Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Toei Animation.


Cuando Andreas llegó al poblado estaba emocionado. Era la primera vez que era asignado para trabajar en un lugar tan lejano y la perspectiva de una nueva aventura era tan fuerte que el día antes del gran viaje, apenas pudo conciliar el sueño. A lo largo de su vida magisterial, desde sus jóvenes veinte, había viajado a distintos lugares del continente, aprendiendo idiomas y enseñando en distintas escuelas lejanas a las grandes concentraciones de personas, o ciudades mejor dicho.

El viaje duró casi seis horas, desde la central magisterial donde se reunió con su superior y recibió las últimas indicaciones, hasta la entrada del poblado.

Era de noche cuando llegó. La calle principal estaba tenuemente iluminada por la luz de las farolas a lo largo del camino de tierra; por las ventanas de algunas casas podía ver una pequeña luz, pero la mayoría estaban a oscuras, el fabuloso invento de la luz eléctrica todavía no llegaba al poblado, lo que de cierta manera le daba al lugar un ambiente del siglo pasado.

Tampoco había pasado tanto desde el mítico cambio del siglo, apenas era 1906; la luz eléctrica había aparecido a escena alrededor de veinte años antes, pero Andreas estaba tan habituado a ella que el cambio le hizo pensar que estaba viajando a algún lugar desconocido, como el de alguna novela de Julio Verne, o tal vez lo hacía a través del tiempo, como el protagonista de la obra de Wells.

Mientras la carretera avanzaba hacia la casa del jefe del poblado, Andreas trazaba su plan de trabajo para una vez que se presentara. Según le había dicho su superior, Alberich, el anterior profesor se había retirado debido a la edad, estaba casi llegando a los cincuenta cuando decidieron retirarlo y designar a un nuevo profesor para la educación de los cincuenta y cuatro niños entre los nueve y quince años que vivían en el lugar.

Una fuerte sacudida de la carreta interrumpió su meditación, una de las ruedas de esta había caído en un hoyo de mediano tamaño en medio del camino. Andreas se asomó por la ventana de la puerta para ver al cochero, un hombre de su edad más o menos, que había bajado junto con joven de alrededor de quince, su hijo podía adivinar Andreas, para revisar los daños y si podía sacar la rueda.

- ¿Es grave? - preguntó.

- No creo que salga hoy, pero la casa del jefe está un poco más adelante; lo están esperando así que es probable que pueda ver las luces de la casa encendidas, nosotros nos quedaremos aquí intentando sacar la rueda, pero si se hace más tarde le llevaremos sus cosas mañana por la mañana.

Andreas se bajó del carro para mirar el accidente por él mismo; era cierto, la rueda parecía muy atorada y temía que por un momento cualquier movimiento la terminara rompiendo. En esa época ya nadie usaba carrozas o carruajes, los autos fueron lo nuevo que llegó con el cambio de siglo; aunque su existencia databa de varios años atrás, estaba seguro de que en los cuatro años que había vivido en Oslo había visto más autos ahí que en el resto del país desde que comenzó a viajar.

- ¿No necesita que me quede? Tal vez podría ayudarlo y entre los tres podríamos lograr sacarlo.

El cochero estaba agachado, a su lado el chico sostenía la lámpara de gas lo más cerca que podía para iluminar la zona.

- No se preocupe profesor; nosotros nos la arreglaremos, aunque no lo crea esta no es la primera vez que algo así pasa, sabemos que hacer - respondió el cochero antes de levantarse y mirar al pelirrojo- Shiryu, dale una de las lámparas para que se ilumine.

- Oh, no es necesario señor - se apresuró a aclarar Andreas, mientras veía como el chico quitaba una de las lámparas que colgaban del coche.

- Pero es de noche y está oscuro.

- No demasiado - el profesor se acercó a la puerta para recoger su maletín, donde guardaba los papeles del ministerio de educación por si se los solicitaban - la luz de la Luna es suficiente y dijo que no estaba muy lejos, ¿cierto?

- Un poco más adelante, sí.

- En ese caso será mejor que me apresure - Andreas se detuvo frente al hombre y le extendió la mano - espero que el problema se arregle pronto señor…

- Llámeme Dohko, detesto las formalidades citadinas - el hombre estrechó la mano con el pelirrojo mientras ponía su otro brazo en el hombro de su hijo - mañana temprano sus cosas estarán en la casa del jefe, se lo aseguro.

- Gracias.

Andreas le sonrió al adolescente y comenzó a caminar hacia adelante.

- ¡Sólo siga derecho! - escuchó que le gritaba Dohko- ¡la casa está cerca, no hay pierde!

Por respuesta él sólo se volteó lo suficiente para despedirse con la mano, esperando que el cochero lo viera. La luz de la Luna, aunque débil, le permitía ver el camino con claridad y sólo esperaba que el conchero no tuviera una mala percepción debido a su costumbre de viajar en carroza y en realidad la casa estuviera un poco más lejana de lo que decía.

Mientras caminaba Andreas comenzó a desear que el día siguiente llegara, quería conocer el lugar en el que viviría, conocer a su habitantes y lo más importante, comenzar a enseñar. Era su pasión desde la adolescencia, transmitir conocimientos, y ver a aquellos a los que les enseñaba superándose gracias a esos conocimientos.

Había estudiado para enseñar a pesar de las objeciones de su padre para que buscara algo mejor que hacer con su vida y no se arrepentía. A sus treinta y seis años todo lo que podía hacer era enseñar y morir enseñando; podría casarse pero hasta él sabía que ya era un poco tarde para pensar en hijos.

Después de varios minutos caminando sin ver si estaba cerca o no, y temiendo haberse perdido, Andreas vió una luz que se acercaba lentamente. Se detuvo sorprendido, abrazó su portafolio y siguió caminando, tal vez habían enviado a alguien a su búsqueda. No pasó mucho para comprobar su teoría, a un par de metros de él se detuvo una chica que cargaba una lámpara de gas; ambos se miraron antes de que el pelirrojo sonriera y le dedicarse a la chica una leve inclinación.

— Buenas noches señorita.

— Buenas noches caballero.

Ambos se quedaron en silencio. La chica sostenía la lámpara de gas a la altura de los hombros, dándole a Andreas buena iluminación para mirarla, además de que la luz de la luna le daba un extra. Ella era alta, no tan alta como él pero era un punto a destacar, su piel era blanca y parecía tan suave como la seda, su largo cabello estaba amarrado en una baja cola de caballo, la luz de la Luna enfatizaba el color platinado del mismo. Parecía iluminada con algún aire celestial.

Sus ojos brillaban por la luz de la linterna, haciendo que el violeta en sus iris se tornara profundo y misterioso; había algo en su mirar que le dio la sensación de que ocultaba algo, existía un secreto que se percibía en su mirar, pero estaba velado detrás de sus largas y espesas pestañas.

Su vestimenta sencilla compuesta de una camisa de manga larga azul clara y falda café no le restan belleza a la imagen frente a él. Era perfecta. Tan perfecta para él que sin darse cuenta ya estaba por caer en el precipicio abismal del amor.

— Usted no es de aquí — afirmó la chica mientras caminaba más cerca del profesor.

— En efecto — Andreas retiró la mirada de ella, sintiéndose abochornado por el claro escudriño que le estuvo haciendo a la chica — vengo de la capital, soy el reemplazo del profesor Fenrir. Tuve un percance con la carroza que me traía y me dijeron que no está tan lejos de la casa del jefe de esta comunidad.

— No le mintieron señor, falta poco para que llegue a su destino, si gusta puedo acompañarlo, es peligroso caminar por estos lares a oscuras, uno no sabe qué clase de criaturas pueden atacar si se distrae.

El corazón de Andreas se detuvo cuando ella se acercó para sostenerlo por el brazo y reanudar el camino.

— Si me permite el comentario — dijo Andreas mientras caminaban — ¿Qué hace una joven como usted afuera de su hogar tan tarde?

— Iba a ver al boticario, mi hermana se ha estado sintiendo mal e iba a recoger su medicina, las tareas del día no me dieron oportunidad de hacerlo hasta ahora — contestó la chica sin quitar la vista del camino.

Andreas estaba fascinado pero dolido por eso; en un par de minutos ella había logrado cautivarlo, su voz era melodiosa y quería seguir escuchándola, pero ella parecía poco dispuesta a algún intercambio más. La justifico pensando en lo poco común que fue su encuentro, aunque se estaba dejando, en algunos lugares aún era mal visto que dos personas se encontraran a solas.

Tal y como Dohko y la misteriosa chica mencionaron, pronto se encontró frente a la casa del jefe del lugar. En cuanto vieron el hogar iluminado y la silueta de una persona parada en la puerta, la chica soltó su brazo y le dedicó una breve sonrisa.

— Él debe de estarlo esperando y ahora que hemos llegado no le veo sentido a seguir acompañándolo, debo de ir por mi medicina, pero espero verlo mañana con mayor claridad.

Sintiendo el calor perdido en su brazo, Andreas le agarró la mano y se la besó en un gesto de galantería.

— Agradezco su ayuda y espero con impaciencia el día de mañana para poder conocerla mejor.

La vio caminar siguiendo el camino recorrido hasta que una mano en su hombro lo hizo voltear y ver a los dos hombres que estaba a sus lado, uno de ellos cargando otra lámpara de gas, mientras el que lo había distraído le sonreía amablemente.

— Usted debe ser Andreas Rize, temí que hubiera pasado algo, lo esperábamos desde hace un par de horas.

Algo había pasado, Andreas lo sabía, lo sentía cuando todo lo que podía pensar en ese momento era en la platinada cuya luz aún podía verse alejándose de él.


Comentarios:

Como siempre, gracias por leer. Hace como una o dos semanas salió Soul of Gold en su versión doblaba en televisión y mientras la volvía a ver pensé en lo genial que sería hacer una historia protagonizada por Andreas y aquí está. No planeo que sea una historia larga, menos de doce capítulos es seguro, espero que sea de su agrado.

Como algo extra, hice una pequeña referencia a la novela "La Máquina del tiempo" de Herbert George Wells publicada en Londres en 1895; hay una película de principios de este siglo que no está nada mal, pero recomiendo el libro, es un clásico de la literatura.

De nuevo gracias por leer!