VOLAR

Por Cris Snape


Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.

Esta historia participa en el Reto #52: "Séptimo aniversario" del foro Hogwarts a través de los años.

Me he apuntado con el nivel fácil y la categoría canciones que inspiran. El protagonista es… Un personaje sorpresa.


Volar, lo que se dice volar

Volar, volar, volar, no vuelo

Volar, lo que se dice volar

Volar, volar, volar, no vuelo.

Pero, desde que cambié el palacio por el callejón

Desde que rompí todas las hojas del guion

Si quieres buscarme

Mira para el cielo.

Pero, desde que me dejé el bolso en la estación

Y le pegué fuego a la tele del salón

Te prometo, hermano, que mis suelas

No tocan el suelo.

Solté todo lo que tenía y fui

Feliz

Solté las riendas y

Dejé pasar.

No me ata nada aquí

No hay nada que guardar

Así que, cojo impulso y a volar.

Lo que se dice volar

Volar, volar, volar, no vuelo

Volar, lo que se dice volar, volar

Volar, volar, no vuelo.

Pero, desde que tiré las llaves, ya no quiero entrar

Desde que quemé las naves y aprendí a nadar

Si quieres buscarme

Mira para el cielo.

Pero desde que olvidé el teléfono en un bar

Desde que no tengo nada parecido a un plan

Te prometo, hermano, que mis suelas

No tocan el suelo.

Solté todo lo que tenía y fui

Feliz

Solté las riendas y

Dejé pasar.

No me ata nada aquí

No hay nada que guardar

Así que, cojo impulso y a volar.

A volar

Lo que se dice volar (volar, volar, volar)

Mmh-mmh, volar

Volar - Juan Gómez Canca (El Kanka)

Universal Music Publishing S.I.


Ryan clavó la tabla en la arena. Hacía un día perfecto para hacer surf. Antes de meterse en el agua, cerró los ojos un instante y respiró muy profundamente. Durante unos segundos, su mundo se redujo a la brisa que agitaba su cabello oscuro y al canto de las gaviotas que sobrevolaban su cabeza. Dejó la mente en blanco y voló junto a ellas, sintiéndose libre un día más. Cuando volvió a contemplar la inmensidad del océano Pacífico, alzó en vilo la tabla de surf y corrió en dirección al agua.

La primera vez que practicó aquel deporte terminó físicamente destrozado. El mar vapuleó su cuerpo sin piedad y transcurrieron tres días hasta que fue capaz de moverse sin sentir un dolor atroz. Cualquier persona ajena al surf hubiera pensado que abandonaría sin pensárselo dos veces, pero su instructor tenía razón en una cosa: el surf era adictivo y Ryan fue mejorando poco a poco. Distaba mucho de ser un profesional y jamás se había apuntado a ninguna de las numerosas competiciones que se sucedían a lo largo de la costa, pero al menos se atrevía a salir solo y disfrutaba muchísimo.

El surf era lo que le daba fuerzas cada mañana. Ryan acostumbraba a levantarse muy temprano y solía estar en la playa antes de que despuntara el alba. Pasaba en el mar un buen rato, hasta que sus músculos comenzaban a tensarse por el cansancio y le advertían de que era conveniente volver a tierra. Después, regresaba a casa, se daba un baño y se preparaba para abrir su negocio.

Tatuajes RAN estaba ubicado en el paseo marítimo. El alquiler del local no era barato, pero todos en la zona conocían a Ryan Noir y deseaban convertirse en sus clientes, así que el negocio atravesaba una etapa bastante próspera. Tanto era así que por primera vez desde que llegara a California, Ryan vivía desahogadamente. Había logrado ahorrar una considerable cantidad de dinero y ya tenía planificado un viaje para el próximo verano: surfearía en Australia, cumpliendo así el sueño de cualquier apasionado de aquel deporte.

Cuando llegó a su estudio, Logan ya estaba allí. Era un muchacho joven y atractivo que parecía salido de un capítulo de aquella serie de televisión que mostraba sin pudor los atributos físicos de un grupo de socorristas playeros. Ryan lo había contratado no por su aspecto, si no por su innato talento para el arte. Hacía años que buscaba a alguien lo suficientemente capacitado para igualar su pericia dibujando sobre la piel y le parecía casi milagroso haberlo encontrado.

Logan estaba organizando todo el material. El primer cliente del día no tardaría en llegar y debían asegurarse de que todo estaba correctamente esterilizado y en su sitio. Ryan, que acudía al trabajo montado en bicicleta, se quitó el casco al mismo tiempo que le daba los buenos días. Logan le miró con cara de pocos amigos, signo inequívoco de que no estaba de buen humor.

—¿Te pasa algo? —le preguntó Ryan, extrañado porque su empleado solía ser bastante risueño.

—Esta mañana me he encontrado un pajarraco dentro de tu despacho. Otra vez.

Ryan estuvo a punto de ponerse colorado, pero logró contener su turbación. Llevaba muchos años practicando el noble arte del disimulo y nadie, ni siquiera sus amistades más cercanas, habían sospechado nunca que ocultaba muchas cosas. Más de las que le hubiera gustado reconocer.

—¿Sigue allí?

Por su tono de voz cualquiera diría que no era nada extraño que un ave se introdujera en las casas humanas así, como si nada. Logan alzó una ceja y agitó las manos antes de retomar su labor.

—Pude espantarla, pero te advierto de que se ha cagado por todas partes.

—¿Lo has limpiado?

Logan bufó y a Ryan no le extrañó nada su respuesta.

—Soy tatuador, colega. No me pagas para eso.

Ryan no le dio la más mínima importancia a ese comentario y, después de darle un par de instrucciones relacionadas con el trabajo, fue hasta el despacho. La habitación era pequeña y estaba ubicada en la parte trasera de la tienda. El pájaro del que hablaba Logan debió entrar por un ventanuco que había cerca del techo. Ryan sólo necesitó echar un vistazo para comprobar que el desastre era considerable. A él le gustaba que la oficina estuviese limpia y ordenada, puesto que le ayudaba a concentrarse cuando se veía obligado a hacer números y pagar facturas, pero esa mañana todo tenía una pinta bastante caótica. El pájaro había tirado por el suelo su montaña de albaranes y se había cagado en el teclado del ordenador. Ryan bufó y se sintió incluso más molesto que Logan porque, aunque el chaval tuvo que lidiar con la lechuza, a él le había tocado la peor parte.

Ryan no pudo evitar pensar en su pasado, cuando ordenar su habitación sólo requería de un movimiento de varita y todo quedaba listo como por arte de magia. Apretó los dientes un instante y, como le ocurría de vez en cuando, lamentó haber dejado atrás aquella vida. O por lo menos la parte que le obligaba a limpiar con agua y jabón, como cualquier burdo mortal. Con decisión, fue en busca del material de limpieza mientras se decía mentalmente que debía escribir una carta a Inglaterra. Estaba harto de que le enviaran las lechuzas al trabajo. Para eso tenía una casa nueva y deslumbrante, por Merlín.

En realidad, lo sensato hubiera sido renunciar a recibir los ejemplares de El Profeta. A esas alturas del cuento no tenía sentido seguir recibiendo noticias de su país natal, pero sentía la necesidad de saber. No era fácil romper con el pasado, aunque el hecho de hacerlo hubiera supuesto para él recuperar su libertad. Había volado bien lejos para que todos se olvidasen de él, pero sus raíces seguían estando allí y, a veces, las echaba de menos.

En cuanto pensó en el periódico mágico, lo vio sobre el escritorio. Logan debió haber hecho lo propio, aunque en ningún momento había sido consciente de que las fotos de la portada se movían. El Profeta estaba hechizado para que, en caso de llegar a manos de un muggle, éstos sólo viesen un panfleto sobre una empresa de fontanería. Ryan, en cambio, sí vio la fotografía de ese chico y sí leyó el titular. Con todas sus letras.

"Harry Potter derrota a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado"

Ryan se miró el antebrazo de forma inmediata. La Marca Tenebrosa le había acompañado desde que no era más que un crío. Durante sus años al servicio de lord Voldemort le había abrasado la piel de forma continuada, pero se había apagado después de su desaparición. A su regreso, acaecido unos años atrás, se volvió negra pero no volvió a quemarle porque, si todos creían que estaba muerto, no había razón para que su antiguo señor lo convocase. Esa mañana, la Marca Tenebrosa tenía un color grisáceo y parecía a punto de desvanecerse por completo, lo cual hubiera sido una auténtica lástima porque su negocio había triunfado gracias a ese diseño.

Era absurdo sólo de pensarlo. Cuando Ryan comenzó a trabajar en el estudio de su mentor, el viejo Peter, se empeñaba en ocultar la Marca Tenebrosa a como diera lugar. En California hacía calor casi todo el año, pero él usaba manga larga incluso en los días más tórridos. Un día, Peter le obligó a quitarse el jersey que llevaba puesto y se fijó en el horrendo tatuaje. No tenía ni idea de lo que significaba y le encantó. De hecho, le gustó tanto que le dio un sermón sobre lo inconveniente que era ocultar cosas tan bonitas y convirtió la Marca Tenebrosa en la seña de identidad de su negocio. Si sus antiguos camaradas mortífagos supieran que en California cientos de muggles se habían tatuado ese dibujo en distintas partes de su anatomía, seguramente sus cerebros implosionarían.

En aquel entonces, Ryan estaba muy lejos de reconciliarse con su pasado, pero dejó que Peter hiciera lo que le viniera en gana y, años después, cuando comenzó a trabajar por su cuenta, convirtió la Marca Tenebrosa en el logotipo de su negocio. Ahora la gente prefería tatuarse otras cosas, pero utilizar un diseño que significaba su propia esclavitud como un medio para ganar dinero supuso un gran revulsivo para su persona.

Ryan apartó la vista del tatuaje y procedió a leer el artículo. En realidad, todo el periódico estaba destinado a informar sobre la caída del Señor Tenebroso. Ryan nunca había dejado de seguir la actualidad política de su país. Pese a ser consciente de que El Profeta no era más que un panfleto al servicio del Ministerio de Magia, le ayudaba a mantenerse ligado a su pasado, a su familia y a sus amistades. Fue así como supo del matrimonio de su prima o de la encarcelación de su hermano. Gracias a ese diario se enteró de la primera caída de Voldemort y de lo que ocurrió durante todos los juicios que tuvieron lugar después de la primera guerra. Leyendo El Profeta supo que el Señor Tenebroso regresó, que ascendió al poder y, según veía ahora, que se había ido para siempre.

Se sintió aliviado. Siempre había tenido la sensación de que mientras ese monstruo siguiera con vida, él seguiría siendo su esclavo. Maldijo nuevamente el día en que decidió tomar la Marca Tenebrosa y fue inevitable recordar aquellos días en la casa materna, cuando planeó por su cuenta y riesgo la caída del que hasta entonces era su Amo. Había sido tan joven e ingenuo entonces que llegó a pensar que podría hacerlo. Pero no. La realidad le dio una sonora bofetada y estuvo a punto de morir. Ni siquiera en ese momento era capaz de saber cómo logró sobrevivir a aquel gélido infierno de cadáveres hambrientos.

Ryan agitó la cabeza y procuró arrinconar todos esos recuerdos en lo más profundo de su memoria. Con el paso de los años las pesadillas habían desaparecido, pero como siguiera dándole vueltas al asunto, volverían. Y no lo necesitaba ni deseaba que ocurriera. Él había puesto su granito de arena para ayudar a derrotar a lord Voldemort y se sentía orgulloso, pero también había abandonado el viaje nada más empezar. Cualquiera lo hubiera hecho después de haber estado a punto de morir. Cuando comprendió que Voldemort no le buscaría, cuando la Marca Tenebrosa dejó de quemar su piel, Ryan se sintió libre y decidió dejarlo todo atrás. Y aunque aún se deje invadir por la nostalgia, aunque extrañe ciertos aspectos de su vida anterior, no se arrepiente.

Lo más duro fue renunciar a la magia. Ryan perdió su varita cuando escapó de las garras de la muerte y nunca adquirió una nueva. Abandonó Inglaterra como lo hubiera hecho un simple muggle y sobrevivió durante años sin recurrir a su gran don. Al principio tuvo demasiado miedo. Estaba convencido de que Voldemort podría localizarle si realizaba un solo hechizo, por insignificante que fuera. Después no sintió la necesidad de volver a vivir como un mago. Ser un muggle no era tan complicado después de todo. Y era agradable. A Ryan le producía un gran placer trabajar con las manos y no perdió la oportunidad de desarrollar su talento para el dibujo.

A su madre nunca le había gustado que perdiera el tiempo con el arte. Más de una vez se había desecho de los lápices que conseguía acaparar y que escondía por todas partes. Ella decía que dibujar era cosa de perdedores y sangresucias, algo que hacían los pordioseros para pasar el tiempo. De niño Ryan había soñado con convertirse en el mejor pintor mágico del mundo, pero su familia aplastó esos sueños y lo preparó para convertirse en el heredero de su estirpe familiar. Cuando abandonó Inglaterra, Ryan también se olvidó de su linaje y se centró en hacer sólo aquello que le proporcionaba placer.

Hacer de la piel humana su lienzo fue algo casual. El viejo Peter había visto uno de sus dibujos y quiso contratarlo. La primera vez que hizo un tatuaje, a Ryan le temblaban tanto las manos que tuvo que dejarlo sin terminar. Pero hacía mucho de eso y ahora era un experto tatuador. El mejor de la ciudad decían algunos. El mejor del Estado de California, afirmaban los más osados. Fuese como fuese, Ryan podía afirmar que era el tatuador más feliz del país. Porque sí, pese a su pasado oscuro y el arañazo nostálgico que experimentaba de vez en cuando, Ryan Noir era un hombre feliz.


Y no voy a decir quién es Ryan Noir porque creo que he dejado muchísimas pistas para que lo supongáis y porque su nombre lo deja perfectamente claro. ¡Ea!

Hola, holita.

No sé si lo sabréis, pero yo siempre he creído que ser un mago está sobrevalorado. Creo que un brujo atormentado podría encontrar en el mundo muggle su refugio particular y eso es lo que hizo nuestro Ryan. Me temo que esta breve historia da para mucho más, pero voy a dejarlo para otra ocasión.

La canción que he escogido pone de manifiesto que si uno se libera de sus cadenas y busca iniciar una nueva vida, puede sentir que vuela como un pájaro mientras es feliz. A Ryan Noir le pegaba mucho, definitivamente. Si queréis escuchar el tema, os recomiendo la versión en la que el Kanka canta con Rozalén. Son muy bonitos los dos.

Besetes y hasta la próxima.