Nuevamente, Inuyasha lograba sacarla de quicio. Era como si constantemente estuviera buscando un motivo para molestarla o discutir con ella.

—¡Inuyasha, eres un tonto!— le gritó Kagome furiosa, ante la mirada atónita de Sango, Miroku y Shippo.

—¡Ya cállate!— gritó Inuyasha, enojado.

—¡Abajo!— pronunció el conjuro, dejando al ojidorado enterrado en el suelo —Me voy por unos días— dijo fastidiada y tomó su mochila.

Ya había anochecido, por lo que pensaba en llegar a casa, tomar un baño y despejarse del coraje que le daba el hanyou.

—Estoy de vuelta— dijo en voz alta, entrando a la cocina. Allí estaban su madre, su abuelo y Sota.

—Qué bueno que llegaste ahora, hija— le dijo su madre, poniéndose de pié para saludarla. Kagome percibió una vibra triste en el ambiente.

—¿Ocurrió algo?— preguntó, preocupada.

—Tu tía Harumi…— respondió su madre y sus ojos se llenaron de lágrimas —Está muerta— dijo en voz baja y comenzó a llorar.

—¿Es en serio?— preguntó la azabache, preocupada y angustiada. En cosa de segundos, sus ojos se pusieron vidriosos y lo único que podía pensar era en Yukime, su prima 1 año mayor que ella. Miró a su abuelo y a Sota, quienes estaban igual de afectados que su madre.

—Sí, Kagome— respondió el abuelo.

—¿Qué hay de mi prima Yukime?— dijo y su voz se quebró.

—Vendrá a vivir con nosotros— le contestó su madre, calmándose y secando sus lágrimas.

—No podemos dejarla sola— dijo Kagome y rompió en llanto. Sota se le acercó llorando y la abrazó.

—No, claro que no— dijo el abuelo.

—Somos lo único que tiene— agregó su madre —Mañana después del almuerzo iremos a recoger a Yukime al aeropuerto.

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—¿Qué hay de Inuyasha? ¿Y de la era feudal?— preguntó Kagome al siguiente día, preocupada. Se encontraban llegando al aeropuerto a la hora indicada y su madre y su abuelo se miraron entre ellos. A decir verdad, no habían pensado en ese detalle —Si Yukime va a vivir con nosotros, debe estar al tanto. En caso de cualquier cosa…

—Tienes razón, Kagome— le dijo su madre.

—Hazlo pero tiene que ser con mucho cuidado. No queremos asustarla— le recordó su abuelo.

El avión ya había aterrizado en Tokio y la muchacha se disponía a bajar con su acompañante, no sin antes hechar un vistazo por la ventana. Suspiró hondo y fue alentada por la mujer que iba a su lado.

Yukime se abrió paso entre las otras personas con algo de prisa, nerviosismo y ansias. Era una chica de piel blanca, estatura baja, contextura delgada y curvilínea figura. Sus ojos turquesa claro hacían contraste con el tono chocolate de su lisa cabellera, la cual llegaba hasta su trasero y dejaba un doble flequillo libre. La mujer que venía con ella tenía unos 40 años, cabellos dorados, ojos azules y una apariencia formal y distinguida.

La profunda tristeza en el bello rostro de Yukime se transformó en emoción al ver los rostros de su familia allí, en especial el de su prima Kagome. La muchacha apresuró el paso a su encuentro con lágrimas cayendo por sus mejillas.

—¡Kagome!— exclamó, apunto de sollozar.

—Yukime— dijo Kagome y la recibió en sus brazos. No pudo evitar llorar también —Mi querida prima Yukime— se lamentó.

Su madre, Sota y el abuelo las observaron resistiendo las ganas de llorar. La mujer que acompañaba a Yukime se aproximó a la madre de Kagome.

—Señora Higurashi, ¿me disculpa? Mi nombre es Rose McIntyre, fui la abogada personal de la señora Harumi y hay algunas cosas que es preciso hablar con usted— le dijo con su acento estadounidense, seriamente. La madre de Kagome asintió secándose las lágrimas y se apartaron para hablar más en privado.

—La señora Harumi le dejó una herencia. Es una cuenta bancaria— explicó Rose —La señorita Yukime también recibió una herencia millonaria, así como heredará las acciones e inversiones de su madre cuando cumpla la mayoría de edad. Hasta entonces, usted administrará el dinero que reciba mensualmente por todo ello— continuó la mujer. La madre de Kagome la miraba sin poder dar crédito, no sabía qué decir —Sé que es demasiada información en un momento como éste pero todo está en esta carpeta, incluídos una carta privada de parte de la señora Harumi y mis datos de contacto por si tiene alguna duda. Me quedaré por un tiempo aquí en Tokyo antes de volver a los Estados Unidos— dijo y le entregó una carpeta negra. La madre de Kagome la recibió y Rose la tomó de las manos con amabilidad —Lo lamento mucho, señora Higurashi. Su hermana, la señora Harumi, era una mujer excepcional.

—Gracias por todo. Sobre todo por venir con mi sobrina hasta aquí— respondió la madre de Kagome, con una triste sonrisa y se aproximaron donde estaban ambas primas que se soltaban recién.

Kagome le ofreció un pañuelo a Yukime a la vez que acariciaba su pelo cariñosamente. Rose fue al lado de la hermosa muchacha y la abrazó.

—No sabe cuánto le agradezco— le dijo Yukime y se soltaron para mirarse a la cara.

—Señorita Yukime, cuente conmigo para lo que sea y por favor, cuídece mucho— Rose la tomó de las manos y Yukime asintió con una sutil sonrisa —Me encargaré de enviarle el resto de sus cosas apenas vuelva a los Estados Unidos.

Rose se despidió de todos y se retiró. Kagome y su familia se hicieron camino de vuelta al templo Higurashi, con las dos grandes maletas con ruedas que traía Yukime.

Al llegar a la cima de las escaleras y aparecer frente al templo y la casa Higurashi, Yukime sintió la más extraña sensación hasta ese momento. Pudo divisar un brillo intenso viniendo de la habitación de Kagome y una pura y cálida energía proveniente de ese gran destello.

"¿Qué es eso?" se preguntó Yukime, llena de curiosidad pero fue distraída porque habían llegado a la entrada de la casa. La madre de Kagome abrió la puerta gentilmente para hacer pasar a Yukime.

—Ya llegamos a casa. Adelante, sobrina— le dijo y la chica entró siendo seguida por todos.

—Gracias, tía— dijo ella y sonrió al percibir lo acogedor de la casa.

—Sabemos que quizás no se asemeja a la casa donde vivías pero aquí lo tendrás todo— le aseguró el abuelo cariñosamente.

—Preparé una habitación para tí— le comentó la madre de Kagome.

—Pero puedes dormir conmigo hoy— le dijo Kagome a su prima y se tomaron de la mano —Tenemos mucho de que hablar, ¿no?

Kagome le sonrió y Yukime asintió con una sonrisa, dando un suspiro. Se halló a sí misma afortunada pese al duro momento por el que estaba pasando.

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Aún faltaba para la hora de la cena, por lo que Kagome invitó a Yukime a su habitación después de dejar sus maletas. Sota estuvo un momento para compartir con su prima y luego su hermana le pidió que las dejara solas.

Pronto se pusieron a conversar, y es que habían pasado varios años que no se vieron en persona. La última vez, Yukime la había visitado para pasar con Kagome su cumpleaños número 12. Anteriormente, solían comunicarse por carta, correo electrónico o llamada telefónica.

—Kagome…— dijo Yukime en medio de la conversación sobre cosas cotidianas que estaban teniendo.

—¿Qué pasa?— preguntó Kagome, prestándole toda la atención.

—Disculpa, pero… ¿qué es lo que llevas en tu mochila?— dijo la muchacha, un tanto avergonzada.

—Mis cosas de la escuela. Libros, cuadernos y demás— respondió Kagome, como si se tratara de algo obvio.

—No, me refiero a… a otra cosa— dijo Yukime. Su prima se le quedó mirando extrañada —Es loco, pero… lo veo resplandecer y me da una sensación… aquí— explicó, poniéndose la mano en el pecho —Lo sentí desde antes de entrar a la casa.

"No es posible" dijo en su mente la azabache. Yukime se refería a los fragmentos de Shikon que se había traído de la era feudal, no podía ser otra cosa si decía poder verlos y sentirlos inclusive a distancia. Kagome dudó un poco, sacó el frasco con los fragmentos para enseñárselo y luego habló ante la espera de su prima por una respuesta.

—Son los fragmentos de Shikon— dijo Kagome, depositando el frasco en su mano, expectante a la reacción de Yukime. Ella los observó en su mano, sorprendida.

—¿Fragmentos de Shikon?— preguntó la bella chica, sumamente confundida.

—Escucha, Yukime…— comenzó Kagome seriamente y dió un respiro antes de seguir —Hay algo de lo que tengo que hablar contigo… pero debes prometerme que guardarás el secreto— rogó en voz baja y mirándola fijamente. Yukime sólo asintió pero estaba comenzando a consternarse de la curiosidad por lo que estaba sucediendo.

—¡Sota, Kagome, Yukime! ¡La cena está servida!— escucharon el grito de la madre de Kagome al pié de las escaleras.

—No, no vas a dejarme con esta duda. Tengo que saberlo ahora mismo— dijo Yukime, severa. Le devolvió los fragmentos a su prima y ella los guardó.

—Vamos, o la comida se enfriará y mamá se molestará— Kagome aprovechó la oportunidad y la tomó de las manos, arrastrándola consigo.

—Pero Kagome…— protestó su prima, molesta.

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Yukime estaba maravillada con la cena preparada por su tía. Hace sólo un par de semanas atrás había probado comida japonesa casera, cocinada por su madre. Sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas al sentir la similitud de los sabores que lograba su madre. Le dió a la madre de Kagome un beso y un abrazo de agradecimiento después de la cena y las dos primas volvieron a retomar la conversación a la habitación de Kagome.

Kagome le contó todo a grandes rasgos, sin muchos detalles pero manteniendo siempre lo relevante. Por supuesto que hizo un énfasis en Inuyasha y sus amigos, y Yukime la escuchaba con toda su atención.

—No puedo creer lo que acabas de contarme— le dijo Yukime, entre maravillada y sorprendida.

—Tienes que creerlo, porque es verdad— dijo Kagome con una sonrisa —Ya que vas a vivir aquí, era necesario que lo supieras.

—¿No crees que es genial? Es como un cuento de hadas— su prima rió un poco con un rostro soñador.

—Es muy peligroso, muy arriesgado— advirtió Kagome.

—¿Y por qué razón yo… pude detectar los fragmentos antes de que tú los mencionaras?— preguntó Yukime, recordando ese detalle.

—Si tienes la misma habilidad que yo, eso… podría significar…— reflexionó la azabache, impresionada.

—¿Que también es probable… que yo sea la reencarnación de una sacerdotisa?— preguntó Yukime, atemorizada. Kagome abrió los ojos pues sí había una posibilidad.

—Bueno, sí. Puede ser— respondió.

—¿Qué?— Yukime se sorprendió y se alarmó.

—Yukime, aquí lo importante es…— le dijo Kagome y la tomó de las manos para tranquilizarla —que jamás te acerques al pozo. Te lo suplico— pidió, con intensidad en sus palabras.

—Tranquila, Kagome. Lo juro— le sonrió Yukime.

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Inuyasha ya no aguantaba más, habían transcurrido casi 2 días de que peleó con Kagome y ella no regresaba. No esperó a que los chicos despertaran y salió en busca del pozo.

Amanecía y el ojidorado dió un gran salto para llegar a la ventana de Kagome, la cual estaba un poco abierta. La abrió completamente y entró. Lo primero que percibió fue un nuevo olor femenino, algo similar al de Kagome pero era muy fácil distinguir uno del otro. Las cosas nuevas que también olían a ese aroma le confirmaron la presencia de otra chica además de Kagome.

Inuyasha se sentó en el suelo pues Kagome no estaba, cuando notó que alguien más abría la puerta y entraba en la habitación. Era Yukime y venía de haber tomado un baño pues traía el cabello enrollado en una toalla y otra toalla iba al cuerpo. Yukime quedó perpleja por un par de segundos.

—Hola, ¿quién eres tú?— preguntó Inuyasha y ella gritó con pánico. Acto seguido, comenzó a lanzarle por la cabeza cualquier cosa que tuviera a mano. Inuyasha se cubrió velozmente.

—¡Kagome!— volvió a gritar Yukime y su prima apareció apresurada y asustada, también con una toalla en el cabello y otra al cuerpo.

—¡Es Inuyasha!— exclamó Kagome y Yukime se detuvo, cayendo en la cuenta que realmente se trataba de él, por la descripción que le había dado su prima. Yukime rió avergonzada e Inuyasha la miró, rezongando con gran fastidio.

—Sí, lo siento— dijo la chica de cabello chocolate y le lanzó una última zapatilla en la cabeza.

—Yukime— le llamó la atención Kagome, impresionada por su actitud.

—¡¿Qué te pasa?!— exclamó Inuyasha, furioso.

—Eso es por todo lo que has hecho sufrir a mi prima Kagome— le reclamó la chica al ojidorado.

—¿Qué cosas le has estado contando a esta loca sobre mí?— Inuyasha se dirigió indignado a Kagome, quién se enojó por la falta de respeto hacia su prima.

—Inuyasha, ¡abajo!— exclamó y Yukime se rió a carcajadas.

—¿Por qué?— preguntó Inuyasha entre dientes, enojadísimo.

—Sal de aquí. Yukime y yo tenemos que vestirnos— le respondió Kagome molesta, abriendo la puerta y antes de que él pudiera decir algo más, la azabache agregó —Te veré después.

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—Buenos días— saludaron ambas primas al unísono, entrando a la cocina donde todos las esperaban, incluído Inuyasha.

—¿Cómo durmió mi querida sobrina?— preguntó la madre de Kagome, aproximándose para acariciarla.

—Bien, tía. Gracias— respondió Yukime, sonriendo agradada.

—Rápido, tenemos que irnos— le dijo el peliplata a Kagome, quién tomaba asiento a la mesa, al igual que Yukime.

—Yo no he dicho que voy a ir— aclaró Kagome, comenzando a comer.

—¿Qué estás diciendo?— preguntó él, escandalizado.

—Iré a la escuela y estaré con mi prima Yukime. Ella me necesita, así que volveré contigo y los chicos en un par de días— respondió ella, severa.

—¿Y por qué tienes que estar con esta loca?— preguntó el hanyou y Kagome resopló fastidiada.

—¡Abajo!— exclamó y su prima rió por lo bajo —Yukime perdió a su madre, ha quedado sola en este mundo y de ahora en adelante vivirá con nosotros. Así es que acostúmbrate a verla aquí— explicó. Inuyasha le dedicó una mirada de odio a Yukime y la chica le hizo un gesto de burla.

—¡Está bien! Cuando recuerdes que tienes una importante misión que llevar a cabo con nosotros, te esperamos en la época antigua— le dijo Inuyasha, enojadísimo y se fue de la casa.

—Kagome— le dijo Yukime mientras comía —Sé lo importante que es. Sólo ve, yo estaré bien aquí. De hecho, ya estoy bien— sonrió la muchacha.

—Descuida— Kagome le devolvió la sonrisa.

—Te acompañaremos, hija. Pondremos a Yukime en tu escuela y le compraremos el uniforme— le dijo su madre y las dos primas se miraron alegres. No iban a estar en el mismo salón pues Yukime iba un nivel más arriba, pero la idea les pareció genial.