-Capítulo 1-

Erase una vez, en una pequeña y alejada aldea donde la alegría rebosaba en cada casa, vivía el protagonista de nuestra historia, pero eso él aún no lo sabía. Simplemente pasaba su día a día haciendo todo lo que estuviese en su mano para ayudar a su madre en la granja.

Cierto día, antes de que la primavera finalizase y cediese su turno al verano, empezaron a llegar las malas nuevas desde palacio. El mal empezaba a abrirse paso con gran rapidez en las montañas del norte y las aldeas más próximas ya empezaban a sucumbir a una oscuridad que pronto descendería eclipsando el reino.

Cuando la noticia llegó a la aldea nuestro protagonista, un joven de pelo desordenado y rostro pecoso reunió a todos los aldeanos en la plaza principal. Todos estaban asustados pero no parecían estarlo lo suficiente pues ellos vivían muy lejos de donde se estaban produciendo las primeras batallas y creían que el mal jamás les alcanzaría gracias a la ayuda del Rey y sus caballeros.

-Tenemos que ir a ayudarles. Tenemos que hablar con el Rey Endeavor y demostrarles que nosotros también podemos luchar, que queremos unirnos a su ejército.

-Izuku, sabes bien que la mayoría que vivimos aquí somos ancianos o niños. Los jóvenes de tu edad se marcharon para formar parte del ejército. Jamás aceptarán que unos viejos les sirvan de escudo pues no duraríamos ni dos segundos en la batalla.

Izuku Midoriya, que así se llamaba nuestro protagonista, intentó convencerles pero poco a poco se fue quedando solo en la plaza. Sabía que tenían razón. El Rey Endeavor jamás aceptaría que unos niños o ancianos luchasen pero él no era un niño, tenía veinte años, edad más que suficiente para unirse al ejército pero debido a ciertas circunstancias no pudo alistarse junto con el resto de sus amigos al cumplir los dieciséis. Su madre le rogó que se quedase a su lado para ayudarla con la granja y aún así, cuatro años después, seguía arrepintiéndose de no haber sido capaz de convencerla pero su madre ya había perdido a su marido en una batalla poco después de que él naciera y jamás soportaría que su único hijo perdiese la vida de la misma forma que su amado marido.

-Izuku~

-¡Mamá!

Corrió hacia su temblorosa y llorosa madre.

-Izuku, no vayas. No tiene nada que ver con nosotros.

-Claro que sí, mamá. El mal, más tarde o más temprano, también alcanzará nuestro hogar. Quizás ni tú, ni yo lo vivamos pero sí mis hijos o los hijos de mis hijos. No puedo quedarme de brazos cruzados pensando en esa posibilidad.

-¡No! – gritó abrazándole con fuerza – Prométeme que no irás, por favor… Ya perdí a tu padre, no soportaría perderte a ti también… Además tú… tú… Tú no eres un héroe, Izuku.

Dolorido por las palabras de su madre se alejó de ella con la cabeza cabizbaja. No hacía falta que se lo dijese, él mejor que nadie sabía que no podía convertirse en un héroe como el resto de chicos de su edad pues no había nacido con las cualidades para ello. No sabía luchar, su madre siempre le prohibió tener una espada pero aún así, aún así…

-No puedo seguir de brazos cruzados o mi madre y mi amado hogar morirán.

****
Días después, cuando se encontraba de madrugada entrenando en el bosque con la vieja y mellada espada de su padre sin que su madre lo supiese, un desconocido irrumpió su entrenamiento para preguntarle si se encontraba muy lejos de palacio.

-¿Se encuentra usted bien? – le preguntó Midoriya nada más verle ignorando sus palabras.

-Perfectamente ¿Por qué me lo preguntas, joven?

-Porque tiene aspecto de estar muy enfermo. Mírese, está muy delgado, y tiene los ojos y las mejillas hundidos.

-Este es mi aspecto normal, chico.

-¡LO SIENTO MUCHÍSIMO! – exclamó inclinándose hacia adelante varias veces pidiéndole perdón – No pretendía molestarle ni ser un maleducado.

El hombre de cabello rubio y aspecto desaliñado movió la mano quitándole importancia.

-Si quiere ir al castillo le llevará bastante tiempo. Está muy lejos.- le contestó Midoriya cuando el desconocido volvió a preguntar por la dirección a palacio.

-Es una pena… Me temo que no llegaré a tiempo para entregarle la carta al Rey Endeavor. Mi paso es lento y no tengo dinero suficiente para rentar un transporte. Pero es imprescindible que haga llegar la carta sea como sea.

-¿Una carta?

-Sí, el Rey Endeavor tiene que saber que los ejércitos de los países vecinos están dispuestos a luchar a su lado y derrocar al mal que se cierne sobre nuestras tierras. Pero si la carta no llega antes de que el Rey Endeavor inicie la guerra… Perderán.

-¡Yo la llevaré!

Gritó el joven Midoriya apretando los puños muy confiado.

-No puedo pedirte eso, pondría tu vida en peligro.

-No importa. Iré de todas maneras. Lograré llevarle la carta al Rey Endeavor a tiempo.

Midoriya parecía muy confiado pero en realidad temblaba de arriba abajo. Sin embargo, el desconocido confió en él. Había algo en el chico que le transmitía coraje y valentía y sin pensárselo dos veces no solo le hizo entrega de la carta sino también de una preciosa, reluciente y fuerte espada alargada.

-Sepas o no luchar, esta espada ha sido utilizada en muchas batallas siglos atrás y porta la fuerza de aquel que la empuñó. Te ayudará ante cualquier enemigo, pero recuerda que el verdadero poder reside en el interior de uno mismo y en compañeros y aliados que luchen a tu lado protegiéndoos mutuamente. Buen viaje, joven Midoriya. Espero poder verte en un futuro.

Y con la cálida sonrisa del desconocido Midoriya despertó con el cacareo del gallo al amanecer. Había sido un sueño. Esa conversación había sido un maldito sueño. Y decepcionado, porque le hubiese encantado tener una excusa para salir de la aldea y unirse al ejército, se puso de pie dispuesto a hacer el desayuno e ir a trabajar en la granja con su madre pero, de repente, algo cayó a sus pies. Era una carta y, con el corazón latiéndole con fuerza, se dio cuenta de que había algo sobre su mesa que no estaba ahí cuando fue acostarse. ¡Era la espada que el desconocido le había entregado! Por tanto…

-¡No ha sido un sueño! – gritó feliz pero la felicidad duró pocos segundos al escuchar la voz de su madre al otro lado de la puerta.

No podía seguir perdiendo el tiempo. Tenía que salir de viaje ese mismo día sí o sí pero lo más difícil de todo se encontraba una vez abriese la puerta y saliese al salón… ¿Qué historia se inventaría para poder salir de la aldea sin que su asustada y amada madre le creyera?