Día de Mayo


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Pasado

Está sentada con una compostura demasiado propia para alguien tan pequeña, con sus voluminosas faldas extendidas alrededor de sus cortas piernas. El sombrerito de paja descansa sobre la masa de pelo corto y negro, protegiendo sus ojos claros, tan pálidos que parecen blancos, del resplandor del sol de la tarde.

Con sus pequeñas manos blancas teje flores en una guirnalda moteada, con el rostro absorto.

Parece un angelito.

Sasuke se acerca a ella, atraído por esa inmaculada pureza.

La mira, la devora con los ojos, mirándola con una intensidad que no contiene una pizca de malicia, simplemente la admira con la inocencia que sólo puede tener un niño. Hinata levanta la vista y se encuentra con la del joven Uchiha.


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Presente

Vuelve a sentarse en el mismo sitio, siempre en la misma posición.

A su alrededor, todo ha permanecido inalterado, como si el tiempo se hubiera olvidado de acariciar aquel lugar: el cielo es azul y claro, el sol brillante, el aire un abigarrado conjunto de aromas.

Es ella la que ha cambiado.

Sus faldas ocultan ahora unas piernas largas y afiladas, mientras que su sombrero protege su piel diáfana rodeada de una larga cabellera de rizos del mismo color que la noche.

No teje ninguna guirnalda; se limita a leer un libro, hojeando las páginas con creciente pasión, deseosa por descubrir el alma de ese conjunto de papel y tinta.

Sasuke sigue mirándola sin apartar la vista, apoyado en el cerezo que tanto le gusta; esta vez no se acerca: quiere observarla, embriagarse con su imagen y su pureza.

Su mirada recorre la figura de la joven, pero ya no es la de cuando tenía sólo cinco años y la vio por primera vez.

La mira con los ojos de un creyente que se encuentra por primera vez con la figura de su santo, con devoción y amor.

La admira y en sus ojos brilla todo su sentimiento, arde con la intensidad de mil soles.

Se acerca a ella, por fin, eliminando la distancia que le separa de Hinata.

Hinata siente que él se acerca y sus labios se curvan instintivamente en un amago de sonrisa.

Ella siente su presencia a su lado y cierra el libro, olvidando de repente el interés con el que, unos segundos antes, estaba hojeando sus páginas.

Sasuke se sienta a su lado y ella se gira, ardiendo en deseos de perderse en su mirada, anhelándolo con todo su ser porque sólo cuando él la mira se siente viva.

El rostro del joven es impasible, casi frío, pero ella no se siente incomoda por ello. Ahora Hinata lo conoce y sabe que su aparente desprecio por todo y por todos es sólo una máscara.

Lo ve en sus ojos, en la singular luz que brilla en ellos cuando la mira; se siente halagada y feliz porque sabe que es sólo para ella.

La ama.

Y ella también lo ama, con todo su ser.

Nadie hubiera pensado que dos almas tan profundamente diferentes pudieran llegar a enamorarse con esa intensidad, pero todos tuvieron que recapacitar.

Uno se ha convertido en la mitad perfecta, exactamente complementaria, del otro. Entre ellos no hay silencios molestos, sólo momentos en los que las palabras son accidentes tontos, carentes de toda importancia.

Son sus miradas, ese encadenamiento de blanco y negro, lo que habla por ellos, lo que tiende un puente sobre la quietud que los divide y, al mismo tiempo, los une.

Sasuke la mira de nuevo, con una intensidad desarmante, y se acerca lentamente a su rostro hasta que las distancias se anulan.

Sus narices se tocan, sus labios están separados por poco más que un soplo de aire.

Lentamente, se rozan en un apasionado pero dulce beso que lacera como el zumo de limón en un rasguño.

Sedosas, sus lenguas se acarician, bailan juntas en ese ballet sensual en el que sus sabores, sus olores, sus propias almas, se mezclan y se confunden.

Ese beso es una forma de entregarse al otro a través de sus labios, una forma de pertenecer al otro.

En ese contacto está el fuego chispeante que quema el alma, una vibración en lo más profundo, una sacudida capaz de hacer temblar a ambos.

Mientras se besan, sus almas vibran al unísono la una para la otra, gritando con fuerza las palabras «te amo».

Cuando se separan, ella sonríe tan radiantemente que por un momento eclipsa al sol, luego se levanta y empieza a correr, su risa algo infantil.

Corre entre las flores, como aquella tarde de mayo.

Y Sasuke levanta la vista hacia ella, dejando que sus comisuras se eleven en un atisbo de sonrisa al volver a ver a la niña que le había fascinado años atrás, a la que había mirado como si fuera un ángel.

La imagen se solapa con la de la mujer que tiene delante y se da cuenta de que ese halo etéreo sigue intacto.

Y que la amará para siempre, con la misma intensidad que aquel día de mediados de mayo.


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Hace tiempo que dejó de gustarme Naruto pero este ship siempre ocupará un lugar especial en mi corazón *suspiro*

Siempre me pareció hermosa su dinámica, antes de que Kishimoto hiciera pedazos sus personalidades, claro.

Gracias por leer :)