PIDE UN DESEO
Antes de que la alarma sonara, el líder supremo abrió los ojos. El rastro de un sueño hermoso, se disolvía entre sus pestañas pelirrojas.
Parpadeó lentamente.
No tenía claridad acerca de lo que había acontecido en el lugar en donde había estado, un sitio carente de espacio y tiempo, pero no necesitaba forzar el recuerdo para saber que había soñado con esa hermosísima mujer. Desde que se había convertido en lo que era ahora, jamás le abandonaba. Todos sus sueños eran acerca de ella.
Con la vista clavada en el techo, Armitage deslizó su mano hacia el otro lado de la cama y acarició despacio la sábana azul marino del espacio vacío que acompañaba sus días. Sus yemas percibieron el frío.
La sensación de la tela le resultó un tanto extraña en sus dedos ya acostumbrados a ser resguardados en guantes de cuero, todo el tiempo. De igual forma, le pareció extraño enfrascarse en un momento para anhelar ciertas cosas a las que había renunciado por voluntad propia, hacía ya un tiempo.
El bip de su reloj despertador en la mesita de noche ni siquiera le perturbó cuando rompió sus pensamientos. Su mano viajó por encima, mecánicamente lo apagó y se sentó en la cama.
Advirtió la presencia de Millicent que se desperezaba en el sillón del otro lado de la estancia y caminaba hacia él para recibir los primeros cariños del día. La pequeña se trepó a su regazo de un salto. Armitage pasó una mano sobre el lomo suave y esponjado de su dama y le sonrió mientras ella ya se echaba de nuevo, reclamando la cama como suya.
El instante duró lo suficiente para infundirle fuerzas, pues últimamente su única fuente de felicidad era su gata compañera. El pelirrojo, elevó la mirada y localizó su traje negro colgado en una percha del otro lado de la habitación. Sin dar cabida a algún momento de duda, se puso de pie para iniciar su jornada.
Alcanzó sus ropas y mientras se sacaba el pants negro, observó por el ventanal de sus aposentos en el Magníficent, las estrellas que brillaban lejanas a su alcance. Aquel paisaje era igual que alguna vez observó desde el puente de mando, cuando aún era general. Sin embargo, ni él ni la galaxia era la misma.
Desde muy pequeño, Hux llegó a la claridad de que él había nacido para estar en la posición que ya ostentaba. Lo había visualizado y trabajó como ninguno por eso. Después de escalar en la cadena de mando, su paciencia se vio recompensada cuando menos lo espero.
Y sin embargo…
— No —susurró, reprendiéndose a sí mismo y apartó sus pensamientos. No tenía tiempo para ponerse sentimental. Había tantas órdenes que dar, juntas a las que asistir con líderes de planetas que le eran fieles a la Primera Orden y que como simpatizantes de la anterior causa de Snoke o Kylo Ren, aún creían que podían alzarse de sus cenizas e imponer su régimen.
Él pensaba distinto, pese a que era el regente de lo poco que quedaba de la primera orden, rebautizada como Nueva Orden por él mismo. Mismos principios, mismos objetivos –aparentemente- y una nueva flota.
Ninguno de los tripulantes del Steadfast habían tenido la suerte de sobrevivir a Exegol. Excepto él.
Armitage Hux agradecía ese pequeño detalle a la suerte, pues debido a eso, ninguno de sus subordinados actuales se había enterado de que él fungió como el espía de la resistencia pretendiendo dar un golpe definitivo a Kylo Ren y por consiguiente, traicionando absolutamente todo su sistema de creencias y lealtades hacia la Primera Orden.
A veces le costaba creer en cómo había sucedido todo. El proceso mediante el cual pasó de ser un elemento fiel de la Primera Orden a un renegado, escudándose en la absurda excusa de hacer que Kylo Ren perdiera. No iba a negar que esa fue la razón principal, pero conforme estuvo pasando información a cierta mecánica de Otomok, sus motivaciones cambiaron drásticamente. Claro que nadie sabía tal cosa y esperaba que eso siguiera en secreto como seguramente Rose también lo prefería.
A veces se hartaba de tanta parafernalia y habladurías que giraban en torno a él. En los pasillos, se le miraba con gran respeto pues su hazaña de supervivencia a ese fatídico día le había colocado no sólo como el dirigente, sino como una figura bendecida por el destino. Había incluso teorías y cuentos que los stormtroopers inventaron en torno a cómo salió vivo e ileso del sitio de la batalla.
En realidad le daba igual lo que pensaran o dijeran. Lamentaba que la gente desperdiciara tiempo en eso, pero también debía reconocer que el hecho de que lo enaltecieran era algo que le convenía. Necesitaba que lo vieran como la punta de lanza que haría resurgir todo. Necesitaba su lealtad absoluta, de todos los tripulantes, aunque el mismo no pudiese jactarse de ese mismo convencimiento ciego.
El oriundo de Arkanis terminó de abotonar su casaca negra y fue a echarse un vistazo al espejo empotrado en el dura acero.
Recuerdos de ese día revoloteaban por su mente todo el tiempo. Sonrió con cierto dejo de amargura. Si su flota supiera lo que en realidad había pasado en Exegol y de cómo logró salir de ahí, ni siquiera sería Líder y ni estaría vivo.
El peto de una de las armaduras cromadas antibalas de Phasma, sirvió a su cometido. Había sido muy astuto de su parte visitar los aposentos de su vieja amiga cuando ésta obtuvo su final fatídico gracias al ex stormtrooper FN.
Se colocó esa pieza de metal, a sabiendas de que ya había tensado de más la cuerda de la audacia. Enric Pryde no era estúpido, sospechaba de él, aunque Hux se esforzó mucho por ser cuidadoso. Sin embargo desde el principio había vaticinado que si alguien iba a descubrirlo, sería el general de cara amargada. Por eso se podía decir que estuvo preparado para el final.
Después de recibir el impacto del blaster tuvo que disimular un buen rato mientras los oficiales lo llevaban arrastrando por todo el destructor estelar hasta los niveles más bajos en donde, en un rápido movimiento y gracias a su entrenamiento militar, los electrocutó con una pica que le había visto a cierta mecánica de la resistencia.
Huyó en un Tie Fighter, en donde ya lo esperaba su preciosa Millicent, para buscar una nueva vida. Aún no se explicaba como en medio de esa batalla campal, los dos lo lograron. El espacio estaba repleto de naves. El ejército rebelde se había convertido en una flota intimidante y poderosa gracias a la gente de los planetas que fueron al rescate.
Armitage sabía que no iba a poder escapar con facilidad de sus crímenes o sus culpas -que eran peores porque le atormentaban despierto o dormido-, pero lo que ciertamente nunca esperó era que lo encontraran los restos de la Primera Orden, lo llevaran de regreso a sus filas y que le pidieran convertirse en su Líder Supremo.
El sonido de la puerta de sus aposentos abriéndose lo puso en guardia, postura que tuvo que abandonar irritado cuando se dio cuenta que el droide de protocolo LUB-1405 entró con su data agenda en mano.
— Te he dicho cientos y miles de veces que toques la puerta antes de entrar —soltó él molesto.
— Pensé que su señoría se encontraba en la sala del trono. Es raro verle aquí a estas horas —comentó el droide con sus focos amarillentos y vacíos incrustados en su hojalata color púrpura. Armitage rodó los ojos. Odiaba ese tipo de chatarras parlantes, pero no confiaba en casi ningún humano de su ejército para algo tan personal como su agenda. El droide no le cuestionaba y si lo hacía, él era capaz de programarlo de otra forma. Tenía esa habilidad poco explotada desde pequeño.
— ¿Qué quieres? —le preguntó irritado.
— Comentarle que todo está listo para su reunión de mañana en el Senado. Irá en su lanzadera personal, escoltado por cuatro Tie Fighters, será dejado en Coruscant y volveremos por usted al día siguiente. Tal como lo pidió. Aunque si me permite sugerir, sería mejor que su escolta permaneciera con usted, por lo menos un pelotón de stormtroopers que…
— Los stormtroopers tienen fama con su mala puntería. Yo no. Puedo defenderme por mi cuenta, si es el caso. Además, sólo será un día, una reunión y la sede del senado es una zona neutral. Así que, se hará como dije desde un principio. No quiero errores.
— Como usted ordene, Líder Supremo —contestó con voz metálica el droide de protocolo que se retiró sin más.
Hux le echó un vistazo rápido al cronograma de actividades que le había sido diseñado para la ocasión.
Había dicho que le citaron en el lugar y no era mentira. Ella había insistido hasta el cansancio, y él no alcanzaba a comprender por qué después de tanto tiempo quería provocar un encuentro, pero no iba a negar que le entusiasmaba la idea de algo más personal, sin distancia u otros senadores de por medio.
Salió de sus aposentos, sin poder dejar de soñar con aquel encuentro con la Senadora Rose Tico, la mujer que le había robado el corazón hacía un tiempo atrás.
Las miradas y los cuchicheos por su llegada le siguieron hasta que tomó el elevador. Había estado en otras ocasiones ya en ese lugar mítico en donde sucedieron miles de disputas, votaciones y acuerdos en pro de la justicia galáctica, pero jamás había acudido por la insistencia de un miembro del Senado.
Al principio Armitage pensó que era una locura que le hubiera pedido verse ahí, frente a todos, pero si bien casi nadie simpatizaba con él, no podía ser tocado en ese sitio. Así que por ese lado sabía que iba a estar seguro. Él y Rose estarían protegidos y esa reunión personal sería vista como un pobre esfuerzo más de la Nueva República por negociar con la disminuida Nueva Orden para que desistieran de su idea del poder.
Era una ventaja también que nadie sospechara que ellos se conocían de mucho antes y más allá de ser Líder y Senadora. Ayudaba de igual forma que los tiempos entre ambos bandos ya eran diferentes. Ya no se enfrentaban con armas afuera, pues tenían un acuerdo de paz momentáneo, sin embargo corrían rumores de parte de los dos lados de que cada uno por debajo del agua estaba preparando su arsenal para un enfrentamiento prematuro. El pacto estaba a nada de terminar, después de ello, la sangre correría de nuevo.
El corazón del pelirrojo retumbaba violento dentro de su torax, en total contraste con el semblante serio que proyectaba por fuera.
Su figura erguida se movía con seguridad por los pasillos alfombrados del Senado, tratando de localizar el sitio que ella le había indicado por medio de ese viejo canal que usaban cuando los dos eran simplemente Rubí y Cobalto…
Esos días se le antojaban tan lejanos, como si de un precioso sueño se hubiera tratado. Uno que se esfumó.
Un año ya de eso. Un año en donde todo lo que planeó con ella se fue a la borda, gracias a su ambición y ¿por qué no decirlo? También a la de ella. Aunque Rose se negara a aceptar que había asumido tal cargo por perseguirlo y darle caza. En ese entonces, no pudo convencerla de que estuviera a su lado, ni ella a él.
Armitage no sabía que esperar de esa reunión. Por qué ciertamente ninguno cedería ni un milímetro en sus nuevos proyectos y anhelos.
El dirigente de la Nueva Orden se detuvo al fin frente a la puerta que tenía en un membrete de madera el símbolo de Otomok. Aquella especie de gota dorada que se complementaba con otra idéntica en contraparte y que él conocía más que bien.
Hux se acomodó la capa negra que caía detrás de él, sujetada por una cadenilla de oro que descansaba encima de su esternón.
Bajó la cabeza para inspeccionar la tela de su traje y se topó con algunos pelitos de Millicent que tuvo que sacudirse enseguida. Por alguna razón imaginó a Rose descubriéndolos y riendo suelta ante la osadía de su gata… esperaba tener la fortuna de verla sonreír y no de que le diera una mirada ajena.
Tomo aire, serenándose. Apretó los puños enguantados y luego pulsó el botón al lado de la puerta, activando el mecanismo para abrirla.
Al entrar descubrió que la oficina que pertenecía a la senadora Tico, estaba vacía.
Suspiró decepcionado. Sintió que Rose estaba jugando con sus sentimientos y él sólo había caído de forma vil por todo lo que sentía por ella, que aún estaba intacto.
Caminó al centro de la oficina circular y se detuvo para posar brevemente sus ojos verde azulados severos sobre el escritorio, el librero, y la silla en donde imaginó su pequeña pero imponente figura trabajando.
Aquella oficina no tenía mucho que ver con la Rose mecánica que sabía, disfrutaba hablar más de cables y conductos eléctricos que de estrategias, acuerdos, leyes o estatutos.
Justo como él, Rose también había cambiado.
Entonces se recriminó. Debía haber sabido que ella ya era otra, que había elegido nuevamente un bando, contrario al de él… como siempre. Jamás estarían destinados a estar juntos, no en medio de una galaxia como en la que estaban. Una donde la guerra entre dos bandos había terminado, pero aún quedaban rastros de los daños, donde aún quedaban ambiciones qué perseguir y tratos qué hacer; en donde ella gestionaba políticas que desquebrajaran los esfuerzos que él hacía al diario.
No podía evitar pensar en ella, riéndose de su ingenuidad y le dolió el pecho.
Sintió ganas de esfumarse de ahí y estuvo a punto de largarse, pero una caja color negro con un moño a juego, que descansaba en el escritorio captó su atención.
Justo cuando lo tomó entre sus manos, la puerta detrás de él se abrió, lo que lo hizo girar rápidamente poniendo una mano sobre el blaster que llevaba en el cinturón de su traje… pero no necesitaría armas ante ella, aunque sí toda la compostura de la que era capaz.
Rose dio un paso dentro del lugar, y se giró levemente para teclear un código en el panel al lado de la puerta, cerrando ésta. Hux admiró con todo el disimulo que era capaz, el vestido negro de terciopelo con bordados dorados típicos de Otomok que portaba. También reparó en aquel tocado circular de oro a juego que llevaba en la cabeza. Contuvo el aliento.
Estaba más hermosa de lo que recordaba.
— Armitage —pronunció la senadora en tono plausible.
— Rose —contestó él dándole una leve reverencia, inclinando la frente. Se giró con las intenciones de dejar en su lugar lo que había tomado.
— Es para ti —le indicó, serena desde su lugar a un metro de él. El Líder ladeó el rostro, extrañado, pero antes de que pudiera si quiera intentar abrir el presente ella le detuvo—. Aún no puedes abrirlo. Hasta dentro de una semana.
— ¿Por qué? —preguntó más confundido que nunca. Ella notó esa arruga que se formaba en su nariz y sonrió por el gesto.
— Porque lo digo yo, por eso —resolvió segura.
— ¿Es una especie de orden para salvaguardar a la galaxia Senadora Tico? ¿Acaso el contenido de este obsequio pone en riesgo nuestras posiciones?
— Algo así, Líder Supremo, Hux.
— De acuerdo, son órdenes de alguien del senado y supongo que tengo que seguirlas —Armitage la miró tratando de descifrar su cara que demostraba que tenía el control completo de esa situación. Supuso que era porque estaban en sus dominios—. ¿Vas a dejar que pase una semana para crear más expectativa y burlarte de mí ingenuidad?
— Enserio, Armitage, ingenuo es lo último que eres, así que no te escudes en eso —le contestó con una sonrisa de lado—, y si tu cabecita calculadora no te da para recordar qué acontece en una semana, no seré yo quién te lo recuerde —se encogió de hombros.
No agregó nada más, pero repasaba como loco en su mente fechas, cosas que tuvieran que ver con ella, sin poder dar con el motivo, comenzando a frustrarse. Sin embargo detuvo su análisis relámpago cuando se dio cuenta que la jovencita acortaba la distancia entre ellos lentamente.
— ¿Podemos parar esto? —le preguntó alzando la vista hacia él.
— ¿El qué? —se atrevió a preguntar, resistiéndose a ser hipnotizado por los hermosos diamantes negros que tenía por ojos—. ¿Vernos a escondidas?
— Esta guerra entre tú y yo —contestó. Hux advirtió el peligro enseguida. De su espina dorsal bajó algo parecido a una corriente eléctrica.
— No podemos y lo sabes —le contestó firme, sorprendiéndose él mismo por su tono.
— Si podemos. Lo íbamos a hacer, teníamos un plan, aún puede funcionar —clamó ella admirando el rostro que anheló ver en muchas ocasiones.
— Rose, míranos. Estamos de nuevo en oposición. Tú quieres estar aquí, lo sé bien, no vas a dejar a tu pueblo solo. No vas a dejar lo que la galaxia espera de ti, de una sobreviviente y heroína de la guerra.
— ¿Y tú? ¿Qué es lo que quieres Líder? ¿Ya no quieres estar conmigo?
El corazón de Hux dio un vuelco. ¿Qué pregunta era esa? Rose era todo con lo que algún día se atrevió a fantasear… con la única que se permitía imaginar un futuro.
— Rose, ya lo hemos hablado —rebatió, pero ella no cedió nada, no estaba intimidada ya.
— Hace un año que no nos vemos por tu negativa, pero accedes a usar nuestro viejo canal. ¿Por qué me apartas? ¿Ya no me amas? ¿Ya no hay forma de que echemos esto atrás? —la voz de Rose fue dura y directa. No le apartaba la mirada.
— Rose…
— Contéstame Armitage —pidió—. El hombre que yo recuerdo era directo. Si ya no sientes nada por mí, quiero saberlo de una buena vez para poder olvidarte.
Y escuchar eso desarmó por completo al frío y calculador Líder de la Nueva Orden. El miedo en forma de una sensación gélida recorrió su cuerpo.
Dio un paso al frente, queriendo tenerla más cerca.
— No me olvides —susurró, atreviéndose a acariciar su rostro con un pulgar—, sé que es egoísta, pero no lo hagas por favor… te amo Rose, pero…
— No quiero tus peros, estoy harta de ellos y de que yo no sea una razón suficiente para que abandones esa causa perdida en la que te has metido.
Rose avanzó más hacia él y colocó sus manos sobre la elegante tela negra que cubría el pecho de su pelirrojo. El semblante serio de Armitage había cambiado a uno vulnerable de inmediato y ella lo percibió. Ahí estaba el hombre que amaba, ahí estaba la oportunidad de oro que tenía para convencerlo.
Él no la detuvo y tampoco tuvo reparo en que ella percibiera sus latidos alocados. Lo que le preocupaba era el maremoto de amor que se le venía de golpe, como si hubiera estado bien guardado durante ese año que no habían estado solos en una misma habitación.
Observó la cara de la senadora a detalle, maravillado por su valentía y el fuego que desprendía. Recorrió sus cejas arqueadas, sus ojitos rasgados, su naricita… sus labios carnosos…
Él había querido el poder y sólo lo obtuvo una vez que Kylo Ren se rindió ante lo que sentía por la carroñera de la resistencia. Sólo así él pudo ascender… sólo era una sombra, el segundo… eso era; el reemplazo del tipo que ahora había recobrado su verdadero nombre y vivía felizmente casado con el amor de su vida en algún planeta de la galaxia, perdonado por todos sus errores. A salvo.
Cuanto lo envidiaba, porque él quería hacer lo mismo. Él había querido el poder… hasta que se enamoró inevitablemente de la mecánica mientras era un espía.
Le dolía que Rose pensara que ella no era suficiente, porque lo era. La senadora se lo había pedido incontables veces, y cada vez flaqueaba más su determinación por abandonar todo y huir con ella. Ahora que estaban tan cerca, sentía que no iba a poder seguir siendo la cabeza de la ex Primera Orden, porque condenarse a estar sin ella, no iba a ser vida. No lo era.
— Te amo, Armitage… —susurró Rose al fin, enterrando sus uñas pintadas de rojo en su traje—. ¿Eso no es suficiente?
— Rosie… nunca digas eso. Tú eres todo… eres un sueño que yo no merezco.
— Ahí vas de nuevo —respondió, exasperada.
— Es la verdad y lo sabes. Elegí mi camino. Tú el tuyo. Es lo que hay, siempre fue así y siempre lo será.
— Teníamos otra alternativa, lo sabes.
Rose estaba algo dolida de que en el último momento en que ambos decidieron escapar, el plan hubiera cambiado porque los simpatizantes de la Primera Orden reclamaron a Armitage como Líder Supremo una vez que se supo que había sobrevivido. Y él no la había elegido a ella, sin embargo, algo dentro de Rose le indicaba que había tenido razones de peso, quería creer en eso, pero también quería convencerlo de abandonar ese camino. Ella lo aceptaría, aunque no hubiera sido su primera opción.
— Lo sé y yo lo arruiné y viviré pagándolo todos los días de mi vida. Perdóname, preciosa.
— No —negó con la cabeza y le dio un golpecito con el puño cerrado en su pecho—, no te voy a perdonar nunca por hacer esto e irte por el camino fácil —soltó, queriendo hacerle reaccionar, aunque fuera por medio de esas palabras crueles.
Sin embargo, él la conocía perfectamente. Armitage compuso una sonrisa.
— Yo sé que, si me vas a perdonar, porque me amas.
Sin darle tiempo para contestar, el Líder pelirrojo tomó las suaves mejillas de Rose con sus guantes negros y la atrajo hacia él para robarle el beso que en miles de sueños ya le había dado.
Rose no opuso resistencia, no podía y no quería.
Las puntas de sus narices rozaron en preámbulo. Las respiraciones agitadas emitieron un suspiro cálido que chocó contra los labios antes de que se fundieran el los del otro.
El peso del vestido que Rose llevaba encima desapareció momentáneamente. Lo único que sentía era su corazón estallar mientras los gruesos y suaves labios del amor de su vida recorrían los suyos con una dulzura que le hacía temblar toda.
Él se encorvó más para profundizar el contacto. Posó su mano enguantada sobre el cuello de Rose, quemándole la zona.
— Ven conmigo, dejemos todo… —susurró ella despegándose de sus labios—. No quiero seguir este camino sin ti… si acepté ser senadora fue por verte, aunque sea a lo lejos, aunque sea rodeada de más gente.
— Así que a esto me has traído… a convencerme —Armitage descansó sus manos enguantadas sobre los hombros de ella—. No puedo hacer lo que me pides. Aún tengo muchas cosas por hacer para este bando.
— Bien —se apartó. El pelirrojo pudo ver la mirada dolida de su amada—. Ponte de nuevo esa placa de acero y huye… —pronunció ella. Rose se movió hacia la puerta y tecleó su código, haciendo que ésta se abriera. Hux supo que la visita había terminado.
Él abrió la boca para decir algo más, pero la mirada gélida de ella le indicó en silencio que era mejor que no volviera a pronunciar nada.
Tomó aquella cajita que había recibido de Rose, le dedicó una última mirada y se fue.
No se arrepentía de lo que acababa de hacer, pero sí de haber sacrificado a Rose en todo ese plan.
Poe había recibido las coordenadas de su base y cientos de planes, estrategias, tácticas, información acerca de aliados, patrocinadores, naves, armamento… todo. Absolutamente todo.
La última fase de su plan había llegado. Esa sí que era la Orden Final…
Armitage había aguantado un año siendo el villano de la historia para la resistencia, la nueva república, la galaxia… para Rose. Había aceptado ser el Líder Supremo sacrificando el futuro prometedor con la mujer que amaba por desmantelar y exterminar la propia causa por la que había dejado años de vida.
Se lo debía a Rose, por ella, por Paige… se lo debía a la galaxia entera… a su madre, a él mismo, aunque eso significara cavar su propia tumba.
Armitage calculaba que LUB-1405 y Millicent ya estarían a salvo, en donde sea que Rose estuviera. El canciller Dameron le había entregado unas coordenadas seguras en donde el droide y su dama serían resguardadas por la ex mecánica.
Seguramente, su droide asistente ya le había entregado la carta que le había escrito.
El rostro precioso de su amada apareció en su mente. Lamentaba no haberla podido verla por última vez antes de que la emboscada dela Nueva República llegara y acabara con todos.
Armitage se sentó al filo del colchón de su cama con la cajita negra que la senadora Tico le había dado. El plazo que le indicó en ese entonces ya se había cumplido, aunque él seguía sin descubrir qué había detrás de ese día estándar.
Retiró lentamente la tapa y encontró el collar de oro haysiano de Rose. Al lado de este, había una pequeña tarjeta doblada. La tomó, y cuando leyó la linda caligrafía de ella, encontró el significado real de todo eso:
Pide un deseo, mi amor… feliz cumpleaños.
-010.990, -310.512, 170.189
Las lágrimas le saltaron. No estaba acostumbrado a dejar que sus sentimientos le dominaran, pero estaba conmovido como nunca antes en su vida. Ni siquiera él había recordado la fecha de su nacimiento… pero Rose lo había hecho, envíandole su tesoro más preciado.
Hux tomó el medallón y lo besó. Pasó su dedo sobre los símbolos y pensando en la mujer de su vida, se lo colgó en el cuello, escondiéndolo debajo de la tela de su traje.
Le prestó entonces atención a las coordenadas escritas ahí también. Tomó su datapad y las introdujo rápidamente. Cuando el resultado de su búsqueda se mostró en la pantalla, la claridad llegó.
Seis letras que significaban todo:
Otomok
Recordó entonces lo último que Rose le había dicho:
"Ponte de nuevo esa placa de acero y huye…"
Casi suelta una carcajada de felicidad. Rose Tico era la mujer más inteligente, valiente y audaz que conociera la galaxia y él no iba a volver a dejarla ir. Si una vez había salido ileso de una batalla tan brutal como fue Exegol fingiendo su muerte, podría hacerlo de nuevo.
Alguien golpeó su puerta de pronto y él supo que el momento había llegado.
— Líder Supremo, la flota rebelde descubrió nuestro plan de quebrantar el pacto de paz y se nos adelantó. Acaban de llegar y nos superan en número por mucho —anunció uno de sus oficiales del otro lado del duraacero.
El Líder Supremo se acercó hasta su armario y sacó el peto que una vez ya le había salvado la vida.
Segundos después, salió al encuentro con el elemento que había ido a informarle y pedirle órdenes.
— Prepárense para la batalla —le anunció, comenzando a avanzar en dirección al puente de mando.
— Si me permite, eso sería suicidio, señor.
Armitage se detuvo y sonrió irónico.
— No pueden matar algo que ya está muerto.
Encabezaban la cacería dos elementos que habían sido sacados de su vida pacífica, a petición de Poe y de Rose.
— ¡Avancen y capturen a todo elemento que encuentren! ¡El Líder Supremo Armitage Hux es mío! —gritó Ben Solo empuñando su sable blanco.
Rey iba al lado de él. Desviaba los disparos con su sable dorado doble.
La pareja se miró y asintieron, totalmente coordinados en aquel plan.
Encontrarse en aquel contexto representaba una especie de deja vú para ambos. Aunque no extrañaban estar en batalla. Su vida había cambiado drásticamente en un año. Estaban ahí por un favor muy especial.
— ¡Ben! —gritó Rey desde atrás, admirando la figura del Líder Supremo por uno de los ventanales del puente, que daban al hangar—. ¡Está ahí! ¡Al puente, ahora!
Se abrieron paso, haciendo gala de sus nuevas e incrementadas habilidades en la fuerza que habían estado explorando.
— Siento tanta adrenalina que no me importaría robarte un beso en medio de esta batalla —comunicó Ben por medio del vínculo.
— En casa podrás besarme todo lo que quieras, no creo que Armitage vaya a tomarnos muy enserio si nos ve besándonos —replicó Rey, tomando el elevador.
— Para lo que me importa —dijo ahora Ben en voz alta y movió una mano para cerrar la puerta—. ¿Este lugar no te trae recuerdos, preciosa? —le preguntó coqueto.
— Me recuerda a que querías besarme en el elevador mientras llegábamos a la reunión con Snoke —dijo la jovencita de Jakku algo divertida.
— Tú también querías besarme… admítelo —presionó su diada de forma pícara.
— Si, pero es que no tuve oportunidad, mi cielo.
— Pues… ahora sí la tienes —Ben tomó de la cintura a su hermosa esposa y le dio un beso apasionado. Ambos se separaron a tiempo cuando las puertas del elevador se abrieron.
Armitage estaba parado al final de la pasarela en el puente de mando, con esa mueca que Ben bien le recordaba.
— ¡Larga vida al líder supremo! —exclamó Ben Solo con su voz ronca. Sacó su blaster y antes de que Armitage pudiera hacer algún movimiento, el disparo impactó en su pecho y cayó inerte.
Rose había pasado cerca de tres horas esperando afuera de la casa de sus padres. El frío le calaba los huesos, debajo del poncho grueso de punto que usaba. No había rastros de nave alguna y temía que el plan hubiera fallado. Sabía que Armitage era muy inteligente, sin embargo empezaba a pensar en que hubiera sido mejor contarle el plan a detalle. Aunque sabía que eso no era del todo posible. No podían relacionarnos. No ahora que había renunciado al senado porque quería volver a los dos amores de su vida: la mecánica y Armitage Hux.
Gracias a la fuerza, Rey y Ben le habían comprendido cuando les contó su historia con Rubí, nombre que Armie usaba en las transmisiones cuando era un espía. Suerte que Poe tampoco le había juzgado y menos, cuando él y Finn habían descubierto que en realidad había aceptado ser Lider Supremo para entregar a la Nueva Orden en bandeja de plata.
Rose siempre supo que si no la había elegido en primera, era por algo. Quizás Hux necesitaba romper con aquel sitio que se llevó su vida entera, que le hizo la persona que jamás debió ser…
Lo único que ella podía agradecer a la guerra, era haberlo conocido como realmente era por medio de ese viejo y abandonado canal de la resistencia. Haberse emocionado con sus pláticas, sus atenciones, sus chistes rígidos pero lindos… no sabía cómo había sucedido, pero de un día a otro ahí habían estado ambos develando sus identidades, dejando caer el velo… enamorándose tan poderosamente en el proceso. Riéndose de la vez en que ella le mordió… aceptando que se odiaban en ese entonces, pero que la vida había hecho de las suyas para ponerlos en una curiosa situación.
Lo amaba con todas las fuerzas que era capaz… con todas sus ganas de empezar desde cero, así él no creyera merecerlo.
El ruido de una nave partió el silencioso cielo de Hays Minor en Otomok. Sonrió, nerviosa y emocionada cuando distinguió la figura de su Armie, descender en esa pequeña maquinaria a la que no estaría acostumbrado pilotar.
Lo había logrado. Había llegado hasta ella.
La compuerta se elevó en el casco de la nave. Armitage salió aparatosamente, dejándose caer en la nieve de un salto, cayendo apenas de pie.
— Feliz cumpleaños, mi amor —dijo ella saltando a sus brazos, apretándolo contra ella, aun sin poder creer que era real que estuviera ahí.
Armietage correspondió a la intensidad que lo envolvía. Dentro de sí, desde sus entrañas, sintió que las ganas de llorar llegaban y se atrevió a soltarlo todo.
— El mejor regalo de toda mi vida, eres tú mi Rosie… mi amor… —confesó recargado en su oído—. Perdóname… perdóname por alejarte… te lo debía, lo hice por Paige… por mi madre… eso no me exime de nada pero, tenía que hacerlo y no quería arrastrarte a ese lugar tan doloroso y oscuro… porque tú eres mi luz… —se despegó de ella y contuvo su pómulo en su guante—. Te amo y quizás un tipo como yo no te merezca, pero te quiero… y quiero pertenecerte siempre y ser digno de ti… ¿Puedo quedarme a tu lado?
— Si… te quiero conmigo, Armie…
Él le tomó de la barbilla y la besó sin más preámbulos. No dijo nada más ya, porque la necesitaba en otra forma en la que siempre lo había deseado, pero que nunca había podido tener.
El beso apasionado que le correspondía le obligó a querer colar sus manos debajo del abrigo que ella portaba, arrancándole un suspiro audible en el proceso.
Rose se separó lentamente de él, y lo miró. Se dio cuenta de cuánto lo amaba y lo necesitaba.
El frío gélido y característico del planeta sopló, pero ni siquiera eso logró aminorar sus deseos.
Rose lo tomó de la mano enguantada y lo condujo adentro de la casa que sería el nuevo hogar de ambos.
La fragancia que la piel de Rose desprendía lo estaba volviendo loco. Se movía lento dentro de ella, disfrutando absolutamente todos los suspiros y gemidos que ella le regalaba y que provocaban la réplica en él de la misma forma. Sus suaves pero firmes aureolas rozaban en cada embestida con su pecho, logrando que la sensación de piel con piel enviara latigazos de electricidad por todo su cuerpo.
Rose arqueaba el cuerpo cada que lo sentía y le recibía. Los besos que él dejaba sobre sus labios se mezclaban entre la dulzura y la pasión. Descubrir aquella marea de sensaciones junto a él, era la gloria… una a la cual podía acostumbrarse, en definitiva.
Podía acostumbrarse a escuchar su precioso tono varonil, susurrándole en la oreja todo lo que quería hacerle para llevarla a la locura para después recitar promesas de amor y te amos infinitos. Podía acostumbrarse a la forma sensual en que su medallón se movía, colgado del cuello de Armitage... se le antojaba algo sumamente sexy verlo usar solo su collar y nada más...
Lo recorría, tocando absolutamente todos los rincones que se le habían sido negados antes.
La suavidad de su espalda, a la cual se aferraba, le confirmaba que detrás de esos ojos de hermoso color verdeazulado, se escondía toda la ternura que había esperado conocer y tener en persona. Armitage era ese hombre que siempre soñó y más.
Rose presionó una palma contra la nuca de su pelirrojo, indicándole que atacara su boca. Las lenguas se encontraron, disfrutándose en la pelea campal y deliciosa. Su otra mano bajó acariciando su torso, mientras él no dejaba de penetrarla suave y tortuosamente.
— Te amo… te amo demasiado —susurró ella a milímetros de los hinchados labios de Armitage que tomaron forma de sonrisa al escucharla clamar sus sentimientos.
— Mi senadora… mi mecánica… mi colbato… —le nombró, dejando escapar una risita—. Te amo…
Declaró eso para después posar su boca sobre su seno, usando hábilmente su boca. Rose advirtió la presión en su vientre, comenzando a sentir que se aproximaba la explosión.
Separó un poco más las piernas, cosa que fue perfectamente interpretada por Armitage que dejó el gentil y pausado movimiento, convirtiéndolo enseguida en un vaivén veloz.
Rose se aferró al cuello de su amor, y ambos se miraron disfrutando de los sonidos que se provocaban. Ella le pidió más en tono suplicante, lográndolo llevar al borde de la excitación y él obedeció para llenarla toda.
El grito compartido los alcanzó inevitable y deliciosamente al fin.
Buscaron los brazos del otro, sin querer dejar el calor que habían encontrado y que ya sería su refugio.
— ¿Qué pediste como deseo de cumpleaños? —le preguntó Rose, apartando el mechón pelirrojo de la frente perlada de sudor de Armie. Él se acercó y dejó un suave beso en sus labios.
Sintió ganas de llorar, porque nunca en su vida, un deseo se le había cumplido tan rápido.
— Pedí que fueras feliz —confesó, mostrándose totalmente vulnerable ante ella.
Rose sintió que todo su cuerpo se llenaba de amor por él. Enlazó una mano con la de él, observando lo perfecto que encajaban sus dedos, sus cuerpos… y sus vidas, después de tanto sufrimiento…
— Lo soy… Ahora lo soy…
Hoy es el cumpleaños de mi bebé Domhnall Gleeson, por consiguiente, creo pertinente que sea el cumpleaños de Armitage Hux, al cual amo demasiado y quiero wue sea inmensamente feliz con Rose.
Amo mucho a estos dos... esta idea empezó para acabar diferente pero bueeeeeeeeeh no lo pude evitar!
:P
