Hoy, en algún lugar del corredor de Kessel.

Todos los bosques siempre le recordaban al suyo, sin importar que en Dee'ja Peak jamás nevaba. A pesar de estar tan cerca de las Montañas Gallo, el cielo se cubría de nubes plomizas en invierno pero nada más que una tenue llovizna anegaba los caminos de tierra durante días sin llegar a congelarlos. Era un espectáculo precioso que Ben contemplaba desde el corazón mismo del bosque, seguramente trepado a algún árbol para estar más cerca del cielo, más lejos del suelo y de su propia realidad.

Ese era su mundo, el vasto sector de tierra que empezaba a las afueras del pueblo y terminaba en los acantilados del Lago Paonga, donde pasaba horas y horas arrojando piedras al agua sin que nadie en su casa le echara mucho de menos. Su madre viajaba constantemente a la capital por trabajo y su padre le dejaba libre con la excusa de que a su edad ya vagaba por las calles de Corellia sin supervisión.

El bosque era mucho más que su refugio. Era el refugio de ambos.

Ben no estaba solo en realidad y es por eso que no sentía el peso de la ausencia de amor parental. Rey era su alma gemela, sufría los mismos males que él y aunque no siempre estaban de acuerdo en todo, las horas pasaban muy rápido cuando estaban juntos, demasiado rápido.

Pero eso fue hace mucho tiempo.

Lograba exitosamente pasar gran parte del día sin pensar en todo eso porque sus ocupaciones mantenían a su cabeza enfocada y la música de su emisora favorita difícilmente podría recordarle a esas tardes de brisa suave y rumor de hojas secas. Corría de un lado a otro en una carrera contra el tiempo y la batería de Iron Maul le ayudaba a mantener el ritmo, además de evitar que se durmiera sobre el volante.

Durante últimos años había tenido que soportar que los recuerdos volvieran una y otra vez, encontrando en cada centímetro de tierra que veía por la ventana de su camión, un recuerdo de esos años que ya no volverían. No importaba que tan remoto fuera el destino o qué tan hostil fuera el ambiente que le esperaba al llegar. Daba lo mismo que fuera arriesgado o no, Ben tomaba cualquier trabajo que le obligara a escapar del abrumador deseo de regresar a Dee'ja Peak.

Su camión era la mejor excusa, siempre en movimiento e inalcanzable, como si poner distancia entre él y el pasado fuera alguna clase de solución para sus males. Sin embargo, lo consiguió durante diez años en los que sucedieron muchas cosas. Cambió de residencia varias veces, adoptó numerosos cortes de cabello, conoció lugares que creía imposibles, incluso deambuló sin rumbo de un amor a otro sin lograr entusiasmarse demasiado con ninguno.

Porque Ben sabía que nadie le haría sentir como ella.

Y esa certeza de que Rey le esperaba en Dee'ja Peak era justamente lo que le impedía regresar. Jamás sería digno, simplemente no podía. No quería enfrentarse a la realidad de que ella hubiera formado una familia con alguien más, aunque no sabía absolutamente nada al respecto. Había evitado a los amigos en común, respondiendo con evasivas para que no le llegara la eventual invitación a una boda a la que no podría negarse a asistir. No podría soportar tener que conocer a sus hijos si es que los tenía, porque seguramente los tenía, con sus mismos ojos verdes y sus naricitas respingonas.

No.

¿Y qué esperaba? ¿Qué ella aún recordara esa vez, teniendo en cuenta todo lo que sucedió después? Seguramente lo habría tomado como lo que era: un desliz, un error que sólo consiguió alejarlos, una línea que no debió cruzar. ¿Acaso pensaba que sólo él podía seguir adelante?

Día a día se repetía que no había significado nada, fue un simple experimento que debía olvidar.

Era en vano.

Cuando se detenía en esos paradores de mala muerte que encontraba en el camino, imaginaba que su vida siempre iba a ser así y repetía metódicamente las mismas rutinas. Pedía una cerveza fría e intentaba entusiasmarse con alguna nueva conquista, procurando que ninguna de ellas le recordara a Rey Kenobi. Se iría por la mañana sin que ellas lo notaran, sin dar demasiadas explicaciones y sin arrepentimientos. Todos conseguían lo que querían y él sobrevivía un día más borrando el breve recuerdo de sus labios con el de caricias desconocidas.

Pero esa mañana, después de conducir durante toda la noche y presenciar el amanecer con la compañía del constante bramido del motor de su Grimtaash, con la primera nieve sobre los árboles de una ciudad de la cual no recordaba exactamente el nombre, sintió que algo se rompía dentro de él.

Quizás fue esa canción tan especial que se filtró entre el heavy metal de su playlist, pero eso sería demasiado obvio hasta para alguien como él. Ben llevaba muchos meses pensando en regresar y enfrentarse a su destino, o por lo menos volvería para decirle las cosas que tenía atoradas en la garganta desde que se vieron por última vez.

El hombre haciendo señas en el costado de la ruta para un aventón fue la segunda señal, un indicio de que quizás aún quedaba una oportunidad para enmendar sus errores, una segunda oportunidad para ser feliz, esta vez sin lealtades divididas, sin personas en contra.

O podía perderlo todo otra vez. No le importaba.

Casi no se sorprendió cuando el hombre le dijo que se dirigía a Dee'ja Peak, pero se cuidó de no revelar su propia identidad. Conservaba un limitado contacto con sus padres, pero si regresaba a su pueblo natal no iba a ser para verlos a ellos. Había cambiado tanto que nadie reconocería en él a ese niño demasiado alto para su edad, tímido e inseguro, con las orejas grandes y la mirada triste. Los años habían endurecido sus rasgos y afilado la mirada de tanto tener que desconfiar, su espalda era más ancha y lo único que conservaba de aquella época era el recuerdo intacto de Rey y tal vez su propio nombre, aunque todos los que llegaban a acercarse un poco a él, lo conocían como Kylo.

Dijiste que algún día podríamos.

Una mañana parecida a esa, con esa misma luz pero en otra montaña, ellos tomaron caminos diferentes. El tiempo se llevaría el dolor de la decepción, pero no sería suficiente como para borrar las promesas que dos corazones jóvenes se hicieron sin decirlo en voz alta.

Diez años atrás, Dee'ja Peak

Ben abrió los ojos con lentitud después de dormir muy poco y beber más de la cuenta, sin embargo no lo suficiente como para lamentarlo. La reunión de amigos había terminado temprano pero él y su hermosa huésped prolongaron las actividades hasta muy entrada la madrugada, quedándose luego dormidos en el amplio sillón de su casa.

Pero mucho antes de conseguir que su cerebro le indicara en qué parte de la galaxia se encontraba, o al menos qué hora era, su olfato se encargó de ubicarlo con esa dulce fragancia de manzanilla que sólo podía pertenecer a su mejor amiga.

Rey.

Inspiró profundamente deseando que el momento no acabara, sin querer mirar su reloj porque sólo confirmaría lo inevitable. Ella iba a marcharse pronto.

Guardó el aroma en el sitio especial de su mente que la joven ocupaba de manera exclusiva, el lugar precioso al que Ben recurría cuando se le hacía insoportable estar sin ella. Un sitio que no compartía con nadie y que por supuesto ella desconocía.

Rey dormía plácidamente sobre su pecho, el cabello castaño desordenado se había desprendido de sus moños y Ben se dejó llevar por el impulso de acariciar las finas hebras como si se tratara de un tesoro frágil que podía desvanecerse en cualquier momento. Temiendo despertarla, trazó caricias imaginarias cerca de sus mejillas, sin llegar a tocarla pero lo suficientemente cerca como para sentir el calor que su piel emanaba. Tenía que conformarse con eso, amarla en silencio mientras fijaba cada detalle de la luz del amanecer inundando la sala, su sweater de porgs y las medias de lana verdes que se asomaban por el extremo de la colcha, porque ni siquiera el frío le había quitado esa maña de destaparse dormida.

A ella le costaba conciliar el sueño y casi no dormía, otra de tantas cosas que tenían en común. Pero una vez, algunos años atrás, descubrieron que sólo descansaban bien cuando estaban juntos porque era en compañía del otro que las voces se silenciaban y las pesadillas desaparecían. Sus siestas jamás tuvieron otra pretensión que la de ser sentían felices porque se sentían protegidos contra los males del mundo y con eso bastaba. Sus abrazos estaban lejos del romance y no existía la descarga eléctrica del roce sensual accidental ni el suspiro contenido por la anticipación de un beso.

Pero eso era así antes, recordó Ben, cuando eran niños.

El sillón era bastante grande y cómodo para ambos, aunque lo más práctico hubiera sido llevarla hasta su cama. De ninguna manera Ben habría propasado los límites que tenía dolorosamente claros en su mente, y ahora se daba cuenta de que tendría que haber sido un poco más firme en ese aspecto y convencer a Rey de dormir lo más lejos posible de él. Pero ella había insistido en envolverse con una manta y preparar chocolate caliente, contándole sus planes para el futuro hasta que el cansancio logró vencerla y se acomodó cerca de él, dispuesta a dormir como siempre lo hacía.

Ben no iba a impedirle ese pequeño capricho y jamás se negaría a sí mismo el placer de escucharla, aunque contara las mismas cosas una y otra vez. Su voz tenía el poder de transportarlo a otro mundo, uno en el que podía ser él mismo, era aceptado y bienvenido. Un mundo que se derrumbaba y volvía a construirse cada vez que ella regresaba.

Se había dejado llevar aún sabiendo que las cosas eran diferentes entre ellos ahora. ¿Cómo es que imaginó que iba a poder resistirse a sus manos suaves y a su perfume silvestre? Rey ya no era una niña y aunque ya entonces perfilaba convertirse en una mujer atractiva, Ben se quedaría siempre corto con las apreciaciones. Y eso sin contar las cualidades de su amiga, que según él eran infinitas.

Con los años no había cambiado en absoluto, aunque él ya no podía verla de la misma manera. Y al parecer Rey nunca lo miraría de la manera en que él lo hacía.

Para Ben siempre fue cómodo estar a su lado, tan natural como respirar. Le gustaba prestar atención a sus historias mientras grababa cada pequeño gesto de sus manos, cada matiz de su voz. Ella tenía pocos defectos que él sólo veía como virtudes, porque nadie era tan transparente y honesto como la joven que tenía los brazos envueltos alrededor de él. Ni siquiera me molestaban sus ronquidos y de hecho dormía mejor con esa presencia dudosamente musical.

Ben sabía que ella prefería el café con tres cucharadas de azúcar aunque se esforzaba por colocar sólo una porque estaba al tanto del daño que podrían hacerle a su salud. Conocía cada una de sus canciones favoritas de memoria, la mueca imperceptible que formaba con los labios cuando alguien decía algo que le molestaba y cada pequeña cicatriz que se había hecho durante sus veranos de excursión y aventura en el bosque de Dee'ja Peak donde se conocieron.

Se removió apenas para cambiar de posición, sabiendo que hacía falta algo más que eso para despertarla, pero teniendo mucho cuidado de que ella no notara los efectos que su cercanía había provocado en su cuerpo mientras soñaba. No existía peligro inmediato ya que ella tenía sus manos lejos de la zona problemática de Ben, pero eso no impedía que ella notara su entrepierna hinchada al despertar, a pesar de que no se había quitado los pantalones de jean.

¿Cómo explicaría que ella era la causa de su excitación? Aunque eso sería mucho más fácil de responder que las otras preguntas que ella le haría al respecto, porque ¿Cómo iba a decirle que no era la primera vez que sucedía? ¿Cómo no iba a asustarse Rey al saber que su mejor amigo pensaba en ella de maneras mucho más que amistosas?

De todas las torturas que le habían tocado, esa era sin dudas la peor. Y por la Fuerza, que su vida fue de todo menos fácil. Pero respiró hondo y se concentró en los recuerdos, narrando para sus adentros la enciclopedia completa de sus vidas, empezando por la primera vez que se vieron, esperando que los dramas familiares opacaran un poco la brillante explosión de sentimientos que habitaba en su corazón mientras Rey descansaba a su lado.

Inmediatamente, sus labios se curvaron levemente hacia arriba al recordar esa noche. Eran sólo unos niños y se habían perdido en el bosque que rodeaba al pueblo perdido en las montañas en el que vivían.

Ben tenía sólo diez años y se había escapado de su casa para no oír a sus padres gritar. Lo hacía regularmente y volvía antes del amanecer sin que ellos se enteraran. Pero esa vez se distrajo por el resplandor de una linterna y el curso de su vida quedó marcado por la niña pecosa que había decidido cazar babosas en plena oscuridad como si fuera lo más importante del mundo.

La joven recostada en su pecho respondió con otra sonrisa entre sueños, como si supiera en qué pensaba él. Ben se quedó sin aliento, perdido en el aleteo de sus pestañas y en la línea de sus perfectos labios.

Así es. Rey sabía todo acerca de Ben Solo.

Casi todo.

Desde esa noche en adelante, fueron inseparables. Ben descubrió que la niña de las babosas llevaba viviendo unos días en Dee'ja Peak y que pronto asistiría al mismo curso que él en la escuela local.

Ella hizo amigos con facilidad, nadie se resistía a su calidez de mil soles y sus palabras de ánimo, era buena en los equipos y defendía a los más tímidos. A Ben, en cambio, le costaba muchísimo más relacionarse, a pesar de que él no era el niño nuevo, y durante algún tiempo compartió su almuerzo sólo con ella, que gustosamente abandonaba el bullicio del comedor para contarle todas las ideas locas que se le cruzaban por la mente a una niña de diez años con una necesidad imperiosa de convertir su vida en algo mejor que la que tenía.

Pasaban todo el tiempo juntos hasta que Ben aceptó que no podía retenerla por siempre y así descubrió que podía tener amigos, que no era un ser solitario y raro, y que en realidad lo disfrutaba porque le hacía feliz ver a Rey tan contenta. La pandilla se formó con los ejemplares más notables del pueblo, los niños encontraron la manera de crear una familia más comprensiva que la que poseían.

Los padres de Ben, cuando estaban en casa, veían con naturalidad esa relación que ellos tenían. La abuela Padmé era la única que bromeaba con eso de que ellos hacían una linda pareja, pero a ninguno de los dos parecía molestarle o no la tomaban demasiado en serio. Cuando ella murió, Rey se sintió muy triste y ya nadie volvió a mencionar el asunto. Porque además de considerarla como a una amiga de su hijo, Rey era querida como un miembro más de la familia. Pasaba más tiempo allí que en su propia casa, pero nadie podría culparla por eso con un padrastro como Unkar, más preocupado en su negocio de autos usados que en cuidar de su hija.

Así es, Rey sabía todo acerca de Ben Solo, su mejor amigo.

Excepto que él ya no quería ser solamente su amigo.