Son los ecos de otras vidas lo que condenan su existencia.

Desde el momento en que se descubría que el infante era un renacido, su nacimiento pasaba de ser una bendición a ser una sombra oscura pendiendo sobre el honor de la familia. A penas se tenía la primera sospecha comenzaba el desfile de revisiones médicas. Si el diagnóstico se confirmaba, no había mucho más que hacer, más que ser discretos y ocultar el hecho a toda costa. Pero tarde o temprano, siempre salía a la luz. Era algo evidente, inevitable.

El ser humano busca instintivamente pertenecer. Identificarse y encontrarse en el prójimo, ser aceptado y aprobado para poder sentirse con un valor. Para una persona de su condición, eso jamás era fácil. Siempre, aunque intentaran disimularse, llegaría el momento en que salían a relucir los indicios. Entonces, cuando ya todos lo sabían, una mancha implícita pero indeleble le acompañaría por el resto de su vida; la prueba fehaciente de que por sus venas corría la sangre de una raza ultrajada, abatida y odiada. Que era el reservorio de una de esas almas perdidas que hicieron sufrir al mundo la peor de las catástrofes. ¿Quién querría acercarse a un monstruo que en otra vida fue capaz de cometer actos tan atroces? Nadie en su sano juicio se atrevería a tener relación con alguien que a duras penas podía llamarse humano.

El diagnóstico llegó a los siete años, cuando sus padres ya no pudieron postergar más lo que para el resto era una obviedad. No fue sino hasta unos meses después de su cumpleaños número doce que comenzó a asistir a grupos de apoyo y a tomar las terapias preventivas, tal como marcaba el protocolo de salud mental. Al principio las sesiones ayudaron, pero apenas mostraba mejoría cuando de nuevo caía en una espiral de soledad y desconsuelo. Recorrió tres terapeutas más, hasta que el último confirmó algo que no sorprendía para nada en un sujeto de su condición: a los trece años ya había tenido sus primeros cuadros de depresión y ansiedad. Con ello, llegaron los medicamentos, el letargo y la anhedonia.

No podía evitar lamentar el destino cruel que la condenó a nacer de esa forma; era injusto pagar los platos rotos de una persona distinta, porque no eran la misma persona, ¿cierto? Aunque lucían similar, vivieron circunstancias y en entornos diferentes. Si todo eso era así, ¿por qué estaba en posesión de todos esos recuerdos? ¿Podía llamarlos sus recuerdos si no eran momentos que alguna vez haya vivido en carne propia? Ella se respondía que no, y sin embargo todas esas experiencias se encontraban impregnadas en su mente con una precisión macabra. Era capaz de evocar olores y sonidos de manera tan vívida que nunca fallaban en descolocarle… Y dolía. El dolor siempre estaba presente. Vive en duelo por sujetos que no ha visto jamás. Sobre todo, en noches como esas.

El insomnio era un instrumento de tortura, pero el sueño no era mucho mejor. La película que se reproducía en su subconsciente era siempre la misma: detrás de sus ojos cerrados se mostraban las imágenes de una guerra, humanoides de tamaño descomunal arrasando ciudades enteras, gritos y llantos, el olor a óxido de la sangre, espadas rotas... las alas de una libertad utópica. Sacrificios que fueron hechos en vano. Arrepentimiento, culpa, traición. Al despertar, el llanto y la angustia la esperaban puntuales.

Sucedía en ocasiones que coincidía más de un renacido al mismo tiempo en una familia; eso podía brindarles compañía y consuelo. Ella no corrió con esa suerte. En su hogar fue amada, pero nunca comprendida. Aunque no le faltó el apoyo en todo lo esencial y nunca fue tratada de forma distinta, el tabú que fue siempre el elefante en la habitación jamás permitió la construcción de lazos significativos. Era notorio el muro invisible que la aislaba del resto. La relación con sus tres hermanos menores nunca alcanzó niveles profundos, ni hablar de poder confiar a sus padres todo lo que anidaba en su cabeza. Sabía que era algo que no sería capaz de compartir ni decir en voz alta fuera de un consultorio. Más de una vez tuvo que ocultarse y ser negada; para evitar situaciones incómodas, para que sus padres no perdieran el empleo, para que sus hermanos no fuesen víctimas de acoso escolar.

A penas hubo cumplido la edad legal, consiguió un sitio propio para mudarse y un empleo por las mañanas dando clases de japonés. Por las tardes, asistía a la universidad. Por las noches se inventaba cualquier hobbie con tal de no estar presente; esa era su estrategia infalible para no pensar. Con los años, los recuerdos se volvían más nítidos, los episodios más largos, más vívidos. Durante muchos años se resistía a la actividad física que mucho le recomendaban sus terapeutas como distracción; la verdadera razón no era la pereza, sino la renuencia a parecerse siquiera un poco más a Mikasa Ackerman. Por esa misma razón se teñía el cabello de colores. Por eso jamás usaba faldas. Suficiente era tener que observar las mismas facciones plantadas en su rostro todos los días frente al espejo.

Pero en el fondo sabía bien que reprimirlo era contraproducente, que tarde o temprano podía explotar, como ya le había sucedido en múltiples ocasiones. Así que se inventó un horario: sólo se permitía pensar conscientemente en su vida pasada una hora al día, durante la cual escribía en su diario o dibujaba todos los detalles que pudiera recordar. Decidió que el arte era su escape. Puso en papel cada punto y cada coma, porque los conocía de memoria, porque eran parte de ella. Describió el timbre de cada voz, narró cada escenario. Dibujó cada arruga de cada rostro, trazó cada cabello… incluso el de él.

Los rostros que aparecían en las memorias eran incontables. Naturalmente, unos más significativos que otros. Esos nombres extraños que le resultaban tan familiares. Eren. Armin. Sasha. Jean. Connie. Historia. Hange. Pero había uno. Uno en particular, que le dolía de una manera casi inconsolable. Lo ha visto morir una y otra vez a través de los años, y le duele como nada más le ha dolido. Y sabe su nombre, pero no sabe quién es. A veces se pregunta si estará al mismo en esta vida, en este tiempo. Qué edad tendrá, qué idioma hablará, cómo lucirá.

Una tarde, sentada junto a la ventana de su diminuto apartamento observando las gotas de lluvia lamer los cristales, pasó la idea por su mente. Había escuchado de esos sitios en internet desde que asistía a los grupos de apoyo en sus años de adolescente. Su negación, su terquedad y su orgullo fueron más fuertes que su curiosidad en ese entonces. Pero, justo en ese momento, le pareció que hacerlo era apropiado. Se levantó. Tomó su laptop. Googleó el sitio. Se creó una cuenta. Y escribió su primer post.

redscarfgirl

Estoy buscando a Levi Ackerman de la Ciudad Subterránea de Paradise.

Para confirmación de identidad, contestar este post en un mensaje directo con la siguiente información:

1. Ocupación en la otra vida

2. Bebida favorita

-M.

Los días posteriores a la publicación se dedicó a revisar dos veces al día su bandeja de entrada. Llegaron algunos mensajes de spam que activaban las notificaciones y le elevaban las esperanzas; más nunca nada significativo. Pasaron semanas que se convirtieron en meses. La resignación le fue llegando de a poco, hasta que se convenció que había sido muy ingenuo de su parte haber siquiera considerado que su plan podría funcionar. Así que abandonó su empresa y se dedicó a seguir viviendo la vida como mejor podía.

El tiempo sabio le obsequió la madurez para, paulatinamente, aceptar su condición. Comenzó a gustarse y abrazarse. Intentó sanar su interior. Comenzó a entender que era su propia persona y no un almacén de siglos de basura. Abrió su corazón y su mente lo suficiente para intentar hacer amigos. Los días se volvieron menos densos, más amables y pasaron volando trayendo buenas nuevas a su vida. Cuando menos lo pensó, ya habían transcurrido cinco años. Obtuvo su título en Biología. Sintió que era el momento perfecto para un nuevo comienzo, borrón y cuenta nueva. Y se echó a volar.


Cuatro años habían transcurrido desde esa publicación. Con veintiséis años, Myoko recién había terminado un máster en botánica. Se había mudado a Canadá, tenía dos trabajos estables e incluso había adquirido una casa propia: el hogar de sus sueños en medio del campo. Adoptó su primera mascota. Se juzgaba en el mejor momento de su vida, emocional, profesional y económicamente. Se sentía plena y orgullosa, pues había trabajado duro para llegar a donde se encontraba. Era feliz. Lo sabía, lo sentía. Había soltado todas las cargas que la hundían en el agua turbia. Los lazos que una vez tuvo con Mikasa se habían roto.

O casi todos, recordó. Sólo quedaba un último paso, un cabo suelto, un último cordón por desanudar y decirse libre. Volvió a entrar a ese sitio. Sólo una vez más, se dijo a sí misma, sólo una vez más antes de eliminar la cuenta.

Entró. Y estaba ahí. Un mensaje privado con fecha de hacía siete meses.

Remitente: humanitysstrongest

Hola. Es Levi Ackerman, Comandante del Cuerpo de Exploración de Paradise. Mi bebida favorita fue y sigue siendo el té.

Es un gusto por fin encontrarte, Mikasa Ackerman.