Fandom: Haikyuu!
Pareja: Bokuto x Akaashi.
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Mundo sin color
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Akaashi Keiji odia la magia.
Un hecho un tanto irónico ya que él es un mago por nacimiento.
"La magia existe para hacer felices a las personas".
Cuando era pequeño creía en esas palabras, sus padres se encargaban de repetirlo cada que Keiji intentaba algún hechizo nuevo o se frustraba por haber hecho algo mal, arruinando los ingredientes de sus pociones, lo hacían incluso cuando lo arropaban para dormir, conjurando pequeños animales acuáticos que veía con ilusión... Hasta que no pudieron hacerlo más. Era solo un niño, un niño pequeño que no entendía como la magia que existía para darle felicidad a las personas, le había quitado tanto, era un hechizo sencillo, uno que habían realizado más veces de las que puede contar con ambas manos y aun así… Ellos no volvieron.
Su magia se apagó y con ella, los colores del mundo. Si su mundo ya era gris ante la ausencia de sus progenitores, ¿qué más daba que fuera el único color que pudiera ver?
Y así, Keiji le dio la espalda a todo aquello que le había sido inculcado y siguió adelante. O al menos lo intento. Nadie podía negar que el muchacho de vibrantes ojos azules se había vuelto retraído. Todos decían que era cuestión de tiempo, perder a sus padres a tan temprana edad no era algo que pudiera superarse pronto. Le dieron su espacio.
Su abuelo, ahora su tutor legal, parecía ver aquello con malos ojos, pero lo dejó seguir. No insistió en que practicara magia, en que se inscribiera en una escuela de hechicería o que le ayudara con la tienda de polvo estelar que era herencia familiar, mucho menos en que hablara de ello.
Keiji no hubiera sabido qué decir si le hubiera preguntado.
Odio la magia.
Hoy iniciaba un nuevo curso escolar, se había matriculado en la Academia Fukurodani consciente de que era una escuela para Normales y más que feliz de abrazar ese hecho.
Hasta que no lo fue.
—¡Hey, hey, hey! Chico de primero, ¿te gustaría unirte a nuestro club de magia?
Akaashi observó al desconocido con desinterés, ignorando el volante que con tanta alegría le extendía.
—No estoy interesado —murmuró, dando por zanjado el tema, retomando su caminata.
—Oh, ¿de verdad? ¿A pesar de que eres un mago? —inquirió ladeando la cabeza con curiosidad.
Akaashi no pudo más que trastabillar, girando su cabeza con demasiada brusquedad para encarar al otro.
—¿Qué acabas de decir? —preguntó con enojo, consciente de que estaba sobrereaccionando.
—¡Eres un mago! ¿No es así? Mi nombre es Bokuto Koutarou, ¡presidente del Club de Magia! —declaró sonriente, extendiendo de nueva cuenta el brillante volante.
Akaashi no lo entendía, así que respiró hondo y encaró debidamente al otro.
—Yo... odio la magia.
Y con esas palabras, se alejó sin dedicarle una segunda mirada al extraño muchacho.
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—¡Hey, hey, hey! ¡Nos volvemos a encontrar! —canturreo el mayor, siguiéndolo con demasiado entusiasmo.
Difícilmente podría llamarse un encuentro si el otro se había dedicado a seguirlo apenas lo vio. Su plan de ir y explorar los distintos clubs sin sufrir un contratiempo parecía arruinado ahora y no sabía cuántas negativas más tendría que dar antes de poder deshacerse del mago.
—Por favor deje de seguirme, Bokuto-san —pidió con exasperación, ansioso de continuar con su recorrido.
—¡Recordaste mi nombre! —gritó con júbilo, aunque la expresión pronto fue sustituida por un puchero y una mirada lastimera—. ¿Cuál es el tuyo?
Keiji dudo un poco antes de revelar su nombre, de alguna manera le parecía que revelarlo era ir un poco más allá, pero sus padres no lo habían educado para ser grosero.
—Akaashi Keiji —contestó por fin.
—¡Agaashe, únete al club de magia! —exclamó.
—Es Akaashi —corrigió con irritación—. Y ya te dije que no estoy interesado. Por favor, desista.
Bokuto frunció el ceño ante eso, pero no se amilano. Todo lo contrario, parecía que su negativa no hacía otra cosa más que incentivarlo.
—Akaashe, ¡tienes que unirte! No hay muchos magos que vayan a escuelas de Normales. ¡El club necesita nuevos miembros o tendrá que cerrar! —explicó, moviendo demasiado las manos.
—¿Solo quieres que me una por eso? —inquirió, sorprendido por la honestidad tras esas palabras.
—¡Siempre es bueno ver caras nuevas en el club! —agregó el mago, todavía manteniendo su sonrisa.
Empezaba a darse cuenta que Bokuto no tenía filtros y cambiaba de estado de ánimo con bastante facilidad.
—Bokuto-san de verdad no creo que-
—¡Ya sé! ¡Te mostraré mi magia, Akaashe! —declaró.
—Eso no...
La negativa que estaba por salir, murió en su garganta. No podía estar pasando. No de esa forma, no con... magia.
Pero estaba sucediendo, por mucho que se negara a verlo.
Bokuto había conjurado un pequeño búho de ojos dorados que bailoteaba alegremente en su mano. Una proyección astral de un recuerdo, modificada con un toque personal del dueño. La información se derramó en su cerebro sin poder contenerla, como si nunca hubiera dejado de estudiar.
Pronto un segundo búho café le hizo compañía y Akaashi no pudo más que maravillarse por los colores que se le estaban presentando. Los había olvidado.
¿Cómo pudo olvidarlos?
Tan pronto como la proyección desapareció, desaparecieron los colores. Los colores de la magia de Bokuto.
—¿Qué te pareció Agaashe? ¿Lo hice bien? —preguntó entusiasmado, esperando su aprobación.
—Si Bokuto-san, lo hiciste bien —respondió aturdido, aun esperando que los colores volvieran a aparecer.
—¡Genial! —exclamó antes de tomar su mano y comenzar a correr por los pasillos, arrastrándolo.
Akaashi protestó con vehemencia por parar, no porque no quisiera acompañar al mayor, sino porque serían severamente reprendidos si eran descubiertos corriendo en la escuela, pero por más que llamó, el otro no hizo nada por detenerse hasta que estuvieron frente a una puerta del tercer piso, en el área de clubes.
La puerta de la habitación se abrió con brusquedad para revelar cuatro pares de ojos que lo miraban entre divertidos y estupefactos.
—¡Lo encontré! —celebró, ingresando con una enorme sonrisa.
—Por su cara yo diría que lo arrastraste —puntualizó una de las chicas con diversión—. Seguramente usar la palabra secuestro no estaría fuera de lugar.
Keiji paseó su mirada por el lugar, sorprendido de encontrar el salón del club de magia bastante normal. Nada en el lugar indicaba que allí se realizaban hechizos, si no supiera donde se encontraba, la habría tomado por un aula común de taller.
—¡Yukipe! No lo secuestre —se defendió—. Agaashe vino por voluntad propia —murmuró en voz baja.
—¿Es eso cierto? —habló la pelirroja, dirigiéndose a él—. No te preocupes, nosotros lo golpearemos por ti.
—Disculpen la intromisión —soltó, intentando recuperar el aliento.
—¡Hombre, no tienes que ser tan formal! Yo soy Konoha Akinori —se presentó uno de los chicos, sonriendo divertido.
—Yukie Shirofoku, vicepresidenta del club, ¡encantada! —expresó la chica pelirroja.
—¡Suzumeda Kaori! —dijo la rubia, haciendo un símbolo de paz.
—Yamato Sarukui —habló el otro chico, levantando una mano en saludo.
—Y el idiota que te arrastro aquí y no te ha soltado, es Bo-chan —se burló la vicepresidenta.
Al darse cuenta de esto, rápidamente liberaron sus manos.
—Akaashi Keiji, encantado de conocerlos —dijo, realizando una pequeña reverencia.
Keiji observó con creciente curiosidad, como Shirofoku y Suzumeda regañaban a Bokuto acerca de formas de atraer a nuevos miembros y respeto por el espacio personal. Si le hubieran preguntado, seguro que habría tenido varios puntos que agregar, pero se contuvo, moviéndose incómodo en su lugar, sin saber qué hacer. Bokuto había cambiado nuevamente de estado de ánimo y ahora parecía un cachorro apaleado.
Sin embargo, una teoría acaba de formularse en su mente y necesitaba comprobarla con desesperación, ¿sería posible que los colores solo se presentaran en la magia? Era una buena premisa, Akaashi había evitado la magia desde que perdió a sus padres y comenzar a investigar en el club de magia, parecía tan buen lugar como cualquier otro.
—Disculpen, sé que puede sonar grosero, pero, ¿me mostrarían su magia? —preguntó por fin, armándose de valor.
—Te mostraré tu magia si tú me muestras la tuya, Akaashi-san —declaró la vicepresidenta del club con un guiño, dejando de sacudir a Bokuto.
Akaashi se movió incómodo, pero aceptó. Era un trato justo después de todo.
—Después de ti —indicó, observando con expectación.
Keiji se concentró, pensó en el primer hechizo que le enseñaron sus padres, aquel que repetía hasta el cansancio en las noches que no podía dormir y quería ver un cielo estrellado cuando era pequeño.
—Estrellita, ¿dónde estás? Quiero verte destellar... —una pequeña estrella comenzó a formarse en su mano, pero apenas tomó forma, desapareció abruptamente.
Los demás no dijeron nada, ¿qué podían decir? Era un hechizo que cualquier mago con un mínimo de magia podía realizar y no...
—¡Mi magia es del tipo estelar! —interrumpió Suzumeda—. Puedo predecir el futuro y leer constelaciones. Tu número de la suerte es el 5, aunque es muy compatible con el 4, sugeriría combinarlos de todas las formas posibles. Mi consejo para ti es: ¡No dejes que nada te distraiga, se avecinan grandes cosas, el amor está en puerta!
—Pero no te di mi fecha de nacimiento… —murmuró sorprendido y ligeramente divertido, Suzumeda había hecho sonar su predicción como los astrólogos charlatanes de la televisión.
—Oh, ¿no es el cinco de diciembre? Estoy segura que me lo dirás en algún momento —afirmó, guiñándole un ojo.
Akaashi trago saliva, esta vez, tomándose en serio la predicción de la chica.
—La mía es magia de creación, y para demostrarlo voy a crear un cubo de hielo.
—¿Por qué un cubo de hielo? —preguntó Konoha, con extrañeza.
—Mi agua esta tibia —fue todo lo que dijo Sarukui, antes de dejar caer un par de cubitos perfectamente cuadrados en su botella de agua.
Las chicas suspiraron al unísono, pero no dijeron nada.
—Mi magia puede influir en el tiempo, pero solo por breves periodos y únicamente en objetos inanimados —explicó Shirofuku, mientras manipulaba un reloj, retrocediendo sus manecillas 17 minutos. Akaashi sabía que los magos del tiempo existían, pero eran demasiado escasos, se solía decir que se debía a que una gran cantidad podrían manipular la relación espacio-tiempo y crear anomalías temporales, además de que era una rama extraña y en demasía compleja a la cual no se le veía mucha aplicación en la vida cotidiana más allá de reparaciones.
—Yo soy del tipo espacial, ya sabes, moverse a través del espacio y esas cosas —expuso con un movimiento de mano, haciendo aparecer y desaparecer una pequeña pelota.
—Oi, Konoha, ¡haz un mejor esfuerzo! —protestó Suzumeda con desaprobación.
—¡Nadie quiere verme apareciendo y volviendo a aparecer como mago de salón! —gritó indignado.
—¡Quizás sea porque no te esfuerzas demasiado en ello! Al menos ponte una capa y un sombrero de copa —se burló.
—¿Oh? ¿Es acaso lo que dicen las estrellas? —inquirió con diversión, claramente molestando.
Todos se soltaron a reír, antes de que Suzumeda pudiera decir algo.
Keiji observó todas las demostraciones con interés, pero nada cambió, el mundo continuaba siendo de color ceniza.
Decepcionado, Akaashi agradeció a cada uno por mostrarle su magia.
—Entonces... ¿te unirás al club? —interrogó Konoha con curiosidad.
—No estoy seguro de que sea buena idea, ya han visto de lo poco que soy capaz.
—Akaashi... —comenzó Bokuto, estirando la mano.
—Buenas tardes, gracias por su tiempo —zanjó, antes de darles oportunidad a decir algo más.
Esta vez había pronunciado bien su nombre, pero poco importaba. Seguía odiando la magia, lo que había visto era solamente su imaginación, no había forma en que la magia fuera a devolverle los colores.
No sabía que Bokuto Koutarou no es de los que se rinde.
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—Akaashi, ¡esto es para ti! —dijo, mientras le extendía un envoltorio.
—Bokuto-san, ¿qué es esto? —¿por qué me estás dando esto? Es lo que realmente quería preguntar, pero se contuvo, desenvolviendo el presente en su lugar.
—¡Oh! ¡Es un caleidoscopio que hice con mi magia! —explicó con ilusión—. ¡Pensé que te gustaría! Creo que aún me falta mejorar un poco en cuanto a la distribución de los espejos, pero no requiere en realidad una intensidad de luz concreta y forma más figuras y colores que un magiscopio normal.
Keiji observó con deleite el colorido tubo, antes de mirar a través de la pequeña ranura del caleidoscopio, solo para poder apreciar de primera mano los distintos tonos de azul, el verde jade... todo era gris, excepto por ese pequeño tubo y sus figuras.
—¡Por fin sonreíste! —celebró el mayor, acercándose demasiado a la cara de Keiji.
—¿Eh? ¿A qué te refieres? —preguntó, recomponiendo su expresión, alejando su mirada con reticencia del objeto.
—Desde el día que te conocí hasta ahora no te había visto cambiar mucho de expresión. Pensé que no lo lograría. ¡Pero para eso existe la magia! La magia existe para-
—¡No lo digas! —le cortó con brusquedad. Conocedor de cómo terminaba esa frase, no quería escucharla—. Perdón, solo... por favor no lo digas.
Bokuto asintió.
—¿Vienes? —inquirió, extendiendo su mano.
—¿A dónde vamos, Bokuto-san? —cuestionó, aunque ya intuía la respuesta.
—¡A las actividades del club! Creo que, si observas lo que hacemos, al final te unirás a nosotros, ¡Agaashe!
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Observar las actividades del club fue distinto de lo que esperaba. Había imaginado a los chicos con las narices clavadas en sus libros o experimentando con diversas pociones y runas. Pero nada podría haberlo preparado para verlos ayudando a la mitad de los clubes del cuerpo estudiantil.
Si el club de fotografía necesitaba neblina para el tema, no se preocupe, lo tienen.
¿El club de teatro requiere escenografía? Allí están ellos para hechizar el proyector y crear un dragón que rescate a la princesa.
¿Pastel arruinado por exceso de cocción? No hay problema, regresar unos minutos en el tiempo es la solución.
El club de magia era... distinto, razono Akaashi, y también le ayudó a ver que cada que Bokuto conjuraba magia, los colores siempre venían con ella. No importaba el tipo que fuera, siempre, siempre venía acompañada de esos tonos que no había podido apreciar en años.
También descubrió que Bokuto era un mago poderoso, su magia era demasiado vivida, alegre, chispeante. Su magia era una copia exacta de él.
—No lo pienses demasiado.
—¿Eh? —contestó con sobresalto, reconociendo la presencia de Konoha junto a él. No lo había visto acercarse, demasiado concentrado en sus pensamientos.
—Estás pensando que, aunque te unieras, no serias de utilidad... ¿me equivoco? —mencionó como si no hubiera revelado en un instante uno de sus pensamientos más profundos.
—¿Cómo lo...? —comenzó, atragantándose un poco con las palabras.
—Mi magia viene con empatía... una peculiaridad extraña y que la mayoría suele encontrar incómoda. Lo siento de antemano —explicó con las manos alzadas, aunque no parecía lamentarlo en absoluto.
—No te preocupes, Konoha-san... Me ahorra tener que decirlo —contestó, regresando su atención a los chicos, que estaban intentando darle movimiento a una de las fotografías del club de periodismo.
—¿Está mal darle una oportunidad? —inquirió entonces, Keiji sabía que lo estaba observando con intensidad.
—Yo solo... no soy como ustedes —susurró.
—¿Cómo nosotros? —presionó, aunque si lo que dijo era cierto, ya conocía la respuesta.
Akaashi suspiro audiblemente, antes de encarar al otro.
—La magia es reflejo del mago, tan fuerte como sus sentimientos, tan libre como sus pensamientos...
Konoha desestimó todo eso con un movimiento de mano.
—Vuelves a pensar demasiado... solo inténtalo, será divertido, al menos eso puedo prometerlo.
—Yo prometí alejarme de la magia —declaró, negando con la cabeza.
—Y sin embargo, aquí estás —replicó.
—¿Qué intentas hacer, Konoha-san? —pidió, con ligera desconfianza. El chico sabía más de lo que aparentaba.
—¡Akaaashi! ¿Viste eso? ¡Fue increíble! —interrumpió Bokuto, mientras sacudía una de las fotografías frente a sí con alegría.
La foto en cuestión había sido tomada en la ceremonia de ingreso y mostraba una rara mezcla de emociones en los estudiantes, que parecían divididos entre la emoción y el terror del primer día.
—Lo fue, Bokuto-san —declaró.
Konoha observó la interacción con una leve sonrisa, consciente de aquello que estaba comenzando a tomar forma.
—Solo piénsalo, ¿sí?
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Akaashi no era un miembro oficial del club.
Pero pasaba las tardes con ellos. No le molestaba en realidad, su mundo se había llenado de color -literalmente- gracias a ello.
Los chicos no volvieron a pedirle que hiciera magia y Akaashi no se ofreció, ayudaba en aquello que podía y se encargaba de los trámites y solicitudes del Club. Algo que parecía haber quedado olvidado por los presidentes, que apenas tocaban alguna de las solicitudes, las hacían explotar y/o terminaban desapareciendo.
—Bokuto-san, ¿qué estás haciendo? —curioseo, habiendo terminado de revisar las últimas solicitudes del club de dibujo y canto.
—¡Oh! He estado pensando en un proyecto para trasladar a las personas dentro del dibujo —reveló—. Y qué mejor si yo mismo hago el dibujo, lo quiero lleno de colores. Aunque creo que quizás me he excedido.
Akaashi observó el dibujo, pero solo vio tonos grises... suspiro sin mucho ánimo y asintió.
—Quizás le falta amarillo... —dijo para sí mismo—. Nee Agaashi ¿podrías alcanzarme el amarillo? Está en el segundo estante, primer cajón —indicó sin dejar de ver la pintura.
El menor asintió y se acercó al lugar señalado, encontrándose con distintas botellas acrílicas sin color especificado, titubeo en cuanto a cuál tomar y finalmente se decidió a llevarlos todos.
—No supe qué tono querías... —se disculpó entre dientes, esperando que el otro no notará la vacilación en su voz.
—Oh no te preocupes, el verde limón también es buena opción, ¿lo destapas por mí? —pidió, extendiendo su mano para tomar la pintura.
Ese momento de duda fue su perdición.
—El amarillo limón Akaashi... —reiteró con cautela, pasando la mirada entre las pinturas y su cara.
Tomó el primero que vio, lo destapó y se lo ofreció con rapidez. Bokuto parpadeo por unos segundos antes de mirarlo con detenimiento.
—Ese es el color azul —murmuró con desconcierto.
Keiji observó con detenimiento el bote, no veía ninguna diferencia. ¿Cómo podía saberlo?
—Akaashi…
Agacho la mirada y salió corriendo del salón, quizás huyendo habría sido una mejor definición.
Había guardado el secreto por años, años... y esperaba seguir así.
Sabía porque no veía colores. ¡Lo sabía! No era estúpido. Un mago deja de ver los colores cuando deja de creer, cuando su magia es inferior, innecesaria para un mundo vibrante lleno de emociones.
Keiji sabía que era ese tipo de mago desde hace mucho tiempo. Si bien las heridas habían cerrado, el dolor seguía allí, punzante, cortante.
—¿Akaashi? ¡Para! —llamó Bokuto a sus espaldas, persiguiéndolo.
Redobló sus esfuerzos y siguió corriendo. Solo necesitaba alejarse. Necesitaba tiempo, espacio...
La burbuja se formó antes de que se diera cuenta de que había pasado, era por completo de agua y no le permitía mucha movilidad, sin embargo, le permitía respirar con normalidad. En situaciones normales, se habría maravillado por el hermoso color azul y los contrastes que formaban a su alrededor, pero ahora solo quería continuar corriendo.
—¿Por qué no lo dijiste? —inquirió Bokuto alterado, ingresando en la burbuja.
—¿Qué se supone que debía decir? ¿Soy tan mediocre que además de no poder hacer magia, tampoco veo colores? ¡Eso no cambia nada! ¡Nada! —arremetió, secretamente complacido por la cara de dolor que había hecho el otro.
—¡No hables así de ti mismo, Akaashi! —reprochó—. La magia…
—¡La magia no sirve para hacer felices a las personas! ¡No lo hace! ¡A veces solo es un placebo! Un mal necesario-
—¡No lo dices en serio! —declaró, extendiendo la mano, intentando tocarlo. Akaashi no lo permitió, en su lugar, soltó una risa burlona, hueca.
—¿Qué sabes tú? —demandó cruzándose de brazos, renovando sus esfuerzos por salir de lo que ahora sabía, era una barrera de primera categoría, si recordaba correctamente, servía para que la persona atrapada en su interior no se hiciera daño.
Bokuto lo observó detenidamente, sin parpadear, poniéndolo nervioso.
—Yo-
—No lo sabes, no sabes qué pasó —le interrumpió cortante, por primera vez, intentando usar su magia para liberarse, no necesitaba su atención.
—Sé que tus padres murieron en un accidente cuando eras pequeño —soltó, atropellándose con las palabras.
¿Un accidente? ¿Accidente? ¿Cómo podía llamarle así? ¿Cómo podía reducir años de sufrimiento a una mísera palabra? ¿Cómo es que lo sabía?
—Mis padres no encontraron con quien dejarme ese día, así que los acompañé al funeral —explicó con rapidez, alzando ambas manos, intentando apaciguar su ira—. Tengo pocos recuerdos de esa visita, pero por eso te reconocí, eras aquel niño que no dejó de mirar al frente.
Los recuerdos de aquel día volvieron a él, "fue culpa de la magia". "Si tan solo no hubieran aceptado el encargo". "Pobre criatura, quedar huérfano tan joven...". "Eran magos tan poderosos, la magia…".
La magia, la magia, la magia. Una y otra y otra vez.
¿Y ahora le estaba dando la oportunidad? ¿A la magia? ¿A su magia? Debió haberse vuelto estúpido.
—Déjame ir —exigió, cesando en sus esfuerzos y en su lugar, encarando al mayor.
—Solo quiero entender Akaashi, ¿por qué culpas a la magia de un accidente de tráfico?
¿Accidente de tráfico? No es cierto, sus padres, el conjuro...
—Mis padres murieron cuando estaban realizando magia —afirmó.
Bokuto negó con calma, intentando acercarse de nueva cuenta.
—Un conductor perdió el control, los frenos no le respondieron... Tus padres estaban en el semáforo. No… No fue culpa de nadie —confesó a media voz.
No era cierto, no podía ser cierto, él lo escucho, todos lo repetían, todos hablaban de la magia. ¿Sería posible que se hubiera equivocado? No, él recordaba, lo sabía.
—Akaashi —llamó de nuevo, con demasiada suavidad.
—Necesito hablar con mi abuelo —resolvió, aún aturdido por la información que su cerebro se negaba a procesar. No era verdad, no podía ser verdad.
—Iré contigo —afirmó, por fin logrando tomar su mano.
—No es necesario.
—Pero quiero hacerlo —concluyó, sonriendo apenas.
Akaashi asintió y Bokuto liberó la barrera, permitiéndole volver a ver el mundo en su gris habitual. No dudo antes de comenzar a caminar, pensando que, ya que había dejado sus cosas en la escuela, además de sus zapatos de calle, tendría que ingresar directamente por la tienda. Tienda que no había pisado en más de 10 años.
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—Bokuto-kun, ¿qué te trae por aquí? —inquirió el anciano al observarlo por unos segundos, apenas ambos ingresaron en la tienda.
—¿Se conocen? —cuestionó Keiji, extrañado por el saludo.
—No que lo recuerde… —murmuró con angustia—. ¡Ojii-san discúlpeme por olvidarme de usted! —se lamentó, para luego realizar una reverencia.
Su abuelo interrumpió con una risa.
—No te preocupes, no nos conocemos, aunque no es necesario, los ojos dorados son suficiente presentación, han estado en su familia por generaciones, fue su tatarabuelo el que perpetuo el color dorado en la línea familiar con un hechizo en su genética. Aunque debo decir que el cabello es algo nuevo —bromeó con soltura, dejando de lado los ingredientes que había estado mezclando.
—¡Eh! —exclamó ligeramente avergonzado, rascándose la cabeza con descuido—. Fue un hechizo que me salió mal y no he logrado revertir, pero no hay problema, ¡me gusta como se ve!
A pesar de toda la explicación y de lo increíble que sonaba la familia de Bokuto, todo lo que Keiji pudo pensar era en que por fin sabía el color de los ojos de Bokuto, en que Bokuto era capaz de usar magia en sí mismo.
—Sí, no puedo negar que va contigo, Bokuto-kun —coincidió Akaashi Tai, con una enorme sonrisa.
—¡Aunque sus ojos también son muy bonitos!
—¿Oh? Te lo agradezco. Pasa algo similar con los nuestros, por lo general, dicen que la magia se concentra en los ojos, en lo que percibimos —expuso con calma—. Sin embargo, nuestros ojos tienen la particularidad de pasar del azul vibrante al verde viridián, verde fango dirían algunos, así que me disculparan si rechazó un poco esta teoría... ¡Pero qué despistado soy! Tendrán que disculpar las divagaciones de un anciano.
Keiji negó con la cabeza.
—Está bien, en realidad, quería hablar contigo sobre…
El mayor suspiró con nostalgia y observo a su nieto con calma, esperando a que finalizara la oración, Tai podía ser despistado, pero no era tonto, siempre supo que su nieto no era bueno comunicando sus sentimientos y eso era parte del motivo del que le diera tanto espacio.
—¿Qué tal si cierro la tienda y preparó té? —ofreció pasados unos segundos en los que nadie dijo nada, comenzando a caminar hacia la salida.
—¿Estás seguro? Puedo-, podemos esperar —se corrigió, jugando con sus manos.
El mayor negó con la cabeza.
—Llevo nueve años esperando por esas palabras, Keiji-kun. Creo que nuestros clientes podrán volver el día de mañana.
Cerrar la tienda no le tomó demasiado, colocó el cartel de cerrado y procedió a atenuar las luces, indicando a los chicos que lo siguieran a la cocina.
—¿Es sobre tus padres? ¿No es así? —preguntó una vez que hubo colocado una taza en frente de cada uno, una combinación de rooibos, raíz de regaliz y lavanda.
—Si ellos… ellos murieron haciendo magia, ¿verdad? —cuestionó con rapidez, odiando el ligero temblor que se filtró en su voz, la duda.
Su abuelo lo miró estupefacto, sacudiendo la cabeza con lentitud.
—Oh Keiji, ¿eso es lo que has creído todos estos años? Por eso te alejaste de la magia. Me preguntaba qué había pasado para que rechazarás toda tu herencia, pero no pensé… No creí que fuera debido a un malentendido.
Akaashi apretó los puños y bajo la mirada.
—Escuché a todas esas personas hablar, la magia esto, la magia aquello, y sólo quería creer que había un motivo para ello.
No era así, no podía ser cierto.
—Keiji-kun, tus padres eran magos excepcionales y te amaban por encima de todo, incluso de su magia, ¿realmente piensas que ellos habrían hecho un trabajo que los arriesgara a alejarse de ti?
Iba a interrumpir, pero su abuelo no le dio tiempo de decir algo más.
—No, no lo habrían hecho. Ellos no te dejaron voluntariamente, y lamento no haberme dado cuenta antes, solo creí... creí que necesitabas tiempo para ti, que, a pesar de todo, seguías practicando magia, puedo sentirla dentro de ti cr-
—¡No puedo ver colores! ¡No los veo desde que cumplí los siete años! —gritó, apretando los puños y girando la cabeza, negándose a ver la decepción en el rostro de su abuelo.
Por primera vez en cuarenta años, Akaashi Tai se había quedado sin palabras.
—Keiji…
—Akaashi —interrumpió Bokuto levantando una mano para interrumpir lo que fuera que estaba por decir el adulto—. Se que existe un estigma relacionado a los magos que no pueden ver colores, pero debes saber que no es cierto aquello que dicen con respecto a su valor, no son inferiores —declaró mirándolo con fijeza, esta vez tomando su mano y prodigándole un suave apretón—. Es solo basura que las personas hablan para creerse superiores.
—Eso es verdad, está demostrado que son hechizos que las personas se aplican a sí mismos ante situaciones traumáticas o estresantes, no porque su magia sea débil, todo lo contrario, hechizarse así mismo requiere de un alto control de la magia y mantenerlo se vuelve más difícil conforme los años pasan —recitó su abuelo—. Suele ocultarse debido a que las familias mágicas quieren dar una falsa sensación de bienestar, perfección incluso, pero no es así, no tenemos por qué estar bien siempre. Lo que no está bien es no pedir ayuda, Keiji. Por favor, permíteme ayudarte.
—Déjanos ayudarte, Akaashi —suplicó Bokuto, atrayéndolo hacia sí en un extraño abrazo—. Todo estará bien, lo sabes ahora. ¿Qué tal si te unes al club de magia? Escuche que tienen magos geniales.
Keiji iba a decirle que no era el momento, que debía tener más tacto y que probablemente esa era la peor invitación para unirse a un club que había escuchado, pero hablar sobre ello le había quitado un peso de encima. Todo el tiempo creyó que no era suficiente, que la magia que tanto había querido le había quitado aquello que más amaba.
No sabía en qué momento había empezado a llorar, tampoco le importaba, no cuando correspondió al abrazo y dejo que todo aquello que llevaba guardando en sí se deshiciera poco a poco.
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Akaashi ya era oficialmente un miembro del club de magia y como tal, tenía que contribuir con las constantes -y a veces ridículas- encomiendas que les hacían los otros clubes. Había comenzado pequeño, conjuros de levitación en su mayoría, la magia de aire era de las ramas que mejor se le había dado cuando era niño, así que se dijo que podía iniciar con eso. Pronto, sin embargo, tuvo que dejarlo, se le facilitaba demasiado y no tenía tanta aplicación práctica como uno cabía esperar.
Pasó entonces a elaborar pociones, su rama favorita, no fue sencillo, ver solo distintos tonos de gris no contribuía a seguir las recetas de "agite hasta que el tono sea amarillo pálido" ocasionando que hiciera explotar más matraces él solo que todos los miembros del club juntos, sumado al hecho de que gracias a él, el salón del club ahora parecía una extraña mezcla de laboratorio experimental de un científico -ligeramente- loco y una colorida tienda de jugos de sabores, que Bokuto había descubierto a la mala, no debía beber.
Y así pasó a segundo año, entre risas y magia. Como prometieron, Bokuto y su abuelo estuvieron allí en casa paso. Sus amigos, ahora conocedores de su secreto, lo habían ayudado en lo que habían podido, buscando formas de romper la magia que se había lanzado así mismo, pero por más que buscaron, no fueron capaces de encontrar una solución, el tema parecía ser más que un tabú y sus propias familias se negaban a reconocerlo, mucho menos a hablar sobre ello.
—Mi predicción no cambia —murmuró abatida Suzumeda, después de cerrar su astrolabio—. Una esperaría que ver el futuro revelará como contrarrestar un hechizo, pero parece que solo soy capaz de decir que no lloverá mañana.
—Y eso ya lo hace el pronóstico del clima —apuntó Konoha con diversión—. Tal parece que la magia estelar está sobreestimada.
Kaori no se contuvo y le lanzó el primer objeto que encontró, que resultó ser un libro que el mago no dudo en desaparecer y reaparecer en su lugar.
—Me refiero a la predicción del futuro de Akaashi —refutó cruzándose de brazos, enfurruñada por no haber podido golpear al mago espacial.
—¿No será un típico caso en el que no se ve el futuro por qué no hay futuro? —apuntó Yukie con malicia, sobreactuando un desmayo.
—¿Agaashe va a morir? —gritó Bokuto, aferrándose con rapidez a los hombros del mencionado.
—No voy a morir, Bokuto-san. Probablemente solo sea debido a que Suzumeda ya dijo lo que tenía que decir —explicó, mientras intentaba tranquilizar al otro.
—¿Entonces harás apuestas con el número 45? ¿54? —cuestionó Sarukui.
—Los menores de edad no pueden apostar, es ilegal —apuntó Akaashi, negándose a caer en la trampa de sus amigos.
—Bo-chan, ¿tu número no es el cuatro? —apuntó con fingida ingenuidad la Shirofuku, picándolo con una varita de juguete.
—¡Lo es! —afirmó, soltando pequeñas chispas de colores, como si estuviera celebrando.
—Ahí lo tienen, más claro que el agua no puede estar —comentó como si nada Konoha.
—¿Agaashi y yo debemos pasar más tiempo juntos? —-dijo para sí, ladeando la cabeza, concentrado en la idea—. Creo que sería complicado a menos que estuviéramos en el mismo grado…
Los chicos suspiraron al unísono y Akaashi escondió su sonrisa, consciente de que sus amigos no dejaban de darles "sutiles" insinuaciones con respecto a sus sentimientos. No es que fuera ajeno a ello, pero Bokuto no parecía plenamente consciente sobre lo peculiar de su relación y Akaashi no iba a imponerse, no mientras el otro no fuera claro al respecto, disfrutaba de las cosas tal y como estaban, aunque a veces se descubriera pensando en qué pasaría si ellos…
Si ellos fueran algo más.
.
El club había terminado hace un rato y los chicos se habían adelantado, solo quedaban ellos en el salón, limpiando los restos de una poción de buenaventura para los viajeros.
—Akaashi, ¿vendrías conmigo? —preguntó el mayor con una sonrisa, tendiéndole la mano.
El menor asintió, sin preguntar nada, solo tomando la mano del otro en un apretón ligero, que cada vez se volvía más familiar.
—Bokuto-san, ¿por qué asistes a una academia de Normales? Con tu nivel de magia, seguramente serías aceptado en cualquier escuela de Hechicería —inquirió por fin, la duda había estado girando en su cabeza demasiado tiempo.
Bokuto se detuvo repentinamente y Akaashi lo imitó, volviéndose para encarar al mayor.
—Yo quiero hacer a todos felices con mi magia. Sé que si hubiera ingresado a una de esas escuelas habría terminado por seguir el camino de todos los magos: instalar una tienda y cobrar por ello —expresó con una enorme sonrisa, retomando su andar.
Keiji lo medito por unos momentos, asintiendo en comprensión. Era cierto que pocos magos realizaban magia sin cobrar o pedir algo a cambio. Y en su mente, no lograba ver a Bokuto tras un mostrador, mucho menos en una biblioteca silenciosa estudiando de forma diligente.
Continuaron avanzando, con Akaashi sumido en sus pensamientos, no se dio cuenta en qué momento se adentraron en la vegetación.
—¿A dónde vamos, Bokuto-san? —preguntó esta vez, pasados unos minutos en los que intentaba reconocer su entorno.
—Ya casi estamos allí, Akaashi —fue todo lo que comento por respuesta, tirando de él para avanzar a mayor velocidad.
El menor no estaba seguro de si el ritmo le agradaba, comenzaba a oscurecer y la idea de tropezar con una rama y rodar colina abajo cada vez parecía más posible.
—Yo no te dejaría caer —prometió el mayor, afianzando el agarre en su mano.
—Yo tampoco lo haría —contestó con seguridad.
Bokuto le sonrió y continuó avanzando, Akaashi atribuyó el sonrojo al esfuerzo de la subida.
Como dijo, no les tomó más que unos minutos llegar a su destino. El mirador perdido de la ciudad se presentaba ante él, era un lugar distinto a lo que había imaginado, había rumores de todo tipo con respecto a ese lugar, pero nada coincidía con lo que estaba mirando, de forma sorprendente, el lugar estaba perfectamente cuidado, nada que ver con las leyendas de fantasmas y personas desaparecidas, parecía casi demasiado alegre para coincidir con esa descripción.
Una explosión lo sacó de sus cavilaciones, alzando la mirada al cielo.
—Fuegos artificiales —soltó, observando las luces con anhelo, aun recordaba un poco de los vividos colores que se mostraban cuando aparecían en el cielo en los festivales de verano.
Keiji se giró para observar a Bokuto, sin embargo, este ya lo estaba mirando. Bokuto se inclinó, sonriendo, dándole la oportunidad de apartarse, de girar la cabeza y hacer como si nada estuviera ocurriendo, pero Keiji quería que ocurriera, no sabía desde qué momento estaban esos sentimientos allí, pero no quería darles la espalda.
Cerró los ojos y avanzó. Los labios del mayor eran suaves contra los suyos, era solo un pequeño roce experimental para ambos, pero pronto se descubrió queriendo más.
¿Me preguntó desde cuándo…? En el momento que abrió los ojos un mundo de colores se reveló ante sí, pero lo primero que notó fueron esos ojos dorados que lo miraban con amor.
—Si que son dorados —fue lo primero que soltó, antes de soltarse a reír, sintiendo sus mejillas calentarse por sus acciones.
—Vaya, ¿quién diría que el principio básico de la magia funcionaría en este caso? —bromeó con soltura al comprender lo que acababa de suceder, con las mejillas tan rojas como las de Akaashi, atrayendo al menor hacia sí.
—¿Principio básico…? —cuestionó con cautela, preguntándose qué había pasado por alto en todas sus investigaciones.
—Un beso de amor verdadero.
—No creo que haya sido eso —murmuró a medias, escondiendo su cara entre sus manos, avergonzado.
—¿Probamos de nuevo? —inquirió, levantando su mentón para obligarlo a mirar.
—De seguir así terminaremos con un "y vivieron felices para siempre".
—No creo que esto sea un final, Keiji, es solo el comienzo. Juntos hacemos magia.
—Juntos —concordó, uniendo sus manos.
"La magia existe para hacer felices a las personas".
¡Feliz día BokuAka! No puedo creer que haya logrado terminar esto hoy, creo que casi me da algo cuando me di cuenta que solo me quedaban poco menos de 24 horas para tener este pequeño moustro listo. ¡Espero sea de su agrado!
Debo aclarar que me inspire en el anime de Irozuku Sekai no Ashita kara, recomiendo verlo para una mejor historia (¿?)
Otro punto a aclarar es por qué Akaashi solo puede ver los colores en la magia de Bokuto, bueno, esto es debido a las creencias de ambos, Bokuto realmente cree en las palabras de "la magia existe para hacer felices a las personas", mientras que Akaashi repudió esta creencia en su infancia, hechizándose a si mismo para dejar de ver colores. Por lo que cuando está idea se reencuentra, Akaashi es capaz de ver aquello que perdió y en lo que alguna vez creyó.
En cuanto a porque vuelve a ver colores después del beso, bueno, podemos ser felices y dejarlo en un beso de amor verdadero, aunque también podría ser ese empujón final, ¿Quién sabe? Realmente prefiero la versión oficial, el cliché de los cuentos siempre salvará a las historias.
¿Divague en las notas? Creo que empieza a ser un patrón, como sea, espero algo de esto haya tenido sentido para ti. También existe la posibilidad que después me arrepienta y esto sufra modificaciones, lo siento de ante mano.
¡Gracias por leer!
Chaos~
