que pudiese dejar atrás esa noche. Ya no había esperanzas o sueños húmedos sobre el asunto únicamente un requisito más en su vida en la aldea. O eso se repetía a sí misma para tratar de silenciar una vieja curiosidad sobre cuán agradable podría ser esa noche.

Así que con una tensa calma Shampo esperó a su marido sentada en su cómoda cama de pareja.

Shampo sabía de memoria todos los pergaminos sexuales, usó con «ese chico japonés» cada truco y técnica para tenerlo salivando por ese encuentro que ella quería tener. Pero siempre anticipando el paso final. Siempre esperando la parte en la cual los rollos decían: con eso el varón cede a sus impulsos, así que disfrute y deje sus propios instintos correr. Pero nada pasó entonces con ese chico y nada pasaba ahora con su esposo.

¡Era una anciana ansiosa y sin experiencia real!

El tiempo pasó y los nervios se transformaron en molestia que dio paso a la rabia.

¡Él no aparecía! La sola idea de ser despreciada de nuevo encendió en ella viejos recuerdos y una furia casi homicida. Shampo tomó su espada y salió a buscar a su marido.

No pudo encontrarlo.

««««««0»»»»»»

Unos meses después Shampo ya estaba comenzando a cansarse. Lo había intentado todo, desde la descarada ropa interior extranjera hasta emborrachar a su marido, pero nada funcionaba.

Su flamante matrimonio seguía sin consumarse.

Fuera del hogar las cosas tomaron un lugar apropiado, las miradas de desdén cesaron y su lugar como legítima heredera de una matriarca fue tomado con seriedad. Su marido en cambio seguía con sus trabajos en piedra o en el horno haciendo utensilios de vidrio. Siempre dócil y discreto al llamado de su esposa.

Como correspondía a un varón en la aldea.

Pero a puertas cerradas su esposo era un completo extraño para ella en asuntos amatorios.

Solo por los ocasionales rubores cuando la veía saliendo de la ducha supo que la encontraba atractiva, pero el tiempo pasaba y a esa edad seguía siendo virgen.

Y no podía usar «los viejos métodos» porque su marido la conocía muy bien como para caer en esos engaños. Ella no quería drogar su comida, ella no quería tener sexo con su esposo mientras estaba inconsciente o con la mente perdida. Incluso si nadie se enteraba en la aldea Shampo siempre lo sabría y no quería eso.

De manera que Shampo hizo lo que cualquier mujer de la tribu de las heroínas (1) haría en su situación: tomar su espada favorita (de nuevo) y buscar a su marido para poder gritarle.

—¿Tú eres idiota o qué? Llevamos casi medio año casados y no me has tocado.

Su marido dejó de amontonar tierra con minerales en un costal para responderle con una odiosa calma.

—Pero tú no me gustas.

Aquello fue la gota que colmó el vaso de la tensión en Shampo.

—¿Pero me has visto bien?—dijo ella recorriendo con sus manos su voluptuosa y firme figura. ¡ME HAS VISTO BIEN!

Shampo quería reafirmar sus atributos para ese hombre, ella estaba usando uno de esos vestidos cortos de seda que se ajustaban a su figura como una piel en color mostaza. Sus pechos eran altivos y firmes sus caderas anchas y redondas con unas piernas largas e inmunes a una vida de batallas. Con una piel tersa que muchas de sus hermanas en la tribu y en otros países jamás tendrían con un cabello largo y brillante que enmarcaba su bello rostro. Tenía que reafirmar sin la menor duda que ella era una fantasía viviente de seducción y lujuria con la que muchos hombres solo podrían soñar. Usaba un atuendo ajustado y pequeño por la posibilidad de un acuerdo «favorable» con su esposo en esa discusión.

Incluso usaba su ropa interior de seducción.

Y el hombre de cabello negro se puso de pie frente a ella y se acercó mirándola con una intensidad que la hizo pensar que su anhelada noche de bodas sería a cielo abierto, al final dijo:

—No, no me gustas.

Y dio media vuelta dejándola sola en mitad del bosque.

Cuando pudo reaccionar Shampo corrió con la firme idea de convertirse en viuda. Los accidentes en Bayankala no eran extraños y nadie la cuestionaría. Pero su homicida carrera terminó poco antes de llegar a la entrada de la aldea donde lo encontró y las apariencias debían mantenerse. Así que su marido volvió a su actitud de dócil y obediente varón casado. Ella también tuvo que rectificar a pesar de la ropa rasgada y el cabello desordenado se mantuvo altiva y recta en su forma de caminar.

A los ojos de sus hermanas, Shampo se había llevado a su marido lejos para una sesión de sexo salvaje. Y por la apariencia de la mujer su compañero tuvo un desempeño adecuado.

Al llegar a su hogar Shampo corrió a su pared de armas para buscar el cuchillo más pequeño y oxidado de su colección para pelar a su marido por haberla insultado tanto. El chico japonés fue una realidad dolorosa de aceptar, pero ÉL debería estar rogando por tocarla, debería estar amontonando cadáveres de los Musk en su puerta por el privilegio de poder entrar en su cuerpo. ¡Y no lo hacía! Tal era su furia que siseó en japonés sin darse cuenta:

—Yo mato.

La cacería homicida de la amazona terminó una hora después en la pequeña colina en la cual su marido tenía su horno para soplar vidrio. Cuando lo encontró se quedó en completo silencio.

Su esposo estaba entrenando o más bien castigando una pesada losa de piedra apenas cubierta con tela que se balanceaba con una cuerda. Tenía el torso desnudo y brillante por el sudor sus manos estaban cubiertas por vendas sucias de tierra y algunas pequeñas manchas de sangre en los nudillos. La mirada de la joven se quedó fija en los músculos que casi parecían tallados en piedra viva, vibrante y morena, las líneas limpias y definidas de su pecho y abdomen estaban brillantes por una fina película de sudor.

Por un asunto práctico se había sujetado el negro cabello en una tosca cola de caballo. Shampo casi lo había olvidado por sus días pacíficos, pero bajo esas holgadas ropas marrones que usaba su esposo se escondía un guerrero. Shampo tragó saliva viendo como su potencial víctima acometía a golpes y patadas contra la mole de piedra como si fuese un enemigo.

Y al verlo fluir en esos movimientos poderosos y devastadores Shampo tuvo que admitir que los años y su entrenamiento habían hecho madurar a su esposo en un hombre muy viril y atractivo. Magnético en una forma en la que ella no había pensado por mucho tiempo.

—No hemos terminado de hablar—le dijo ella con una voz que trataba de sonar molesta, pero que lo conseguía a medias por la sorpresa de haberlo «descubierto» con ese aspecto.

—¿Y ahora qué quieres?

Shampo caminó hasta quedar a su lado.

—No puedes solo decir eso y largarte—dijo luchando por no distraerse con la vista de la musculosa espalda frente a ella.

—Sí puedo, ya no queda nada que decir—dijo de modo obstinado.

—Pero nuestro matrimonio, nuestros herederos…—comenzó a decir Shampo, pero se detuvo ante la vista de lo que hacía su esposo.

Él detuvo por completo su práctica pero con un movimiento suave con la palma de su mano su esposo «acarició» su piedra de entrenamiento. A la tercera pasada de la mano la piedra simplemente se desintegró en fina arena gris que fluyó con suavidad hasta formar una montañita en el suelo. Era una técnica tan silenciosa como mortal. Luego dio media vuelta y él la miró a los ojos

Y desde su plática en el bosque ella fue consciente que su esposo no había dejado de entrenar. Nunca consideró ciertos los rumores del llamado héroe de la aldea. Como ella no estuvo en el rescate, siempre creyó que eran mentiras difundidas por su bisabuela. Al verlo ahora ya no estaba tan segura. Su esposo sin saber de sus reflexiones le respondió:

—Nos casamos por mutuo interés. Ninguno de los dos quería salir de nuevo.—dijo él y agregó con un ademán de mano—: Y ya está, nos casamos.

—Pero esto no es un matrimonio, se supone que tengo que cumplir mis obligaciones como esposa—dijo Shampo intentando esconder sus propias necesidades en la excusa de los deberes— y añadió otras cosas— debo proveer en mi hogar y mantener los apetitos de mi compañero satisfechos para que no busque…

—No buscaré a otra mujer—la cortó él huraño—: eres mi esposa y nunca te deshonraré.

Aquella tosca promesa le causó a Shampo un escalofrío diferente. De algún modo ella sabía que era un compromiso tallado en piedra para él y eso le gustó. Y fue por ese acto sincero que ella fue honesta con su esposo, por primera vez.

—¿Acaso tú no quieres consumar…?

—¡Claro que me gustaría!—Admitió en un tono de voz casi doloroso.

—Entonces, ¿Por qué no puedo tenerte?

—Porque no nos amamos, Shampo. Puede parecer tonto a esta edad, pero quiero amor en mi primera vez.

—¿Tú nunca?—preguntó ella genuinamente sorprendida.

—¡Aggh! Mira las tonterías que me haces decir, solo vuelve a casa.

Shampo pudo ver una grieta en la aparente calma e indiferencia de su esposo. Él estaba tan ansioso por el sexo como ella, pero al mismo tiempo estaba asustado por las viejas heridas del pasado. Él se sentía de la misma forma que ella.

Shampo pensó que con un pequeño empujón y un salto de fe las cosas cambiarían. De manera que hizo algo que muy rara vez hacía en su vida.

Ella fue completamente honesta.

Shampo caminó hacia su esposo y le susurró al oído:

—Yo quiero que suceda, tú quieres que suceda. Será con tus reglas, esposo mío—dijo ella con un tono seductor que por alguna razón no era falso y agregó—: pero hoy tendré mi noche de bodas. Eres astuto así que encuentra una forma para evitar ese obstáculo del amor para los dos.

Shampo se sintió muy orgullosa con ella misma por haber dejado a su esposo sin palabras mientras se alejaba y… porque no le temblaron las piernas al caminar.

««««««0»»»»»»

Shampo pasó el resto del día pensando si había llevado el asunto demasiado lejos o si había leído la situación bien. Por momentos se sentía estúpida por ser tan honesta con su marido y por momentos creyó que la sinceridad en el asunto fue la solución correcta.

Ella no vio a su esposo el resto del día. Regresó a una casa silenciosa, cenó a solas y fue en solitario que se acostó en su cama. Para buscar algo que hacer tomó uno de sus viejos libros y dejó vagar su mente. Fue casi a media noche cuando el chirrido de la puerta del dormitorio la sacó de aquella niebla inducida por palabras. Shampo dejó su libro con calma y se aferró a su manta con la otra mano. Ella era una orgullosa guerrera y futura matriarca, no admitiría que la presencia de su esposo por primera vez en la alcoba la ponía nerviosa. Shampo no hablaría, no negociaría y mucho menos pediría. En ese extraño jueguito de pareja ella saldría con la menor cantidad de raspones y con su orgullo intacto.

Eso era lo importante, que ese hombre tonto no viera cuan tensa la tenía el posible desenlace de aquello.

Su esposo se quedó mirando el lugar en silencio asimilando con la mirada la única habitación de la casa que veía por primera vez. Luego a pasos lentos fue directo hacia la chimenea y acomodó una pequeña pila de madera que hizo arder sin mucho esfuerzo. No dejó aquel pequeño incendio tranquilo hasta que las llamas tuvieron una buena altura y ardían sin problemas.

Shampo pudo ver como la luz ambarina de las llamas cambiaba por completo la apariencia de su hasta entonces, conocida alcoba. Los muebles y paredes tomaron colores dorados y negros con un ocasional matiz de rojo por las danzantes llamas. La manta que antes le diera refugio a la chica de cabello púrpura ahora la sofocaba por la subida de temperatura.

Su esposo encontró junto al espejo de cuerpo completo algunas cintas de seda colgadas que ella usaba ocasionalmente con su ropa. Tomando un par, dio media vuelta y sin apartar la mirada avanzó hasta quedar junto a la cama.

—Cierra los ojos—habló él por primera vez. Pero aquello fue una petición y no una orden. Y fue solo por ese hecho que Shampo accedió.

Cuando ella cerró los ojos él se los cubrió con una de sus cintas de seda. Dobló el material de tal manera que estaba ciega a pesar de abrir los ojos. Con movimientos rápidos le ajustó la tela para que no se moviera de su cabeza y guiándola con las manos le ayudó a ponerse en pie junto a su cama.

—¿Por qué me ciegas?—preguntó Shampo con una ligerísima nota de humor en la voz.

—Porque quiero que te imagines a quién tú quieras. Mañana y el día siguiente nos veremos las caras, vivimos bajo el mismo techo. No tendrás que desviar la mirada de este modo—y con una voz aún calmada agregó—: pensaré en quien yo quiera porque no solo se trata de saciar nuestra necesidad de sexo. Quiero hacer el amor… bueno, deseo hacerle el amor a tu cuerpo y quiero que tú hagas lo mismo. Esta es la solución a la que pude llegar. No quiero que me mires, sé que no te gusto.

Shampo se quedó en silencio, sintiéndose de pronto avergonzada. Que su marido con cabeza de piedra fuera tan consciente de su situación le había dejado la boca seca para responder. No podía culpar a la habitación cada vez más cálida por aquello. Una parte de su mente casi esperaba que él tomara la parte más fácil en el trato y se limitara a abrirle las piernas montándola sin calidez y terminando tras unas cuantas embestidas toscas. Si hubiera sido la misma mujer de sus días en Nerima ella simplemente se habría burlado de su ingenuidad, lo habría humillado por sus ideas blandas y débiles sobre «hacer el amor». Pero la torpe sinceridad de sus acciones le había hecho recordar días más lejanos donde ella soñaba con el compañero de vida ideal. No un varón sumiso y débil sino un guerrero que la tratase como la joya más exquisita del mundo, que la amara no solo por su apariencia y lugar en la aldea, sino por ser ella misma. Un amor con el cual ella pudiera dejar de fingir.

Y la realidad se le presentó cortante y cruel, como herida temblorosa de un guerrero novato en la carne, ella nunca tendría eso.

Shampo esperó de pie resistiendo el impulso de quitarse algunas perlas de sudor que comenzaron a aparecer en sus mejillas y hombros. Estando a ciegas solo pudo escuchar el sonido de tela cayendo al suelo, posiblemente esa tosca camisa color marrón que usaba su esposo al llegar. Ya no pudo pensar más porque unas manos grandes y ásperas le acariciaron suavemente los hombros y luego los brazos. Después de ver lo que le había hecho a la piedra viva con esas manos fue desconcertante la suavidad con la que la tocaba, casi parecía perdido en sus tanteos.

Shampo quería moverse, pero no podía coordinar sus movimientos, cegada como estaba las caricias se sentían más intensas, las ásperas manos que la recorrían estaban tibias y ahí donde tocaban dejaban un hormigueo desconocido para su piel. Luego las manos subieron hacia el cuello de su ropa de dormir y lo sintió sujetar la tela.

Un nuevo sonido se añadió a la experiencia, él estaba rompiendo la parte superior de su ropa de un modo lento pero sin pausa. No había nada burdo en la acción, Shampo casi se pudo imaginar que la ropa era solo una telaraña frágil. Su piel se erizó al estar expuesta, pero aquello no tenía nada que ver con la temperatura.

Al final la parte superior de su cuerpo quedó desnuda, por un instante pensó en cubrir sus generosos pechos con un brazo, pero se detuvo. Ella estaba orgullosa de su figura, pero en esta situación se sentía expuesta. Fue un escenario en el cual no sabía qué hacer.

Sin otra pausa más que para quitarle los restos de las mangas de los brazos aquellas manos acariciaron su cintura hasta dar con el borde de la tela bajo su ombligo y de un tirón firme la parte inferior de su ropa de dormir quedó abajo.

Con un ligero movimiento de pies Shampo quedó solo con su ropa interior.

Tarde recordó que no usaba su ropa especial, sino una sencilla prenda rosa de uso regular. En aquello tampoco tuvo el control.

Ninguno de los rollos de enseñanza decía qué hacer en esa situación, ninguno de sus planes o fantasías tenía semejante escenario. En su sobrecargada mente llena de planes eróticos estaba literalmente a ciegas, simplemente esperando una nueva sorpresa. Una situación en la que se había colocado voluntariamente.

Y aquello no le desagradaba del todo.

La última prenda también le fue quitada y en una extraña mezcla de nervios y espera ella quedó completamente desnuda.

Su esposo le dijo que era libre de pensar en quien ella quisiera, pero desnuda y estremeciéndose por el calor en la habitación con las manos ajenas que la tocaban no podía imaginarse a nadie más que a su esposo. Sus brazos fuertes, su musculoso pecho, la expresión concentrada en su rostro mientras trabajaba en el horno. Casi pudo ver su rostro iluminado por las llamas. Shampo se concentró en imaginar a cualquier hombre que le pareciera atractivo y un grupo de personas de Japón desfilaron ante su mente, todas excepto la del chico de la trenza trataron de ajustarse a las caricias que disfrutaba, pero ninguna se mantenía.

Su esposo era una presencia firme en su mente.

Tan firme como la sensación del pétreo y cálido pecho de su marido en su propia espalda. Su esposo la estaba abrazando con delicadeza y no cesaban sus suaves caricias. Las amplias manos no dejaron una sola parte de su cuerpo sin explorar, pero a pesar de que ella quería más atención en lugares específicos su esposo no dio más tiempo a sus pechos que a sus hombros o su cabello.

Que la tocara como si pintase un lienzo con las manos le gustó mucho a ella que la atendiera como un todo y no solo los lugares que atraían más miradas.

El cuerpo de la guerrera comenzó a reaccionar por ese masaje casi eléctrico que se multiplicaba por su ceguera y no quiso evitar el contoneo de sus muslos y caderas por ese toque.

«Riiiicooo» susurró le susurró su mente a la guerrera.

Shampo soltó una respiración que no sabía que estaba conteniendo, pero de inmediato llegó una nueva sorpresa a sus sentidos. Unos labios inusualmente suaves se deslizaron desde su hombro derecho hacia su cuello, pero en mitad de aquel beso la boca de su esposo se abrió muy levemente y ella pudo sentir la lengua de él acariciar su cuello.

¡No! Era mucho más que una caricia, estaba saboreando su piel, en esta ocasión sí que hacía pausas en sus prolongados besos y fue para diluir las perlas de sudor dispersas en toda su piel.

Shampo no pudo contener un gemido tenue pero extendido por un beso especialmente largo que recorrió su muslo hasta su nalga derecha. Sus sentidos seguían aumentados por la falta de vista y hacían ese nuevo movimiento más intenso. Pero cuando la guerrera de cabello púrpura comenzó a sentir como chupaba el lóbulo de su oreja, su cuerpo dio una sacudida de puro placer y gimió de forma alta y muy audible. Casi como si su forma maldita también compartiera su goce. Shampo no pensó más y tomó una de las manos de su marido y la puso en uno de sus pechos, apretándola contra el pezón endurecido. La necesidad de tener esos labios mamando el pezón casi le dolía. Una alegría ardiente llegó a su mente al sentir el escalofrío del hombre a sus espaldas y escuchar un jadeo, le gustó sentirlo descontrolado mientras otra parte de sus sentidos le dijo que el rígido bulto que se apretaba contra sus nalgas se sentía más grande.

Ella casi esperó que él comenzara a masajear sus pechos con rudeza en cambio las ásperas manos acariciaron moldearon y amasaron sus prominentes pechos como aquellas vasijas de vidrio que le viera moldear con tanto mimo y esmero en su taller.

Y no dejaba de atormentar sus pezones con las puntas de sus dedos enviando más pinceladas de placer a su cuerpo.

No hubo rudeza en sus caricias, pero tampoco piedad, él no se detenía su asalto tocandola y saboreandola desde los lugares más inesperados. Cuerpo y mente tenían una feroz batalla, por un lado su cuerpo se deslizaba lenta e inexorablemente hacia el placer y no tenía quejas con las caricias mientras no se detuvieran su afiebrada mente le pedía hablar para pedirle a su esposo que centrara sus avances en varios lugares específicos. Lo único visible en el exterior de esa lucha fue el suave y continuó balanceo de su cuerpo que se frotaba contra su esposo.

La lucha quedó momentáneamente olvidada cuando la tomaron de la mano guiándola de nuevo hacia la cama y la acostaron en ella.

«Cada vez más cerca de ese momento» Murmuró su mente saturada de placer.

Otra pequeña sorpresa llegó cuando esos labios suaves se apoderaron de su pezón izquierdo mamandolo de forma rápida. Fue tan agradable como había esperado. Pero mientras aquella boca estaba ocupada en su dulce tormento una mano se aventuró por fin a su entrepierna.

Fue una caricia torpe e inexperta pero los ásperos callos de esa palma hacían un condimento delicioso en su cuerpo por su tamaño y textura. Su esposo se hallaba perdido en aquel territorio nuevo, pero ella estaba más que dispuesta a guiarlo.

Comenzó a mover sus caderas sobre aquella mano inmóvil y Shampo ya no sabía si era a causa del calor, la transpiración de ambos o su propia lubricación, pero sus movimientos pélvicos se hicieron más amplios y prolongados. Ella se estaba masturbando con una mano ajena, una mano grande y tosca que le mandaba sacudidas de placer como nunca lo hicieron sus propios juegos.

El calor, el sabor y el sonido de sus gemidos y los de su esposo crearon una suave mezcla que la llevó al orgasmo. Era una sensación completamente nueva en la que cuerpo y mente se perdieron haciéndola chillar y gemir una serie de palabras incoherentes.

Y mientras su cuerpo descendía de aquella cumbre su mente registró el hecho de que la cargaron suavemente para reacomodarla en su cama y luego sintió peso de su amante en el mismo lecho. Con un tono de voz extrañamente cantarín su mente le dijo:

«Llegó el momeeentooo»

Pero con la fiebre su primer clímax en el cuerpo también llegó un momento de fiera rebeldía. Su esposo pudo pensar en quién él quisiera antes, pero apartir ese momento, ella quería que él se grabara en la memoria que era Shampo con quien compartía la cama. Ningún recuerdo, ninguna fantasía, era SU noche y no la compartía con nadie. Justo cuando el amplio cuerpo de su esposo se acomodaba entre sus piernas, la mujer de cabello púrpura se arrancó la venda de los ojos.

Lo que encontró con la mirada fue el rostro ansioso y sonrojado de su pareja. El deseo puro estaba tallado en su cara. Él estaba absoluta y completamente concentrada en ella, aquello le trajo otro espasmo de dicha. Tan transparente como era en sus emociones que Shampo pudo saber que su mente no pensó en ninguna otra antes. Desde el principio fue solo suyo.

Así es como debía ser.

—¿Por qué…?—logró balbucear él—atrapado entre continuar con su movimiento o alejarse.

—Porque eres mío y soy tuya.

Y atrapando su rostro entre sus manos Shampo lo besó.

Pero donde él fue cauteloso ella era feroz y posesiva con sus besos.

—Mío… Tuya… Mío… Tuya—murmuraba Shampo entre las pausas para tomar aire entre besos. En ese momento sí que le funcionaron los rollos, ya que lo escuchó gemir de pura dicha cuando capturó su lengua con los labios y la chupó, ella no cesó su propio ataque acariciando su pecho, palpando su abdomen y estrujando sus nalgas sin más guía que la de su propia lujuria. Ni una hebra de pensamiento era permitida para nadie más en esa cama que no fuera ella. Era la noche de Shampo y no admitía a nadie más que a su esposo en ella.

El desconcierto en su esposo cambió rápidamente en una tibia sonrisa que fue tomando fuerza hasta convertirse en una alegría aturdida.

—Nada de tradiciones, nada de obligaciones ni recuerdos. Solo los dos. Si aceptas serás completamente mío y yo me entregaré por completo a ti. No sé de mañana, ni el día siguiente, pero esta es nuestra noche y de nadie más.

Él respondió aún con la sonrisa en la cara.

—Soy tuyo y tú eres mía— y acercándose de nuevo añadió—: toma lo que te pertenece y yo reclamaré lo que es mío.

Y ambos se dieron la bienvenida sin dudar.

No se amaban, ambos lo sabían, pero ya no querían negar el pasado, ni que ambos se gustaban. Ya no había espacio en esa cama para más juegos solo para un apetito que debía ser saciado.

Shampo sintió como ese amplio cuerpo se acomodaba entre sus piernas y un momento después se sintió invadida por un pedazo de cuerpo ajeno. Ni siquiera pensó en los relatos que mencionaban el dolor o el sangrado. Simplemente se abandonó a la sensación de apertura en su carne. Fue incómodo, pero ella estaba aturdida por la curiosidad de cuan profundo podía llegar su esposo así que solo pensó en el dolor un momento y con una mueca alegremente torcida descubrió que el invitado en sus entrañas estaba bien proporcionado a la estatura de su esposo. La lubricación de su previo orgasmo ayudó en aquello y cuando estuvo sepultado por completo comenzó a salir de ella de nuevo.

Pero la tregua duró un momento la cuando ya que llegó una nueva embestida y otra y una más. El sonido húmedo de la carne chocando causó un ansia que aumentaba. Ya no había planes, juegos o manuales ambos se enfrentaron en un choque de cuerpos buscando alimentar la pasión que los quemaba.

Shampo ya no quiso contenerse se aferró a los hombros de su esposo clavándole las uñas y besándolo ya sin ninguna técnica pero con el impulso de saborearlo con los labios. Además disfrutaba escuchar los roncos resuellos de él y mirar su cara distorsionada de lujuria por sus propios gemidos y gritos.

El verlo de un modo tan primitivo, sintiendo su propia humedad y con la mirada fija en ella la hizo sonreír.

Los dos estaban disfrutando aquello.

Su amante esposo le cogió de una pierna y la obligó a pasarla por encima de su cadera, y Shampo lo ayudó, haciendo fuerza, apretando con sus muslos los riñones de su marido para apretarlo más. Y sintió como él plantaba con determinación férrea sus manos a los lados de su cabeza, alzaba el pecho y como un testimonio de su fuerza se mantuvo en vilo sobre ella, sin aplastarla usando solo la fuerza de sus brazos mientras la embestía rítmicamente fue una vista que elevó todavía más la pasión de la guerrera.

—Shampo… Shampo… ¡Shampooo!—fue la única palabra que articulaba su esposo como un lujurioso canto de su pasión.

Por su parte ella correspondió diciendo muy vocalmente de cuanto disfrutaba la unión. Ya no podía usar la palabra en mandarín para el amor, el chico de la trenza la había arruinado para ella. En cambio ella usó una palabra extranjera que funcionaba mejor.

—¡Sí! ¡Anata, más profundo… así! ¡Chupa más, aprieta más fuerte, mi anata… sííí… rico!

Este hombre pertenecía a Shampo y a nadie más.

El ritmo aumentó hasta el punto en que ambos no pudieron articular más que unos gañidos de placer. Ella llegó a varios orgasmos mientras que su pareja continuaba entrando y saliendo de ella con ese ritmo de locura. El tiempo dejó de tener sentido, pero también pudo sentir el orgasmo de su esposo y como se derramaba en ella. Shampo no se separó, no quería porque una parte honesta de su mente ya estaba imaginando a un par de niños de cabello negro corriendo en círculos al lado de ambos, obstinados pero con el buen corazón de su esposo. Él tampoco rompió su unión pensando en dos niñas de cabello púrpura, hermosas y astutas como su esposa quienes tomaban sus manos al caminar.

Poco después se acomodaron para dormir por primera vez juntos y Shampo sintió los brazos de su esposo rodearla para dormir abrazados.

Aquel gesto le hizo un ligero nudo en la garganta a Shampo. Ella siempre fue la que perseguía, la que insinuaba o la que planeaba. Pero nunca recibió un gesto tan sencillo de una persona que le gustara.

Y ahí estaba, dormitando con su marido quien la sujetaba en un gesto posesivo y amoroso. Fue un reinicio extraño para ambos, pero ambos se conocían bien y con la locura de sus vidas era muy posble convertir la atracción en amor. No era lo más loco que ninguno de los dos hubiera hecho en sus vidas.

Y ahora lo harían juntos.

La última idea de Shampo antes de quedarse dormida fue si los colmillos de Ryoga serían hereditarios…

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—¡Hey!

La mirada molesta en los ojos violeta de Shampo nunca anticipaba nada bueno.

Y era completamente lógico, Ryoga se había comportado como un animal salvaje tres días antes saciando su lujuria con Shampo. Tan avergonzado estaba que no le dijo una sola palabra a su esposa por pura vergüenza. Sin embargo ahí estaba de nuevo la mujer de cabello púrpura dando pisotones rápidos y con un gesto de molestia en su bonita cara. Ryoga casi esperaba alguna variante de divorcio de los Joketsuzoku, pero con tres palabras le explicó de nuevo el asunto.

—¿Y bien?—Preguntó ella con molestia.

El joven de cabello negro frente a ella recién procesaba su presencia así que no escuchó sus palabras.

—Bien, qué—repitió él sin entender.

Shampo levantó la mirada hacia el cielo de pura desesperación y le dijo:

—¿Te finges sordo o solo quieres que lo repita?—dijo Shampo molesta y agregó—: quiero-más-sexo.

Pero esta vez, ambos se miraron a la cara. Se miraron a los ojos. Y ninguno de ellos se arrepintió de ello. El rubor en la cara de los dos decía mucho, pero aun así Ryoga contestó:

—Yo también.

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Poco después en el centro de la aldea y observando desde una ventana un grupo de matriarcas tuvieron algunas risitas al ver a dos atolondrados con la cara roja y los ojos llenos de lujuria caminando de la mano hacia su casa.

—Y allá van…—dijo Lo-fang con una mueca divertida en la cara.

—Naturalmente—respondió Cologne y fumando de su pipa agregó—: mis planes nunca fallan.

—Pero a tu bisnieta le faltan años de preparación si creyó que semejante ley era cierta—: añadió otra de las ancianas.

—Regalar en una subasta pública a una de las mejores guerreras de su generación y al héroe de la aldea como si fueran espadas viejas—: Shampo no lo creyó ni por un momento.

—Pero entonces…

—Necesitaba «una excusa» para tomar la iniciativa y tenía que ser lo suficientemente estúpida para que su esposo la creyera—dijo Cologne con una mirada astuta. Ambos se han estado espiando por más de dos años, como un par de cazadores novatos asustados de levantar sus armas para dar el primer golpe.

—Ya era aburrido mirar a Shampo usando esas prendas amarillas y negras todo el tiempo—dijo una anciana.

—Y los tazones con forma de gato que plagan toda la aldea—replicó Lo-fang.

Con esto el grupo de matriarcas soltó una carcajada.

Por su parte Cologne miró con cariño una peculiar taza de cerámica púrpura con diseños de gatos rosados creada por su yerno y dijo:

—El amor tiene senderos muy extraños para algunas personas.

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-FIN-

Notas:

(1): El hogar de Shampo se ha descrito en muchas ocaciones como tribu de las amazonas. Nǚjiézú en mandarín o Joketsuzoku para un lector japonés. Significa algo así como: «Tribu de grandeza de la mujer» o «Tribu de los héroes femeninos». Aquí lo ajusté como tribu de las heroínas adecuado, creo yo para un matriarcado.

Sí, era Ryoga y no Mouse je,je.

Sí, Shampo siempre fue pura fanfarronería y alardes en Nerima.

Al estar en una situación real, las fantasías chocan con los hechos y no siempre de la mejor manera.

Ryoga sigue siendo Ryoga.

Lo he mencionado por mucho tiempo. Ranma y Akane se aman y de una u otra forma alcanzan su felicidad, pero ¿y el resto de los personajes? Ya no se diga de muchos secundarios que quedarón olvidados sino de aquellos personajes que quedaron en segundo lugar en la competencia por el amor de los protagonistas. ¿Qué ocurre con ellos? ¿Cómo continuan sus vidas? Un poco de «bromance» para una pareja D. de N. (Después de Nerima).

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No creí volver a escribir... un lemon pero fue un reto curioso hacer este ya que no es un género con el cual tenga mucha práctica.

Dime qué piensas.

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Hasta la siguiente historia.