Disclaimer: Todo lo que aparece en el fic es de Rowling, incluidas sus contradicciones.
¡Hola!
Empecé a escribir este fic a finales de agosto y luego lo dejé apartado. Lo continué en noviembre durante la maratón del NaNoWriMo y lo terminé. Nicangel03 (muchas muchas muchas gracias) lo leyó con paciencia capítulo a capítulo, dándome su opinión y ayudándome con varios detalles, guiándome durante el proceso. Cuando lo acabé lo archivé con la intención de dejarlo reposar un par de semanas pero la vida, la ansiedad, el miedo al fracaso y un cúmulo de cosas me arrolló.
Me propuse corregirlo en abril (con la excusa, curiosamente, de otra maratón del Nano). El fic está terminado y tendrá 16 capítulos en total que estoy en proceso de corregir. Publicaré todos los martes y jueves. Ojalá os guste (admito estar un poco nervioso porque al ser de hace tantos meses me siento un poco impostor).
Créditos de la imagen de portada a Iamjustbread.
¡Muchas gracias por leer!
Regreso a Hogwarts
Harry entró en el dormitorio y paseó la vista por él, estudiándolo con interés. La directora McGonagall había rehabilitado varias antiguas aulas del ala este del castillo que habían caído en desuso durante las décadas anteriores y las había convertido en dormitorios para acoger a los alumnos que no habían podido cursar adecuadamente los EXTASIS de séptimo por culpa de la guerra y habían decidido regresar aquel año a terminar sus estudios.
No eran muchos. Aquellas personas como Ginny, Luna o Dennis, que no estaban en quinto o séptimo el año de la guerra les habían permitido avanzar de curso, considerando que podrían recuperar rápidamente el nivel. De la promoción de Harry sólo nueve personas habían decidido volver. McGonagall había enviado personalmente una carta a cada uno de los alumnos, garantizándoles que Hogwarts estaba abierta a ellos y los recibiría con gusto, pero Harry ya había supuesto que tras la guerra no todo el mundo querría volver al castillo.
Por ejemplo, Ron había preferido quedarse ayudando a su hermano George con la tienda. «Me necesita más en este momento, Harry. Está destrozado por lo de Fred y hay que ayudarle a salir adelante. Y… bueno, él tampoco terminó sus EXTASIS, no son necesarios para trabajar aquí». Harry lo había comprendido, al fin y al cabo George era tan familia de Ron como suya. Se habían despedido en Hogsmeade con un fuerte abrazo. Aunque la nostalgia había asomado a los ojos de Ron al ver a Harry y Hermione caminar hacia el castillo, este no había cambiado de opinión.
Hermione sí había decidido volver a pesar de la oposición de Ron, que deseaba que se quedase con él en Londres. Los dos habían continuado su relación, iniciada durante la batalla con un torpe beso y confirmada tras ella, y Ron no deseaba separarse tan rápido de ella, sobre todo ahora que iba a vivir en su propio apartamento. No obstante, Hermione aspiraba a trabajar algún día en el Departamento de Aplicación de la Ley Mágica.
—Si quiero estudiar Derecho Mágico, he de obtener todos mis EXTASIS. El año pasará rápido y podremos vernos en Hogsmeade y durante las vacaciones. Antes de darnos cuenta, estaremos graduados —había sentenciado Hermione, muy seria. Ron había acabado asintiendo ante sus argumentos, resignándose y prometiéndole tener paciencia para esperarla.
Inicialmente, Harry no había querido volver. Sentía nostalgia por el castillo, que había sido su hogar durante seis años de su adolescencia, pero también creía que contenía recuerdos que no sabía si habían sido gestionados emocionalmente. Kingsley le había insinuado que Robards, el actual Jefe de Aurores, estaría encantado de contar con él entre sus filas. Lo consideró durante unas semanas, antes de decidir que estaba harto de pelear y de perseguir a los malos. Nunca había querido el protagonismo de ser el Elegido y entrar en el cuerpo de aurores habría sido marcarse él mismo dicha atención sobre sí mismo. Además, había comprendido que la idea de ser auror había partido de unos momentos muy concretos de su vida. Además, se dio cuenta que no quería llegar a ser auror por el único mérito de haber sido El-Chico-Que-Mató-A-Quien-Tú-Sabes, como le apodaba El Profeta recientemente.
Asumirlo había sido doblemente difícil porque de repente se sintió sin rumbo en la vida. Consideró la idea de ir a vivir con Ron hasta que Hermione terminase Hogwarts pero, cuando Ron había aceptado que su novia asistiría a su último curso, había decidido mudarse al apartamento de George para estar más cerca de la tienda y de su hermano en lugar de independizarse por su cuenta como había planeado inicialmente.
—Podré echar un vistazo a George. Mamá dormirá más tranquila si lo hago. Y me vendrá bien ahorrarme el dinero del alquiler durante un año, cuando Hermione acabe dispondré de ese dinero. Quizá podría darlo como entrada para una casa en las afueras en lugar de gastarlo en un alquiler de un piso enano del centro de Londres. —Harry había sonreído y le había dado unas palmadas en la espalda, alegrándose por la decisión de su amigo aunque fuese un nuevo revés para sus planes.
Sabía que habría sido bienvenido en La Madriguera, por supuesto, pero la conversación que había tenido con Ginny tras la batalla de Hogwarts sobre su relación y su intención de no seguir saliendo con ella había enfriado las cosas entre los dos. Harry pensaba que no habría sido justo para Ginny tener que verle a diario dentro de su propia casa durante todo el verano, así que Harry se había mudado a lúgubre Grimmauld Place después del funeral de Fred.
No había sido una conversación fácil. Ginny había peleado fervorosamente en su nombre en Hogwarts durante aquel fatídico año, igual que Neville, Luna y el resto de sus compañeros. Creyendo en él, peleando por él, defendiéndolo. En cierto modo, Harry se sentía en deuda con todos ellos, pero sobre todo con Ginny. Cuando la guerra terminó, él no se acercó a ella. Ginny lo respetó durante unas semanas. Harry sabía que estaba siendo un cobarde y que tenían una conversación pendiente, pero intentó esquivarla durante su estancia en La Madriguera. Cuando finalmente ella lo acorraló tuvo que sincerarse, consigo mismo y con ella.
Ginny no se lo había tomado bien, pero Harry no la culpaba por ello. Sabía que si hubiese sido al contrario, él se sentiría igual. Ella todavía estaba enamorada y él se sentía responsable de haber alentado sus sentimientos. Su psicólogo le había felicitado por ser capaz de ser franco y asertivo, recordándole que Ginny tendría que buscar su propia felicidad y superar su relación por su cuenta.
—Quizá algún día podamos ser amigos —le había propuesto Harry, con la voz teñida de dolor, porque los Weasley eran muy importantes para él, Ginny incluida, aunque no pudiese corresponderla como ella quería.
—No lo sé, Harry. Ahora mismo… Da igual. —Ginny tenía una lágrima corriendo por la mejilla. Harry había querido consolarla, pero no había sabido cómo hacerlo sin hacer un gesto que pudiera malinterpretarse, limitándose a quedarse de pie y parado como un pazguato.
—Lo superará, tío —le había susurrado Ron cuando había vuelto a la habitación que compartían. Ron se había fijado en que parecía desanimado y había acabado sonsacándole lo ocurrido.
—¿No te parece mal? —había preguntado Harry, que sentía algo de miedo por la posible reacción de Ron antes la noticia—. Ya sabes, es tu hermana y…
—Tío, siento que no funcionaran las cosas, pero sigues siendo parte de nuestra familia, no lo olvides.
—No es justo para tu hermana.
—La gente a veces no se enamora. No es algo que se pueda controlar, ¿verdad? Ginny encontrará a alguien. Alguien que, para ella, será mejor que tú. Sin desmerecer lo presente, ya sabes lo que quiero decir —bromeó Ron con una sonrisa, intentando animarle.
—Eso espero.
—Habría sido más injusto que te dejases llevar, la engañases sobre tus sentimientos y te dieses cuenta más tarde.
—Tienes razón. —Aquella misma tarde Harry había abandonado La Madriguera, huyendo de la mirada triste de Ginny, con la responsabilidad de su dolor carcomiéndole la conciencia.
Cuando llegó el verano, también lo hizo el momento de tomar una decisión definitiva sobre su futuro. Las paredes de Grimmauld Place se le caían encima, agobiándole. Una carta de Hermione preguntándole si podría darle la tinta y los pergaminos limpios de otros años para aprovecharlos le hizo pensar que cursar un año más le daría un balón de aire a su decisión. No deseaba ser auror y quería, por una vez, tener el control de su vida y ser solamente Harry: Hogwarts podía ayudarle con eso. Y el castillo era lo suficientemente grande para no tener que cruzarse con Ginny continuamente, ambos podrían pasar página. Una lechuza a McGonagall después, se convirtió en el último alumno en confirmar su asistencia ese curso a apenas tres días del comienzo del año escolar.
«Dos camas», suspiró Harry, preguntándose quién sería su compañero de cuarto y, por tanto, el noveno alumno que faltaba por llegar.
McGonagall les había informado sobre la disposición de los dormitorios en la carta que les había enviado tras aceptar el ofrecimiento de volver a Hogwarts, indicando que les dejaba repartirse los dormitorios como deseasen «en atención a su madurez y responsabilidad adulta más que demostrada». Uno de los dormitorios dobles había sido para Hermione y para MacDougal, las dos únicas chicas de su curso que habían vuelto y Macmillan y Finch-Fletchey, que habían llegado los primeros al castillo, se habían adueñado de otro.
Cuando Dean, Neville y Harry habían entrado en el único dormitorio triple con la intención de compartir cuarto igual que hacían en la Torre de Gryffindor, Michael Corner ya estaba depositando su bolsa de viaje en una de las camas. Dean hizo un sonido de fastidio que reprimió al recibir un codazo de reprimenda por parte de Neville.
Los cuatro chicos se miraron titubeantes durante unos segundos. Corner no parecía dispuesto a abandonar el dormitorio y ellos tres no querían separarse. Harry se dio cuenta que Neville, a pesar de las heroicas acciones del curso anterior, parecía inseguro y poco dispuesto a compartir dormitorio doble con alguien que no fuese de Gryffindor. Por otro lado, Corner era el único Ravenclaw de su curso que había vuelto, además de MacDougal y necesitaba integrarse en un grupo de compañeros nuevo; seguramente por eso había escogido un dormitorio donde podría relacionarse con dos personas.
—No os preocupéis, chicos. Yo me iré a la otra habitación —había dicho finalmente Harry en voz alta, forzando una sonrisa amable.
Ninguno de ellos se opuso ni se ofreció, aunque fuese por simple cortesía, a ocupar su lugar. Con un movimiento de cabeza, Harry se había despedido de ellos y había entrado en el último dormitorio doble que quedaba libre. Dejó caer la mochila que llevaba al hombro encima de la cama que quedaba más cerca de la ventana. Tenía una magnífica visión de parte del lago y del Bosque Prohibido.
Abrió la ventana, permitiendo que el fresco aire matinal escocés entrase en la habitación. Inspiró con fuerza y el olor fragante del final del verano le inundó las fosas nasales. Todo estaba en quietud y silencio. McGonagall les había convocado antes del almuerzo, igual que a los profesores. Sus baúles llegarían al anochecer, con el resto del alumnado que viajaba en el Expreso. Ellos se habían aparecido en Hogsmeade y hecho el trayecto que les separaba del castillo a pie.
La puerta se abrió y Harry se volvió para ver quién era su compañero de cuarto. Draco Malfoy estaba en el hueco, paralizado y mirándole fijamente, con los ojos abiertos de par en par. Su cara mudó a una expresión de furiosa incredulidad.
—¿Tú? —preguntó Malfoy, casi escupiendo.
Dejó caer la bandolera que llevaba cruzada sobre el pecho al suelo y salió de la habitación como un vendaval sin molestarse en cerrar la puerta.
—Tenía que haberlo imaginado —suspiró Harry con fastidio.
Siguió explorando el resto de la habitación. Un escritorio grande y dos sillas cómodas, con espacio suficiente para facilitar el estudio a dos personas. Un gran armario con dos puertas en la pared del fondo. Al abrirlo, comprobó que cada una accedía a un espacio independiente del otro.
«Cajones, una barra para colgar túnicas, baldas… Mantas y almohadas también, McGonagall ha pensado en todo», comprobó en silencio.
Una pequeña estantería en un rincón para organizar sus libros y material escolar. Junto a las camas, dos mesitas de noche, cada una a un extremo. Entre las camas, a modo de división, una lámpara de pie alta. No vio ningún interruptor o llave, así que no pudo encenderla. Ni rastro de los doseles característicos de su habitación de Gryffindor que tanta intimidad le habían otorgado en el pasado.
«Podría ser un dormitorio muggle», pensó Harry extrañado. La habitación era práctica y cómoda, pero aséptica y no habría desentonado en un internado cualquiera del país.
Se asomó a la puerta de lo que dedujo que sería el baño compartido. De aspecto completamente muggle también, no había rastro de las arcaicas duchas y lavabos de Gryffindor o los vestuarios de quidditch. Aquel inmaculado y deslumbrante baño blanco no habría desentonado en la casa de Privet Drive de sus tíos. Dos lavabos unidos bajo un gran espejo ocupaban la mayor parte del espacio.
«Está diseñado para que ambos podamos hacer uso de él a la vez», aprobó Harry. Los baños de Gryffindor eran más grandes y comunales, pero aquel bastaría para los dos.
No tendrían que hacer turnos para lavarse la cara, los dientes o cosas similares. Un retrete, un gran plato de ducha cubierto por una mampara rígida transparente y un armario colgado en la pared completaban el mobiliario. Tocó el espejo con la yema del dedo con curiosidad y este iluminó todo su perímetro con una agradable luz blanca. Entre los dos lavabos había espacio suficiente para colocar sus enseres de higiene y disponían de un vaso de vidrio para cada uno.
—Harry, ¿estás listo? —oyó la voz de Hermione dentro del cuarto. Harry salió del baño para encontrarse con ella, que también examinaba el dormitorio con ojo crítico.
—Es igual que el nuestro —explicó Hermione, contestando su pregunta silenciosa—. McGonagall no se ha quebrado mucho la cabeza. Muy de su estilo, todo sea dicho.
—No parece Hogwarts, ¿verdad? —preguntó Harry, poniendo en voz alta su impresión anterior, sintiendo una pequeña desazón en el estómago—. Parece como si los dormitorios quisieran recordarnos que no deberíamos estar en Hogwarts y por eso tuvieran este aspecto.
—Creo que más bien es que entre la decoración de estas dependencias y el resto del castillo ha transcurrido un milenio, Harry —contestó Hermione con sorna.
Con una carcajada, salieron de la habitación, encontrándose con Dean y Neville. Un paso por detrás de estos les esperaban Michael Corner y Morag MacDougal con cara de no estar muy seguros de si debían estar allí.
—Bueno, McGonagall nos espera, en marcha —dijo Dean en tono aventurero, lo que provocó más risas de los demás, relajando el ambiente.
Los seis se pusieron en camino en dirección al despacho de la directora. Hermione, Dean y Neville charlaban animadamente de algún tema intrascendente. Michael caminaba detrás del grupo, ligeramente retrasado, con las manos en los bolsillos y cabizbajo, y MacDougal había reducido el paso para situarse a su lado. Sin saber muy bien por qué, él también se quedó un poco rezagado escuchando la conversación de ambos sin que se diesen cuenta.
—Es cuestión de tiempo, Michael —decía MacDougal con voz suave de repente, captando su atención.
—No supe que no iba a volver nadie hasta hace un par de semanas —respondía este con voz apesadumbrada—. Si no, yo tampoco habría vuelto.
—No digas tonterías. Necesitas tus EXTASIS y tienes derecho a obtenerlos.
—Lo sé, pero parece tan difícil… Compartir con extraños a estas alturas…
—Son buena gente, verás cómo enseguida te llevas bien con ellos —le consoló MacDougal—. Además, no son extraños, hemos peleado juntos el año pasado. No son desconocidos, Michael.
—Al menos no tengo que compartir dormitorio con Malfoy.
«Yo sí tengo que compartir habitación con él para que tú estés con Dean y Neville» pensó Harry con amargura.
—Tampoco habría pasado nada —repuso MacDougal con tono optimista—. Malfoy no parece mal chico.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Has olvidado todo lo que se supone que ha hecho?
—Lovegood y Potter declararon en su juicio para exonerarlo —Harry ladeó inconscientemente la cabeza al oírlo. Era cierto, ambos lo habían hecho, Harry se habría sentido muy culpable de no haber testificado—. No puede haber sido tan horrible. Quiero decir, Potter y Malfoy se han llevado mal durante siete años y Lovegood estuvo presa en su casa durante la guerra. Y aun así…
«Se preocupaba por Garrick y por mí», había dicho Luna en el juicio. «Nos traía agua y comida a escondidas de los demás mortífagos y de vez en cuando se sentaba allí a pasar el rato con nosotros. Lo pasó muy mal».
—Bueno, sigo sin querer compartir cuarto con él —refunfuñó Corner, viéndose acorralado.
Harry bufó. Se preguntó si Corner sí sabía quién era el que faltaba por llegar y si habría escogido la otra habitación por eso y no por sentirse acompañado como él había supuesto en un inicio. Le invadió la sensación de que, como siempre, le faltaba información y el resto jugaba con ventaja. Apretó los labios, intentando sepultar el fastidio al fondo de su mente. Al fin y al cabo, MacDougal tenía razón: él no creía que Malfoy fuese tan horrible. Había visto sus ojos en la Torre de Astronomía y habían parecido los de alguien acorralado, no los de un asesino.
Llegaron al despacho de la directora. La estatua que daba acceso a él seguía rota y la puerta estaba abierta. Las escaleras no ascendían automáticamente como en el pasado y tuvieron que subirlas caminando. Al llegar arriba Hermione golpeó suavemente la puerta y la voz de McGonagall les invitó a pasar.
Dentro estaba la directora, sentada tras la mesa que había sido de Dumbledore. Alrededor de la mesa había nueve sillas, de las cuales solo había una ocupada por Malfoy, que estaba sentado con las piernas y los brazos cruzados y cara de mal humor. No les saludó ni les miró cuando entraron. Harry volvió a sentir el fastidio que se había tragado unos minutos antes al ver la arrogancia de Malfoy.
—Bienvenidos —les recibió McGonagall, mirándoles por encima de las gafas—. Por favor, poneos cómodos. En cuanto lleguen los señores Macmillan y Finch-Fletchey, comenzaremos.
Se sentaron en silencio. Harry examinó el despacho a su alrededor. Estaba bastante cambiado, la mano de la nueva directora se notaba en el mobiliario y la decoración. Correspondió con un asentimiento de cabeza al retrato de Dumbledore, que le saludaba con una amplia sonrisa. Se fijó en que el de Snape lo taladraba con la mirada como hiciera en vida. McGonagall había decidido colgar un marco vacío allí tras enterarse por Harry de sus acciones durante la guerra y Snape había aparecido unos minutos después en él. En ese momento, con los ojos de Snape clavados en él, Harry no tenía muy claro que hubiese sido buena idea.
Se fijó de nuevo en Malfoy. Harry estaba un poco desconcertado todavía. Verle entrar en el cuarto le había fastidiado un poco, pero no tanto como escuchar las palabras de Corner o percibir el desdén del propio Malfoy. Sí que echaba de menos que Ron hubiese decidido no acudir a Hogwarts porque habrían podido compartir la habitación y habría sido divertido. Sin embargo, comportarse con la nobleza que se esperaba de un Gryffindor le había acabado llevando a que fuese Malfoy quien llegase a ese dormitorio.
«Pero no me ha enfadado tanto como a él», constató sorprendido, fijándose en el rictus enfadado y frustrado de Malfoy.
Harry lo observó de reojo. Malfoy tenía los labios apretados en un gesto de cabreo pero, mirándolo más detenidamente, se asemejaba más a un intento por contener las lágrimas que a un enfado real. Tenía los ojos rojos y fijos en la directora, acusadores. Sus piernas y brazos cruzados y su cabeza rígida expresaban bloqueo hacia cualquier cosa que pudiese venir de fuera. Harry había aprendido a identificar aquellas cosas en las sesiones de terapia con su psicólogo muggle. Se sorprendió, porque no recordaba que Malfoy soliera mostrarse tan emocionalmente afectado en público. La única vez que Harry recordaba haberlo visto así más allá de segundo curso, había acabado lanzándole un sectumsempra.
«Otro momento en el que los ojos de Malfoy parecían los de alguien acorralado y no un psicópata asesino». Harry se había preguntado varias veces a sí mismo cuánto de la culpabilidad por haberle lanzado ese hechizo había influido en su magnanimidad a la hora de testificar a favor de Malfoy e interceder por él. Seguía sin una respuesta clara.
—Con permiso, directora. —Macmillan y Fichn-Fletchey entraron y ocuparon las dos sillas libres.
—Bienvenidos, señoras y señores —les contestó McGonagall antes de dirigirles una mirada penetrante que a Harry le recordaron a las que el anterior director le solía dedicar—. Me alegra que hayan decidido finalizar sus estudios. Sé que ahora, tras las experiencias que han vivido todos ustedes, pueden parecer nimios y superficiales, pero verán cómo dentro de unos años se alegran de la decisión que han tomado.
Hizo una pausa. Harry observó a su alrededor. Algunos de sus compañeros, como Macmillan o Hermione asentían fervorosamente. MacDougal miraba al techo sumida en sus pensamientos. Corner, Neville y Dean miraban a la profesora fijamente como mirarían a cualquier profesor cuya materia fuese poco interesante, fingiendo más atención de la que estaban prestando realmente. Justin contemplaba absorto sus zapatillas deportivas y Malfoy seguía sentado en la misma posición, sin apartar la mirada de la directora.
—Van ustedes a compartir muchas cosas este curso —continuó McGonagall, impertérrita—. Se espera que dediquen prácticamente todo su tiempo libre a estudiar para sacar las mejores notas, por supuesto, pero dado que van a tener que convivir juntos hemos pensado que era necesario introducir algunos cambios en la rutina del castillo que les ayudasen a forjar un vínculo entre ustedes y refuercen su unión como grupo.
Harry volvió la cabeza hacia la directora, alarmado por los cambios que podrían habérsele ocurrido.
—Ya han visto sus nuevos cuartos. Debo decir que —hizo una brevísima pausa buscando la palabra adecuada— me satisface positivamente el reparto de dormitorios que han hecho.
«¿Cómo puede saber ya qué dormitorios hemos elegido?, cuestionó Harry, recordando de nuevo al antiguo director y su capacidad de saber las cosas que ocurrían en el colegio. «Sólo una loca consideraría satisfactorio que Malfoy y yo compartiésemos dormitorio», pensó con sorna.
—Como habrán imaginado, ya no pertenecen a sus antiguas casas. Cuando reciban sus uniformes esta noche no tendrán bordado ningún escudo en particular. No pertenecen ustedes a ninguna casa y por tanto, no ganarán ni perderán puntos para ellas. Creemos que, como adultos que son, no precisan de un método de control y premio como ese.
«Tiene sentido», consideró Harry, asintiendo con alivio al ver que los cambios a los que se refería la profesora eran simplemente organizativos. Después de lo que habían vivido, parecía absurdo perder puntos por hacer mal una poción o ganarlos por entregar un buen trabajo. No entendía, eso sí, qué tenía que ver eso con su cohesión como grupo.
—No pertenecer a ninguna casa —siguió hablando la directora—, significa también que no podrán participar de las competiciones organizadas para los estudiantes, incluido el quidditch.
Harry ya se lo había imaginado. No era justo para el resto de estudiantes que un adulto ocupase posiciones en el equipo desplazándoles a ellos. Miró a Malfoy, el único junto a él en la sala que tenía un puesto en uno de los equipos, pero este seguía mirando a McGonagall con cara de enfado.
—A pesar de todo, no es deseo de ningún profesor de Hogwarts que se enclaustren ustedes en sus dormitorios sin hacer nada más que estudiar, pues sería poco saludable. Además, necesitan aprender a convivir entre ustedes, ya que pasarán los próximos diez meses entre las mismas cuatro paredes. Les hemos habilitado un salón contiguo a sus dormitorios que podrán utilizar como sala común y se ha añadido una mesa más en el Gran Comedor, donde podrán compartir las comidas.
—Quiere decir que seremos casi una casa extra de Hogwarts, sólo que sin los deberes y derechos de competición que conlleva pertenecer a una de ellas —intervino Macmillan con voz cautelosa.
—Supongo que podría resumirse así, sí —confirmó McGonagall, complacida de haberse explicado correctamente—. Compartirán algunas clases con alumnos de séptimo y otras las recibirán únicamente ustedes nueve. Por ejemplo, yo misma les impartiré Transformaciones mientras que el resto del colegio estará a cargo del nuevo profesor contratado para la asignatura. Queremos que salgan de Hogwarts plenamente preparados a pesar de las circunstancias.
Habló un rato más con ellos, explicándoles cómo se iban a organizar. Les eximió de las áreas de autoridad de prefectos, delegados y Premios Anuales, pidiéndoles un comportamiento responsable acorde a la confianza que se les estaba otorgando. También les aclaró que no tenían horarios de toque de queda y podrían salir del castillo o visitar Hogsmeade a voluntad sin responder de horarios más allá de las comidas y clases.
—Dicho todo esto y apelando nuevamente a su madurez como adultos, sólo me queda darles de nuevo la bienvenida al colegio —finalizó la directora con un suspiro—. Han hecho que me sienta orgullosa de ustedes, manténganlo, por favor. Hemos terminado.
Entre asentimientos y murmullos, los nueve se levantaron y, apelotonándose, se dirigieron hacia la puerta para salir del despacho.
—Señor Potter, quédese un momento, por favor —le pidió McGonagall con voz seria.
Poniendo los ojos en blanco, Harry hizo un gesto a Hermione para que no le esperasen y se dio media vuelta. Malfoy pasó a su lado ignorándole y, rebasando a Hermione, salió antes que ella. Harry apretó los dientes, pensando que con esa actitud el curso iba a ser largo y difícil desde el principio. McGonagall esperó a que todo el mundo saliera antes de volver a hablar.
—Siéntate Harry, por favor. —Harry lo hizo, expectante—. Harry… el señor Malfoy ha tenido a bien de comentarme que, por azares de la casualidad, ha llegado el último al reparto de dormitorios.
—Yo ni siquiera sabía que él era la persona que faltaba por llegar, directora —empezó a defenderse Harry, sin saber muy bien cuál era el problema que había hecho que McGonagall lo retuviese allí—. Se ha ido cuando me ha visto dentro, pero le juro que yo no he dicho nada que…
—No adelantes acontecimientos, Harry. —Le tendió una lata de galletas de jengibre—. Coge una, anda.
—Siempre me ofrece galletas cuando va a pedirme algo difícil, Minerva —gruñó Harry apelando al nombre de pila de la directora, que había empezado a usar cuando hablaban a solas durante las visitas a Hogwarts durante el verano y las cartas que habían intercambiado.
—Puede ser —admitió McGonagall con genuina sorpresa—. Verás… el señor Malfoy ha venido a pedirme si sería posible un cambio de dormitorio, pero me temo que no lo es. Él… está en una situación similar a la tuya, Harry. Venir a Hogwarts no era su primera opción pero quedarse en casa tampoco lo era. Estar aquí acabó siendo su única opción.
—No entiendo dónde quiere llegar.
—Debido a la posición económica de su familia, podría pensarse que no tiene necesidad de obtener sus EXTASIS, como amablemente me ha recordado hoy —continuó McGonagall, ignorándole—. Así como tú tampoco tú los necesitas dada tu posición social y económica. Estoy segura de que podrías haber accedido a la academia de aurores sin problema.
—Eso es algo que ya hemos discutido, yo…
—Sin embargo —enfatizó McGonagall, interrumpiéndole sin tregua—, en mi humilde opinión creo que tanto tú cómo el señor Malfoy necesitan probarse a sí mismos, como buenos Slytherin.
—¿Cómo sabe usted eso? —preguntó Harry entrecerrando los ojos con sospecha. No recordaba haber hablado con ella sobre su selección.
—Ser directora de Hogwarts implica tener acceso a mucho conocimiento —contestó McGonagall con una sonrisa, señalando los retratos situados tras ella—. Además, creo que ambos pueden hacerse mucho bien mutuamente. Sé que han tenido muchos conflictos en el pasado, pero es hora de dejarlos atrás, Harry. Son una generación marcada por la guerra, pero no tienen por qué pelear en ella el resto de su vida.
—Yo no… —dejó la frase en el aire, sin saber bien qué decir.
—Él perdió la guerra y nosotros la ganamos. No ha sido fácil para nosotros, pero al menos vencimos. Él perdió todo aquello en lo que creía y había sido educado, su posición y reputación social, su vida… —Harry se quedó mirándola fijamente. No había pensado en Malfoy en esos términos—. Me temo que está dolido y enfadado con todo el mundo, pero sobre todo consigo mismo.
—Sigo sin entender por qué me cuenta esto, Minerva.
—Porque es en la victoria cuando uno ha de ser generoso con el enemigo caído.
—Malfoy no es mi enemigo —repuso Harry, frunciendo el ceño con disgusto. Hacía meses que no pensaba que Malfoy fuese un enemigo a batir, por insoportable que le pareciese—. No nos llevamos bien, de acuerdo, pero no es mi enemigo. Si lo fuese, no habría declarado a su favor. Su madre fue determinante para la victoria, recuerde.
—Me alegra oír eso, Harry —sonrió McGonagall, tendiéndole de nuevo la lata de galletas. Harry se la aceptó esta vez, más tranquilo—. Confío entonces en que seréis capaces de tener una convivencia agradable y productiva para ambos.
Despidiéndose, Harry salió del despacho y caminó de vuelta a las dependencias que les habían asignado. Dio vueltas a la conversación con la directora. Mejor dicho, a la no conversación, porque estaba convencido que la mayor parte de lo hablado no se había dicho en voz alta.
«Minerva está muy equivocada si piensa que voy a armar un escándalo por tener que compartir habitación con Malfoy», pensó ligeramente indignado. «Admito que no es lo que había esperado y que me parece un fastidio, pero de ahí a humillarle por ser un enemigo caído va un trecho. Además, hemos venido a estudiar, no a jugar a las casitas».
Cuando llegó a la habitación Malfoy estaba sacando cosas de su bandolera. Esta estaba encantada, porque la caja que había sacado tenía forma de escoba y no era de suponer que hubiese cabido en una bandolera normal. Con gestos bruscos, Malfoy abrió el armario, metió la caja dentro y cerró dando un portazo.
—Malfoy —carraspeó Harry, intentando llamar su atención.
Este no hizo ningún signo de haberle oído y siguió a lo suyo, golpeando los cajones con más fuerza de la necesaria tras meter dentro de ellos algo de ropa. Después, sacando una manta y un cojín del altillo del armario, los arrojó encima de su cama y salió, pasando por su lado sin dirigirle siquiera la mirada.
—Ya podía McGonagall haberle dado la charla a él, joder —se enfadó Harry—. Valiente gilipollas.
Salió del cuarto él también y asomó la cabeza en el dormitorio de Hermione para ir juntos a almorzar, pero estaba vacío. Bajó hasta el Gran Comedor y buscó con la mirada a sus compañeros. Malfoy estaba sentándose en una mesa redonda situada en el extremo contrario al estrado de profesores. Todos los demás ya estaban comiendo y sólo quedaba una silla libre, de nuevo junto a Malfoy.
«Tengo que dejar de llegar tarde a los sitios», suspiró Harry con resignación.
Se sentó, pensando que no recordaba haber visto el comedor tan vacío desde las navidades de tercero, cuando apenas había habido doce o trece personas sentadas entre profesorado y alumnado. Macmillan lo saludó entusiasta mientras se servía de una fuente. Todos en la mesa charlaban animadamente, incluido Corner, sentado entre MacDougal y Finch-Fletchey. Hermione, entre MacDougal y Harry, estaba enfrascada con la chica en un debate sobre las propiedades de la hoja de mandrágora en el proceso de transformación en animago.
Malfoy era el único que permanecía en completo y total silencio. Mirándole por el rabillo del ojo, Harry lo observó comer concentrado en su plato sin levantar la vista ni interactuar con sus compañeros. Sus gestos eran comedidos y pulcros, sosteniendo el tenedor y el cuchillo con delicadeza.
«Supongo que, si queremos una convivencia agradable y productiva, voy a ser sobre todo yo quien ponga de su parte», suspiró Harry con hastío.
Intentó buscar un comentario que fuese lo suficientemente intrascendente para no suponer un conflicto y, al mismo tiempo, que no sonase estúpido, pero no se le ocurrió ninguno. Observó de nuevo a Malfoy, que había terminado de comer. Dejó los cubiertos primorosamente alineados junto a su plato y, agachando la cabeza, cruzó las manos sobre su regazo, como si estuviera esperando algo.
—Menos mal que han puesto una comida ligera, ¿verdad? —le dijo Harry, en un intento de romper el hielo.
Su comentario generó una serie de emociones en Malfoy que se sucedieron rápidamente. Primero, desconcierto. Después, escepticismo. Luego, sus ojos llamearon con algo parecido al enfado y por último, indiferencia. Harry estaba sorprendido, porque nunca había visto tal profusión de sentimientos en él, habituado sólo a sus burlas y enfados. Claro que nunca lo había observado tan de cerca.
Malfoy se limitó a dejar resbalar su mirada sobre él, fijándola de nuevo en su plato, sin contestar a la pregunta, empeñado en guardar silencio. Con un suspiro que más pareció un resoplido, Harry apartó su atención sobre él y se integró en la conversación de Macmillan, que les estaba explicando que Abbott había decidido invertir la herencia de su tía en El Caldero Chorreante y hacerse cargo de él para permitir que el viejo Tom se jubilase.
Cuando todos hubieron terminado de comer se encaminaron hacia el ala este. Dispersos como iban a lo largo de los pasillos no formaban un grupo compacto, pero resultaba patente que iban los nueve juntos. Hermione se acercó y, sujetándose de su brazo, caminó junto a Harry.
—No hemos podido hablar desde que hemos llegado. ¿Qué quería McGonagall?
—Quería… —Miró hacia atrás, Corner y MacDougal los seguían charlando a una distancia prudencial y Malfoy iba todavía más atrás, en solitario. Mirando de nuevo al frente, se aseguró de que los demás les sacaran una ventaja considerable—. Quería hablar sobre Malfoy.
—¿Sobre Malfoy? —preguntó Hermione extrañada.
—Sí, creo que quería asegurarse de que no nos matábamos en el dormitorio.
—¿Te lo dijo así?
—Me dijo algo así como que Malfoy no quería venir a Hogwarts, como yo, pero que al final lo había hecho y que hemos ganado la guerra y tenemos que ser generosos con él. Y que ambos necesitamos probarnos a nosotros mismos o algo así.
—Tiene sentido —razonó ella pensativa—. No debe ser fácil para él.
—Para mí tampoco —gruñó Harry.
—Lo sé —le tranquilizó la chica con voz consoladora—. ¿Tú cómo te sientes?
—No lo sé —admitió él—. Cuando apareció en la puerta y me di cuenta que era el único que faltaba me fastidió un poco, pero creo que me da igual. La guerra ha terminado, sólo tengo ganas de dejarlo todo atrás.
—Eso va a ser complicado. —Hermione hizo una mueca—. Lo de dejar atrás la guerra. Todos estamos marcados por ella, me temo.
El término usado por Hermione le hizo pensar en la marca que Voldemort ponía a sus mortífagos más leales y que Draco portaba. Una marca doble, ya que Hermione tenía razón y todos ellos estaban unidos por esa experiencia común que había sido combatir en la guerra, pelear juntos en la batalla que se había desarrollado en Hogwarts, sufrir las consecuencias y pérdidas de un loco megalómano con ansias de poder.
—Tenemos que intentar crear un grupo unido. —Hermione parecía muy concentrada en lo que estuviese pensando—. Fue lo que dijo McGonagall. Se espera de nosotros que convivamos juntos, que comamos juntos, que estudiemos juntos. Nos han sacado de nuestras respectivas casas por algo.
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué habría sido de Malfoy si hubiese ido con sus compañeros de séptimo de Slytherin? Muchos de ellos no pelearon en la batalla o lo hicieron de nuestro lado. No había tantos hijos de mortífagos como en nuestro curso. Y algunos incluso sufrieron a manos de los Carrow como el que más. Es muy fácil mirar con desdén al compañero caído, por mucho que hace años esos mismos lo idolatrasen.
—Habría estado en el centro de muchísima antipatía —comprendió Harry, entendiendo por dónde iba Hermione.
—Es fácil que Dean, Neville, tú y yo formemos un grupo. Ya lo éramos antes, en cierto modo. Ernie y Justin son amigos desde primero y no nos llevamos mal con ellos. Tanto ellos como Michael y Morag participaron en el Ejército de Dumbledore, así que ese trabajo está hecho. Michael es algo más tímido y reservado, pero en un par de días estará integrado y Morag es muy extrovertida, aguda y divertida.
Ambos miraron hacia atrás y observaron a Corner poniendo cara de circunstancias ante lo que fuese que MacDougal le estaba contando con grandes aspavientos. Harry sonrió: Hermione había calado a todos sus compañeros en cuestión de horas a pesar de que a algunos los conocían poco y no habían tratado con ellos desde quinto.
—Malfoy es harina de otro costal. No hay ningún otro Slytherin aquí de su año, Harry. Y si lo estuviesen, habría que ver si estaría dispuesto a rebajarse a estar con un exmortífago. No un hijo de mortífago. No me gustaría estar en su lugar —dijo Hermione con voz apenada.
Caminaron en silencio un rato. Harry rumiaba lo que había dicho Hermione. A él tampoco le gustaría estar en el lugar de Malfoy. Sabía de primera mano lo que era estar solo en un lugar que era claramente hostil y donde no tenía ninguna capacidad de defensa sin consecuencias. Se preguntó qué le habría hecho acudir a Hogwarts, no era posible que no se imaginase lo que iba a ocurrir.
«McGonagall ha dicho que no le quedó más remedio», recordó con pesar antes de suspirar y asentir con un susurro resignado.
—Cuenta conmigo para integrar a Malfoy en el grupo, 'Mione.
—Sabía que dirías eso —sonrió satisfecha.
—McGonagall y tú sois unas manipuladoras de primera, ¿sabes? —Hermione soltó una carcajada y se aferró más a su brazo, contenta.
Llegaron al pasillo donde se situaban sus dormitorios, pero Ernie y Justin, que eran los que encabezaban la comitiva se pararon unos metros antes delante de una de las puertas, que abrieron para echar un vistazo dentro.
—Vaya, McGonagall ha pensado en todo —exclamó Neville cuando él también llegó a su altura y se asomó.
Entraron dentro de la sala común que McGonagall había preparado para ellos. Macmillan y Finch-Fletchey estaban tirándose en uno de los sofás que había alrededor de una chimenea apagada. Al otro lado de la sala, varias mesas y sillas de diversos tamaños ocupaban un espacio, pero su aspecto era más lúdico que académico. Una estantería con juegos de mesa, naipes, algunos libros de ficción y tableros de ajedrez. Cortinas de un color crema pálido bordeaban los ventanales que asomaban al Lago Negro, dando calidez a la estancia.
Harry se dejó caer en uno de los sofás de dos plazas junto a Hermione mientras el resto examinaba la sala, ocupaba el resto de asientos y contemplaba las vistas del paisaje. Se fijó en que Malfoy se había quedado parado en la puerta, con cara de duda. Una risotada del grupo a un comentario de Dean le distrajo y cuando volvió a fijarse Malfoy ya no estaba allí. Harry suspiró, pensativo.
