Shaman King no nos pertenece.
Fanfic en colaboración con Annasak2 para la #FaustusWeek2021
Pueden encontrar este mismo fic (en inglés) en la plataforma de AO3.
Sala de emergencia
Fausto era un médico popular en su región. Muchos de sus conocidos le tenían en buena estima por su ardua dedicación al estudio y el arte de la medicina. Pero lo que más admiraban de su loable labor, era el tiempo dedicado a encontrar la cura de una rara enfermedad, cuya portadora era la hija de una familia adinerada.
Ellos no supieron de qué forma agradecerle. Él sólo pidió algo a cambio: la mano de la joven.
—¿Por qué le interesa tanto? —preguntó el padre de Eliza— Han conversado muy poco.
Pero el entendimiento mutuo existía, siempre lo supo, desde que sus ojos se cruzaron con los suyos a través del cristal de una ventana. Fue un amor casi instantáneo.
—Compartir mi vida con Eliza sería el mejor regalo que pudieran hacerme.
No viendo mayores inconvenientes, aceptaron y se acordó la fecha de la boda para las próximas semanas. Su noviazgo fue tímido y recatado, pero al llegar los primeros días en casa, después de la luna de miel, descubrieron cuenta que no eran tan inocentes como pensaban.
—¿Qué estudias ahora? —Preguntó interesada, hurgando con su mano derecha en el pecho de su esposo— ¿La cura del cáncer?
—Ojalá fuera tan sencillo— Dijo Fausto, besando su mejilla— Una niña tiene un sarcoma y estoy leyendo todo lo que hay del tema. Necesitaremos hacer una cirugía y hay tan poco personal en la clínica.
—Tal vez… yo podría ser de ayuda— Propuso Eliza, ante la mirada curiosa de su esposo— Puedo tomar algunos cursos y estudiar contigo.
—¿Quieres ser enfermera?
—¿Por qué no? —Preguntó mientras tomaba con cariño su cuello —Sería atractivo trabajar juntos y ayudar a las personas. Como a esta pequeña niña.
Resultó ser muy buena. Tras dos años de estudio ejercía muy bien su labor, en particular con los niños con los que tenía mejor relación. Mucho tiempo después, se dieron el lujo de poner un consultorio cerca de casa, en el que atendían consultas más cotidianas los fines de semana, fuera del estrés del hospital.
Anelisse, la asistente, revisaba la agenda del día, avisándole a Eliza que saldría a comer en lo que llegaba la consulta de las cinco.
—Claro, disfruta la comida.
Era un lugar pequeño, pero tenían una sala para los pacientes bastante amplia por si ocurría alguna emergencia. Cogió unos estudios para meterlos al archivo de su último paciente. Su ronda estaba muy tranquila gracias a que no había nadie internado, así que abrió la puerta del consultorio de su esposo encontrándolo con un libro en la mano.
—Como siempre— comentó,distrayéndolo de su lectura—¿Puedo pasar, Doctor?
La mención de su cargo hizo eco en su cabeza. Jamá,s en todos sus años juntos, Eliza lo había nombrado de esa forma, incluso durante las consultas lo llamaba por su nombre porque para nadie era un secreto su matrimonio. Bastaron dos segundos más para que entonces entendiera el comentario. Revisó el listado de pacientes que estaba sobre la mesa y sonrió al ver que había tiempo para una pequeña fantasía.
—Adelante, entró en el momento justo, Eliza. Este libro menciona algunos procedimientos para tratar la enfermedad que estoy siguiendo. ¿Le gustaría ayudarme?
Su esposo había entendido la insinuación.
—Por supuesto, sería un honor para mí, Doctor Fausto. —Él tenía cierta malicia en su mirada que la encendía de una manera bastante rápida, pero ese juego lo había iniciado ella y no podía echarse para atrás— ¿Qué debo hacer?
—Abra su uniforme, por favor. —Si no estuvieran en ese estúpido juego ya le hubiera dicho que se quitara el resto de la ropa—. El estetoscopio está algo frío, espero que no le moleste.
Fausto se puso el aparato y se acercó a la mujer que muy paciente lo esperaba en la camilla del consultorio. Tomó la campana y la puso sobre el pecho de su esposa. Se estremeció, el contraste de temperaturas fue imposible de ocultar. Lo arrastró por la piel del pecho y luego pasó por la espalda. Las ganas de quitarle ese estúpido sostén comenzaban a hacer acto de presencia.
—¿Todo en orden, Doctor?
Fausto no sabía muy bien por qué, pero ver a su esposa en ese estado lo estaba dejando muy mal parado. Siguió moviendo el objeto por la piel de ella hasta que ya no tuvo más excusas para seguirla tocando. Tomó un baja lenguas y Eliza cedió ante ese procedimiento tan poco estimulante, si tenían que fingir lo haría a la perfección.
—¿Qué tal me encuentra?
—Está muy bien, pero me temo que debo hacer una consulta mucho más profunda. Acuéstese y relájese.
Las ganas de acostarse encima de ella le iban a jugar en contra cuando empezara a tocarla. Puso las manos sobre el vientre de su esposa y siguió su examen de rutina. Quemaba, la piel de ambos quemaba.
—Doctor, hace mucho no me hago una mamografía. ¿Le importaría revisarme? Quizá sus manos sientan cosas que yo no.
Fausto la estaba pasando muy mal. Eliza se sentó de nuevo sobre la camilla y se quitó el sujetador. Los pezones erectos pidiendo atención amenazaban con quitarle el autocontrol mostrado hasta ese momento.
—Por favor, levante los brazos. —Sus manos rodearon los pechos de su esposa y aunque hubiese querido hacer un examen digno de un profesional, no pudo—. Tiene unos senos muy bonitos, Eliza.
La enfermera no sabía cuánto más podía aguantar. Las manos frías de Fausto sobre sus senos solo hacían que sus piernas comenzaran a temblar y que su entrepierna hormigueara. Estúpido juego.
—¿Encuentra algo anormal?
—¿Siente algún tipo de dolor si hago esto? —Fausto rodeó los pechos de ella y los apretó. La respiración de Eliza comenzaba a fallar—. ¿O esto? —Con sus pulgares acarició la areola y sintió la imperiosa necesitad de pasar su lengua por ahí.
—No, no siento nada.
—¿Y esto? —Sus dedos fueron directo a sus pezones mientras que su boca le hablaba directamente al oído—. El libro menciona que estos exámenes para que tengan menor posibilidad de fallar deberían hacerse con otras partes diferentes a las manos. ¿Desea seguir ayudándome?
—Por supuesto, doctor. Todo es en nombre de la ciencia. ¿Verdad?
Fausto pasó su lengua por el hueso de la mandíbula de su esposa hasta llegar al mentón. Desde ahí comenzó el descenso por el cuello y, por su altura, ya la posición estaba siendo bastante incómoda.
—Lo mejor es que se acueste, así su espalda no sufrirá ninguna lesión.
—Creía que estos exámenes debían hacerse en esta posición, Doctor.
Si Eliza volvía a llamarlo de esa forma mandaría ese estúpido juego a la mismísima mierda en ese instante.
—Es una nueva técnica que permite que la paciente se sienta mucho más cómoda. La estoy estrenando con usted, recuerde que todo es en nombre de la medicina.
Finalmente cedió y se recostó en la camilla. Fausto no perdió oportunidad y se montó a horcajadas sobre ella. Era una bendición que aún tuviera puesta su bata pues así podría ocultar su erección, sin embargo, en esa posición, sabía que ella sentiría algo muy duro en su vientre.
—Estoy lista para el examen.
No tardó mucho más en volver a los senos de su esposa. Primero, la punta de su lengua hizo un espiral sobre el pezón erecto y el gemido de Eliza lo empezaba a descontrolar.
—¿Siente algo? —Pero ella quería seguir jugando.
—No. Tal vez tenga que seguir explorando de una manera más profunda. —El pene dentro de su pantalón también se lo estaba exigiendo.
—Intentaré algo más fuerte. —Fue entonces cuando mamó el seno de Eliza mientras que su lengua repetía la acción anterior—. ¿Ahora?
—Creo que necesito un poco más de presión. —Su esposa era realmente un demonio. Sin quedarle ninguna otra opción, tomó entre los dientes el pezón de la mujer y lo tiró suavemente. Las piernas de ella comenzaron a moverse por la desesperación y él no veía la hora de empezar a penetrarla.
—Eliza —La llamó e intentó sonar lo más tranquilo posible— Si mi teoría es cierta usted tendría que estar excitada en estos momentos. ¿Le molestaría si lo compruebo? Es algo científico que no da espera—. La mujer asintió como pudo y Fausto, levantándole la falda y corriéndole mínimamente la ropa interior, deslizó su dedo medio que no tuvo mayor dificultad en ser absorbido por intimidad de su esposa. No veía la hora de usar su miembro en ese experimento.
—Y dígame, ¿estoy sana?
Fausto empezó a meter y a sacar el dedo mientras que Eliza seguía retorciéndose entre la camilla y él.
—¿Sientes eso, Eliza? —Fue entonces cuando el dedo índice se unió en la penetración, y arqueándolos un poco, empezó a tocar puntos más sensibles de la anatomía de la mujer.
—Creía que la exploración tenía que hacerse con la boca.
Él no iba a rechazar semejante invitación. Se bajó del cuerpo de su esposa, se puso de rodillas en el suelo y, abriendo las piernas de la rubia, delineó los labios vaginales con lengua. Ya estaba harto del juego, pero antes quería que Eliza se rindiera ante él.
—Fausto —Ya no le quedaba voz— Sabes lo que tienes que hacer.
—Dime Doctor —Eliza estaba confundida— Eres mi paciente, dime Doctor.
Su esposo era un maldito loco.
—Doctor, por favor.
Un segundo después la cara de Fausto estuvo enterrada en medio de sus piernas. Su lengua se endureció y con ayuda de dos dedos abrió el hoyuelo que conducía a su vagina. Se abrió paso en esa cavidad, hasta lo más profundo que pudo. La respiración de Eliza se aceleró.
¿Era posible que siguiera sorprendiéndola después de tanto tiempo juntos? La respuesta era una contundente afirmación que se reforzó a medida que la lengua del doctor auscultaba con mayor detalle las paredes de su interior.
Mordió sus labios, tratando de acallar el sonido escandaloso de su boca, pero era difícil, casi imposible. A medida que Fausto cogía ritmo también crecía la humedad en su centro.
—Doctor...—gimió ella, enterrando sus dedos en aquella cabellera rubia.
—¿Estoy haciendo un buen trabajo, Eliza?— Se jactó, dejando su centro para subir hasta su boca y humedecer sus propios labios con su secreción. —¿Necesitas más exploración?
—Sí —Afirmó sobre su boca— Quiero más.
—Entonces haré una revisión más profunda— Djo escabullendo una mano hacia su pantalón.
Eliza reconoció el sonido y también el ligero movimiento de dedos, tratando de desabrochar la ropa. Estaba impaciente y cuando él se liberó, se apegó a él de inmediato. Sintió la punta resbalarse en la entrada y…
—¡Doctor, Doctor!
Esos eran gritos, en efecto, pero no provenían de su esposa y más allá de fecundar un ambiente más erótico, aquello rayaba en el pánico. Ambos se miraron resignados a que el tiempo de descanso no fue suficiente para alcanzar el ansiado clímax.
Se separaron de inmediato, tratando de lucir lo más presentables, cuando la desesperada chica abrió la puerta del consultorio, indicándole que estaban llegando muchos pacientes por un incendio en un edificio cercano.
Eso sonaba grave, una verdadera emergencia.
Pero tampoco olvidaba que tenía una justo debajo de sus pantalones. Quizá por la adrenalina, su asistente apenas advirtió la condición de ambos o prefirió pasarlo por alto, como fuera, agradecía la discreción.
Eliza dio un pequeño salto de la camilla y terminó de acomodar su uniforme, tratando de simular que nada había pasado.
—Hora de volver al trabajo —Dijo ella con una sutil sonrisa.
Esperaba que el problema se resolviera cuanto antes ya que necesitaba un tiempo a solas con su esposa.
—Hora de trabajar —Repitió Fausto, acercándose a ella para susurrar en su oído algo más. —Pero el doctor terminará la revisión en donde se quedó.
—Eso espero —Contestó traviesa.
Con ese tipo de insinuaciones y su suave andar sería muy complicado volver a la rutina, pero el deber lo llamaba.
Finalizado
¡Holis! Este fanfic surgió hace algunos meses para el mankinktober pero recién hoy vio la luz gracias a la FaustusWeek2021 que se creó en twitter.
¡Muchas gracias por leer y, sobre todo, a Annasak2 por invitarme a escribir con ella!
¡Que los ilumine la eterna luz!
