Aquel era un día de celebración para todo el mundo mágico. El recuento había terminado, y Hermione Granger era nombrada, con amplia mayoría, como la nueva ministra de magia. La más que famosa ministra prometía una era de prosperidad para todo el mundo mágico, y no sólo para el Reino Unido.
El jefe del departamento de cooperación mágica internacional se había pasado con las copas en la celebración, dos días más tarde aún le dolería la resaca y Hermione sabía que eso iba a ser problemático cuando tuviera que reunirse con su contacto del Macusa. Pero suponía que podía permitirse eso… por esa vez.
Tampoco es que quisiera iniciar su mandato con un torrente alcohólico surcando el ministerio entero, pero no podía quitarles eso. Había sido una larga campaña desde que Kingsley anunciase que se retiraba. Había sido prematuro. Se esperaba un largo mandato por su parte y, sin embargo, él había decidido interrumpirlo abruptamente aquel principio de año, dejando a un ministro en funciones durante las elecciones. Él mismo le había sugerido a ella que se presentara.
Al principio, Hermione había dudado. Estaba asentando su vida, empezando una vida con Ron y tratando de situarse como su esposa. Aún acariciaba nerviosamente su alianza, como si temiera que desapareciera en algún momento, como si fuera irreal. Ni siquiera habían pasado seis años desde que se graduó.
Quizá por su alegría, quizá por estar centrada en sus pensamientos, o quizá por el alcohol en sangre, pero no vio cómo la seguían hasta su casa amparados por la oscuridad. No vio cómo la observaban mientras se acurrucaba junto a su marido para dormir. Pero sí que sintió cómo la arrancaban de su cama en plena noche, y trató de gritar. Pero ningún sonido salió de sus labios.
Notó un pinchazo en el cuello… y después… tan sólo oscuridad. Una densa y pesada oscuridad que cayó sobre ella, devorándola. La dejaron sobre la cama de nuevo, con delicadeza. Ron se despertó poco después, notando que la ventana de la habitación estaba abierta. A su lado, Hermione dormía plácidamente. Sin darle demasiadas vueltas, cerró la ventana y se volvió a tumbar a su lado.
Cuando Hermione abrió los ojos, notó como una terrible sensación de debilidad se había apoderado de su cuerpo. Se sentía como si le ardiesen los huesos. Contuvo el impulso de gritar de agonía al darse cuenta de que se encontraba en un lugar que le era desconocido. Se encontraba en una gran estancia, en una cama adoselada… vestida con un pijama de seda. Trató de abandonar la cama con delicadeza, pero le fallaron las piernas y se dio contra un elegante suelo de parqué.
El dolor se mitigó un poco a medida que se arrastraba por el suelo de camino hacia lo que parecía el baño. Su suposición era correcta. Se apoyó en el lavabo e hizo un esfuerzo para ponerse en pie. Aquella estancia le resultaba lúgubre. Todo el lugar le recordaba vagamente a la casa de los Black.
Y sin embargo lo más siniestro de la habitación fue su propio reflejo. Una cortina de cabello rubio enmarcaba una faz que aparentaba al menos cinco años más que la última vez que se había mirado al espejo. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no caerse de la impresión. Se enjuagó el rostro con intensidad y, Aún dolorida, logró abandonar el baño y acercarse de nuevo a la habitación.
Junto al tocador encontró lo que parecía una foto reciente, a juzgar por el aspecto que ella misma mostraba. En la foto, ella mostraba una expresión y severa, y una sonrisa correcta, formal. Pasaba la mano alrededor de la cintura de otra mujer, de cabello oscuro, muy elegante. Tardó un par de segundos en reconocerla.
_ Parkinson… _ Murmuró, en voz baja.
Su vista descendió más abajo en la foto para encontrarse con otras dos niñas que saludaban a cámara. Una de ellas, la que parecía mayor, era de cabello pelirrojo intenso, y tenía el rostro plagado de pecas. Debía tener unos nueve años.
_ Rose… _ Dijo, en un susurro, mientras rozaba la imagen con los dedos, pasando la vista a continuación a la otra chica.
Tenía el pelo más oscuro y salvaje, debía ser uno dos años más joven que Rose, llevaba unas grandes gafas sobre los ojos. Tenía una mirada confiada y segura, valiente.
_ Katrina… _ Murmuró, acariciando la foto.
No terminaba de unir todas las piezas, ni de encajar lo que estaba sucediendo. Pero estaba terriblemente asustada. Observó de nuevo en derredor y reparó en la varita que había sobre la mesilla. No era su varita… y sin embargo la sujetó por inercia, sabiendo exactamente cómo colocarla entre los dedos. Sintió un estremecimiento.
Había algo que la había estado reconcomiendo desde hacía un rato. Algo que estaba fuera de lugar. Y, sin embargo, el miedo había impedido que hiciera la conexión hasta ese momento. Aquella parecía la casa de un mago, clásica, ligeramente sombría… con antorchas en las paredes… y, sin embargo, frente a la cama, y sobre un mueble dispuesto para ella, había una gran tele de plasma.
Hermione, con cierto nerviosismo, tomó el mando y la encendió. Fue extrañamente irreal ver cómo la imagen se encendía y aparecía una cara conocida en la pantalla. Sobre ella pudo ver la fecha, 19 de septiembre de 2015. Su cumpleaños. Nada menos que diez años después de haber sido nombrada ministra de magia.
Habían pasado diez años. Sintió un estremecimiento de puro terror mientras, en la pantalla, Parvati Patil miraba a la pantalla con una sonrisa.
_ Nuestra corresponsal, Lavender Brown, tiene declaraciones de nuestra Primera Ministra sobre su encuentro con el presidente alemán.
Hermione, tratando de asumir la irrealidad de lo que estaba viendo, se sentó sobre la cama con las piernas cruzadas y se colocó las manos bajo la barbilla. Aún no lograba entender lo que estaba ocurriendo y necesitaba más información.
Sin embargo, la cosa no mejoró cuando hubo un cambio de plano y se vio a sí misma junto a Lavender Brown, que parecía bastante más desmejorada que ella por el paso de los años. Al igual que en la foto que había visto, tenía esa expresión decidida e implacable, vestida con elegante traje de ejecutiva, muy distinto al traje que llevaba cuando se presentaba a ministra de magia.
_ Primera Ministra Granger… Nuestro público está deseando saber cómo ha reaccionado ante los comentarios del canciller alemán. ¿Es cierto que el ministro alemán nos ha amenazado formalmente? _ Hermione se estremeció en la cama, su alter-ego, en la televisión, en cambio, esbozó una sonrisa.
_ Así es, Lavender. _ Mostraba una sonrisa de película. _ Pero no tienes de qué preocuparte. Le hice al canciller alemán un amable recordatorio de la capacidad ofensiva que tienen los elfos de nuestro ejército.
Hermione abrió los ojos como platos ante la idea de un ejército de elfos domésticos. Era la idea más depravada que se le podría haber pasado por la mente, y allí, en la pantalla, ella misma sencillamente estaba sonriendo y hablando como si se tratase de cualquier cosa.
_ Ahí lo tienen. _ Comentaba Parvati cuando devolvieron la retransmisión. _ La Primera Ministra es implacable. En otra noticias, la protesta de los sindicalistas muggles de Surrey han sido sofocadas por las fuerzas del orden.
Hermione apagó la tele. Tenía lágrimas en los ojos. Aquello tenía que ser algún truco, alguna broma enferma. Definitivamente la habían drogado. No había otra explicación a todo aquello. Se acarició instintivamente el anillo de compromiso, pero se dio cuenta de que, aunque llevaba uno, no era el que en su día le había regalado Ron. Parecía de platino, adornado por una esmeralda. Se estremeció.
_ Parece que el departamento de control de muggles va a estar ocupado estos días. _ Hermione notó que se le helaba la sangre aún más, si es que era posible, y giró la cabeza hacia la puerta.
Allí de pie estaba la mujer de la foto junto a la cama, Pansy Parkinson. Su excompañera de colegio la estaba mirando de una forma en que nunca la había mirado. Había admiración, respeto y… otra cosa muy distinta, pero que no le era desconocida.
_ ¿Puedes explicarme qué diablos pasa? _ Le preguntó directamente.
Hermione esta aterrada, acongojada y tenía los ojos húmedos. No era capaz de entender. Y si había algo que detestaba era no entender algo.
_ ¿A qué te refieres, cariño? _ Pansy realmente parecía no entender de qué le estaba hablando. _ ¿Te encuentras mal?
_ ¿Desde cuándo soy Primera Ministra? _ Se puso en pie y dio un paso atrás.
_ Desde hace… seis años, si no recuerdo mal. _ Dijo, poniendo los ojos en blanco. _ ¿A qué viene la pregunta?
_ Necesito entender qué pasa. Hace un momento me estaban nombrando ministra de magia y ahora… estoy aquí.
_ Oh… es eso. _ Pansy la miró con decepción. _ No te has tomado la medicación.
Emitió un largo suspiro que hizo que el pulso de Hermione se descontrolara. ¿Medicación? A su memoria acudió el pinchazo que había sentido.
_ Te dije que me dejaras asegurarme de que te la tomabas, pero eres demasiado orgullosa como para delegar nada sobre ti misma. _ Prosiguió Pansy.
_ Escucha… no sé de qué estás hablando… _ Hermione dio varios pasos atrás, topándose con las cortinas.
_ Verás… cuando ganaste las elecciones hace diez años… hubo ciertas personas que no estuvieron de acuerdo con la forma en la que planeabas llevar la política con respecto a ciertos asuntos. Así que decidieron tomar cartas en el asunto.
_ ¿Intentaron matarme? _ Apretó la varita con fuerza entre los dedos.
_ ¿Matar a la ministra de magia el mismo día que es nombrada? Demasiado sospechoso, ¿No crees? _ Pansy dio un par de pasos en su dirección. _ Estaban trabajando en una poción para hacer a la gente más dócil. Pensaron que podrían usarla para manipularte, junto al hechizo adecuado… conseguirían que te movieses por donde ellos querían.
_ ¿Eso fue lo que hicieron? ¿Por qué no usar la maldición Imperius?
_ La gente estaba crispada después de la segunda guerra mágica. Y ellos querían ser… más sutiles. Pero las cosas se complicaron. _ Pansy sonrió, perdida en sus recuerdos. _ La poción aún estaba en desarrollo y la versión que estaban probando contigo… tuvo justo el efecto opuesto.
_ ¿Opuesto? _ Hermione tragó saliva.
_ Te desató… despertó algo en ti… una versión de ti misma que ni siquiera tú llegabas a intuir… _ Se acercó más, y Hermione adelantó la varita. _ Oh, Hermione… tenías tanto que dar… y estabas tan reprimida por tu moral. Había tantas cosas de las que los demás no se daban cuenta pero que para ti eran claras y cristalinas… Cambiaste el mundo, Hermione. Lograste lo que parecía imposible.
_ ¿El qué? _ Tragó saliva.
_ Hiciste que todos los magos nos uniéramos bajo tu estandarte… tumbaste el estatuto del secreto… Y ahora estamos al mando. Gran Bretaña es el primer país controlado enteramente por un gobierno Mágico. Y todo es gracias a ti, Primera Ministra.
_ ¿Qué pasa con los Elfos? _ Quería mantener la distancia, pero Pansy dio otro paso. Le temblaba el pulso.
_ Sí, los Elfos… los teníamos en casa, horneando nuestros bollos… cuando han resultado ser la fuerza de combate más poderosa sobre la faz de la Tierra. Y lo viste tú, Hermione.
Hermione notó una arcada y a punto estuvo de dejarse caer al suelo. Sí, sí que la habían drogado… durante diez años, nada menos. Tenía que salir de allí, escapar… buscar la forma de resolver todo aquello. A fin de cuentas, ella era la primera ministra. Si conseguía contactar con algunos de sus antiguos amigos… quizá pudiera hacérselo entender.
_ ¿Dónde está mi marido? _ Se atrevió a preguntar.
_ Hermione, llevamos casadas nueve años, yo soy tu esposa. _ Se cruzó de brazos.
Ella se estremeció, pero contuvo el aliento para hacer la pregunta directa.
_ ¿Dónde está Ron Weasley? _ Insistió. Pansy suspiró largamente.
_ Ron está muerto, Hermione. _ Se cruzó de brazos.
Hermione se dejó caer al suelo, sintiendo como todo el peso de lo que había pasado finalmente caía sobre ella. Se sintió completamente atrapada, derrotada. Pansy finalmente se inclinó a su lado.
_ Deja que te ponga tu dosis… todo ese dolor desaparecerá… será un mal sueño… _ Le tendió la mano.
_ No. _ Dijo, apuntándole con la varita. _ No seguiré siendo un monstruo.
_ Verás, Hermione… yo no pienso renunciar a mi esposa. _ Pansy la miró con fijeza. _ Tú no te acuerdas ahora mismo, pero lo que tú y yo somos felices juntas… y no voy a renunciar a eso sólo porque te hayas olvidado de tomarte tu poción.
Hermione la apuntó firmemente con la varita, había escuchado suficiente.
_ ¡Desmaius! _ Gritó, a pleno pulmón.
Pero no ocurrió nada. La varita se quedó simplemente en su mano, sin reaccionar. Pansy dio un pase con la suya y la recuperó con diligencia.
_ Madera de tejo y pluma de fénix, 27 centímetros y medio… Es bonita, ¿Verdad? _ Miró a Hermione a los ojos. _ Una varita ideal para una primera ministra.
Hermione bajó la mirada. Pansy no había corrido peligro en ningún momento, y por eso se había sentido tan tranquila durante toda aquella conversación.
_ Esa varita sólo funciona cuando me he tomado ese brebaje, ¿Cierto? _ La miró a los ojos, con furia mal contenida. _ Me habéis hecho cambiar tanto que mi vieja varita no me reconocía siquiera.
_ Cada vez iba funcionando con menos eficiencia… así que tuvimos que buscarte otra. _ La miró a los ojos. _ Como bien sabes, la pluma de fénix rara vez se acomoda a un amo que no es aquel que ha elegido.
_ Pansy… Has dicho que me quieres. _ La miró a los ojos, desesperada. _ Si me quieres de verdad, no me hagas esto.
_ Hermione… te quiero con toda mi alma… y precisamente por eso… tengo que hacerlo. _ Colocó la varita frente a su rostro… y de nuevo llegó la oscuridad.
Hermione temió que nunca volvería a despertar, que se pasaría el resto de su vida convertida en un monstruo al servicio de gente malvada… o aún peor, que despertaría, pero cuando fuese demasiado tarde. Le habían robado diez años de su vida sin planteárselo si quiera… ¿Cuántos más tendría que perder?
Despertó, sin embargo, atada a una silla. Junto a ella, Pansy manipulaba un catéter. Intentó soltarse, sin éxito. Las correas que la sujetaban estaban atadas firmemente, impidiéndole mover las manos o las piernas. Se encontraban en lo que parecía ser el sótano de la misma casa. Hermione lo dedujo por la ausencia de ventanas y por las escaleras que llevaban a la estancia.
_ Siento lo del pinchazo… será más rápido si te lo administramos por vía intravenosa. _ La miró a los ojos. _ De usar la vía oral tardaríamos días en canalizar los efectos.
_ Pansy… te lo suplico… haré lo que tú quieras… pero no me hagas esto. _ Sollozó con fuerza.
Pansy se acercó y la besó con suavidad en los labios. A pesar de las lágrimas, el beso no fue desagradable para ella.
_ Hermione, es una decisión tomada. Y en el fondo, sabes que es lo mejor. No puedo sencillamente dejar que salgas y destruyas diez años de trabajo… No quieres saber cómo reaccionarías tú misma de enterarte. _ La miró a los ojos. _ Tan sólo será un pinchazo…
Hermione contrajo los músculos, intentado evitar que Pansy encontrase su vena… pero no funcionó. Consiguió que le doliese enormemente, sí, pero la morena parecía ser una profesional en esos menesteres.
_ ¿Desde cuándo usan vías los medimagos? _ Le preguntó, mirándola a los ojos.
_ Desde que tu gabinete permitió el libre uso de conocimientos médicos mágicos y no mágicos. Has salvado muchas vidas, Hermione.
_ Supongo que no todo ha sido para peor. _ gruñó, notando como el líquido empezaba a recorrer su torrente sanguíneo.
_ Cielo… has hecho mucho bien, aunque ahora no te des cuenta. _ La besó lentamente en la frente. _ La vía tardará un rato en inyectar todo el suero… entonces te soltará. Me quedaría a acompañarte… pero tengo que acudir a una cena de gala… bueno… en realidad tenemos que ir las dos.
Pansy tiró con delicadeza de su cabeza, extrayendo un par de pelos con un quejido de la rubia. Se quedó observando por un instante la raíz castaña de estos.
_ Le pediré ayuda a Millicent. No es la primera vez que se hace pasar por ti. Sería sospechoso que no acudieras a tu propio cumpleaños… no queremos tener encima al canciller de nuevo. _ Le acarició la mejilla. _ Espero que no estés demasiado gruñona mañana… haré que te preparen tortitas, sé que te encantan.
Hermione bajó la cabeza. Pansy le dio un último beso en la mejilla y la dejó allí sola, en aquel sótano. Pudo notar cómo aquella sustancia iba entrando en su torrente sanguíneo y su cabeza se nublaba. Tenía que encontrar alguna forma de escapar… Pero las ataduras no cedían, y el brazo que contenía la vía estaba firmemente atado a la silla, ni tan siquiera podría separar la vía de la vena para conseguir que dejase de suministrarle aquella poción, aún con todas sus consecuencias.
Cada instante que pasaba estaba más asustada, lo que provocaba que su pulso se acelerase, lo que lograba que el líquido entrase más deprisa. Intentó en vano una última vez zafarse de las ataduras, antes de razonar que lo más probable era que estuvieran encantadas para soltarse únicamente cuando el catéter estuviera vacío.
No sabía cuánto había pasado. Quizá habían sido segundos, minutos… o incluso horas. El catéter había bajado varios centímetros cúbicos cuando un sonido llamó su atención… una pelota cayendo por las escaleras de aquel sótano.
