Tradición e Innovación

—¡Estoy en casa! —anunció. Colgó el abrigo en el perchero, arrojó descuidadamente las llaves en el tazón.

Gracias a la aplicación del sistema de seguridad, Byakuya sabía que Senku estaba en el departamento, ocupado en algún proyecto, puesto que no le había contestado el saludo. Echó un vistazo en la cocina, nada, se dirigió al cuarto de su hijo, que mantenía la puerta cerrada, golpeó dos veces antes de abrir la puerta, despacio, dando oportunidad de esconder la evidencia en caso de ser necesario —Senku jamás había dado indicios de estar interesado en esos temas, pero los chicos merecen privacidad.

—¡Senku! —saludó con efusividad.

—Hola papá, no te oí llegar —contestó Senku, levantándose los audífonos de diadema que llevaba puestos—, estaba terminando de hacer una pieza.

—O tenías la música muy alta —molestó juguetonamente. Le quitó la diadema a Senku y se la colocó para espiar los gustos musicales de su hijo.

Pero no lo recibió ninguna banda de rock o música instrumental como había sospechado. De hecho, ni siquiera era música, se encontró con los susurros de lo que parecía ser un muchacho.

Este es un mazo de cartas de baraja española; al igual que la baraja francesa e inglesa, los naipes españoles se dividen en cuatro familias que son: oros, copas, espadas, y bastos. Estéticamente me parece más llamativa que la bara-

Byakuya le regresó los audífonos a Senku.

—¿Estás ayudando a un amigo a tener más visitas en su video?

—No —el rostro de Senku enrojeció—, escuchando ASMR me concentro mejor.

—Ya veo. No sabía que te interesan las diferencias entre cartas españolas, francesas y eso.

—No es el tema, es la voz de ese tipo. ¿Y no quieres ver la pieza que acabo de diseñar?

—¡Sí! Dime cuántas necesitas y te las imprimo en la Universidad.

Byakuya suprimió una risita, le provocaba demasiada ternura ver a Senku avergonzado, en especial por algo tan insignificante.

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Senku estaba creciendo rápidamente, a pasos agigantados como le gustaba decir frente a él para molestarlo. Aún así, los domingos mantenían la tradición de salir juntos, pasear un rato y conversar a gusto, en caso de que hubieran estado muy ocupados esa semana. Tenían su propio sistema para elegir quién decidía la salida familiar, hasta ahora había funcionado bien.

—Creo que es más fácil si lo dividimos una semana tú, la siguiente yo, y así sucesivamente.

—Tonterías —Byakuya se ajustó los lentes de seguridad—, lo dices porque tienes miedo de perder.

Senku rodó los ojos.

—Te he ganado cada domingo desde que aprendí a programar. Sólo quería darte la oportunidad de seleccionar el paseo de hoy.

—O, lo dices porque tienes miedo de perder.

La batalla entre los pequeños robots comenzó, las únicas reglas que tenían entre ellos eran no ser especialmente sanguinarios, ni destruir el robot del oponente. Como de costumbre, el robot de Byakuya fue inmovilizado por el de su hijo.

—No lo puedo creer —lloriqueó—, derrotado por mi propio vástago, así me pagas todo lo que he hecho por ti.

Senku se llevó el dedo meñique al oído, sonriendo petulante ante la victoria.

—Traté de darte la oportunidad.

—¿A dónde quieres ir?

—Abrieron una exposición temporal de "Doraemon" en el Miraikan, es sobre la influencia de Doraemon en el ámbito científico actual.

Byakuya asintió, contento ante la emoción de su hijo. Le parecía curioso que Senku hubiera dejado a tan temprana edad una de las distracciones y entretenimiento icónico del país, dejando de consumir anime a tan temprana edad, pero era interesante lo que esa única serie lo había marcado. Algo totalmente tierno y curioso, como Byakuya veía a su hijo en general.

Era un día soleado, brillante, pero sin ser excesivamente caluroso, es decir, era un día ideal para salir, como dejaron ver los asistentes al museo.

Ni Senku ni Byakuya eran ajenos al Miraikan, habiendo estado ahí en múltiples ocasiones, admirando sus exposiciones permanentes tanto como temporales, y aunque disfrutaban de observar todo con tranquilidad, decidieron encaminarse directo a la sala de Doraemon, puesto que había muchas familias con niños, no era difícil adivinar que tenían el mismo destino.

Se encontraban caminando a través de la zona "Crea tu futuro", comentando los robots que se encontraban a su paso. Byakuya súbitamente recordó que uno de sus compañeros de JAXA había contribuido para un objeto nuevo, que le gustaría ir a verlo cuando terminaran el recorrido del gato cósmico.

Senku no iba mirando al frente, había seguido caminando mientras mantenía la atención en un robot de Inteligencia Artificial que saludaba a un grupo de niños, le explicaba a Byakuya sobre una IA en la que estaba trabajando como proyecto extracurricular, cuando se dio un fuerte tropezón frontal contra otro visitante. Senku y la otra persona cayeron al piso sobre sus traseros.

—¡Disculpa! —dijo prontamente el extraño, un joven delgado de cabello gracioso, pues tenía un lado de fleco más largo que el otro. —No iba poniendo atención.

Senku se levantó antes y ayudó al chico a ponerse en pie también, Byakuya apenas iba a preguntar si estaban bien, pero le pareció que su hijo actuaba de una forma un tanto extraña, se quedó callado observando.

—No —Senku negó con la cabeza—, descuida, yo tampoco iba mirando al frente —en el piso habían quedado unas gafas de sol y un tríptico abierto por la mitad, Senku se agachó a recogerlos y se los entregó al chico. "Gracias." —¿Estabas buscando esta sala? —preguntó.

—Sí —dijo el joven de fleco irregular—, lo que pasa es que tengo años de no venir, entonces no reconozco nada y me perdí.

—No te preocupes, sube al tercer piso por el ascensor de allá —señaló—, cuando salgas camina derecho, y a unos cinco metros verás la sala temporal a la izquierda.

—Oh, muchas gracias…

—Senku.

—Muchas gracias, Senku-chan. Eres mi héroe.

—De nada —respondió Senku.

Ambos Ishigami vieron al joven alejarse hasta que se adentró en el elevador, él y Senku se despidieron con un movimiento de la mano hasta que las puertas se cerraron.

—¿Qué fue eso, Senku-chan? —preguntó Byakuya.

—Sólo fui un buen samaritano.

—Claro que sí, Senku-chan. Eres todo un caballero, Senku-chan —batió sus pestañas.

Senku sonrojado, rodó los ojos con fastidio.

—¿Y a dónde quería ir nuestro amigo, Senku-chan?

—A la exposición "Historias de Amor" —su rubor aumentó.

—¡Eso es tan tierno, Senku-chan! —"¡Ya basta con lo de Senku-chan!" —Pero no conseguiste su nombre. Ni su número.

Reanudaron su andar a la sala Doraemon.

—Eso parece —Senku se encogió de hombros—, pero yo sí sé quién es.

—¿Sí? —Byakuya ladeó la cabeza—, ¿un compañero de la escuela? No lo reconocí.

Senku se llevó las manos a los bolsillos del pantalón, caminando torpe y mecánicamente. Byakuya guardó su risita divertida, fue muy difícil no tomarle una fotografía para conmemorar el momento.

—¿Recuerdas el video ASMR del otro día? —Byakuya asintió—. Es él.

Byakuya giró el cuello cómicamente, aunque ya era tarde, el joven ya habiéndose marchado tiempo atrás.

—¿Era alguien famoso? —preguntó con emoción.

—No sé cuál es tu definición de famoso, pero ya deja el tema.

Senku entró a la exposición de Doraemon haciendo pucheros, pero se le fue pasando conforme veían los objetos y mensajes para el público.

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Se miró al espejo, quedó anonadado ante las ojeras y piel seca que atestaban su rostro. ¿Era tan viejo? No, no, era la falta de sueño, el exceso de trabajo. Era la una de la mañana en Florida, o sea que eran las tres de la tarde en Tokio. Se lavó los dientes, el rostro. Dios… Tenía tanto sueño.

Esperó la confirmación de Senku de que podía empezar la videollamada. Miró la cama de reojo, el colchón y las almohadas le hacían ojitos, pero no, como Jesucristo en el desierto —qué bueno que no era creyente, porque seguro eso era blasfemia—, no se iba a dejar ganar por la tentación. Estaba seguro de que si se acostaba quedaría rendido en un santiamén.

"Sí, llámame."

Se dio un par de golpecitos en la cara para espabilarse. Podría estar a nada de desmayarse de cansancio, pero eso no le iba a dejar ver a Senku, a él tenía que mostrarle su faceta fuerte y positiva.

Cogió el teléfono e inició la videollamada.

—¡Senku! —gritó con efusividad. —¡¿Cómo estás?!, ¡¿cómo te fue en la escuela?!

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A Byakuya le encantaba que, a pesar de ser tan inteligente, Senku no tuviera dificultades en hacer amigos. Era bastante agradable llegar al departamento y escuchar las risas de los muchachos.

—¡Hola! —saludó al encontrar al grupo en la sala.

—Byakuya —respondió Senku.

—Señor Ishigami —saludaron Taiju y Chrome.

Los tres jóvenes se levantaron para ayudarlo a cargar los víveres y guardarlos en la cocina.

—¿En qué están trabajando hoy?

—Modificamos un auto de radio control para que tuviera un sistema de auto pilotaje —informó Senku—, es un prototipo para un proyecto de caridad.

—¿Ah sí?

—¡Es una idea muy malota! —intervino Chrome—. Con esto podremos ayudar a la gente con discapacidad visual.

Taiju asintió.

—Senku dijo que si salía todo bien, podríamos trasladar el control del carro a un perro robótico.

—¿Como los que usa la policía?

—Bueno —Senku se rascó la oreja con el meñique—, faltan muchas pruebas para eso. Bastantes, diría yo.

—Tengo un colega en la Universidad que podría ayudarlos, hizo su tesis de la carrera en un tema similar.

Comieron alegres, conversando de sus días en la escuela y en el trabajo, todos riendo de las anécdotas graciosas que contaba Taiju.

Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras oía a los muchachos jugar videojuegos en la sala. Lo tranquilizaba saber que su hijo no se quedaría solo mientras él estuviera en la Estación Espacial Internacional, todavía faltaban varios meses, pero no estaba de más asegurarse.

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Byakuya se despidió de sus colegas, contento de que la junta se hubiera acabado temprano. Las clases de ese día se habían cancelado, por lo que tenía el resto del día libre.

Pasó por su oficina sólo para dejar las indicaciones de las siguientes tareas, y llevarse sus cosas. Por primera vez en semanas llegaría a casa antes que Senku, revisó su reloj, incluso tenía tiempo de ir por un postre para celebrar sin ningún motivo en especial.

Se detuvo en la pastelería, regresó caminando a su departamento con muy buen humor. Tachó su idea anterior, un viernes de salida temprano y un fin de semana sin trabajo era en definitivo objeto de celebración.

Elevó la vista al cielo, el sol estaba tan intenso que le picaba la piel; consideró el plan de rentar un auto e irse a playa, ya le preguntaría a Senku si le parecía bien y si quería invitar a sus amigos.

Casi se le caen el pastel y el maletín ante la sorpresa de ver a Senku en un parque cercano al edificio. Su hijo no estaba haciendo nada raro, es más, estaba muy tranquilo, sentado en un columpio. Lo impresionante era con quién estaba hablando.

Abrió mucho los ojos. Se acercó con cautela, no queriendo llamar la atención. Era el chico del fleco irregular con quien se habían topado en el museo.

Casi se pone a llorar. Senku se veía tan sonriente platicando con aquel joven. Charlaban con tanta familiaridad que parecían tener años de conocerse, pero a la vez eran notorias las señales del nerviosismo en los dos: Senku agitaba la pierna cada tres minutos, y —¡ay!— el otro chico se acomodaba la mitad de fleco largo detrás de la oreja. Las lágrimas eran inevitables, Senku estaba creciendo, y todo sucedía delante de sus ojos. Pero bueno, ya. Basta de interrumpir la privacidad de los muchachos.

Una vez que entró al departamento le envió un mensaje a Senku, avisándole que ya había llegado, por supuesto no se sorprendió cuando la réplica tardó en aparecer. Estiró el cuerpo, hacía mucho que no preparaba una comida compleja, justo ese día tenía tiempo suficiente, puso manos a la obra.

—Estoy en casa —oyó decir a Senku.

—Bienvenido —respondió desde la cocina.

—Huele bien —comentó su hijo, sentándose a la mesa, colgando la mochila en el respaldo de la silla.

—Como salí temprano tuve tiempo de cocinar. Pensé que ibas a venir con Taiju y Chrome —dijo Byakuya con suspicacia—, por eso hice un poco extra.

Byakuya colocó en la mesa sendos platos de katsudon, sopa miso, y edamames fritos.

—¿Cómo te fue hoy? —preguntó una vez que se hubo sentado frente a su hijo.

—Bien —contestó Senku antes de darle la primera mordida al katsudon—, nuestra clase se va a encargar de ayudar en la producción de la obra para el festival de verano.

—¿Vas a actuar en la obra? —inquirió.

Senku soltó una carcajada.

—Claro que no, nuestra clase se va a encargar de hacer el vestuario y la escenografía.

—Ya, pues suena divertido. ¿Qué obra es?

—Ah —Senku se sonrojó—, es una pieza original. La eligieron mediante un concurso anónimo.

Byakuya se mordió los labios para no dejar de escapar un grito de emoción, ya se imaginaba la historia. Mantuvo la compostura, esperando oír la versión oficial.

—¿De quién es?, ¿alguien que conozcamos?

—Umm pues… más o menos —Senku se ruborizó aún más.

Byakuya se limpió la comisura de la boca para aparentar.

—¿Cómo más o menos?

—Se llama Gen Asagiri —musitó—, es un mago… digo- Mentalista… A veces sube algunos videos a YouTube.

—No me suena.

Senku agachó la mirada, como si la mesa le estuviera llamando.

—Es el del video ASMR, con quien nos topamos en el museo.

—¡Ah! Creo que ya recordé, Senku-chan —se mofó.

—No empieces.

—Ya, ya, era sólo un chascarrillo.

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Martes trece. Recordó un viejo dicho español que rezaba que en martes ni te cases, ni te embarques, ni de tu casa te apartes. Suspiró. Quizás los españoles y los japoneses tenían más en común de lo pensado en lo que a supersticiones se refería.

Justamente esa había sido una de sus peores mañanas. Y apenas iban diez horas del día. Se le había reventado un seguro del maletín, dejando caer el contenido en un charco lodoso, se trataba de los comentarios que había hecho para la tesis de un alumno; era su culpa, claro, aceptó un borrador en físico en vez de un documento digital. Además de eso, se le había tirado el café encima, en su camisa blanca favorita. Y había pisado un chicle recién ingresando al edificio de la Universidad.

—Disculpe, profesor Ishigami, ¿tuvo tiempo de revisar mi tesis?

—No —se volvió hacia el estudiante con una expresión siniestra en el rostro—, no, disculpa. Pero creo que no me enviaste el archivo actualizado.

—Recuerde que se lo entregué impreso.

—No, no me acuerdo —avanzó raudamente por el pasillo—. Envíamelo, por favor.

—Pero profesor…

—Envíamelo, por favor —repitió en un tono de voz severo que era muy raro de él que utilizara.

Se dejó caer en la silla apenas entró a su oficina. Tenía más de una docena de correos en la bandeja de entrada. De la NASA, de JAXA, de la administración de la Facultad y… ah, por supuesto, era la fecha límite que tenía para calificar las tareas.

—Profesor Ishigami —lo interrumpió la voz de su secretaria—, lo llaman de la preparatoria, su hijo tuvo un accidente.

Entró corriendo a la preparatoria, yéndose directo a la enfermería para buscar a Senku, lo encontró sentado en una camilla con el pie derecho entablillado, lo acompañaban la enfermera y un maestro.

—¡Senku!, ¿qué te pasó?

—Estábamos trabajando en la escenografía de la obra, yo estaba arriba de una escalera, me distraje y me caí. Pero no me pasó nada.

—Eso lleva diciendo una hora —informó la enfermera—, tiene roto el pie y no nos dejó llamar a la ambulancia.

—Tampoco es una emergencia —masculló Senku.

—No se preocupen, yo lo llevo.

Salieron ya noche del hospital, Byakuya por completo agotado y Senku con el pie enyesado. Pidió una pizza por teléfono apenas llegaron al departamento, los estómagos de ambos gruñían debido a la falta de alimentos. Sólo entonces pudo reparar en la migraña que había tenido desde que empezara el día.

—Senku, ya es media noche y tienes clases por la mañana. Vete a dormir, por favor —repitió por tercera vez. Nunca había regañado a su hijo, pero quizás ese comportamiento lo ameritaba.

—Aún no tengo sueño —se defendió con una patética excusa.

—Por favor. Tienes ojeras y no paras de bostezar, ¿por qué no te quieres ir a acostar?

—Verás…

Fue interrumpido por el tono del timbre. Senku abrió mucho los ojos, Byakuya alzó una ceja.

—Es para mí —informó su hijo—, yo voy.

—Tonterías, quédate ahí sentado. ¿Quién será a esta hora? —murmuró para sí mismo.

Oh vaya, con razón. Byakuya recompuso la expresión de su rostro apenas abrió la puerta.

—Hola, buenas noches —dijo el joven que esperaba en el pasillo—, disculpe, ¿es usted Byakuya-san?

—Tú debes ser Gen, Senku me ha hablado mucho de ti. Pasa, por favor. Él está por allá en la sala, pasa con confianza.

Se dirigió a la cocina a preparar un poco de té para la visita, podía escuchar desde allí la conversación de la estancia.

—Sí viniste —decía Senku.

—Claro que sí, Senku-chan —respondía Gen—, quería venir antes pero no podía dejar el trabajo.

—Lo importante es que te hiciste responsable del daño que causaste.

—¿Eh? Ahora resulta que estás así por mi culpa, imposible.

—Me distraje porque me llegó un mensaje tuyo, así que no le veo de otra, tú eres la razón de mi fractura.

—Eres muy feo conmigo, Senku-chan, sólo por eso me quedaré con el regalo que te traje.

Escuchó a Senku reír.

—Sólo bromeaba, anda, quiero ver mi regalo.

—Está bien, sólo porque te diste un buen golpe.

La conversación se tornó a un tono de susurros que Byakuya ya no pudo distinguir. Sonrió. No sabía si había algún dicho japonés o español al respecto, pero el miércoles catorce ya tenía mucho mejor pinta que el día anterior.

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Ante todo sea dicho que Byakuya era un hombre que abrazaba la modernidad, la innovación, las nuevas generaciones. Él era, sin duda alguna, un tipo de mente abierta, no ignorante ante los deseos y luchas de la generación actual.

Pero aquel sábado por la tarde no pudo sino preguntarse si quizás las nuevas generaciones iban demasiado lejos, ignorando la cortesía, viviendo en libertinaje en vez de en libertad. ¿Ya no había nada sagrado?, ¿las tradiciones ya no importaban a nadie? Una falta total de respeto.

—Disculpa, chico —dijo mientras servía la comida en la mesa—, no te oí por la olla de presión. ¿A dónde dijiste que iríamos mañana?

—Ah, sí. Te decía que mañana no podré salir. Voy a acompañar a Gen, quiere comprar material para uno de los trucos que está preparando, y además veremos la última película que salió.

—Oh. Okay, okay, okay. Sí que tendrás un itinerario apurado mañana. Okay, okay, okay. No, no te preocupes.

Pasó aquel domingo de la misma forma que lo hacía hace más de diecisiete años, cuando todavía no era un padre: tumbado en el sofá de la sala viendo el béisbol, acompañado de un six bien helado y una bolsa de cacahuates.

Pronto sería olvidado y desplazado como el viejo irrelevante y vergonzoso que era.

—Salud —inclinó la cerveza hacia la televisión, viendo sin ver el partido de los Dodgers contra los Cubs.

Era injusto lo rápido que crecían los hijos.

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No era normal que Byakuya fuera olvidadizo, sólo que la época de finales es pesada tanto para maestros como para alumnos, en especial para un hombre que estaba en proceso de viajar a la Estación Espacial Internacional. Tenía formularios que llenar, exámenes que tomar, correos por confirmar, todo esto en la laptop especialmente configurada que le había otorgado la JAXA para trabajar. La cual había dejado en casa.

"Ya llegué a la Universidad. En cinco estoy en tu oficina."

El estrés se redujo considerablemente al leer el mensaje de Senku, y desapareció por completo cuando su hijo llegó en el tiempo exacto.

—Muchas gracias —le dijo a Senku mientras recibía la mochila de su laptop laboral—, por accidente me traje la personal.

—Las tres tazas de café que te tomaste en la mañana tampoco iban a hacer milagros si no dormiste nada —reprendió Senku.

—Te prometo que ya voy a descansar. Es más, hoy llego a casa y me voy directo a dormir.

—Ojalá.

—Sí. Oye, por cierto, llegaste muy rápido. ¿Cómo le hiciste?

—Gen me trajo, tiene auto.

—Oh —parpadeó—, ¿sus padres se lo prestan tan fácilmente?

Senku negó con la cabeza.

—Gen vive solo. El auto es de él.

Byakuya entornó los ojos. Procesando lentamente la información. Ambos se miraron a los ojos, sin decir nada. Su agotado cerebro tardó en asimilar aquellas palabras.

—¿Gen es mayor de edad? —gritó asustado. —Oh Dios mío, no me digas que tiene treinta años. Senku, rápido, dime si te ha obligado a hacer algo que no querías —lo sujetó por los brazos y lo agitó, exigiendo respuestas—, dime si te obligó a hacer algo que no querías. Oh Dios.

—¿Qué demonios? Oye, cuidado con mi pie —gritó a su vez Senku. Zafándose del agarre. —Sólo es tres años mayor que yo, tranquilízate. Además —se sonrojó—, no hemos hecho nada de lo que crees. Sólo somos amigos.

Por segunda vez en menos de diez minutos, Senku le había evitado una crisis de pánico. Aunque claro, la segunda la había provocado él mismo.

—Espera. Diecinueve años es muy joven para vivir solo y tener su propio vehículo.

—Sí, bueno, eso es historia para después, ya tengo que irme.

Padre e hijo se despidieron agitando la mano. Cuando estuvo solo de nueva cuenta, abrió su laptop. Todavía tenía tanto por hacer en tan poco tiempo.

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Byakuya tomó asiento en la tercera fila, dispuesto a no perderse ningún detalle de la obra. Senku y sus amigos no tendrían ningún papel como actores, pero se habían esforzado mucho para crear el vestuario y la escenografía. Eso sin mencionar que el autor de dicha puesta en escena era el nuevo amigo especial de su hijo.

Anunciaron la tercera llamada, y terminaron de apagar las luces por completo. El telón se abrió, dejando ver a una pequeña niña rubia en el centro, Byakuya la reconoció como Suika, la hermanita menor de Kohaku.

—A veces escucho una voz que llama mi nombre —comenzó a decir la pequeña, llevándose una mano al oído. —Es muy raro, la voz sólo me habla de noche. Además hay días en que calla, y aumenta el volumen poco a poco, conforme pasan los días. Llega un punto en que me está gritando, luego me habla, luego susurra, después nada.

Se elevó un telón secundario detrás de Suika, mostrando un paisaje del cielo nocturno, un fondo azul oscuro decorado de pequeños foquitos para simular las estrellas, y una hermosa lámpara de luna en fase menguante brillaba con una luz preciosa.

—Hikari… Hikari…

—¡Aquí estoy!

—Hikari, ven conmigo —decía la voz.

—¿A dónde?

—Hikari. Ven.

Suika se fue corriendo a la izquierda, desapareciendo del escenario. El telón se cerró, la audiencia aplaudía. La cortina volvió a abrirse, la lámpara ahora mostraba la luna en su fase más plena. Del lado derecho, otra niña rubia, un par de años mayor que Suika, caminó hasta el centro del escenario.

—Aún no sé de dónde viene la voz, pero descubrí que la intensidad de su llamado varía con las fases de la luna. Se esconde en noches de luna llena y clama con la luna nueva.

La niña se llevó ambas manos a los oídos, cerró los ojos.

—Me he acostumbrado tanto a oírla, que la extraño cuando no está.

Las luces principales se apagaron, el escenario era iluminado únicamente por las estrellas del fondo, la lámpara cambió de fase hasta llegar a luna nueva, unas tenues luces iluminaron a la niña otra vez.

—Hikari… Hikari…

—Aquí estoy.

—Hikari, ven.

—Siempre me llama —dijo la pequeña al público—, pero jamás me contesta. Yo quisiera conocer al propietario de aquella voz. Puedo sentir que me quiere mucho, y creo… y yo también le quiero. Ha estado junto a mí desde que puedo recordar.

—Hikari, estoy sola.

La niña rompió en llanto.

—¿Y cómo puedo ir contigo?

—Hikari, tengo miedo.

El telón se cerró. Byakuya aplaudió. Un joven de cabello largo sentado junto a él se removió en su asiento, parecía querer ponerse de pie por la emoción.

La siguiente escena transcurrió en el campo. El fondo era un adorable paisaje rural, la pequeña rubia de recién caminaba ayudando a un adolescente vestido de anciano. Los dos se sentaron a comer un picnic.

—Abuelo, ¿la gente puede vivir en la luna?

—¿La luna? Pero qué cosas dices.

La niña procedía a relatar la experiencia de la voz y su relación con las fases de la luna. El abuelo, enjugándose los ojos, mandó a su nieta a hacer un mandado de regreso a su casa, sólo para quedarse a solas con la audiencia, explicando entre sollozos que su hija había dado a luz a gemelas en una noche de eclipse lunar. Limpiándose las lágrimas, narraba que ni su hija ni su nieta menor habían resistido el parto.

Byakuya arrugó el panfleto del festival en sus manos.

Lastimosamente para el abuelo, Hikari había escuchado todo. El resto de la obra se desarrollaba en Hikari investigando más a fondo sobre su hermana que no pudo ver la luz del día, llegando a descubrir que su mamá la había llamado Yami. En el preciso momento en que Hikari pronunciara en alto el nombre de su hermana, una fina lluvia plateada cayó sobre ella.

Finalmente, Hikari tenía una charla con su hermana, le pedía que fuera paciente, que sin importar cuántos años pasaran, todos los días iba a pensar en ella, a recordarla, a quererla, y que, cuando llegara el día, estarían reunidas las dos.

—Te estaré esperando, Hikari —susurraba la vocecita, mientras las luces se apagaban y se iba cerrando el telón.

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El resultado no pudo ser otro. Esperó a Senku afuera del edificio, cálidas lágrimas brotaban sin cesar de sus ojos. Apenas vio a su hijo lo abrazó con todas sus fuerzas.

—¡Senku! —gritó—. No me dijiste que sería una historia tan triste.

—Suéltame —pedía Senku entre dientes—, no seas absurdo, no podía adelantar la trama. Además, deberías culparlo a él —señaló—, que fue quien la escribió.

Byakuya miró a donde Senku apuntaba, Gen permanecía quieto sin decir nada, con una sonrisa tímida en sus labios. Volvió a conmoverse. Soltó a Senku y se dirigió a aquel joven, lo abrazó afectuosamente también; no pudo ver la cómica expresión de incredulidad que Senku ponía ante tal gesto.

—Gen, no sé cómo pudiste escribir algo tan triste —lloriqueó—, pero si necesitas un adulto con quien hablar aquí estoy.

—Gracias, Byakuya-san.

—Papá, déjalo ir por favor…

Guardó el ofrecimiento de salir a cenar los tres juntos para otro día, decidió dejarlos disfrutar el festival de verano a solas. Él, feliz, se paseó por los iluminados puestos de comida y juegos de destreza, andando sin preocupaciones, disfrutando la noche.

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Con mucha dificultad abrió los ojos. Le dolía la espalda; otra vez se había quedado dormido trabajando hasta tarde en su escritorio. Se enderezó con dificultad, una manta que le había estado cubriendo los hombros se deslizó por su espalda. En el display de su laptop, ahora apagada, había una nota de papel: "salí con Chrome y Kohaku. Puse la cafetera y hay ramen en la estufa. Regreso en la tarde ~Senku". Sonrió.

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El clima estaba fatal, especialmente en la zona del aeropuerto: lluvia y pesados bancos de niebla. Para acabar de empeorar todo, un huracán que había cambiado su rumbo azotaba Florida también, alterando el pronóstico de los siguientes días.

Byakuya no tuvo necesidad de informar lo sucedido, prontamente le llegaron correos de JAXA y NASA, diciendo que el viaje se posponía hasta nuevo aviso. Suspiró aliviado, era difícil admitir que le daba miedo dejar a Senku solo tanto tiempo —un mes, para ser precisos—, aunque su hijo fuera tan serio y responsable, en realidad agradeció internamente tener más tiempo para estar con él.

Pensó en pasar la noche en el hotel y volver a casa a la mañana siguiente, después de todo él no corría con los gastos, estaba lloviendo, y ya era ciertamente tarde. Pero las ganas de ver a su hijo lo sobrepasaron, por lo que con su equipaje en mano, abordó un taxi para volver a su hogar. Escribió un mensaje de texto, lo borró enseguida, rio con suavidad, seguro que Senku se sorprendía de verlo tan pronto.

Entró al departamento con sumo silencio, moviéndose como ninja. Dejó la maleta en el recibidor, ya la acomodaría después. Las luces de la estancia y la cocina estaban apagadas. Su reloj de muñeca marcaba las once de la noche; muy temprano para que Senku estuviera ya dormido, considerando que estaban a viernes. Las gotas de lluvia golpeaban contra las ventanas, el departamento estaba fresco.

Avanzó de puntillas por el pasillo. Sonrió al ver la luz saliendo de la recámara de su hijo, que por cierto, no había cerrado la puerta, sólo la había emparejado.

La desgracia, como suele suceder, la vivió en cámara lenta.

Rompiendo por primera vez su hábito de tocar la puerta antes, entró al cuarto de su hijo. En el fondo, la televisión estaba encendida, transmitiendo un ignorado documental de Neil deGrasse Tyson. En el plano principal, Senku recostaba a Gen sobre su cama, ambos besándose como si no hubiera mañana. No supo quién reaccionó antes, o cómo es que cada uno de ellos cayó en cuenta sobre el papel que representaban, pero los gritos no se hicieron esperar.

—¡Papá!

—¡Lo siento!

—¡Sal de aquí!

—¡Ya me estoy yendo!

—¡Oh Dios!

—¡No vi nada!

—¡Cállate de una vez!

Ciertamente fue el menor de los males, razonó Byakuya mientras hacía té, no era como si los hubiera atrapado en una posición más incómoda. Sollozó con temor, debió quedarse en el hotel.

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Al ser un hombre de ciencia, Byakuya estaba abierto a la innovación. Esa mañana, decidió, ocurriría un evento importante que marcaría el futuro de su pequeña familia. Al ser un hombre de ciencia, Byakuya estaba feliz y para nada se oponía a modernizar y actualizar las tradiciones.

—Entonces, ¿van? —preguntó, nervioso por el silencio que se había asentado.

Senku soltó una risa macabra y engreída.

—Dudo que puedas superar esto —dijo con voz seria, mirando a Gen a los ojos, que permanecía callado, viéndolo sin expresión en su rostro. Senku puso sus cartas sobre la mesa: una escalera de corazones que llegaba a la sota.

Byakuya, resignado, mostró su full. Sólo entonces Gen compuso una pequeña y divertida sonrisita. Senku entornó los ojos.

—Una escalera de color, eso es impresionante, Senku-chan —dijo con una voz fría que no correspondía con su cara. Soltó una exhalación. —Lástima que no le gana a una flor imperial.

Byakuya se echó a reír mientras que Senku gruñía con fastidio.

—¿A dónde iremos hoy, Gen? —preguntó curioso, ignorando el "¡Seguro hiciste trampa!" de su hijo.

—Estaba pensando que podíamos visitar el Museo Nacional.

—Oh, suena divertido.

—No, no. Hiciste trampa, juguemos otra partida.

—No seas tan mal perdedor, Senku-chan —él y Gen dijeron a un mismo tiempo.

Vio de reojo a su retoño sonriendo ampliamente conforme avanzaban por el museo, comentando las obras de arte, escuchando atento cuando Gen era quien explicaba algún detalle. El domingo familiar había cambiado, sí, pero para un bien mayor, se encontró sereno y feliz sabiendo que estaba lejos de molestarse en compartir el tiempo con su hijo con alguien más.

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La Tierra era hermosa. Eso ya lo sabía, pero verla desde ese privilegiado punto de vista… Vaya. Lo dejaba enmudecido. Era increíble ver los continentes y océanos de esa forma, casi no se creía que podía contemplar las nubes desde aquella perspectiva. Un par de lágrimas escaparon de sus ojos, flotando indiferentes a su alrededor.

—Ishigami, tu turno de llamada.

Flotando —como todo un experto—, se acercó a la cámara. Su corazón se aceleró cuando la conexión tardó en establecerse, no había motivo alguno para que se perdiera la transmisión, pero con su suerte nunca se sabía. Finalmente los rostros de ambos aparecieron.

—Papá.

—Byakuya-san.

Saludaron los muchachos.

—¡Senku! ¡Gen! —saludó de regreso.

Fin