Hace años que no pasaba por aquí, pero como dicen, el buen hijo siempre vuelve a casa. Mentes Criminales sigue siendo mi serie favorita, sigo obsesionada con Emily Prentiss, y bueno, tenía esta idea en la cabeza y simplemente la desarrollé.


Le era difícil aceptar que su vuelta tras lo sucedido con Doyle le estaba pasando factura. Su rendimiento en el campo estaba bien, su relación con el equipo se había recuperado, no era la misma, porque la verdad era que ninguno de ellos eran los mismos de hace un año, pero la amistad, el cariño, prevalecía sobre cualquier circunstancia, y eso los mantenía unidos, unidos como una familia.

Si era sincera consigo misma lo que le afectaba, lo que le estaba pasando factura era aceptarse a sí misma, aceptar que todo lo que se había esforzado por esconder, su oscuro pasado, había terminado por arrollarla, hasta terminar marcada...

Marcada por su lucha contra el pasado, con una horrorosa cicatriz que le cruzaba el estómago, y lo peor... Marcada por Ian Doyle, a fuego, con un trébol de cuatro hojas en su pecho.

Aunque trataba de ignorarlo, seguía ahí, e incluso la marca parecía haberse impregnado del veneno de Doyle, a veces cuando no lo recordaba en absoluto le daba una pequeña punzada recordándole que estaba allí, que seguiría allí. Cuando se miraba desnuda frente al espejo, aquel defecto sobresaltaba sobre su piel de porcelana, cualquier persona que la mirase lo notaría, harían preguntas a las que ella no estaba dispuesta a responder, apenas podía sincerarse consigo misma, no lo hacía con sus amigos, ¿Podría hacerlo con un desconocido?

En definitiva, no.

Por ello no había salido con absolutamente nadie en todo ese tiempo... ¿Eso era lo que quería Ian Doyle? Asegurarse de que siempre fuera suya, aunque intentase estar con otros su recuerdo siempre permanecería tatuado en su piel...

Un dolor cruzó su pecho, de repente le dolía respirar, su cuerpo dolía, sus cicatrices dolían, los recuerdos dolían... ¡Todo le dolía!

—¡Maldito seas, Ian Doyle! —gruñó, en la oscuridad de su apartamento, cuando sintió que las lágrimas pugnaban por salir.

Había pasado tanto tiempo ignorando sus cicatrices que aquel hilo de pensamiento no se había producido antes. Lo odió de nuevo, quizá de la misma forma que pudo haberlo amado en el pasado, pero no dejaría que le afectara más.

—Ya te gané, Ian —se convenció, llenándose de energía —Te gané cuando te encerré en la cárcel de Norcorea. Te gané salvando a Declan. ¡Te gané incluso cuando me clavaste la maldita estaca! ¡Te gané cuando regresé con mi equipo! ¡Te gané porque yo si pude recuperar y mantener todo lo que amo en mi vida! —gritó, sin darse cuenta ya estaba de pie, en medio de su habitación. Mordió su labio, y susurró convencida —: Y te volveré a ganar, porque soy Emily Prentiss, y tú jamás podrás derribarme.

Sin pensar demasiado las cosas, se desnudó con premura y se metió al baño para darse una ducha rápida. Era sábado, habían regresado de un caso y tenían concedido el descanso hasta el lunes, a menos que surgiera una emergencia. Pensó que todos sus amigos estarían descansado, pero la verdad, no tenía en mente hablar con ninguno, no quería inmiscuirlos en lo que estaba sopesando hacer.

Salió del baño, con la misma decisión rebuscó en su armario hasta dar con uno de los vestidos que había traído de París, bastante revelador, que jamás se había atrevido a usar... Aquél era el momento adecuado. Se enfundó en la ceñida prenda color carmesí que acentuaba cada una de sus curvas, no había perdido en ningún momento su buena condición física, y con el escote en su espalda, terminando en el momento exacto en que esta perdia su nombre, a nadie le quedaría duda de ello. Se calzó unos stiletos negros, el cabello se lo dejó lacio, y de maquillaje, dejó su boca de protagonista con el color carmesí en sus labios.

Su teléfono, sus llaves, sus documentos, y por supuesto su glock, fue lo justo que metió en una bolsa de mano, para salir de su apartamento directo al bar al que solía asistir con sus compañeros...

Se sentía bien, imparable, cuando llegó al sitio, veinte minutos después, pidió una copa de vino tinto, consciente del revuelo que estaba causando con su vestido. Sonrió a un par hombres solitarios en la barra, se le acercaron un par, e irremediablemente los perfilaba entre conversaciones, descartándolos de inmediato.

Los hombres imbéciles no eran culpa de Doyle, lo llevaba claro. Tampoco había contado con eso.

Estaba a punto de darse por vencida, hasta que un tío, bien apuesto, rubio, ojos claros, y sonrisa perfecta, alegando llamarse Evan, le invitó una copa del vino que bebía, casualmente consumían lo mismo. Lo perfiló, miró dentro de sus entrañas, y no consiguió absolutamente nada extraño en él, quizá sí se detenía a conocerlo conseguiría un montón de defectos como cualquier otra persona, pero..., para lo que ella necesitaba esa noche estaba bien.

—No estoy buscando algo serio —Le oyó decir a Evan, después de darle un sorbo a su copa —Solo quiero una noche, y tú me gusta mucho.

Clavó sus ojos en él, leyéndolo una vez más. No había rastros de oscuridad, solo un profundo deseo por ella. Mordió su labio... ¡Ahí estaba lo que quería!

«Te voy a joder, Ian Doyle» pensó llena de determinación.

—Hecho —murmuró, antes de darle un sorbo a su propia copa.

Después del cristal, tuvo los labios de Evan ocupando su boca, primero en un casto beso, luego, con parsimonia succionó sus labios, atrapándolos con una delicadeza, de una forma tan exquisita, que le tomó un par de segundos responderle... Y una vez lo hizo, todo se volvió fuego a su alrededor, cruzó sus brazos sobre sus hombros, atrayéndolo a su encuentro, mientras sus dedos jugueteaban con los cabellos que caían en su nuca.

No apartó su cálida palma que cayó en la desnudez de su muslo, que le acariciaba con tersura. A ese beso, a ese tacto, le siguieron un par más, dándose tiempo para terminar de beber el contenido de sus copas. Emily había notado el bulto creciente en su entrepierna, estaba duro, listo, y no podía negar que ella también estaba alterada con sus besos.

No había más nada que hacer. Tomó su bolsa, seguida de la mano de él y lo llevó afuera. No estaba segura de lo que haría a partir de ahora, pero sin duda alguna no aceptaría que la llevara a ninguna parte, sabía los riesgos que aquello implicaba, y tampoco quería meterlo a su casa. Miró hacia un sucio callejón oscuro, y tiró de él hacia allá.

—Podemos ir a un hotel... —Detuvo su andar, para enfrentarlo.

—Aquí y ahora, o nada —Arqueó una ceja, sin vacilar ni un solo segundo.

Creyó que Evan se negaría, estaba a punto de quebrarse su faceta, de romperse ahí mismo, e incluso sintió como sus lágrimas humedecían sus ojos... Pero, los labios de este, atrapando de nuevo su boca le recordaron la batalla que estaba librando, la batalla que debía ganar. Su beso, abrasador, le obligó a sujetarse de sus hombros, y en menos de un segundo sus pies dejaron de tocar el suelo, la llevaba en sus brazos, sujetándola por las nalgas, sin dejarle otra opción que enrollar sus piernas en sus caderas.

Su espalda impactó contra la pared. Ya respiraba acelerada. Y un pequeño escalofrío cruzó su espalda, los labios de éste corrían a su mandíbula, su oreja, su cuello...

«Puedes hacerlo, Emily» se animó en su mente. Podía hacerlo, vencería a Doyle, lo había hecho antes.

Tomó aire, acelerada... Conteniendo las ganas de apartarlo cuando sus labios se posaron en el valle de sus pechos. Sintió sus dedos juguetear con el tirante de su vestido, tembló, sabiendo que apenas lo deslizara su mayor miedo quedaría expuesto ante él.

—Espera... —gimió, cerrando sus ojos con fuerza.

—¿No quieres hacerlo? —Su cálido tacto en su mejilla, le hizo abrir los ojos.

Sus ojos eran dos pozos azules, iguales a los de Ian, pero en ellos no había odio, no había maldad, no había nada que le dijera detente, esa mirada, aunque del mismo color, solo le invita a continuar. Volvió a besarlo, enrollando su lengua con la de él, llenándose de valor, de calor... Para continuar su batalla.

De nuevo empezó su recorrido camino abajo, más salvaje, clavando sus dientes en sus hombro, provocando que se estremeciera entre sus brazos. Su centro latió con fuerza, llenándose de vida, una vez sus dedos le hacían compañía a sus labios, colándose entre sus muslos, acariciándola sobre su ropa interior. De nuevo sus dedos tomaron su tirante, pero esta vez no lo detuvo, dejó que descubriera su primer seno, besándolo a su antojo, succionando su erecto pezón, acompañándose de sus dedos que bailaban una suave danza en la pequeña joya que guardaba entre sus piernas.

Cuando deslizó su otro tirante, dejando al desnudo por completo su pecho, su tatuaje, contuvo el aliento, sus ganas de apartarlo y apuntarlo en la frente con la glock que guardaba en su bolso nublaron su mente... Pero sus dedos, sus labios, aplacaron sus demonios internos.

—Oh, Dios... —gimió.

Sus dedos burlaron su ropa interior, palpando su húmeda intimidad. Estaba mojada, estaba excitada, estaba disfrutándolo. Observó, respirando acelerada como su boca besaba el trébol, sin preguntas, deslizándose hasta su pecho. Hincó sus dientes, penetrándola con sus dedos, causando que se removiese entre sus brazos, temblando de placer, solo de placer...

Se concentró solo en Evan, llevando sus manos a su cuerpo, palpando la dureza de sus estructuras hasta llegar a la pretina de su pantalón, se deshizo de la correa, le siguió el botón, la cremallera..., Y ahogó el suspiro que nació en sus pulmones al palpar su hombría.

—¡Fóllame! —gimió, convencida.

Evan no desaprovechó ni un segundo de su pedido. Rebuscó en su bolsillo un preservativo y se lo tendió para que se lo colocara. Emily lo hizo, con premura, sorprendiéndose a su vez cuando esté tiró del encaje rompiendo su ropa interior, la única barrera existente para su unión. Asintió para él, que la miró a los ojos buscando su aprobación para fundirse entre sus carnes.

Clavó sus cortas uñas en la carne de sus hombros ante su primera embestida. Le dolió, más de lo que había esperado... Su segunda acometida fue mucho peor, se le escapó un grito, que le obligó a tomar aire, hacia mucho tiempo que no tenía actividad sexual. Pero sus labios, otra vez atrapando los suyos..., Sus manos sujetándola con fuerza, le hicieron olvidar el dolor, físico, pero también el emocional, concentrándose en la fruición del incesante sacudir de sus caderas.

Se arqueó para él, pronto se vio disfrutando de su encuentro con total facilidad, uniendo sus caderas al baile, tirándolas contra las de Evan, llevándolo lo más profundo posible, acariciando sin contemplación cada centímetro de sus paredes.

El calor se apoderó de su interior, hervía por dentro, una llamarada caliente quemaba su útero, le presionaba con fuerza, obligándole a montarlo, buscando más y más de ello, recordándole a su cuerpo, a su mente, lo bien que se sentía el sexo, desde luego, las manos de un hombre acariciando su piel y sus labios causando estragos.

Lo disfrutó, era la primera vez en un mucho tiempo que volvía a disfrutar la cercanía de un hombre.

Se apretó contra el cuerpo de Evan, cuando ese glorioso momento llegó, no recordó pensar en su batalla, no pensó en Ian Doyle en ningún momento, como él le había dicho a ella, ahora era su turno de expulsarlo de su corazón, de su cuerpo, de su mente, cambiando el cerrojo para no dejarlo entrar nunca más.

El orgasmo explotó en su vientre, dejándola extenuada, sin aliento, contra una sucia pared del callejón. Con un par de movimientos más, Evan le siguió, gruñendo en su boca, entre besos, cuanto había disfrutado de su cuerpo. Lo dejó descansar un segundo apoyando la cabeza contra su pecho, sobre sus cicatrices, pero poco le importó, seguía en las nebulosas, sintiéndose completamente libre.

El tacto de Evan sobre el trébol la trajo de vuelta, tragó grueso, antes de enfrentar de su mirada azulada llena de confusión.

—No querías que lo viera —susurró este, no era una pregunta, pero de todos modos negó —Sabes, soy cirujano plástico, puedo ayudarte a deshacerte de este...— le dio vueltas en su mente buscando la definición adecuada —¿Tatuaje? —acertó a decir, y supo que no se había equivocado, al sentirla estremecer en sus brazos —Es evidente que no te agrada.

La brisa nocturna le acarició el rostro, y los dedos sedosos de Evan le ayudaron a quitarse los cabellos del rostro. Sonrió para él, llenándose de fuerza, de valor, para librar su última batalla.

«¡Jaque mate, Ian Doyle!» celebró para sí, lista para darle el último golpe, el golpe del adiós.

—Mi nombre es Emily, agente del FBI —Sonrió al ver su gesto de sorpresa —No me agrada esa cicatriz, quizá hace media hora hubiese aceptado tu proposición..., Pero... —Se mordió el labio, conteniendo su ganas de llorar.

—¿Pero? —le animó Evan, volviendo a acariciar su mejilla. Su tacto era sumamente consolador, y no sabía porqué.

«Puedes hacerlo, Emily» se repitió.

—Pero, aquí, ahora mismo, me acabo de dar cuenta que es mi trofeo, el trofeo de haber librado cientos de batallas en contra de él, y haberlas ganado una a una, la prueba de que seguí adelante, de lo que lo logré, porque el bien siempre gana.

Sin tener una razón en concreto, dentro de su pecho nació la necesidad de besarla. En sus ojos podía leer la batalla que estaba librando, si era sincero consigo mismo, lo había notado desde que intentó descubrir su cuerpo, y ahora la percibía como una auténtica vencedora. La besó en los labios. Intrigado, sin saber que caía en el enigmático hechizo de Emily Prentiss.

Con cuidado se retiró de ella, asegurándose que sus piernas podían sostenerla. Acomodó su ropa, e instintivamente hizo lo mismo con ella, aunque la había observado haciéndolo. La acompañó hasta su auto, pero no la dejó marchar. Le tocó el vidrio y espero paciente a que lo bajara.

—¿Me aceptaría una cita, agente? —Le sonrió, al ver como alzaba sus cejas.

—Dijiste que solo buscabas una noche —le recordó.

—También dije que me gustabas mucho.

Se lo pensó, pero no demasiado.

—Solo porque la proposición de ir a un hotel me sigue pareciendo una absoluta tentación —respondió, su gesto de sorpresa le hizo sonreír mucho más.

Ahí estaba, no había olvidado ese talento que tenía para dejar sin aliento a los hombres... Seguramente Morgan se hubiese reído con picardía... Hotch hubiese alzado sus cejas lleno de sorpresa..., Rossi, le hubiese dicho Touché... Y Reid, era Reid, solo se hubiese quedado mudo...

Pero este hombre, se agachó hasta su altura y le dio un beso a sus labios, llenándola de sorpresa.

—Hecho —murmuró, justo como lo había hecho ella.

Le dio su número, y retomó su camino a casa, le había dicho adiós al dolor, adiós a Ian, dispuesta a darle la bienvenida a lo que fuese que estaba a punto de llegar.


Nota: Solo me queda desear que les haya gustado, tanto o más que a mí, Emily es mi personaje favorito y poder trabajar un poco con ella, con esa faceta sensual que trasmite, me hace mucha ilusión.