Título: Sola (o contigo).
Personajes: Navier, Sovieshu, Heinley, Rashta, Koshar (mención), McKenna (mención).
Pairings: Navi/Heinley. Sovieshu/Rashta.
Línea de tiempo: AU; Moderno.
Advertencias: Disclaimer Remarried Empress/Emperatriz Divorciada; los personajes no me pertenecen, créditos a Alpha Tart y Chirun. Posible y demasiado OoC [Fuera de personajes]. AU [Universo alterno]. Situaciones dramáticas, vergonzosas, cómicas, románticas y algo dolorosas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.
Clasificación: K
Categoría: Drama, Romance.
Total de palabras: 3040
Nota de autora: Sowwy, pero yo en serio quería escribir esto–
Summary: Está a punto de decirle que espera a su esposo, pero rápidamente se muerde la lengua. Era cierto. Él no iba a aparecer. Estaba revolcándose con su secretaria en algún hotel, dejándola a ella sola, el día de su aniversario. (Y ella estaba ahí, en medio de la cafetería donde habían acordado reunirse antes, pero al final—).
Un tintineo suave hace eco en su oído.
Es culpa de la campanilla que está colgada en la entrada del cálido establecimiento. Otro cliente entra al lugar, pero los ojos verdes de Navier ni siquiera necesitan ir hasta allí para saber que esa persona no se trata de quien debería haber llegado hace ya una hora. Ella sabe que no lo hará, y no se hace esperanzas, no tiene por qué y sería una pérdida de tiempo, de todas formas. Sin embargo, eso no significaba que no doliera un montón cada vez que el adorno revoloteaba e inundaba todo con su copioso sonido seco.
Para desviar un poco su mente de pensamientos banales y pesimistas, observa hacia afuera del local. Ha elegido un asiento cercano a la ventana, porque de esa manera hubiera sido más fácil encontrar a quien debía estar ahí. Sólo que ya no tiene caso. Se pierde en la imagen del crepúsculo convirtiéndose en una noche oscura, pero con los edificios, casas y autos llenos de luces. Las personas no disminuyen, las hay de aquí para allá, algunos apurados, otros más tranquilos, pero ninguno parece prestarle atención a la nieve que cae del cielo, aumentando así las montañas blancas en las aceras y sobre los techos. Los abrigos cómodos contrarrestan el frío invernal y ella se pregunta si su hermano se habrá vestido correctamente para ese clima, y no tendría que ir a visitarlo más tarde para cuidarlo por culpa de una neumonía.
Aunque algo como eso sólo había ocurrido una vez, pero igual no estaba de más preocuparse por su familia.
Empero, no podía llamarlo para asegurarse. No había agarrado su teléfono antes de salir, y la idea principal había sido esa; no tener que comunicarse ni atender llamadas, no en ese día. Pero poco a poco se estaba arrepintiendo de ese plan. En especial si los minutos seguían pasando y continuaba sola, sentada en una mesa para dos.
No es que le molestara comer sola, y tampoco es como si le hubieran dejado plantada. Es sólo que, para mal, la idea de ese día no era exactamente terminar varias tazas de té mientras miraba por la ventana el caer de la nieve a mitad de invierno, cuando ya no había ni luces ni festejos por ningún lado. Era aburrido, tan aburrido. Hasta ir a hacer papeleo extra sonaba más tentador que estar contando copos de nieve por una ventana que parece no existir de tan pulida que está.
Se guarda un suspiro, y da otro sorbo a su té caliente. Posiblemente la cuarta ronda dentro de la hora y media que hubo estado allí, sentada, haciendo nada, en su triste día libre.
«Por esto es que no soporto los días libres».
Aunque no era un problema tenerlos, claro. El problema, esta vez, era que sus planes para pasarlo a gusto se habían ido al caño. Tan sólo desde esa misma mañana, en la que encontró a su queridísimo esposo coqueteando con su secretaria, frente a todos los demás trabajadores, sin pena alguna o sin dignarse a siquiera disimular una mierda. Sólo lo habían hecho y ya.
Y luego Sovieshu le había preguntado a la cara si había algo mal.
Navier aprieta ligeramente el asa de la taza entre sus dedos, pero hace lo posible por no ser ruda. No quiere dañar la vajilla del local y ganarse el odio de la dueña por una imprudencia, a causa de sus incontrolables nervios.
Culpa un poco al hecho de que nadie le había advertido que algún día su esposo iría tras la falda de otra mujer, no había esperado tal cosa. Eso no estaba en las guías para matrimonios. Sus padres nunca habían hecho tales cosas. Los de Sovieshu sí, lo había descubierto antes de casarse, pero él le había prometido no hacerlo y había dejado el asunto en el olvido. Sólo hasta ese día pudo recordar esa promesa rota.
—Me pregunto desde cuándo... —murmura para sí misma, recostándose suavemente contra el acolchado respaldo de su asiento. Un par de largos mechones rubios se desatan mientras mueve la cabeza—... desde cuándo la tienes de amante...
«Nunca me di cuenta de las señales».
Por un segundo, piensa que es culpa suya. Seguro le había hecho eso, abandonado de esa manera tan vil, porque ella no era tan dulce como Rashta, esa señorita que era todo sonrisas, con una voz siempre cargada de alegría insensata. Aunque Rashta también era torpe, Navier casi siempre la había visto cometer un montón de errores que ella misma tuvo que arreglar un par de veces, pero jamás había pensado que Sovieshu la había mantenido aún en su puesto a causa de ser con quien se acuesta en sus horas libres. Todo a pesar de tener a su esposa tan cerca.
Aprieta los dientes. La inseguridad vuelve a atacarla porque, ¿quién haría tales cosas cuando hay alguien más? Se suponía que estaban bien, que eran un equipo, y aun así—
Aún así—
—¿Reina?
La tacita blanca deja de ser apresada cruelmente entre sus finos y helados dedos. Los ojos verdes de Navier dejan de estar perdidos en el horizonte de una metrópolis aburrida, y pasan a la persona que ha aparecido a su lado.
Un púrpura brillante es lo primero con lo que se topa, tan luminoso como una amatista bien pulida y, para más, alimentada con la luz constante del sol. Tan precioso. Después, una expresión cargada de curiosidad y sorpresa, que posiblemente no tarda en imitar.
—¿Heinley?
—¡Ah, sí es Reina! —De pronto, la expresión dudosa del muchacho se borra para dar paso a una gran sonrisa, llena de ánimos—. Creí que sólo lo había alucinado, pero de verdad está aquí. Qué coincidencia.
—¿Vienes seguido a esta cafetería? —pregunta directamente, controlando su rostro para no mostrarse tan afectada por la repentina aparición de Heinley.
Conocía al chico, por supuesto. Era de una empresa que estaba en constante competencia con la que ella dirigía junto a Sovieshu, aunque en las últimas fiestas estuvieron a punto de firmar un contrato que las uniría en cuanto a finanzas comerciales. Un trato increíblemente favorable, pero que lastimosamente no se dio. Culpa del legítimo dueño de la compañía, en la que ella también aportaba tanto como podía, quien había pensado que el joven líder rival había llegado para hacerlos caer. Ella no lo vio de esa manera en ningún momento, pero no podía decir nada.
La última palabra siempre la tenía Sovieshu.
Y él había repetido varias veces que Heinley había intentado coquetear con su esposa. Navier realmente no esperaba que fuese tan infantil, puesto que, en primera, ella nunca había sentido ningún indicio de coqueteo, y Heinley no era tan desvergonzado como para andar dando cumplidos capaces de ser malinterpretados enfrente de muchas otras personas de su compañía, como había visto hacer a Sovieshu con Rashta.
Quiere suspirar de rabia. Tanto trabajo desperdiciado.
—Sólo pasaba por el vecindario —contesta el muchacho, manteniendo su tono alegre—. Después te vi desde la otra calle, aunque creí que era sólo ilusión mía, ya que te extrañaba un poco.
Navier oculta una risa al beber otro sorbo del té que, a este punto, ya estaba tibio y casi terminado.
—¿Puedo sentarme? ¿O estás esperando a alguien más?
Está a nada de decirle que espera a su esposo, pero rápidamente se muerde la lengua.
Era cierto. Él no iba a aparecer. Estaba revolcándose con su secretaria en algún hotel, dejándola a ella sola, el día de su aniversario.
(Y ella estaba ahí, en medio de la cafetería donde habían acordado reunirse antes, pero al final—).
Heinley no necesitaba saber algo sobre eso.
—Puedes sentarte —afirma, con toda la calma que puede mantener. Recordar de qué se trataba ese día, era una cosa simplemente agotadora. Estaría bien que las horas pasaran más rápido, para que su suplicio acabara de una vez—. No espero a nadie. —Agrega, más para convencerse a sí misma, en tanto desvía la mirada de vuelta a la ventana de manera esquiva.
Escucha la silla enfrente suyo arrastrarse por un segundo, pero siente que no tiene el temple suficiente para mantener su compostura, y no quiere que alguien, mucho menos Heinley, la viera romperse por otra persona. Por eso no le dirige la vista otra vez. Él la había conocido como la fría dama de negocios que era, y Navier esperaba que eso se mantuviera así. No quería dar una mala imagen de la empresa, tampoco ahuyentar al chico por culpa de sus dilemas matrimoniales (eso no le concernía a nadie más que ella y Sovieshu). Por el momento, estaba bien sólo con que alguien más estuviera allí, y estaría mucho mejor si intentara hablar de trabajo. Ayudaría a ahogar sus emociones por otro rato, al menos hasta que se acabara el día.
Sin embargo, eso no es algo tan simple.
—Reina, ¿te gusta el pastel?
Navier vuelve su vista a él, mientras se pregunta, por un instante, la razón del interés tan extraño que tiene el chico para con ella. Pero ignora eso para centrarse en la pregunta recién suelta.
—Un poco —admite, dudosa—. No suelo comer pastel muy seguido.
—Bueno, puedes comer hoy, yo invito —anuncia alegremente, y no es hasta ese momento que Navier se da cuenta de la caja que había estado cargando Heinley, la cual ahora estaba entre ambos. Él no tarda en abrirla, enseñando el dichoso postre—. Si quieres, por supuesto.
—No sé si en la cafetería nos permitan hacer esto. —Menciona, recordando que seguían dentro de un lugar donde ya servían postres y demás. Lo sentía un poco injusto.
—Oh, no hay problema —Heinley mueve una mano, como diciendo que no se preocupe—. De todas formas, yo soy el dueño.
—¿... Dueño? —repite, sin poder entender bien del todo.
—Sí, soy el dueño de este local.
Si Navier hubiera estado bebiendo otro sorbo de té, ya lo habría escupido. Pero hace todo lo posible para que su cara no cambie a una expresión que delate su sorpresa.
Se aclara la garganta antes de poder volver a hablar.
—No esperaba que fuera así —sincera, manteniendo una mirada fría, aunque más relajada que antes—. Creí que sólo eras el dueño de tu empresa.
—Lo soy —asiente, mostrando una sonrisa confiada—. Aunque sabemos que eso era trabajo de mi hermano. Antes de todo eso, me gustaba hacer postres aquí.
—¿Sabes hacer postres? —parpadea repetidas veces, esta vez dejando escapar algo de su perplejidad. Heinley se abstiene de soltar una risita de ternura ante la expresiones de la dama, que le saben tan dulces como un glaseado.
Le encantaría darle un probada. Pero no es momento para eso.
—Sep. Y no es por presumir, pero soy excelente en ese trabajo —sonríe, con absoluta confianza. Navier es quien tiene que evitar reír esta vez—. Quizás más que como CEO, pero en eso también soy bastante bueno, sabes.
—Hablando de eso... ¿No deberías estar trabajando? —aventura, ligeramente preocupada, sin saber muy bien la razón.
—Debería, tal vez —como si fuera nada, se encoge de hombros—. Pero está bien, mi asistente dijo que se encargaría de todo por hoy.
A lo lejos, se escucha un estornudo, lo suficientemente fuerte que preocupa un poco a Navier. Pero Heinley rápidamente vuelve a llamar su atención.
—Así que es una sorpresa encontrarte aquí, Reina —continúa, sonriente—. No esperaba que frecuentaras este lugar.
—Aquí hacen un muy buen té. —Sonríe suavemente, acabando con su bebida de una vez.
—¿Debería sentirme halagado? Aunque realmente no lo hice yo... —murmura, pensativo—. Pero eso no importa ahora. ¿Estás bien para un poco de pastel? ¿O lo dejamos para la próxima?
«¿La próxima?» no puede evitar preguntarse, insegura, sobre si al menos hubiera oportunidad para estar allí una próxima vez. En realidad, la sola idea de volver a ese lugar y tener el recordatorio amargo de que su esposo ya nunca aparecería, era algo aterrador. No quería estar sufriendo lo mismo una y otra vez.
Así que, si era sólo por ese día—
Una última vez en ese lugar. Quería tener un último buen recuerdo.
—Me gustaría probarlo, gracias.
Entre risas y sencillos comentarios de parte de Heinley, y silencios amables junto con respuestas directas de parte de Navier, el ambiente entre ambos pronto se torna más cálido. Ella no se molesta mucho en reconocerlo, porque está más ocupada degustando un pastel que, para mala suerte suya, es absolutamente delicioso. Tanto que por un momento tiene miedo de pedir que el chico hornee otro sólo para ella. Por supuesto, no abre la boca para soltar tales pedidos insensatos —que, sin saber nada, él estaría absolutamente encantado de complacerla—, solamente para contestar dudas y, de vez en cuando, soltar comentarios mordaces que no hacen más que sacar risas a su compañero.
En algún momento, Navier entra en la cuenta que el lugar ya está casi completamente vacío. Baja el tenedor sobre su plato, mientras termina de escuchar a Heinley hablar sobre alguna receta que aprendió a hacer hace poco, de algún pastel al que podía agregarle caramelos completos. El sólo imaginarlo empalaga un poco a la mujer, mas no hace algún comentario de desagrado. No podría. Además, está más preocupada por otra cosa.
—Ya es tarde —puntúa de pronto, en cuanto él ha dejado de hablar. Heinley parece darse cuenta de ello, y pronto revisa su reloj, sorprendiéndose al percibir la hora en la que se encontraban—. Ya deberíamos irnos.
—Sí, es cierto... —suspira, resignado y triste. Navier tiene la vaga idea de se ve idéntico a un cachorro abandonado—. Lo siento, creo que me dejé llevar y te retuve por mucho tiempo, Reina. Seguro tenías cosas más importantes que hacer.
—No es así —cierra los labios con fuerza rápidamente tras soltar esa respuesta, y espantada, se pregunta por qué dijo tal cosa antes de pensarlo correctamente. Pronto recibe la mirada emocionada de Heinley, lo que la hace sentirse un poco aliviada. Al menos no había metido la pata—. En realidad, hoy era mi día libre. No tenía muchos planes...
Admitirlo en voz alta era incluso más vergonzoso que recordárselo a cada rato.
—¿En serio? —Navier asiente, bajando un poco la mirada—. ¡Entonces me alegra que hayas decidido pasarlo conmigo! —Exclama, completamente feliz. Ella casi frunce el ceño, lejana a comprender las razones de la alegría del muchacho—. ¿Estaría bien volver a hacerlo?
—¿Hacer qué?
—Salir a comer juntos —declara, alegre, pero luego su rostro se transforma en espanto—. ¡No, espera! No como una cita o algo parecido. No, no, no... —con cada palabra que suelta, su rostro se vuelve más rojo que antes. En algún punto, ya ni siquiera mira a Navier. Su bonita mirada viaja a muchos lugares, preso del pánico—. No lo estaba diciendo en mal sentido... Sólo era yo... Sólo me preguntaba si estaría bien... Claro, si quisieras, pero si no quieres...
Entre balbuceos cada vez más torpes, la mujer de ojos verdes siente cada vez más ternura. Sin poder evitarlo, deja entrever en su rostro una sonrisa dulce.
—Estaría encantada.
Sus palabras hacen que, de inmediato, Heinley detenga sus intentos de excusa y regrese la vista hacia ella. Su rostro es un poema, entre sorpresa y pura emoción. Sus orbes púrpura brillan tanto como estrellas y hay una sonrisa asomándose poco a poco, hasta convertirse en la digna expresión de un niño al que acababan de darle el mejor regalo de su vida.
—¿De verdad, Reina? ¿Habrá una próxima vez? —pareciera no creérselo todavía. Navier no entiende por qué no lo haría, pero eso seguía siendo tierno ante sus ojos.
—Sí.
«Y, tal vez, la próxima vez pueda preguntarte por qué me llamas así».
—¡Genial!
De repente, la puerta del establecimiento se abre de golpe, y ambos giran la vista hacia allí. Pronto ven a un muchacho de pelo azul acercarse a toda prisa hacia donde están ellos.
Es la señal de que el día ya se ha terminado. McKenna rápidamente se lleva a rastras a su jefe, quien se despide entre risas tontas de la mujer de ojos verdes, prometiéndole preparar algo incluso más delicioso en su próximo encuentro. Navier, ante la imagen desconcertante, sólo puede reír y aceptar el gesto.
Más tarde, no se molesta en recordar la razón de la amargura de ese día. Se pierde en las nuevas memorias que acababa de crear dentro de esa cafetería, donde en algún punto hubo pensado que estaría bien que se quedara sola hasta la media noche. Que podría soportarlo, tal vez.
Pero igual estuvo bien haberla pasado con Heinley.
Nunca se hubiera imaginado que, varios meses después de esa misma tarde, ya estaría tirándole a la cara los papeles de divorcio a Sovieshu para poder comer a gusto pasteles junto a Heinley.
¿fin?
