Disclaimer: Todos los personajes, nombres y lugares de la saga Harry Potter, así como los establecidos en el Wizarding World, y utilizados en este fanfic pertenecen a J. K. Rowling.
Algunos fragmentos, párrafos o conversaciones de los capítulos están copiados directamente o modificados sutilmente de los distintos libros que forman la saga "Harry Potter" para poder abordar mejor la historia. No obstante, también hay ligeros cambios en el cannon (año arriba o abajo en las edades de los personajes), así como easter eggs o pistas para los más meticulosos.
El dibujo de la portada es una ilustración de Vlad Pan, cuyo arte podéis visualizar en su propia página web o instagram, y que personalmente recomiendo.
1 – DÉJÀ VU
Los últimos restos de la bruma de la noche anterior se habían desvanecido por completo, y el sol rojo empezaba a alzarse tras una extraña cortina de nubes negras mientras un escalofrío sacudía todo su cuerpo. Dumbledore no recordaba estar tan nervioso desde hacía muchísimo tiempo. Por un momento había temido perderse por las singulares calles de aquel alejado y poco concurrido barrio de Londres, pues su memoria ya no era aquella fiel compañera de antaño. Cada vez había más frascos cristalinos repletos de recuerdos decorando las estanterías alrededor del pensadero... cada vez debía acudir con más asiduidad al mismo para no olvidar los minuciosos detalles de acontecimientos pasados, tanto ajenos como propios. No obstante, sus miedos parecían infundados, pues sus pies le condujeron con paso ligero hacia el número exacto de la calle casi sin querer, e incluso antes de lo que se había propuesto la noche, el mes, el año anterior... era una cita cuya fecha jamás pudo olvidar.
Un sentimiento de nostalgia abofeteó fuertemente sus entrañas al atravesar con cuidado las oxidadas verjas de hierro que delimitaban un patio absolutamente vacío, salvo por una fuente apagada de escayola blanca que encaraba las enormes y agrietadas puertas de madera negruzca ante las que se detuvo por primera vez aquella mañana. Empujó con sutileza las puertas ya entreabiertas y se detuvo ante la recepcionista: Se trataba de una mujer ya entrada en la treintena, era rubia, alta, con las manos huesudas y un cuello largo y delgado que sobresalía bastante por encima del mostrador. Estaba ocupada detrás de un escritorio demasiado desorganizado, pero le dio la bienvenida y le condujo, tras las oportunas presentaciones, al primer piso, hacia el despacho del señor Burton, director del orfanato.
- Buenos días, señor Dumbledore –le saludó el encargado de la institución, ofreciéndole amablemente uno de los pequeños asientos que había frente a su enorme escritorio.
Dumbledore ojeó rápidamente la habitación de camino hacia una de las sillas. La gigantesca mesa del director del orfanato ocupaba la parte central de la sala, justo delante de una cristalera que daba al jardín trasero del centro, en el que podía verse a unos cuantos niños jugando. El despacho se encontraba igual que la primera vez que visitó aquella institución diez años atrás.
- Bonito traje, por cierto –señaló Burton una vez sentados ante el silencio de su acompañante. - Ya nadie apuesta por el morado, y mucho menos por las telas aterciopeladas.
Dumbledore se limitó a sonreír con educación ante el obvio sarcasmo de aquel hombre. No iba a alterarse lo más mínimo por un pequeño comentario a su extravagante manera de vestir, y mucho menos si este provenía de la persona menos indicada para realizar agravios a terceros. El señor Burton ya era corpulento en el pasado, pero había ganado bastantes kilos de más con el paso de los años: seguía sin tener apenas cuellos, y su frondoso bigote negro contrastaba con las canas del poco pelo que todavía le quedaba en la cabeza.
- Bueno, bueno... ¿en qué puedo ayudarle? ¿quiere algo de beber? ¿una copa de coñac? –preguntó relamiéndose los labios a la vez que aplaudía una única vez.
- No, gracias –respondió cortésmente Dumbledore mientras el encargado del centro sacaba de uno de sus armarios una botella de licor y llenaba generosamente un vaso para sí, vaciándolo de un solo trago. - Es un poco pronto para mí. En cualquier caso... Le envíe una carta solicitándole una visita y usted tuvo la amabilidad de citarme hoy. Se trata de Harry Potter y los planes sobre su futuro.
Los ojos de Burton destellearon durante un instante, como si el nombre del pequeño hubiese hecho un click en su cabeza. Intentó aflojarse el nudo de la corbata mientras se servía otro vaso de coñac casi sin darse cuenta.
- Ah, sí, lo recuerdo... Recuerdo que me pareció bastante extraño –el aliento que acompañó sus palabras denotaba que aquellas no eran las primeras copas de la mañana. Eran más que evidentes los problemas de aquel sujeto con el alcohol, quizás fuera uno de los motivos de su aumento de peso. - Es la primera vez en diez años que alguien se interesa en él. ¿Es usted pariente suyo? –terminó por preguntar con interés.
- No, no. Yo soy director de un colegio privado, se llama Hogwarts, y he venido a ofrecerle al chico la posibilidad de ocupar la plaza que tiene allí disponible desde que nació. Sus padres se ocuparon de dejarlo todo preparado antes de su muerte –expuso Dumbledore a la vez que sacaba disimuladamente su varita del bolsillo interior del traje. - Tome, aquí está todo explicado detalladamente –añadió agitándola mientras le tendía una de las hojas en blanco del paquete de folios que había encima del escritorio.
Los pequeños ojos de su homónimo se desenfocaron y volvieron a enfocarse varias veces al examinar con atención el papel en blanco que le había entregado Dumbledore. Dejó el vaso que pretendía llevarse a la boca sobre la mesa, y guardó la botella en el mismo armario del que la había sacado anteriormente, pero en esta ocasión cerró las puertas con llave y arrojó esta por una de las ventanas a su espalda. Era la segunda vez que hechizaba a aquel hombre, pero en esta ocasión no tuvo pena ni remordimientos, tenía prisa y muchas más tareas que cumplir a lo largo del día, no tenía tiempo para lidiar con alguien tan ebrio tan temprano ni ganas de contestar a sus intrépidas preguntas.
- Veo que está todo en orden –dijo con una inocente sonrisa después de examinar el papel otorgado y romperlo en pedazos iguales. - Seguro que se alegra de tener visita, últimamente se la pasa leyendo en su habitación.
- ¿Es solitario? ¿No confraterniza con los demás niños de su edad? –preguntó Dumbledore sorprendido, decepcionado.
- No hay niños de su edad, señor Dumbledore –respondió el director del centro. - Eso es un sueño idealizado que se han inventado los ricos sobre lo que debe ser un orfanato: perfecto, lleno de dulces sonrisas, amigos y alegres canciones –añadió apenado. - No. La mayoría de las ocasiones hay dolor, frustración y períodos de enorme confusión... y más cuando vas creciendo y compruebas que el resto de los niños son adoptados. Terminas perdiendo a los pocos amigos que hiciste, y sin gente de tu edad con los que podre confraternizar.
- ¿Y cómo es su relación con los trabajadores del centro? –cuestionó Dumbledore, empezando a temer haber cometido otro error de juicio al destinar al joven Potter a aquella vida en soledad.
- Bastante buena la verdad. Es un niño educado y no suele causar problemas, aunque... –Dumbledore notó como el miedo y la desconfianza se hacían dueños de su voz, temeroso, buscaba las palabras correctas con las que continuar. - Verá, los trabajadores lo aprecian mucho, incluso solían jugar con él a las cartas o al ajedrez... pero, últimamente, han dejado de hacerlo. Dicen que odia perder, que hace trampas, y que, si se lo echas en cara termina por romper las cosas, mayoritariamente cristales a su alrededor.
- ¿Puede explicarme eso, por favor? –rogó Dumbledore con sumo interés, inclinándose sobre la silla para escuchar mejor la respuesta. Todo su cuerpo se había tensado ante aquel comentario. - Lo de las trampas y el comportamiento hostil.
- Pues... cuesta bastante de explicar, es como... como si te leyese la mente –calló de repente, para no confesar que el mismo parecía haber sido testigo de los mismos hechos a los que hacía referencia. - Se que suena absurdo, pero es lo que parece, los trabajadores juran y perjuran que sabe lo que van a hacer.
Si algo había aprendido Dumbledore en su más de cien años es que no puedes tomar a la ligera ningún pensamiento, por muy absurdo o descabellado que pueda parecer al principio, y mucho menos si tiene relación con Harry Potter o cualquier de las circunstancias que rodeaban al muchacho.
- El tema de los cristales es otra cuestión a tratar... –comenzó de nuevo el director del establecimiento. - Siempre aparecen rotos cuando se enfada. Ha roto vajillas enteras a la vez en cuestión de segundos, incluso algunas a las que no tenía acceso, y el chico promete que no ha tenido nada que ver. Además, siempre sale ileso, sin hacerse daño o sangre, se lo prometo, sin un solo rasguño.
- Ya entiendo –contestó Dumbledore fingiendo un tono de sorpresa y volviendo a recostarse sobre el respaldo de su silla.
Aquellas palabras lo aliviaron durante unos instantes. Quizás aquellos acontecimientos fueran extraños o inexplicables para el señor Burton y los empleados a su cargo, pero no para él, que sabía la respuesta a algunos de sus interrogantes. Era obvio que el joven Potter había estado experimentando episodios de magia accidental cuando se enfadaba, algo muy común por parte de la mayoría de los magos durante la niñez, y más frecuente todavía cuando no había ningún progenitor cerca capaz de controlarlos.
- Imagino que querrá verlo –supuso su acompañante mientras se levantaba y hacía ademán de dirigirse a la puerta de su despacho.
- Sí, desde luego –afirmó Dumbledore, poniéndose en pie y acompañándolo fuera de la habitación.
Una vez que salieron del despacho, Burton lo condujo a las mismas escaleras por las que le había arrastrado la secretaria, pero esta vez continuaron subiendo los peldaños mientras los nervios volvían a su cuerpo. Algunas de las palabras del encargado sí habían captado su atención: podía sentir como una pequeña luz de alarma giraba y retumbaba dentro de su cabeza, como un pico que no podía rascar, como un grito que no podía ser silenciado. Durante el trayecto, el señor Burton repartió distintas instrucciones o advertencias tanto a niños como a empleados por igual; al margen de su adicción a los licores destilados, parecía llevar con aptitud la dirección del centro, pues todos los infantes parecían bien cuidados y aseados, muchos incluso parecían sonreír a su paso.
- No se tome a la tremenda todo lo que le he dicho, en el fondo es un buen chico –comentó su acompañante rompiendo el cómodo silencio que se había instaurado entre ambos. - Es una verdadera pena, pero parecía invisible para los padres que nos visitaban, incluso cuando no tenía más de un año... Normalmente las parejas siempre buscan niños pequeños, pero nunca nadie se ha interesado en él. Es una verdadera lástima, y espero que el motivo de ello no haya sido esa extraña cicatriz de su frente.
No, no se trataba de una lástima, ni siquiera de una desafortunada casualidad, sino que aquello era sencillamente culpa del propio Dumbledore. A Harry Potter no le quedaban familiares vivos: Sus abuelos habían muerto antes de que el niño naciera, unos por enfermedad y otros asesinados junto a la hermana de su madre como represalia; su padre había sido hijo único; y su cuidador legal ni siquiera era una opción. Todos sus posibles tutores se encontraban muertos, despedazados, estaban encarcelados o siendo perseguidos por su "peligrosa" condición.
Casi todas las familias de Inglaterra se habían interesado por su adopción después de los acontecimientos del 31 de octubre de 1981, algunas incluso de dudosa reputación. Miles de cartas llegaron al Ministerio, como si a este se le hubiera otorgado la protección y localización del pequeño salvador del mundo mágico. No, sólo Dumbledore conocía la ubicación exacta de aquel orfanato. Era una medida que le había supuesto fuertes discusiones con el anterior Ministro de Magia, pero entendía que un año antes de su primera visita había cometido un grave error al no convertirse en el Guardián Secreto de los Potter... un error más en su larga lista del que todavía no había sido capaz de perdonarse. Un error que no estaba dispuesto a volver a cometer aquella fatídica noche en la que Hagrid depositó al bebe en sus brazos. Por todo ello decidió aprisionar aquel viejo edificio en su memoria mediante el encantamiento "Fidelio", ocultando la institución de cualquier mago o bruja que pasara por los alrededores. Para cuando ocurrió el trágico acontecimiento de su pasado, Harry Potter tenía poco más de un año, no había dicho su primera palabra y ya era una leyenda para todo el mundo mágico. Era demasiado famoso por algo que jamás recordaría y que todavía no tenía explicación alguna, era mejor que viviese alejado de todo ello hasta que estuviese preparado para asimilarlo.
Respecto a las familias muggles, la solución había sido mucho más sencilla. Su nombre se había borrado de cualquier registro e historial oficial, y un simple hechizo desilusionador impedía a todo adulto que no trabajase allí ver al pequeño o su habitación... para ellos simplemente no existía. Incluso los propios trabajadores del establecimiento estaban hechizados: era imposible que hablaran del niño fuera del contexto del recinto, mucho menos que se plantearan adoptarlo. Había jugado con la vida de muchas familias con todas aquellas medidas, pero no podía dejar el futuro del mundo mágico en manos de cualquier familia muggle y poner en peligro el Estatuto Internacional del Secreto, o peor aún, mandar al traste todos los planes que tenía respecto al futuro del joven. Quizás eran medidas muy drásticas, puede que en parte ilegales, erróneas o que condicionaban en demasía la vida o felicidad del pequeño, pero sin duda era lo correcto, lo que debía hacerse para salvaguardar el futuro del mundo... el bien de la colectividad antes que el del individuo.
- Ha de saber que no podemos quedárnoslo para siempre –aclaró Dumbledore viendo hacía donde se dirigía la conversación. - Tendrá que regresar aquí como mínimo todos los veranos. No está permitido que los alumnos vivan en el centro durante las vacaciones escolares.
- Ah, bueno... pero por lo menos socializará con más niños de su edad, incluso puede que haga algún amigo de verdad –dijo mientras se detenía ante una de las puertas del segundo piso. Golpeó el color caoba de la misma hasta en dos ocasiones y entró tras abrirla. - ¿Harry? Tienes visita, te presentó al señor Dumbledore –añadió señalándole con la mano tendida. - Ha venido a hablarte sobre un colegio... Bueno, quizás sea mejor si te lo explica él mismo. Mejor os dejo a solas –finalizó retrocediendo y cerrando la puerta tras de sí.
El director examinó la habitación, era pequeña, únicamente ocupada por un viejo armario, un escritorio con libros apilados y un tablero de ajedrez con una partida a medio hacer. También había una pequeña ventana que daba a la calle por la que el profesor había llegado y cuyos cristales no parecían coincidir, por último, un camastro de hierro sobre el que descansaba un chico tumbado con las piernas estiradas, las manos entrelazadas en su nuca y su mirada fija en el techo.
Dumbledore se fijó detalladamente en el joven: era la viva imagen de su padre James con once años, quizás algo más alto de lo que había sido este el año en que ingresó en Hogwarts, pero era habitual que los hijos terminaran siendo más altos que sus progenitores. Tenía el pelo negro azabache y completamente revuelto, como si hubiese tenido la ventana abierta en mitad de un tornado, y la famosa cicatriz en forma de rayo seguía presidiendo su frente, como el día en que Hagrid lo recogió de los escombros de la que había sido hasta entonces su casa y lo llevó ante él en una moto voladora prestada para dejarle en ese mismo orfanato. Unas gafas redondas, con el puente entre los cristales envuelto en esparadrapo, ocultaban una desafiante mirada verde, sin duda eran los ojos de su madre, Lily. El chico entornó los ojos mientras examinaba el extravagante traje de su visitante, y Dumbledore pudo escuchar y distinguir un leve y torpe siseo en su cabeza. Ahora comprendía mucho mejor a que se refería el señor Burton y sus empleados cuando decían que el joven Potter hacía trampas y siempre se adelantaba a las jugadas de sus compañeros de juegos. Pero había algo extraño en su origen... casi como si no procediera del chico.
- ¿Cómo te encuentras, Harry? –se aventuró a preguntar finalmente Dumbledore al tiempo que se acercaba, haciendo grandes esfuerzos por controlar su temblorosa mano para tendérsela.
Tras vacilar unos segundos, el chico se incorporó lentamente y se la estrechó. Después del siseo anterior en su cabeza, esperaba sentir un arrebato de poder con el apretón, un cosquilleo en la piel tal vez, o una sensación de fuerza y energía... pero no hubo nada. El profesor acercó la silla del escritorio y la puso enfrente de la cama, pidiéndole con un gesto que se sentara en ella para que estuvieran cara a cara.
- Como bien ha mencionado el señor Burton, soy el profesor Dumbledore, y...
- ¿Cuántos años tiene usted? –le interrumpió de forma brusca el joven con cierta desconfianza en el rostro. - Parece el hombre más viejo del mundo.
Dumbledore solo pudo sonreír ante aquella inoportuna impertinencia. En los últimos diez años, nunca se había imaginado que su primera conversación con Harry Potter versaría sobre su edad. Aquello le pasaba por no haber utilizado en sí mismo el encantamiento de ocultación.
- Tengo 109 años, aunque aparento muchos menos –respondió el director. Decirlo en voz alta le hizo sentir cada uno de ellos en sus frágiles y desgastados huesos, ni siquiera él se creía la mentira de que aparentaba menos. - Y como bien ha dicho el señor Burton, soy profesor...
- ¿A qué ha venido en realidad? –cuestionó el chico interrumpiéndole de nuevo. - Yo nunca recibo visitas. Viene del hospital, ¿verdad? Por lo que pasó con los cristales.
No había el menor signo de temor en sus palabras, al contrario, parecía ser consciente de su diferencia respecto a los demás, algo de lo que parecía sentirse extrañamente orgulloso. Intentaba fulminarle con la mirada, esperando que Dumbledore tuviese las respuestas a todas las preguntas que pululaban por su mente.
- ¿Qué crees que pasa contigo, Harry? –inquirió el director. Era obvio que el chico prefería ser escuchado antes que escuchar, y él estaba intrigado por si había más en su historia que unas simples ventanas rotas de vez en cuando.
- Creo... creo que puedo hacer que los objetos se muevan sin tocarlos –un rubor de emoción le ascendía desde el cuello hasta las mejillas.
Se notaba en el tono de su voz lo mucho que disfrutaba hablando de las cualidades que lo distinguían de los demás. Dumbledore se mantuvo en silencio, expectante, dándole pie a que continuase... cuanta más información pudiera recabar ahora del joven mejor que mejor. Llega un momento en que los adolescentes prefieren guardar secretos que comunicarse con sus mayores.
- Las ventanas explotan cuando estoy muy enfadado, y el pelo me vuelve a crecer poco después de habérmelo cortado –se apresuró a decir para llamar su atención.
No dijo nada más, si bien la quietud en su mirada convenció a Dumbledore de que todavía se reservaba el mayor de sus secretos. En cualquier caso, todo lo expresado era más que suficiente para que un sentimiento de déjà vú le hiciera estremecerse desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Había escuchado las mismas palabras, puede que incluso en el mismo orden, del joven que provocó que el chico delante suyo no recordara a sus padres ni viviera con ellos. Harry Potter le recordaba tanto a la versión pequeña de Tom Riddle, que ya se había convencido de que debía mantenerlo vigilado durante su estancia en el colegio, y más concienzudamente en esta ocasión, tanto por su bien, como por el de los demás alumnos del colegio.
- Yo puedo responder a todas las preguntas que tienes, Harry. Solventar todas las dudas que tengas sobre lo que ocurre a tu alrededor, así como lo acontecido en tu pasado –empezó Dumbledore. Los ojos del chico abandonaron de repente su mirada de desafío, esperanzador de obtener respuestas, más no parecía dispuesto a confiar del todo en la palabra de un extraño. - Pero se trata de una larga historia, por lo que será mejor que no me interrumpas.
El chico pareció entender la sugerencia, pues se inclinó sobre sus propias rodillas para escuchar atentamente lo que tuviera por decirle el anciano en su dormitorio.
- Me llamo Albus Dumbledore, y soy el director de Hogwarts, un colegio de Magia y Hechicería.
- ¿De magia? –repitió el joven en un susurro tras petrificarse con gesto inexpresivo, si bien su mirada viraba rápidamente de un ojo de Dumbledore al otro, cómo si intentara descubrir algún ápice de mentira en ellos.
- Sí –afirmó Dumbledore en medio de un resoplido.
Estaba cansado y demasiado mayor para tratar con magos tan jóvenes y enérgicos. Si no fuera por las circunstancias especiales del caso, habría delegado la función en la subdirectora McGonagall, que estaría en esos momentos atendiendo a una joven de familia muggle, y que se había mostrado enormemente dispuesta a sustituirle en aquella reunión.
- Por favor, no me interrumpas –le pidió de nuevo, más sabía que el chico terminaría por hacer caso omiso de su petición.
Aprovechó el momento para sacar su varita y golpear una única vez el tablero de ajedrez de la mesa contigua. A cada una de las piezas le surgieron extremidades y vida propia, hasta al punto de organizar una batalla campal entre ellas, sin respetar sus patrones de movimientos ni el color que en ellas figuraba. El joven se levantó de un brinco y examinó una de las piezas vivas, comprobando su consistencia y realidad, escuchando sus quejidos de guerra. Volvió a mirar a su invitado y recogió la varita que Dumbledore, amablemente, le estaba ofreciendo.
- Hay miles de magos por todo el mundo, Harry –hacer un experimento práctico parecía haber funcionado, pues la atención del chico se centraba ahora en él. Parecía dispuesto a permanecer en silencio mientras acariciaba las guirnaldas de su varita entre los dedos, que iba soltando alguna que otra chispa de distintos colores de vez en cuando. - Si bien somos minoría respecto a los muggles, o gente no mágica si lo prefieres –matizó Dumbledore. - Tenemos nuestros propios sistemas de gobierno, colegios, cárceles, tiendas y deportes... incluso tenemos un banco administrado por duendes –la mención de estos últimos confundió al muchacho. - La magia existe, Harry. Está en todas partes a nuestro alrededor, nos envuelve, nos protege y baña con su manto. Todos nosotros tenemos un núcleo de energía que utilizamos para realizar hechizos y encantamientos, e incluso nos hace envejecer más lentamente... y no solo a nosotros, sino también al resto de criaturas mágicas que comparten nuestro mundo y que sólo creías reales en tu imaginación.
- Entonces... ¿está diciendo que soy un mago? –preguntó finalmente, parecía haberse tomado el silencio de Dumbledore como un permiso para volver a intervenir.
- Así es. Eres un mago, porque tus padres lo fueron antes que tú. Aunque podrías haber nacido sin magia, si bien este no es el caso –la mención de sus padres despertó un sentimiento de pena en sus ojos, el primer sentimiento distinto a la frialdad que había imperado en la conversación. - Unos magos muy talentosos me atreveré a decir. Fueron a mi colegio, mis profesores les dieron clases, allí se conocieron, se enamoraron, y fruto de ese amor naciste tú, Harry.
- ¿Están muertos verdad? –le preguntó apenado, parecía ansioso por confirmar que no le habían abandonado en aquel orfanato porque no le quisieran.
- Así es Harry, murieron cuando tenías poco más de un año –el sentimiento de duda desapareció por completo, como si los hubiera perdonado de repente por no estar allí con él. Dejó de acariciar la varita para limpiar rápidamente las pocas lágrimas que escaparon de sus ojos con la esperanza de que el anciano no se hubiera percatado de ellas. – Más debes saber Harry, y nunca te olvides de ello, que aquellos que nos aman nunca nos abandonan, siempre permanecen con nosotros –añadió mientras ponía su mano en el pecho del chico, marcando el corazón de Harry y notando su fuerte latido.
- ¿Qué fue lo que les pasó? –volvió a preguntar al cabo de unos segundos.
- Fueron víctimas de la guerra –contestó Dumbledore en seguida. – Nuestro mundo se encontró envuelto en una guerra por la libertad, no sólo la nuestra, sino la de todos. Una facción pretendía que los magos diésemos a conocer nuestra sociedad, que nos revelásemos contra el sistema y nos impusiéramos sobre los muggles, la gente no mágica, esclavizándolos por el mero hecho de ser diferentes a nosotros… inferiores según ellos.
Aprovechó para retirarle la varita al chico e invocar dos vasos y una botella de agua encima de la mesa, escogió uno de ellos y refrescó su garanta, ofreciendo el otro vaso a su compañero de conversación. La guerra nunca dejaría de ser un tema peliagudo... no importaba al mundo al que pertenecieras.
- Por suerte, gente como tus padres se opuso a ello –continuó Dumbledore. - Fueron momentos muy oscuros, días negros en los que no sabías en quién podías confiar. Cientos de familias rotas, amigos de toda la vida enfrentados, traiciones por doquier. Un día, el líder de esa facción, un mago muy poderoso, se enfrentó a tus padres y los mató –Dumbledore se tomó unos segundos para que el joven asimilase toda la información que le estaba brindando. - El verdadero misterio del asunto es lo que ocurrió cuando trató de matarte a ti.
- ¿El asesino de mis padres intentó matarme?
- Así es –afirmó Dumbledore. - Quizás para terminar el trabajo, quizás para causar más dolor entre los que conocíamos y queríamos a tus padres.
Era una mentira piadosa o una verdad a medias, dependiendo de a quién se preguntase... pero el chico era demasiado joven para conocer la verdad. Ya tendría tiempo en el futuro de descubrir la terrible carga que el destino había puesto sobre sus hombros.
- Pero no pudo hacerlo, Harry. La maldición que lanzó contra ti rebotó en él, haciéndole desaparecer, y dejando en ti únicamente una cicatriz cuando apenas tenías un año –añadió Dumbledore restaurando la atención del muchacho, que se dirigía junto con su mano derecha a la marca de su frente. - Pero sobreviviste, nos trajiste una paz que dura ya diez años... por eso eres famoso en nuestro mundo, Harry, por eso todo el mundo conoce tu nombre... eres el "niño que sobrevivió".
El chico se levantó de la cama, sorprendido ante esa nueva información. Se apresuró a rozar la cicatriz en forma de rayo de su frente, la misma que había tenido durante casi toda su vida, mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en la comisura de su boca, como si su pasado fuera un motivo para lucirla con orgullo. Dumbledore empezaba a sentirse en parte preocupado por los matices grisáceos que marcaban la personalidad del chico. Debía aprender más de él antes de que ingresara en el colegio... por suerte, conocía perfectamente al hombre adecuado para aquella labor.
- También es el motivo por el que te he mantenido en este orfanato, Harry, alejado y protegido de cualquiera que quisiera hacerte daño o aprovecharse de tu nombre y fama.
La mirada de profundo odio que le devolvió el muchacho enmudeció la habitación durante un breve instante mientras Dumbledore volvía a escuchar ese ligero siseo en su cabeza... Un trueno rompió el silencio antes de que se plantease intervenir. Gotas de lluvia empezaron a estamparse con violencia contra los cristales de la ventana mientras Dumbledore se preguntaba si aquel cambio repentino en el clima era provocado por las diferentes emociones que estaba sufriendo el chico, o si se trataba únicamente de una asombrosa coincidencia con las nubes negras de esa mañana.
- ¿Qué pasó con el hombre que mató a mis padres? –preguntó Harry con furia. Podía notar como apretaba fuertemente sus puños en un intento de reprimir su fuerza, a punto de enfocar su ira interior hacia otra persona. - Ha dicho que desapareció, pero...
- Se hacía llamar Lord Voldemort –le interrumpió Dumbledore. - Más carecía de títulos, y su nombre era otro completamente distinto –matizó.
Dumbledore no esperaba tener que responder con la verdad a esa pregunta hasta dentro de unos años, por lo que tenía que escoger muy bien las palabras para hablar del trágico acontecimiento de su pasado. Ya le había mentido sobre los motivos por los que Tom visitó Godric´s Hollow aquella noche... podía volver a hacerlo, sin embargo, administrar la verdad le pareció mejor opción en esta ocasión.
- Nadie sabe con absoluta certeza lo que ocurrió Harry. Muchos piensan que murió, leyendas en mi opinión. No, yo creo que sigue por ahí, demasiado débil para seguir adelante, esperando paciente alguna forma de recobrar su poder. Pero no es algo de lo que debas preocuparte –añadió finalmente cuando el chico giró sobre sí mismo para volver a mirarle a los ojos.
No se había inmutado escuchando la historia de Tom, pero su puño seguía prieto y apretaba los dientes. Estaba convencido de que sólo pensaba en una posible reprimenda, pero no quiso confirmar la teoría inspeccionando su mente, era demasiado intrusivo invadir los secretos del chico tan pronto. Dumbledore estaba convencido de que, más tarde o más temprano, Tom terminaría regresando, y que su objetivo prioritario sería acabar con Harry Potter: no sólo para limpiar su nombre y manchada reputación, sino porque así lo anunciaba la profecía que unía sus destinos y que Tom no sabía por completo. Conociéndolo, sabía que el orgullo de Tom sufrió un terrible revés la noche que perdió sus poderes a manos de un simple infante.
- Hogwarts es uno de los lugares más seguros del mundo, y si llegado el momento vuelve en tu búsqueda, procuraremos que estés preparado –le avisó. - Pero ese es un camino que sólo trae ruina a quien lo camina, Harry. Espero que lo comprendas... quien va en busca de venganza, termina cavando dos tumbas.
El silencio incómodo se apoderó de nuevo de la habitación en la que se encontraban parados, aguantándose fríamente la mirada, hasta que un nuevo trueno llamó la atención del muchacho, una tormenta parecía asolar e inundar poco a poco las calles de la capital.
- Entonces, ¿en Hogwarts? –cuestionó Harry dándole la espalda, pero enfrentando el rostro del anciano a través del reflejo en la ventana.
- En Hogwarts no sólo te enseñaremos a utilizar la magia, sino también a controlarla. Has estado empleando tus poderes de manera involuntaria, de una forma que no se enseña ni permite en mi colegio –creía sentir aprecio por el niño, o quizás por el recuerdo que sus padres evocaban en él, pero el colegio era más importante que cualquier alumno. - No eres el primero, ni serás el último que no sabe controlar su magia, pero todos los nuevos magos, al entrar en nuestro mundo, deben comprometerse a respetar nuestras leyes. De lo contrario puedes acabar expulsado, o peor, detenido. Sabré si haces algo completamente inapropiado, Harry.
No era costumbre suya amenazar a sus alumnos primerizos, pero la imperecedera mirada desafiante con la que había conocido al muchacho seguía estudiándolo a través del cristal de la ventana, y tampoco parecía el tipo de alumno que apreciara mucho las normas escolares.
- Sí señor –contestó enérgicamente, endureciendo las facciones de su rostro durante una fracción de segundo. - ¿Qué es lo que debo hacer ahora? –preguntó a continuación con la voz más amable y educada, puede que incluso falsa, desde que se habían conocido.
- Debes esperar, estar tranquilo y no hablar sobre esto con nadie. La gente corriente no puede saber de nuestra existencia. Revelarlo está prohibido por la ley –Dumbledore se levantó dispuesto a concluir la conversación. – Yo volveré a por ti dentro de unas semanas y te trasladaré con unos amigos de confianza. Ellos se encargarán de ayudarte con las compras y todo lo que necesites para empezar con las clases.
- ¿Compras? Pero... profesor Dumbledore –era la primera ocasión que se dirigía a él en aquellos términos – Verá, yo… yo no tengo dinero para pagar el colegio, o los materiales –añadió agachando la cabeza, preocupado de que su supuesta precariedad económica le impidiera disfrutar de la nueva oportunidad que se había abierto ante él.
- No te preocupes por eso Harry –respondió inmediatamente para aliviarlo. – La matrícula de todos los alumnos del colegio corre a cargo del Ministerio de Magia, a través de los impuestos recaudados claro está. Y por supuesto que tienes dinero para los materiales, tus padres tenían dinero más que suficiente como para costear todos tus años en Hogwarts. Ese dinero es tuyo por ley, y se te irá administrando en función de tus necesidades durante los próximos años hasta que cumplas la mayoría de edad. Además, el colegio tiene un fondo destinado a quienes necesiten ayuda para comprar libros o túnicas, aunque no es el caso. Hogwarts siempre provee de ayuda a todo aquel que de verdad la necesite –añadió finalmente con una sonrisa en la cara.
El colegio terminaba siendo un verdadero hogar para todos los alumnos desamparados... esperaba que este caso fuera igual. Había abierto ya la puerta que conectaba con el pasillo dispuesto a despedirse y abandonar la habitación cuando un recuerdo explotó en su cabeza, terminó girando sobre sí mismo y se dirigió de nuevo al escritorio. Sacó del diminuto bolsillo de su traje un gigantesco libro rojo decorado con bordes y letras doradas y lo depositó sobre la mesa.
- Casi se me olvidaba –añadió mirando de nuevo al muchacho, cuya atención radicaba en el nuevo libro que albergaba su pupitre. – Te he traído un regalo, se trata de un tomo sobre la historia del colegio, quizás quieras aprender algo de tu nuevo hogar antes de empezar.
- Muchas gracias… profesor –finalizó Harry sentándose rápidamente en la silla dispuesto a comenzar con su nueva lectura. Aquel comentario le pareció auténticamente sincero.
- Hasta pronto Harry –contestó Dumbledore mientras se dirigía a la puerta, que terminó por cerrar con un ligero movimiento de varita cuando ya se encontraba a mitad del pasillo, dejando al chico leyendo bajo la intensa luz de un flexo.
Bajó las escaleras y hechizó por última vez al señor Burton para que supiera que regresaría pronto para recoger al chico, y se despidió de la secretaria que, "milagrosamente", había conseguido organizar el desastre de su mesa. En la calle estaba diluviando, por lo que alzó la varita a modo de paraguas y cruzó la acera dispuesto a poner rumbo al Ministerio de Magia y solventar alguno de los muchos asuntos pendientes de los que debía ocuparse. Se quedó parado en mitad del cruce de la carretera y, sintiéndose observado, se giró para echar un último vistazo al edificio cuadrado y sombrío del que acababa de salir. Descubrió una pequeña silueta en una de las ventanas del segundo piso que daba a esa misma calle.
- ¡IDIOTA! –le gritó el dueño de un vehículo al mismo tiempo que tocaba con impaciencia el claxon de su coche. Se había formado una pequeña cola durante el breve tiempo que se quedó parado en mitad de la calzada mientras los peatones lo estudiaban minuciosamente. - ¿Pretendes que te atropellen, imbécil?
Dumbledore terminó por apartarse bajo la atenta mirada de todos los vehículos que se habían visto obligados a detenerse por su culpa y dirigió su mirada de nuevo a la ventana, más ya no había ninguna silueta en ella, Harry Potter había desaparecido de su vista.
Volvió a emprender el camino hacia su destino por una calle abarrotada de muggles, analizando todo lo que había acontecido durante esa conversación: Había sentido dos personalidades distintas en el joven, enfrentándose entre ellas por el control al mismo tiempo que se complementaban, que se unían entre sí. Una de ellas, grisácea como la ceniza, era tranquila y apacible, se mostraba ilusionado con la explicación de su condición, y entristecido al conocer el destino de sus padres. La otra, por el contrario, era un poco hostil como aseguraban los empleados del centro, calculadora como demostraba la partida a uno de ajedrez que el chico estaba estudiando, receloso ante todo lo que se le decía, pero, sobre todo desafiante. Incluso había intentado penetrar en su mente nada más conocerle, si bien su técnica era torpe y mediocre, puede que, hasta involuntaria, pero que alguien de su edad fuera capaz de entender los conceptos básicos de la Legeremancia era digno de estudio…y de admiración. Su mente estaba preparada para defenderse y repeler cualquier intrusión, pero entendía porque al señor Burton le preocupaba que el muchacho fuese capaz de leer el pensamiento de los empleados del centro.
- Puede que se trate de un genio, como muchos otros antes que él –dijo en voz alta para sí mismo. – Aunque también puede ser que… Sí, eso también puede ser –sentenció barajando todas las posibilidades. – El futuro dictaminará que camino termina escogiendo el joven Potter. Esperemos, por el bien de todos, que sea el adecuado.
Un rayo cayó en mitad de la calle, alterando a todos los viandantes que corrían despavoridos, asustados por la corriente eléctrica que había alcanzado el suelo con violencia. Protegidos entre los escaparates de las tiendas, ninguno de ellos se percató de que un anciano y su paraguas transparente se habían desmaterializado segundos antes de que sonara el trueno.
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