Disclaimer: Kimetsu no Yaiba/Demon Slayer; los personajes no me pertenecen, créditos a Gotōge-sensei. Posible y demasiado OoC [Fuera de personaje]. AU [Universo alterno]. Situaciones exageradas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.

Nota de autora: Les seré sincera...

Sólo busqué palabras al azar en el diccionario mientras esperaba ver a dónde me llevaría todo esto. Es un desastre.


Abecé del KanaGen

A: Anarquía


Hay un caos desatándose en su alrededor.

Puede escuchar los gritos. Las voces de muchas personas, reconoce algunas, y otras le saben aterradoras al no hallarlas dentro de su memoria. Un sudor frío recorre su espalda, le tiemblan los labios, al igual que sus puños fuertemente cerrados. Está sola allí, en medio de ese cuarto que pobremente podría llamarse un refugio, mientras se dicta que no puede irse de ese sitio hasta que pase el tiempo que le había indicado su madre.

Siente que es injusto. Ella, su madre, había escapado junto a su hermano cuando apenas el disturbio hubo de empezar, y la dejó y a todas sus hermanas dentro de ese palacio de mentiras. Pero ellas también se habían ido, y le habían dejado sola entre el desastre. Era una cobarde, era una idiota, lo sabía, se lo repetía. Tenía que huir con ellas y, en cambio, se quedó varada, de rodillas, en medio de ese cuarto en el que pronto encontraría su fin. La caída de su gobierno había llegado a un punto sin retorno ante la muerte de su padre, y nadie aceptaría a un sucesor con una muerte tan próxima, o que las únicas mujeres de la familia fueran quienes gobiernen.

Por eso, tal vez por eso, es que ya no tuvo voluntad de quitarse el entumecimiento de las piernas e ir tras Kuina y las gemelas. No había razón en escaparse (los atraparían en la frontera), y realmente no tenía ganas de correr entre tanto desastre. Ese lugar era más cómodo, y aunque morir manchando las paredes de la habitación de su hermano era un poco desagradable, era mejor a que su cabeza rodara en medio de un bosque abandonado.

Suspira, pero inmediatamente después casi se ahoga con su propia saliva. Un golpe contra las puertas hace que se tire un poco para atrás, y sus ojitos oscuros tiemblen con fuerza. Traga pesado, escuchando los estruendos hacerse cada vez más fuerte. Se asusta más, mucho más, en cuanto reconoce el sonido de carne siendo cortada, y gritos ahogados, lamentos y otras desdichas propias de una persona llegando a las puertas de la muerte. Hay un montón de maldiciones. Más gritos, más dolor.

Afuera de la callada y pulcra habitación, el horror continúa intensificándose. La anarquía que se ha desatado no va a poder ser amainada de ninguna manera, al menos no hasta que se destituyera por completo lo que quedaba del anterior gobierno. Y ella estaba en medio para que eso ocurriera. En realidad, ese hecho no le molesta tanto, pero vaya que era aterrador morir de una manera dolorosa, donde tenga que ahogarse en su propia sangre antes de ir al valle de los lirios rojos.

Otro golpe, más gritos. La puerta es golpeada y escucha alaridos furiosos, pero no para su persona. Hay una violenta pelea justo afuera, y Kanata tiene tanto miedo que sus dedos se aferran con fuerza a la tela de su vestido. Las dibujadas florecillas moradas se arrugan con fuerza, le raspan la piel, y se muerde los labios en un vano intento de calmar el nudo de su garganta. Continúa sudando, pero también hay lágrimas en las comisuras de sus ojos.

«¿Esto es todo? ¿Mi vida se acaba hoy?».

Por un momento, recuerda a su amable padre, quien siempre convaleciente ante su enfermedad, parecía conocer exactamente el día en el que moriría, y por ello lo había aceptado dignamente y con toda la calma del mundo. Pero su hija no podría hacer lo mismo, ella estaba aterrada y en su interior no podía aceptarlo del todo.

Finalmente, la entrada es derribada. Ella se tira para atrás, ahogando un grito en lo profundo de su garganta. Su expresión, que tanto tiempo había mantenido en toda la serenidad posible, se desvanece y da paso al horror ante la desesperación. Hay una persona justo allí, está muerta, se lo dicta su pecho ensangrentado y su mirada vacía que nunca llega a ella. Kanata cierra la boca con fuerza, sintiendo náuseas.

Nunca había visto tanta sangre, ni siquiera en los peores días de su padre.

—Ah, conque aún hay alguien aquí.

Levanta la mirada hacia el marco sin puerta, porque ambas puertas habían caído junto con el intruso fallecido. Lo primero que ve es una mano —la cual, tal vez alucina, tiene garras de pesadilla, como un monstruo— llena de sangre hasta las muñecas, y después de eso hay un rostro, furioso, lleno de cicatrices atemorizantes y enseñando los colmillos, abriéndose paso enfrente de la imagen de un montón de otros cuerpos que están varados afuera de ese cuarto.

Kanata no quiere creer que el sujeto que acababa de aparecer fuese quien acabó con tantas personas. No podía ser que todo lo que oyó por tanto rato hubiera sido una batalla tan dispareja, que terminó de una manera tan increíble. No podía ser cierto, no podía ser cierto.

Si así fuera, significaba que quien tenía enfrente ahora era su verdugo.

Como ya no está de rodillas a causa del salto que acabó dando debido a la sorpresa, retrocede apenas, sobre la alfombra debajo suyo, mientras todavía siente sus piernas dormidas incapaces de responderle correctamente. Si antes no lo habían hecho, ahora menos.

Para entonces, sólo le queda rezar por una muerte rápida.

—Espera, ¿una chica?

Sin embargo, algo como eso no se lo esperaba.

Sus ojos vuelven al intruso. Su rostro, antes lleno de una furia casi salvaje, ahora tiene una suave expresión de confusión. Pero no se deja caer por eso, porque aún hay sangre en esas manos y bajo sus pies la muerte misma.

Aunque es un poco desconcertante el verlo fruncir los labios y desviar la vista rápidamente, buscando con la mirada alguna otra cosa dentro de la fría habitación. Sus ojos van de aquí para allá, nunca se topan con la figura de la niña temblorosa en medio de todo el lugar.

—¿Dónde está el otro?

¿A qué se refería? Kanata no puede adivinarlo.

Pero puede pensar, él le da un segundo más de lo necesario. Ni siquiera le reprocha el tener la boca cerrada después de que hubiera saltado la interrogante. Y ella no es tan tonta como para quedarse varada en el espacio.

Sin embargo, las lágrimas salen al mismo tiempo que sus palabras.

—Se han ido —su voz, rota por culpa de su débil estado, llega a los oídos del joven hombre de aspecto aterrador. Se inclina hacia adelante, poniendo ambas manos sobre el piso y dejando perder su mirada hacia allí, mientras ve las lágrimas caer y mojar todo—. Se han ido hace rato.

No puede actuar con valentía para amenazarlo, o decirlo con la frialdad con la que lo haría su madre o hermana mayor. Ella no puede ser así, no sabe cómo hacerlo. No cuando la desagradable muerte está enredando sus garras alrededor de su cuello mientras se ríe en su oído.

—¿En serio? Eso es un alivio.

Aunque, de repente, la misma muerte parece retroceder mientras se ríe graciosamente. O es sólo imaginación suya.

Al levantar la cabeza, sólo se topa con una especie de rostro tranquilo y satisfecho. Pero no logra entender por qué. Por supuesto, no va a preguntar, no tiene el valor. Por eso solamente se queda allí, esperando algo, alguna señal, cualquier cosa, que soltara el veredicto de su destino.

—Ah, pero... ¿Dejaron atrás a una chica?

—Soy... soy la hermana mayor y la hija de mi padre. Yo sólo... yo sólo...

Excusas salen de sus labios, quiere cerrarlos, pero siquiera es capaz de respirar de manera normal. En cualquier momento, piensa, podría desmayarse.

—Vamos —no esperándolo, el muchacho le da la espalda mientras mueve la mano—. Encontraré un lugar por el que puedas escapar tú también. Date prisa.

—No... Espera... —pide, sintiendo algo extraño subir por su garganta. Ya no es el mismo nudo, sino algo mucho más doloroso. Es una esperanza. No quiere algo así, no después de ser abandonada por todos—. ¿Qué es...? ¿Qué está haciendo? Yo no puedo–

—¿No quieres salir? —Pregunta, sorprendido, girándose apenas para verle. Kanata rápidamente niega, pero después asiente—. Entonces es mejor que te muevas.

—No... No puedo... —murmura, palideciendo con rapidez. Sus piernas continuaban sin responder. Su vista vuelve a bajar, junto con su respiración volviéndose más acelerada—. No puedo moverme. No me puedo levantar. Lo siento. Lo siento. Lo siento...

—Oye, oye, está... está bien... bien —balbucea rápidamente, con una actitud que bien podría considerarse nerviosa. Al volver a verlo, Kanata percibe su rostro incómodo—. No te... No te disculpes tanto, no hace falta. Te... Te llevaré.

Ella parpadea repetidas veces. Sigue sin entender la razón de por qué ese chico estaba ayudándola, y no le había hecho nada todavía. No recordaba que fuera un sirviente dentro de la casa. No olvidaría una cara como esa.

—¿Por qué me estás ayudando? Creí que me matarías.

Cierra con fuerza los labios al soltar esas palabras, y su corazón golpea con insistencia en su pecho, martillando sonoramente en sus oídos. Quiere apartar la vista otra vez, pero no puede quitar su mirada de la cara extrañada que hace el muchacho.

—Yo no... no mato mujeres.

«Entonces estaría bien que me llevaras con alguien que sí» se abstiene de dejar escapar por su boca, y sonríe nerviosamente. Tal vez ese era su plan, a fin de cuentas, no ganaba nada manteniéndola con vida.

Sin embargo, ni siquiera pensaba en que él estuviera mintiendo sobre eso. Los cuerpos a su alrededor, de todas formas, estaban casi desgarrados y la mayoría apilados. Nadie reconocería a una pobre cortesana entre toda esa sangre y enredos.

Pero eso pasa a segundo plano en cuanto se puede escuchar el barullo aumentar en ese lado de la mansión. Más personas se acercaban, muy apresuradas, gritando algunas cosas sobre derrocar a la familia de la niña que todavía estaba arrodillada en medio del cuarto.

—Bueno, ya vámonos.

Kanata no tiene de otra que confiar en las garras y los colmillos ensangrentados de una bestia que no conoce.


¿fin?


Anarquía: Falta de todo gobierno en un estado. Desorden, confusión o barullo por ausencia o flaqueza de una autoridad.