La primera vez que ocurrió, ella no estaba lista.

Habitando en la frontera del sueño y la realidad apenas pudo distinguir que el colchón se hundía a su lado con una presencia familiar que estaba totalmente fuera de contexto en sus aposentos imperiales. Nadie podía entrar allí sin que ella lo permitiera, pero por alguna razón se quedó quieta, con la respiración contenida, esperando que él diera el primer paso.

Lo reconoció por su inconfundible aroma y las voces en su mente, esas que podía escuchar gracias al inusual vínculo en la Fuerza que compartían. Completó la imagen con los recuerdos de haberlo observado durante tanto tiempo como quien vigila a su presa, asignando a cada parte un movimiento y a cada forma un color, sintiendo el calor de su aliento entrecortado con el aturdimiento de un grito gutural que no termina de formularse y explota dentro de la garganta.

Un grito de batalla para una causa perdida. No dejaba de pensar en él desde su primer encuentro, la forma en que la miró como si fuera todo lo que él más tenía y más deseaba al mismo tiempo. El jedi podría ocultarle a sus pares que no la miraba con interés pero a ella no podía engañarla. Ella podía oír cada uno de sus pensamientos.

Dejó que él pensara que podía continuar, enviando en su mente las palabras que jamás diría en voz alta e imaginando su sonrisa arrogante le otorgó el acceso completo a su cuerpo y a su mente. Eso era todo lo que podía darle. En la oscuridad podía amarla con la misma pasión que aplicaba al luchar con ella, pero todo volvería a ser como antes al despertar. Ella sería el cazador o la presa, daba igual.

Ella no se asustó cuando sus manos grandes y seguras comenzaron a recorrer su cuerpo como si le perteneciera. De hecho, le gustaba la sensación de ser poseída por un extraño, uno que además podía esfumarse en cualquier momento como si fuera un mero producto de su imaginación afiebrada.

Pero no era un extraño, era su enemigo.

Él parecía no darse cuenta de lo que hacía, o estaba fingiendo no saber. Pero nada de eso lo detuvo. Ninguno de los dos articuló palabra mientras comenzaron las caricias urgentes, ávidas de consuelo y pertenencia. Él buscó sus pechos debajo de la camisa hasta encontrar lo que buscaba, ese lugar que ella tocaba a veces pensando en él, y una vez que lo hizo no se detuvo hasta notar que ella se arqueaba contra su espalda.

Tomó sin exigir nada a cambio, saboreando la sensación de tenerla a su merced y de hacer con ella lo que quisiera. Podría haber acabado con su vida, pero nada más lejano a sus deseos que eso. Lo que él deseaba era doblegar su voluntad, lograr que ella se perdiera en las brumas del placer que él le estaba proporcionando y luego se iría. Bastante inadecuado para alguien como él, con sus principios y sus reglas. Pero a ella le supo a victoria.

Ella no se resistió a su exploración y se dejó conquistar con alegría perversa, porque era una completa ironía de su parte dejarse vencer en una contienda íntima cuando era perfectamente capaz de defenderse a plena luz del día. Sabía que podría alejarlo. No quería hacerlo.

No hubo necesidad.

Sus manos eran precisas, tomando lo que ella dejaba a su alcance con apetito casi animal, alimentándose de su entrega y devolviendo besos desesperados en su esbelto cuello que le arrancaron suaves gemidos ahogados. Ella dejó que sus dedos encontraran el lugar que tanta atención necesitaba entre sus piernas y acompañó con sus caderas los movimientos circulares que él iba dibujando, aprisionando su mano hasta que sintió que una corriente eléctrica intensa sacudía su cuerpo en el primero de serie de orgasmos. En la oscuridad su visión se tiñó de colores y relámpagos, estrellas fugaces desfilaron frente a sus ojos a medida que regresaba a su cama, descendiendo en la espiral de placer que él había creado para ella. Sólo para ella.

Despertó sola, las sábanas aún tibias y llenas de él, prueba de que su intercambio fue mucho más real que un sueño.

...

La segunda vez, él estaba dormido.

Le daba la espalda, apoyado sobre su costado y con un brazo debajo de la cabeza a modo de almohada. Llevaba algo de ropa pero no mucha y estaba soñando con su encuentro anterior.

Ella no quería asustarlo así que decidió ir despacio, de la misma forma que él lo había hecho la última vez. No quería tomarlo por la fuerza, no sentía placer con eso. Prefería que él se abandonara a sus caricias y se rindiera a su toque, prefería que él supiera que había perdido aunque los dos lo disfrutaban en iguales proporciones.

Ella saboreó cada centímetro de su piel con las manos, deleitándose con sus jadeos entusiastas, tapando su boca para que nadie lo escuchara. A él le gustaba que lo hiciera. Ella no era ruda, no era necesario porque él le rogaba en silencio que lo hiciera. Se sentía bien.

No se cuestionó en absoluto su próximo paso, se concentró en presionar su cuerpo contra el suyo. Con el pecho casi desnudo rozando su fuerte espalda, fue trazando sus músculos con la yema de sus dedos, fascinada por la forma en que se tensaban debajo de ella. Sintió el latido frenético de su corazón cuando encontró su pecho en la túnica entreabierta, consciente de que nadie lo había tocado de esa manera jamás, y la noción de que tal vez lo estaba corrompiendo para siempre, hizo que su propia excitación le nublara el juicio por un momento, abandonándose en su propio mar de satisfacción.

Luego mordió su cuello para dejarle una marca, una prueba de que no estaba soñando. Prueba de que era suyo ahora y de nadie más, de que ella podría tomar de él lo que quisiera si le venía en gana. Él se estremeció, incapaz de protestar ni negarse, sometiéndose a ella con perversa resignación, sabiendo que tomaba una decisión que no tenía vuelta atrás. Y volvería a hacerlo cada vez que se le presentara la oportunidad.

Él aceptó la venganza de con nobleza, vencido pero en paz, desarmándose de placer cuando ella se colocó encima de su pecho y comenzó a bajar con sus labios hasta beber su excitación con largos y profundos besos. Ella notaba lo ansioso que él estaba por servirle, desesperado por darle todo, al igual que esa otra noche.

Pero esta vez ella revertiría la situación para demostrarle que sus instrumentos de tortura eran sutiles y efectivos, pero por sobre todas esas cosas, quería reclamar su placer y su devoción para siempre. Llegar hasta donde nadie había llegado con él, no sólo porque había hecho un juramento jedi contra el cual estaba atentando, sino porque sabía que jamás se habría permitido esa clase de intimidad con nadie aún sin Código de por medio.

Ella fue dejando besos cálidos y dulces en su cuello, su pecho y su abdomen, sin detenerse hasta llegar a la zona de su pantalón. Dejó que sus dedos atravesaran la escasa defensa de la tela para sentir el calor de su sexo, palpitando debajo de su mano en anticipación.

Su mente se volvió un torbellino, la calidez y energía contenida de su erección amenazaba con hacerle perder el control que había estudiado con tanta minuciosidad. Lo único que quería era hacerle sentir seguro, explicarle que no quería lastimarlo y jamás lo haría. Pero era un paso muy importante, incluso para alguien que ya estaba perdida para siempre en el fondo de sus propios impulsos primarios.

Pero no había nada que temer ni lamentar. En el medio de la fiebre del amor, a él le conmovió que ella se preocupara y sintió que con ese pequeño acto de nobleza había firmado a fuego la propiedad de su corazón, su alma y por supuesto, también su cuerpo.

Él le mostró su consentimiento sujetando su cabello con toda la delicadeza que su estado le permitió, tal vez imaginando lo exquisita que se vería con el cabello castaño cayendo sobre sus hombros.

Le instó a continuar con los labios lo que sus manos comenzaron, descubriendo que la sensación no se comparaba con nada que hubiera podido imaginar. Ella cubrió su longitud, haciendo círculos con su lengua y succionando suavemente hasta ya que él no pudo soportar el contacto de su boca húmeda contra su piel ardiendo de sudor y deseo.

Ella dejó que él impusiera el ritmo, mostrándole lo mucho que le gustaba lo que le estaba haciendo y cuando sintió la turbulencia de su orgasmo emanar de él, la recibió gustosa sin desperdiciar una sola gota, satisfecha y orgullosa con su obra.

Cortó la conexión poco después de eso y se durmió con su sabor dulce y salado en los labios.

La tercera vez, ella estaba lista.

Lo esperó desnuda, su cuerpo temblando por la anticipación. Estaban a mano, las oportunidades anteriores fueron un empate, porque su espíritu guerrero no le abandonaba del todo aún en las vísperas de la pasión.

Él se acercó como de costumbre, sabiéndose bienvenido y actuando como ella esperaba, feliz de caer en la trampa una y otra vez hasta que uno, o los dos ganaran. Soltó un gemido torturado cuando sintió su piel ardiendo y con gusto perdió tiempo recorriendo sus exquisitas curvas con las manos y los labios, dejando suaves caricias y besos que tenían respuestas en forma de leves sacudidas.

No podía verla, los dos temían encender una luz y que la realidad les mostrara eso que no querían ver, que lo que hacían no estaba bien a pesar de sentirse tan correcto. Podrían pretender que no era real siempre y cuando sus ojos no comprobaran lo que sus manos y sus labios exigían sin pensar.

Pero sí podía hablar, aunque no sabía bien qué decirle. Y si alguien los escuchaba, tal vez la magia se terminaba.

Ninguno de los dos quería eso.

Cuando su recorrido llegó hasta la unión de sus piernas, ella ya estaba completamente mojada. Con suavidad esta vez, le susurró al oído instrucciones que ella aceptó sin reservas, mientras preparaba su golpe final sin que él lo supiera aún. Él introdujo un dedo con lentitud abrumadora, no lo había hecho antes y tenía miedo de lastimarla, pero ella se abrió para él con tanto entusiasmo que instintivamente sumó uno y luego otro, para acariciar su clítoris con el pulgar mientras ella ascendía sin control y se derramaba como la miel en sus manos.

Se sentía poderoso, magnífico. Conocer cada uno de sus deseos y fantasías, poder cumplirlas superando sus expectativas. Ella jadeó incoherencias en su oído que para él tenían mucho sentido, desplegada sobre su pecho y rodeándola con ambos brazos para que sintiera que aún estaba allí, que él era quien le producía esas sensaciones y que no la dejaría ir nunca más.

Ella notó que él también esperaba su encuentro con ansias porque no llevaba su ropa de dormir. Su excitación, esa que ella había probado antes con su boca, se apretaba con dureza en su espalda y se acomodaba entre sus glúteos con gloriosa perfección; porque cada vez que ella se movía de arriba hacia abajo, sostenida por sus dedos, él soltaba un gemido y se acercaba a la culminación tanto como ella.

Pero apenas estaban comenzando. No se lo iba a poner tan fácil esta vez.

Una vez que recuperó el control que felizmente había cedido, ella giró para aprisionarlo contra el colchón, colocándose encima de él de manera que sus piernas le rodeaban la cintura. Dejó que él reaccionara pero no dejó que sus manos vagaran por su cuerpo, indicándole que debía permanecer quieto y en silencio mientras ella hacía lo que quería con él. Y por si esto no fuera suficiente, reforzó sus directivas sujetando ambos brazos de él con una mano. Al fin y al cabo ella era poderosa y conocía sus puntos débiles. Aunque él no protestó como a ella le hubiera gustado, tuvo el descaro de sonreír y disfrutar del espectáculo.

Su soberbia hizo que estallara una carcajada maliciosa en el pecho de ella, apenas audible, porque no quería despertar a los guardias que cuidaban la entrada de sus aposentos. Si ellos supieran la clase de batalla que la emperatriz estaba lidiando ahora, seguramente la acusarían de traidora, pero ella se resistía a dejar que la realidad irrumpiera en el encuentro mientras dejaba besos ardientes y pequeños mordiscos en el cuello del jedi, sintiendo cómo le costaba controlar su garganta para no gritar de placer. Quien sabe en qué lugar se encontraba él ahora y con quienes compartía asilo, ella no quería averiguarlo. Le bastaba con saber que al menos le pertenecía por un rato y él no respondía a ningún tonto Código. Sólo a ella.

Con su mano libre le acarició el rostro, no pretendía ser suave ni gentil cuando rozó sus labios con el pulgar para humedecerlo, sintiendo su mirada quemándola como el fuego a pesar de estar en plena oscuridad. Él podría ser su prisionero pero ni aún eso podría limitar su deseo y reprimir su ingenio, esa lujuria que ella había despertado y ahora manaba de él sin control. La sorprendida fue ella cuando él se defendió de su agarre pasando la lengua alrededor de sus dedos, lamiendo la palma de su mano mientras ella la apoyaba contra su boca para que no hiciera ruido. La sensación hizo que ella estallara de nuevo, desde la punta de sus pies hasta la zona que él seguía atacando, y al final la pasión cedió, logrando que ella aflojara el agarre y él, liberado, colocara las manos en su cintura, que se sentía pequeña y deliciosa.

Ella se recuperó enseguida del contraataque y colocó sus manos sobre las de él, moviéndose contra la zona baja de su musculoso abdomen para frotarse en vaivén, jugando con su cuerpo mientras él volvía a sumirse en las tinieblas de la fascinación. Incapaz de liberarse de su férreo agarre, él arrastró las manos hasta sostener sus glúteos y los presionó con avidez, dejando marcas en la suave y blanca piel de la emperatriz que con suerte sus damiselas no verían al ayudarle con su baño. Al hacerlo rozó contra su miembro, erecto y ansioso por estar dentro de ella, pero incapaz de cumplir su misión en tanto permaneciera cautivo.

Ella se detuvo de repente, con la respiración en vilo y él supo que otro orgasmo estaba llegando. Su cuerpo se movió solo, aprovechando sus defensas débiles y sus sentidos nublados por la pasión. Giró con ella encima hasta quedar sobre su cuerpo aún latiendo con los espasmos del amor, pero no se apresuró a reclamar lo que ya sabía que sería sólo suyo. En cambio, empezó a atormentarla pellizcando sus pezones con la boca y descubriendo otros usos para su lengua, de manera que ella permaneciera en estado de constante excitación mientras bajaba y subía su respiración, y su conciencia regresaba por momentos para recordarle quién era y qué quería de él.

Todo.

Ella presionó su cabeza contra su pecho, ahogando los gemidos de placer en la garganta de él mientras tomaba su miembro y lo movía de arriba hacia abajo con la palma de la mano, la muñeca cerca de su glande y los dedos hundiéndose en la mata de vello oscuro y profuso.

Se tocaron de manera más intensa mientras ella aumentaba el ritmo de sus caricias y lo envolvía con sus piernas para que sus manos encontraran el camino hacia su intimidad. Acoplados así, encajaban perfectamente, como piezas de un mecanismo más antiguo que ellos, más misterioso que esa conexión que poseían y más dulce que el manjar más exquisito de la Galaxia.

El tiempo parecía congelado, estático en el aliento de ella que se resistía a emitir sonidos pero se delataba con suspiros y apretando sus paredes contra los dedos de él. Siempre al borde del precipicio, sin decidirse a saltar, ambos encontraron alivio casi al mismo tiempo cuando él susurró palabras de amor en su oído y ella perdió el mínimo control que le quedaba.

El entrenamiento y la meditación de él terminó cuando ella correspondió sus sentimientos, gritando sólo para él que era suya por siempre y que era hora de terminar lo que había empezado unas noches atrás. Irguiéndose sobre ella, se apoyó en los codos y se introdujo con abrumadora lentitud en su entrada completamente húmeda y estimulada por las caricias, sintiendo que todo tenía sentido al fin. Las batallas, los golpes, las diferencias quedaban fuera de foco cuando estaban así, entregándose lo único que tenían, lo único que les pertenecía de verdad. No le debían nada a nadie.

Las suaves embestidas poco a poco fueron haciéndose más rápidas y profundas, hasta que los dos se acoplaron a un ritmo frenético que los sacudió hasta el mismo centro de sus almas.

Cuando él colapsó sobre su pecho, ella alcanzó el clímax otra vez y sus brazos lo rodearon, clavando sus uñas en su amplia espalda y hundiendo el rostro en el hueco de su cuello para llenarse de su aroma. Él hizo lo mismo con su cabello, enredándose entre las finas hebras que conocía tan bien y besando su frente, sus párpados cerrados y sus labios, en los que se detuvo un poco más de tiempo, porque jamás tendría suficiente de ellos.

Se quedaron dormidos de esta forma y así recibieron el día, manteniendo la conexión abierta durante tanto tiempo que ambos terminaron agotados pero felices de haber encontrado en brazos del otro, algo que en adelante podrían llamar hogar.

...