Descarga de responsabilidad: no poseo nada más que mi propia vida.
...
Capítulo 1: Noruego.
Si lo que me llevó aquel día a prestar atención a aquella voz fue el destino, el reconocimiento de mi idioma natal o lo que gritaba aquella muchacha aun con la mascarilla puesta, probablemente nunca lo sabré, pero me pregunto qué habría sido de mi vida si no me hubiese dejado atrapar por esa protesta incansable.
Fue una tarde de mediados de marzo de un año que muchos nunca olvidarán. Volvía de hacer las últimas compras para permanecer encerrado en casa durante lo que dijeron que serían dos semanas. Personalmente me parecía poco tiempo para controlar la situación, pero por todos es sabido que el gobierno del país en el que resido suele tomar las medidas a medias y a destiempo, por lo que no era nada de lo que sorprenderse.
Entonces, cuando ya estaba a punto de llegar al pequeño bajo en el que llevaba cerca de cuatro años viviendo de alquiler, pude escuchar en la acera de enfrente cómo una joven daba explicaciones a gritos al teléfono a alguien que probablemente debía de tener problemas de oído; en todo caso, si no los tenía, los tendría a partir de ese momento.
No acostumbro a mirar mucho a la gente por la calle, no soy especialmente observador ni me interesa la privacidad de los otros pero, en el momento en el que reparé en que el idioma en el que despotricaba la chica era el noruego, todo cambió. Me giré rápidamente en dirección a la voz y me quedé clavado en el sitio. No es nada habitual escuchar mi idioma aquí.
—¿Te lo puedes creer? Va y me dice que no puedo volver a casa, que las fronteras están cerradas y que si no encuentro con quién quedarme que me buscan un albergue; que los hoteles los están reservando para meter a más pacientes, y que si quería volver que hubiese estado más pendiente de las noticias, que no se puede ir así por el mundo. ¡Y lo dice el que ha tenido que ir buscando en el traductor del buscador cómo decirme todo esto en inglés! ¡En inglés!
Por lo que pude ver se trataba de una chica muy joven, probablemente no llegase a la veintena. Pelirroja de ojos claros, aunque en la distancia no atinaba a descifrar el color, estatura media y complexión más bien delgada. Pisaba fuerte y con rabia mientras escuchaba lo que le estuviese contestando su interlocutor. Arrastraba una ligera maleta y vestía ropa informal y aparentemente cómoda y una mascarilla de mala calidad, probablemente conseguida en algún bazar a última hora.
—¡No tengo ni idea! Le dije que me iría con la amiga con la que he estado. […] ¡Y ¿yo qué sé?! ¡Me lo inventé para que me dejase en paz! Bueno, ya te llamaré con lo que haya. […] Sí… […] Sí… […] Hale, hasta luego.
Por lo visto el andar sin rumbo que podía intuir en ella no era sólo apariencia.
Durante unos segundos me debatí entre la lástima y la vergüenza, pero no me habría quedado tranquilo si no hubiese intentado ayudar. Crucé la calle y me acerqué a ella, que miraba absorta el mapa de la zona en su móvil como esperando que éste le diese una solución mágica.
—Ehm, disculpa —le dije en noruego para asegurarme de que me entendía.
—¡Noruego! ¿Tú también estás atrapado? ¿Tampoco te dejan volver a casa?
—Todo lo contrario, sólo me dejan volver a casa —bromeé intentando que se relajase un poco, pero la broma no pareció de su gusto.
—¿Qué quieres?
—Ehm... no me gustaría meterme en tus asuntos, pero he oído lo que decías al teléfono y me ha parecido que estás en problemas.
—¿Y has venido a salvarme? ¿Tienes una casa y provisiones para dejarme hasta que se aburran de estar encerrados?
—Pues… no exactamente: tengo un bajo de alquiler y provisiones para mí; pero he pensado que igual preferías venirte conmigo hasta que esto pase a quedarte en la calle o en un albergue en el que nadie te entienda.
—¡Claro! ¡Ahora mismo me voy corriendo a meter en la casa de un completo desconocido a que me haga vete-tú-a-saber-qué!
—Visto así… Tienes razón, lo siento. Que tengas suerte.
Me di media vuelta y me dispuse a cruzar la acera de vuelta a casa, pero sus gritos me detuvieron de nuevo.
—¡¿De verdad?! ¡¿Me vas a dejar sola?!
—Creía que era lo que querías. Los modos no, pero tus argumentos me han parecido bastante sensatos.
—Igual te he hablado un poco mal, ¿no?
—Igual.
—Lo siento, estoy irritada y perdida y tú me entendías lo suficiente como para poder pagarlo contigo.
—Acabas de estar al teléfono con alguien que te entendía, ¿no?
—Ah, pero ésa era mi hermana Elsa. ¡Nunca la enfades! ¡Hazme caso!
—Está bien —reí—. Tampoco creo que tenga oportunidad. Soy Kristoff. —Le tendí la mano en ofrenda de paz.
—Anna —dijo aceptando mi mano y estrechándola enérgicamente—. ¡Guau! ¡Qué manos tan enormes!
—Eh… Anna —cambié de tema sin saber bien qué contestar al asunto de las manos—, sé que no tienes razones para fiarte de mí, pero quedarte en la calle conforme están las cosas no parece muy seguro. Supongo que esto es exactamente lo que diría un psicópata, pero… te prometo que no voy a hacerte daño; sólo quiero ayudar. El mayor peligro que corres conmigo es que no te deje dormir con mis ronquidos.
—Oye, ¿y qué te hace pensar que no soy yo la peligrosa? ¿Y si soy una loca y te asesino mientras duermes?
—Pues te diré que con los gritos que estabas dando hasta hace un momento tampoco me extrañaría mucho, pero Sven no te lo permitiría.
—¿Sven?
—Mi perro. Tiene buen oído, buena vista, buen olfato y es muy intuitivo. Si eres una asesina me lo dirá en cuanto te huela.
—¡¿Un perro?! ¡¿De qué raza es?!
—Mil flores.
—¿Qué?
—Es mestizo. Es grandote, marrón y peludo. Un buen tipo.
—Ohhh, cómo me gustaría conocerle…
—Bueno, y ahora ¿qué? ¿Me puedo ir a casa antes de que me pongan una multa por saltarme el confinamiento?
—Está bien, quiero una foto tuya y tus datos.
—¿Disculpa?
—Se los daré a mi hermana y, si me asesinases, por lo menos después se haría justicia.
—No creo que hubiese nada de justo en un asesinato.
—Bueno, ya sabes, te encontrarían, te encarcelarían y luego mi hermana te secuestraría y torturaría hasta que le rogases que te matase.
—Ah, ¿y después?
—Después te seguiría torturando, por supuesto.
—Comprendo.
Preguntándome si era yo el que se había vuelto loco por meterme en ese follón, saqué mi cartera y le dejé mi DNI para que lo fotografiase cuanto quisiese.
—¡Oh, Dios! ¿Es que nadie sale bien en las fotos de carnet?
—Sí, no es mi mejor foto.
—¡Enviado! Permíteme llamar a Elsa de nuevo.
—Claro.
—Hermanita, ¿has visto lo que te he mandado? […] No, no me lo he encontrado en el suelo. […] Sí, es guapo, ¿verdad? Pues tendrías que verle en persona. ¡Y es enorme!
Carraspeé completamente colorado para recordarle que seguía justo a su lado, pero pareció hacerle más gracia que otra cosa.
—Sí, voy a quedarme con él. […] No, no es peligroso. […] No, no le conozco. […] Ya sabes que tengo buen olfato para reconocer a las buenas personas. […] Lo de Hans fue sólo un error de novata; no me volverá a pasar. […] Vale, te lo paso.
—¡¿Qué?!
—Mi hermana quiere hablar contigo.
Por alguna razón, se me hizo un nudo en el estómago, pero me parecía razonable que quisiese conocer mínimamente a la persona con la que se iba a quedar su hermana.
—Sólo quiero que sepas una cosa —dijo sin un mínimo intento de saludo si quiera—: no hay lugar en el mundo donde te puedas esconder de mí si le haces daño a mi hermana. ¿Te queda claro?
—Como el agua —contesté evidentemente intimidado por el gélido tono de aquella tal Elsa.
—Está bien. Suerte.
Y, sin despedirse ni de su mismísima hermana, colgó y me dejó prácticamente paralizado.
—¿Nos vamos? —dijo entonces Anna como si todo aquello no fuese con ella.
—¿Qué es tu hermana? ¿Algún tipo de mafiosa o algo así?
—Peor: es la reina de las nieves.
No hizo falta preguntar más; aquella voz dejaba más que clara la razón de su apodo. Me alegré de no tener que lidiar con ella en persona, pero una duda me asaltaba sin darme tregua: ¿me deseó suerte para no provocar su ira o me deseó suerte con su hermana? ¿Tan difícil de llevar era? ¿Dónde me había metido?
