-¡Ah!
El grito interrumpió por un instante el acalorado ritmo del entrenamiento. Fue un chillido corto, agudo y sorprendido, muy diferente de los habituales sonidos que inundaban la cancha de voleibol a aquellas horas de la noche: gemidos de esfuerzo, palabras de ánimo («¡Buena recepción!» «¡Buen saque!»), las instrucciones impacientes de Ukai, los bramidos excitados cuando una jugada se ejecutaba especialmente bien, las bromas y las provocaciones, y a veces los simples nombres de los jugadores, voceados en el aire en medio del furor del ejercicio físico. Resoplidos y movimientos apresurados, certeras miradas de reojo, rapidísimos cálculos mentales, casi instantáneos, que se fundían con el fluir del propio cuerpo. Pam, Zas. La pelota rebotando contra el suelo, las zapatillas de deporte impactando en el brillante parqué.
Pero todo eso se detuvo de repente. Los jugadores se quedaron callados por un momento, detenidos a medio gesto, y la pelota cayó al suelo, indiferente. ¿Qué ha pasado?, se preguntaron unos a otros. ¿Han sido imaginaciones nuestras, o alguien ha gritado… de dolor?
-¡Ah! ¡Aaaah!
El eco del chillido reverberó en las paredes del amplio gimnasio, haciendo temblar los cristales de las ventanas. Todos tardaron unos segundos en comprender que el grito provenía del fondo de la cancha. Allí, Nishinoya se retorcía en el suelo, agarrándose con fuerza el hombro izquierdo.
Asahi fue el primero en llegar hasta a él. Se arrodilló a su lado, con los ojos muy abiertos, y extendió sus manos sobre el cuerpo tembloroso de Nishinoya. Parecía que iba a tocarlo, pero algo lo retuvo en el último instante. Se mordió un labio, indeciso, y cada vez más pálido fue dirigiendo sus manos a diferentes partes del cuerpo del líbero, sin saber muy bien qué hacer para ayudarlo. Quizás temía hacerle todavía más daño. Quizás no tenía ni idea de qué hacer en esa situación. En todo caso, Asahi tampoco se atrevió a retirarse. Se quedó así, quieto y vacilante, con las manos inútilmente suspendidas unos centímetros por encima del cuerpo sufriente de su amigo. Sin poder hacer nada, y a la vez sin poder separarse de él.
