00-Prólogo
Central City, era conocida por ser la capital de la tierra. Lugar donde el castillo del Rey; símbolo de la unión y fortaleza de los habitantes del mundo se encontraba.
O así fue en un inicio.
Ya que ahora no era más que los restos de lo que alguna vez fue. Simples pedazos de rocas y escombros que reflejaban el estado desesperanzador y débil de la voluntad humana.
Esta ciudad que alguna vez fue una metrópolis moderna y llena de la armonía y felicidad que mostraban sus pobladores, ahora solo quedaban los restos de vida, pareciendo la secuela de una terrible guerra.
Los edificios de arquitectura esférica estaban tan deteriorados y fracturados, como si ante el soplo más leve de viento se desplomarían desde sus cimientos al suelo.
Las casas de los habitantes estaban provistas de cualquier señal de que alguna vez fueron la residencia de familias, amigos, parejas o incluso de algún individuo solitario habitándolas, siendo ahora cascarones vacíos hechos de concreto.
Las calles agrietadas y desoladas, estaban adornadas con un sin fin de vehículos de transporte, uno detrás de otros sin orden aparente, algunos estaban en llamas al haber impactado con otro automóvil cerca e incluso chocando contra las edificaciones y establecimientos de servicio que serían muy concurridos a estas horas de la tarde.
Pero todo esto no era más que la sombra de lo que es el verdadero caos, apenas una pequeña y mísera muestra de lo que realmente estaba pasando en el corazón de la ciudad y que al verlo no podría ser descrito sólo con las palabras horrible y aterrador.
Las puertas del Infierno sería lo más preciso y se ajustaba como anillo al dedo para poder describirlo.
Un largo abismo se extendía desde el centro hasta más allá de la capacidad de los ojos humanos de captar la realidad. Al ver desde el cielo, una gigantesca grieta dividía por completo a la ciudad, partiéndola a la mitad, como si la espada de dios hubiese caído para castigar a los mortales.
El humo de los edificios que caían ante las embravecidas llamas y las partículas de cenizas se mezclaban en una nube tóxica y nauseabunda, que bloqueaba los rayos del sol e impedían el flujo de la corriente del aire, eliminado cualquier esperanza de llevar el oxígeno a los pulmones para cualquier pobre alma que lamentablemente se encontrará en la zona.
Aunque era ridículo e incluso imposible que algún ser viviente pudiese sobrevivir ante un ambiente tan extremo y destructivo como este y aún con las posibilidades en contra, en medio de este abrasador infierno y como si fuera el único milagro del mundo actuando en su solo punto, un individuo se podía distinguir avanzando y aferrándose con cada suspiro de su alma a la vida.
Su piel era de un bizarro verde como el moho, con cortes sangrantes y moretones oscuros. Sus brazos... O el único que quedaba, tenía rasgos rosado con contornos rojos, el cual usaba para arrastrarse clavando sus garras afiladas y sucias en la maltrecha tierra.
Sus vestimentas que en un inicio eran de un majestuoso morado oscuro ahora estaban teñidas por el humillante tono purpura de su propia sangre que no dejaba de esparcirse por su dañado cuerpo al igual que el horrible dolor que lo castigaba sin descansó.
De sus piernas solo quedaban un par de muñones carnosos dónde la sangre no dejaba de brotar, dejando un camino lavanda de lo que difícilmente había avanzado en su intento de escape.
Dos raras antenas en su frente y orejas puntiagudas daban la sensación de que no era de este mundo. Y su rostro era una expresión que solo reflejaba su rabia y agonía. Sus afilados colmillos rechinaban con furia apenas contenida ante el precario estado en que se encontraba.
¿Quién hubiese imaginado que terminaría así?
En el pasado el hedor de la sangre de los cadáveres y el azufre en el aire, mezclados con los hermosos gritos de crudo y puro dolor era algo que amaba y disfrutaba con todo su ser.
Todas las vidas inocentes que alegremente había arrebatado, toda la divertida destrucción que había ocasionado, todo el placentero dolor agonizante y miedo que había sembrado en los corazones de esos débiles seres que se hacían llamar humanos. Eran como una potente droga que aceleraba su oscuro corazón, tan exquisita y adictiva que nunca se cansaría de consumirla aún y con toda su vida.
Y ese era el plan, siempre lo había sido desde su nacimiento, siendo el camino que debía de recorrer...
Era su destino.
Pero algo sucedió, o más bien, alguien se interpuso.
Y como si fuera por parte del karma o por la mano de algún maldito dios vengativo, todas sus acciones se le habían devuelto para destruirlo en la forma de... Eso.
*Tap...* *Tap...*
"Maldición..." Susurró con ira el Demonio conocido como Piccolo Daimaku.
Del manto negro de cenizas sobresalían unos ojos rubíes brillando con siniestra intensión, al igual que un lobo al asecho de una pequeña y moribunda presa.
A él no le gustó ni un poco esto...
¡Debería de ser al revés!
¡Él era el gran Piccolo Daimaku, Rey de los Demonios! ¡Él es el símbolo del miedo y la muerte en este mundo, no puede permitirse ser intimidado por una simple y vil escoria! ¡Él es todo poderoso! ¡Él es invencible! ¡Él es-
*Tap* *Tap* *Tap*
"!"
Una sensación abrumadora de terror apagó cualquier sentimiento de valentía que pudiera estar reuniendo, como un balde de agua fría echada sobre una débil vela. Su horrenda mirada inyectada en sangre no se despegaba de esa mirada rabiosa roja que estaba fija sólo en él y nadie más...
Nada más existía.
*TAP* *TAP* *TAP*
Entre más fuerte se hacía el sonido de los pasos, una pequeña sombra se podía distinguir de ese manto negro de humo, acercándose lentamente, sin ningún tipo de prisa o apuro, alargando a propósito está desesperada situación solo para atormentar un poco más a su impotente víctima.
*¡TAP!*
Y se detuvo.
Al estar a solo unos pasos del demonio verde, dejó que el viento lentamente empujara el denso polvo oscuro lejos de él, así mostrándose por última vez ante la mirada perpleja de la criatura malévola.
"¡Tu…!" Escupió con odio al maldito enano que estaba ante él.
Y ahí estaba, con un semblante severo y furioso, atreviéndose a observarlo desde arriba como si fuera un insignificante insecto. El ser que lo había superado, humillado y quién lo había dejado en tan lamentable y patético estado.
De apenas 1,30 m de altura. Su pequeño cuerpo estaba lastimado por todas partes; cortes profundos donde la sangre se escapaba, horribles e hinchados moretones y quemaduras oscuras se notaban en su carne.
Cabello negro como el plumaje de un cuervo y completamente erizado como una llama e intensos ojos rojos como la sangre al igual que una bestia hambrienta.
Ropas marciales de un naranja rojizo, con los pantalones rasgados y gastados, y de la camisa solo quedaba la mitad, dejando al descubierto su pectoral y su brazo izquierdo cubierto en su propia sangre que no dejaba de gotear al suelo.
Pero había algo más. Algo que hacía que la sangre del demonio se congelara y su cuerpo gritara peligro, exigiendo que escapara de una muerte segura.
Sosteniendo con fuerza en la mano derecha del niño había una extraña espada dorada con una enorme gema rubí que brillaba misteriosamente, liberando una poderosa aura divina que aterraba como a un cachorro cobarde al poderoso Rey Demonio.
Y esa peligrosa arma era usada por un niño. Un simple y maldito niño, que lo era solamente parecido por la piel, ya que por dentro era igual que el...
"Monstruo..." Escupió el autoproclamado Rey Demonio clavando con fuerza su única garra en el sucio suelo en un intento de alejarse de la inminente amenaza.
"..."
El niño no se inmuto ante el comentario despreciativo de esa maldita criatura que trataba ponerlo a su mismo nivel. En cambio, y si fuera posible afiló más su mirada que sólo denotaban su crudo odio y rencor, mandando escalofríos al oscuro demonio que no podía creer que ese enano pudiera con facilidad causar ese humillante sentimiento en su ser.
El Rey Demonio tragó saliva con dificultad, sintiendo que casi se ahoga por el sabor cobrizo mezclado con su saliva de melaza. Sudor frío bajaba de su espantosa cara cuando la presión de la muerte lo aplastaba desde dentro.
"!"
Todas las alarmas de su podrida cabeza explotaron cuando el niño alzó su misteriosa espada por sobre su cabeza logrando que un leve rayo de sol se reflejará en el metal dorado.
Este era su fin sin lugar a dudas.
Ni en un millón de años se le hubiera pasado en su retorcida mente que la muerte le llegaría con la presentación de un malvado y despreciable enano. Hace siglos que había cometido el mismo error de subestimar a la escoria humana y le pasó como factura un encierro por más de 3 largos y miserables siglos.
Había aprendido de su error y gracias al terror de volver a esa oscura jaula en forma de máquina de cocción, eliminó a cualquiera que tuviera aunque la más mínima posibilidad de usar esa aborrecible técnica.
El Mafuba.
Pero ahora sería acabado de forma definitiva y no por medio de un truco barato para atraparlo, sino que su vida sería eliminada por ese repugnante poder sagrado que ese enano tomaba en sus manos reclamando como suyo.
"Es tu fin", vociferó con autoridad el joven cuando un aura dorada emanaba de la espada y se expandía hasta envolver su cuerpo.
El verdadero y puro terror invadió al malvado ser ante la presencia divina que se cernía sobre él, atrapándolo como una jaula a un moribundo canario.
"¡Maldito chiquillo!" Grito enloquecido con cada pizca de oxígeno que había en sus pulmones. "¡¿Crees que todo ha acabado?! ¡¿Que, con deshacerte de mí, tus patéticos amigos volverán?! ¡Te equivocas!" Continuó recalcando estos hechos para el sufrir de su vencedor.
Los ojos rojos del niño se abrieron y el demonio pudo deleitarse con el profundo dolor que transmitían.
Una sonrisa afilada creció de su dañado rostro. "El dragón eterno ya no existe, me asegure de que los deseos jamás fuesen cumplidos de nuevo. ¡Y no hay nada que puedas hacer!"
Bajando la cabeza el chico sintió la impotencia de no poder arreglar las cosas, que volvieran a ser como antes y estar de nuevo rodeado por las sonrisas de quienes apreciaba.
Ante el lamentable estado de su oponente, Piccolo se sentía realmente satisfecho al poder disfrutar por última vez la miseria de otros.
Enderezando su espalda para estar a la misma estatura se preparó para el golpe final. "Yo gané…" susurró con seguridad ganándose la mirada en shock de ese enano. "¡YO GANÉ! JAJAJA", declaró de nuevo soltando su última sonrisa maníaca.
La cara del niño se oscureció no permitiendo que ese vil monstruo celebrará en su sufrimiento.
"¡YO GANE! ¡YO GANE! ¡YO GANE! ¡YO GANEEEEE!" Exclamó en total euforia el verde demonio como si la condición en la que se encontraba no le afectará, en cambio, parecía que fortalecía esa retorcida creencia de superioridad que ya no poseía.
"Si…" murmuró él artista marcial deteniendo las carcajadas de su enemigo. "No pude proteger a nadie…" continuó desconcertando a su oyente. "¡Pero!" En su voz los sentimientos de dolor y pérdida fueron reemplazados por una fuerte convicción y poder. "¡No permitiré que lastimes a nadie! ¡Nunca más!"
Con esa fuerte declaración por la protección y la paz, la espada reaccionó liberando una enorme cantidad de energía divina que se elevó a los cielos eliminando cualquier rastro de humo o suciedad que manchara el ambiente.
Todo rastro de felicidad en el Rey demonio fue eliminado al vislumbrar como ese fuego dorado se hacía más y más grande, opacando con su cálida luz los mismos rayos del sol.
"¡AAAAHHHH!" Con un potente rugido el niño de naranja bajo su brazo, seguido de una columna de poder puro que acabaría con cualquier mal que se atreviese a tocar su mundo.
"¡GAAAAHHHhhhhhgggg…!"
Y con su último alarido el autoproclamado Rey de todos los Demonios fue engullido por la energía divina y eliminado de la existencia por las llamas salvajes del poder que se creía que solo los dioses podían poseer.
Hola a todos!
Se que estado inactivo por un largo tiempo y quiero disculparme por eso. A veces suceden cosas fuera de nuestro control, como saben, problemas, o como a mi me gusta llamarlos "Peos" como le decimos por aqui. No voy a aburrirlos con mis problemas ya que tambien a mi me aburren, asi que disfruten de esta historia!
