Disclaimer: Ésta historia utiliza a los personajes de los libros "El hobbit" y "El señor de los anillos" creados por J.R. . No busca ningún beneficio solo el disfrute del lector.

Bilbo observó a los enanos sentados alrededor de la mesa, berreando, chillando y haciendo aspavientos. Todos ellos daban su opinión a la vez y todos evitaban escuchar a los demás, por ello no era de extrañar que ni uno solo supiese realmente lo que alguien decía, hasta que al final el rey bajo la montaña impuso su voluntad.

Con un gritó, que superó a los otros, Thorin Escudo de Roble logró el silencio por parte de sus congéneres. Algunos bajaron la mirada sintiéndose un poco culpables, después de todo la situación era incómoda para todos. Otros en cambio se comportaron como niños obstinados que regañados por su madre no daban su brazo a torcer.

- Venís a mi casa como invitados. – Comenzó el gran señor. – Insultáis a mi familia y además osáis gritarme en mi propia casa. – Golpeo la mesa con rabia y se puso en pie para acercarse a los ventanales y alejarse un poco de todo aquel alboroto, antes de estrangular de facto y no de pensamiento a alguno de sus parientes. – No sé dónde encontráis el problema. Fili fue elegido mi sucesor mucho antes de partir en la arriesgada empresa por cuyo resultado nos vemos ahora sentados aquí.

- Nadie niega ese hecho. Ni duda del valor del hijo de tu hermana. – Comenzó suavemente Dáin tratando de apaciguar al hombre y evitar mayores males. Aunque él no estaba de acuerdo con lo que se decía allí, se veía en la obligación de mediar antes de que su primo acabase haciendo correr la sangre de algún pariente, volviendo irreparable la situación. – Pero ambos sabemos que la herencia que pesa sobre tus hombros ahora es mayor de la que era cuando iniciaste tus andanzas. - Thorin se giró con rapidez dispuesto a devolver la réplica.

- No. Eso sí que no. Mi herencia y la de mis sobrinos siempre fue la misma. – Elevó la voz. – Reconquistar la Montaña Solitaria, recuperar el tesoro y devolverle al reino de Erebor su antigua magnificencia. – Se acercó un par de pasos y rebajando el tono añadió. - Ahora que la corona es real. Que nuestros sueños se han realizado al final. Ahora venís a hablarme de lo que consideráis correcto y bueno. No mis señores. Dejad que sea yo quien os recuerde entonces el día, ya hace muchos meses, cuando partimos hacía este aciago destino, hacía esta condenada tierra, el día en que nuestras siete familias se reunieron y todos los aquí reunidos dijisteis no a tal empresa. Y ahora venís pidiendo. No, exigiendo que cambie mi testamento porque a los señores enanos no les parece bien. Pues os voy a decir a donde podéis meteros vuestras opiniones e iros a ishkh khakfe andu nulo.

De nuevo la polémica y la bronca estaban servidas. Los enanos se levantaron airados e insultados de sus sillas, volcando algunas y golpeando con sus armas la mesa de piedra. Algunos proferían insultos otros, excusas, pero todos se enzarzaban en una batalla verbal que no habría tardado en llegar más allá de las palabras de no ser por la presencia de una mujer en la sala a cuyo paso todos se apartaron con una mezcla de vergüenza y respeto.

- Vaya, vaya. – Dijo con viveza. – Así que mientras todos los pueblos enanos, reunidos por primera vez en años bajo un mismo techo, esperan para iniciar las celebraciones, sus respetables gobernantes ya lo han hecho, con su propio festejo privado.

Dis, hija de Thráin II, atravesó la habitación acallando las voces incluso de los más testarudos enanos. Se acercó hasta su hermano y le recolocó los cuellos del abrigo, aunque estos no necesitaban ningún arreglo. Después con una sonrisa pícara gravada en el rostro clavo sus ojos azules en los de él viendo el mismo color reflejado en ellos. Colocó su frente sobre la del otro y golpeo suavemente con afecto, como cuando eran pequeños. Tras ello se giró para mirar de nuevo a cada hombre de aquella sala.

- En nombre de mi hermano y de mi pueblo os doy las gracias por venir a celebrar junto a nosotros la bienaventurada recuperación del reino de Erebor. – Se escucharon algunos murmullos de cortesía. Con delicadeza levanto el hacha de acero que alguno había dejado caer y lo clavó en la mesa. – Hoy es día celebración y alegría. Smaug El Terrible ha caído y nuestra gente está llena de júbilo, libre de pesares y melancolía. ¿Por qué no dejar a tras toda rencilla, todo insulto y vanagloriarnos en la dicha de la victoria obtenida?

Todos rugieron en aprobación y algunos se atrevieron incluso a aplaudir. Y ella les indicó sonriente la puerta que los hubiera de llevar al salón. Con pasos aún inseguros se fueron acercando hasta el lugar mostrado.

- Una cosa más Dáin, hijo de Náin. Aún no he tenido tiempo de darte las gracias por tu ejército y tu maza.

- Mi obligación para con mi rey fue cumplida mi señora. – Dijo azorado. – Nada me debéis por ello.

- Tenéis razón como enana reconozco vuestro valor y vuestro honor al cumplir con el juramento que años antes realizasteis a mi hermano, cuando herrábamos por la tierra sin estatus ni coronas. – Colocó su mano bajo su barbilla y le hizo alzar el rostro. – Pero como madre os doy las gracias por devolverme a mis hijos.

Apurado y sonrojado el enano rey de las Colinas de Hierro se alejó un par de pasos disculpándose mil veces con la mujer que había soportado mayores penurias que él. Dis, había pasado de lucir sedas y joyas a alzar el martillo en la fragua, ayudando a su familia a sobrevivir, con la misma gracia para una cosa, como para la otra. El tacto de sus palmas antes suave se había tornado ahora rugoso y áspero, pero ni una sola queja había salido de sus labios. Jamás se la escucho lamentarse por las pérdidas a no ser que de vidas humanas se tratase e incluso ante ellas prefería recordar los buenos momentos al calor del hogar que bajo el fuego del dragón. Aún era un pilar y la más solemne muestra de honor para las mujeres de su raza y por ello y ante ella los más aguerridos soldados se sintieron empequeñecidos y débiles.

- Pero basta de sentimentalismos. Es una celebración, no un funeral. Comamos y bebamos hasta que nuestras barbas toquen el suelo y el hidromiel se agote en las bodegas.

Y con una sonrisa menos pesada y liberados de la vergüenza los grandes señores enanos se reencontraron con sus pueblos, junto a quienes rieron y cantaron canciones sobre el nuevo rey bajo la montaña. Algunas más pícaras, otras de gestas osadas, pero todas decorando y aumentando el arrojo de cada miembro de la compañía. Incluso se atrevieron a entonar una melodía que después se conocería como el "Lamento del Jinete del Barril" en honor al saqueador que de tantos apuros les había librado.

Fue mucho después, cuando ya la mayoría estaban caídos en el piso o retirados a sus habitaciones que Bilbo, el pequeño hobbit encontró un momento de intimidad junto a su amigo el ahora rey. Le encontró tomando el aire en el mismo balcón desde el que días antes le había intentado arrojar.

- Saludos Thorin, hijo de Thráin, segundo de tu nombre. – Se burlo y el hombre se giró sorprendido para dejar escapar una sonrisa al verle.

- Salve a ti, Bilbo Bolsón, hijo de … espera nunca mencionaste quien eran tus padres.

- Pues mi padre era un hobbit bastante glotón por lo que decían y mi madre, una hobbit muy permisiva. – Y ambos rieron un poco ante el hecho. – No creo que el nombre de mis padres diga mucho a esos de ahí abajo. Es más, ni siquiera me parece posible que pudieran ubicar La Comarca en algún mapa.

- Bueno, puedo asegurarte de que hay al menos trece enanos bajo este techo que podrían encontrarla sin problemas. – Y Bilbo le empujo con la mano feliz.

- Eso si consigues despertar a alguno de ellos. No los había visto beber así jamás. Dwalin se ha puesto a cantar sobre una mesa y Bombur lleva al menos una hora durmiendo con la cara apoyada sobre el postre.

- Hacía tiempo que no habían tenido oportunidad de disfrutar de una fiesta de verdad. Dejémosles que lo hagan de momento, ya les chillaré mañana y les recordaré como deben comportarse.

- ¿Ah sí? ¿Y qué piensas decirles? ¿Quitaos la ropa y bañaros desnudos en las fuentes? ¿O eso solo es para mostrar los buenos modales cuando estáis en presencia de los elfos?

Una carcajada se escapó de los labios del soberano y Bilbo la saboreo mordiéndose el labio inferior. Era bueno volver a verle así, siendo el mismo. Después de la locura a la que casi sucumbe por culpa de la maldición de la Piedra del Arca, y de casi morir en la Colina del Cuervo, le parecía un milagro que aquel hombre pudiese mostrar tanta alegría.

- Aunque debo admitir que Kili y Fili son los que más me están sorprendiendo. Han bebido, han cantado, pero aún mantienen su dignidad. Cosa que no los había visto hacer en todos estos meses. – Añadió entre dientes y miro hacia el interior. – Supongo que su madre tiene cierta influencia positiva en ellos y en sus modales.

- Oh créeme Dis suele causar ese efecto entre mucha gente. – Sonó alegre, pero sus ojos adquirieron el brillo melancólico de quien une un recuerdo doloroso al presente amable.

- Thorin. – Llamo en un susurro. – ¿Qué es lo que ha sucedido antes? ¿En la reunión? Se que no se suponía que debiera estar allí, pero como nadie reparo en mi creí que moverme habría sido peor y me quede contra una de las columnas. – Se disculpo. – Pero no lo entiendo. Fili ha demostrado ser un buen guerrero. Es prudente, aunque aún es joven. ¿Por qué ahora ponen tantas pegas para que sea tu heredero? Bueno supongo que es normal, quiero decir que eres joven y todos quieren que te cases y tengas tus propios hijos. – Dijo haciendo aspavientos con las manos. – Pero …

- No es eso Bilbo. – Escuchar su nombre de pila de sus labios le hizo estremecerse. – No es por mi si no por él. ¿No te has fijado todavía? ¿Cuántos enanos rubios has conocido?

- Pues … a ninguno que yo recuerde. Pero tampoco conocí a su padre. – Dijo encogiéndose de hombros.

- El marido de mi hermana tenía el pelo del color del de Kili. Hay enanos con el pelo negro como el carbón, otros castaños como la madera de los árboles, otros lo tienen rojizo como el fuego de las fraguas o blanco por el pasar del tiempo. Pero no hay enanos rubios bajo la montaña. Al menos no enanos puros. – El mediano entorno los ojos sin entender a donde iba toda aquella conversación.

- Me estás diciendo que Fili, ¿es mestizo?

- Es una hermosa forma de describirlo. – Apurado le tomó de la mano y lo arrastro por los pasillos hasta su habitación. Bilbo trato de hablar, de preguntar el motivo de tan sorpresiva acción, pero un dedo sobre sus labios calló sus intenciones y el hombrecillo espero con paciencia dejándose llevar hasta el lugar elegido. – Prefiero hablarlo aquí donde no hay oídos ocultos ni nadie que se cruce en nuestro camino. – Sentencio.

Fue al llegar a la habitación cuando con gran pesadez, como si fuese una carga y no un derecho, que arrojó sobre el escritorio la corona que le confería su poder real. Después con torpeza se desato el manto y las ropas adornadas con joyas y filigranas. Prestamente Bilbo se animó a colaborar y pronto se encontró el enano libre de aquella trampa de pomposos ornamentos. En una sencilla camisa y unos pantalones de mezclilla al estilo antiguo, Escudo de Roble lleno dos copas y le indico a su invitado que tomase asiento. Sin embargo, Bilbo, que no estaba acostumbrado a los protocolos, se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama regia. No sería Thorin quien le contradijese, tan solo le acerco la copa de plata y le dio un gran trago a la propia.

- ¿A qué te referías antes? ¿Acaso Fili no es sobrino tuyo?

- Claro que lo es. Yo mismo estuve allí cuando salió de las entrañas de Dis. Se puso de parto y su esposo y yo tuvimos que ayudar. Fue una noche de tormenta, bastante funesta. A punto estuvimos de perderlos a ambos. Fili llego al mundo de nalgas y Dis era primeriza. Aún recuerdo el olor de la sangre. Yo había combatido varias veces antes, e incluso había escapado de las fauces de Smaug. Pero aquel olor, fue aún incluso peor que el de la carne quemada de nuestros congéneres. – Sus ojos vacíos miraban tiempo atrás, como si el recuerdo pudiera devolver al presente los hechos ya vividos.

- Era tu hermana. – Dijo Bilbo. – Es normal que esa experiencia te pareciese aún más horrible que la llegada del dragón. En la guerra sabes lo que hacer, pero cuando los hechos que suponemos normales pueden llevarse a tu familia, bueno, supongo que no hay entrenamiento que te enfrente a ello.

- Cierto. – Le colocó una mano sobre el hombro y apretó agradecido. – Nunca vi a un hombre más feliz con un niño en brazos. Fili apenas tenía calor y él se pasó toda la noche abrazándoles a ambos, reteniéndoles junto a él. Creo que esa fue la razón por la que ambos sobrevivieron.

- Parece que fue un buen hombre.

- Lo fue. Uno de los mejores. Él siempre supo la verdad sobre Fili, desde el momento en que lo vio. Y aun así lo tomo bajo su nombre. Cada vez que éste enfermaba se levantaba a atenderle, estuvo allí en sus primeros pasos, le hizo su primera hacha. Fue un gran padre. Y mejor esposo. Pero los buenos se van pronto. Cayo durante la batalla de Azanulbizar. Dis lo leyó en mi rostro al encontrarnos.

- Hablas de él, aunque nunca dices su nombre. – Y Bilbo esperó paciente observándole atentamente.

- Se llamaba Narfi, hijo de Nörr. Fuimos adiestrados juntos y nos convertimos en amigos.

- ¿Le amabas? – Preguntó de sopetón sorprendiendo al otro hombre.

- ¿Qué? No. - Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. – Como a un hermano sí, pero nada más. Fue por su modo de comportarse que le aprecie aún más. Hubiera dado mi vida para que él y Dís estuviesen juntos. – Paseo por la habitación y se dejó caer sobre una silla sujetándose el puente de la nariz. – No señor Bolsón, en aquella época yo era joven y arrogante y el amor estaba muy lejos de mis intereses.

- ¿No sería que le teníais miedo acaso?

- ¿Miedo? ¿Del amor? Tal vez envidia sería más acertado. Habría dado Erebor para encontrar a una persona que me mirase como Dis le miraba a él. Pero yo era el heredero y todas las gentes que se unían a mí buscaban reclamar una herencia que ya no tenía.

- Aún eres joven. Encontrarás a alguien a quien ornamentar con joyas y metales preciosos. – Dijo con una tristeza disfrazada de sonrisa.

- Quizás ya la haya encontrado. – Y mientras sus ojos azules sostenían la mirada de Bilbo, éste apuró su bebida.

- ¿Por qué decís que se portó tan bien con Dis? – Thorin se levantó incómodo y después de un par de vueltas más y de dejar su copa sobre la mesa se dejó caer sobre la cama, al lado del mediano. Con su antebrazo cubrió sus ojos y después tiro del chaleco del hombre para hacerle caer sobre su pecho y abrazarle con excesiva fuerza, aunque sin dañarle.

- Tho …Thorin …. – Llamó sonrojado.

-. Dis era apenas una niña, al menos para mí. No llevaba un mes casada cuando Smaug atacó. Abandonamos Erebor casi con lo puesto, íbamos hacía Moria, a reconquistar las minas de nuestro pueblo. Mi abuelo dijo que no podíamos poner en peligro a nuestra gente. Así que nos dividió. Soldados a un lado, civiles por el otro. Envió a mi hermana con el resto de las mujeres, eran pocas, debíamos proteger el futuro que en ellas se engendraría, dijo él. Pero lo que no sabíamos era que el camino estaba lleno de orcos y elfos corrompidos. Ese camino que parecía el más seguro fue su perdición. Atacaron la caravana.

Una lágrima se escapó de los ojos cubiertos del rey y Bilbo no se atrevió a mudar su posición.

- Los orcos mataron rápido a los heridos y a los ancianos. No les interesaba el botín, solo querían divertirse. Ni siquiera sabían que el grueso de nuestras tropas caminaba a medio día de distancia. Muchas mujeres, las que estaban en los carros posteriores lograron escapar, se unieron a nosotros y nos advirtieron de lo sucedido. Ella no tuvo tanta suerte. Para salvar a sus amigas agarró una espada y se interpuso en el camino. Ganó tiempo para que huyeran. – Añadió con orgullo. - Encontré a Dis sobre la tierra, estaba empapada y era todo suciedad y sangre. Óin la trato lo mejor que pudo. Cinco meses después descubrimos que estaba embarazada, no sabía si de Narfi o de alguno de los elfos que la violó. Ella quería morir, pero él … Él estaba lleno de júbilo.

- Thorin. – Susurró mientras pegaba aún más su diminuto cuerpo contra el suyo y se acurrucaba sobre él.

- Cuando el niño nació y el miedo pasó vimos su cabello rubio. Cualquier enano se hubiese divorciado de ella, aunque no tenía culpa alguna. Creí que Dis iba a volverse loca de dolor y entonces ese hombre con una sonrisa en los labios preguntó si podían ponerle Fili, como su abuelo. Y ella gritó que era el hijo de un asqueroso elfo, que era un bastardo y que se ahogaría en el río con él. Que ninguno de los dos debía seguir viviendo. Fue la primera vez que le vi enfadado. Se sentó a su lado y le mostró el rostro del niño. Aún recuerdo hoy sus palabras.

"Mírale. ¿De qué daño puede ser responsable este niño? Tu eres su madre y yo su padre. Y a quien diga lo contrario le partiré mi hacha en su cráneo. Míralo Dis, tiene tus ojos y tu sonrisa. Es el ser más perfecto que pueda existir, porque es parte de ti. Y por eso lo amo."

- Ella lloró durante días, pero acepto darle el pecho. Cuando Fili cumplió un año nadie dudaba ya de su origen. Narfi era su padre y el niño jamás supo de su concepción. A día de hoy, aunque sé que sospecha, nadie se ha atrevido a confirmárselo. Fue una promesa, recordada por los que estuvieron allí en aquel momento. Dáin fue uno de los que se nos unió para combatir en Moria. Y algunos más de los que ahora están sentados en los tronos de los seis reinos enanos. Ahora que Erebor ha sido reconquistada muchos ven la legitimación de Fili como un obstáculo para sus propios fines. Sé que cuando yo falte habrá problemas.

- Un hijo legítimo lo solucionaría. – Le recordó el hobbit entre sus brazos.

- No. No creí que viviría para ver Erebor resurgir de las cenizas. Mi plan, señor Bolsón, era morir abrasado junto al dragón y dejar a mi sobrino en el trono. Por eso me enfade con Gandalf cuando me obligo a contrataros. Eráis un estorbo para logar mi objetivo.

- Pues muchas gracias hombre. – Dijo separándose un poco y apoyando un brazo a cada lado del cuerpo del otro para poder mirarle. – Si no queréis la montaña que os conseguí se la daré a otro que sepa agradecérmelo como es debido. – Jugueteo con él buscando aligerar la cargada presencia que se había interpuesto entre ellos.

- ¿Qué me conseguisteis? – Se giró y dejó al mediano bajo su cuerpo, olvidando por un momento el dolor que la revelación le ocasionaba. – Si no recuerdo mal, tuvimos que entrar a salvaros señor Bolsón. – Y con su nariz dibujo un camino sobre el cuello que arrancó las carcajadas del otro.

- Sí, sí. Pero yo me enfrente a Samug solito y tú estabas …

- ¿Yo estaba? – Y volvió a hacerle cosquillas.

- Estabas lloriqueando por tu piedra de juguete.

- Piedra de juguete lo llama. Os recuerdo señor ladrón que se la entregasteis al enemigo. – Las carcajadas eran más sonoras mientras Bilbo se retorcía tratando de taparse los costados con los antebrazos.

- Era mi décimo catorceava parte. Dijiste que la podría elegir.

- Y cogisteis el corazón de la montaña. – Sus ojos azules se clavaron en los del habitante de La Comarca dejándole sin respiración durante un segundo.

- El corazón de la montaña. – Repitió casi sin voz. – Si, creo que esa es la parte que elegí.

Fue Bilbo y no Thorin quien acortó la distancia y dejó un suave besó en los labios del monarca. Uno pequeño, casto, suave como el aleteo de una mariposa, que pronto fue reemplazado por el ígneo ímpetu del enano. Salvaje, conquistador, brusco, esa fue la respuesta del hombre y el pequeño la acepto con gusto. Fue cuando se separaron con la risa nerviosa en el aire y las mejillas del hobbit sonrosadas, cuando éste se dio cuenta de lo que acababa de suceder.

- Supongo que lo de meteros en apuros es una de mis virtudes. – Dijo Bilbo agitado. – Aquí me tenéis hablando sobre vuestra descendencia y yo besándoos. – Se apartó a un lado abochornado.

- Fili heredará. – Sentenció Thorin. - No voy a tener hijos Bilbo. Lo decidí hace mucho tiempo y lo confirmé cuando te conocí en la comarca.

- No digas eso, eres joven. – Gimió sintiéndose responsable de aquella decisión.

- No es cuestión de edad. Es cuestión de gustos. No voy a casarme con alguien a quien no amo. Quizás hubiera habido tenido que hacerlo cuando era príncipe. Pero ahora no. Me he ganado ese derecho. – Y colocó su mano al calor de la mejilla de su compañero.

- Pero yo … Yo no pertenezco aquí. Yo solo soy un simple hobbit que disfruta de las comidas, de los libros y del jardín. Moriría aquí encerrado y tú lo harías allí, en las verdes y plácidas planicies.

- Bueno, algún día tendré que jubilarme.

- ¿Y qué harás cuando las presiones te obliguen? ¿Dejarás a Fili cargar con tu responsabilidad?

- Dis es mayor que yo. El trono sería suyo de ser varón. Fili es su hijo mayor. El trono será de él, es cuestión de justicia.

- Ya. – Se abrazo a sí mismo y resoplo. - Pero ambos sabemos que eso no será tan fácil. Parece que algunos preferirían gobernar ellos en lugar de tu sobrino.

- Bueno, eso es algo de lo que no tendremos que preocuparnos mientras Dáin siga vivo.

- ¿Dáin? ¿El pelirrojo con barba de jabalí?

- El señor de las Colinas de Hierro, sí. Él se ocupará de mantener a todos los carroñeros lejos de Dis y de sus hijos. – Bilbo arrugó la nariz sin comprender. – Hay pocas cosas que un enano valore más que el metal o las gemas. Solo la familia y entre ellos el más especial para la familia. El uno.

- ¿El uno? – Su curiosidad le hizo acercarse de nuevo a su interlocutor.

- Así es como nos referimos a nuestras parejas. A nuestras compañeras y compañeros. Bueno no así exactamente, pero es la traducción más aproximada que puedo darte.

- Y eso, ¿qué tiene que ver con Dáin?

- No te has fijado en cómo mira a mi hermana. Siendo jóvenes Dáin ya había puesto los ojos en ella. Si hubiese estado en su mano nos había dejado asentarnos en las Colinas solo para tenerla cerca. Pero su padre opinó que una princesa sin dote no era digna de su hijo. Ese terco, si sólo hubiese acogido a Dis ella no hubiera tenido que sufrir lo que vivió.

- Pero tampoco hubiese estado al lado de su esposo. – Replicó encogiéndose de hombros. – Yo por lo menos prefiero haberme enfrentado a Smaug a no haberte conocido. – Y su sonrojo fue absoluto al darse cuenta de lo que había dicho en voz alta.

- Amrâlimê.

- ¿Qué? – Pregunto aún sin atreverse a mirarle.

- Mi amor. – Alzó el rostro sorprendido y un segundo después se colgó de su cuello para besarle de nuevo.

- Ama ... Amer

- Amrâlimê.

- Amrâaalimê

- Vas mejorando. – Río el rey.

- Te esperaré Thorin. Te esperaré, aunque mi cabello se vuelva blanco y olvide mi propio nombre. Esperaré a que vengas a por mí. – Prometió el mediano.

- Que te parece pasarte largas temporadas en Erebor, ya sabes, de vacaciones. – Y el otro estalló en risas.

- Eres imposible de contradecir mi amor. – Y Thorin sonrió complacido.

La mañana siguió la fiesta, aunque con música más suave y el alcohol rebajado con agua. Algunos casi no podían mantener la atención, pero en general había formada algarabía propia de una feliz reunión. Thorin dio discursos, cortos para sorpresa de Bilbo. Dio las gracias a los hombres y elfos que ese día se habían reunido con ellos. Recordó los lazos que les unían en amistad y prometió cuidarlos y conservarlos. Thaundril sonreía con cierta incredulidad sabedor del carácter de los habitantes de las colinas; en cambio Bardo, rey de los hombres, sonreía con sinceridad sintiéndose un poco torpe al lado de esos dos caballeros que habían nacido con una corona ciñendo sus frentes. Peor aún fue para é soportar el desparpajo de la pequeña princesa Tilda quien, quejándose del picor que le proporcionaban las ropas que se veía obligada a llevar, se arrascaba por todas partes mientras y su hermana Sigrid trataba de evitar que hiciese el ridículo.

- ¿Acaso estaríais más cómoda con ropas élficas? – Pregunto el gobernante del Bosque Negro.

- No sé. ¿Puedo? – Pregunto con inocencia y su padre trato de balbucear algo coherente.

- Pues claro. – Grito Fili con una sonrisa. – Los elfos han traído ropa y comida en abundancia, seguro que encontramos algo que te vaya bien. Y con un silbido llamo a su hermano para que le siguiera. Con permiso Sigrid también les siguió y con habilidad Thaundril menciono que Tauriel sería una buena compañera para ellos ya que sabría que le convendría más a la pequeña.

Bilbo los miro desde su sitio a la derecha de Bofur y a la izquierda de Balin. Era divertido ver como en el fondo no eran tan diferentes. Bardo era un hombre aprendiendo a ser un líder, pero ante todo era padre de familia y por eso sabía que su pueblo estaría bien atendido. Sería él quien impondría la mesura entre las partes buscando lo mejor para los pueblos. Thaundril sería quien disfrutaría sacando de quicio al enano buscando su punto de ruptura, pero nunca llegaría a ello. El rey elfo sabía lo que la guerra podía quitarte, a su lado faltaba su bienamada esposa, pero su hijo ocupaba un lugar privilegiado. Legolas, el mejor arquero de su reino, el príncipe destinado a triunfar en cada misión que le fuese encomendada. Su gran punto débil, porque, aunque Thaundril fuese grosero o cínico, Bilbo descubrió que su mal carácter jamás se aplicaba a los niños, independientemente de la raza a la que perteneciesen. Se lucía aún más para deleite de los pequeños y les permitía acariciar a su montura fingiendo que no los veía.

Y luego estaba esa nueva generación. Thorin no pertenecía a ella, él aún acumulaba el rencor de la huida, el dolor de la pérdida del hogar, pero había criado bien a esos muchachos y cuando Fili y Kili entraron de nuevo en la habitación con las princesas de la Ciudad del Valle y una elfa a sus espaldas se cercioró por completo. Entre ellos no había rencillas ni odio, sólo eran jóvenes tratando de disfrutar de un momento de paz.

- Padre. – Gritó Tilda llamando la atención de todos y haciendo que su progenitor quisiese esconderse bajo la mesa. - ¿Estoy guapa?

- Estáis preciosa mi señora. – Respondió el rey de los elfos y la niña se arrojó sobre él para darle un inmenso abrazo. Podría haberse apartado o sus guardias haberla retenido, pero nadie movió un músculo para impedirla dar rienda suelta a su afecto.

- Tilda. – Llamó su padre llevándose una mano al rostro y su hermana se cubrió la boca para evitar reprenderla públicamente.

- Gracias tío Thaundril. – Dijo la niña y acto seguido dejo un beso en su rostro para correr hasta Thorin y dar vueltas mostrando su nueva vestimenta. El enano la aplaudió y tomó una de sus pulseras para colocarlo en el brazo de la muchacha convertido ahora en brazalete. – Oh es precioso tío Thorin ¡Gracias! – También a él le beso y resplandeciendo de emoción corrió por todas partes mostrándoselo a todos sus conocidos.

- Pues buena la habéis armado vosotros dos. – Dijo Bardo haciéndose más pequeño en su sitio. – Ahora no habrá quien la pare.

- ¿Y porque deberían? – A su derecha Thaundril le miró indignado mientras llenaba su copa de vino. – Tu hija es lo que nuestros pueblos deberían ser. Los niños elfos la aprecian, así como los vástagos enanos e incluso los de tu propia raza. Y ella aprecia a todos sin distinción. Para ella no hay odio ni viejas rencillas. Y eso que motivos no la faltan.

- Tilda es joven. El dolor no dura mucho a esa edad. – Habló su padre.

- Ojalá todos lo viésemos así. – Thorin desvió la mirada hacía el pequeño hobbit. – La vida sería más fácil.

La música siguió, los bailes se sucedieron y Tauriel bailó con Kili. Expulsada de su reino aceptó la invitación de los enanos para formar parte del de ellos, esperando poder compartir tiempo con aquel del que se había enamorado. Fueron sus suplicas y no las de su padre las que hicieron a Legolas regresar al lado de los suyos y postergar la búsqueda de los Dúnedain. Y junto a él también bailo y rio ayudando a que entre ambos hombres pudiera haberse creado algo parecido a una amistad.

Thorin abandono su lugar de honor para saludar a los invitados de todas partes y acabo sentado al lado del mediano, en el lugar que Bofur le cedió, quien recostó la cabeza contra su hombro. Una muestra de afecto que sorprendentemente fue aceptada con algún que otro suspiro de sorpresa. Quizás la mirada de psicópata que Dwalin dirigía a aquellos comensales que realizaban cualquier tipo de gesto en desacuerdo con la elección amorosa de su rey era advertencia más que suficiente para que nadie se atreviese a perturbar la paz de aquel día. O a lo mejor había sido el hecho de que Thaundril había dejado correr el rumor de la deuda de vida que los tres reyes tenían para ese pequeño. Eso era algo que todas las razas respetaban por muy orgullosas que fuesen. Por su parte todos aquellos que habían tenido la oportunidad de hablar con ambos juntos más de un par de minutos enseguida llegaban a la conclusión de que Bilbo sería una buena compañía para él.

Bilbo era la calma que al otro le faltaba. Paciente como los árboles que crecían estación a estación en los bosques. Tenía su carácter y era firme en sus decisiones, pero todas ellas eran tomadas desde el corazón.

Y Balin sonrió al mirarlos porque por fin volvía a ver aquel lugar próspero y feliz. Quiso permitirse creer que una nueva era de paz les esperaba. Viendo como Kili gritaba de felicidad al saber que Tauriel esperaba a su hijo, girándola en el aire y recibiendo las felicitaciones de su hermano y del príncipe del bosque, quien les abrazó emocionado por la llegada de quien él consideraba su sobrino también. Sonrió al ver los ojos de Thaundril abrirse de par en par mientras gritaba que ningún nieto suyo nacería bastardo y exigía una boda digna para su hija adoptiva, evitando mencionar el hecho de que había sido él quien la había desterrado.

También vio a Fili y sus sonrisas para con Sigrid quien sonrojada le correspondía en el afecto y en las conversaciones. Buena mezcla de razas para el heredero de la montaña pensó el anciano. Quizás llevando la sangre de enanos, elfos y hombres algún día los herederos de Durin pudieran librarse de la maldición de la codicia que casi había acabado con su estirpe. Sonrió al ver a Bardo entrecerrar los ojos tratando de amenazar a su futuro yerno. Y se carcajeo al ver a Dáin sonrojado mientras le pedía a Thorin la mano de Dis y éste le replicaba que se la cortase él mismo si tenía valor. Ésta miro a su hermano anonadada y después a su pretendiente, aceptando con un imperceptible cabeceo.

Fue dos años después de tantas celebraciones y bodas, de reuniones y alegrías que Dis se avergonzó al presentar al mundo al pequeño Thorin, un niño nacido de su amor por un buen hombre. Y vieron a Kili golpeándose contra una columna mientras gritaba que su hermano era menor que su propio hijo. Y a Fili riéndose de la situación mientras pensaba en su propia esposa que estaba en estado de gestación.

Fue esa misma primavera cuando la descendencia de Durin quedó asegurada, cuando Tauriel anunció un nuevo embarazo, que Thorin tomó la decisión. La abdicación tomó por sorpresa a la mayoría, pero no a los miembros de la compañía. El rey que reconquistó Erebor la dejaba ahora en manos de su sobrino mayor. Fili acepto el mando y dispuso de el con una sabiduría que muchos encontraron impropia de su temprana edad. Los años pasaron y se convirtió en un rey justo y amado. Así como estaban destinados a serlo sus hijos y su reina de raza humana. Sigrid dio a luz a un príncipe heredero al que impusieron el nombre de Durin y dos niñas llamadas gemelas Fylla e Hilla.

Y así, mientras el reino bajo la montaña se hacía más próspero su antiguo rey caminaba más allá de los prados verdes, donde el sol calentaba la piel y los problemas se disolvían entre anillos de humo y comidas copiosas. Allí encontró el rey sin corona el verdadero tesoro, corriendo hacía él al verle llegar. Con sus diminutos piececillos cubiertos de fino bello castaño y sus enormes ojos azules brillando de emoción. Porque esa era su verdadera recompensa.

- Sabes que habrá un día en que tengas que hablarles de él. – Dijo con dulzura Bilbo Bolsón al ver llegar a su esposo.

- Un día, pero no hoy amrâlime. No hoy. - Dijo besando sus labios y aspirando el aroma del cabello de su hijo. Vamos Frodo tesoro mío, mi Givashel, cuéntame todo lo que has hecho mientras estaba fuera.

Y así entraron en aquel agujero en el suelo, pero "no era un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significaba comodidad".

Y así vivieron en paz durante años los hombres, los elfos, los enanos y las demás razas que a menudo eran ignoradas. Felices e ignorantes mientras La Sombra recuperaba lentamente su poder en el sur. Pero eso es otra historia.