En beneficio del señor Winters.

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Sin fines de lucro.

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Toda persona tiene un punto de quiebre, el de Ethan Winters llegó en cuanto un feto deforme del infierno estuvo a punto de comérselo.

Hasta que abordó el elevador, tenía todavía algo de la chispa que le permitía seguir adelante. el Duque decía conocer la forma de recuperar a Rose, tan solo necesitaba recolectar las partes y luego, algo sucedería, y tendría a su hija de regreso, ¿Qué porqué le creía?, pues no tenía muchas alternativas y además, su propia experiencia luchando contra las ABO le había enseñado que las cosas muertas difícilmente se quedaban muertas y que las heridas aparentemente letales no eran tan terribles cuando se tenía la medicina correcta a mano.

En retrospectiva, era culpa de esa extraña mujer y su aterradora marioneta el que Ethan hubiese actuado de esa manera, es decir, ¿Qué otra cosa podían esperar?, lo habían arrastrado desde su hogar con su familia a un asqueroso pueblo perdido en medio de la nada, a enfrentarse con monstruos de pesadilla luego de ser traicionado por un hombre en el que confiaba.

–Sabes, tú te hiciste esto a ti misma–, le dijo a la extraña antes de alejarse rápidamente, abriendo la puerta y dirigiéndose de regreso al encuentro del Duque, a mejorar su equipo y prepararse para enfrentar a ese tipo deforme con cara de pescado.

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Apenas media hora antes, Donna Beneviento desconocía lo que era la derrota.

Tampoco sabía lo bien que se podía sentir.

–Ahora me doy cuenta, no eres otra cosa que una niña malcriada–

–Hey, ¡espera!, ¿¡quién te crees que eres!?–

Lo que Angie veía y sentía, Donna también lo sentía y veía, tal era el regalo que Madre Miranda le había obsequiado tantos años atrás al perder ella a su familia, y ese regalo, en si, no solo era un arma poderosa, sino que también un peligro para si misma.

En términos de poder, Donna se consideraba solo superior a Moreau, y esto tan solo debido a que su inteligencia estaba muy por sobre la del retorcido hombrecillo, pero si tuviese que medirse contra Lady Dimitrescu o peor aún, Heisenberg, pues no se necesitaba ser muy inteligente para saber que no les ganaría. Su control sobre la mente de sus víctimas era fenomenal en si, pero requería que sus víctimas sucumbiesen por si solas a las ilusiones y en el caso del señor Winters… pues debía reconocerle que para ser un simple humano, era bastante impresionante.

–¡Ya deja de moverte!, voy a darte una lección que no olvidarás–

En el caso del señor Winters debió haber previsto que necesitaría más que un corredor de pesadillas y la ayuda de Angie y sus muchos amigos. El tipo se había enfrentado a Alcina y sus hijas armado con balas y buena suerte y de alguna manera no solo sobrevivió, sino que logró vencerlas a las cuatro.

Nadie, absolutamente nadie que entrase en ese castillo sin ser invitado por su dueña, salía con vida.

Eso fue lo que finalmente hizo entender a Donna lo difícil de su misión, lo que la hizo reflexionar sobre el peligro latente que ese forastero representaba. No estaría peleando contra un campesino repleto de heridas emocionales esperando sentir el alivio que solo ella podía proveer, ni alguna madre doliente esperando ver a sus hijos ya fallecidos a su marido muerto el invierno anterior.

No se enfrentaría a alguien normal porque Ethan Winters no era normal.

–Debería pensar en un nuevo plan–, murmuró Donna para distraerse antes de sentir el primer golpe.

Sonrojada, cerró los ojos y contó hasta diez, mientras que Angie maldecía.

Habían pasado años desde la última vez en que alguien se atreviese a corregirla.

–… Esto me trae recuerdos–

Intentado refugiarse en su memoria, acalló la voz de Angie e imaginó que todavía era una niña, ¡una niña inocente y buena a la que sus padres amaban!. Recordó cuando su madre le enseñó sobre flores el día en el que la mujer del jardinero enfermó y él no pudo ir a trabajar, y la ocasión en la que robó de la cocina toda una charola de postres, ¡cómo se había molestado su papá!, esa fue una de las pocas veces en que lo vio molesto y fue corregida, del mismo modo en el que el señor Winters intentaba corregir a Angie.

Curiosamente, lo que su padre le hizo no sirvió tanto para convencerla de no volverse a atiborrar con caramelos como el dolor de estómago que la mantuvo en el baño toda la noche. Todavía podía recordar a su madre haciendo vigilia junto a la puerta, con una botella de ricino y una mucama en espera de que Donna purgase el mal que se ocasionó por golosa.

La lección en moderación que aprendió ese día era de un valor incalculable, en cambio, la que el señor Winters trataba de inculcarle era… era…

–¿Cómo es que puede durar tanto?–, se preguntó a si misma al borde de las lagrimas, –Señor Winters, usted es diabólico–

Caminando con algo de dificultad hasta su siguiente escondite, se dio cuenta de que Angie era nuevamente libre. Su amiga no dejaba de quejarse, ¿¡cómo se atrevía ese hombre inculto a ponerle una mano encima!?, ella no era cualquier marioneta, ¡no señor!, tal indignidad no podía ser tolerada.

Acabaron ocultándose en la planta alta, con Angie fingiendo ser una marioneta común y corriente y Donna escondida en la ilusión profunda creada por el polen.

Su plan de apuñalar a Ethan en la cara antes de que él pudiese hacer lo mismo no había resultado como querían, pero eso no significaba que estuviesen perdidas, al menos no para Donna.

Todavía podían triunfar, todavía podían impresionar a Madre.

Pero lamentablemente para la última de los Beneviento, no todos los presentes tenían fe en ella.

–Esto… no está funcionando Donna–, susurró Angie al escuchar que los pasos de Ethan se hacían más y más lejanos.

–Te atrapó y te dio tu merecido–, respondió Donna, –Pero al menos no ha ganado, eso es bueno–

–¿Ganar?, ¿¡ganar!?–, exclamó Angie escandalizada, –¡Esto no es un juego Donna!, si fallamos, Madre Miranda nos acabará, ¿qué acaso no entiendes eso?–

Donna le cubrió la boca a su marioneta, haciéndola recordar que ese bestial hombre seguía allá afuera.

–Podría enviar a más de nuestros amigos–, sugirió la heredera Beneviento, –Quizás con un par más de rondas podamos detenerlo. Ethan Winters no es inmortal, debe tener un límite, todos lo tienen–

–¡Olvídalo!–, gritó Angie apartando la mano de Donna antes de que esta intentase silenciarla, –¡Nunca más me acercaré a ese desagradable forastero!, demando que sea asesinado de inmediato, por el honor de la familia Beneviento–

Donna sabía que Angie tenía razón, porque Angie era la parte de Donna que no tenía miedo, la parte que aceptaba del todo el poder envestido en ellas por Madre Miranda, pero…

–Pero… no quiero que me vea Angie–

Angie se puso a refunfuñar sobre lo cobarde e inútil que era Donna, lo que no era una novedad para ninguna de las dos.

Donna ya se sentía bastante cobarde sin que Angie se lo recordase, el que dependiese tanto de sus amigos era prueba de ello.

–Mira, debemos acabarlo sí o sí a la siguiente, por algún motivo este forastero, este "Ethan", está resistiendo el aroma de las flores–, explicó Angie, –A falta de algo mejor vamos a apegarnos a tu plan y enloquecerlo antes de que pueda hallarnos. Vamos a vengarnos Donna, y hacer que se arrepiente de habernos enfrentado, porque si no lo hacemos, en un punto ya no podremos cambiar de lugar, y el señor Winters te va a agarrar a ti, te pondrá sobre su regazo, levantará ese lindo vestido negro tuyo y tocará todas tus partes embarazosas, ¿eso es lo que quieres Donna?, ¿he?, ¿¡eso es lo que quieres!?–

–Dudo de que eso vaya a funcionar–, comentó una tercera voz, haciendo tronar la puerta de la habitación con un sólido manotazo.

–Te atrapé niña malcriada–

En el mismo momento, sucedieron tres cosas.

Ethan capturó de nuevo a Angie, se sentó en el piso y acostó a la marioneta sobre su regazo frente a los ojos inmóviles de las otras marionetas, que no se atrevían a atacar por el terror puro que ese raro forastero les provocaba.

Angie maldijo en un lenguaje que una dama de una casa noble y ancestral como lo era la casa Beneviento jamás pero jamás debía de usar, pateando de manera incesante al ser levantada su falda y expuesta su parte posterior ante Donna, la única persona aparte del señor Beneviento que alguna vez la hubiese visto en una posición tan indigna.

Y Donna… pues Donna suspiró nerviosamente mientras agarraba su falda y se alejaba de Angie y el forastero, dando pequeños saltos cada vez que la sensación de ardor que dejaban las nalgadas que estaba recibiendo Angie le llegaba a ella.

El plan de esperar para apuñalarlo en la cara era un rotundo fracaso, y ahora que lo pensaba bien, Donna ni siquiera estaba segura de que hubiese funcionado en primer lugar.

–Es un monstruo–, susurró al sentir que Angie ya no estaba del todo limpia y que no era solo dolor lo que sentía por culpa de Ethan Winters.

Un tonto forastero, de todas las personas, ¿por qué tuvo que ser un tonto forastero?, era embarazoso, ¡cruel y embarazoso!, el que un sujeto tan simple y común, sin ningún talento especial, sin fuerza ni encanto ni nada no solo hubiese hubiese sobrevivido a los licántropos, Heisenberg e incluso a todos los horrores del castillo Dimitrescu, sino que también le estuviese dando una lección a la casa Beneviento sin siquiera usar sus armas que ella le había quitado, ni la tijera que tomó para enfrentarse a Angie, peleando tan solo con sus manos, sus fuertes y ásperas manos que se sentían tan bien al castigar sus partes prohibidas y…

–¡Deja de escapar pervertida!–, le gritó Angie desde un rincón de la casa, con las rodillas juntas y meciéndose de un lado al otro, –¿¡Cómo hozas avergonzar así el nombre de nuestra familia!?, ¡ve y acaba con ese bruto!–

Donna negó con la cabeza, apresuró el paso y buscó un nuevo escondite, preguntándose por cuánto más podría soportar las indiscreciones del señor Winters que estaba nuevamente al acecho, con una perturbadora sonrisa y armado solo con su palma abierta.

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–Vaya señor Winters, que interesante historia la suya–

Ethan no sabía bien el motivo de decirle al Duque lo sucedido con Donna Beneviento y Angie, quizás, solo quería desahogarse con alguien, y el Duque era la única persona en los alrededores que no intentaba matarlo.

Dentro de todo no parecía ser un mal tipo, de otro modo no se hubiese imaginado a si mismo admitiendo frente a un desconocido que había nalgueado a una enemiga hasta someterla, dejándola en su tétrica mansión prometiendo venganza mediante su psicótica marioneta, porque a diferencia de Angie, que a pesar de ya no escapar seguía insistiendo en que podía soportar más castigo, Donna se quedó en silencio, en posición fetal en el piso desde donde le entregó una llave, parte de Rose e incluso algunos cristales, todo con tal de que Ethan se largase de su casa.

¿Vergonzoso?, pues sí, y no solo para Donna sino que para él también. Ethan no se enorgullecía de que su forma no conflictiva de resolver lo de la mansión Beneviento fuese a verse peor que solo apuñalar a las dos con tijeras hasta matarlas, pero había resultado y con eso se contentaba.

–Pero me intriga–, dijo el Duque soplando una bocanada de humo al aire, –¿Cómo supo que la disciplina corporal funcionaría con la señorita Beneviento?–

Ethan se sacudió de hombros al responder, –Tan solo se me ocurrió, es decir, encontré este diario de su jardinero, y supuse que Donna a pesar de su edad no era diferente a una niña, así que hice lo que supongo funcionaría con una niña malcriada. Le di una lección–

–¡Un brillante razonamiento señor Winters!, digno del héroe de esta historia–

–Dudo de que vayan a escribir cuentos sobre lo que he hecho–, rebatió Ethan, –Y de todos modos, no quisiera que Rose lea sobre mi tocando a alguien que no es su madre, o mejor, no quiero que Rose lea sobre mi tocando a nadie–

El Duque rió ante el repentino desplante de humor de Ethan, pensando en lo peculiar que era el ver a una figura tan trágica perdonar la vida de un ser tan siniestro y alegrarse por ello.

De seguro, la señorita Beneviento no olvidaría lo que un hombre motivado por el amor era capaz de lograr, aunque tal hombre no era del todo lo que aparentaba…

–Y ahora debe enfrentar a Moreau. No será sencillo, su devoción lo hará sacrificar todo de si con tal de complacer a Miranda. Tendrá que ser cuidadoso, señor Winters–

Ethan asintió de manera grave, preparándose para la siguiente batalla.

–Volveré pronto–, dijo al Duque, –Y quizás entonces pruebe una nueva receta–

El duque asintió con la cabeza al verlo partir.

–Esperaré con ansias su regreso–

No pasó mucho tiempo hasta que Ethan se infiltró en los dominios más allá del molino, donde residía el retorcido Moreau, para que un par de figuras se manifestaran junto al carruaje del Duque.

–Ya puede salir señorita Beneviento, Ethan ya se ha marchado–

Donna permaneció a la sombra, sentada junto a la mercancía mientras que Angie se presentaba por las dos.

–Gordis… gracias por recibirnos–

El Duque ya se había acostumbrado a la familiaridad con la que Angie lo trataba y a decir verdad no le molestaba.

Era un caso realmente triste el de esas dos.

La señorita Donna solía ser una niña muy dulce y en cierto sentido, todavía lo era, pero entre la muerte de sus padres, su timidez y su débil disposición no había sido rival para la manipulación de Miranda. La joven sencillamente se dejó guiar por una figura adulta a la que todos respetaban y en la que creían incondicionalmente, y sin tener el carácter suficiente, nunca llegó a cuestionar las dudosas enseñanzas que recibió de esa mujer.

El ver a una jovencita así de dulce transformarse en una criatura sádica como los otros señores no había sido una experiencia grata para el Duque, pero tal vez, gracias a la intervención del señor Winters, al menos una persona aprendería que había mucho más allá de la aldea, un mundo completo lleno de conocimiento y más importante que nada, riquezas por obtener.

–Señorita Angie, siempre es un placer para mi el verlas a las dos–, saludó el Duque de manera afectuosa, –El señor Winters me ha dicho que pudo recuperar parte de Rose sin tener que recurrir a medidas más extremas. Me alegra que haya sucedido así–

Incluso sin verla, el rotundo hombre podía notar la incomodidad que le producía a la señorita Beneviento la sola mención de Ethan, y sin embargo, estaba convencido de que había algo más.

–Ese hombre… va a arruinar todo para Madre–, susurró Donna.

El Duque comprendía lo importante que era para la señorita Beneviento el satisfacer las demandas de Miranda, mal que mal, tanto ella como Moreau eran completamente devotos a su voluntad, mucho más de lo que Lady Dimitrescu y Heisenberg jamás llegarían a ser.

Tal cosa no hacía sino resaltar lo profundo de la dependencia de Donna en la fría y calculadora líder oculta de toda la región. Era algo ciertamente triste de contemplar.

–Miranda debió haber aprendido a lidiar con su dolor hace ya mucho tiempo, Ethan… él solo hace lo que cualquier padre haría por su hija–

–Tal vez debió haber sido amable con él, como Madre Miranda lo fue al traerlo hasta aquí–, opinó Angie señalando a Donna, –Pudo haberle dado un lindo sueño como a los otros, ¡de veras que sí!, pero ella quería que fuese rápido, y el terror suele terminar más rápido con nuestros invitados–

–No hubiese funcionado, tarde o temprano se hubiese dado cuenta y te hubiese resentido por engañarlo–, explicó el Duque.

Eso acabó con la mayoría de las dudas que sentía Donna al respecto, las que de todos modos a nada llegarían porque Ethan Winters seguiría adelante con su misión así como Madre Miranda continuaría ciegamente con la suya.

Sin embargo, había algo que todavía la preocupaba.

Angie se acercó al Duque y trepó sobre un barril para sentarse en la tapa.

–Duque, ¿estas seguro de que podemos quedarnos?, no quiero que nos maten a los tres por dejar escapar a Ethan-–

El Duque había considerado previamente el peligro que representaría ofrecer asilo a esas dos y decidió que a pesar de todo, valdría la pena conservarlas, después de todo, su utilidad y valor no acababan solo en lo que podían ofrecer a Miranda, sino, en lo que todavía podían hacer por otros.

Desperdiciar talento era igual que desperdiciar la riqueza, algo impensable para un comerciante que se digne de su profesión.

–Insisto señorita Angie, Miranda no es la clase de persona que acepte la insubordinación de otros así sin más, el único motivo por el que tolera a Heisenberg es por su utilidad. Si considerase un peligro su falta de lealtad ya hubiese lidiado con él así como hubiese hecho con ustedes al momento de fracasar en su misión–

Angie asintió alegremente, no morir era una de sus prioridades, eso y vengarse eventualmente de Ethan Winters por lo que le hizo a ella y a Donna.

La desfachatez de ese hombre no quedaría impune, ¿Cómo se le ocurría aprovecharse de una dama casta y su fiel e igualmente pura mejor amiga?.

–Estúpido y sensual forastero, me las vas a pagar–, maldijo Angie antes de dirigirse al Duque.

–Supongo que tienes razón, nosotras nos quedaremos cerca, y nos iremos contigo si es que Ethan logra salvar a su hija–, concluyó la marioneta, –Y si fracasa… pues nos iremos de todos modos. No creo que Madre nos muestre consideración después de obtener lo que quiere–

El Duque se sintió complacido de que alguien más viese las cosas desde su punto de vista, y por como se iba desarrollando la trama de la historia, ningún otro punto de vista salvo el suyo aseguraría la supervivencia de esas dos.

Era necesario alejarse de esas tierras, al menos, mientras los agentes se preparaban para purgarlas del mal que allí residía.

–No dudo de que Ethan logre salvar a la pequeña Rose, no con mi ayuda, pero eso no significa que vaya a salir con vida de estas tierras–

Donna no supo si la rabia que sintió al escuchar que Ethan moriría se debía a que no sería por sus manos u otra cosa, en verdad, no quería pensar demasiado en ese brusco canalla falto de modales.

Se dedicó mejor a categorizar las posesiones que logró sacar de su mansión, incluyendo algunas mudas de ropa para ella y para Angie, instrumentos de carpintería, un frasco con ojos para futuros proyectos y el esqueleto de una nueva marioneta. Donna había estado pensando en crear un amigo distinto a los otros, para empezar, no lo vestiría como la gente de la aldea, sino, de una forma moderna, como se vestían los forasteros que muy de vez en cuando visitaban y que jamás volvían a salir.

Le daría… cabello rubio, y el rostro quedaría pendiente hasta tener un buen diseño, por lo que tendría un aire de misterio.

También innovaría con sus brazos y piernas, tenía pensado ponerle partes articuladas que pudiesen desarmarse y armarse a voluntad, algo distinto a las piezas con cuchillos y dagas ocultas.

También le daría manos articuladas, muy finas y detalladas, y jugaría con Angie. Haría una obra en la que Angie le gaste una broma de mal gusto a su nuevo amigo que estaba ocupado en una heroica misión, y luego él se molestaría mucho, tanto que haría lo impensable, así que para castigar a Angie la arrinconaría contra una pared, levantaría su lindo vestido blanco, le quitaría sus blancas bragas de encaje y luego, sin compasión alguna, mientras le decía cosas que solo un bruto sin clase se atrevería a decirle a una dama él…

–Si puedo preguntar señorita Beneviento, ¿Qué hará con ese amigo?–

Donna parpadeó con su ojo bueno y guardó lentamente sus instrumentos y el esqueleto de la nueva marioneta, pensando en lo mucho que necesitaba reevaluar su vida ahora que estaba en deuda con quien se suponía sería su víctima.

–Ya pensará en algo–, contestó Angie por ella, segura en el conocimiento de que la porcelana no era el mejor material para demostrar emociones.

–Pues siendo ese el caso no preguntaré más, y mientras esperamos el regreso triunfal de nuestro héroe, ¿les importaría ayudarme a preparar un festín?–

Donna pensó en negarse, por apenas unos segundos, pero siendo que su situación actual no era la mejor, consideró que no sería conveniente acumular otra deuda con la persona que las mantendría a salvo mientras que el señor Winters hacía lo suyo.

–Donna puede hacer eso queridísimo Duque, lamentablemente yo no soy tan fuerte como ella–, dijo Angie para excusarse, –No seré de mucha ayuda–

La joven Beneviento no evidenció su desencanto al ser traicionada por Angie, aunque en realidad se tratase de la parte de ella que no temía decir que no incluso si no le era conveniente. En fin, ayudaría al Duque, porque no era una desconsiderada pieza de porcelana lentamente obsesionándose por un bruto canalla con manos maravillosas, incluso si esas manos estaban incompletas.

Tendría que discutir con el señor Winters al respecto para animarlo a ser más cuidadoso al respecto, es decir, necesitaría la mayoría de sus dedos si quería salvar a su hija, ¿no?, además de hacer otras cosas, cosas igualmente de importantes.

–Voy a decírselo–, susurró Donna antes de escuchar sus pasos y quedarse nuevamente en silencio.

–Hey Duque, creo que necesitaré más balas, ¿y qué hacen ellas dos aquí?–

Angie saltó frente a Donna antes de que su dueña pudiese detenerla.

–¿¡Qué te importa sucio forastero!?, ¡eres sucio, sucio, sucio!–, acusó la marioneta apuntando a Ethan con un dedo, –¡Jamás vencerás a Moreau y mucho menos a Heisinberg!, ¡tu aliento apesta ya no quiero ser tu hija!–

Ethan avanzó hasta las dos, y sin siquiera ver a Donna, recogió a Angie con una mano, la cargó sobre su hombro y la llevó detrás del carruaje.

–Lo siento Duque–, le dijo a su amable y rotundo proveedor, –Pero debo poner a esta en su lugar–

Angie se fue pateando y maldiciendo, ante la atónita mirada de Donna que creyó ver como su marioneta le guiñaba un ojo antes de desaparecer.

–Esto… no puede estar pasando, no otra vez–, murmuró la sorprendida heredera, –Ethan Winters, de seguro no te atreverías a humillarme en público, incluso un truhan como tú…–, alcanzó a decir antes de que un lastimero gemido la obligase a hacer una retirada táctica.

Diez minutos después y la escena en la mansión Beneviento se repetía, con Donna oculta detrás de algunos cuantos barriles agradeciendo el que su vestido de luto fuese lo suficientemente grueso como para ocultar ciertas cosas de las que era mejor no hablar, Angie a su lado, insistiendo en que podía soportar mucho más y que a la siguiente no dejaría que Ethan se detuviese y Ethan sintiendo que había hecho algo sumamente incorrecto incluso sin saber qué.

En fin, tenía sus balas, una hija que salvar y esas dos… pues ya pensaría qué hacer con ellas.

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