Debido a que Fanfiction solo deja 380 caracteres en la descripción aquí estará la misma completa.


(AU Humano)

Edric Bligth, un Omega de 23 años es condenado a esposarse de un alfa desagradable de 28 por motivos de pureza y "arreglo" de su estado, añadiendo dinero de por medio. Intentando librarse de esa dura carga, se topa con una chica un tanto peculiar de su mismo rango de 21 años, dándole un giro de 180 grados a su vida.

El problema es, que si intenta estar con ella en la luna azul de los omegas, cometería el mayor delito en su vida: cambiar su destino predeterminado.

¿Logrará su cometido?


Esto no podía estar pasando.

No podía estar pasando de verdad. Sería una pesadilla, un infierno en vida. Algo abominable ante sus ojos, su vida, sus planes, sus metas y sus sueños.

El señor Alador Bligth tomó aquella bula autorizada por el gobierno estatal de Vancouver el cual daba cabida y debida autorización al casamiento de su hijo, Edric, con un tal Jerbo Holdings, dando así una repulsiva unión que beneficiaría a su familia de una posible quiebra, y de hacer de nuevo relucir el apellido Bligth en las comitivas de toda la ciudad, provincia y nación.

—¿¡Cómo se atreven a hacer eso!? —gritó enfurecido Edric, aún con sus ojos abiertos en par en par por semejante idiotez por parte de sus padres—. ¡Ni en los mejores sueños húmedos de ustedes me casaré con un asqueroso alfa como Jerbo!

—Tú te casarás con él, y punto. Nuestra familia depende de todo lo de los Holdings —afirmaba Odalia, tomándolo de las mejillas, como si de un niño pequeño se tratase—. Nosotros podemos decidir lo mejor para era familia y para ti, y eso es casarte con el alfa más aclamado de la provincia.

—¿¡Cómo me voy a comprometer con alguien que detesto como lo es él!? Fuma, toma, consume drogas, no, ni en chiste, además me es desagradable —comentaba el muchacho con mucha rabia.

—Estás sumamente equivocado —comentó Alador, moviendo la bula de un lado a otro con su mano—. Jerbo, es un muchacho agradable, agraciado, acomedido, respetuoso y con mucha más clase que tú, no anda en esas fachas de plebe cómo andas tú.

—Estar cómodo con un Jeans, remera y sudadera no le veo nada de plebeyo —contestaba el peliverde.

—No te atrevas a contestarme Edric —amenazó el castaño mientras lo apegaba a la pared y comenzaba a apretarle el cuello—. Hazlo por la familia, por tu madre, por tus hermanas, por nuestro renombre. Por desgracia nos saliste defectuoso siendo un Omega débil e inútil.

—Son más inútiles sus intensos de casarme con un desgraciado que sus insultos —finalizó el contrario, alejando el brazo de su padre de un golpe.

—De inmediato, te me vas a arreglarte, no quiero verte así, dentro de unos minutos saldrán los invitados y no quiero que te encuentren así. No tendría que decirte qué hacer, pero pareces peor que un niño pequeño.

Refunfuñando, se retiró el joven de la sala de la casa, molesto, amargado, desgraciado de tal acontecimiento, de tal disparate de idiotez e ironía de sus padres, internamente deseaba llorar de la rabia e impotencia que tenía.

Tenía sueños, metas, logros que quería alcanzar, conocer lugares y gente, ser feliz en un momento de su vida por lo menos. Desde niño el problema de ser un Omega dentro de una familia de Alfas puros era la comidilla de las cuadras, al igual que el blanco de bromas pesadas por parte de muchos Alfas que lo tildaban de "marica", "sucio", "desperdicio" entre otros apelativos y despectivos del mismo. Y no decir lo de su anterior relación, un rotundo fracaso cuando su enamorada se enteró del rango, casi estalla media ciudad en burlas y críticas, acompañadas de aquel humor negro tan característico de las mismas.

Ya no aguantaba tanto abuso.

Subía las escaleras intentando por lo menos no estallar en un llanto de enojo y frustración. No quería que nadie más supiera de eso.

Al llegar a la planta alta, se topó con su hermana menor, Amity, quien se reía tapándose la boca con su mano.

—Jiji ¡Te putearon! ¡Te putearon! —habló Amity al fondo, riendo de forma sarcástica ante el estado de su hermano.

—Estás muy graciosa hermana ¿Acaso te la metió un payaso?

—¡JAJAJAJA! ¡Cogida te darán en unos días cuando Jerbo esté preñándote cara de verga!, ¡Seré tía de mi hermano estúpido e inútil! —festejaba entre risas alborotadas la mujer, mientras hacía todo un show en el corredor.

—Ni con una identificación eres capaz de madurar —habló Edric, entrando en su habitación de un golpe en la puerta, sonoro y seco.

—¡La identificación me la paso por los huevos!

Suspiró detrás de la puerta, mientras cerraba sus ojos e imaginaba por un momento que su vida no era allí, sino en una sencilla casa, de un barrio sencillo en Vancouver, o Ottawa, quizá —como en su sueño—, en San Francisco o en Madrid. No deseaba más estar en esa mansión, incluso la cárcel, el manicomio o el inframundo eran lugares más piadosos que ese.

—¿Por qué a mí? —se preguntó a sí mismo, con sus ojos lagrimosos—. No quiero estar más aquí, ya no los aguanto.

Vio su habitación, vio lo que tenía su escritorio, una pequeña laptop, su teléfono, un videojuego de Xbox y una pequeña foto de su anterior pareja.

—¿De verdad tengo que casarme con Jerbo? —preguntó en su mente—. ¿Es un patán en verdad o solo es superstición mía?

Observó la foto, era Boscha, la capitana del equipo de Soccer de la universidad de Vancouver, en esa misma estaba él, apoyándola.

—Quizá si soy un perdedor.

Viendo la ventana, ideó escapar, quizá quedarse en un motel de mala muerte para descansar, ya que ni en broma iría a esa fiesta donde sería explícitamente dicho que se casaría a tal edad, más cuando la luna de los Omegas y su celo atrayente de cientos de Alfas puros había terminado al fin, 3 días de aún más sufrimiento, debido a su soledad y la única forma de apaciguar sus dolencias con algo de masturbación, o quizá con aquellos extraños consoladores masculinos para los hombres. O quizá tomando supresores para que nadie por sorpresa lo atacara de forma cruel solo por aparearse.

No quiso pensar más en eso. Sacudió su cabeza para sacar aquellas ideas estúpidas. Solo se concentró en irse de allí. Tomó su celular y algo de dinero que tenía en el cajón, daría una vuelta y salir por la ventana de su habitación, por suerte no estaba tan alto para lastimarse.

Al caer al suelo al fin contempló su anhelada paz y liberación, aquel acto de victoria quería festejarlo, pero no le quedarían demasiadas fuerzas para llegar al centro de la ciudad. Sin pensarlo demasiado, salió corriendo del patio trasero de la mansión para que ninguno de los invitados de la fiesta se diera cuenta de su falta.


Lo único quizá bueno de tener genes alfa en su ser era que podía caminar un poco más rápido para salir de esa zona boscosa. Veía al fondo la carretera y la única estación de autobús cercana a él para llegar al centro de la ciudad. No tenía prisa en llegar, ni mucho menos estaba viendo la situación a su alrededor.

—¡Jajajaja! ¡Miren a la sucia Omega esa! —hablaba una voz masculina, en un tono de burla sumamente nefasto.

—Ni siquiera sabe defenderse, carga ese estúpido bate por nada —hablaba ahora una voz femenina, la cual tomaba dicho objeto—. Sabes perfectamente qué nos tienes que dar, perrita.

—¡Aléjense de mí! —gritó la mujer—. ¡Llamaré a la policía!

—Nadie te creerá, perra —puso su bota en el vientre de la muchacha—. Nadie, por ser una Omega.

—Y sabes que tienen que hacer los de tu género —aclaraba otra mujer de cabello corto verde, quien comenzaba a ahorcarla.

Ay no,pensó Edric, yendo a ver lo que pasaba cerca de esa central, corrió lo más rápido que pudo, y logró ver a sus anteriores "amigos", forzando a una mujer debajo de ellos, querían arrancarle la ropa de un tirón, pero ella hacía su máximo esfuerzo para que no sucediera.

Tomó una piedra y sin pensarlo 2 veces la lanzó directo al rostro de uno de los atacantes, golpeando con fuerza su cara. Los demás al oír el impacto y el grito de dolor del joven voltearon a ver quién era el que había hecho semejante idiotez.

—¿Pero qué mierda? —agitó su voz la mujer, viendo al frente una sombra que se acercaba con fuerza.

—¡¿Quieren dejarla en paz?! —gritó Edric mientras jalaba de la cabellera al otro sujeto, resultaba ser un compañero de la clase de química quien le molestaba sin descanso.

—Oh, pero si está el otro Omega de mierda —hablaba la mujer mientras con una cadena apretaba su cuello.

—Amelia déjame —gruñó Edric, dando un codazo en el vientre de la muchacha.

Se deshizo de ella mientras tomaba la cadena en un movimiento totalmente inesperado, el otro quien se encontraba en el suelo, notó que un aire de fuerza traía el peliverde, Edric solo se puso a la altura del otro mientras comenzaba a darle puñetazos al contrario con fuerza; rompiendo la mejilla de aquel infame por dentro.

—No se metan con una pobre Omega que no les está haciendo nada, asquerosos —seguía hablando Edric, golpeando y golpeando con más fuerza.

La chica que estaba siendo sometida, logró tomar el bate rojo que tenía y darle un golpe seguro a la otra en las costillas quien intentaba huir del lugar, no podía negar que se sentía demasiado cansada, más por tanto forcejeo. Cayó al suelo agotada, de rodillas quedó mientras su vista se tornaba nublada, debido a que los omegas no podían mantener batallas debido a su cuerpo ligero.

El muchacho terminó con la ronda de puñetazos para voltear a ver a Amelia, quien se encontraba en el suelo recuperando el aire que le hablan sacado de imprevisto.

—No vuelvas a molestarla —dijo él con un tono grave y duro.

—Hay sí, ¿Qué nos impedirá hacerlo? —decía Amelia, sacando una navaja de su bolsillo.

El muchacho al notar el artefacto que la contraria sacaba, la tomó levemente del cuello, inmovilizándola, y con la otra le quitaba el afilado objeto. Amelia solo presintió que la podían apuñalar.

—La otra banda que quiere cazarlos, no crean que son los únicos en este lugar, y porque no lo contarán.

—No te atreves a golpear a una mujer, ¿Verdad maricón? —decía ella.

—Claro que no —la soltó de inmediato mientras aventaba su navaja a la pierna del otro.

Solo se escuchó el grito más agudo por parte del hombre al sentir aquella navaja clavarse en su extremidad.

—¡Maldito seas Edric! ¡Maldito seas!

—Espero y Jerbo te deje por muerto en la cogida que te dará, tampoco creas que no nos dimos cuenta que estás comprometido con él —finalizaba Amelia mientras iba a ayudar a sus compañeros.

El joven quedó helado ante la respuesta de la chica, los rumores corrían rápido al parecer, ahora todos pensarían que sería una de las parejas más lindas que la existencia de ese lugar allá visto, cosa de la cual parecía no ser así, era tan grande el infortunio del muchacho que ahora la burla lo perseguiría de esa forma, en su mente maldijo de nuevo ser parte del linaje de esa familia.

Al voltear a ver, encontró a la muchacha aún de rodillas, la cual se veía muy cansada, con ojeras en sus ojos, y con su respiración lenta. Su piel era de color morena, llevaba una camisa verde, al igual que una camiseta blanca con rayas púrpuras, llevaba un jeans de color azul marino, zapatos tenis modernos, y el bate era de color rojo, pero lo que más destacó fue un gorro de color corinto en su cabello castaño oscuro corto con sus mechones a cada lado y sus ojos del mismo color, parecía una musa, callada e inerte.

—¿Te, encuentras bien? —habló el joven, acercándose a ella.

—Bastante bien por suerte, solo estoy agotada —habló ella mientras jadeaba cansada, y trataba de apoyarse en aquel bate.

—Me alegro tanto, te ayudo —habló el muchacho, tomando la mano de la joven.

Ella sintió la calidez de aquella mano, y él la suavidad de la misma, el olor de ambos se hacía notar cada vez más, aquel dulce olor de los omegas a frutas los cegó a ambos, no con la intensión de querer reproducirse, sino con la intensión de proteger al contrario. La muchacha se sacudió el polvo de la ropa mientras lograba de nuevo ponerse en pie; vio los ojos dorados del chico, al igual que su cabello verdoso, era bastante atractivo, a decir verdad, y su corazón palpitó bastante rápido al ver de reojo su rostro.

—M-muchas gracias —agradecida ella, le dedicó una suave sonrisa, mientras su rostro se llenaba de un rubor dulce y su piel se enchinaba.

—No, no es nada —contestaba el joven, soltando levemente la mano de la contraria—. ¿Cómo te llamas?

—Mi nombre es Lucía, pero todos me dicen Luz, ¿Cuál es el tuyo? —inquirió ella, con su corazón palpitar, sintiendo que en algún momento se le saldría del pecho.

—Me llamo Edric —reveló su identidad el peliverde, mientras un silencio algo incómodo se hacía presente—. Tú, ¿Adónde ibas?

—Iba a casa, tenía unas cosas del supermercado, pero esos tipos me las quitaron, ahora no tengo nada para darle a mi mamá —suspiró ella mientras veía un pedazo de la bolsa de plástico rodar en la parada del bus.

—Puedo ayudarte —dijo el chico, sonriendo.

—No es necesario —comentó Luz, quien veía el suelo algo preocupada de tal favor que le harían—. Pero si deseas ayudarme, está bien, solo que no sé cómo recompensártelo.

—Tranquila, no es algo especial. Además, estás en un aprieto —afirmaba Edric con una leve sonrisa.

La morena sintió un pequeño escalofrío recorrer por los nervios que tenía, nadie haría tales gestos en ese lugar, o si lo hacían, pero con algo fuerte a cambio, pero tal parecía que eso no le importaba a ese individuo, y que al parecer no era necesario retribuirle.

—Bien, vamos, se está haciendo bastante tarde y van a cerrar —decía ella mientras emprendía la caminata de vuelta al lugar de conveniencia.