Declaimer: InuYasha y sus personajes no son de mi autoría. Si fuera así, este chico tonto se hubiese decidido desde un primer momento.

Palabras: 887.


A tí, hace quinientos años

Nieve.

Era la primera nevada de la temporada.

El paisaje prístino de cuento de hadas anunciaba la pronta llegada de las festividades.

Todo se volvía mágico e irreal.

Tiempo atrás, se habría quedado absorto por el panorama que se proyectaba fuera de la ventana. Incluso en su época de absoluta soledad, las grandes nevadas tenían un no sé qué imposible de definir. Era atrayente contemplar cómo desaparecían las verdes hierbas de los bosques o los terrozos caminos. Todo quedaba sumergido bajo el manto blanco, inmaculado y frío.

Su memoria era prodigiosa, así que recordaba el momento exacto en que la nieve dejó de atraerle y se convirtió en un recuerdo amargo y nostálgico. Por extraño que sonase, todavía podía sentir el calor que desprendía el crepitar del fuego y el olor a humedad que impregnaba la cueva. También recordaba su cuerpo sueve, y el instante preciso en que el aroma a humedad fue sustituido por la fragancia ferrosa que entintó de escarlata la poca nieve que había logrado acumularse en la entrada del refugio.

Nunca más puedo sentir paz cuando las grandes heladas llegaron. Sólo olía a óxido, como si la nieve hubiese adquirido aquella fragancia mortal.

Ahora, muchas décadas después, observaba el descenso de los frágiles copos con la misma sensación de pérdida, pero en un lugar mucho más civilizado. Moderno.

El perfume de cera derretida y libros viejos llenaba la estancia. Hubo un tiempo donde ni siquiera podía escribir su nombre. Sin embargo, había logrado adquirir el conocimiento necesario y el gusto por la lectura con el paso de los años.

Bandir una espeda se convirtió en un deporte, no en un medio de supervivencia.

A lo lejos escuchó el suave murmullo del presentador informativo. El ruido de la televisión se colaba por la puerta abierta de la biblioteca. Se anunciaba a la población lo que él ya podía sentir en su propio cuerpo, aunque dudaba que la nevada terminara siendo tan importante como la de la última centena. Los humanos no podía sentir con tanta precisión los cambios climáticos, y más de una vez se rió de las groseras equivocaciones. A pesar de contar con el conocimiento y la tecnología, aún luchaban con las variaciones atmosféricas.

Fresas maduras y madreselva en perfecto equilibrio. Ese era el subtono que se hallaba por debajo de la fragancia femenina. La mujer caminaba sonoramente por el pasillo, casi arrastrando los pies. Una sonrisa tiró de los costados de su boca imaginando las palabras molestas y las reprimendas. El fuego en sus ojos marrones lo catapultaría a ella, pero estaba dispuesto a darle la bienvenida al recuerdo.

Ni siquiera intentó moverse, sólo esperó pacientemente la llegada de su acompañante mientras acariciaba con la yema de los dedos la caligrafía impresa en la carta. El papel estaba desgastado, envejecido y amarillento, pero la tinta conservaba sus propiedades. Por un momento creyó oír el ruido de la pluma al deslizarse sobre la hoja, como un instante efímero que jamás volvería.

Algunas veces, temía que su recuerdo frágil y bello se desvaneciera al igual que la vida de las mariposas. Jamás le había dicho aquel pensamiento a nadie, mucho menos a la fémina que ahora lo observaba con una ceja levantaba y el disgusto palpable en todo el semblante.

—¿Qué estás haciendo aquí, viejo?

Tironeado por una soga invisible, pronto se encontró al frente de una muchacha con ropas de colegiala. La biblioteca se había desvanecido y la habitación donde se hallaba era un cuarto que aún no existía, pero al que él accedería, en un futuro, a través de la ventana.

Tuvo que luchar hasta que el recuerdo comenzó a aplacarse y, cuando volvió en sí, la jóven que estaba junto a él dulcificó la mirada. Al igual que ella, tenía la aterradora facultad de meterse e indagar en sus pensamientos.

—Estoy bien —dijo, para no preocuparla.

—Perdón, no quería sonar así —musitó mientras se abrazaba a sí misma—. Takeo y Shipō vienen con los niños para que vayamos todos en familia, pero el tío Sesshōmaru me avisó que nos encontraría allí.

Los años habían aplacado la personalidad de todos, incluso las viejas rencillas con su hermano parecían olvidadas. Supuso que ambos estaban lo bastante sumergidos en su propia espera como para preocuparse por trivialidades. Tampoco se habían vuelto unidos, pero ya no existía entre ellos ese malestar constante al momento de encontrarse.

A diferencia de los de su clase, los humanos no podían esperar. Sus vidas eran un instante, un parpadeo. La llama de una vela que se enciende y consume a las pocas horas.

Sólo ellos podían aguardar, y él lo había hecho cerca de quinientos años. Siempre esperando, siempre viviendo por aquel momento que estaba destinado a repetirse porque ella era del futuro y él había avanzado hacia ese punto exacto. El ciclo de la vida se la había quitado, pero el mismo ciclo iba a ponerla nuevamente junto a él.

«Sé que me encontrarás... dentro de quinientos años».

Un crudo invierno se la había quitado, pero cuando éste concluyera y llegara la primavera, Kagome volvería a la vida.

Su esposa.

Su compañera.

La madre de sus cachorros.

En cada nuevo ciclo, ellos estaban destinados a encontrarse. Hoy, mañana... o quinientos años atrás.


Terminó el manga de SnK y, de pronto, estaba como loca escribiendo ésto para nuestro fandom y para nuestros queridos personajes.

No puedo con el dolor que me dejó el final de este manga, así que lo estoy expulsado por medio de lo que creo que es lo mejor: escribir.

Sé que jamás escribiría para ese fandom, y por eso me imaginé esta pequeña historia tomando a InuYasha.

Ojalá les guste :3.

Un fuerte abrazo,

Lis.