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MINERVA DE LA MÁSCARA DE ORO
Una historia ambientada en el universo de SAINT SEIYA
Acerca de rating "M": Esta historia está concebida para lectores mayores de 16 años, ya que retrata situaciones adultas, de violencia física y psicológica, lenguaje explícito, desnudos y otras temáticas adultas que podrían ser sensibles para lectores de menor edad. La calificación se ha escogido en consecuencia.
PRÓLOGO
TRAIDORA
~El testamento de Minerva~
«A quien lea esto, sepa que contempla el Testamento de Minerva,
la portadora de la Máscara de Oro…»
Madre Adara me enseñó sobre Atenea y el Cosmos que une todo en el Universo…
Me lo enseñó todo, pero jamás me preparó para morir…
I
Y ahora estoy sangrando, indefensa. Pero ante mí se plantan mis enemigos en toda su magnificencia. Su Cosmos me invade como si fuera el universo mismo y sé que este es mi último día en este mundo de miseria; sé que caeré aquí.
El Patriarca Shun, el Santo de Bronce Legendario que ha heredado la Armadura Dorada de Virgo y que de niña me entregó esperanza tras perderlo todo, me observa sin parpadear y veo que en sus ojos hay una determinación tan profunda como su tristeza. Me da a entender que no se detendrá ante nada y que cuando me arrebate la vida lo lamentará con todo su corazón, deseando que ojalá todo hubiera sido distinto. Y veo también a los Santos de Oro que están de pie junto a él. Sus ropajes destellan con la misma luminiscencia del sol. Santos que en algún momento fueron mis compañeros de armas y que ahora me han tachado de «traidora». Y siento rabia por eso, porque en este mundo de aguas donde no existe la piedad intenté buscar justicia y fallé. Me he ganado sus miradas de desprecio y de odio cuando ayer yo era la seguidora más fiel del principal deseo de Atenea, su diosa: paz y justicia en la Tierra tras más de doscientos años de guerra civil.
A mis pies yacen las piezas doradas de la Armadura de Libra, que al final ha acabado por abandonarme. Posiblemente ha decidido que ya no le soy necesaria o quizás sienta asco por mi deserción. No importa. Después de todo, nunca fue realmente mía. A mi alrededor yacen sus doce armas dañadas e inertes. Siento de pronto que algo me golpea en el pie desnudo y al bajar los ojos descubro la máscara dorada devolviéndome la mirada, resquebrajada en el pómulo izquierdo con una muesca que se asemeja a una lágrima. Me parece apropiado. Está bien que una parte de mí llore ante esto. Llevo una rodilla al piso, a sabiendas de que cualquiera de los guerreros dorados podría atacarme al bajar la guardia de esta manera, y la cojo con una mano. Aprovecho de tomar una de las Espadas de Libra con la otra. Siento el rechazo de su Cosmos, pero lo resisto aunque me quema la mano con ardor. Es como un animal rabioso que quiere huir de su antiguo amo.
Mi rebelión ha fracasado, es cierto, pero si voy a morir aquí, enfrentada a quienes juré proteger y a quienes traicioné por un mundo más justo, entonces lo haré a mi manera, bajo mi discreción y bajo mi propio concepto de lo que es Justicia. ¡A la mierda con los Santos por cuyo fracaso devastaron nuestro mundo! ¡Al demonio con Atenea y con el resto de los dioses! Si la sangre de mis hermanas mancha mis manos, las suyas están manchadas por la de toda la humanidad.
Con un suspiro me levanto en toda mi altura, con todos los ojos fijos sobre mí, y contemplo a mis antiguos camaradas en un desafío final. Les regalo una sonrisa y me concentro. El Universo se abre a mi alrededor. Cientos de miles de millones de años desde la gran explosión que lo comenzó todo se vuelcan sobre mi espíritu cuando enciendo ese cosmos que tanto les perturba. Abro la boca para encararlos. No sé qué les digo, pero sé que he dado en el clavo, pues las miradas se endurecen y los cuerpos se tensan. Ha llegado el momento.
Levanto la cabeza sin despegar la vista de cada uno de ellos, deseando que cuando yazca muerta no logren olvidar mis ojos tan azules como los del mar que castiga al mundo que juramos proteger; tan azules como los de la mismísima Saori Atenea. Pensando en ella me ajusto la Máscara de Oro al rostro en un último ritual de desafío. Siento su frialdad al contacto con la piel y el olor del polvo estelar me inunda las fosas nasales. Pero no siento su rechazo. Es la única pieza que aún mantiene su fe en mí. Me resulta irónico.
Sujeto con firmeza la espada sobre mi cabeza y contengo el aire en mis pulmones solo para liberarlo una vez que ya he saltado hacia mis enemigos. Mi Cosmos arde. Intenso. Profundo. Extraño. No sé si grito o no. Deseo haberlo hecho, me haría ver más salvaje. Salvaje ante ellos, los Santos de Oro que se preparan para abatirme. Salvaje ante la diosa Atenea que debe estarme observando desde su sitial en el Monte Olimpo. Me pregunto si siente lástima por mí mientras me abalanzo a la muerte. O si quizás piensa que con mi sangre se obrará la verdadera justicia…
SAINT SEIYA © Masami Kurumada, Toei Animation, Shueisha
