Naruto no me pertenece, es propiedad de Masashi Kishimoto.
Vuelvo a ti…
Capítulo I.
Ya mis recuerdos se estaban borrando quedando relegados en lo más profundo de mi memoria no queriendo desenterrarlos. Por nada. No había fuerza capaz de hacerme retornar a una vida de la que había renegado en pos de mis objetivos. Objetivos que eran toda la razón de mi existencia.
Poco a poco mis memorias se iban haciendo añejas y no reparaba en ello sencillamente porque no me importaba. Hacía mucho había decidido cual sería mi destino, dejando atrás todo lo que por una fracción de tiempo consideré importante. Nada podría superar mis ansias de venganza, la única obsesión que me alimentaba y me hacía vivir. Nada podría acabar con mis deseos de acabarle. Por eso, por eso estaba decidido a no volver atrás. Jamás volvería de nuevo a Konoha, no existiría la manera capaz de hacerme regresar. No existía la fuerza que me impulsara a volver a mi vida de antes.
Eso creía, hasta que la hallé en mi camino.
Nunca creí que aquella rutinaria misión para explorar los alrededores me llevaría hasta ella. Nunca la consideré importante puesto que en mis recuerdos de niñez era débil e insignificante y no me importaba. Ni ella ni nadie. Pero ella menos porque parecía invisible a los ojos de todos.
Pero la que se presentó ante mis ojos... era totalmente distinta, había florecido y era otra, como si una persona diametralmente opuesta estuviera ante mí. Su mirada arrastraba fuerza en sí, una fuerza que bien sabía provenía de algún dolor conservado por años. Pero era triste. Triste y solitaria. Me recordó a mi mismo y eso me impactó de una forma en la que nadie había podido hacerlo, nunca. En todos mis años, nunca me había detenido a pensar que pudiese existir alguien como yo.
Iba a dar la media vuelta, iba a alejarme para siempre de ella y a olvidarla a los pocos minutos. Pero no. No pude y me odié como nunca por ello. La vi caer al suelo lodoso ya que llovía en forma desesperante desde hacía varios días. Sus compañeros no estaban, nadie la protegería y yo no tenía porqué hacerme cargo de una chiquilla tan indefensa. Nadie me culparía de su inminente muerte. Mas... no me pude alejar y avancé hacia ella como impelido por una fuerza extraña.
La observé desde mi altura, noté como su respiración se hacía dificultosa, los labios se volvían morados, se colocaba más pálida. La estaba viendo morir ante mis ojos, y a pesar de que la muerte siempre estuvo en mi camino como una consecuencia natural de la vida, no podía girarme. No podía.
Me arrodillé hasta ella y le aparté el cabello de la cara. En aquel momento me pareció hermosa, terriblemente hermosa de una forma que dolía y yo no quería pensar aquello de nadie. Me puse de pie molesto dispuesto a marcharme, sería tan sólo un estorbo, lo que le sucediera no era de mi incumbencia... ¿Qué me podía importar ese débil ser?
Mi habitación se hallaba casi en penumbras a no ser por una vela apartada en un rincón que proyectaba una muy débil luz. Me encontraba de pie situado a un costado de la ventana, pero mirando en dirección a mi lecho. Mi atención concentrada. Estaba ella sobre él, con fiebre, sonrojada y yo no había podido dejar de mirarle. Me sentía invadido por su presencia de una forma que no lograba recordar. No me gustaba la sensación ni la opresión que comenzaba a sentir en mi pecho. En aquel instante la sentí moverse y observé como lentamente abría sus ojos, y conjuntamente mi respiración se cortaba. Todo se detenía en aquel momento.
- Al fin despiertas - dije por lo bajo, tratando de confundirla, de verla desorientada. No esperaba que me recordase, al fin y al cabo, varios eran los años que me separaban de mi vida anterior. De ella misma.
Pero no. Se quedó inmóvil unos momentos y buscó por la habitación con ansias hasta que halló mi silueta. Sus manos se aferraron a las sábanas, su rostro pareció enternecerse.
- Sasuke-kun... - susurró de manera melodiosa. ¡Dios! su voz era peor que un narcótico, y peor, la sensación de profunda sorpresa que me provocaba el que me recordase. ¿Acaso el estremecimiento recorrió mi columna vertebral?
Me quedé dónde estaba, tratando de calmarme y no demostrarle nada de lo que me ocurría. Trataba de convencerme a mi mismo que ella no me provocaba nada. No. Ninguna mujer fue capaz antes de invadir mi vida ni estaba dispuesto a permitirlo ahora.
Seguía semi sentada sobre la cama, con un mechón de cabello cayéndole desde el hombro hasta su pecho. Sí, había observado detenidamente su cuerpo mientras le quitaba la chaqueta empapada... Sin embargo, no me atreví a más, no sabía que sucedería conmigo si avanzaba, quería seguir siendo dueño de mis actos. Siempre me consideré como un hombre capaz de controlar cualquier impulso, lo que me hacía sentir superior a la gente común, tan afanada a dejarse llevar por las circunstancias. Y deseaba con todas mis fuerzas que eso siguiera así.
- E-ere-s t-tú - susurró algo conmovida- to-dos t-te ex-traña-n t-tan-to...
- No me importa -me apresuré a replicar, molesto conmigo mismo, por... por sentirme débil ante su presencia. Por no poder apartar mis ojos de su cuerpo, por no haberla dejado sola a merced de su destino. Por no darme la media vuelta y dejar que sucumbiese a la lluvia.
- Es… es u-una p-e-na.
- Cállate, no sigas, mi pasado no me importa, ¿lo puedes entender?
Noté como cerró sus puños, quedándose callada. La había herido sin duda con mi brusquedad, pero no me interesaba, no quería seguir siendo narcotizado con su voz y con su imagen desamparada. ¡Necesitaba apartarla de alguna forma! Maldije la hora en que la ví caer bajo la lluvia.
Afuera seguía lloviendo.
- ¿Enton-ces p-por qué m-me ayudas-te?
Era eso. ¿Cómo decirle que no había podido luchar contra mi mismo, que no acababa yo de comprenderme? ¿Qué no poseía ninguna explicación válida? Me sentí un idiota por no saber cómo responder a eso. Agradecí internamente el que ella no insistiera, tal vez... nunca se consideró importante para nadie. Tal vez simplemente no quería conocer la respuesta.
- Por que no quiero tener en mi conciencia a nadie más que mi hermano.
"No me importas, no quiero que me importes"
II. Capítulo.
La preocupación no se iba de su mirada, a todas luces pensaba en su equipo que debería estar buscándola a esas horas. En eso se recostó elegantemente sobre mi lecho, hipnotizándome totalmente, completamente con cada movimiento suyo. ¿Qué diablos pasaba conmigo? ¿Acaso la falta de mujer me estaba volviendo idiota? Sacudí mi cabeza tratando de que la idea se esfumara de mi mente, pero... la tenía tan cerca de mí que nada me hubiera costado tal vez poseerla, y comprendí de pronto que su presencia se hacía cada vez más difícil de soportar. Cerré los ojos tratando de concentrarme sólo en la lluvia incesante, tratando de ocupar mi mente en otras cosas.
Sentí que se levantaba de pronto, muy débil, pero decidida.
- ¿Qué haces?
- De-debo...ir-m-e...d-deben e-estar pr-eo-cupados p-por mi.
- ¿Eso crees? - no sé por qué, pero quería herirla. Me sentí imbécil, pero quería seguir adelante con ese impulso que apenas podía resistir.
Seguía siendo un hombre frío.
Se mordió el labio inferior y no me replicó. Paseó su mirada por el cuarto, buscando algo que supuse sería su chaqueta. Le dije que estaba sobre una silla cerca de ella. En silencio acabó de ponérsela y se dirigió a la puerta.
Sí. Sí que actué como idiota. Corrí a su lado y tomé su frágil muñeca, cosa que hizo que me mirase espantada e intentara retroceder, pero mi presión era demasiado poderosa y ella estaba muy débil. La lluvia fue muda testigo de ese enfrentamiento silencioso. Entre dientes dije algo acerca de la lluvia, de que ya anochecía y su debilidad, puras excusas, lo sabía ¿para qué? Sólo no quería sentirme tan solo como me venía sintiendo por las noches. Volví en mí al sentir su mirada fija en mi rostro lo que provocó que me volteara y entrara a la habitación.
Se quedó detenida en el dintel de la puerta, mirando al suelo visiblemente confundida. Me molestó mi actitud de pendejo idiota, de por un momento ser un náufrago a la deriva. Me volví hacia ella bruscamente molesto con todo.
- Si te tienes que ir ¡hazlo! No tengo tiempo que perder con idiotas... – mascullé entre dientes apartando la mirada de ella.
- ¡Yo no-no t-te pedí que lo perdieras!- me reclamó molesta y alzando la mirada hacia mí. Me gustó esa mirada cargada de rabia, sentía que era su verdadero yo, que era de una sinceridad plena y brutal. Tuve que postergar mis ganas de sonreír ante ella.
- Tienes razón, te debí dejar bajo la lluvia ¿no? ¡Debí dejar que te murieras!
Vi el odio reflejado en su mirada, y aunque pensé replicaría algo, dignamente me dio la espalda. Pensé que se iría y me dejaría tal cual como me sentía, un tarado solo y egoísta en aquella pobre habitación en medio de la nada. Pero no, sentí la puerta cerrarse y ella se quedó pegada junto a la pared. Tenía los ojos brillantes, ya me parecía que iba a llorar, joder, me iba a quedar otra vez como un condenado, ¿qué era lo que buscaba?
- ¿Qué no te vas?
- Es... es q-que n-no me sie-ento bien y... y -se mordió otra vez los labios y continuó mirando al suelo - Pero si q-quie-res m-me voy.
No. Le dije quedamente que no y le di la espalda, dándole a entender que le cedía mi cama. Yo me quedé junto a la ventana, donde pude notar que ya no llovía, que ya el silencio iba cayendo y estaba a solas con ella. Comenzaba a hacer mucho frío, pero aún así, la atmósfera que yo percibía comenzaba a hacerse insoportable. Asfixiante.
Se acercó a la cama y la miró como si nunca hubiera visto una, me estaba haciendo perder la paciencia con su conducta, ni que fuera a lanzarme sobre ella, ¿qué creía?
- ¿Y tú?- acostándose.
- No dormiré esta noche, debo hacer guardia.
- De-debe s-ser triste- se abrazó las rodillas como una niña pequeña.
Lástima, me tenía lástima, de seguro al ver la forma en como vivía, y yo no quería su lástima. Al diablo la gente que se cree con el derecho de tenerle lástima a alguien. Pero no, entendí de pronto , lo decía por ella misma, eso lo noté por la mirada, por la forma en que abrazaba su propio cuerpo bajo las sábanas.
La vela acabó por extinguirse y nos sumimos en la oscuridad, lo que me ayudó a relajar y pensar en otra cosa. Itachi. Cómo me revolvía el estómago de la rabia, y eso precisamente me hacía sentir vivo… No deseaba sentirme vivo para nada más que para consumar mi venganza. Por ella lo había abandonado todo, por ella estuve dispuesto a vender mi alma de ser necesario. Mis principios.
Ella se recostó, por lo que me sacó de mis pensamientos. Aunque estábamos en penumbras, sólo acompañados por suaves haces de luz, pude notar el brillo de su mirada. Mirada que por lo demás me hacia sentir demasiado pequeño, pero no se lo iba a demostrar a ella. No la dejaría entrar, eso era todo. Había demorado años en construir las barreras que me protegían de los sentimientos. No existía nada más que venganza.
Se quedó dormida al poco rato, en eso recrudeció la lluvia. Me acerqué a ella y toqué su frente, la fiebre ya había bajado, su respiración era normal y se iría temprano. Se iría y todo quedaría en nada. Sacudí mi cabeza, me estaba apenando. Yo. El que vendería el alma al diablo y pasaría por sobretodo para consumar mi desquite, me apenaba su partida, ¿por qué? ¿A qué se debía la sensación de angustia que poco a poco comenzaba a invadirme?
Acerqué una silla hacia dónde estaba ella y comencé a mirarla, inconcientemente mis manos recorrieron su cabello y rostro. Era suave y su olor muy dulce a pesar de la tierra que llevaba encima. Me acerqué aún más para sentir su respiración pausada, tranquila y al hacerlo, me sentí solo. Muy solo, demasiado, yo no tenía nada y ella… ella se iría en cuanto amaneciera. No volvería a verla y esa idea me mataba. Ella volvería a su vida, a sus compañeros, a sus amigos, a las misiones. Yo seguiría en aquel lugar.
"Tú no me vas a superar"
Se movió de pronto y quité mi mano rápidamente. Mi corazón se aceleró al sentirme "atrapado", pero ella seguía dormida ajena a mis pensamientos y deseos. Me alejé entonces lentamente y decidí no volver a mirarla, esperaría que se marchase y no volverla a ver, así todo tornaría a la normalidad. Jamás, ella no estaría en mi vida. Ninguna otra. Menos ella, ese ser débil y pequeño.
Ya estaba pronto a amanecer, el cielo estaba gris y algunas gotas de lluvia solitarias caían. Se incorporó en silencio, cansada por la fiebre. Pensé que se iría sin más, en el fondo esperaba que eso ocurriese. Tal vez.
- ¿N-no qui-eres enviar a-algún me-nsaje a Konoha?
- No, no sigas con eso, ¿eres idiota o qué?
- ¡Eres tú el imbécil! – su rostro reflejaba toda la furia, todo el cansancio de las horas anteriores. Y más que eso, la tremenda soledad y dolor que reflejaban su ser, y yo la estaba empujando al borde del precipicio hurgando en heridas, pero algo me decía que con ella todo sería diferente.
La miré con indiferencia, aunque por dentro su mirada apasionada me iba capturando, mirada que quitaba de mí. Avanzó hacia la puerta con total decisión. Me dijo un adiós por lo bajo y salió al bosque sin esperar ninguna respuesta de mi parte.
Me quedé detenido, varado al lado de la maldita ventana, por primera vez confundido y sin saber qué hacer. Por un momento pensé en ir tras ella, buscarla y no dejarla salir nunca más de la habitación, para dejar que su presencia lo inundara todo, que yo mismo quedara impregnado de ella. Pero, un pero siempre había. Pero mi orgullo era demasiado grande, demasiado idiota como yo mismo. Me quedé solo por orgulloso y así debían ser las cosas, tal y cómo alguna vez decidí al abandonar el pueblo que me vió nacer.
Debían, pero no lo quería por alguna razón.
III Capítulo.
De pronto una idea se apoderó de mi mente, si ella llegase a delatar mi guarida, si por alguna circunstancia todos se enterasen... No era miedo precisamente lo que sentía en ese instante ante aquel pensamiento, sólo quería evitar enfrentamientos innecesarios, cosas que me harían volver a ese pasado que quería evitar a toda costa. Lo que había tratado de evitar todos aquellos años.
Salí apresuradamente de aquella habitación maldiciéndome por mi comportamiento confiado, porque ese no era yo, me consideraba precavido y calculador, cruel si la situación lo ameritaba. Alguien frío que era capaz de trabajar metódicamente en pos de cualquier fin y ahora...
La lluvia volvió a caer con fuerza y el cielo se volvió amenazadoramente gris, lo que no importaba en lo absoluto. Nada me detendría. Me fui desesperando al no hallarla por ninguna parte, mis ojos no podían encontrarla por ningún rincón. En un minuto me detuve en medio de ese bosque tratando de calmarme y orientarme, de recuperar mi calma. De volver a ser el yo de antes y no pude evitar interrogarme. ¿La buscaba solo para advertirle? ¿Sólo para resguardarme?
En eso sentí una presencia bajo un árbol, una demasiado tenue como para ser verdad. Aún así me encaminé hacia allá seguro de hallar mi objetivo. No me equivoqué, puesto que estaba ella arrodillada mirando al suelo, cosa que en el fondo, aún contra mi mismo, hizo que me tranquilizara. La contemplé algunos instantes en silencio, y nuevamente no pude evitar apreciar lo triste que estaban sus ojos. Al verla así en aquella posición, tan abandonada de todo, me pregunté si habría alguna salida para ella.
Estábamos perdidos.
- Hey Hinata...
Alzó su límpida mirada, así brillante y apunto de llorar, lo que me hizo sentir incómodo, no sabía como interactuar con una mujer, menos con alguien tan inestable, tan impredecible y delicada. No sabía cómo demonios acercarme a alguien sin ocasionarle daño, y ella, era como una frágil flor de invierno, presta a romperse ante el menor desgaste.
- No... sólo quería recordarte que si le dices a alguien dónde estoy, te mataré.
Se levantó alterada, con su rostro compungido. Supuse que por sentirse desorientada en ese oscuro bosque, asustada por las horas anteriores, por la angustia de estar junto a mí, y se levantó sólo para gritarme que no la conocía y que no tenía ningún interés en acordarse de mí una vez llegara a su hogar. Que era lo menos importante de su vida recordar a un exiliado que a todos había traicionado.
- Si no lo dices, serías una traidora – repliqué sin apartar mis ojos de ella, ignorando lo que me había dicho anteriormente.
- ¿C-cómo t-tú? Tal vez… tal vez n-no m-e im-importe n-ada...
- No te permito... – comencé a responder, pero algo en su actitud me hizo comprender que nada sacaría en limpio de aquella situación - tú no entiendes y no espero que lo hagas tampoco.
Volvió a arrodillarse sin responder nada, puso su mentón sobre las rodillas y su mirada volvió a alejarla de mí, hacia la nada. Quizá esperaba que sus compañeros aparecieran de pronto y la salvaran del frío bosque, quizá esperaba volver a reír con ellos, con sus bromas estúpidas, quizá esperaba encontrarse con su mundo feliz. Y quizá yo esperaba que eso no sucediera. Sonreí.
- Si… si a e-eso has ve-venido, pu-e-des irte... – dijo de pronto, aún con la mirada extraviada en el tenebroso horizonte.
- ¿Y por qué no te vas tú? ¿Por qué no vuelves a tu casa?
No me respondió nuevamente ni se molestó en mirarme, una nueva sonrisa idiota se cruzó por mis labios. Estaba absolutamente perdida y al parecer no la buscaba nadie, la habían dejado a la deriva. Eso creía yo, era lo que quería creer. Al volver en mí noté que se había puesto de pie y ya marchaba con paso firme, muy ligero. Demasiado silenciosa.
- ¿Estás perdida?
- ¿Y qué te importa?
- Al ser insolente se te quita lo tartamuda.
Me arrepentí de lo idiota de mi observación, pero pasé a otra cosa, a su mirada perdida y de una forma extraña, comencé a sentir ternura por ella. Yo. El Uchiha que vendería el alma al diablo. Por ella, la niñita débil y perdida en ese bosque que me miraba a ratos con odio, con un poco de asco y de desesperación. Algo tenían sus ojos, maldición, algo en sus labios que me provocaba aquella sensación de agobio. Ternura, apenas entendía lo que eso significaba, pero ahí estaba yo, sin poder marcharme.
- Soy patética...
¿Eh? La miré sorprendido y ella continuaba hablando para sí. Se largó a llorar en silencio y me gritó que la dejara sola, que yo era un idiota desalmado, que no debía haberla recogido. Dios. Perdí la paciencia y la hice levantar de su frágil muñeca bruscamente, sin el menor aviso. Enfrentamos las miradas, en el fondo descubrí que la de ella tenía odio y miedo y eso me hizo sentir débil. A ella no le había echo nada, a nadie, puesto que yo sólo buscaba mi destino y los demás me importaban una mierda. ¿Por qué nadie era capaz de comprenderlo? ¿Por qué en el fondo esperaba que ella lo hiciera? Eso me empequeñecía, provocaba que me odiara mil veces.
- Si eso crees, es cosa tuya.
- Cla-claro q-que lo es... no es-espero...
Se quedó callada en medio de la oración. Se concentró en mis ojos y en mi boca con una leve agitación que le provocaba abrir los labios para aspirar el aire. ¿Acaso ella también lo deseaba? ¿Qué deseaba yo?
Bajé mi mano hasta su cintura y la atraje hacia mi cuerpo. Me estremecí al sentirla así y ella temblaba entre mis brazos, completamente perdida y a mi merced.
Hundí mi aliento en su cuello y me dejé llevar, pero ella no reaccionó. Parecía como si estuviera abrazando a un muerto, ya que se quedó como la idiota quieta, lo que hizo que la soltara y me diera la vuelta molesto por aquel rechazo. Cuando ya me había alejado algunos metros, sentí una mano temblorosa en mi hombro y me volteé más furioso. Juntó sus dedos índices dubitativa y me miró sonrojada, pero seria, visiblemente molesta. Avergonzada seguramente de que yo me hubiera atrevido a tocarla.
- ¿P-por qué l-lo has echo?
No le respondí, apreté los dientes dándome la vuelta increíblemente furioso hasta que... Hasta que se abalanzó sobre mi cuello farfullando que no tenía derecho a jugar con ella, que era el idiota de siempre y más cosas que a duras penas podía comprender por su rabia. La detuve agarrándole los brazos y le repliqué que no era nada, le pedí que lo olvidara. Y que me soltara porque hacia el ridículo ya que ella me parecía sólo un mosquito molesto. Me pateó.
- ¿Qué te pasa ridícula? – pregunté furioso por todo aquello que sucedía. Era por lejos, una de las escenas más irreales que me hubiera tocado vivir. Sin embargo, ella era totalmente real, su furia era real. Hasta sus ojos perlados y extraños lo eran.
- ¡T-tú...t-te odio!
- ¿Y a mí que me importa?- le pregunté fastidiado apartando el rostro para así no sumirme en esa mirada, sabía que algo en ella tenía el ingrediente necesario para llevarme a la perdición.
- Tienes razón… a a qui-en di-ablos podr- podría importarle, si soy u-una pat-tética de mierda.
- No lo digo para que te tengas pena, ¡me molesta tu actitud de pendeja!
- No te te m-etas, ent-tonces.
Bien. Le dije que se fuera al diablo y le advertí por enésima vez que se quedara en silencio. Se quedó allí otra vez y sentí su mirada fija sobre mí, lo sabía. Me hizo sentir rabia y pena. Me dio rabia, me enfureció que ella me hubiera rechazado. Una rabia sorda, cruel, abismante, desquiciante. Sí que quise besarla en ese momento, sin saber muy bien el impulso que me guiaba. Sí que me hubiera quedado abrazándola por mucho tiempo.
Me detuve mucho más allá, cuándo ya habían pasado varios minutos. Me quedé quieto y sentí algo que me hizo entrar en alerta, gritos y ruidos. Volví más atrás, tratando esta vez de ocultar mi presencia y la vi. A ella con su grupito. Se veían muy preocupados, tanto que… si, Kiba la abrazó cariñosamente. Eso me hizo asquear. ¿Por qué la tomaba así? ¿Por qué era tan evidente su preocupación? ¿Y por qué me sentía tan vacío? Sentí que las piernas me flaqueaban, sabía que la escena se volvería más y más insoportable.
Su mirada se volvió hacia dónde yo me hallaba oculto, deseé saber qué le pasaba por la mente cuándo la vi sonreír. Una sonrisa bella, una sonrisa lejana a mí, porque no era para mí. En ningún momento me sonrió mientras se encontraba en mi habitación, sólo se mantuvo lo más lejana posible. La odié por que los quería a ellos y a mi no. Que se fuera con ellos a la mierda, que me dejaran en paz sus ojos.
Entré atropellándolo todo a mi solitaria guarida, sin importarme destruir algo, sólo lanzándome a la cama pesadamente, como si mi cuerpo fuera un bulto de nada. Me quedé boca abajo, sintiendo como el frío se apoderaba de mi cuerpo, de la habitación, de todo. Y sentí el aroma de Hinata impregnado en la tela. Era un idiota.
"Esto no me va a ganar"
Al día siguiente amaneció gris sin ya esa lluvia, sin ella por supuesto. Intenté convencerme de que me valía lo mismo todo. Que lo odiaba todo y una vez que acabase con Itachi. ¿Qué sería de mí? Ya lo había decidido, pero... ¿De verdad quería eso? ¿De verdad me sentiría satisfecho viviendo en aquel vacío luego? Me obligué a decir que sí, entre dientes, fastidiado de todo.
Pasé inquieto toda la mañana. Una idea no dejaba mi mente y eso me estaba enloqueciendo. Si yo volvía a aquel lugar tal vez hasta me matarían, no era más que el vil traidor que los había abandonado. Yo no tenía por qué volver, menos por ella. Ella. Ella cuyo recuerdo me estaba llevando a mal y ni siquiera había pasado un maldito día.
"No volveré. Por nada."
Al anochecer salí a merodear por el bosque, me dolía la cabeza y los pensamientos me bullían de manera incontrolable, no soportaba estar en mi propia habitación. Pensaba en sus palabras. Patética. Yo… Yo no la consideraba patética ni siquiera antes. Si débil y apocada, pero era su forma de ser, lo que mayormente me daba igual. Como todo y los demás. Pero su rostro no dejaba de aparecer en mi mente, su rostro vencido y doloroso. Ella valía y debía saberlo. Alguien llegaría y se lo enseñaría y yo… iba a seguir estúpidamente solo. ¿Qué importaba? Era mi decisión y lo que le sucediera a Hinata no era de mi incumbencia.
Llegué hasta una cascada silenciosa y me senté sobre una gran roca. La luna brillaba de gran manera y me sorprendí mirándola, lo que me hartó.
Me concentré en el agua y pronto me hipnotizó la corriente que corría muy suavemente, pero otra vez ella se apareció reflejada en el agua. Reflejada en las nubes y en el aire que corría. Volví a odiarme otra vez y sin darme cuenta susurré su nombre, como extasiado por un poderoso narcótico.
- ¿M-me buscas?
Me volví a la voz asombrado y con un gran sentimiento de vergüenza. ¿Por qué precisamente ella? ¿Por qué había vuelto? Le pregunté lo último directamente, molesto, avergonzado y cansado. Muy cansado. Ella sostuvo su mirada, pero sin expresar emoción, siempre quieta en su lugar. Al parecer tampoco tenía respuesta para ello. Pero estaba ahí, cerca de mí y otra vez me perdía yo en su aroma.
- ¿P-or qué?
Era ella quién me interrogaba callada, acercándose a mí finalmente. Me dijo gracias, gracias por recogerla bajo la lluvia y haberla cuidado. Le repliqué que fue alguna especie una laguna mental y que no lo repetiría si volviera a verla así. Algo bastante idiota, pero ella continuaba mirándome así, lo que yo consideraba lástima, repliqué con molestia que ella no era la indicada para hacerlo.
- Y-yo n-no te ten-go lástima, es verdad, y-yo me-menos que na-nadie.
- Basta con eso, ¿qué no te das cuenta? Como te miraban esos idiotas.
- P-por q-que son m-mis compañeros.
- Eres… tan tonta – con la mirada en el suelo le dije mi parecer, ella no comprendía nada. Estaba ciega, encerrada en su dolor, idiotizada por algo que estaba completamente fuera de mi alcance. Nada podría salvarla del abismo en dónde estaba, porque algo en mí me decía que ella misma no lo permitiría.
- Tus amigos se van a preocupar y no entiendo a que has venido, puede ser peligroso – no podía apartar mis ojos de sus labios, por lo que los cerré - ¿No te da miedo volver a estar conmigo?
Tampoco lo sé. Fue todo cuanto me replicó y se dio la media vuelta para largar a correr como una gacela asustada por su depredador. Impulsivamente también eché a correr tras ella, sin pensar en nada más que atraparla. No me costó darle alcance, parecía un animalillo asustado y sin darle tiempo para reaccionar, sólo atiné a rodearla con mis brazos, y a presionar mis labios contra los suyos, para robarle un beso a la fuerza.
Luego de eso sentí un intenso dolor en el abdomen, me había dado sorpresivamente con su Byakugan. Más que nada fue la sorpresa de su acto lo que me hizo trastabillar y retroceder casi sin aire. La miré desde el suelo en dónde había caído pesadamente y pedí alguna explicación con los ojos. Otra vez me miró con su incomprensible miedo, implantado en lo más profundo de su mirada, aquella vez con los ojos llorosos y se fue. Y yo me quedé ahí.
Capítulo IV.
Nunca antes me había sucedido. Jamás había sentido esas malditas ansias de poseer por entero a una sola persona, tener todo de ella, hasta su última fibra y que nadie más pudiera tener ese poder. Nunca antes me había visto tan arrastrado por un solo ser, nadie nunca me importó demasiado porque vivía pensando... en fin, en mi venganza, en mis deseos de muerte. En ver correr sangre, en honrar la memoria de mi clan, en acabar con todo y luego destruirme en el proceso, porque al final, mi destino era ser un vengador.
Me confundía, qué risa, el maldito traidor que abandonó todo por lograr su derrotero, estaba absolutamente desconcertado por ese molesto sentimiento que nacía en mí, que por más que luchara por evitarlo, estaba ahí como una realidad inflexible que me carcomía. Aunque me volteara a cualquier parte, aunque me obligara a pensar en otra cosa, seguía ahí, tan real, tan palpable, que acababa dando puñetazos en la pared para espantar la sensación.
Todo era rápido, vertiginoso, maldición, por una vez algo se escapaba por completo de mi control y eso me enfermaba. De verdad me ponía enfermo constatarlo. Y siempre la pregunta que una y otra vez me golpeaba el cerebro sin dejarme tranquilo un instante, ¿por qué ella?
Ella.
Los días sucedieron a los días y yo no había vuelto a verla. Me repetí miles de veces de que era lo mejor, que era una absurda y que no necesitaba a nadie para subsistir. En realidad, imbecilidades que creía me dejaban tranquilo. Pero no, no me daban ni un instante de sosiego. Aunque seguía ella toda absurda, toda infantil y ridícula. Yo seguía viendo sus lágrimas, sus arranques de furia disimulada bajo sus ojos llenos de odio, sus insultos y aún así completamente deseable.
Estaba ensimismado, había recuperado en parte mi humor habitual, mi humor de ogro anacoreta. Me hacía falta algo y lo sabía, me hacía falta ella y no lo iba a reconocer. Lo más grande que tenía era mi maldito orgullo, lo que me arrastraba a vivir, lo que me daba las fuerzas necesarias para soportar toda aquella miseria. Sencillamente porque no podía entender aquel sentimiento, la idea de volverme uno más de aquellos sentimentales de siempre me agobiaba.
Hasta esa noche. La noche...
Era una noche cerrada muy obscura y como de costumbre mi guarida se hallaba en la penumbra, puesto que mi ánimo me impedía alumbrar algo. Me recosté sobre el lecho rendido y me quedé mirando hacia la nada. Una nada absoluta y que sólo me hacía pensar desesperadamente en ella. Me revolví en las sábanas exasperado, tratando de ahuyentar su imagen. Debía acabar con ello, el tiempo se me escurría en las manos y la vida... se me iba, cada noche, cada vez que me encontraba pensando en ella.
La lluvia nuevamente hizo acto presencia y su recuerdo triste una vez más volvió a mí. Pero ella no me deseaba, ella no había vuelto, ella era feliz con su vida normal y tranquila, yo no le podría ofrecer absolutamente nada. Solamente mis bolsillos vacíos y sólo una sed de venganza que con nada se apagaría. Eso me decía. Eso me decían sus ojos que me miraban con miedo en la penumbra de los recuerdos.
Observé atentamente la ventana -maldita manía la mía de verla, quizá esperaba encontrar algo- las gotas de lluvia formaban imágenes extrañas, deformes, incomprensibles, como lo que me encontraba sintiendo. Exactamente igual, algo ridículo, bizarro, irreal, sin ninguna forma definida, sin ningún nombre para darle y sin embargo lo estaba viviendo, sin embargo era posible palpar mi deseo por ella.
Pero que se quedara con sus "amigos", con la gente que la quería y que pudiera ofrecerle algo, que se fuera al diablo. Para olvidarla. Para vivir en paz.
Un golpe seco. Un golpe que me hizo volver en mí de manera brusca, tanto, que me sobresalté en mi lecho. Por un momento perdí la consciencia, era culpa de la lluvia y su recuerdo, de la noche oscura y cerrada. Maldiciendo, me obligué a recuperar la calma, y una vez lo hice me levanté serenado hacia la puerta, sintiendo de todas maneras a mi corazón latir con violencia y excitación. Iba a lo que fuere y poco me importaba, sólo no quería morir para verle a él muerto, porque sentía que era capaz de levantarme de la tumba para acabarle. Al pensar aquello de alguna manera mi sangre volvió a su temperatura normal y abrí...
Silencio. Silencio opacado sólo por la lluvia y algunos truenos que a lo lejos entonaban aquel ruido siniestro. Miles de pensamientos furiosos se arremolinaron en mi mente en el instante en que me la encontré. Era ella empapada en mi puerta, era ella enmudecida entrando a mi habitación sin apenas mirarme, pálida como un espectro en una noche terrorífica. Me pareció una escena lenta que no acababa de comprender, ella por fin en mi guarida y yo viéndola como un pelmazo bajo la lluvia, todavía sin reaccionar. Finalmente me volteé hacia adentro y cerré la puerta con un solo movimiento. Ya no me parecía tan oscura la noche, ya no estaba tan sola, éramos dos en ella y eso me llenaba de una manera que no sería capaz de describir.
Le susurré que se quitara esa ropa mojada, porque no quería volver a cuidar a tontas convalecientes. Que no estaba para eso. Como me lo esperaba no me respondió, sólo se acercó a la ventana y vio hacia afuera. ¿Había algo que no hubiera visto antes de venir? ¿Venía a echarme en cara mi soledad, ignorándome en mi propia guarida? ¿Qué era lo que se proponía con aquella actitud? Con ella, nunca lo sabría.
Me acerqué a ella a paso lento, quería asustarla de verdad para explicar su mirada. Me pidió que no me aproximara, que me quedara dónde estaba. De verdad no la comprendía, de verdad quería... quería llegar a ella y entenderla, que me dijera quién era, porqué estaba ahí. Le dije que ella había venido hacia mí, y que por lo tanto no podía exigirme nada. Absolutamente nada.
- Y-yo...n-ni siquiera s-sé a- a qué vine... p-pero... n-no quería estar so-sola esta noche.
Perfecto...
De nuevo sentí como los pensamientos se arremolinaban en mi cabeza luchando para encontrar algo de lógica en aquella situación, estaba a punto de estallar y ella no me ayudaba. Tan sólo esa frase le bastó para despertar mis deseos que tanto luchaba por esconder, por guardar en lo más hondo de mí. Sin importar lo que me dijera me acerqué a su lado, también viendo la ventana, pero mi atención concentrada enteramente en ella, en su cuerpo frágil junto a mí, en el calor que emanaba de ella y que tan reconfortante resultaba. Se hizo un silencio incomprensible, que consideré agradable, parecía que sólo me interesaba tenerla cerca y saber que había venido hacia mí. Acerqué mi cuerpo a ella haciendo que quedara pegada a la pared, cerró sus ojos y lo supe. Creí saber. La besé suavemente, recorriendo su boca a intervalos cortos, costándome el no acelerarme, el no asustarla, el no alejarla. Lo que menos deseaba era que se fuera, lo deseaba a tal punto que no pude evitar gemir al sentir su lengua contra la mía. Me rodeó el cuello con sus frágiles brazos y apreté aún más su cintura.
Caímos a la cama suavemente, haciéndome enloquecer su cuerpo bajo el mío, tembloroso y el susurrar suave de sus labios. Jamás había sentido algo parecido. Jamás había disfrutado de esa forma al estar con una mujer, por lo general era un momento pasajero que no dejaba la menor huella en mi vida. En cambio, era ella, toda ella quién me hacía sentir todo eso, aquella vibración. Como nunca antes. Acaricié su pelo y me aparté de ella para verla bajo mí.
Sus ojos brillaban y no necesitaba más explicaciones, ella necesitaba tanto de mí como yo de ella. Nada más, no había necesidad de buscarle más definiciones.
Pero algo no calzaba, a pesar de estar con Hinata.
Me incorporé callado sin dejar de mirarla, sin perder el contacto visual y ella no huyó de mis ojos. Parecía adivinarlo. Yo dudaba y ella lo sabía, y el repentino sentimiento de odio comenzó a embargarme. Su expresión no cambiaba y no trataba de disculparse, ella iba a enloquecerme, era lo único seguro.
- ¿Qué haces aquí?
- Quería verte - me respondió con voz suave, alzando una mano a mi mejilla, para acariciarme con lentitud.
Me pareció cruel. Y me volví a odiar, ella podía causar eso y mucho más, hacerme sentir miserable y perdido, como si no tuviera ningún motivo del cual asirme. Sin embargo no podía dejar de mirarla, no tenía expresión como una estatua pasmada y eso me dolía. Quité su mano y la agarré con fuerza, quería que le doliera, que me demostrara que algo podía sentir por mí o que algo podía provocarle. Que podía hacerle sentir algo. Era un imbécil y ambos lo sabíamos.
- ¿Has traído a espías? ¿Vas a traicionarme? –pregunté sin pensarlo, sólo para espantar la sensación de angustia que comenzaba a adueñarse de mí. Hubiera querido estar a kilómetros de la escena.
Era un mal recurso, pero quería oírla. Sentí en un momento que de tan sólo quererlo podría acabar conmigo, con apenas un gesto, con un solo susurro. Hinata se incorporó quedando nuestros rostros muy juntos, la punta de su nariz rozaba la mía, su aliento cálido, su aroma, me golpeaban de forma más que agradable. No lo resistía.
- ¿De-de verdad l-lo crees? ¿Y qu-qué sacaría yo? Eres... tan tonto.
Mis palabras en su boca. Mi propio insulto llegándome a la cara y sin poder evitarlo. Tenía razón y mucha, era un idiota por ella y ya no lo evitaría.
Volví a besarla con desmedida fuerza y no se negó. Entregó su boca sin miramientos y me olvidé de todo por unos instantes. Su boca, su aroma, su cuerpo, todo eso me narcotizaba y me gustaba. Era… era de ella sin pensarlo, sin poder siquiera negarme, hasta el temblor de su cuerpo me pertenecía, y por una vez, me sentí triunfante.
Metí mis manos bajo su ropa, acariciando cada parte de su ser, su piel erizada a mi contacto. Intenté quitarle la ropa, pero me rechazó con violencia dándome un empujón. No me importó y como un alienado continué a pesar de sus protestas y golpes. Por un momento lo perdí todo de vista, hundiéndome en esa piel tan suave y cálida, tan sumamente aromática y deliciosa.
Volví en mí al escuchar sus gritos cargados de temor. Que no quería, que no deseaba eso de mí. Que yo era otra vez el idiota y no la comprendía. Me quedé callado mirándola, pensando en algo doloroso para decirle. Para que le doliera como me dolía a mí. Le repliqué que ella había venido en mi búsqueda y que no la consideraba inocente.
Sentí un ardor en mi mejilla. Me había abofeteado, y a pesar de su apariencia desvalida golpeaba bien, recordé que era ninja. Le agarré las muñecas, pero no se detuvo ya que con sus rodillas intentó golpearme. Le pedí que se detuviera, que no me iba a dañar, siendo que por dentro su rechazo ardía como miles de infiernos.
- ¿Con quién duermes que no te quieres acostar conmigo? ¿Alguno de tus amigos?
Lo dije fríamente, demostrándole lo que pensaba de ella. Se calmó. Se quedó quieta, pero casi podía ver su rostro a punto de llorar de la indignación, era un miserable, ella lo pensaba sin duda, se veía en sus ojos, en como apretaba sus labios hasta el punto de casi hacerlos sangrar. Volví a subirme a su cuerpo, pero ella no respondía. Era como un muñeco de trapo, sin alma, sin sentir. Y ella no era así. Ella podía sonreír con todos y ser feliz, resplandecer como la luz de medio día. No conmigo. Porque era un miserable. Un maldito y vil miserable.
"¿Por qué no lo puedes creer? ¿Por qué a ellos y a mi no? Dios…"
Me hizo enfurecer, perdí los estribos y la insulté sin medir las consecuencias. Le grité puta, cínica y buscavidas, que nadie la había llamado y que no me engañaría con su apariencia "dulce" como hacía con sus idiotas compañeros y todos los idiotas de Konoha. Pensé que me respondería, que haría algo para defenderse, para decirme lo equivocado que estaba. Pero no lo hizo. No lo hizo y sentí… Que tal vez yo tendría razón. Y en ese momento apareció su llanto. Un llanto callado comenzó a correr por sus mejillas, un llanto resignado en si mismo. Eso me hizo enfurecer más. Me levanté de la cama encolerizado y la levanté a ella con brusquedad. Sentí que estaba vacía en esos momentos como una fina muñeca de porcelana, bella, pero muerta. Como si no tuviera nada entre las manos.
- ¡Si vuelves otra vez te voy a matar! – aullé completamente fuera de mi mismo.
Un ahogado gemido salió de su garganta, ahora tenía motivos para temerme. Me estaba destruyendo y no le iba a permitir verlo. Esa satisfacción no sería para ella, al diablo con su jugarreta sádica e infantil.
- No perderé mi tiempo con una patética como tú.
Fue lo último que le dije y no obtuve respuesta. La frase quedó en el aire. El aire impregnado de su esencia. Caí a la cama con el peso del mundo sobre mí. Me sentí más cabrón que al haberme ido de Konoha, y sabía que ella no volvería. Esta vez la había herido seriamente, había sido injusto, irracional, desmedido.
Pensar que la había perdido para siempre me hizo volver a mi realidad. La necesitaba. La deseaba tanto que me hacía daño y no podía ya negármelo. Era enteramente de ella, sin vergüenza le pertenecía, pero se había ido sin decirme nada, sin haber replicado alguna queja como me lo hubiera esperado de una persona normal. Sin haberme dicho lo patético que era por comportarme de aquella manera infantil. Quise morir. Quise morir mil veces. Quise acabar con la vida que no me parecía nada. Pero seguiría viviendo por ella.
Aunque yo nunca la tuve, en realidad.
Pasaron las semanas y todos los días me parecían iguales, sin ninguna variación entre ellos o alguna novedad. Nada me parecía suficiente, ni siquiera podía completar mis entrenamientos. No me la podía sacar de la cabeza y me sentía débil. La necesitaba, quería verla y la única opción, la única forma era volver. Algo a lo que me había negado en cualquier otra circunstancia. Qué más daba…
Mi orgullo o ella. Y por primera vez, mi yo quedó relegado al final.
"Debo ir a por ti. Ya no lo resisto" ****************************
Eran las mismas calles de mi niñez. La misma lluvia melancólica que lo inundaba todo, la misma soledad por los rincones en la tarde, el mismo silencio que se producía en las tardes lluviosas. Y los recuerdos volvieron a mí, incontenibles, como cuando la marea alta se desata en el mar. Alguna vez fui parte de todo aquello, pensé mientras caminaba despacio, observando de reojo todo. Alguna vez fui feliz corriendo por esos lugares, sin pensar en lo que se avecinaba. Sin pensar en que mi vida se destruiría por motivos que hasta la fecha buscaba entender…
Nadie podría detectar mi presencia, porque todos los años de exilio me habían enseñado bien. Y recordaba aún todos los caminos, todos los atajos y vericuetos. El de ella era el único que me importaba. Pero me detuve un momento. De verdad estaba ahí y sólo por ella, lo que nadie había logrado. Estaba a su merced, y en aquel momento el golpe certero de la verdad me hizo tambalear.
La noche ya caía lo que me hizo sentir bien, protegido y tranquilo. Vi su casa. Su casa orgullosa y noble, pero sabía que no le hacía feliz, algo me decía que algo en ella la impulsó a buscarme. Pensando en eso me adentré por los jardines, en dirección hacia las ventanas para hallar la suya. Una. Sólo una tenía iluminación y las demás estaban sumidas en la más completa oscuridad.
Como mosquito atrapado por la luz me encaminé hacia ella sin pensar en lo que me esperaba. No debí hacerlo. Me dolió más que nada, hasta hoy, el recuerdo parece hacerme retorcer como un gusano.
Estaba ella, sentada sobre lo que supuse su cama, casi acostada sobre ella y su mirada fija en él. Su primo. Su detestable y asqueroso primo que se acercaba a ella sin dejar de mirarla, recorriéndole cada parte del cuerpo con tan sólo su mirada. Un par de ojos voraces que parecían consumirla por entero, sin resabios de ningún tipo. Y ella. Tenía aquella sonrisa enigmática en los labios... La más cruel para mí.
Fin capítulo IV.
Capitulo V.
Me dí la media vuelta tratando de borrar esa imagen de mi mente, apretando los puños hasta casi hacérmelos sangrar. Pero claro que no, ¡cómo no! Seguía allí la mirada lasciva de su primo, la sonrisa tan extraña en sus labios, tan crueles que podían ser, y la situación para mí tan dolorosa. Su sonrisa. Su sonrisa tan distante, como si miles de kilómetros de soledad nos separasen, eso que me dañaba y no lograba dejar.
Tan sólo recuerdo de aquello que amanecí en una cantina de mala muerte, bebiendo como si no hubiera mañana y poco me importaba en realidad si lo hubiera en aquel momento. Lo único que perduró de aquello fue un dolor de cabeza que no me lo podía. Y un dolor en el pecho que me ahogaba, que me dificultaba el respirar.
Era ella que no se iba de mis pensamientos, como burlándose de mí, como diciéndome lo patético y pequeño que yo era, lo hundido que estaba en sus ojos. Su maldito primo mirándola como "mujer". La orgullosa y fría mansión sola para ellos dos. Y me odié por ser tan débil. Era repetitivo, pero con respecto a ella, absolutamente todo lo era. Y extraño, porque no existían razones para seguirla, porque todo nos decía cuán equivocados estábamos. Ella.
En mi cabeza no dejaba de dar vueltas la pregunta. ¿Por qué ella? Dios… Cualquier otra mujer estaría conmigo, menos ella. Ella. La que necesitaba, la que buscaba mi soledad desesperadamente y ya no me lo negaba. Pero la odiaba también en esos momentos, casi tanto como la amaba. Por mirarlo así, por estar a solas con él. A mi no me importaba si antes hubieron existido otros hombres en su vida. No. Pero me dolía pensarlo, que ella disfrutó y amó a otros, que ella besó y acarició a otros… pero él. Lo odiaba y a ella. La idea me torturaba hasta límites indecibles, de sólo pensarlo, sentía que las fuerzas me abandonaban y que en su lugar, se instalaba una desesperación que me era imposible aplacar.
No sé como llegué a la guarida o qué sucedió en aquel recorrido, por el trayecto logró escabullirse de mi memoria, sólo supe que había caído antes de llegar el lecho y no intenté ponerme de pie, me lo merecía y era poco comparado a lo que le había echo. Tal vez yo la había arrojado a sus brazos con mi actitud cruel e infantil, pero rechacé esa idea, ya que supuestamente yo no era nada para Hinata, sólo un idiota más de los que seguro se habrían cruzado por su vida y sucumbido a su belleza inexplicable. Ante su halo que nos atrapaba y que no nos dejaba ir.
Ella. Su aroma. Me revolvía el pecho e inconscientemente la retenía. Me dieron ganas de matarlo, de acabarlo de la forma más feroz, de la forma más animal inconcebible. Me sorprendí a mi mismo imaginando su muerte bajo mis manos, enredadas en su cuello. Pero no, ella no me lo perdonaría y jamás podría volver. Volver. Junto a ella. Intentar. Desesperadamente tratar.
"En mis sueños nunca peleamos. En mis sueños nunca miente" (1)
Dejé que pasaran algunos días, con toda la fuerza de mi voluntad soporté las ganas de correr a su lado y suplicar por algo que bien sabía no me sería concedido. Probablemente sólo acabaría aterrándola y dejarla definitivamente junto a él. No, la posibilidad era la fuerza más grande para retenerme. Pero sólo pude esperar hasta una noche lluviosa y fría. Me encaminé otra vez rumbo hacia Konoha. Hacia la nostalgia inevitable de mi pasado y hacia su recuerdo.
La mansión estaba otra vez sumida en las penumbras, esta vez ninguna habitación tenía luces. Por un momento pensé que ella no estaría, que probablemente estaba en una misión idiota, de esas que nunca me ayudaron en nada, compartiendo con sus amigos, aprendiendo cosas inútiles, pero siendo feliz y sonriéndoles a ellos.
Me decidí a entrar y correr todos los riesgos, sólo tenía en mente a Hinata y nada más me parecía cuerdo, nada más en aquel instante tenía lógica.
Era una casa grande, fría y "noble". Aquel pensamiento me hizo sonreír de manera irónica, a la vez que me dedicaba a observar entre las sombras mi entorno, una gran estupidez aquella. Fui recorriendo todos los rincones vacíos y llegué hasta su habitación. Me quedé varado frente a su puerta, con miedo. Miedo de lo que podía encontrar adentro, miedo a terminar de derrumbarme, de descubrir.
Estaba bañada por la luz de la luna. El ambiente en ella era cálido, impregnado de su esencia. Era su aroma al fin y al cabo. Me dirigí a la cama, y me recosté sobre la superficie pensando en que ella hacia lo mismo cada noche. Con él. Me enfurecí de pronto por ello, me exasperaba solo, sin una causa aparente. Sólo había visto sus miradas, estaba decidido a oírlo de sus labios. Fulminarla así en mis pensamientos y quedarme en paz.
En eso estaba cuando llegó alguien.
Rápidamente me oculté tras la puerta, comprendiendo lo peligroso de la situación, pero ya estaba allí y por nada volvería atrás.
Me calmé un momento al darme cuenta de que era Hinata quién había entrado en el cuarto y se percató de mi presencia ya que se volteó rápidamente a mí. Me miró entre sorprendida y asustada, quizá más aterrada que nada, seguro que no se lo había imaginado.
- Sasuke-kun – susurró retrocediendo un poco.
Avancé hacia ella y toqué su rostro. No retrocedió como me lo esperaba, y cerró los ojos, por lo que aproveché para besarla. Me di cuenta de cuánto la necesitaba, de cuánto había deseado ese momento frágil y fugaz. La abracé en forma desesperada y me hundí en su cuello. Era mi refugio y quería que lo supiera.
- Lo siento, de verdad lo siento.
Se quedó callada mirándome en la oscuridad, pero sin alejarse de mí. Me sentí incómodo con su silencio. Al final habló para decirme que la había dañado como yo no me imaginaba, con un tono de voz sin vida, sin emoción. Que no me perdonaría nunca. Y se alejó, a pesar de que traté de retenerla en mis brazos, como otras veces, como otras veces sin el menor resultado. Me quedé en blanco y sólo una cosa se me fue a la mente.
- Te vi con tu primito.
Lo dije con todo el veneno posible. Darle a entender que ella también podía dañar, que no era una buena persona. Sentí su nerviosismo al verla voltear a mi ubicación, enfrentándome. Silencio unos momentos.
- ¿Y qué viste?
En realidad, comprendí en aquel instante que nada, porque me di la media vuelta antes. Antes de cometer alguna estupidez y arruinarlo más de lo que lo había echo. Antes de acabar con lo poco de alma que me iba y quedando. Luego vinieron sólo las elucubraciones. Aún con eso me atreví a seguir.
- Tú en esta cama y él mirándote como un pedazo de carne. Te ibas a acostar con él ¿no?
Hinata se alejó un poco más de mí y tardó en responder. Tardó y lo pensó demasiado para mi gusto. Necesitaba oírla pronto, de manera urgente y largarme de una buena vez. Eso quise unos instantes. Ella volvió a mi lado tan liviana como la mariposa nocturna.
- Te-te… equi-vocas, eso no es así.
- Estaban solos, no me creas idiota Hinata -repliqué sin poder ocultar mi ira. Aunque trataba de calmarme, de fingir que no me afectaba, estaba divagando y muy pronto enloquecería. O eso pensaba.
- ¡Eres un imbécil! Y... y a-asqueroso p-por lo demás.
- ¿Y qué hacían solos en tu habitación?
- No... no es asunto tuyo ¿a-acaso e-estás celoso?
Le dije una imbecilidad que de ella jamás, que sólo un patético podría, por eso me hizo callar a gritos y golpes que aunque no me hicieron ni cosquillas en lo físico, por dentro me conmovió verla de esa forma. La lancé bruscamente a la cama, pero sin acercarme a ella. Era humillante sentir tanto deseo por alguien al que no le pasaba igual, algo que no era recíproco y venía de una sola parte. Era tan absolutamente humillante que una voz en mi cerebro, desde mi orgullo me gritaba que me largara. Me hizo sentir cansado y solo. Más todavía.
Ella sólo atinó a decirme que me marchara para siempre y yo repliqué que no. Que no era mi deseo. Se volvió la habitación a sumir en el silencio y caminé hacia ella.
- N-no lo hagas, … siempre lo mismo.
- Sí, hasta que…
No quise seguir insistiendo, sólo me acerqué lo bastante a ella y me tumbé a su lado mirando hacia el techo. Le pregunté si estaba sola y no me respondió, ni siquiera se movió. La volví a insultar y ella comenzó a llorar. Que ya no lo resistía y me odiaba.
- ¿De verdad me odias? Si me dices que sí, nunca más vuelvo a por ti…
- Primera-ment-te no sé a q-qué vienes.
De verdad que no la comprendía, ¿cómo es que no se daba cuenta de lo que sucedía conmigo? ¿De verdad no lo podía entender? Comprendí cabalmente de que ella no se apreciaba nada, que se odiaba como yo mismo a veces y vislumbré lo mucho que nos parecíamos en el fondo. La atraje hacia mi cuerpo.
- Te quiero.
Se alejó un poco de mí, inquieta y balbuceando que no podía ser. Volví a repetir lo mismo sin prestarle atención, no quería su miedo ni le prestaría atención, quería una respuesta.
- Tú no me conoces.
No me conoces. No. No me dejaba tampoco conocerla y era lo que más quería, lo que más me urgía. No me dejaba llegar a ella y ya me apartaba de su vida, sin permitirse nada. No había avances entre nosotros porque precisamente no había un "nosotros". Nada. Sólo eso. Todo era un punto muerto, estéril y nada. Una pared insalvable se instalaba ante cualquier oportunidad y me pregunta si podría franquearla.
Estaba sumido en mis cavilaciones cuando sentí sus labios sobre los míos, su cuerpo subirse sobre el mío, su aroma embriagándolo todo, y yo indefenso ante tales armas. De verdad ella podía confundirme, hacerme olvidar lo importante, mis derroteros, mis ambiciones. Todo eso se disolvía en nada cuando su presencia estaba cerca de mí. Una marioneta a su merced, me había convertido en eso.
"No seas cruel"
Cada vez más necesitaba sentir todo de ella, andar sobre su piel ya no era suficiente y ella lo sabía, por eso… Era cruel y no haría nada por mejorar la situación. Quedó sentada sobre mí y desde lo alto acarició mi pecho, haciéndome sentir oleadas de placer.
- T-tú m-me gustas… no quiero sufrir.
¿Sufrir? ¿Malas experiencias anteriores? Decidí no torturarme con eso y disfrutar de ella. Me incorporé para quedar frente a su rostro y volví a besarla con fuerza, a acariciar su pelo y bajar mi rostro hacia su cuello y también besarlo. Hinata se adueñó de mi espalda. Deseo. Abismante. Mi todo.
"Lo que menos haría es hacerte sufrir, no quiero hacerlo".
La recosté en la cama suavemente, acariciándola despacio, aprovechando todo el momento, aprovechando hasta el menor rincón de su cuerpo. Era el momento y ambos lo sabíamos, estábamos solos y sabía que lo deseábamos. Yo más que nada, ya que esta vez no había ironía en sus gestos ni en sus besos, no existía asomo de burla, de risa que brillara en sus ojos. Aquella vez no.
Sus manos suaves se adueñaron de mi pecho y comenzó un trayecto que me hacía enloquecer de placer al recorrer mi cuerpo, esas delicadas manos me estaban quemando.
- Dí que eres mía, que luego de esto no mirarás a nadie.
Me respondió con un beso, lo que me confortó. Acabé de quitarle la ropa y me quedé quieto. Ella me interrogó quedamente.
¿Miedo? No, tal vez inquietud, sabía que si la hacía "mía" me volvería su esclavo. Pero no me importaba, la necesitaba. Me precipitaba al abismo y no me detendría.
Nuestras caderas encajaron perfectamente, como si hubiéramos sido para cada cual, como un molde. Su cuerpo se estremeció al sentirme dentro suyo, sus uñas se clavaron en mi espalda y gemidos de placer salieron de sus labios. Gemidos que me hicieron perder la cabeza. Afuera la lluvia seguía con su ritmo melancólico. Ruidos ahogados, gemidos mezclados con el ruido de las sábanas. Era mía. Yo le pertenecía. Era feliz ya que creía que me amaba…
No me habló, se quedó callada sin decirme qué pensaba, sin decirme lo que había sentido. Me sentí herido muy en el fondo ya que sentí que ella no me había sentido como yo, que todo el momento vivido anteriormente había sido demasiado banal, carente de importancia. Desesperado intenté obligarla a decirme qué le pasaba, porque en aquel momento no podía razonar de manera correcta, no podía estar más alejado de entenderla. Yo no sería capaz de distinguir nunca aquel momento, ni siquiera hoy. Su llanto, su llanto incomprensible y desolador arrasó su rostro. Arrepentida. Me dijo que se sentía arrepentida, que no era justo ni para ella ni para mí. Que mi destino era muy distinto al de ella, que era un desastre viviente. Que me haría mal.
- Yo no me arrepiento a pesar de que… mi vida cambie después de esto.
Su cuerpo se tensó y se giró hacia mí. Me preguntó a que me refería con eso, que no jugara con ella, estaba al borde de la histeria y ya me la imaginaba abalanzándose sobre mí. Era cansina hasta el extremo… pero todo lo suyo me subyugaba.
- Si volviera a Konoha… ¿estarías conmigo?
Fin Capítulo V.
VI Capítulo.
Nada. Me respondió con una nada absoluta y ni siquiera se dignó a mirarme, sólo a abrazarse las piernas como una nena pequeña, avergonzada y confundida. ¿Por qué? ¿Por qué ella siempre actuaba de la misma forma? No me atreví a preguntar. Solo llegué a la conclusión de que todos mis esfuerzos por llegar a ella serían infructuosos, vanos, que por más que intentase llegar a ella, a su alma, todo intento sería insuficiente, como pretender atrapar el aire con mis manos. Ella no lo quería y llegué a sentirme utilizado de una forma feroz. Si ella no me quería, ¿por que había sido mía? ¿Por qué volvía de pronto, sin aviso previo?
Me vestí furioso sin prestarle atención, siendo que en mi interior deseaba quedarme a su lado lo que más pudiera, abrazarla y no soltarla nunca más. Pero ese era un camino muy distinto al que había trazado para mí tres años antes. Ella lo trastocaba todo, había llegado para torcerlo todo de una forma que en realidad, no podía permitir...
Solo una cosa rondaba mi mente, cada vez más dolorosa, una idea enfermiza y tortuosa. Algo que ella no me dejaba conocer.
- ¿Amas a otro? ¿Es eso?
Alzó su mirada hacia mí, lentamente, sin dejar de abrazarse, en su papel de preciosa muñeca de porcelana. De pronto recordé el pasado, mi mente viajó varios años hacia atrás, a mi niñez casi. Naruto. El que ella había amado de una manera tan enfermiza como lo comenzaba a hacer yo. Sentí un mareo ante la posibilidad de que eso... fuera verdad. En cierto modo me arrepentí de mi pregunta, pero ya había dado el paso, ya me había lanzado al vacío. ¡Maldición como me torturaba todo! ¿Qué era yo en aquella "relación"? Un payaso idiota, no podía llegar a otra conclusión.
Me miró asustada al sacudirla por los hombros de manera brusca, pero no era momento para tratarla con suavidad, por más que lo intentase ella removía todos mis cimientos. Pero me detuve de improviso al comprender lo ridículo y patético que parecía y sólo atiné a apoyar mi frente en su delicado cuello porque no tenía otro lugar que me cobijara más. Era desquiciante, era ella como una estúpida camisa de fuerza que me ataba y me obligaba a actuar como un loco. Era más que nada humillante y jamás me imaginé verme así.
- Y-ya t-te dije q-que me gu-gustas – replicó sin verme.
¿Gustar? ¿Sólo eso? Me sabía a tan poco, puesto que yo quería que sintiera lo mismo que me carcomía a mí, el miedo, la obsesión, el vacío helado si no la tenía cerca. Las ganas de dejarlo todo por una estúpida ilusión que no me conduciría a absolutamente nada. Le dije que entonces no habíamos echo el amor, que era sólo sexo. Que no era la única y que después de ella vendrían muchas más, porque no me iba a detener por su causa, que no era digna de causarme tantos desvaríos en el curso de mi existencia. Me pidió que me callara mientras yo seguía profiriendo ese discurso sin sentido. Que me hacía daño, comentó alzando un poco la voz. Y tenía razón, nuevamente.
- Te gusto, pero no me amas.
Murmuró un "no sé" y no me miró más, haciéndome sentir en un condenado limbo. Siempre sucedía lo mismo, siempre me iba de su lado con ganas de no volver a verla jamás, sintiendo que la odiaba y las ganas de estar a su lado siempre me vencían al poco tiempo, porque a pesar de que en ocasiones sentía que la odiaba más de lo que me esperaba, luego constataba con desgano que la única cosa que deseaba, era nuevamente verla.
Por ella estaba decidido a alejarme de todo lo que consideraba mi derrotero. Por ella mis caminos cambiaban porque estaba invadiendo toda mi vida.
Le quité la sábana a tirones y me golpeó avergonzada ya que la dejé desnuda y a la deriva. Le robé un beso fugaz que me devolvió la calma y me retiré ya que aún estaba algo oscuro. Lo último que vi fue su hermoso cuerpo elegantemente recostado en la cama, su mirada fija sobre mí. Una mirada brillante y dudosa, llena de secretos que no podría alcanzar, pero para "mí". Luego, se cerró la puerta.
Esa nueva imagen no me abandonó en los días sucesivos. Cada vez que despertaba estaba ella allí. Y por las noches era peor, ya que el recuerdo de su piel me exasperaba de deseo y debía reprimir mis ganas de correr a por ella. Pero sabía que no me esperaba como yo y eso me retenía, me hacía retorcerme entre las sábanas, tan sólo ansiando que su recuerdo me dejara en paz.
Aquel era un día excepcionalmente brumoso y frío, como todos los anteriores. Me hallaba lejos de mi guarida, merodeando por los alrededores, eso aplacaría, en mi opinión su recuerdo y me permitiría alejar de mi infierno. Esperanza vana ya que lo cargaba conmigo en todo momento.
El destino me dio a entender que yo era su mero títere. Allí, en ese lugar volví a verla con su grupo, con sus imbéciles amigos, con sus queridos imbéciles amigos. Noté de inmediato la preocupación y desasosiego en su mirada. Los observé un momento oculto tras unos árboles tratando de no perderme el menor detalle de la aparición, el viento helado dándome en la cara y su imagen bailándome en los sesos.
Ella se iba quedando relegada a propósito, sin que ellos lo notasen. Lo decidí. Como una sombra me acerqué a ella y la llevé hacia un lado del camino, tan rápido que ellos continuaron su marcha sin percatarse mientras yo mantenía la boca de Hinata tapada temiendo que pidiera su ayuda y se volviera de pronto todo un caos. Extrañamente estaba tranquila, como si… me hubiera esperado.
Sus ojos, su mirada. Fue ella quien me rodeó el cuello con sus brazos y se adueñó de mi boca en un súbito impulso que me dejó estático por unos momentos, sintiendo como mis latidos se aceleraban. Era un niño otra vez, era un perdido y ella lo que quería. Respondí a su beso, sintiéndome confundido. Yo. Yo. Ella. Súbdito de aquella chica inestable emocionalmente.
Hinata, Hinata llené mi boca con su nombre, me parecía exquisito. Obtuve una sonrisa. Para mí. La primera y me sentí conmovido, era mía y nadie me la quitaría. Pero su mirada conservaba aquel deje de tristeza que yo no podía explicar. Me dijo que sus compañeros podían vernos, que podrían volver en cualquier momento. Le grité que no me podían importar menos los imbéciles de sus amigos, por mí podía morirse, cosa que le hizo replicar que esos imbéciles eran gente que la estimaba.
- ¿Te estiman para qué?
Volví a ganarme una bofetada y su mirada furiosa. Me calmé y la abracé torpemente, pensando en que no la iba a dejar ir por aquella vez, que se machacaran los sesos buscándola. A tirones la conduje a mi habitación en la nada, débilmente intentó negarse, tirando de mis manos, con protestas silenciosas, pero no iba a dar pie atrás. Su piel, el sentirla me hacía despertar, me hacía querer simplemente olvidarme de todo lo demás.
Me miró con pena, con un dolor insulso, porque estaba fuera de mi mismo, pero no me importaba. Ya no, ya había cruzado un peligroso límite, sin medir la menor consecuencia de cada uno de mis actos. Saboreaba el amargo tacto de todo lo que estaba perdiendo, de que aquella partida nunca estuvo destinada a ganar. Pero no me importaba.
- E-res u-un ridículo.
- No importa.
- E-es u-una m-misión…
- Cállate.
Se volteó dándome la espalda, interponiendo la distancia entre nosotros. Como si nada sucediera. Dos perfectos extraños. No había avances, nada, ni un milímetro. Tal vez me equivocaba, lo único cierto de todo aquello era mi amor absurdo por Hinata. Mi retorcido e inexplicable amor por Hinata.
- ¿Por qué?
- ¿P-por qué te-te torturas?
- ¿Cuántos más hay?
Apoyó su frente contra el cristal de la ventana y así desde la distancia vislumbré una sonrisa triste y distante. ¿Qué es lo que te atormenta?, pensé. ¿Qué es lo que tanto te daña y no me alcanzo a imaginar?
Prefiero no recordarlo.
Me quedé procesando sus palabras. No recordar. Olvidar. A ella, volver a empezar de cero. Sin ella. Imposible, porque simplemente no quería. Con ella, sólo con ella.
Oí que hablaba de que no la torturase más y que no me hiciera daño a mi mismo, a lo cual respondí que eso era asunto enteramente mío y que no se metiera en mis decisiones. Avancé hacia su frágil figura, repitiendo la pregunta de aquella noche.
- ¿Estarías conmigo?
No. Me dijo que no. Y de pronto sentí como la odiaba de una forma increíble, de una forma que me superaba, que no conocí jamás hasta que oí su respuesta. Que se había dado el gusto de haber estado conmigo para pasar el tiempo, para sus caprichos porque no tenía nada mejor que hacer que meterse en la cama de todos, que se iba a arrepentir y me las pagaría. Yo y cuantos más, le dije con ira. Todos los que envidiaba.
- T-te mereces algo mejor.
- ¿Mejor? ¿Qué demonios?
- Eso. Una mujer m-mejor.
Me desconcertó y sorprendió. No entendía si se burlaba de mí o si de verdad hablaba en serio. Si era alguna especie de excusa barata para dejarme simplemente así o si es que sinceramente se consideraba una escoria. ¿Por qué si yo la amaba, ella podía odiarse de esa forma? Tan ciegamente que eso bastaría para que se alejara para siempre de mi lado.
Le dije que no. Que la quería a ella, fuera maravillosa o fuera una calamidad, la necesitaba tal cual. Balbuceó que no siguiera, pero obviamente, no le hice caso.
Su cuerpo se sacudió en espasmos de llanto y llegué para abrazarla por la espalda y hacerla sentir mi deseo.
- Sólo me importas tú.
- ¡No!- gimió furiosa con ella misma.
Cada vez me iba acostumbrando a sus cambios de humor, cómo podía ser de voluble. Creía comprender su tormento, pero no me imaginaba yo cuánto ella había pasado. Quería en ese momento que me amara y se olvidara de todo, pero existían ciertas barreras que me serían imposibles de franquear, y aunque lo sabía, lo seguía intentando.
Descansé más tarde sobre su piel desnuda y tibia. Me sentía feliz sólo con eso, lo que me daba la sensación de siempre, de ser el idiota perdido en el mundo, un imbécil siempre buscándola. Pero ella estaba ahí, no se había ido, lo que me hacía sentir una infinita sensación de ansiedad.
Más tarde me dijo que ya era hora de marchar. Le pedí que se quedara por la noche, que la necesitaba. Contestó que le hacía daño. Siempre lo mismo, un daño que sólo estaba en su mente, no en mis ganas.
- Será por que no me amas Hinata.
- ¿Por qué insistes entonces?
No había caso si le respondía, no ganaría nada, a ella le daría igual de todas formas y nos quedaríamos en un círculo vicioso. Así que me dediqué a besar su cuello, sin darle más atención, reteniéndola egoístamente. Hice caso omiso a sus protestas, nuevamente conseguiría mi fin.
- Ya es tarde.
- No te vayas, ya es de noche.
- Tendré problemas.
Dios… Dios como era de testaruda. Acabé por gritarle que se fuera, que era una pérdida de tiempo y que no volvería por ella porque tenía miles de cosas mejores qué hacer. Que sus amigos la hicieran feliz, esos estúpidos descuidados, espantosos e imbéciles. Y que si me odiaba tanto o a cualquier otro, no se anduviera acostando por juego.
Respondió que era un prejuicioso de mierda, un pendejo idiota. Así. Y añadió que era un cerdo de lo peor y sólo pensaba en acostarme con ella, como con cualquier otra. Ahí la detuve a gritos. Luego de haberla vuelto a encontrar no había podido estar con nadie más. Por lo tanto, resumí que era ella de quién se podría decir eso, porque a pesar de haberla insultado y tratado mal, se enredaba conmigo como una cualquiera.
Lo decía por el mero placer retorcido de atormentarla, daño, sólo daño podía hacer en esas circunstancias, sintiéndome tan patético.
Agarró mi cuello con ambas manos y pretendió ahorcarme, con los ojos arrasados en lágrimas me dijo que era lo peor que le había podido suceder en la vida, que nunca la comprendería, que nunca llegaríamos a ninguna parte porque yo nunca lo entendería. Que mis insultos gratuitos ya la habían hartado.
Me sentí una mierda y dejé que se desahogara, odio era mejor que su indiferencia y el sentir que le provocaba cosas, era delicioso. De un momento a otro, la presión en mi cuello fue cediendo, cada vez más se hacía imperceptible y fue ahí cuando sentí sus lágrimas mojar mi camisa y su frente estrellarse en contra de mi pecho.
- No vuelvas a Konoha, no te necesito – susurró cansada, todavía contra mi pecho, como si hubiera peleado mil batallas y las hubiera perdido todas.
- Volveré si quiero, al diablo contigo.
- ¿A qué?
A ti le iba a responder. Pero me mordí la lengua. Estaba mal, todo mal con ella, así no lograría su amor, sólo su frío desprecio. Lo que menos deseaba en el mundo.
Callado la abracé cuando se sumió en el silencio y logré que se quedara conmigo esa noche. Una victoria a medias, casi sin sabor, pero victoria al fin. Dormí sobre ella, tranquilo, sintiéndome dueño de una felicidad esquiva y tortuosa, muy egoísta. Muy pequeña.
A la mañana siguiente ya no estaba, no quedaba ningún rastro de su paso por la habitación. En silencio había vuelto a abandonarme…
Fin Capítulo VI.
Capítulo VII.
Por diversos motivos que ahora no logro recordar, no pude regresar a ella en varios días, tal vez semanas de separación obligada. Intenté consolarme con la idea de que ese tiempo lejos de ella me haría bien y me ayudaría a recobrar mi vida, mis derroteros.
Por momentos creía sentirme tranquilo, como si ella solo fuera un recuerdo vago, como si no existiera y todo hubiese sido obra de mi imaginación. Pero en otros momentos sucumbía a la desesperación de no verla y tenerla, ansiando volver a ella y retenerla en mi cuerpo sin dejarla ir más. Comprendí lo subyugado que estaba a su recuerdo y deseos, ella podría hacer cualquier cosa conmigo y yo no tendría la voluntad para negarme, aunque también esas ideas se diluían volviéndose una nada y yo volvía a hundirme en mi asquerosa soledad.
Los días estuvieron lluviosos, fríos y por norma obscuros. Para mi estado de ánimo resultaban perfectos, como si me mimetizara con el ambiente y formáramos una sola cosa. Algo oscuro y gris. Algo lejano y solo. Siempre solo sin ella.
Cada vez más la idea de que era yo una entretención para sus días me iba carcomiendo. Porque ella no regresaba, ella no había vuelto a aparecerse en mi vida. Llegue a maldecir aquel atardecer lluvioso y horrible, maldiciéndome a mi por no haberla abandonado a su suerte, a que muriese lejos de mi. Porque o si no, mi vida hubiera seguido su curso de destrucción sin detenerme por un ser incapaz de amarme y ante el cual me hallaba totalmente indefenso, obsesionado y endeble.
Pero pronto me daba cuenta que era tratar de engañarme a mi mismo. Tratar de decirme que todo estaba bien y que podía manejar la situación. Gracias a ella mi vida de manera inexplicable hallaba una excusa verdadera para continuar, una razón con fundamentos porque por si sola ella era justificación de todo. Gustoso sucumbía ante aquella invasión.
Quise muchas veces volver a Konoha y atraparla en la obscuridad de las noches lluviosas que no se iban, pero me detenía el miedo. El miedo de sentir nuevamente que yo pasaba por su vida sin siquiera rozarla, casi siendo un espectador de sus vivencias, que era un mero accidente y que emprendería el vuelo sin mi. Me mortificaba. Se llevaba mis fuerzas. Y me hacía odiarme como nunca antes. Ella. Ella que no volvía y estaba feliz en su vida normal, con sus amigos, con los que la "querían". Estaba yo muy lejos de todo aquello.
La idea de que yo no tenía que ofrecerle, nada fijo, nada concreto me daba a entender que probablemente estaba de paso por su vida. Por eso no volvía. Ella tenía una vida concreta, estable, aunque llena de tormentos que no conocía. Jamás cambiaria eso por mi. Jamás y yo lo sabia...
Me sentía enfermo y cansado, más ensimismado que nunca y sin ganas de seguir nada. Precisamente esa noche me sentía mortificado y con el peso del mundo sobre mis hombros, pero algo pude oír entre la lluvia, pensando que mis oídos me engañaban me acerqué a la puerta y abrí despacio. Muy despacio, mientras mis latidos se aceleraron al verla. Ella. Hinata. Nadie más podía ser. Ella o nadie.
Como era su costumbre entró en silencio, pero mirándome fijamente, lo que me hizo sentir extrañado. Algo raro había en ella, pero su sola presencia me obnivulaba y no me dejaba pensar con toda claridad.
- ¿A qué has venido?- me oí decir por lo bajo.
Me extrañaba. Ella me extrañaba o eso creí oír en sus palabras. Ella había pensado en mi todos esos días, se había torturado como yo por la ausencia. Eso saqué en claro mientras la oía. Pero la duda. Siempre presente... Me acerqué a ella y rodeé su cintura con mi abrazo, hundiéndome en su cuello, dedicándome a oler su pelo bañado de lluvia, bañado de noche, bañado de soledad. La vida sin ella, definitivamente me quedaba grande y vacía. Se lo dije en ese momento, me derramé ante ella en ese instante. Pero ella nada me respondió, solo alzó mi cara y me obligó a mirarla a los ojos. Los suyos estaban llenos de una extraña pasión febril, como si me desease de forma desesperada, por lo que no acabé de "creer".
- Dime... ¿qué sientes por mi?
Eso me lo preguntaba ella. ¿Aún no le quedaba claro? ¿O es que mis esfuerzos ni siquiera habían llegado a ella? Me sentí asqueado de mi mismo. Le dije que la odiaba. Que no quería verla. Siempre lo mismo, siempre lo mismo de siempre, ella que no me amaba y yo que debía herirla para atormentarla y protegerme de un dolor interno.
Intentó alejarse de mí, pero alcancé su muñeca delicada en el aire, obligándola a volver a mi cuerpo en forma brusca, más que nada deseaba su contacto y no le iba a permitir negármelo. Yo debía saber que buscaba de mí.
Le di un beso también brusco y sin cuidado, lo que hizo que me mordiera los labios, pero a pesar de eso no la dejé, sino que suavicé mis movimientos, acariciando su espalda frágil. Sentí que lloraba, sentí su cuerpo estremecerse y tuve que sostenerla para que no cayera al suelo. Yo no comprendía. Desesperado susurré perdones varias veces, mientras su hermético silencio me iba devastando. De pronto tomó mi mano y me llevó a sentar junto a ella en la cama. Esperé. Esperé a que se decidiera por abrir su corazón. Pero no.
- Nunca más volveré por ti, ya no más Hinata.
- Tú... t-todo era me-mentira- respondió sollozando.
¿Que te ocurría? ¿Qué te habían hecho? ¿Por qué yo no podía saberlo? La obligué a recostarse y se quedó mirando el techo. Le dije que la amaba y que no podía pasar de ella aunque lo quisiera. No podía darme ese lujo ya. Pero también le dije que si ella no me quería ya no iban quedando fuerzas. En eso se volvió a mí y me abrazó en forma desesperada, como una ciega. Ella fue quién me besó de manera que no lo había echo antes y me arrastraba a la locura sin sentido. Ella. Nunca antes lo había echo. Ella me desnudó y me poseyó todo, completo. Me hizo sentir vivo.
- Habrá un festival la próxima semana.
- A mi no me importa.
- ¿D-de verdad Sasuke?
Era un tono de profundo reproche, en ese momento no lo comprendí. Tampoco me importaba lo que sucedía en aquella villa, no era ya mi incumbencia. Salvo ella y todo lo relacionado a ella.
Se abrazó a mi cuerpo, se refugió en mi cuerpo y se quedó contemplando la ventana y su lluvia.
Ya estaba más tranquila, eso podía saberlo por sólo sentir su corazón latiendo contra mi pecho. Me había atormentado con su pregunta, como si yo quisiera ocultarle alguna cosa. Me dio rabia, pues ante ella la sensación de sentirme indefenso no se iba, pero eso era algo que sólo yo podría saber.
Me imaginé que tal vez la idea de que me consideraran un traidor podría dolerle, porque ese era el obstáculo insalvable entre nosotros. El abismo que nos separaba era mi decisión de huir y mandarlo todo a la mierda. Nada sería lo mismo entre la gente que me vio nacer, entre quienes me vieron jugar y correr por aquellas calles de la niñez, que ahora quería volver a recorrer junto a ella, si tan sólo me diera la oportunidad.
Era una noche animada a pesar del invierno que reinaba por todas partes. La idea de hacer un festival en medio del frío me parecía una idea de lo más absurda e imbécil, pero era perfecto. Sí, iría por ella en medio de toda la confusión en el pueblo, a pesar de que ella se había ido enojada como siempre, pero acabé por reconocer que no se había merecido tal cantidad de insultos ni aquella frialdad con que terminé la visita. Ella se había arriesgado a ir a mi lado, con los peligros que conllevaba y aún así la había atacado. El recuerdo de sus ojos tristes me hizo amarla aún mucho más, ya no quería su distancia y como fuese la buscaría.
Me adentré por los callejones cubierto por una máscara de festividades, nadie podría reconocerme, nadie tampoco tendría que reparar en mí…Continué caminando sin prestarle atención a nadie, nadie de ese lugar me importaba.
De improviso me hallé frente a frente con la última persona que hubiese deseado. Mi antiguo compañero de grupo. La persona que trató de retenerme contra mi voluntad y casi lo había conseguido. Naruto.
Se quedó quieto mirándome directamente a los ojos, en ese momento me sentí desesperado, idiota y perdido. Si me descubría estaba totalmente a la merced del pueblo que me odiaba y me consideraba la peor. Pero él no se movía, por lo que continué avanzando como si nada hubiera ocurrido, como si él no existiera para mí.
Naruto agarró fuerte mi brazo, obligándome a detener mi marcha. Me volví a él y esperé cualquier cosa. Sólo abrió la boca, balbuceando cosas que no entendí en un principio. Cosas de que era idéntico a un camarada suyo. Con la cabeza lo negué y me solté por la fuerza, anulando mi esencia para que no insistiera. Se quedó ahí mientras seguía con Hinata fija en la mente. Era raro, era desquiciante darme cuenta de todo lo que arriesgaba con eso...
Pero el encuentro había removido algo en mi ser y una terrible pena y nostalgia se fueron apoderando de mí. Yo no quería sentir aquello por que me hacían débil, me hacían sumiso al pasado. Y me hacían arrepentir de mis decisiones. No era feliz, pero para consumar mi venganza eso era lo de menos.
La vi. La vi detenida en medio del mar de gente, con la mirada extraviada y pesumbrosa. Como cada vez que yo la hería de forma injusta y estúpida. Me encaminé hacia ella expectante y sintiéndome bien por habérmela hallado en el camino. Pero algo sucedió. Algo desesperante y desquiciante. Su primo llegó a su lado antes que yo. Antes que yo tomó su mano y se la llevó a un callejón apartado.
Por unos momentos me quedé varado sin saber que hacer. Me había sorprendido su forma de verla y como ella había respondido, tan frágil, tan entregada. Sentí que la sangre me hervía y quise desaparecer.
Como un loco avancé hasta el callejón oculto y sin gente. Estaban solos. Estaban solos como cómplices en algo prohibido. Él la besaba en forma desaforada y Hinata no se negaba. Ella respondía a ese beso con la misma intensidad que él, con la misma pasión. Pero esa yo la conocía, así me besaba a mi también, así me tocaba y acariciaba. Así de la misma manera que a él. Así como con todos los hombres que tenían la desdicha de hallársela por el camino. Me sentí profundamente decepcionado y solo. Más que el día anterior, más que los meses y años anteriores. Ella sólo era un aparición en mi vida y como tal tendría que marcharse. Yo era una nada y al final lo había comprendido. En ese momento le dije adiós a todo.
No supe por qué no golpeé a su primo. No sé por qué no llegué hasta su lado para tratar de matarlo y matarla a ella y enrostrarle todo lo que me había echo. No supe por qué solo me di la media vuelta y les dejé solos. Por primera vez me habían derrotado, pero era una batalla perdida desde el principio, yo lo sabía y por idiota había perdido de manera cabal.
"Nunca fuiste mía. Nunca me perteneciste"
Sólo recuerdo que desperté en una posada de mala muerte, perdida en la nada y con un dolor de cabeza tremendo. Una mujer estaba abrazada a mi cuerpo desnudo con porfía, aún dormida. Sentí asco de mi mismo. Asco de aquella mujer. Asco de aquella habitación tan inútil como mi vida. Asco de todo mi pasado y de su recuerdo.
Algo mareado por que había bebido demasiado, me puse a observar a aquella mujer. El parecido con Hinata me dio a entender mi debilidad. Su blanca piel, su cabello oscuro y suave. Pero no era ella, claro que no. La Hinata verdadera probablemente se hallaba entre los brazos de su primo, tal vez como esa mujer junto a mi lado, una mujer desconocida y que no podía importarme menos su suerte.
Acabó por despertar y mirarme de manera profunda, cosa que no llegó a conmoverme. Sólo quería salir de aquel lugar y volver a la soledad, aquella a la que yo mismo me había condenado. Cuando quise levantarme, me tomó el brazo. Sus ojos brillaban de forma extraña. El asco en mi ser sólo crecía.
- La amas mucho, de verdad la envidio – me dijo por lo bajo.
No tenía deseos de hablarle, pero sentí en esos momentos que algo le debía por haberme acostado con ella sin saber nada de su existencia, sólo por despecho, sólo por el recuerdo implacable de ella.
- ¿De qué hablas?
- Su nombre… no dejaste de repetirlo en ningún momento.
- No deseo hablar del tema, menos contigo.
- Claro, yo al igual que tú, soy una nadie.
Antes de perder por completo los estribos acabé de vestirme y salir rumbo a mi guarida. Lo último que vi de aquella horrible habitación fue el rostro triste de la mujer, rostro que no quería volver a ver en mi vida. Sus palabras habían logrado herirme.
Camino al lugar de mi destino las imágenes de la noche anterior se revolvían en mi cabeza. Naruto y su mirada de confusión. La gente en un ridículo festival de invierno, pero feliz ante todo. Y ella. Ella entregándose a su primo, como ante cualquiera. Me había decepcionado, pero consideré dentro de todo que no tenía derecho, estaba bastante idiotizado, pero ya no quería volver a verla, no quería dañarme más. Ya no más. Era el fin para todo ya que ella así lo había decidido. Nada podía hacer ante eso.
Eso pensaba yo hasta que la vi sentada apoyada en mi puerta, con la cabeza posada en sus rodillas. De momento no supe que hacer. No esperaba hallármela así ante mi puerta. Su rostro se veía cansado, triste y lejano. Le dije fríamente que se retirara por que me estorbaba. Antes de decirle algo que la reconfortara, la alejaba de mí.
Le dije que aquel no era lugar para ella, que no debía haber abandonado la cama de Neji por venir a engatusarme. Que ya no volvería a caer en su juego, que se consiguiera a otro idiota por que yo ya no estaba disponible.
Me gritó que en lo de idiota yo tenía razón. Un puerco desalmado igual que todos. Me gritó que me había sentido mientras se besaba con Neji y había salido tras de mí. Hasta que llegué al bar de mala muerte y me enrolé con la mujer desconocida. Lo sabía todo.
Me quedé sin saber que decirle. Me sumí en un incomprensible silencio, analizando todo lo sucedido. De todas formas sentía que no me hallaba en falta, ella no era nada de mí, sólo algo que iba y venía. Ya no lo soportaba, ya no daba más con todo. Debía acabar o me moría.
- I-iba a expli-carlo... l-lo que viste.
- Es tan claro Hinata... tanto que he renunciado a ti.
- ¡No me acuesto con él si a... si a eso te refieres!- gimió con rabia.
Agarró una piedra y me la lanzó furiosa. Casi me llega en el ojo izquierdo. Noté como su cuerpo temblaba. Parecía celosa por lo que había visto y yo seguía como un imbécil sin saber que decirle. Era simplemente por que no la comprendía.
Le pregunté entonces, si yo era tan idiota y cerdo ¿por qué me había esperado? ¿Por qué temblaba de rabia si yo no era importante? Me dejó helado con su respuesta. Que no volviera más a por ella, que yo acababa de morir. Me di cuenta de que en ese momento había dejado de existir para ella, que su frágil confianza se había derrumbado. Por mí. Por mi maldita causa. La había perdido y sentí que era irremediable. Nada. Absolutamente nada era peor que yo hubiera estado con otra. Para ella sí era importante y lo noté por su mirada.
Muy tarde...
Sólo susurré cuanto la amaba, cuanto la deseaba sólo a ella, pero sólo hallé indiferencia en sus ojos. Replicó que si volvía a poner un pie en Konoha, ella lo contaría todo a la Hokage, sin importarle un poco mi destino, lo que me ocurriese ya le daba igual.
- ¿Por qué? ¿Por qué Hinata si yo no soy nada para ti?
- Eres tan idiota Sasuke... ¿por... por q-qué crees que lo-lo he arriesgado t-todo por e-star aquí? Esto me asusta, e-es algo q-que me supera.
Lo expresó con tanta melancolía que se me revolvió la mente y sentía que todo se volvería un caos. ¿Era acaso yo tan egoísta y ciego? ¿Era yo tan testarudo que no veía más allá de mi nariz? Volví a verla cuando ya se estaba yendo, cuando ya estaba lejos de mí, cuando más decidida estaba a alejarse de mí.
Corrí tras ella y la alcancé como bruto, sin medir mi fuerza, agarrando su estrecha cintura y acercándola a mi cuerpo. Pero parecía una muñeca de trapo entre mis brazos. Gemí una grosería y ella se volteó y me pegó tan rápidamente que sólo lo noté al sentir dolor en mi mejilla derecha. Continuó pegándome hasta que caí al suelo, llevándomela conmigo sin soltarla jamás. Dejé que hiciera lo que quisiera, con tal de retenerla un poco. Lloraba. Lloraba como una nena, pero como si yo no estuviera a su lado y nadie más lo estuviera.
Te amaba. Te amaba repitió hasta cansarse. Creía que tu también fue lo último que me dijo antes de caer desmayada por la fatiga.
VIII Capítulo.
La mitad de su cara se hallaba bañada por la luz de la luna. La otra estaba sumida en las penumbras. No me permitía acercarme a ella, pero me miraba fijamente sentada en mi cama. Era realmente una tortura y yo me había resguardado junto a la ventana, sin dejar de verla. Era un enfrentamiento curioso, darme cuenta de que su mejor arma era su silencio obstinado y cruel era el desaliento. Me miraba escrutadoramente y yo no podía saber lo que se le pasaba por la mente. Odio. Tal vez pena. Tal vez sólo indiferencia y orgullo herido. Tal vez un amor que la estaba destruyendo. Como a mí.
Me sentí de pronto muy cansado y solo a pesar de tenerla a mi lado. Era un abismo más grande que antes, era mi culpa y su obstinación. Ella luego se iría y yo sin poder detenerla, sólo había ganado tiempo con su desmayo. Tiempo que no me serviría de nada en las noches venideras, por que me quedaría un recuerdo amargo de su última noche en mi habitación.
Comprendí que no me podía resignar a la idea de ya no verla más. Prefería a la muerte antes que eso. Cualquier cosa terrible antes de ya no tenerla otra vez contra mi cuerpo. Una fuerza ciega se gestaba en mi interior. Quería luchar contra ese destino que se me estaba imponiendo por no haber pensado, por haber actuado ciego de celos, despecho y odio.
- Debo decirte algo.
Se removió en la cama y se tocó los labios. Su mirada brillaba bajo la luna y me invadió por completo. Quería decirle todo lo que ella significaba para mí. Todo lo que había aprendido gracias a ella. Sentir. Sentir algo más que odio y rabia. Cosas contraproducentes, pero que me hacían sentir que en realidad estaba viviendo.
¿Ese era el final? ¿De verdad? La sola idea de pensarlo me hacía sentir en un mundo irreal que no me pertenecía. Ella mirándome y temblando aún de... ¿de qué? Me era totalmente incomprensible, así que me acerqué a ella, pensando que me gritaría que me quedase dónde estaba, que le daba asco, que era un imbécil. Cosas que solía decirme en sus arranques de rabia descontrolada. Medité en que si así se mostraba también a sus queridos amigos, a su orgullosa familia. Tal vez sólo yo la conocía en verdad. Yo. Tal vez pudiese ser.
Pero se quedó tranquila viéndome ir hacia su lado, como si lo hubiera estado esperando. Por tanto me senté junto a ella, pero mirando al frente. No me dejó tocarla.
- ¿La conocías?
- Jamás en mi vida la había visto.
Apretó un puño molesta, pero no dijo nada. Se volvió a mí y me obligó a mirarla. Me recordó que una vez yo le había dicho que era sólo sexo, recalcando que la había echo sentir una desalmada. Y ahora yo me revolcaba con la primera que se me cruzaba en el camino. Era yo de lo peor en su opinión. Le dije que eso era muy previsible, que me lo podía imaginar sólo con sentir su indignación.
Dijo que quería irse y no volver a verme.
Que quería marcharse para no regresar.
Me mantuve en silencio unos instantes. Tomé una de sus manos y sentí su tibieza y suavidad. Algo que se me estaba escapando. La noche estaba fría y se podían oír los ríos correr y el viento pasar entre los árboles. La vida seguía, pero yo detenido en ese instante. La vida iba a seguir a pesar de que yo la estaba perdiendo. A nadie más que a mí le importaría eso. Ella volvería a los suyos y todo seguiría igual. Los días sucediendo a los días. Era todo.
Era rendirse. Esa posibilidad no estaba en mis posibilidades. No lo quería permitir, pero era dueña de mi destino, sólo una palabra y lo cambiaba todo. Era capaz de eso. Era todo. Definitivamente.
Pero era inevitable su partida. Inminente como mi amor por ella. Tal vez ya era hora que se fuera. Tal vez era hora que yo ya le dejara tranquila para que siguiera.
Tal vez debía abrir los ojos...
Estaba meditando en eso cuando la sentí levantarse e ir a la ventana. Probablemente para saber cómo estaba el tiempo afuera. Probablemente para no estar más a mi lado. Para hacerme sentir aún más solo.
Y me lo dijo. Obsesiva. Que si sabía su nombre. Si quería volverla a ver. No. Que no. Que no me importaba y sólo de ella me había quedado un sabor amargo y un dolor de cabeza. Y me dijo que quería ir a ese lugar. Y que algo me debía decir. ¿Algo más aparte de todo? ¿Me iba a seguir hundiendo?
Me la quedé mirando en forma bastante idiota, procesando su comportamiento. Era una obsesa sin duda y yo lo sabía. Pero si hablábamos de obsesiones no me iba bien. Estábamos iguales. Y le pregunté para qué coño quería volver al antro aquel. Qué de que le serviría si al fin y al cabo yo ya no existía para ella.
Hasta que me lo dijo. Muy despacio sin sacarme la vista de encima. Saboreando el momento de una victoria pobre.
- Mi padre ve con buenos ojos una unión con Neji.
Unión. Unión con Neji. Buenos ojos. ¿Qué demonios me había dicho? ¿Por qué su rostro reflejaba esa calma ante la noticia? ¿Se sentía acaso complacida de aquella mierda? Me pareció la peor forma de prostitución. Sabía a lo que iba. Unir a su familia por generaciones separadas por una absurda tradición. Y ella vendría a redimir eso ¿no?
No sé que le habré gritado que se quedó callada de improviso. Ella tenía claro lo mucho que me hería con eso. Tal vez la hacía sentir mejor luego de lo que yo le había echo. Y no le dije nada luego de gritarle. Solo que no me lo volviera a repetir. Que su padre era un monstruo asqueroso y ella una idiota. Que su clan se podía ir a la mierda. Y la sentí reír muy bajo. Pero no era una risa de triunfo sino todo lo contrario, era de inmensa derrota. Y me quedé donde estaba sin acercarme.
Salimos a un atardecer brumoso. Aún no acababa de explicarme que hacía yo con ella, rumbo a la taberna de mala muerte en donde horas antes me había acostado con una extraña. Sólo por despecho. No como con ella. No había punto de comparación y era todo. Y sin embargo nos encaminábamos al lugar en silencio. Quise abrazarla. Pero no pude. Estaba demasiado lejos de mí.
Llegamos al lugar. Ya estaba casi desolado a no ser por algunos borrachos por algunos rincones. Y algunas mujeres con mirada vacía y triste. Pero ninguna era la mujer anterior.
Hinata se sentó quedamente en una silla frente a un mesón y pidió algo. Me pareció tan extraña, tan llena de dolor que me senté junto a ella y rodeé su cintura con mi abrazo. Dejé reposar mi rostro en su cuello y cerré los ojos. Aún no se iba. Aún estaba a mi lado y no me apartaba de sí. ¿Qué era entones lo que le ocurría? ¿Sería capaz de perdonarme? ¿Acaso volvía a llorar callada?
Limpié sus lágrimas y besé su mejilla. Besé su boca y se alejó de mi contacto de manera sutil y silenciosa. Era mía. Eso sentía en ese instante. Hasta que llegó su pedido y se puso a beber olvidándose de mi.
Acabó abrazada al inodoro por mucho tiempo. Le iba pésimo bebiendo y me quedé afuera esperando que se le pasara un poco. Hasta que la oí gemir de dolor y fui a por ella. Le dije que para qué diablos bebía si acabaría haciendo el ridículo. Que no me jodiera los huevos que ahora me la tendría que llevar en andas. No me respondió y se dedicó a vomitar hasta la consciencia. Aun así me quedé a su lado viéndola ensimismado. Podía ser tan increíblemente infantil a veces.
Estaba más pálida que de costumbre, pero al menos dejó de vomitar y se quedó tranquila. Se veía fatigada y apática. Le dije que ya nos íbamos, que nada teníamos que hacer ahí. Ella me dijo con toda calma que se iba a quedar en el lugar.
¿Qué para qué? ¿Qué iba a sacar de todo eso? Le pregunté por qué le gustaba hacerse tanto daño sin motivo. Me dijo que simplemente no me importaba. Que simplemente no era asunto mío. Que si gustaba me fuera al diablo, con un lenguaje más colorido. Por tanto me senté frente a ella sin dejarla en paz. Yo todavía necesitaba de una explicación. Y me lo dijo todo.
En realidad me sentí un tanto asqueado. Y odié como nunca las tradiciones familiares. Imbecilidades. Acabar con esa clase de mierda fue lo único que se me ocurrió. Pregunté si ella estaba de acuerdo. Si estaba feliz con un destino así. Si no estaba dispuesta a luchar. Si no le importaba "esto"...
Sentí que el tiempo pasaba en forma lenta sobre mí. Sentí que ya no la quería tocar en ese momento, luego de aquellas palabras. Que podía hacerme un trapo si lo decidía. Eso estaba haciendo, contándome todas esas imbecilidades de su clan…De su unión con aquel idiota que no la dejaba en paz. Y a ella no le molestaba…A ella no le molestaba… Le gustaba atormentarme y acabar un poco cada día con mis vanas esperanzas.
Cuando volví mi cabeza atrás y ella ya no se veía. Observé de pronto el cielo y noté que se pondría a llover en cualquier momento. Y ella ya no estaba para cobijarme. Sus ojos no habían retornado a mí en ni un instante. Implacable había emprendido su marcha que la alejaría de mi lado. Implacable y decidida. Quería destruirme… Quería acabar con lo poco que iba quedando de mí. Quería enrostrarme lo que le había echo…
Y yo no intenté detenerla en ese lapso. Creo que no le dije palabra y la dejé marchar a la normalidad de su vida. ¿Acaso volvería yo a ella? ¿Acaso otra vez el destino nos reuniría, como bajo aquella tarde lluviosa?
Pensando en todas aquellas cosas llegué hasta mi puerta. Y desperté. La había dejado ir otra vez a ese lugar. La había vuelto a enviar con dolor por lo que le hacía, por mi estúpida rabia por no saber que quería de mí. ¿Me necesitabas? Fue lo último que le pregunté… Mi vida en ese instante se comenzaba a derrumbar y eso tampoco lo veía ella… Ni siquiera ver mi destrucción la traería de vuelta…
¿Me necesitabas?
Todo era mentira. Todo lo que me decía era mentira. Si no era capaz de perdonarme… Si no era capaz de quedarse a mi lado. Había vuelto yo mi cabeza y no pude ver más sus ojos… Era todo…
Aquella noche no dormí. Esa noche me acerqué a la ventana y miré a mi habitación, cuanta falta me hacía. Cuantas veces la hice aparecer en mis pensamientos. Pero ella no volvió aquella noche y tampoco las siguientes. ¿Por qué no iba a por ella? ¿Qué era lo que me detenía? Miedo. Miedo por que no le molestaba, no le importaba ir a ese destino sin mí. Estaba acabado. La quería de vuelta…
Yo sí, te necesitaba mucho...
Fin.-
30
